UNIVERSIDAD SALESIANA DE BOLIVIA



UNIVERSIDAD SALESIANA DE BOLIVIA

Formación Humana Cristiana

INTRODUCCIÓN

La Ética se considera como una ciencia práctica y normativa que estudia el comportamiento de los hombres, que conviven socialmente bajo una serie de normas que le permiten ordenar sus actuaciones y que el mismo grupo social ha establecido.

En el habla corriente, ética y moral se manejan de manera ambivalente, es decir, con igual significado. Sin embargo, analizados los dos términos en un plano intelectual, no significan lo mismo, pues mientras que "la moral tiende a ser particular, por la concreción de sus objetos, la ética tiende a ser universal, por la abstracción de sus principios". No es equivocado, de manera alguna, interpretar la ética como la moralidad de la conciencia.

La vida humana está hecha de decisiones y opciones, por las cuales el individuo actúa de una u otra manera, o elige no actuar.   Para la ética, entonces, es primordial la decisión y esta debe ser racional, en otras palabras, responder a unas razones o motivos que inducen a obrar de una determinada manera y no de otra.

CONCEPTO DE LA ÉTICA

El término Ética, etimológicamente, deriva de la palabra griega "ethos", que significa "costumbre". La ética es la parte de la filosofía que trata de la moral y de las obligaciones que rigen el comportamiento del hombre en la sociedad. Aristóteles dio la primera versión sistemática de la ética.

Es el compromiso efectivo del hombre que lo debe llevar a su perfeccionamiento personal. "Es el compromiso que se adquiere con uno mismo de ser siempre más persona". Se refiere a una decisión interna y libre que no representa una simple aceptación de lo que otros piensan, dicen y hacen.

En términos prácticos, podemos aceptar que la ética es la disciplina que se ocupa de la moral, de algo que compete a los actos humanos exclusivamente, y que los califica como buenos o malos, a condición de que ellos sean libres, voluntarios, conscientes. Asimismo, puede entenderse como el cumplimiento del deber. Vale decir, relacionarse con lo que uno debe o no debe hacer.

Un código ético es un código de ciertas restricciones que la persona sigue para mejorar la forma de comportarse en la vida.

CONCEPTO DE MORAL

El término Moral, etimológicamente, proviene de la palabra latina "mores", que significa costumbres. La moral debe definirse como el código de buena conducta dictado por la experiencia de la raza para servir como patrón uniforme de la conducta de los individuos y los grupos. La conducta ética incluye atenerse a los códigos morales de la sociedad en que vivimos.

La palabra moral, se le toma con un sentido más religioso, y la palabra ética un sentido más filosófico.

Como rama filosófica, la ética, va a suponer sobre una reflexión acerca de los motivos y los objetos del obrar.   Más claro sería afirmar que la ética busca la fundamentación de la conducta humana.

La Ética nos ilustra acerca del porqué de la conducta moral. Los problemas que la Ética estudia son aquellos que se suscitan todos los días, en la vida cotidiana, en la vida escolar, en la actividad profesional, etc. Problemas como: ¿qué comportamiento es bueno y cuál malo?, ¿se es libre para realizar tal o cual acción?, ¿quién nos obliga a realizar esta acción?, entre estas dos acciones, ¿cuál se debe elegir?, etc.

MORAL CRISTIANA

La moral cristiana es una ciencia práctica que toma de Jesucristo los principios de actuación y busca hacer vida en cada persona y en cada sociedad, el mensaje y la experiencia de Cristo.

Por tanto, la moral cristiana nace y se nutre de la fe en Jesús de Nazareth confesado como Cristo y aceptado como la norma incondicional de la praxis cristiana. Las expresiones de ese peculiar aliento ético son múltiples y variadas: en el creyente actúa la sensibilidad ética nueva que se encauza a través del discernimiento histórico-salifico; las decisiones brotan de la opción fundamental de la conversión y se concretan en actitudes coherentes con la intencionalidad básica de la caridad; el cristianismo percibe y practica en los valores direcciones particulares que se traducen en preferencias éticas a construir el reino de Dios.

Destaquemos que la visión moral que en la actualidad sigue teniendo una fuerza enorme sobre la vida de las personas en la sociedad el objetivo es encontrar la propia felicidad.

Sería bueno partir de la afirmación que casi toso el mundo lo conoce “ama a las personas y usa a las cosas”, pero hoy en día esta afirmación en muchos medios sociales se ha invertido “ama a las cosas y usa a las personas”. Del mismo modo se ha hablado sobre la visión utilitarista que tienen muchas personas, sobre todo en el mundo occidentalizado. Todos quieren tener ganancias en términos económicos incluso en las relaciones interpersonales. Por ello es necesario repensar en esta situación y recuperar el verdadero sentido que tiene la persona.

TEOLOGÍA MORAL

La teología moral es la parte de la teología que estudia los actos humanos, considerándolos en orden a su fin sobrenatural.

Analizando la definición, encontramos los siguientes elementos:

- Es parte de la teología, porque como explica Santo Tomás de Aquino, se ocupa “del movimiento de la criatura racional hacia Dios”, siendo la teología la ciencia que se dedica al estudio y conocimiento de Dios.

- Que trata de los actos humanos, es decir, de aquellos actos que el hombre ejecuta con conocimiento y con libre voluntad, por tanto, son los únicos a los que puede darse una valoración moral.

- En orden al fin sobrenatural, esos actos humanos no son considerados en su mera esencia o constitutivo interno, ni en orden a una moralidad puramente humana o natural, sino en orden a su moralidad sobrenatural: es decir, en cuanto acercan o alejan al hombre de la obtención del fin sobrenatural eterno.

De acuerdo con esto podemos encontrar en la moral, cuatro elementos que se alguna manera la constituyen:

1. El fundamento, es decir, el motivo que tiene para prohibir o prescribir algunas acciones. Se trata de un fundamento inmutable: La Voluntad de Dios, guiada por su sabiduría.

2. El fin que se propone con un mandato o con una prohibición: la posesión eterna del bien infinito.

3. La obligación que impone. Es el vínculo moral que liga a la voluntad estrictamente, para que actúe conforme al mandato de Dios.

4. La sanción con que remunera: el premio eterno que merece quien cumple la Voluntad de Dios, o el castigo a quien se hace acreedor quien la quebranta.

Puesto que el conocimiento y la práctica de las normas morales resulta la más importante realidad en la vida del hombre, Dios no se limito a imprimir en la naturaleza humana la ley moral, sino que la ha revelado explícitamente para que sea conocida por todos, de modo fácil, con firmeza, y sin mezcla de error.

FUENTES DE LA TEOLOGÍA MORAL

Las fuentes de la moral son todas las realidades en las que se basa esta ciencia y de las que obtiene su fundamento.

- La Sagrada Escritura, que por ser la misma Palabra de Dios, es la primera y principal fuente. Para que el hombre supiera con certeza y sin error las normas de su conducta, Dios estableció, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, prescripciones de orden moral.

- La Tradición cristiana, fuente complementaria de la Sagrada Escritura. Como es sabido, no todas las verdades reveladas por Dios están en la Biblia. Muchas fueron reveladas oralmente por el mismo Cristo o por medio de los Apóstoles, inspirados por el Espíritu santo, y han llegado hasta nosotros transmitidas por la Tradición.

La Tradición se manifiesta de modos distintos, y es inefable sólo cuando está reconocida y sancionada por el Magisterio de la Iglesia. Los principales causes a través de los cuales nos llega la Tradición son: Los Santos Padres: conjunto de los primeros escritores de los primeros siglos de la Iglesia, que por su antigüedad, doctrina, santidad de su vida y aprobación de la Iglesia son reconocidos como auténticos testigos de la fe cristiana.

Los Teólogos: autores posteriores a la época patrística que se dedican al estudio científico y sistemático de las verdades relacionadas con la fe y las costumbres.

La misma vida de la Iglesia, desde sus inicios, a través de la liturgia y del sentir del pueblo cristiano.

- El Magisterio de la Iglesia. Que por disposición de Cristo custodia e interpreta legítimamente la Revelación divina, y tiene plena autoridad para imponer leyes a los hombres, con la misma fuerza que si vinieran directamente de Dios.

La inhabilidad del magisterio eclesiástico no se da solo en cuestiones de fe, sino también en cuestiones de moral y dentro de ésta, no exclusivamente en los principios generales, sino que llega hasta las normas particulares y concretas.

FUENTES SUBSIDIARIAS

Puede hablarse también de otras fuentes, como la razón natural, que puede y debe prestar gran servicio a la teología moral, destacando la maravillosa armonía entre las normas de la moral sobrenatural contenidas en la revelación divina y las que defiende el orden ético puramente natural.

La Iglesia enseña que la Revelación y la razón nunca pueden contradecirse, y que la razón puede prestar valiosa ayuda para la inteligencia de los misterios de la fe.

UNIDAD I

EL HOMBRE, IMAGEN DE DIOS

DIGNIDAD ÚNICA DEL SER HUMANO

Dios ha creado al hombre a su imagen. El hombre es la “imagen de Dios” (Gn 1, 26-27). Esto significa que el hombre es el representante de Dios en la creación: hace presente al creador en su obra creada. Preside y ejerce señorío sobre la creación, por delegación de Dios, como su “otro yo” de Dios.

Pero el hombre no tiene un dominio absoluto sobre el mundo; ha de ejercer su señorío, sometido a su Dios y señor: ante él deberá responder de su encargo. El hombre ha de ejercer su señorío, sobre los demás seres creados inferiores, cuidándolos y tutelándolos, y no explotándolos.

El hombre dispondrá sobre los seres inferiores a él, pero no sobre el hombre mismo; éste queda protegido por una ley sagrada (Gen 9,5-6) que lo hace inviolable: todo atentado contra la imagen de Dios será vinculado por el propio dios.

LA DIGNIDAD DEL SER HUMANO

Lo que fundamentalmente le hace al hombre ser hombre y le distingue de las demás cosas, es ser imagen de Dios. Dentro del universo, ser imagen de Dios le da al hombre un puesto y una dignidad únicos e incomparables:

- no es el ser humano una cosa más entre las demás de este mundo; como su “otro yo”, en la creación esta el hombre en relación inmediata con Dios.

- A su vez, Dios se ve reflejado en su “imagen”, el hombre: éste se alza como un “tú” que puede y debe responder de sí mismo y su gestión al amor y a los requerimientos de Dios.

El hombre esta llamado a entrar en un diálogo con su Dios y Señor. El hombre es el “tú” para Dios en este mundo. Todo hombre, cada hombre, es algo único, irrepetible e insustituible.

Sin duda, el hombre como representante de Dios, no es autónomo, depende de su creador; pero tal relación de dependencia es precisamente la base de la excepcional dignidad del ser humano. Porque depende, como su representante, sólo de Dios, él quiere como fin, no como medio. Todo hombre, cada hombre, es querido y afirmado inmediatamente por Dios de única maneras única: “el hombre” es la “única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma” ( GS 24).

Tomás de Aquino enseña que la ordenación del hombre a Dios no es la de un medio a un fin, sino la de un fin a otro fin superior, a Dios (St6op. Tomás de Aquino), C. Gent. 3112).

Por consiguiente, ningún hombre puede estar en función de nada, ni de la producción, ni de la raza, ni de la nación, ni de la clase, ni del Estado, ni de la sociedad.

La persona humana tiene una dignidad especial, que obliga a considerar a cada individuo como “un fin en sí mismo” y no sólo como un objeto susceptible de manipulación por otros.

CADA SER HUMANO, IMAGEN DE DIOS

El hombre es “imagen de Dios” y por consiguiente, dios es el Tu del hombre ya su vez, el hombre es el Tú de Dios en este mundo.

Si todo hombre, cada hombre es imagen de dios, yo debo reconocer en el otro a una persona, porque mi semejante es imagen de Dios, creado por Dios. Quien desprecia, menosprecia o rechaza a la “imagen de Dios” en este mundo, desprecia, menosprecia o rechaza a dios y si mismo.

Nuestra relación con Dios pasa por aquel que le hace presente, el otro.

“si alguno dice: “Yo amo a Dios” y odia a su hermano. Es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve”.

(Jn 4, 20).

La persona humana y su vida debería consistir más en ser que en tener. Que hace falta tener para poder ser alguien es indiscutible, pero solo tener no da categoría humana.

La imagen divina está presente en todo hombre. Resplandece en la comunión de las personas a semejanza de la unidad de las personas divinas entre sí (cf capítulo segundo).

Catecismo de la Iglesia católica No. 1702

LA UNIDAD DE LA PERSONA HUMANA

El hombre no es ni un ángel caído y atrapado en un cuerpo, ni es un animal simplemente evolucionado: El hombre es uno en cuerpo y alma.

El concilio Vaticano II de la Constitución de la Gaudim et Spes:

En la unidad de cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal es una síntesis del universo material, el cual alcanza por medio del hombre su más alta cima y laza la voz para la libre alabanza del Creador. No debe, por tanto, despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, debe tener por bueno y honrar a su propio cuerpo, como criatura de Dios que ha de resucitar en el último día. Herido por el pecado, experimenta, sin embargo, la rebeldía del cuerpo. La propia dignidad humana pide, pues, que glorifique a Dios en su cuerpo y no permita que lo esclavicen las inclinaciones depravadas de su corazón.

No se equivoca el hombre al afirmar su superioridad sobre el universo material y al considerarse no ya como una partícula de la naturaleza o como elemento anónimo de la cuidad humana. Por su interioridad es, en efecto, superior al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones, y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino. Al afirmar, por tanto, en si mimo la espiritualidad y a inmortalidad de su alma, no es el hombre juguete de un espejismo ilusorio provocado solamente por las condiciones físicas y sociales exteriores, sino que toca, por el contrario, la verdad más profunda de la realidad.

(GS 14).

El cuerpo no es un añadido a la persona humana. La persona humana comparte con su cuerpo la dignidad o degradación de éste. No se puede tratar al cuerpo como un simple instrumento de goce exclusivo, como si fuera una prótesis añadida al yo.

Por otra parte, en nuestros tiempos hemos pasado del desprecio del cuerpo en épocas pasadas su sacralización. Pero no nos engañemos; este recuperado aprecio del cuerpo no glorifica el cuerpo en cuanto tal, sino los cuerpos bellos, jóvenes y anos. Entre las condiciones del cuerpo resalta unas y elimina otras. Y se crea una imagen ideal del cuerpo, objeto de culto.

“no se acepta el cuerpo en sus límites, se le finge atemporal, aséptico, atlético, ilimitadamente joven, inmarcesiblemente bello, invulnerablemente sano”.

(J.L. Ruiz de la Peña, La imagen de Dios, 138)

LA COMUNICACIÓN INTERPERSONAL

Dios no creó al hombre solitario: desde el principio 2los creo hombre y mujer” (Gn 1, 27). Esta asociación construye la primera forma de comunión entre personas. Pues el hombre es, por su íntima naturaleza, un ser social y “no puede vivir y desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás” (GS 12).

No hay hombre sin comunidad. El hombre no puede ser hombre, sólo encerrado en sí mismo y ocupado consigo mismo: necesita estar en relación a otro semejante. La relación a otro y a otros no es un añadido a cada persona humana ya constituida.

Sólo abierto a un Tú personal, el hombre se encuentra a si mismo como un yo personal. Y “hay que poder decir verdaderamente “Yo”, para poder experimentar el misterio del Tú en toda su verdad” (Buber). La relación interpersonal del Yo-Tú lleva consigo un poder decir: un “nosotros”.

La expresión “el otro” – cuando se dice de un ser humano- no quiere decir simplemente “otro ejemplar” de la especie humana. Por muy alejado que esté de mí “el otro”, no puede serme indiferente como persona.

La intercomunicación, no sólo debe darse entre las personas, sino también entre los distintos grupos, y aún entre las diversas culturas. Debe darse así mismo, entre el gobierno y el pueblo, entre el poder y la oposición, entre empresarios y trabajadores, entre jefes y subalternos, como también entre los distintos grupos políticos. En la medida en que mejora la comunicación en todas las áreas, mejoran las relaciones personales y sociales.

La verdadera comunicación nos lleva a respetar el espacio y los derechos del otro. Nos lleva a valorarlo. Una autentica comunicación siempre estrecha y afianza los vínculos de unidad.

VARON MUJER

“Y creó Dios a los hombres a su imagen, a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó”.

(gn 1,27; 2,18-24)

El hombre es un ser sexuado. La vida humana toma cuerpo en dos realidades somáticas y psicofísicas muy diferenciadas: varones y mujeres. Esta diferencia lleva consigo correspondientes modos diferentes de estar en el mundo y de relación interhumana.

Los dos sexos son iguales en dignidad y se complementan mutuamente.

Sobre la polaridad complementaria de los sexos está fundado el matrimonio. Dios mismo es el autor del matrimonio. La íntima comunidad de vida y amor conyugal se inicia por un consentimiento personal irrevocable de los esposos. El varón y la mujer, por la alianza conyugal, “ya no son dos sino una sola carne” (Mt 19, 6). Por su naturaleza, esta comunidad de vida y amor conyugal está ordenada a la procreación y educación de los hijos (cfr GS 48).

Cada ser humano tiene una dignidad única, por ser imagen de Dios. Es único e insustituible, no debe estar en función de nada ni de nadie, no puede ser utilizado como medio o instrumento. “No permitas que te usen ni uses a los demás”.

UNIDAD II

LO MORAL: DIMENSIÓN DEL SER HUMANO

Una de las características más importantes del ser humano es precisamente la libertad que tiene. En la lectura de Fernando Savater (1991), en su primer capítulo, destaca que los hombres nos diferenciamos de los animales por esta cualidad, y porque los animales no cuentan la libertad, ellos son programados, aunque Savater admite que los seres humanos también, en cierta medida, estamos programados.

LA CONDICIÓN MORAL DEL SER HUMANO

Lo moral es una dimensión ineludible del ser humano. Del hombre puede y tiene que esperarse que haga el bien y evite el mal, y cumpla con sus deberes o lo contrario; pero esperar eso mismo de un animal no tendría sentido.

La raíz de esta condición moral del ser humano está en que el hombre, para vivir, tiene que ir haciéndose su propia vida, mientras que al animal se la dan "programada" y, por decirlo así, hecha. No hace sino repetirla. La carga genética y el ambiente en que vive el animal, determinan el curso de su vida. El animal y su medio se ajustan mutuamente, como las partes de una cremallera.

El ser humano, por lo contrario, jamás se ajusta al medio en que vive: a cada paso lo rebasa, y puede y tiene que elegir esto y dejar aquello. El hombre, como persona, es protagonista de su propia vida y dispone hasta cierto punto de ella.

LA LIBERTAD: FUNDAMENTO DE LA MORALIDAD

La libertad es el poder activo del hombre -radicado en la razón y en la voluntad-de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones, deliberadas (cf CCE 1731).

Libertad no es simplemente hacer lo que a uno le apetece; no consiste en elegir a capricho y arbitrariamente. Se es más libre cuanto se es más persona; se es más persona cuanto más se dispone de sí mismo, y tanto más se dispone de sí mismo cuanto más se entrega el hombre al bien y al amor de los demás. La libertad del hombre es la libertad de un ser creado: un don magnífico del Creador que ha de ser acogida como una semilla y se ha de madurar con la conciencia del deber.

Es un error pensar que la libertad es una capacidad fija, que se mantiene siempre igual, y de la que podemos echar mano cuando nos parezca conveniente. La libertad puede crecer o disminuir, madurar o languidecer muy debilitada. De que la libertad madure o languidezca depende que la persona humana se logre o malogre.

“AMA Y HAZ LO QUE QUIERAS”

Una de las frases de San Agustín que ha impactado a la humanidad entera es justamente la que mencionamos en líneas arriba. Él, era uno de los defensores más acérrimos de la libertad, en las discusiones con los maniqueos, defendía firmemente la libertad que tiene el ser humano, no es un robot que funciona según le mande Dios, sino que tiene esa libertad de elegir.

Parece que en la actualidad se ha acentuado más esa cuestión de la libertad. En todos los medios se mantiene que las personas cuentan con la libertad, y al parecer las personas se han quedado con la última parte de la frase tan famosa de San Agustín, y se deja de lado la primera parte de esa frase. No porque se tenga libertad, se puede hacer lo que quiera, sino que esa libertad debe ser responsable (Savater, 1991). Porque somos libres, nuestras actitudes deben estar orientadas hacia el bien, para hacer el bien y no al revés.

Una de las reflexiones de la ética, es justamente esta. Se acepta que en la actualidad se ha vencidos las barrera de la esclavitud, aunque parece que surgen otras formas de esclavitud, pero es un avance que se han vencido todas las formas de esclavitud, pero no se puede ir al otro extremo de abusar esa libertad para hacer cualquier cosa. Uno de los ejemplos es el Caso Wilmer, que porque tiene libertad, se ha quitado la vida; y otras cosas parecidas que se ven a diario como los asaltos a mano armada, robos a personas de pocos recursos, en fin muchas cosas que son el otro lado de la moneda.

LIBERTAD SOMETIDA DIOS

Relacionado con lo que se había expuesto en el capítulo anterior, la libertad de las personas está ligada a una libertad superior, a la de Dios. Sólo Dios tiene la libertad absoluta, el hombre tiene una libertad, para decir de otra manera, limitada, ¿por qué? Porque es criatura de Dios, ha sido creado a imagen y semejanza de Dios.

¿Cuál es la medida de la libertad de los hombres?

Pues, justamente esa que ha sido dada por su creador; una libertad para hacer el bien y rechazar el mal, ya que todos somos iguales ante Dios. Esa visión, lamentablemente se ha ido perdiendo poco a poco en el mundo contemporáneo, se sigue, como dijimos anteriormente, una visión utilitarista de las personas, se puede usar a las personas libremente, error que tiene graves consecuencias como veremos más adelante.

LA LIBERTAD Y LA VERDAD

Otra de las afirmaciones que maneja la Iglesia Católica es, esa relación entre la libertad y la verdad, dos parámetros de vida que van de la mano cuando las personas tienen que enfrentar las situaciones de la vida.

Si bien la persona cuenta con esa facultad de la libertad, de la misma forma tiene que estar sujeto a la verdad, en este caso, filosóficamente la verdad es la debemos encontrar en todos nuestros actos y en todos nuestras investigaciones. Aunque en los medios religiosos en la antigüedad, la verdad era Jesús, esta afirmación hoy en día ya no se utiliza por razones de la secularización.

Se puede seguir profundizando esto de la libertad responsable, que es una cuestión muy importante dentro de la sociedad, sobre todo en la juventud que les gusta utilizar para todo y para nada esto de la libertad, pero lo que muchos de ellos pierden de vista es que esa libertad debe ser responsable.

Pasemos ahora a una cuestión de suma importancia que es la cuestión de la conciencia, dónde se apela cuando uno tiene decidir si bien tenemos esa libertad.

Catecismo de la Iglesia Católica, (n. 1730)

“Dios ha creado al hombre racional confiriéndole la dignidad de una persona dotada de la iniciativa y del dominio de sus actos. “Quiso Dios ‘dejar al hombre en manos de su propia decisión’ (Si 15,14), de modo que bus que a su Creador sin coacciones y, adhiriéndose a El, llegue libremente a la plena y feliz perfección” (GS 17,):

‘El hombre es racional, y por ello semejante a Dios; fue creado libre y dueño de sus actos’ (S. Ireneo, Haer 4,4,3).”

Condiciones de la libertad humana

➢ El hombre es libre, pero lo es limitadamente. Nunca el hombre empieza de cero, exclusivamente desde sí mismo. Su libertad no es absoluta; absoluta sólo es la de Dios.

➢ Cuando inicia su andadura, lo hace en un contexto de condiciones genéticas, culturales, geográficas, políticas etc. que él no ha escogido, sino que le han sido dadas. Y a lo largo de su vida, ejerce siempre su libertad dentro de un marco de condiciones y referencias.

➢ Tales condiciones limitan la libertad, pero no la destruyen. Precisamente estas condiciones interpelan al hombre y estimulan y sostienen el uso de su libertad.

➢ Sin condiciones internas al propio hombre, como sus tendencias y apetitos, y sin condiciones externas, como las condiciones sociales y culturales, la libertad del hombre funcionaría en el vacío, no habría libertad.

➢ La libertad del hombre es la libertad de un ser creado: un don magnífico’ del Creador que ha de ser acogida como una semilla y se ha de madurar con la conciencia del deber.

➢ Es un error pensar que la libertad es una rapacidad fija, que se mantiene siempre igual, y de la que podemos echar mano cuando nos parezca conveniente. La libertad puede crecer o disminuir, madurar o languidecer muy debilitada. De que la libertad madure o languidezca depende que la persona humana se logre o malogre.

Es la libertad, signo de la imagen de Dios, fundamento de la dignidad de la persona humana:

“en la cual aparece la vocación originaria con la que el Creador llama al hombre al verdadero Bien, y más aún, por la revelación de Cristo, a entrar en amistad con él, participando de su misma vida divina. (La libertad) es a la vez una inalienable posesión (de la persona) de sí misma y una apertura universal a todos los hombres, por la salida de sí misma hacia el conocimiento y el amor a los demás. La libertad se fundamenta, pues, en la verdad del hombre y tiende a la comunión”. (VS 86)

En la verdad y en el amor se afirma y crece la libertad. Una libertad madura es una libertad responsable y comprometida:

“Es cierto, hermanos, que habéis sido llamados a la libertad. Pero no toméis la libertad como pretexto para vuestros apetitos desordenados; antes bien, haceos esclavos los unos de los otros por amor.” (Gal 5,13)

CONCLUSIÓN

El hombre tiene la capacidad de realizar actos que le hacen justo o injusto, digno o indigno, bueno o malo. Es en este sentido de que la “La libertad conlleva responsabilidad. Elegir es optar, y asumir las consecuencias. La libertad, siempre es un riesgo”.

UNIDAD III

LA CONCIENCIA Y LAS FUENTES DE LA MORALIDAD

DEFINICIÓN DE LA CONCIENCIA

“La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho… Mediante el dictamen de su conciencia el hombre percibe y reconoce las prescripciones de la Ley divina”. (CCE 1778)

En el campo de la conciencia moral se juega, para bien o para mal, la vinculación viva y efectiva de la libertad del hombre con la verdad.

La conciencia moral parece a primera vista una cosa sencilla. Pero de ningún modo es así. La verdad moral que dictamina la conciencia, es interior a la propia conciencia, es su verdad; y, por otro lado, la transciende, la rebasa al mismo tiempo pues la conciencia misma sabe que no siempre coincide su verdad con la Verdad sin más.

LA CONCIENCIA ES ACTIVA

No podemos, por lo pronto, imaginar la conciencia como un espejo o una cinta de cassette. La conciencia, por el contrario, se comporta activamente: se hace para sí misma un juicio sobre la bondad o malicia del acto por realizar o ya realizado.

En efecto, no basta con que yo ejecute en su materialidad una acción en sí misma buena, para que mi acción sea ya moralmente buena; es necesario, además, que yo esté personalmente convencido en mi conciencia de la bondad moral de la acción y sobre la base de este convencimiento mi conciencia me formule su dictamen.

Para obrar moralmente, la convicción personal de la conciencia y su correspondiente juicio práctico son insustituibles: nada ni nadie puede reemplazarme en la convicción y en el juicio que en mi conciencia me he formado para mí. De ahí se ha de concluir que el hombre está obligado a seguir lo que le dicta su conciencia, aunque por un error invencible esté equivocada.

La conciencia es la norma próxima de moralidad personal. Por eso, “en todo lo que hace y dice el hombre está obligado a seguir fielmente lo que sabe que es recto y justo’. Pablo es claro en este punto:

“Si alguien, teniendo dudas de si un alimento está prohibido o no, lo come, se hace culpable al no proceder según su conciencia; en efecto, todo lo que no se hace con buena conciencia es pecado.” (Rom 14,23)

Y Juan Pablo II señala que “el juicio de la conciencia tiene un carácter imperativo; el hombre debe actuar en conformidad con dicho juicio. Si el hombre actúa contra este juicio, o bien, lo realiza incluso no estando seguro si un determinado acto es correcto o bueno, es condenado por su misma conciencia’ norma próxima de la moralidad personal” (VS 60).

Según la definición de la teoría de la ética, la conciencia es la voz interior del ser humano, pero según la definición de la Iglesia Católica, la conciencia es la voz de Dios. Ambas definiciones parecen tener una relación, ninguna de ellas se excluye, es más, se complementan.

La conciencia tiene dos niveles principalmente:

a) el nivel psicológico

b) el nivel moral.

En el nivel psicológico, podemos señalar que primeramente es:

➢ Un saber con, que nos acompaña en toda nuestra vida.

➢ Nos acompaña, apoyándonos, castigándonos, acusándonos, etc.

➢ De la misma forma, se convierte en un conocimiento reflejo, que gracias a la misma, la persona es sujeto y objeto a la vez.

➢ Se convierte en el centro unificante, que engloba toda nuestra vida, y gracias a ella es que las personas no son experiencia dispersas, sino todo lo contrario, son uno solo.

Estas características las experimentan todas las personas sin ninguna distinción, pero si tomamos la el segundo nivel, que es el nivel moral, las personas podemos calificar las actitudes de bueno o malo, esta es la diferencia entre lo psicológico y el moral. Esta calificación de bueno o malo, puede ser de carácter sensitivo, es decir, las personas tienen una tendencia a rechazar automáticamente por ejemplo el crimen.

Según las últimas investigaciones que se han hecho, dicen que las personas reaccionan de forma instintiva a los hechos inmorales, como rechazamos a las osamentas. Pero por otro lado puede provenir también de la sociedad; hay sociedades que guardan ciertas normas morales, que difícilmente pueden ser transgredidas, por lo que las personas respetan las mismas sigilosamente. En esta misma línea moral, se dice que la conciencia se presenta en un antes, un durante y un después, coincidentemente con lo que habíamos señalado que la conciencia nos acompaña en toda nuestra vida.

Para que la conciencia cumpla esta norma de la moralidad, se requiere que estén orientados por tres factores importantes:

• Rectitud.

• Verdad.

• Certeza.

Si bien en las personas estos tres factores no se presentan en un estado puro, es una obligación de las personas ir mejorando hasta alcanzar los niveles más elevados. En varias oportunidades los estudiantes han cuestionado esta parte, porque creen que sólo las personas perfectas pueden tener estas cualidades, por lo que la gente común está sujeto a las contrariedades de la vida cotidiana, pero esto puede ser una forma de excusa, para no entrar en ese afán de perfeccionamiento, y que la vida se maneja como se nos presente. La ética es propositiva, por lo tanto, sugiere e invita cada vez más a la superación.

Dios ha puesto en lo profundo del corazón del hombre un saber "práctico" que le dicta lo que es bueno o malo. Este saber es exclusivamente propio de la persona humana y participa de la dignidad de ésta. A este saber lo llamamos conciencia moral. "La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto (fue piensa hacer, está haciendo o ha hecho. Mediante el dictamen de su conciencia el hombre percibe y reconoce las prescripciones de la Ley divina".

En el campo de la conciencia moral se juega, para bien o para mal, la vinculación viva y efectiva de la libertad del hombre con la verdad.

La conciencia moral parece a primera vista una cosa sencilla. Pero de ningún modo es así. La verdad moral que dictamina la conciencia, es interior a la propia conciencia, es su verdad; y, por otro lado, la transciende, la rebasa al mismo tiempo pues la conciencia misma sabe que no siempre coincide su verdad con la Verdad sin más.

LA FALIBILIDAD DE LA CONCIENCIA

La conciencia, a veces, se equivoca: da por bueno lo que es malo, por justo lo que es injusto y viceversa. No se puede aceptar que un juicio práctico sobre la moralidad de una acción sea verdadero por el solo hecho de que la conciencia lo cree así. La conciencia puede no acertar, no es infalible: no decide soberanamente sobre lo que es bueno o malo; está sometida a la verdad moral y a ella se ha de orientar siempre.

La conciencia está orientada siempre a la verdad: en esa orientación consiste su dignidad. Cuando la conciencia juzga rectamente, entonces su dignidad le viene de la verdad objetiva; cuando se equivoca, le viene su dignidad de aquello que el hombre, equivocándose, cree verdadero (cf. VS 63).

Es imprescindible, para la madurez de la conciencia moral, la convivencia y el diálogo con hombres de probada experiencia, sinceridad y honradez.

En Jesucristo se revela, no sólo con sus palabras sino con toda su vida, la voluntad de Dios, fuente de toda verdad y todo bien.

La verdad y el bien morales ponen al individuo en comunión con los demás hombres. Quien quiera obrar responsablemente, ha de poder decir: cualquier otro en mi lugar y con los mismos presupuestos, tendría que obrar como yo. Miramos en torno nuestro buscando quienes comparten nuestras intuiciones morales fundamentales, pues cuando vivimos dentro de un horizonte de valores compartidos, nuestras convicciones morales suelen resultar más firmes.

LA FORMACIÓN DE LA CONCIENCIA

No sólo somos responsables ante nuestra conciencia; lo somos, también, de nuestra conciencia: nos ha sido entregada a nuestra responsabilidad. Consiguientemente, hemos de formarla, para que sea conciencia adulta.

Es cierto que el hombre ha recibido de Dios en su conciencia una luz que es reflejo” o “participación” de su Sabiduría creadora o, también, resonancia de la Palabra creadora de Dios; pero la conciencia no es algo estático, que se mantiene siempre igual a lo largo de toda la vida de la persona: puede madurar o perderse, crecer en sensibilidad o perderla hasta dejar casi de percibir la verdad y el bien. Esta tarea de formar nuestra conciencia no termina mientras vivimos.

Una conciencia autosuficiente es una conciencia falsa de raíz y, por tanto, expuesta a toda clase de errores. Pablo exhorta a los cristianos de Roma a que renueven su conciencia, la hagan más sensible para descubrir lo que es bueno:

“No os acomodéis a los criterios de este mundo; al contrario, transformaos, renovad vuestro interior, para que podáis descubrir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto”. (Rom 12,2)

La formación de la propia conciencia requiere un compromiso serio y sincero con la verdad: un compromiso que mantenga al hombre siempre vigilante en su búsqueda.

La Escritura une a la vigilancia sobre la conciencia, la oración: “Vigilad y orad” (Mt 14,38). En la oración nos abrimos a Dios, escuchamos su Palabra y, en diálogo con él, alcanzamos la disponibilidad necesaria para reconocer en cada ocasión “cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto”.

El diálogo del hombre consigo mismo en la conciencia es, en realidad y en último término, diálogo con Dios. El diálogo, a su vez, del creyente con Dios en la oración le evita a la conciencia perderse en un monólogo en el que el sujeto se dice a sí mismo lo que él mismo quiere oír.

Catecismo de la Iglesia Católica, n.1 784

La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida. Desde los primeros años despierta al niño al conocimiento y la práctica de la ley interior reconocida por la conciencia moral. Una educación prudente enseña la virtud; preserva o sana del miedo, del egoísmo y del orgullo, de los insanos sentimientos de culpabilidad y de los movimientos de complacencia, nacidos de la debilidad y de ¡asfaltas humanas. La educación de la conciencia garantiza la libertad y engendra la paz del corazón.

FUENTES DE LA MORALIDAD

El análisis tradicional del acto humano, desde el punto de vista de su moralidad, distingue en él:

➢ El objeto del acto;

➢ El fin o la intención del ejecutor del acto;

➢ Las circunstancias que lo rodean o, de algún modo, lo determinan.

Estos son los elementos que cualifican internamente el acto concreto humano desde el punto de vista moral. Por eso, basta que uno de estos elementos sea moralmente malo, para que lo sea el acto mismo. Pero es muy importante conocer cuál de estos elementos es el fundamental, para tenerlo principalmente en cuenta, sin desatender a los demás, cuando nos disponemos a actuar o juzgamos nuestros actos ya realizados.

Algunos creen que el fin perseguido o la intención es el elemento fundamental de la moralidad de los actos, pues con la intención orientamos nuestras acciones al fin último, a Dios; además, juzgamos con frecuencia como moralmente buenos nuestros actos y los de otras personas porque se hicieron con una buena intención. Otros opinan que las consecuencias previsibles son -entre las circunstancias del acto- el elemento fundamental de su moralidad: un acto es moralmente bueno, si son buenas sus consecuencias previsibles, y es malo si son malas sus consecuencias; o, también, si las consecuencias buenas previsibles superan a las malas, entonces el acto es bueno, y si, al contrario, las malas superan a las buenas, el acto es malo (cf. VS 74).

El bien al que ha de ajustarse el acto humano para que éste sea moralmente bueno, es el verdadero bien de la persona humana, considerada en su verdad integral: en sus inclinaciones naturales, en sus dinamismos y en los fines de éstos, en su apertura al prójimo y a la comunidad humana y a la trascendencia. El verdadero bien de la persona debe ser querido por sí mismo, mientras en orden a él ha de ser querido lo útil o agradable. En el verdadero bien de la persona humana entran los bienes tutelados por la ley natural y, por consiguiente, por los Mandamientos de la ley de Dios.

La intención es un elemento imprescindible para la cualificación moral de los actos humanos. Cuando actuamos deliberadamente/ lo hacemos movidos por una intención:

La intención es un "movimiento" de la voluntad hacia un fin, a saber, el término primero de la intención o el objetivo buscado en ella. Este "movimiento" apunta al bien que se espera resulte de la actuación.

Una misma intención puede orientar varios -y aún muchos- actos, cada uno con sus propios fines, hacia un mismo objetivo, lograr la vida eterna. Y podemos ejecutar un mismo acto persiguiendo a la vez diferentes fines.

Las circunstancias del acto -incluidas sus consecuencias previsibles- son elementos secundarios en su cualificación moral. Lo cual no significa que no sean importantes y que a veces lo sean mucho. Pero no tienen, en principio, la importancia del objeto y de la intención en tal cualificación.

LAS CIRCUNSTANCIAS

Las circunstancias del acto (incluidas sus consecuencias previsibles) son elementos secundarios en su cualificación moral. Lo cual no significa que no sean importantes y que a veces lo sean mucho. Pero no tienen, en principio, la importancia del objeto y de la intención en tal cualificación.

Catecismo de la Iglesia Católica. (n. 1754)

“Contribuyen a agravar o a disminuir la bondad o malicia moral de los actos humanos (por ejemplo, la cantidad de dinero robado). Pueden también atenuar o aumentar la responsabilidad del que obra (como actuar por miedo a la muerte). Las circunstancias no pueden de suyo modificar la calidad moral de los actos; no pueden hacer ni buena ni justa una acción que de suyo es mala”.

LA MORALIDAD DE LOS ACTOS HUMANOS

El acto humano será moralmente bueno, si son buenos a la vez su objeto, su fin y sus circunstancias. Basta con que uno de los tres elementos de la moralidad del acto sea ilícito, para que lo sea el acto mismo en su totalidad.

Hoy es bastante frecuente juzgar de la moralidad de los actos, atendiendo sólo a la buena intención que los inspira o a sus consecuencias previsibles ventajosas.

A la persona humana le viene su condición moral no sólo de sus actos deliberados, sino también de su afectividad. La afectividad es un componente de la persona humana: la marca desde sus raíces.

Por medio de su afectividad, el hombre intuye de ordinario lo bueno y lo malo. De todos los movimientos de la afectividad humana, el amor es el más fundamental: ‘Las pasiones son malas, si el amor es malo; buenas, si el amor es bueno” (Agustín de Hipona). Pero los sentimientos y emociones más profundos no deciden la moralidad ni la santidad de las personas. Pertenece al bien moral del hombre como hombre el que la afectividad tenga que estar asumida y orientada por la razón.

El hombre realiza su perfección moral y, por tanto, humana con toda su persona: también con toda su afectividad. Además, “en la vida cristiana, el Espíritu Santo realiza su obra moviendo todo el ser (del hombre) incluidos sus dolores, temores y tristezas, como aparece en la agonía y pasión del Señor. Cuando se vive en Cristo, los sentimientos humanos pueden alcanzar su consumación en la caridad y en la bienaventuranza divina” (CCE 1769).

Documentos:

La moralidad del acto humano depende sobre todo y fundamentalmente del objeto elegido racionalmente por la voluntad deliberada, como lo prueba también el penetrante análisis, aún válido, de santo Tomás. Así pues, para poder aprehender el objeto de un acto, que lo especifica moralmente, hay que situarse en la perspectiva de la persona que actúa. En efecto, el objeto del acto del querer es un comportamiento elegido libremente. Y en cuanto es conforme con el orden de la razón, es causa de la bondad de la voluntad, nos perfecciona moralmente y nos dispone a reconocer nuestro fin último en el bien perfecto, el amor originario. Así pues, no se puede tomar como objeto de un determinado acto moral, un proceso o un evento de orden físico solamente, que se valora en cuanto origina un determinado estado de cosas en el mundo externo. El objeto es el fin próximo de uno elección deliberada que determina el acto del querer de la persona que actúa. En este sentido, como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, “hay comportamientos concretos cuya elección es siempre errada porque ésta comporta un desorden de la voluntad, es decir, un mal moral” (n. 1761). “Sucede frecuentemente —afirma el Aquinate— que el hombre actúe con buena intención, pero sin provecho espiritual porque le falta la buena voluntad. Por ejemplo, uno roba para ayudar a los pobres: en este caso, si bien la intención es buena, falta la rectitud de la voluntad porque las obras son malas. En conclusión, la buena intención no autoriza a hacer ninguna obra mala. “Algunos dicen: hagamos el mal para que venga el bien. Estos bien merecen la propia condena” (Rom 3,8)”.

CONCLUSIÓN

La conciencia es un saber práctico que Dios ha puesto en lo profundo del corazón humano para que le dicte lo que es bueno o malo. Las fuentes de la moralidad de un acto son el objeto, la intención y las circunstancias. Aun cuando basta que una de ellas sea mala, para que el acto sea malo, el objeto es determinante para la moralidad de un acto humano.

UNIDAD IV

LAS VIRTUDES MORALES

LAS VIRTUDES

La vida moral de la persona humana no se puede reducir a una sucesión de actos sueltos, con sus correspondientes experiencias afectivas. La vida moral de cada individuo es, al menos tendencialmente, unitaria y dinámica en su curso temporal.

Cada persona humana tiene una peculiar fisonomía moral, conformada por actitudes y disposiciones habituales para el bien o el mal, que dirigen en un sentido o en otro su conducta. No bastan, pues, los actos para dar razón y cuenta de la moralidad de la persona humana. Habrá que contar también con las virtudes y los vicios:

“Tomad en consideración todo lo que hay de verdadero, de noble, de justo, de limpio, de amable, de laudable, de virtuoso y de encomiable”

Las virtudes humanas no son habilidades técnicas o artísticas, como las de hacer zapatos o versos. Tampoco son hábitos, en el sentido de costumbres sin más como la de la siesta después de comer.

Las virtudes son actitudes o disposiciones, firmes y constantes, de la persona humana para obrar el bien moral.

Por las virtudes el hombre está, de ordinario, en disposición par la práctica del bien moral.

Por las virtudes el hombre libre, dueño de sí en cada caso para obrar rectamente. Las virtudes “proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente buena. El hombre virtuoso es el que práctica libremente el bien” (CCE 1804).

Las virtudes humanas se dividen en:

- Virtudes morales: Las adquiridas por el esfuerzo humano.

- Virtudes teologales: Las infundidas por Dios en el hombre.

Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1768, 1804

“los sentimientos más profundos no deciden ni la moralidad, ni la santidad de las personas; son el depósito inagotable de las imágenes y de las afecciones en que se expresa la vida moral. Las pasiones son moralmente buenas cuando contribuyen a una acción buena, y malas en caso contrario. La voluntad recta ordena al bien y a la felicidad los movimientos sensibles que asume; la voluntad mala sucumbe bajo las pasiones desordenadas y las exacerba. Las emociones o sentimientos pueden ser asumidos en las virtudes, o pervertidos en los vicios.

Las virtudes morales se adquieren mediante las fuerzas humanas. Son los frutos y los gérmenes de los actos moralmente buenos. Disponen todas las potencias del ser humano para armonizarse con el amor divino.”

LAS VIRTUDES MORALES

ADQUISICIÓN

Adquirimos las virtudes morales con un esfuerzo perseverante mediante actos deliberados. En la adquisición de las virtudes morales la educación tiene un papel primordial y decisivo. No surgen, pues, espontáneamente del interior del hombre; son el fruto y, a la vez, los gérmenes de los actos moralmente buenos.

Al hombre, herido por el pecado, le es necesaria la gracia de Dios para adquirir y mantener las virtudes morales de modo que le procuren una personalidad moral estable, madura, equilibrada y dinámicamente abierta.

Pero, además, las virtudes morales necesitan arraigar en las virtudes teologales (la fe, la esperanza y la caridad) para que el cristiano sea capaz de vivir y obrar moralmente, como corresponde a un hombre, hijo de Dios y configurado con Cristo en el Espíritu Santo. Más adelante hablaremos de las virtudes teologales.

VIRTUDES CARDINALES

En la tradición cristiana, justo a las virtudes teologales, juegan un particular papel las cuatro virtudes llamadas camínales: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.

Reciben este nombre de la palabra latina “Cardo”, porque en torno a ellas gira toda la vida moral del hombre.

Además de las cardinales, hay muchas otras virtudes morales, y algunas tan importantes como la sinceridad. Pero los moralistas las exponen reduciendo cada una de ellas a la virtud cardinal correspondiente. La filosofía griega nos da las primeras descripciones de las virtudes cardinales. En el Antiguo Testamento a las virtudes cardinales las nombra expresamente el libro de la Sabiduría (sab. 8,7): “A quien ama la justicia, le da (la sabiduría) como fruto las virtudes, porque enseña templanza y prudencia, justicia y fortaleza, y nada hay más útil que esto para los hombres en la vida. ”

Con otros nombres son alabadas en muchos pasajes de la Escritura. Agustín de Hipona y otros Padres de la iglesia vieron en ellas – inseparables las unas de las otras – manifestaciones del amor del hombre a Dios.

PRUDENCIA

Ser prudente no se reduce a un puro y simple saber qué es bueno o malo, que se debe hacer o dejar de hacer. El saber de quien obra prudentemente, no es un saber teórico; es un saber práctico, pues desemboca en un imperativo:”en este caso debes hacer esto”. Sin embargo, el conocimiento de los criterios de la moralidad en la conducta humana favorece el juicio acertado del hombre prudente.

La virtud moral de la prudencia consiste en la disposición firme para obrar aprehendido lo que en cada caso es verdaderamente razonable.

Es propio, por tanto, de la prudencia el juicio práctico acertado sobre la situación moral concreta. La prudencia nos dispone a responder acertadamente, desde el punto de vista moral, a esta pregunta: ¿Qué he de hacer en esta coyuntura concreta?. Aplica los principios y criterios morales a cada situación individual, pero no lo hace mediante un razonamiento explícito; antes bien, dirige directamente el juicio práctico de la conciencia.

La prudencia dispone en el hombre su razón práctica para discernir, en toda situación concreta, cual es el verdadero bien que ha de elegir, y para recoger los medios rectos a fin de realizarlo. Con razón se la llamó “El auriga de todas las virtudes”.

No podemos confundir al hombre prudente con el timorato, ni tampoco con el indeciso: el miedo y la indecisión nada tienen que ver con la virtud cardinal de la prudencia. Tal virtud tampoco tiene que ver con la doblez y la astucia. El hombre prudente no pone su razón exclusivamente al servicio de sus intereses propios, como lo hace la persona astuta.

Para acertar, en la elección de una acción en una situación concreta, el hombre prudente:

• Guarda en su memoria las experiencias de su vida pasada, cernidas y rememoradas con la mayor objetividad posible.

• No se empeña en tener siempre la razón, se deja enseñar humildemente por la verdad de la realidad y por otras personas: es una mente siempre abierta de antemano a la realidad;

• Se mantiene en toda ocasión alerta, por si la situación cambia, para mantener la verdadera objetividad ante lo inesperado y dar flexiblemente nuevas respuestas a situaciones nuevas.

• Cosa imprescindible es que el hombre prudente viva siempre en disposición de prescindir de su interés propio, “de saltar sobre su propia sombra”, y juzgar su eventual acción desde una perspectiva más alta y más universal: con la de la “regla de oro” de Jesús, por ejemplo, “Tratar a los demás como quieres que ellos te traten a ti”(Mt. 7,12).

Las virtudes están en conexión unas con otras y así ofrecen el perfil de personalidad. Un hombre no es verdaderamente prudente, si no es a la vez justo, valiente y morigerado (bien criado). Y, viceversa, no será verdaderamente justo, valiente o morigerado, si no es también prudente.

Agustín de Hipona la describe así: ”la prudencia es el amor que pude discernir bien lo que nos favorece en nuestro movimiento hacia Dios, de aquello que nos impide movernos hacia él.” Este pensamiento de Agustín corresponde al de pablo: “Y le pido (a Dios) que vuestro amor crezaca más y más en conocimiento y sensibilidad para todo”(Flp 1,9).

JUSTICIA

La virtud de la justicia es la disposición firme y constante de dar a cada uno lo suyo. El objeto, pues, de la justicia es darle a cada uno aquello a lo que tiene derecho y se le debe.

Hay una diferencia entre hacer lo justo y ser justo en el sentido de la virtud cardinal: la justicia como virtud comporta una voluntad firme y constante de hacer lo justo “con prontitud y agrado” (tomas de Aquino). Esta observación es muy importante, pues la bondad de la persona consiste no solo en que haga lo que es justo, sino en que sea justa.

La justicia regula la vida social. Mientras las otras virtudes cardinales perfeccionan al individuo, la virtud de la justicia afecta a las relaciones del individuo con el otro y con la comunidad ( y a sus representantes) y a las de la comunidad (y de sus representantes) con el individuo. Es una virtud eminentemente social.

Como comunidad solidaria, la humanidad ha de estar orientada al bien de todos y cada uno de los hombres, particularmente de los mas desfavorecidos: los concebidos y no nacidos, las víctimas de la guerra y del hambre, aquellos con discapacidades físicas y síquicas, los ancianos, enfermos terminales, los emigrantes, los refugiados, los explotados sexualmente y otros muchos.

La dignidad inviolable de cada persona, como imagen de Dios, fundamentalmente igual en todos los hombres, nos plantea una responsabilidad solidaria para una justa ordenaciones jurídica, política, social y económica.

Pero no basta la justicia para salvaguardar la solidaridad y la dignidad humana: son necesarios, además, el y la misericordia.

FORTALEZA

La virtud de la fortaleza nos hace capaces de vencer el temor a los males, reales o imaginarios, que nos amenazan, incluso el de la muerte, y nos da ánimos para a arrostrar las pruebas de la vida y las persecuciones por seguir el camino del bien o por la fidelidad a Dios.

Tal valor se muestra, de ordinario, mas en el aguante y la resistencia que en el ataque violento. Tal valor victorioso se ha mostrado en el coraje de tantos hombres y mujeres que han entregado su vida por su testimonio de fe en Cristo o por defender una causa justa.

La confesión de fe exige nadar siempre contra corriente. Para ello también es necesario el valor. En nuestros tiempos se nos exige muy particularmente el “valor cívico”. Damos tal nombre a la libertad y valentía para defender en público nuestras propias convicciones. Lleva consigo tener convicciones propias, independientes de lo que se opina corrientemente.

El de Jesús es el mejor ejemplo de tal valentía: dice en publico sencillamente lo que piensa. Sus enemigos hacen de el, en estos términos, el mejor elogio:

“ Maestro, sabemos que eres sincero y que no te dejas influir por nadie, pues no miras la condición de las personas, sino que enseñas con verdad el camino de Dios .”

Catecismo de Iglesia Católica, nn 1807 - 1808

“La justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que favorezca la equidad respecto a las personas y al bien común. “

“La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien ”.

TEMPLANZA

La cuarta virtud cardinal nos inclina a la templanza o moderación en la satisfacción de nuestras necesidades y apetitos.

En una sociedad de “consumo”, en la que parece imperar la satisfacción ilimitada de necesidades y deseos, también es pertinente, y muy pertinente, el dominio de sí mismo, para encontrar la recta medida en el disfrute de los bienes de este mundo.

Parece, a primera vista, que en la moderación el hombre va contra sí mismo; pero en realidad con ella se fija el hombre libremente unos límites que favorecen su realización frente a unas apetencias disparadas sin limites.

Lo peculiar del hombre está precisamente en que la conveniente satisfacción de sus necesidades no se alcanza, cono en el animal, “automáticamente”, sino ha de ser conformada racionalmente. A veces el hombre dispone “racionalmente” la satisfacción de sus necesidades y apetitos como “puros y simples medios” para realizar un ilusorio proyecto de goce y de dominio. Con la moderación no se trata de matar los deseos e impulsos del ser humano, sino de introducir su dinámica en la conformación, responsablemente libre, de la vida del hombre.

La moderación es necesaria, además, para favorecer la justicia social que procure la distribución equitativa de los bienes superfluos, y aun necesarios, en la sociedad. En nuestros tiempos, cuando hemos llegado a tener conciencia de que los recursos de la tierra son limitados, la moderación es también necesaria para asegurar la supervivencia del hombre sobre la tierra.

La literatura de todos los tiempos ha sido siempre muy elocuente en sus llamadas a la moderación. La sabiduría de Israel las ha recogido frecuentemente en la Biblia:

“No te dejes arrastrar por tus pasiones, y refrena tus deseos.

Si te concedes todos tus caprichos, serás el hazmerreír de tus enemigos.

No te aficiones a una vida de placer, ni te dejes dominar por él.

No te arruines banqueteando con dinero prestado, cuando no tienes nada en el bolsillo.

Un obrero bebedor nunca se hará rico; quien se descuida en lo pequeño, poco a poco caerá”. (Eclo 18,20-19,1)

Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1809

“La templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar ”para seguir la pasión de su corazón” (Si 5,2; cf 37,27-31)”.

CONCLUSIÓN

Las virtudes son actitudes o disposiciones firmes de la persona para obrar el bien. Entre las virtudes morales se distinguen la prudencia, la fortaleza y la templanza. Mediante ellas, el hombre se hace dueño de sí mismo.

Catecismo de la Iglesia Católica 1803-1811

Quizá sería bueno consultar el diccionario para conocer la definición que se da de virtud y de vicio. También “auriga”, “morigerado”.

UNIDAD V

LA LEY ETERNA

Ley eterna se llama a ese orden pensado y proyectado por Dios desde toda la eternidad.

La ley eterna es definida por San Agustín como “la razón y voluntad divinas que mandan observar y prohíben alterar el orden natural”; y para Santo Tomás como “el plan de la divina sabiduría que dirige todas las acciones y movimientos de las criaturas en orden al bien común de todo el universo”.

Eterna, porque es anterior a la creación; ley, porque es una ordenación normativa que hace la inteligencia divina para el recto ser y obrar de todo lo que existe.

Es razonable pensar que Dios dirige a sus criaturas a un fin y que, además, las guía de modo acorde con su propia naturaleza. Los seres inanimados son dirigidos por leyes físicas con necesidad básica e ineludible, los animales por las leyes del instinto con necesidad también básica e ineludible; el hombre por la intimación de una norma que brillando en su razón y plegando su voluntad, lo conduce por la vía que le es propia.

Propiedades de la ley eterna

Las principales propiedades de la ley eterna son:

➢ Es inmutable, lo es por su identificación con el entendimiento y la voluntad de dios, aunque su conocimiento sea mudable en el hombre porque no la conoce totalmente y en sí misma como Dios y los bienaventurados en el cielo, sino por cierta participación en las cosas creadas;

➢ Es la norma suprema de toda moralidad, consecuentemente todas las demás leyes lo serán en cuanto la reflejan con fidelidad, ninguna otra ley puede ser justa mi racional sino es conforme a la ley eterna;

➢ Es universal, pues todas las criaturas le están sujetas: unas puramente de manera instintiva, en cuanto que están dirigidas por su misma naturaleza y otras, por su sometimiento voluntario, el hombre.

LA LEY NATURAL

Se entiende por Ley natural la misma ley eterna en cuanto se refiere alas criaturas racionales.

Al crear al hombre, Dios imprime en la naturaleza humana las normas con las que ha de proceder para alcanzar su fin último.

Bajo el ámbito de la ley natural cae todo lo que es necesario para conservar el orden natural de las cosas establecidas por Dios, y que puede ser conocido por la razón natural, independiente de toda ley positiva. Es decir, abarca todas aquellas normas de moralidad tan claras y elementales que todos los hombres pueden conocer con su sola razón.

A pesar de su simplicidad, podemos distinguir en la ley natural tres grados o categorías d preceptos:

a) preceptos primarios o universalísimos, cuya ignorancia es imposible a cualquier hombre con uso de razón. Se han expresado de diversas formas, ej. “no hagas al otro lo que no quieras para ti”.

b) principios secundarios o conclusiones próximas, estas fluyen directa y claramente de los primeros principios y pueden ser conocidos por cualquier persona casi sin esfuerzo racional, el decálogo.

c) conclusiones remotas, que se deducen de los principios primarios o secundarios luego de un raciocinio mas elaborado, ej. La indisolubilidad del matrimonio.

PROPIEDADES DE LA LEY NATURAL

Características que la distinguen de otras leyes:

➢ Universalidad: la ley natural tiene vigencia en todo el mundo y para todas las gentes.

➢ Inmutabilidad: que no cambia con los tiempos ni con las condiciones históricas o culturales. La naturaleza humana no cambia en su esencia con el paso d los años.

➢ No admite dispensa: ningún legislador humano puede dispensar de la observancia de la ley natural, pues es propio ser dispensada sólo por el legislador, que en este caso es Dios.

➢ Evidencia: todas las personas conocen la ley natural con solo tener uso de razón, y su promulgación coincide con la adquisición de ese uso.

Contra la evidencia parece que existen ciertas costumbres contrarias a la ley natural, eso significa que puede ser oscurecida por el pecado y las pasiones.

Es imposible la ignorancia de los primeros principios en el hombre dotado de uso de razón.

Los principios secundarios o conclusiones próximas, que constituyen en gran parte los preceptos del decálogo, pueden ser ignorados al menos durante algun tiempo.

Las conclusiones remotas, que suponen el razonamiento lento y difícil, pueden ser ignoradas de buena fe, incluso por largo tiempo, sobre todo en la gente inculta, ej. La omisión de los deberes cívicos.

LA LEY DIVINO – POSITIVA

Es la ley que, procediendo de la libre voluntad de dios legislador, es comunicada al hombre por medio de una revelación divina.

Su conveniencia se pone de manifiesto al considerar dos cosas:

a) todas las personas tienen la ley natural impresa en sus corazones, de manera que pueden conocer con la razón sus principios básicos. Sin embargo, el pecado original y los pecados personales con frecuencia oscurecen su conocimiento, por lo que Dios ha querido revelarnos su Voluntad, de modo que todos puedan conocer lo que deben de hacer para agradarle con mayor facilidad, con firme certeza y sin ningún error.

b) El hombre esta destinado a un fin sobrenatural, y para dirigirse a él debe cumplir también –con la ayuda de la gracia- otros preceptos, además de los naturales. Jesucristo llevo a perfección la ley que Dios dictó a Moisés en el Sinaí, al ponerse a sí mismo como modelo y camino para alcanzar ese fin al que nos llama. Esto se revela en el mandamiento nuevo del amor.

Dios nos ha revelado leyes en tres periodos de la historia;

1) a los patriarcas, desde adán hasta Moisés;

2) al pueblo elegido, con aquellas leyes recogidas en algunos libros del Antiguo Testamento:

3) en el Nuevo Testamento, que contiene la ley evangélica.

Algunas leyes positivas de los dos primeros períodos, después fueron abolidas por el mismo Dios ya que eran meramente circunstanciales, mientras que la ley evangélica es definitiva, y aunque fue dada inmediatamente para los cristianos, afecta a todos. Es para todo hombre de todo lugar y época.

LAS LEYES HUMANAS

Estas leyes humanas son dictadas por la legítima autoridad. Eclesial o civil, en orden al bien común.

Que la legítima autoridad tenga verdadera potestad –dentro de su especifica competencia- para dar leyes que obliguen, no es posible ponerlo en duda: surge de la misma naturaleza de la sociedad humana, que exige la dirección y control de algunas leyes (Cf Rom 13, 1ss; Hech 5, 29).

Es obligatoria toda ley humana legítima y justa, es decir, toda ley que:

a) se ordena al bien común

b) sea promulgada por la legítima autoridad y dentro de sus atribuciones;

c) sea buena en sí misma y en sus circunstancias;

d) se imponga a los súbditos obligados a ella en las debidas proporciones.

e) Sin embargo, cuando la ley es injusta porque fallen algunas de estas condiciones, no obliga, y en ocasiones puede ser incluso obligatorio desobedecerlas abiertamente.

f) Por tanto, si una ley civil se opone manifiestamente a la ley natural, o a la ley divino-positiva, o a la ley eclesiástica, no obliga, siendo en cambio obligatorio desobedecerla por tratarse de una ley injusta, que atenta al bien común.

UNIDAD VI

LA LEY NUEVA O LEY EVANGÉLICA

La ley nueva o Ley evangélica es la perfección aquí abajo de la ley divina, natural y revelada. Es obra de Cristo y se expresa particularmente en el Sermón de la montaña. Es también obra del Espíritu Santo, y por él viene a ser la ley interior de la caridad: "Concertaré con la casa de Israel una alianza nueva...pondré mis leyes en su mente, en sus corazones las grabaré; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (Hb 8,8-10; cf Jr 31,31-34).

La ley nueva es la gracia del Espíritu Santo dada a los fieles mediante la fe en Cristo. Obra por la caridad, utiliza el Sermón del Señor para enseñarnos lo que hay que hacer, y los sacramentos para comunicarnos la gracia de hacerlo:

El que quiera meditar con piedad y perspicacia el Sermón que nuestro Señor pronunció en la montaña, según lo leemos en el Evangelio de S. Mateo, encontrará en él sin duda alguna la carta perfecta de la vida cristiana...Este Sermón contiene todos los preceptos propios para guiar la vida cristiana (S. Agustín, serm. Dom. 1,1):

La Ley evangélica "da cumplimiento" (cf Mt 5,17-19), purifica, supera, y lleva a su perfección la Ley antigua. En las "Bienaventuranzas" da cumplimiento a las promesas divinas elevándolas y ordenándolas al "Reino de los Cielos". Se dirige a los que están dispuestos a acoger con fe esta esperanza nueva: los pobres, los humildes, los afligidos, los limpios de corazón, los perseguidos a causa de Cristo, trazando así los caminos sorprendentes del Reino.

La Ley evangélica lleva a plenitud los mandamientos de la Ley. El Sermón del monte, lejos de abolir o devaluar las prescripciones morales de la Ley antigua, extrae de ella las virtualidades ocultas y hace surgir de ella nuevas exigencias: revela toda su verdad divina y humana. No añade preceptos exteriores nuevos, pero llega a reformar la raíz de los actos, el corazón, donde el hombre elige entre lo puro y lo impuro (cf Mt 15,18-19), donde se forman la fe, la esperanza y la caridad, y con ellas las otras virtudes. El Evangelio conduce así la Ley a su plenitud mediante la imitación de la perfección del Padre celestial (cf Mt 5,48), mediante el perdón de los enemigos y la oración por los perseguidores, según el modelo de la generosidad divina (cf Mt 5,44).

La Ley nueva practica los actos de la religión: la limosna, la oración y el ayuno, ordenándolos al "Padre que ve en lo secreto" por oposición al deseo "de ser visto por los hombres" (cf Mt 6,1-6. 16-18). Su oración es el Padre Nuestro (Mt 6,9-13).

La Ley evangélica entraña la elección decisiva entre "los dos caminos" (cf Mt 7,13-14) y la práctica de las palabras del Señor (cf Mt 7,21-27); está resumida en la regla de oro: "Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros; porque esta es la Ley y los profetas" (Mt 7,12; cf Lc 6,31).

Toda la Ley evangélica está contenida en el "mandamiento nuevo" de Jesús (Jn 13,34): amarnos los unos a los otros como él nos ha amado (cf Jn 15,12).

Al Sermón del monte conviene añadir la catequesis mora l de las enseñanzas apostólicas, como Rm 12-15; 1 Co 12-13; Col 3-4; Ef 4-5, etc. Esta doctrina trasmite la enseñanza del Señor con la autoridad de los apóstoles, especialmente exponiendo las virtudes que se derivan de la fe en Cristo y que anima la caridad, el principal don del Espíritu Santo. "Vuestra caridad se sin fingimiento...amándoos cordialmente los unos a los otros...con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración; compartiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad" (Rm 12,9-13). Esta catequesis nos enseña también a tratar los casos de conciencia a la luz de nuestra relación con Cristo y con la Iglesia (cf Rm 14; 1 Co 5-10).

La Ley nueva es llamada ley de amor, porque hace obrar por el amor que infunde el Espíritu Santo más que por el temor; ley de gracia, porque confiere la fuerza de la gracia para obrar mediante la fe y los sacramentos; ley de libertad (cf St 1,25; 2,12), porque nos libera de las observancias rituales y jurídicas de la Ley antigua, nos inclina a obrar espontáneamente bajo el impulso de la caridad y nos hace pasar de la condición del siervo "que ignora lo que hace su señor", a la de amigo de Cristo, "porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15,15), o también a la condición de hijo heredero (cf Gál 4,1-7. 21-31; Rm 8,15).

Más allá de los preceptos, la Ley nueva contiene los consejos evangélicos. La distinción tradicional entre mandamientos de Dios y consejos evangélicos se establece por relación a la caridad, perfección de la vida cristiana. Los preceptos están destinados a apartar loo que es incompatible con la caridad. Los consejos tienen por fin apartar lo que, incluso sin serle contrario, puede constituir un impedimento al desarrollo de la caridad (cf S. Tomás de Aquino, s.th. 2-2, 184,3).

Los consejos evangélicos manifiestan la plenitud viva de una caridad que nunca se sacia. Atestiguan su fuerza y estimulan nuestra prontitud espiritual. La perfección de la Ley nueva consiste esencialmente en los preceptos del amor de Dios y del prójimo. Los consejos indican vías más directas, medios más apropiados, y han de practicarse según la vocación de cada uno:

(Dios) no quiere que cada uno observe todos los consejos, sino solamente los que son convenientes según la diversidad de las personas, los tiempos, las ocasiones, y las fuerzas, como la caridad lo requiera. Porque es ésta la que, como reina de todas las virtudes, de todos los mandamientos, de todos los consejos, y en suma de todas leyes y de todas las acciones cristianas, la que da a todos y a todas rango, orden, tiempo y valor (S. Francisco de Sales, amor 8,6).

Artículo 3 LA BIENAVENTURANZA CRISTIANA

El Nuevo Testamento utiliza varias expresiones para caracterizar la bienaventuranza a la que Dios llama al hombre: la venida del Reino de Dios (cf Mt 4,17); la visión de Dios: "Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8; cf 1 Jn 3,2; 1 Co 13,12); la entrada en el gozo del Señor (cf Mt 25,21.23); la entrada en el Descanso de Dios (He 4,7-11):

Allí descansaremos y veremos; veremos y nos amaremos; amaremos y alabaremos. He aquí lo que acontecerá al fin sin fin. ¿Y qué otro fin tenemos, sino llegar al Reino que no tendrá fin? (S. Agustín, civ. 22,30)

Porque Dios nos ha puesto en el mundo para conocerle, servirle y amarle, y así ir al cielo. La bienaventuranza nos hace participar de la naturaleza divina (2 P 1,4) y de la Vida eterna (cf Jn 17,3). Con ella, el hombre entra en la gloria de Cristo (cf Rom 8,18) y en el gozo de la vida trinitaria.

Semejante bienaventuranza supera la inteligencia y las solas fuerzas humanas. Es fruto del don gratuito de Dios. Por eso la llamamos sobrenatural, así como la gracia que dispone al hombre a entrar en el gozo divino.

"Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios". Ciertamente, según su grandeza y su inexpresable gloria, "nadie verá a Dios y vivirá", porque el Padre es inasequible; pero según su amor, su bondad hacia los hombres y su omnipotencia llega hasta conceder a los que lo aman el privilegio de ver a Dios... "porque lo que es imposible para los hombres es posible para Dios" (S. Ireneo, haer. 4,20,5).

La bienaventuranza prometida nos coloca ante elecciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus instintos malvados y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino en Dios solo, fuente de todo bien y de todo amor:

El dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje "instintivo" la multitud, la masa de los hombres. Estos miden la dicha según la fortuna, y, según la fortuna también, mide la honorabilidad...Todo esto se debe a la convicción de que con la riqueza se puede todo. La riqueza por tanto es uno de los ídolos de nuestros días, y la notoriedad es otro...La notoriedad, el hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse una fama de prensa) ha llegado a ser considerada como un bien en sí misma, un bien soberano, un objeto de verdadera veneración (Newman, mix. 5, sobre la santidad).

El Decálogo, el Sermón de la Montaña y la catequesis apostólica nos describen los caminos que conducen al Reino de los Cielos. Por ellos avanzamos paso a paso mediante actos cotidianos, sostenidos por la gracia del Espíritu Santo. Fecundados por la Palabra de Cristo, damos lentamente frutos en la Iglesia para la gloria de Dios (cf La parábola del sembrador: Mt 13,3-23).

EL PECADO

I LA MISERICORDIA Y EL PECADO

1846 El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios con los pecadores (cf Lc 15). El ángel anuncia a José: "Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1,21). Y en la institución de la Eucaristía, sacramento de la redención, Jesús dice: "Esta es mi sangre de la alianza, que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26,28).

1847 "Dios nos ha creado sin nosotros, pero no ha querido salvarnos sin nosotros" (S. Agustín, serm. 169,11,13). La acogida de su misericordia exige de nosotros la confesión de nuestras faltas. "Si decimos: `no tenemos pecado', nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia" (1 Jn 1,8-9).

1848 Como afirma S. Pablo, "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rm 5,20). Pero para hacer su obra, la gracia debe descubrir el pecado para convertir nuestro corazón y conferirnos "la justicia para vida eterna por Jesucristo nuestro Señor" (Rm 5,20-21). Como un médico que descubre la herida antes de curarla, Dios, mediante su palabra y su espíritu, proyecta una luz viva sobre el pecado:

La conversión exige la convicción del pecado, y éste, siendo una verificación de la acción del Espíritu de la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva de la gracia y del amor: "Recibid el Espíritu Santo". Así, pues, en este "convencer en lo referente al pecado" descubrimos una "doble dádiva": el don de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redención. El Espíritu de la verdad es el Paráclito (DeV 31).

II DEFINICIÓN DE PECADO

1849 El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es un faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como "una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna" (S. Agustín, Faust. 22,27; S. Tomás de Aquino, s.th., 1-2, 71,6).

1850 El pecado es una ofensa a Dios: "Contra ti, contra ti solo he pecado, lo malo a tus ojos cometí" (Sal 51,6). El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de él nuestros corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelión contra Dios por el deseo de hacerse "como dioses", pretendiendo conocer y determinar el bien y el mal (Gn 3,5). El pecado es así "amor de sí hasta el desprecio de Dios" (S. Agustín, civ. 1,14,28). Por esta exaltación orgullosa de sí, el pecado es diametralmente opuesto a la obediencia de Jesús que realiza la salvación (cf Flp 2,6-9).

1851 En la Pasión, la misericordia de Cristo vence al pecado. En ella, es donde éste manifiesta mejor su violencia y su multiplicidad: incredulidad, rechazo y burlas por parte de los jefes y del pueblo, debilidad de Pilato y crueldad de los soldados, traición de Judas tan dura a Jesús, negaciones de Pedro y abandono de los discípulos. Sin embargo, en la hora misma de las tinieblas y del príncipe de este mundo (cf Jn 14,30), el sacrificio de Cristo se convierte secretamente en la fuente de la que brotará inagotable el perdón de nuestros pecados.

III DIVERSIDAD DE PECADOS

1852 La variedad de pecados es grande. La Escritura contiene varias listas. La carta a los Gálatas opone las obras de la carne al fruto del Espíritu: "Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios" (5,19-21; cf Rm 1,28-32; 1 Co 6,9-10; Ef 5, 3-5; Col 3, 5-8; 1 Tm 1, 9-10; 2 Tm 3, 2-5).

1853 Se pueden distinguir los pecados según su objeto, como en todo acto humano, o según las virtudes a las que se oponen, por exceso o por defecto, o según los mandamientos que quebrantan. Se los puede agrupar también según que se refieran a Dios, al prójimo o a sí mismo; se los puede dividir en pecados espirituales y carnales, o también en pecados de pensamiento, palabra, acción u omisión. La raíz del pecado está en el corazón del hombre, en su libre voluntad, según la enseñanza del Señor: "De dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Esto es lo que hace impuro al hombre" (Mt 15,19-20). En el corazón reside también la caridad, principio de las obras buenas y puras, que es herida por el pecado.

IV LA GRAVEDAD DEL PECADO: PECADO MORTAL Y VENIAL

1854 Conviene valorar los pecados según su gravedad. La distinción entre pecado mortal y venial, perceptible ya en la Escritura (cf 1 Jn 5,16-17) se ha impuesto en la tradición de la Iglesia. La experiencia de los hombres la corroboran.

1855 El pecado mortal destruye la caridad en el corazón del hombre por una infracción grave de la ley de Dios; aparta al hombre de Dios, que es su fin último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior.

El pecado venial deja subsistir la caridad, aunque la ofende y la hiere.

1856 El pecado mortal, que ataca en nosotros el principio vital que es la caridad, necesita una nueva iniciativa de la misericordia de Dios y una conversión del corazón que se realiza ordinariamente en el marco del sacramento de la reconciliación:

Cuando la voluntad se dirige a una cosa de suyo contraria a la caridad por la que estamos ordenados al fin último, el pecado, por su objeto mismo, tiene causa para ser mortal...sea contra el amor de Dios, como la blasfemia, el perjurio, etc., o contra el amor del prójimo, como el homicidio, el adulterio, etc...En cambio, cuando la voluntad del pecador se dirige a veces a una cosa que contiene en sí un desorden, pero que sin embargo no es contraria al amor de Dios y del prójimo, como una palabra ociosa, una risa superflua, etc. tales pecados son veniales (S. Tomás de Aquino, s.th. 1-2, 88, 2).

1857 Para que un pecado sea mortal se requieren tres condiciones: "Es pecado mortal lo que tiene como objeto una materia grave y que, además, es cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento" (RP 17).

1858 La materia grave es precisada por los Diez mandamientos según la respuesta de Jesús al joven rico: "No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes testimonio falso, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre" (Mc 10,19). La gravedad de los pecados es mayor o menor: un asesinato es más grave que un robo. La cualidad de las personas lesionadas cuenta también: la violencia ejercida contra los padres es más grave que la ejercida contra un extraño.

1859 El pecado mortal requiere plena conciencia y entero consentimiento. Presupone el conocimiento del carácter pecaminoso del acto, de su oposición a la Ley de Dios. Implica también un consentimiento suficientemente deliberado para ser una elección personal. La ignorancia afectada y el endurecimiento del corazón (cf Mc 3,5-6; Lc 16,19-31) no disminuyen, sino aumentan, el carácter voluntario del pecado.

1860 La ignorancia involuntaria puede disminuir, si no excusar, la imputabilidad de una falta grave, pero se supone que nadie ignora los principios de la ley moral que están inscritos en la conciencia de todo hombre. Los impulsos de la sensibilidad, las pasiones pueden igualmente reducir el carácter voluntario y libre de la falta, lo mismo que las presiones exteriores o los trastornos patológicos. El pecado por malicia, por elección deliberada del mal, es el más grave.

1861 El pecado mortal es una posibilidad radical de la libertad humana contra el amor. Entraña la pérdida de la caridad y la privación de la gracia santificante, es decir, del estado de gracia. Si no es eliminado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno; de modo que nuestra libertad tiene poder de hacer elecciones para siempre, sin retorno. Sin embargo, aunque podamos juzgar que un acto es en sí una falta grave, el juicio sobre las personas debemos confiarlo a la justicia y a la misericordia de Dios.

1862 Se comete un pecado venial cuando no se observa en una materia leve la medida prescrita por la ley moral, o cuando se desobedece a la ley moral en materia grave pero sin pleno conocimiento y sin entero consentimiento.

1863 El pecado venial debilita la caridad; entraña un afecto desordenado a bienes creados; impide el progreso del alma en el ejercicio de las virtudes y la práctica del bien moral; merece penas temporales. El pecado venial deliberado, que permanece sin arrepentimiento, nos dispone poco a poco a cometer el pecado mortal. No obstante, el pecado venial no rompe la Alianza con Dios. Es humanamente reparable con la gracia de Dios. "No priva de la gracia santificante, de la amistad con Dios, de la caridad, ni, por tanto, de la bienaventuranza eterna" (RP 17):

El hombre, mientras permanece en la carne, no puede evitar todo pecado, al menos los pecados leves. Pero estos pecados, que llamamos leves, no los consideres poca cosa: si los tienes por tales cuando los pesas, tiembla cuando los cuentas. Muchos objetos leves hacen una gran masa; muchas gotas de agua llenan un río. Muchos granos hacen un montón. ¿Cuál es entonces nuestra esperanza? Ante todo, la confesión...(S. Agustín, ep. Jo. 1,6).

1864 "Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada" (Mc 3,29; Lc 12,10). No hay límites a la misericordia de Dios, pero quien se niega deliberadamente a acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el perdón de sus pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo (cf DeV 46). Semejante endurecimiento puede conducir a la condenación final y a la perdición eterna.

V LA PROLIFERACIÓN DEL PECADO

1865 El pecado crea una facilidad para el pecado, engendra el vicio por la repetición de actos. De ahí resultan inclinaciones desviadas que oscurecen la conciencia y corrompen la valoración concreta del bien y del mal. Así el pecado tiende a reproducirse y a reforzarse, pero no puede destruir el sentido moral hasta su raíz.

1866 Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o también pueden ser comprendidos en los pecados capitales que la experiencia cristiana ha distinguido siguiendo a S. Juan Casiano y a S. Gregorio Magno (mor. 31,45). Son llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios. Entre ellos soberbia, avaricia, envidia, ira, lujuria, gula, pereza.

1867 La tradición catequética recuerda también que existen "pecados que claman al cielo". Claman al cielo: la sangre de Abel (cf Gn 4,10); el pecado de los Sodomitas (cf Gn 18,20; 19,13); el clamor del pueblo oprimido en Egipto (cf Ex 3,7-10); el lamento del extranjero, de la viuda y el huérfano (cf Ex 22,20-22); la injusticia para con el asalariado (cf Dt 24,14-15; Jc 5,4).

1868 El pecado es un acto personal. Pero nosotros tenemos una responsabilidad en los pecados cometidos por otros cuando cooperamos a ellos:

– participando directa y voluntariamente;

– ordenándolos, aconsejándolos, alabándolos o aprobándolos;

– no revelándolos o no impidiéndolos cuando se tiene obligación de hacerlo;

– protegiendo a los que hacen el mal.

1869 Así el pecado convierte a los hombres en cómplices unos de otros, hace reinar entre ellos la concupiscencia, la violencia y la injusticia. Los pecados provocan situaciones sociales e instituciones contrarias a la Bondad divina. Las "estructuras de pecado" son expresión y efecto de los pecados personales. Inducen a sus víctimas a cometer a su vez el mal. En un sentido analógico constituyen un "pecado social" (cf RP 16).

DIEZ MANDAMIENTOS

Según la Biblia (Escritura sagrada de los judíos, los cristianos y musulmanes) el profeta Moisés (aprox. 1250 a.C) recibió directamente de manos de Yahveh, "escritas con su dedo", una lista de órdenes o mandamientos que los israelitas debían respetar. El nombre decálogo, con que suelen designarse, procede de la fórmula griega δεκάλογος (dekalogos) con que se citan en la Septuaginta, la versión griega tradicional, tanto en Éxodo 34:28, como en Deuteronomio 10:4.

Según las escrituras, Moisés estuvo en el monte cuarenta días y cuarenta noches y en ellos le dio Dios escritos en dos tablas de piedra los diez Mandamientos. Cuando bajaba, vio al pueblo que estaba adorando al becerro de oro y enfadado las rompió. Pero posteriormente, volvió a subir y pidió a Dios que perdonase al pueblo y sellase con él la alianza. Entonces, el Señor pidió a Moisés que tomase dos planchas iguales de piedra y en ellas le mandó escribir o escribió las diez palabras de la alianza.

Los Diez Mandamientos

Las mitzvot (mandamientos divinos) contenidos en la Torá (Pentateuco) son muy numerosos, 613 según el cómputo judío, pero se le ha dado una significación especial a los que constituyen el tratado que Yahveh selló con el pueblo elegido en el curso del éxodo, escribiéndolos en tablas de piedra que entregó a Moisés en el monte sagrado Sinaí. El contenido de esos mandatos divinos se encuentra en varios pasajes del Pentateuco, distintos por su carácter y ninguno de los cuales es exactamente una lista de diez mandamientos; aunque esta afirmación es discutida por los que no admiten que en las Escrituras pueda haber el menor asomo de contradicción, ambigüedad o ineficiencia. Las dos fuentes principales son Éxodo 20: 2-17 y Deuteronomio 5: 6-21. En el libro del Éxodo (34:10-28) aparece otro texto muy antiguo, considerado por los antiguos rabinos israelitas como uno de los que mejor expresaban las exigencias de Jehová Dios al celebrarse la Alianza. Los que redactaron estos capítulos evidentemente conocían varios catálogos de mandamientos, redactados algunos siglos antes en otros lugares (como Ebla, Canaán o Ugarit), que pretendían expresar los mandatos de sus dioses.

Asimismo los escritores de la Biblia tenían varios relatos orales (por lo menos dos) de la ascensión de un santo a una montaña para hablar cerca de los dioses. Quizá esto explique por qué el profeta Moisés sube al monte Sinaí y recibe las dos tablas de piedra de manos de Yahveh, luego baja y las rompe y vuelve a subir. Este artificio literario permitía salvar los dos relatos de la ascensión de Moisés y ubicar en esos dos encuentros los dos decálogos más importantes.

El primer decálogo (y el más conocido) es el del capítulo 20 del Éxodo. Es más reciente y está dominado por una exigencia de justicia,escritos por el dedo de Dios, mientras que los Diez Mandamientos del capítulo 34 insistían más que nada en obligaciones, fiestas y ritos que mantenían en el antiguo israelita el sentido de su identidad religiosa y cultural en un ambiente peligroso para sus creencias.Cabe destacar que habian dos leyes; la ley de Dios escrita con su dedo y la ley de moises.Por lo tanto la ley de moises ya no es vigente en estos tiempos. Solo la ley de Dios de exodo 20 sigue vigente.

El libro del Éxodo contiene la siguiente narración y enumeración:

1 Y habló Dios todas estas palabras, diciendo:

2 Yo soy Yahveh tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre.

3 No tendrás dioses ajenos delante de mí.

4 No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra.

5 No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Yahveh tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen,

6 y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos.

7 No tomarás el nombre de Yahveh tu Dios en vano; porque no dará por inocente Yahveh al que tomare su nombre en vano.

8 Acuérdate del día de reposo para santificarlo.

9 Seis días trabajarás, y harás toda tu obra;

10 más el séptimo día es reposo para Yahveh tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas.

11 Porque en seis días hizo Yahveh los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Yahveh bendijo el día de reposo y lo santificó.

12 Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Yahveh tu Dios te da.

13 No matarás.

14 No cometerás adulterio.

15 No hurtarás.

16 No hablarás contra tu prójimo falso testimonio.

17 No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo.

«Éxodo 20:1-17».

El libro del Deuteronomio, cuyo nombre griego alude a que repite en buena medida el contenido de los anteriores, ofrece una enumeración muy semejante a la de Éxodo 20:

6 Yo soy Yahveh tu Dios, que te saqué de tierra de Egipto, de casa de servidumbre.

7 No tendrás dioses ajenos delante de mí.

8 No harás para ti escultura, ni imagen alguna de cosa que está arriba en los cielos, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra.

9 No te inclinarás a ellas ni las servirás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen,

10 y que hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos.

11 No tomarás el nombre de Yahveh tu Dios en vano; porque Yahveh no dará por inocente al que tome su nombre en vano.

12 Guardarás el día de reposo para santificarlo, como Yahveh tu Dios te ha mandado.

13 Seis días trabajarás, y harás toda tu obra;

14 más el séptimo día es reposo a Yahveh tu Dios; ninguna obra harás tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu buey, ni tu asno, ni ningún animal tuyo, ni el extranjero que está dentro de tus puertas, para que descanse tu siervo y tu sierva como tú.

15 Acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Yahveh tu Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido; por lo cual Yahveh tu Dios te ha mandado que guardes el día de reposo.

16 Honra a tu padre y a tu madre, como Yahveh tu Dios te ha mandado, para que sean prolongados tus días, y para que te vaya bien sobre la tierra que Yahveh tu Dios te da.

17 No matarás.

18 No cometerás adulterio.

19 No hurtarás.

20 No dirás falso testimonio contra tu prójimo.

21 No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni desearás la casa de tu prójimo, ni su tierra, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo.

«Deuteronomio 5:6-21».

Cuando Moisés bajó del Sinaí, encontró que los israelitas con ayuda de su hermano Aarón habían construido y adorado entretanto un ídolo y, airado, rompió las tablas contra el becerro de oro. Luego Dios le ordenó tallar otras tablas nuevas, en las que Dios mismo volvería a escribir sus mandamientos como en las primeras tablas (Éxodo, 34:1). En contradicción con el versículo 1, Dios ordena a Moisés escribir una alianza o pacto (versículo 27), que contiene otras cláusulas (Éxodo 34:10-28):

10 Y él contestó: He aquí, yo hago pacto delante de todo tu pueblo; haré maravillas que no han sido hechas en toda la tierra, ni en nación alguna, y verá todo el pueblo en medio del cual estás tú, la obra de Yahveh; porque será cosa tremenda la que yo haré contigo.

11 Guarda lo que yo te mando hoy; he aquí que yo echo de delante de tu presencia al amorreo, al cananeo, al heteo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo.

12 Guárdate de hacer alianza con los moradores de la tierra donde has de entrar, para que no sean tropezadero en medio de ti.

13 Derribaréis sus altares, y quebraréis sus estatuas, y cortaréis sus imágenes de Asera.

14 Porque no te has de inclinar a ningún otro dios, pues Yahveh, cuyo nombre es Celoso, Dios celoso es.

15 Por tanto, no harás alianza con los moradores de aquella tierra; porque fornicarán en pos de sus dioses, y ofrecerán sacrificios a sus dioses, y te invitarán, y comerás de sus sacrificios;

16 o tomando de sus hijas para tus hijos, y fornicando sus hijas en pos de sus dioses, harán fornicar también a tus hijos en pos de los dioses de ellas.

17 No te harás dioses de fundición.

18 La fiesta de los panes sin levadura guardarás; siete días comerás pan sin levadura, según te he mandado, en el tiempo señalado del mes de Abib; porque en el mes de Abib saliste de Egipto.

19 Todo primer nacido, mío es; y de tu ganado todo primogénito de vaca o de oveja, que sea macho.

20 Pero redimirás con cordero el primogénito del asno; y si no lo redimieres, quebrarás su cerviz. Redimirás todo primogénito de tus hijos; y ninguno se presentará delante de mí con las manos vacías.

21 Seis días trabajarás, mas en el séptimo día descansarás; aun en la arada y en la siega, descansarás.

22 También celebrarás la fiesta de las semanas, la de las primicias de la siega del trigo, y la fiesta de la cosecha a la salida del año.

23 Tres veces en el año se presentará todo varón tuyo delante de Jehová el Señor, Dios de Israel.

24 Porque yo arrojaré a las naciones de tu presencia, y ensancharé tu territorio; y ninguno codiciará tu tierra, cuando subas para presentarte delante de Yahveh tu Dios tres veces en el año.

25 No ofrecerás cosa leudada junto con la sangre de mi sacrificio, ni se dejará hasta la mañana nada del sacrificio de la fiesta de la pascua.

26 Las primicias de los primeros frutos de tu tierra llevarás a la casa de Yahveh tu Dios. No cocerás el cabrito en la leche de su madre.

27 Y Yahveh dijo a Moisés: Escribe tú estas palabras; porque conforme a estas palabras he hecho pacto contigo y con Israel.

28 Y él estuvo allí con Yahveh cuarenta días y cuarenta noches; no comió pan, ni bebió agua; y escribió en tablas las palabras del pacto, los diez mandamientos.

«Éxodo 34:10-28».

Aunque los mandatos contenidos en Éxodo 34 son notablemente diferentes en cuanto a su centro de interés y expresión, algunos descartan la posibilidad de que la Biblia tenga varias versiones del Decálogo. Observan, apoyándose en Éxodo 34:1,27-28 y Deuteronomio 10:1-4 las coincidencias siguientes:

• Tanto en Éxodo 34, como en Deuteronomio 10, las tablas de piedra y los mandamientos de que se habla son los mismos.

• En los dos libros Dios le dice a Moisés que Él será (Dios) el que escriba en las tablas de piedra.

• En las dos versiones Dios afirma que escribirá las mismas palabras que estaban en las primeras.

• En Deuteronomio 10 Moisés relata claramente que Dios fue el que escribió en las tablas de piedra, pero en Éxodo 34:27-28 no queda claro si Dios escribe o solamente dicta, porque el sujeto no es especificado en el último versículo. Puede alegarse que fue Dios mismo citando Éxodo 34:1 y Deuteronomio 10:4. (Sólo en la versión Reina-Valera 2000, se traduce que «el Señor escribió en las tablas las palabras del pacto, los Diez Mandamientos.»)

Según esta interpretación, de la que puede sospecharse que busca evitar reproches de contradicción y dudas sobre la autenticidad de la revelación, lo que Dios le mandó escribir a Moisés en Éxodo 34:27 no son los Diez Mandamientos, sino un conjunto de ordenanzas como muchas otras que contiene el Pentateuco y posteriormente Dios escribe nuevamente con su dedo en las tablas de piedra los mismos y únicos Diez Mandamientos, que no son los que se enumeran en el capítulo.

Distribución del decálogo en la Iglesia Católica

¿Cómo estaban los diez Mandamientos distribuidos en las dos tablas? Existe diversidad de opiniones al respecto:

• Filón aseguraba que cinco en cada una, opinión que ha sido secundada por algunos a lo largo de la historia entendiendo que en la primera tabla estaban los preceptos de la piedad y en la segunda los de la prohibidad.

• Otros rabinos juzgaban que estaban todos en cada una de las tablas.

• San Agustín creía que tres en la primera y siete en la segunda y así se siguió esta creencia por la generalidad de los católicos después de San Agustín. En efecto, se suele hacer una correspondencia -no necesariamente histórica, sino metafórica- entre los dos mandamientos de Jesús y los diez mandamientos: "Amarás al Señor tu Dios..." corresponde a los tres primeros y "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" corresponde a los 7 restantes.

1. Amarás a Dios sobre todas las cosas.

2. No tomarás el Nombre de Dios en vano.

3. Santificarás las fiestas.

4. Honrarás a tu padre y a tu madre.

5. No matarás.

6. No cometerás actos impuros.

7. No robarás.

8. No darás falso testimonio ni mentirás.

9. No consentirás pensamientos ni deseos impuros.

10. No codiciarás los bienes ajenos.

El decálogo en la Iglesia Católica

El catecismo católico, a partir de Mateo 22;37-39[1] resume los mandamientos: "Estos diez Mandamientos se reúnen en dos; amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo."

Sin embargo las discrepancias entre las distintas observancias cristianas y judías derivan de la interpretación, y a menudo también de qué otras fuentes se considera oportuno atender. El resultado son listas alternativas por su formulación u orden. La versión más popular entre las iglesias protestantes, salvo la luterana, para algunos más fieles a la enumeración del capítulo 20 del Éxodo, dice:

1. No tendrás Dioses ajenos delante de mí.

2. No te harás imagen.

3. No tomarás el nombre del Señor, tu Dios, en vano.

4. Acuérdate del sábado para santificarlo.

5. Honra a tu padre y a tu madre.

6. No matarás.

7. No cometerás adulterio.

8. No hurtarás.

9. No darás contra tu prójimo falso testimonio.

10. No codiciarás.

Puede observarse que la mayor discrepancia se refiere al asunto de las imágenes, en el que aparece un problema clásico de interpretación. Aunque la prohibición es expresa en el texto bíblico, la tradición católica considera desde el segundo concilio de Nicea de 787 que la encarnación (la asunción por Yahveh de la forma y la naturaleza humana de Jesús) equivale a una revocación práctica de aquella prohibición; y también que el fondo de la prohibición aparece ya reflejado en el primer mandamiento.

Otras diferencias surgen de la ampliación o reinterpretación que se hacen derivar de otras partes de la escritura sagrada. Para los católicos la fuente adicional más importante es el evangelio de Mateo y para los protestantes los escritos atribuidos a San Pablo.

Los Diez mandamientos en la Iglesia Mormona

La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días enseña que todavía se aplica este pasaje de «Deuteronomio 7:13».: "Y te amará, te bendecirá y te multiplicará, y bendecirá el fruto de tu vientre y el fruto de tu tierra, tu grano, tu mosto, tu aceite, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas, en la tierra [...]"

Esta cita bíblica es comprobada a partir de la enseña presente en una escritura moderna de la Iglesia contenida en el libro de Doctrina y Convenios, en la cual Dios ha prometido bendiciones similares para las comunidades que guarden los Diez Mandamientos hoy en día (Véase en «Doctrina y Convenio 59:16-19».).

Aparte de los Diez mandamientos, dentro de la enseñanza de la Iglesia se incluyen los principios de:

• Honestidad.

• Obedecer la ley de castidad antes del matrimonio.

• Fidelidad dentro del matrimonio.

• No participar en el aborto.

• No mirar los materiales pornográficos.

• Que la ley de Moisés (que pertenece a los muchos mandatos y leyes adicionales y el sacrificio de animales) se cumplió con la resurrección de Jesucristo, pero los diez mandamientos permanecen.

Los Diez Mandamientos en el Judaísmo

En la religión judía, en la Torá, los Diez Mandamientos está divididos del siguiente modo de acuerdo con el curso de Introducción a la Torá de la Universidad Virtual de Judaísmo. Citamos a continuación el pasaje bíblico del Éxodo 20, dividido en mandamientos:

Dios dijo todas estas palabras, diciendo:

Primer mandamiento: "Yo Soy El Eterno, tu Dios, Quien te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de la esclavitud".

Segundo mandamiento: "No tendrás ni reconocerás- a otros dioses en Mi presencia –fuera de Mí. No te harás una imagen tallada ni ninguna semejanza de aquello que está arriba en los cielos ni abajo en la tierra ni en el agua debajo de la tierra. No te postrarás ante ellos ni los adorarás, pues Yo soy El Eterno, tu Dios, un Dios celoso, Quien tiene presente el pecado de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación con Mis enemigos; pero Quien muestra benevolencia con miles de generaciones a aquellos que Me aman y observan Mis preceptos".

Tercer mandamiento:"No tomarás para jurar en el Nombre de El Eterno, tu Dios, en vano, pues El Eterno no absolverá a nadie que tome Su Nombre en vano".

Cuarto mandamiento: "Recuerda el día de Shabat, para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu labor; mas el séptimo día es Shabat para El Eterno, tu Dios; no harás ninguna labor, tú, tu hijo, tu hija, tu esclavo, tu sirvienta, tu animal y tu converso dentro de tus puertas, pues en seis días El Eterno hizo los cielos y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, y descansó el séptimo día. Por eso, El Eterno bendijo el día de Shabat y lo santificó".

Quinto mandamiento: "Honra a tu padre y tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que El Eterno, tu Dios, te da".

Sexto mandamiento: "No asesinarás al inocente"

Séptimo mandamiento:"No cometerás adulterio"

Octavo mandamiento:"No robarás"

Noveno mandamiento: "No prestarás falso testimonio contra tu prójimo".

Décimo mandamiento: No desearás la casa de tu prójimo. No desearás la mujer de tu prójimo, su sirviente, su sirvienta, su buey, su burro, ni nada que le pertenezca a tu prójimo.

Los Diez mandamientos en las Iglesias Evangélicas

Las Iglesias Evangélicas coinciden con los judíos en que los 10 Mandamientos son los que se citan en dos ocasiones en el Antiguo Testamento, en Éxodo 20 y en Deuteronomio 5:

• El Primero: "Yo soy Yahveh tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí"

• El Segundo: "No te harás escultura ni imagen alguna, ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto. Porque yo, Yahveh tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian, y tengo misericordia por mil generaciones con los que me aman y guardan mis mandamientos"

• El Tercero: "No tomarás en falso el nombre de Yahveh tu Dios, porque Yahveh no dejará sin castigo a quien toma su nombre en falso"

• El Cuarto: "Guardarás el día de reposo para santificarlo, como te lo ha mandado Yahveh tu Dios. Seis días trabajarás y harás todas tus tareas, pero el día séptimo es día de descanso para Yahveh tu Dios. No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu buey, ni tu asno, ni ninguna de tus bestias, ni el forastero que vive en tus ciudades; de modo que puedan descansar, como tú, tu siervo, y tu sierva. Recuerda que fuiste esclavo en el país de Egipto y que Yahveh tu Dios te sacó de allí con mano fuerte y tenso brazo; por eso Yahveh tu Dios te ha mandado guardar el día de reposo"

• El Quinto: "Honra a tu padre y a tu madre, como te lo ha mandado Yahveh tu Dios, para que se prolonguen tus días y seas feliz en el suelo que Yahveh tu Dios te da" -

• El Sexto: "No matarás"

• El Séptimo: "No cometerás adulterio"

• El Octavo: "No robarás"

• El Noveno: "No darás testimonio falso contra tu prójimo"

• El Décimo: "No desearás la mujer de tu prójimo, no codiciarás su casa, su campo, su siervo o su sierva, su buey o su asno: nada que sea de tu prójimo"

Discrepancias con el 2º mandamiento y 4º mandamiento

Las principales discrepancias en este aspecto entre Protestantismo y Catolicismo Romano está en el Segundo Mandamiento, que según la lectura literal de la Biblia prohibiría la realización de imágenes y su adoración; y el Cuarto Mandamiento - "Acuérdate del sábado para santificarlo". La Iglesia Católico-Romana lo cambia por Santificar las fiestas y divide el décimo en 9º y 10ª en su Catecismo, y con respecto al 4º de guardar el sábado lo cambia por Santificar las fiestas.

Controversia histórica sobre la circuncisión en el Judaísmo

Según la Encyclopaedia Judaica (Jerusalem: Keter publishing house limited; 1972. t. V, p. 571), el movimiento de los rabinos reformistas, nacido en Frankfurt en 1843 y todavía activo en los EE. UU., utilizó como argumento principal el hecho que "la circuncisión no fue ordenada a Moisés" - o sea la ausencia del mandamiento de la circuncisión en los Diez Mandamientos - para rechazar el Mandamiento dado a Abraham. Sin embargo, cuando las autoridades ortodoxas disputaron sus argumentos, los rabinos reformistas alemanes, después de veinte años, regresaron a la circuncisión.

Otros mandamientos bíblicos menos conocidos

El Éxodo (donde aparece el relato de los Diez Mandamientos de Moisés) es sólo uno de los libros de la Torá. Para los fundamentalistas que abogan por la aceptación literal de la Biblia, en los cinco libros del Pentateuco hay unos 600 mandamientos que seguir.

Así por ejemplo, los judíos ortodoxos consideran pecaminoso el cocinar juntos carnes y productos lácteos, atendiendo a los dos versículos que lo prohíben expresamente: “No cocerás al cabrito en la leche de su madre” (Éx. 23.19 y también 34:26). Otros mandamientos del mismo género:

• “No maldecirás a los dirigentes de tu país”.[1]

• “El que trate sin respeto a su padre o a su madre, muera sin remedio” (Éx. 21.17).

• “El que tenga relación sexual con un animal, muera sin remedio”.[2]

• “No hagas amistad con los habitantes del país que visites, no sea que lleguen a ser una trampa para ti. Más bien destruye sus altares, quiebra sus estatuas y corta sus árboles sagrados” (Éx. 34.12-13).

Muchos fundamentalistas afirman que estos no son mandamientos, sino leyes escritas por la sociedad judía de la época. Otros afirman[cita requerida] que muchas de estos mandamientos fueron completados por los judíos, al afirmar que los gobernantes de cada época fijaban la pena para cada violación a los mandamientos; de esta manera, el mandamiento "amarás a tu padre y a tu madre", fue completado como, "El que trate sin respeto a su padre o a su madre, muera sin remedio" (Éx. 21.17).

Discrepancias éticas sobre los mandamientos

Para muchas personas, principalmente ateos, humanistas y deístas, es inaceptable la creencia de los judíos y cristianos de que los Diez Mandamientos son una fuente insuperable de enseñanza moral y ética. Encuentran problemática la reducción de la mujer al papel de posesión del hombre, la condonación implícita de la esclavitud y en otros mandamientos bíblicos la imposición de la pena de muerte a quienes mantengan relaciones homosexuales, entre otros ejemplos. Estos textos están presentes en la forma no popularizada de los mandamientos. Citamos algunos:

• “Si el esclavo tiene esposa (que fue dada por el patrón), luego de seis años el esclavo quedará libre pero la esposa y los hijos que haya tenido con ella serán del patrón” (Éx. 21.4).

• “Si el esclavo dice: «Estoy bien con mi patrón, no quiero la libertad», el dueño lo llevará ante Yahvéh y acercándolo a los postes de la puerta de su casa le agujereará la oreja con su punzón y este hombre quedará a su servicio para siempre” (Éx. 21.5,6).

• “Si un hombre vende a su hija como esclava, ésta no podrá recuperar su libertad como la recuperan los esclavos varones” (Éx. 21.7).

• “Cuando dos hombres se estén peleando y la esposa de uno de ellos venga a rescatar a su esposo de manos de su atacante, si la mujer le hiere los genitales al otro hombre, tú le cortarás a ella la mano. No le tendrás compasión.”. (Deuteronomio 25.11-12).

Muchos judíos y cristianos justifican estos mandamientos como leyes culturales sin origen divino (al contrario de los diez mandamientos)[cita requerida]. Afirman que estas leyes existen debido a que las culturas antiguas solían sobreponer la figura del hombre sobre la mujer. Algunos teólogos concuerdan en que las penas por violar estos mandamientos eran fijadas por la sociedad judía, mientras que los mandamientos eran dictados por los profetas que supuestamente hablaban en nombre de Dios.

La Ley y los Profetas

El Sermón en el Monte

La corriente popular dominante de la Cristiandad Protestante enseña que Jesús vino a abolir las leyes y los mandamientos de Dios. Enseña que todas las leyes de Dios fueron clavadas en la cruz. ¿Es eso verdad? ¿Abolió verdaderamente Jesús las leyes de Dios? ¿Están los cristianos libres de cualquier obligación de obedecer a Dios? ¿Cambió Jesús verdaderamente el día del culto del séptimo día sábado al primer día de la semana, el domingo? Este artículo muestra las verdaderas enseñanzas del Dios Padre y Jesucristo como lo contiene el Nuevo Testamento Un verdadero entendimiento de las palabras de Jesucristo prueba que esa corriente popular dominante de Protestantes que enseña que Jesús abolió las leyes y los mandamientos de Dios no es verdad.

El Sermón en el Monte fue predicado a principios del ministerio de Jesucristo. Después de escoger a doce de Sus discípulos para ser testigos de todas las palabras que Él habló, Jesús les enseñó los principios básicos espirituales que están registrados en Mateo 5-7 y Lucas 6. Estas enseñanzas, ahora conocidas como el Sermón en el Monte, fueron las palabras iniciales del Nuevo Pacto. A diferencia del Antiguo Pacto, que ofrecía las bendiciones físicas de salud y prosperidad, el Nuevo Pacto abrió el camino a las bendiciones espirituales de la vida eterna con el poder y la gloria eterna.

A lo largo de la Biblia, hay un contraste entre lo físico y lo espiritual. Las palabras del apóstol Pablo muestran que lo físico viene primero, luego lo espiritual (I Corintios 15:45-47). Adán, el primer hombre sobre la tierra, vino de la tierra y era físico. El segundo Adán, Jesucristo, vino del cielo y es espiritual. En la misma forma, el Antiguo Pacto, que fue físico, fue establecido antes del Nuevo Pacto, que es espiritual. En el día de Pentecostés, Dios estableció el Antiguo Pacto con los hijos de Israel proclamando los Diez Mandamientos desde la cima del Monte Sinaí. El acontecimiento fue tan aterrorizante para la gente que ellos le imploraron a Moisés no dejar que Dios les hablara: “Y todo el pueblo observaba el estruendo, y los rayos, y el sonido de la trompeta, y la montaña que humeaba: y viéndolo el pueblo, temblaron y se pusieron muy lejos. Y le dijeron a Moisés, ‘Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos: pero no hable Dios con nosotros para que no muramos" (Éxodo 20:18-19).

Porque los hijos de Israel tenían miedo de oír a Dios hablar, Moisés se paró entre Dios y la gente para traerles todas las palabras de Dios. Moisés subió a la cima del Monte Sinaí para reunirse con Dios. En aquel momento, Dios le dio los estatutos, los decretos y otras leyes para entregarle a los hijos de Israel. Como el intermediario que entregó la ley a la gente, Moisés era considerado un legislador, aunque él mismo no originó ninguna de las leyes ni los mandamientos (Éxodo 20-23).

Cuando Moisés bajó de reunirse con Dios, él les leyó todas las palabras de Dios a los oídos de la gente. A una sola voz, la gente acordó obedecer en todo lo que Dios había ordenado. Entonces el Pacto fue ratificado con un sacrificio de sangre: “Y Moisés vino y contó al pueblo todas las palabras del SEÑOR, y todas los leyes: y todo el pueblo respondió a una voz, y dijo, ‘Haremos todas las palabras que el SEÑOR ha dicho.’ Y Moisés escribió todas las palabras del SEÑOR, y levantándose de mañana edificó un altar al pie del monte, y doce columnas, según las doce tribus de Israel. Y envió jóvenes de los hijos de Israel, los cuales ofrecieron holocaustos y becerros como sacrificios de paz al SEÑOR. Y Moisés tomó la mitad de la sangre, y lo puso en tazones, y esparció la otra mitad de la sangre sobre él altar. Y tomó el libro del pacto y lo leyó a oídos del pueblo; el cual dijo: Haremos todas las cosas que el SEÑOR ha dicho y obedeceremos. Entonces Moisés tomó la sangre y roció sobre el pueblo, y dijo, “He aquí la sangre del pacto que el SEÑOR ha hecho con vosotros sobre todas estas cosas” “(Éxodo 24:3-8).

El Pacto que Dios hizo con los hijos de Israel en el Monte Sinaí contenía las bendiciones y las maldiciones. Dios prometió bendecir a los hijos de Israel si ellos obedecían Sus mandamientos y leyes; pero si ellos desobedecían, ellos cosecharían en retorno las maldiciones por sus pecados y transgresiones. En esta manera, Dios estableció el Antiguo Pacto con las doce tribus de Israel: “Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal; porque yo te mando hoy que ames al SEÑOR tu Dios, que andes en sus caminos, y guardes Sus mandamientos, Sus estatutos y Sus decretos, para que vivas y seas multiplicado, y el SEÑOR tu Dios te bendiga en la tierra a la cual entras para tomar posesión de ella.

“Más si tu corazón se apartare y no oyeres, y te dejares extraviar, y te inclinaras a dioses ajenos, y les sirvieres; yo os protesto hoy que de cierto perecieres; no prolongareis vuestros días sobre la tierra adonde vais, pasando el Jordán, para entrar en posesión de ella. A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia; amando al SEÑOR tu Dios, atendiendo a Su voz, y siguiéndole a Él; porque Él es la vida para ti, y la prolongación de tus días; a fin de que habites sobre la tierra que juró el SEÑOR a tus padres, Abraham, Isaac, y Jacob, que les había de dar” (Deuteronomio 30:15-20).

El oficio de Moisés como mediador y legislador fue como una especie física de la venida del Legislador espiritual, Jesucristo. Cuando los hijos de Israel estaban a punto de entrar a la Tierra Prometida, Dios le dio a Moisés esta profecía de la venida del Mesías: “Y el SEÑOR me dijo: Han hablado bien en lo que han dicho [ellos no querían que Dios les hablara, sino a Moisés]. Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca; y El les hablará todo lo que yo le mandare.

Más a cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuentas “(Deuteronomio 18:17-19).

Jesucristo el Legislador Espiritual

Esta profecía de la venida del Mesías revela que toda persona que rechaza las palabras de Jesucristo será tenida como responsable por Dios en el día del Juicio. Durante Su ministerio, Jesús confirmó que Él era ese Profeta y que sus palabras son la medida por lo que todo será juzgado: “Al que oyere Mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero. Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre, que me envió, Él me dio mandamiento de lo que he de decir y de lo que he de hablar” (Juan 12:47-49).

El oficio espiritual de Jesucristo supera el oficio físico de Moisés. Jesucristo era Dios manifestado en persona. El era el Señor y Dios del Antiguo Testamento quien había establecido el Antiguo Pacto con los hijos de Israel. Él vino a la tierra a entregarles las maldiciones que el Pacto les había impuesto por sus pecados, y para redimir a toda la humanidad de la pena de muerte por sus transgresiones de las leyes santas y justas de Dios (Romanos 7:14; 3:9-19). Su muerte finalizó el Antiguo Pacto con la administración de la muerte, y el establecimiento del Nuevo Pacto, que ofrece el don de la vida eterna.

A diferencia del Antiguo Pacto, que requería la obediencia al pie de la letra de la ley, el Nuevo Pacto se basa en la obediencia del corazón—satisfaciendo las leyes de Dios no sólo en la letra, sino también en su total intención espiritual. Por esta razón, Jesucristo vino como el Legislador espiritual para ampliar y magnificar los mandamientos y las leyes de Dios, como lo profetizó Isaías: “El SEÑOR se complació por amor de su justicia; Él magnificará la ley, y la engrandecerá [o la hará gloriosa]” (Isaías 42:21).

Como el Legislador espiritual, Jesucristo reveló el total significado de las leyes de Dios. Él recibió una comisión del Dios Padre de predicar el evangelio y proclamar el significado espiritual de los mandamientos de Dios, a fin traer el conocimiento de la salvación al mundo. Después que Juan Bautista fue puesto en prisión, Jesucristo comenzó su ministerio. Él ordenó a la gente a arrepentirse de sus pecados y a creer en el evangelio: “Principio del evangelio de Jesucristo, el Hijo de Dios. Y diciendo:"El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio “(Marcos 1:1, 15).

A través de Su ministerio, Jesús enseno el arrepentimiento del pecado, que está claramente definido en el Nuevo Testamento como la transgresión de las leyes de Dios (I Juan 3:4). Dios inspiró las palabras de Jesucristo a ser registradas en los Evangelios y canonizadas por los apóstoles con los otros libros del Nuevo Testamento. A través de los siglos, desde el tiempo de Jesús hasta ahora, Dios ha preservado divinamente estas Escrituras para el mundo.

Las cuatro narraciones del Evangelio de la vida y el ministerio de Jesucristo revelan que Dios ahora requiere la obediencia a sus mandamientos no sólo en la letra de la ley sino en el espíritu de la ley. Pero a pesar de las enseñanzas de Jesús, que magnifican las leyes y los mandamientos de Dios, a la mayoría de los que profesan ser cristianos se les ha enseñado que Jesucristo vino a abolir las leyes de Dios. Jesús denunció enfáticamente estas enseñanzas en el Sermón del Monte: "No penséis que he venido para abrogar la Ley o los Profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la Ley hasta que todo se haya cumplido” (Mateo 5:17-18).

Cuando Jesucristo cumplió la ley, Él no la abolió. Las propias palabras de Jesús en el Evangelio de Mateo hizo esto muy claro. ¿Entonces en qué manera cumplió Él la ley?

Para reconocer cómo Él cumplió la ley, debemos entender el significado de la palabra “cumplir.” La palabra en español “cumplir” es traducida del verbo griego ßXßpowipleeroo, que significa: “hacerlo completo, llenar completar, cumplir. En Mateo 5:17 dependiendo en cómo uno prefiere interpretar el contexto, Xipowpleeroo se entiende aquí como completar, hacer, llevarse a cabo, o traer la expresión completa, expone su verdadero significado espiritual, o como llenar, completar” (Arndt y Gingrich, A Greek-English Lexicon of the New Testament).

Como el Legislador espiritual, Jesucristo cumplió la ley de Dios trayéndola a su completa expresión, revelando su completo significado espiritual y la intención. Él “llenó (cumplió) la ley en su totalidad” enseñando obediencia en el espíritu de la ley. Cumplir la Ley de Dios amplificando su significado y la aplicación es exactamente lo contrario de abolir la ley. Si Jesús hubiera venido a abolir las leyes de Dios, Él no las habría magnificado ni habría expandido su significado, haciéndolas aún más vinculantes. Si las leyes de Dios no fueran hoy vinculantes no podría haber pecado, porque “pecado es la transgresión de la ley” (I Juan 3:4). Y si no hubieran pecadores, no habría la necesidad de un Salvador. Pero las Escrituras de ambos, el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, testifican que Jesucristo vino a salvar a la humanidad del pecado. En vez de abolir o “eliminar la ley,” Jesús vino a tomar sobre Él mismo la pena por nuestros pecados y transgresiones de las leyes de Dios, y para mostrarnos el camino a la vida eterna a través de la obediencia espiritual del corazón.

Pues, así es como Él magnificó las leyes y los mandamientos de Dios y los hizo honorables.

El Significado Espiritual de los Mandamientos Revelados en el Sermón del Monte

Como el Legislador espiritual, Jesucristo le enseñó a Sus discípulos el significado espiritual y la aplicación de cada una de las leyes y mandamientos de Dios. Examinemos cómo Él magnificó el Sexto Mandamiento en el Sermón del Monte: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano sin causa será culpable de juicio y cualquiera que diga: Necio,"Raca" a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego [el lago de fuego] (Mateo 5:21-22).

Jesús hizo bien claro que el homicidio comienza en el corazón y es arraigado en el odio y la cólera. La amplificación espiritual del Sexto Mandamiento, como es enseñado por Jesucristo, se extiende mucho más allá de la letra de la ley, que juzga sólo los actos físicos de violencia. Bajo el Nuevo Pacto, este mandamiento se debe obedecer en los pensamientos e intenciones del corazón. La obediencia ya no está restringida a la letra de la ley y la verdadera acción de cometer asesinato. Por el nuevo estándar espiritual de obediencia, el odio en el corazón de una persona es juzgado como asesinato. Este estándar espiritual también se aplica al odio por un enemigo: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo.’ Pero yo os digo: [como el Legislador espiritual] Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que los os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos. Que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed pues vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:43-48).

Cuando Jesús estaba muriendo en la cruz, Él dio el perfecto ejemplo de amar a sus enemigos y orar por los que despectivamente lo usaron. Note la oración de Jesús mientras Él sufría agonía e ignominia en sus manos: “Y Jesús dijo, "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).

En el Sermón del Monte, Jesús enseñó también el significado espiritual y la aplicación del Séptimo Mandamiento: “No cometerás adulterio.” Note como Jesús magnificó este mandamiento: “Oísteis que fue dicho, "No cometerás adulterio." Pero yo os digo [como Legislador espiritual], que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla ya adulteró con ella en su corazón. (Mateo 5:27-28).

Jesús hizo el Séptimo Mandamiento mucho más vinculante que la letra de la ley. Desde el tiempo que Jesucristo enseñó el significado espiritual de este mandamiento, todo individuo ha sido mantenido responsable de sus pensamientos de adulterio, se haya o no cometido el acto físico. Jesucristo magnificó el Séptimo Mandamiento revelando su total significado espiritual y su aplicación. Una examinación de las siguientes enseñanzas en el Sermón del Monte, como está registrado en Mateo 5-7, mostrará que Jesús reveló, el total significado espiritual de todas las leyes y los mandamientos de Dios.

Aplicando el Espíritu de la Ley no Anula la Letra

Más de treinta años después que Jesús predicó el Sermón en el Monte, el apóstol Santiago escribió una epístola en la que expuso el significado espiritual de los mandamientos de Dios. En su epístola, Santiago demuestra que las enseñanzas de Jesús con respecto al espíritu de la ley no eliminaron la necesidad de obedecer la letra de la ley. Santiago explica que el mandamiento de Jesús de “amar a tu prójimo como a ti mismo" requiere que vivamos en obediencia a los mandamientos de Dios. Santiago se refiere específicamente al Sexto y Séptimo Mandamiento, y lo hace muy claro que infringir cualquiera de los mandamientos de Dios es pecado: “Si en verdad cumplís la Ley Real conforme a la Escritura: 'Amarás a tu prójimo como a ti mismo,' bien hacéis; pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores; porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho, No matarás. Ahora bien si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley. Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad” (Santiago 2:8-12).

Cuando estudiamos los escritos de los apóstoles en el Nuevo Testamento no hay duda que ellos enseñaron el total significado espiritual de las leyes y los mandamientos de Dios, exactamente como Jesús lo hizo. Nunca en ningún momento ellos escribieron o enseñaron que Jesucristo vino a abolir las leyes de Dios. Las palabras de Santiago no dejan ninguna duda. El escribió, “Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto se hace culpable de todo.” No hay nada en las declaraciones del apóstol Santiago que insinúe remotamente que las leyes de Dios se abolieron cuando Jesús murió en la cruz. Al escribir estas palabras muchos años después de la muerte y resurrección de Jesucristo, Santiago confirma que Jesús no “eliminó” las leyes de Dios. Santiago lo hace explícitamente claro que los Cristianos están obligados a guardar los mandamientos de Dios.

El apóstol Juan, que sobrevivió a todos los otros apóstoles, también enseñó obediencia a las leyes y mandamientos de Dios. En la última década del primer siglo, Juan escribió su Evangelio, tres epístolas y el libro de Apocalipsis. En su primera epístola, él escribió muy enfáticamente que la obediencia a los mandamientos de Dios es el estándar que separa a los verdaderos seguidores de Jesucristo de aquellos que simplemente profesan Su nombre. Note: “Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos Sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda Sus mandamientos, el tal es un mentiroso, y la verdad no está en él; pero él que guarda Su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; [hecho completo], por esto sabemos que estamos en Él. El que dice que permanece en Él debe andar como Él anduvo” (I Juan 2:3-6).

Juan lo dice muy claro que aquellos que creen sinceramente en Jesucristo estarán caminando como Jesús caminó. Ellos estarán guardando los mandamientos de Dios, como Jesús lo hizo, y como Él enseñó a otros a hacerlo (Juan 15:10, Mateo 19:17-19). Cualquiera que profese creer en Jesucristo pero no guarda los mandamientos de Dios es un mentiroso, según las escrituras del Nuevo Testamento. Para un ministro o maestro que clama que las leyes y los mandamientos de Dios han sido abolidos es una flagrante negación de las verdaderas enseñanzas de Jesucristo y Sus apóstoles, las que están preservadas en el Nuevo Testamento. Los verdaderos Cristianos necesitan estar en alerta contra tales “hacedores de maldad,” que predican contra las leyes de Dios y condenan la observación de los mandamientos.

Como el apóstol Juan lo demuestra, que aquellos que guardan los mandamientos de Dios no están bajo la condenación sino que pueden acercarse a Dios con confianza, sabiendo que Él oirá y responderá sus oraciones: “Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios. Y cualquier cosa que pidiéremos la recibiremos de Él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos las cosas que son agradables delante de Él” (I Juan 3:21-22).

El Nuevo Testamento no respalda la enseñanza, tan ampliamente aceptada, que guardar los mandamientos es opuesto a la fe. Al contrario, las palabras de Juan demuestran que guardar los mandamientos de Dios es un signo de verdadera fe y el amor que Dios imparte a través de la morada de Su Espíritu: “Y este es Su mandamiento: Que creamos en el nombre de Su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros [cumpliendo la Ley Real de guardar los mandamientos de Dios], exactamente como nos lo ha mandado. Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que Él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado” (versos 23-24).

La corriente dominante de la Cristiandad popular ignora estas inspiradas escrituras del Nuevo Testamento y enseña que amar a Dios y el uno al otro elimina la necesidad para guardar los mandamientos de Dios. Otra vez Juan expone el error en esta teología. Juan indica que obediencia a los mandamientos de Dios es el mismo estandard por el cual es medido el amor por Dios y Sus hijos: “En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios y guardamos sus mandamientos. Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (I Juan 5:2-3).

La verdad Bíblica es esta: Si amamos a Jesucristo y al Dios Padre, estaremos motivados a guardar los mandamientos de Dios. Desearemos guardar Sus mandamientos en el espíritu de la ley como una manifestación exterior de nuestro amor para Él. Aquellos que profesan amar Dios, pero rehúsan guardar Sus mandamientos, no entienden el amor de Dios. Ellos están siendo guiados por sus propias emociones humanas y no por el amor que Dios imparte a Sus hijos a través del don del Espíritu Santo. Los sentimientos emocionales no pueden ser substituídos para guardar los mandamientos de Dios. Aquellos que claman amar Dios, pero están practicando la maldad, se engañan a sí mismos.

Jesucristo instruye específicamente a aquellos que lo aman a guardar sus mandamientos. Note: “Si me amáis, guardad mis mandamientos... El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y él que ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él. .. El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada con él. El que no me ama no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió” (Juan 14:15, 21-24).

Jesucristo no dejó lugar para dudas ni para mala interpretación. Si usted lo ama, usted guardará sus mandamientos. Si usted no guarda sus palabras, usted no lo ama. A menos que usted esté guardando sus mandamientos, cualquier profesión de fe y amor hacia Jesucristo y al Dios Padre es vacía y en vano.

Jesucristo dio el perfecto ejemplo del verdadero amor santo guardando todos los mandamientos de Dios en el completo espíritu de la ley. Antes de su muerte, Él entregó un nuevo mandamiento a sus discípulos para que ellos siguen su ejemplo practicando el mismo amor que Él había manifestado durante Su vida con ellos en la tierra. Note: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros... Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en Su amor. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido. Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado” (Juan 13:34-35; 15:9-12).

Jesucristo enseñó a sus seguidores a obedecer todos los mandamientos de Dios en el completo espíritu de la ley, como El lo hizo. Jesús magnificó las leyes de Dios revelando su completo significado espiritual. Jesucristo, como el Legislador espiritual, hizo las leyes y los mandamientos de Dios mucho mas vinculantes poniendo un estándar espiritual más alto de obediencia para los Cristianos bajo el Nuevo Pacto.

Jesús Trajo A Su Término los Rituales Físicos de la Ley

El segundo significado de la palabra Griega pleroo, traducida “cumplir” en Mateo 5:17, es “completar,” o “traer a la terminación.” Jesucristo vino para traer a su término los sacrificios de animales y otros rituales del templo y leyes del sacerdocio Aarónico. Mediante Su muerte, Él finalizó el Antiguo Pacto, que había impuesto los requisitos físicos de estas leyes. En su lugar, Él estableció el Nuevo Pacto, reemplazando los antiguos requisitos de la ley a una aplicación espiritual más elevada.

Las leyes concernientes al sacrificio de animales fueron traídas a su término mediante el sacrificio superior de Jesucristo. Su sacrificio de Él mismo como el Cordero de Dios, “Quien quita los pecados del mundo,” superó y reemplazó todos los sacrificios de animales y otros rituales y las ceremonias físicas que se realizaban en el templo de Dios en Jerusalén. El apóstol Pablo confirma la terminación de los sacrificios de animales y los rituales del templo a través del sacrificio perfecto de Jesucristo: “Por lo cual, entrando en el mundo, dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por los pecados no te agradaron. Entonces dije: “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad (como en el rollo del libro está escrito de Mí) Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley) y diciendo luego, He aquí, que vengo oh Dios para hacer tu voluntad; quita lo primero para establecer este último. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. Y ciertamente todo sacerdote [de la orden de Aarón] está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios” (Hebreos 10:5-12).

El sacerdocio espiritual de Jesucristo se hizo efectivo inmediatamente después que Él ascendió al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Aunque Su muerte termino, con los sacrificios de animales y los rituales del templo que eran requeridos bajo el Antiguo Pacto, el sacerdocio continuó llevando a cabo estas funciones hasta que el templo fue destruido. Con la destrucción del templo en 70 d.C., el sacerdocio de Aarón y de los Levitas llegaron a su fin. No había necesidad de un sacerdocio físico en la tierra porque Jesucristo estaba sirviendo como el Gran Sacerdote arriba en el cielo, haciendo intercesión por el pecado ante el Dios Padre. El sacerdocio espiritual de Jesucristo reemplazó el sacerdocio de Aarón. El Nuevo Pacto tiene un Gran Sacerdote--el resucitado Jesucristo que hace la intercesión por la gente de Dios para aplacar sus pecados ante el Dios Padre.

En la misma forma, el templo espiritual en el cielo ha reemplazado al templo físico que estaba en la tierra. Bajo el Nuevo Pacto, los verdaderos creyentes tienen ahora directo acceso mediante la oración al trono de Dios Padre arriba. Jesucristo se sienta a la diestra del Dios Padre, donde Él lleva a cabo su trabajo espiritual como el Sumo Sacerdote: “Este es el pacto que haré con ellos después que aquellos días, dice el Señor: pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré [lejos de abolir Sus leyes]; y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado. Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo, que Él nos abrió a través del velo esto es, de su carne, y teniendo un Sumo Sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémosnos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura" (Hebreos 10:16-22).

Los verdaderos adoradores de Dios no necesitan de un sacerdocio que interceda por ellos en un templo terrenal porque ellos tienen directo acceso al trono del Dios Padre en su templo celestial, donde Jesucristo intercede como el Sumo Sacerdote. Además, cada uno de los que reciben el Espíritu Santo en su mente como un engendrado de Dios Padre se convierte en parte del templo de Dios. Como el apóstol Pablo lo demuestra, Dios está ahora edificando un templo espiritual dentro del ser humano carnal mediante la morada de Su Espíritu: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es, el cual sois vosotros santo es" (I Corintios 3:16-17).

Isaías profetizó del templo espiritual que Dios está construyendo: “Porque así dijo el Alto y Sublime, [Dios el Padre] el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, [el santo de santos en el cielo], con él quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Isaías 57:15).

Este templo espiritual esta compuesto de todos los verdaderos creyentes, tanto Judíos como Gentiles: “Porque por medio de Él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Efesios 2:18-22).

La necesidad del templo terrenal en Jerusalén se cumplió y fue traída a su término con el sacrificio de Jesucristo, que terminó el Antiguo Pacto y la necesidad de un sacerdocio físico. Bajo el Nuevo Pacto, el templo espiritual de Dios en el cielo, donde Jesucristo es el Sumo Sacerdote, ha reemplazo el templo físico de Dios en la tierra. Por intermedio de la intercesión de Jesucristo, cada creyente llega a ser un templo para el Espíritu Santo de Dios, y el cuerpo colectivo de creyentes es construido como un templo santo en el Señor.

Jesús Trajo a su Término la Circuncisión de la Carne

Cuándo Jesús trajo el Antiguo Pacto a su fin, el requisito para la circuncisión de la carne fue sustituido por la circuncisión espiritual del corazón. El apóstol Pablo hace esto muy claro: “Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en el interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en la letra; la alabanza del cual no viene de los hombres sino de Dios” (Romanos 2:28-29).

Bajo el Nuevo Pacto, Dios no requiere la circuncisión física. Sino que, la circuncisión espiritual del corazón ha reemplazado la circuncisión de la carne. Circuncisión espiritual trae la conversión de la mente y el corazón, lo que la circuncisión física en la carne nunca podría alcanzar. Para ser circuncidado en el corazón, una persona debe arrepentirse de sus pecados y ser bautizada con la inmersión total en agua. El acto del bautismo es un tipo de circuncisión porque los pecados de la carne son removidos. Luego, mediante la colocación de las manos, el creyente recibe el Espíritu Santo, que convierte el corazón y la mente. El apóstol Pablo describe la circuncisión espiritual que sucede en el bautismo: “Por que en Él [Jesucristo] habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad; y vosotros estáis completos en Él, que es la cabeza de todo principado y potestad; en Él también fuisteis circuncidados con la circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo; sepultados con Él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con Él mediante la fe en el poder de Dios, que lo levantó de los muertos. Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircucicion de vuestra carne, os dio vida juntamente con Él, perdonándoos todos los pecados." (Colosenses 2:9-13).

Pablo entendió muy claramente que los creyentes Gentiles no necesitaban ser circuncidados en la carne porque ellos habían recibido circuncisión espiritual por la fe en Jesucristo. La circuncisión espiritual del corazón había reemplazado la circuncisión física de la carne. Igualmente, todos los sacrificios de animales que se requirieron para el pecado fueron sustituídos por el sacrificio de Jesucristo para siempre. El sacerdocio físico de Aarón fue reemplazado por el sacerdocio espiritual de Jesucristo. El templo de Dios en el cielo ha reemplazado el templo físico en la tierra, que era sólo una copia del celestial. Cuando Jesucristo trajo los rituales físicos del Antiguo Pacto a su término, Él no abolió la ley. En su lugar, los tipos físicos del Antiguo Pacto fueron sustituídos por el cumplimiento espiritual del Nuevo Pacto.

Otras Leyes Que Han Sido Transferidas al Nuevo Pacto

Bajo el Antiguo Pacto, Dios dio autoridad a los sacerdotes y Levitas, que servían en el altar, a reunir diezmos y ofrendas de los hijos de Israel. Bajo el Nuevo Pacto, no hay sacerdocio de hombres sino sólo el Sumo Sacerdote, Jesucristo, Que es “un Sumo Sacerdote para siempre de la orden de Melquisedec.” El apóstol Pablo explica que Melquisedec era el Sacerdote de Dios en Jerusalén en los días de Abraham, mucho tiempo antes que el Antiguo Pacto sea establecido. Al describir como Abraham pagó sus diezmos a Melquisedec, Pablo revela que Él fue el que posteriormente vino a la tierra como Jesucristo: “Ciertamente los que de entre los hijos de Leví reciben el sacerdocio tienen mandamiento de tomar del pueblo los diezmos según la ley, es decir, de sus hermanos, aunque estos también hayan salido de los lomos de Abraham. Pero aquel cuya genealogía no es contada de entre ellos, [Jesucristo, Quién era el Melquisedec del Antiguo Testamento] tomó de Abraham los diezmos, y bendijo al que tenía las promesas. Y sin discusión alguna, el menor es bendecido por el mayor.

“Y aquí ciertamente reciben los diezmos hombres mortales; pero allí, Uno de Quien se da testimonio de que vive. Y por decirlo así, en Abraham pagó el diezmo también Leví, que recibe los diezmos; porque aún estaba en los lomos de su padre cuando Melquisedec le salió al encuentro. Si pues, si la perfección fuera por el sacerdocio Levítico—(porque bajo él recibió el pueblo la ley), ¿que necesidad habría aún de que se levantase otro sacerdote, según la orden de Melquisedec, y no fuese llamado según el orden de Aarón? Porque cambiado, el sacerdocio, necesario es que haya también cambio de la ley [del sacerdocio y la recepción de los diezmos y las ofrendas] y aquel de quien se dice esto, es de otra tribu, de la cual nadie sirvió al altar” (Hebreos 7:5-13).

Como Pablo lo expone, todo el sacerdocio Levítico ha sido reemplazado por el Sumo Sacerdote inmortal, Jesucristo, que es de la orden de Melquisedec. No hay más un sacerdocio en la tierra ministrando en el altar en el templo de Dios en Jerusalén. Sin embargo, hay todavía una necesidad de enseñar el verdadero culto de Dios, y de predicar y publicar la Palabra de Dios como testigos al mundo. Aquellos que se arrepienten y creen el evangelio deben ser enseñados el camino de la vida eterna que Jesucristo ordenó a Sus discípulos. Es por esta razón que Jesucristo los envió por delante como apóstoles al mundo, y es por esta razón que Él levantó Su iglesia. Dentro de la iglesia, Él ha proporcionado un ministerio que sea capaz de enseñar la Palabra de Dios y predique el evangelio al mundo. Además, Él ha proporcionado una manera de sostener el trabajo de predicar el evangelio y enseñarle a los hermanos de Jesucristo. En lugar de que los sacerdotes y los Levitas en el templo colecten los diezmos y las ofrendas, la autoridad para recibir los diezmos y las ofrendas ha sido transferida al ministerio de Jesucristo por la orden del Señor. El apóstol Pablo hace esto muy claro: “¿No sabéis que los que trabajan en las cosas sagradas comen del templo y que los que sirven al altar del altar participan? Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio” (I Corintios 9:13-14).

La orden de Dios bajo el Antiguo Pacto concerniente a los diezmos y las ofrendas que los hijos de Israel debían dar a los sacerdotes y Levitas fue traída a su término. En vez de abolir las leyes de los diezmos y las ofrendas, Jesucristo transfirió la autoridad de recibir los diezmos y las ofrendas a los ministros del evangelio, que están bajo Su autoridad como el Sumo Sacerdote y Mediador del Nuevo Pacto.

¿Cómo cumplió Jesús a los Profetas?

Jesús dijo también que Él había venido a cumplir a los profetas. ¿Cómo cumplió Jesús a los Profetas? Durante Su vida en la carne, todas las profecías del Antiguo Testamento con respecto a Su primera venida se cumplieron. Estas profecías incluyeron su milagrosa concepción y nacimiento de la virgen María, la rápida salida a Egipto para escapar de Herodes, el regreso a Galilea y Su morada en Nazaret, el anuncio de Su ministerio por Juan Bautista, las curaciones y los poderosos milagros durante Su ministerio, la predicación del evangelio a lo largo de la tierra de Judea y Galilea, la persecución y el sufrimiento que le vinieron, Su muerte por la crucifixión, el lugar de Su entierro, y el tiempo de la resurrección. La mayor parte de las profecías que se cumplieron concernientes a Su sufrimiento y muerte en el día de la Pascua.

Aunque han pasado casi dos mil años desde que estas profecías se completaron, todas las profecías acerca de Su segunda venida tienen que ser aún cumplidas. Hay un gran número de profecías en ambos en el Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento que están aguardando su cumplimiento. Cada profecía en la Palabra de Dios será cumplida en el tiempo fijado como ha sido determinado por el Dios Padre (Hechos 1:7). Jesucristo no abolió ni apartó una sola profecía ni aún una sola palabra de las Escrituras del Antiguo Testamento. Recuerde lo que Jesús dijo concerniente a las Escrituras: “Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mateo 5:18).

Jesús dio una absoluta garantía que todas las profecías de la Escritura se cumplirán en su tiempo: “De la higuera aprended la parábola: Cuando ya su rama está tierna, y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis todo estas cosas [los acontecimientos profetizados que se cumplirán al final], conoced que [el segundo regreso de Jesucristo] está cerca, a las puertas. De cierto os digo, que no pasará esta generación [el tiempo final] hasta que todo esto acontezca. El cielo y la tierra pasarán, pero Mis palabras no pasarán. Pero del día, y la hora nadie sabe, ni aún los ángeles del cielo, sino solo mi Padre” (Mateo 24:32-36).

Según las palabras de Jesucristo, todas las profecías que están registradas en la Escritura se cumplirán en el tiempo que Dios ha ordenado. Jesús no vino a abolir las palabras de los profetas, sino a cumplirlas. Como Él vino en persona a cumplir las profecías de un Salvador, así Él volverá en la gloria para cumplir las profecías del Rey venidero quien traerá el gobierno de Dios a la tierra.

Los Mandamientos de Dios Deberán Ser Enseñados y

Practicados Bajo el Nuevo Pacto

En el Sermón del Monte, Jesús lo hizo absolutamente claro que los mandamientos de Dios están vigentes bajo el Nuevo Pacto: “De manera que cualquiera que quebrante uno de éstos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos" (Mateo 5:19).

¿Qué mandamientos de Dios son hoy rechazados y considerados los menos importantes por la Cristiandad popular dominante? Los dos que son considerados los menos importantes son el Cuarto Mandamiento y el Segundo Mandamiento. Tan extraño como le pueda parecer, muchos de los que rechazan estos mandamientos profesarán guardar los otros mandamientos y clamarán que ellos están haciendo la voluntad de Dios. Pero como lo demuestra el apóstol Santiago, transgredir aún uno de los mandamientos de Dios es pecado, y trae la misma condenación como si se infringieran todos.

Examinemos los dos mandamientos que son considerados los menos importantes por la Cristiandad popular dominante, comenzando con el Cuarto Mandamiento: “Recuerda el día de reposo, para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás todo tu obra; más el séptimo día es reposo para el SEÑOR tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo el SEÑOR los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, el SEÑOR bendijo el día de Reposo, y lo santificó” (Éxodo 20:8-11).

UNIDAD VII

LA LEY EVANGÉLICA, PLENITUD DEL DECÁLOGO

El Misterio pascual de la Cruz y de la Resurrección de Cristo está en el centro de la Buena Nueva que los Apóstole s, y la Iglesia a continuación de ellos, deben anunciar al mundo. El designio salvador de Dios se ha cumplido de "una vez por todas" (Hb 9, 26) por la muerte redentora de su Hijo Jesucristo.

La Iglesia permanece fiel a "la interpretación de todas las Escrituras" dada por Jesús mismo, tanto antes como después de su Pascua: "¿No era necesario que Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?" (Lc 24, 26-27, 44-45). Los padecimientos de Jesús han tomado una forma histórica concreta por el hecho de haber sido "reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas" (Mc 8, 31), que lo "entregaron a los gentiles, para burlarse de él, azotarle y crucificarle" (Mt 20, 19).

Por lo tanto, la fe puede escrutar las circunstancias de la muerte de Jesús, que han sido transmitidas fielmente por los Evangelios (cf. DV 19) e iluminadas por otras fuentes históricas, a fin de comprender mejor el sentido de la Redención.

JESÚS E ISRAEL

Desde los comienzos del ministerio público de Jesús, fariseos y partidarios de Herodes, junto con sacerdotes y escribas, se pusieron de acuerdo para perderle (cf. Mc 3, 6). Por algunas de sus obras (expulsión de demonios, cf. Mt 12, 24; perdón de los pecados, cf. Mc 2, 7; curaciones en sábado, cf. 3, 1-6; interpretación original de los preceptos de pureza de la Ley, cf. Mc 7, 14-23; familiaridad con los publicanos y los pecadores públicos, (cf. Mc 2, 14-17), Jesús apareció a algunos malintencionados sospechoso de posesión diabólica (cf. Mc 3, 22; Jn 8, 48; 10, 20). Se le acusa de blasfemo (cf. Mc 2, 7; Jn 5,18; 10, 33) y de falso profetismo (cf. Jn 7, 12; 7, 52), crímenes religiosos que la Ley castigaba con pena de muerte a pedradas (cf. Jn 8, 59; 10, 31).

Muchas de las obras y de las palabras de Jesús han sido, pues, un "signo de contradicción" (Lc 2, 34) para las autoridades religiosas de Jerusalén, aquellas a las que el Evangelio de S. Juan denomina con frecuencia "los Judíos" (cf. Jn 1, 19; 2, 18; 5, 10; 7, 13; 9, 22; 18, 12; 19, 38; 20, 19), más incluso que a la generalidad del pueblo de Dios (cf. Jn 7, 48-49). Ciertamente, sus relaciones con los fariseos no fueron solamente polémicas. Fueron unos fariseos los que le previnieron del peligro que corría (cf. Lc 13, 31). Jesús alaba a alguno de ellos como al escriba de Mc 12, 34 y come varias veces en casa de fariseos (cf. Lc 7, 36; 14, 1). Jesús confirma doctrinas sostenidas por esta élite religiosa del pueblo de Dios: la resurrección de los muertos (cf. Mt 22, 23-34; Lc 20, 39), las formas de piedad (limosna, ayuno y oración, cf. Mt 6, 18) y la costumbre de dirigirse a Dios como Padre, carácter central del mandamiento de amor a Dios y al prójimo (cf. Mc 12, 28-34).

A los ojos de muchos en Israel, Jesús parece actuar contra las instituciones esenciales del Pueblo elegido:

– Contra el sometimiento a la Ley en la integridad de sus preceptos escritos, y, para los fariseos, su interpretación por la tradición oral.

– Contra el carácter central del Templo de Jerusalén como lugar santo donde Dios habita de una manera privilegiada.

– Contra la fe en el Dios único, cuya gloria ningún hombre puede compartir.

Jesús y la Ley

Al comienzo del Sermón de la montaña, Jesús hace una advertencia solemne presentando la Ley dada por Dios en el Sinaí con ocasión de la Primera Alianza, a la luz de la gracia de la Nueva Alianza:

"No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o un ápice de la Ley sin que todo se haya cumplido. Por tanto, el que quebrante uno de estos mandamientos menores, y así lo enseñe a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; en cambio el que los observe y los enseñe, ese será grande en el Reino de los cielos" (Mt 5, 17-19).

Jesús, el Mesías de Israel, por lo tanto el más grande en el Reino de los cielos, se debía sujetar a la Ley cumpliéndola en su totalidad hasta en sus menores preceptos, según sus propias palabras. Incluso es el único en poderlo hacer perfectamente (cf. Jn 8, 46). Los judíos, según su propia confesión, jamás han podido cumplir jamás la Ley en su totalidad, sin violar el menor de sus preceptos (cf. Jn 7, 19; Hch 13, 38-41; 15, 10). Por eso, en cada fiesta anual de la Expiación, los hijos de Israel piden perdón a Dios por sus transgresiones de la Ley. En efecto, la Ley constituye un todo y, como recuerda Santiago, "quien observa toda la Ley, pero falta en un solo precepto, se hace reo de todos" (St 2, 10; cf. Ga 3, 10; 5, 3).

Este principio de integridad en la observancia de la Ley, no sólo en su letra sino también en su espíritu, era apreciado por los fariseos. Al subrayarlo para Israel, muchos judíos del tiempo de Jesús fueron conducidos a un celo religioso extremo (cf. Rm 10, 2), el cual, si no quería convertirse en una casuística "hipócrita" (cf. Mt 15, 3-7; Lc 11, 39-54) no podía más que preparar al pueblo a esta intervención inaudita de Dios que será la ejecución perfecta de la Ley por el único Justo en lugar de todos los pecadores (cf. Is 53, 11; Hb 9, 15).

El cumplimiento perfecto de la Ley no podía ser sino obra del divino Legislador que nació sometido a la Ley en la persona del Hijo (cf Ga 4, 4). En Jesús la Ley ya no aparece grabada en tablas de piedra sino "en el fondo del corazón" (Jr 31, 33) del Siervo, quien, por "aportar fielmente el derecho" (Is 42, 3), se ha convertido en "la Alianza del pueblo" (Is 42, 6). Jesús cumplió la Ley hasta tomar sobre sí mismo "la maldición de la Ley" (Ga 3, 13) en la que habían incurrido los que no "practican todos los preceptos de la Ley" (Ga 3, 10) porque, ha intervenido su muerte para remisión de las transgresiones de la Primera Alianza" (Hb 9, 15).

Jesús fue considerado por los Judíos y sus jefes espirituales como un "rabbi" (cf. Jn 11, 28; 3, 2; Mt 22, 23-24, 34-36). Con frecuencia argumentó en el marco de la interpretación rabínica de la Ley (cf. Mt 12, 5; 9, 12; Mc 2, 23-27; Lc 6, 6-9; Jn 7, 22-23). Pero al mismo tiempo, Jesús no podía menos que chocar con los doctores de la Ley porque no se contentaba con proponer su interpretación entre los suyos, sino que "enseñaba como quien tiene autoridad y no como sus escribas" (Mt 7, 28-29). La misma Palabra de Dios, que resonó en el Sinaí para dar a Moisés la Ley escrita, es la que en él se hace oír de nuevo en el Monte de las Bienaventuranzas (cf. Mt 5, 1). Esa palabra no revoca la Ley sino que la perfecciona aportando de modo divino su interpretación definitiva: "Habéis oído también que se dijo a los antepasados ... pero yo os digo" (Mt 5, 33-34). Con esta misma autoridad divina, desaprueba ciertas "tradiciones humanas" (Mc 7, 8) de los fariseos que "anulan la Palabra de Dios" (Mc 7, 13).

Yendo más lejos, Jesús da plenitud a la Ley sobre la pureza de los alimentos, tan importante en la vida cotidiana judía, manifestando su sentido "pedagógico" (cf. Ga 3, 24) por medio de una interpretación divina: "Todo lo que de fuera entra en el hombre no puede hacerle impuro ... -así declaraba puros todos los alimentos- ... Lo que sale del hombre, eso es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas" (Mc 7, 18-21). Jesús, al dar con autoridad divina la interpretación definitiva de la Ley, se vio enfrentado a algunos doctores de la Ley que no recibían su interpretación a pesar de estar garantizada por los signos divinos con que la acompañaba (cf. Jn 5, 36; 10, 25. 37-38; 12, 37). Esto ocurre, en particular, respecto al problema del sábado: Jesús recuerda, frecuentemente con argumentos rabínicos (cf. Mt 2,25-27; Jn 7, 22-24), que el descanso del sábado no se quebranta por el servicio de Dios (cf. Mt 12, 5; Nm 28, 9) o al prójimo (cf. Lc 13, 15-16; 14, 3-4) que realizan sus curaciones.

Jesús y el Templo

Como los profetas anteriores a él, Jesús profesó el más profundo respeto al Templo de Jerusalén. Fue presentado en él por José y María cuarenta días después de su nacimiento (Lc. 2, 22-39). A la edad de doce años, decidió quedarse en el Templo para recordar a sus padres que se debía a los asuntos de su Padre (cf. Lc 2, 46-49). Durante su vida oculta, subió allí todos los años al menos con ocasión de la Pascua (cf. Lc 2, 41); su ministerio público estuvo jalonado por sus peregrinaciones a Jerusalén con motivo de las grandes fiestas judías (cf. Jn 2, 13-14; 5, 1. 14; 7, 1. 10. 14; 8, 2; 10, 22-23).

Jesús subió al Templo como al lugar privilegiado para el encuentro con Dios. El Templo era para él la casa de su Padre, una casa de oración, y se indigna porque el atrio exterior se haya convertido en un mercado (Mt 21, 13). Si expulsa a los mercaderes del Templo es por celo hacia las cosas de su Padre: "no hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado. Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: 'El celo por tu Casa me devorará' (Sal 69, 10)" (Jn 2, 16-17). Después de su Resurrección, los Apóstoles mantuvieron un respeto religioso hacia el Templo (cf. Hch 2, 46; 3, 1; 5, 20. 21; etc.).

Jesús anunció, no obstante, en el umbral de su Pasión, la ruina de ese espléndido edificio del cual no quedará piedra sobre piedra (cf. Mt 24, 1-2). Hay aquí un anuncio de una señal de los últimos tiempos que se van a abrir con su propia Pascua (cf. Mt 24, 3; Lc 13, 35). Pero esta profecía pudo ser deformada por falsos testigos en su interrogatorio en casa del sumo sacerdote (cf. Mc 14, 57-58) y serle reprochada como injuriosa cuando estaba clavado en la cruz (cf. Mt 27, 39-40).

Lejos de haber sido hostil al Templo (cf. Mt 8, 4; 23, 21; Lc 17, 14; Jn 4, 22) donde expuso lo esencial de su enseñanza (cf. Jn 18, 20), Jesús quiso pagar el impuesto del Templo asociándose con Pedro (cf. Mt 17, 24-27), a quien acababa de poner como fundamento de su futura Iglesia (cf. Mt 16, 18). Aún más, se identificó con el Templo presentándose como la morada definitiva de Dios entre los hombres (cf. Jn 2, 21; Mt 12, 6). Por eso su muerte corporal (cf. Jn 2, 18-22) anuncia la destrucción del Templo que señalará la entrada en una nueva edad de la historia de la salvación:"Llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre"(Jn 4, 21; cf. Jn 4, 23-24; Mt 27, 51; Hb 9, 11; Ap 21, 22).

Jesús y la fe de Israel en el Dios único y Salvador

Si la Ley y el Templo pudieron ser ocasión de "contradicción" (cf. Lc 2, 34) entre Jesús y las autoridades religiosas de Israel, la razón está en que Jesús, para la redención de los pecados -obra divina por excelencia- acepta ser verdadera piedra de escándalo para aquellas autoridades (cf. Lc 20, 17-18; Sal 118, 22).

Jesús escandalizó a los fariseos comiendo con los publicanos y los pecadores (cf. Lc 5, 30) tan familiarmente como con ellos mismos (cf. Lc 7, 36; 11, 37; 14, 1). Contra algunos de los "que se tenían por justos y despreciaban a los demás" (Lc 18, 9; cf. Jn 7, 49; 9, 34), Jesús afirmó: "No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores" (Lc 5, 32). Fue más lejos todavía al proclamar frente a los fariseos que, siendo el pecado una realidad universal (cf. Jn 8, 33-36), los que pretenden no tener necesidad de salvación se ciegan con respecto a sí mismos (cf. Jn 9, 40-41).

Jesús escandalizó sobre todo porque identificó su conducta misericordiosa hacia los pecadores con la actitud de Dios mismo con respecto a ellos (cf. Mt 9, 13; Os 6, 6). Llegó incluso a dejar entender que compartiendo la mesa con los pecadores (cf. Lc 15, 1-2), los admitía al banquete mesiánico (cf. Lc 15, 22-32). Pero es especialmente, al perdonar los pecados, cuando Jesús puso a las autoridades de Israel ante un dilema. Porque como ellas dicen, justamente asombradas, "¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?" (Mc 2, 7). Al perdonar los pecados, o bien Jesús blasfema porque es un hombre que pretende hacerse igual a Dios (cf. Jn 5, 18; 10, 33) o bien dice verdad y su persona hace presente y revela el Nombre de Dios (cf. Jn 17, 6-26).

Sólo la identidad divina de la persona de Jesús puede justificar una exigencia tan absoluta como ésta: "El que no está conmigo está contra mí" (Mt 12, 30); lo mismo cuando dice que él es "más que Jonás ... más que Salomón" (Mt 12, 41-42), "más que el Templo" (Mt 12, 6); cuando recuerda, refiriéndose a que David llama al Mesías su Señor (cf. Mt 12, 36-37), cuando afirma: "Antes que naciese Abraham, Yo soy" (Jn 8, 58); e incluso: "El Padre y yo somos una sola cosa" (Jn 10, 30).

Jesús pidió a las autoridades religiosas de Jerusalén creer en él en virtud de las obras de su Padre que el realizaba (Jn 10, 36-38). Pero tal acto de fe debía pasar por una misteriosa muerte a sí mismo para un nuevo "nacimiento de lo alto" (Jn 3, 7) atraído por la gracia divina (cf. Jn 6, 44). Tal exigencia de conversión frente a un cumplimiento tan sorprendente de las promesas (cf. Is 53, 1) permite comprender el trágico desprecio del sanhedrín al estimar que Jesús merecía la muerte como blasfemo (cf. Mc 3, 6; Mt 26, 64-66). Sus miembros obraban así tanto por "ignorancia" (cf. Lc 23, 34;Hch 3, 17-18) como por el "endurecimiento" (Mc 3, 5;Rm 11, 25) de la "incredulidad" (Rm 11, 20).

Resumen

Jesús no abolió la Ley del Sinaí, sino que la perfeccionó (cf. Mt 5, 17-19) de tal modo (cf. Jn 8, 46) que reveló su hondo sentido (cf. Mt 5, 33) y satisfizo por las transgresiones contra ella (cf. Hb 9, 15).

Jesús veneró el Templo subiendo a él en peregrinación en las fiestas judías y amó con gran celo esa morada de Dios entre los hombres. El Templo prefigura su Misterio. Anunciando la destrucción del templo anuncia su propia muerte y la entrada en una nueva edad de la historia de la salvación, donde su cuerpo será el Templo definitivo.

Jesús realizó obras como el perdón de los pecados que lo revelaron como Dios Salvador (cf. Jn 5, 16-18). Algunos judíos que no le reconocían como Dios hecho hombre (cf. Jn 1, 14) veían en él a "un hombre que se hace Dios" (Jn 10, 33), y lo juzgaron como un blasfemo.

|EL MANDAMIENTO DEL AMOR |

Consideremos en primer lugar que Nuestro Señor quiere que su alegría esté en nosotros. Es necesario asombrarse y llenarse de esperanza ante ese deseo divino de hacernos partícipes de su felicidad, por insólito que nos parezca. Ciertamente insólito, pues habla Jesús de una felicidad imposible para el hombre, que cuenta sólo con sus capacidades humanas, por muy excepcionales que pudieran ser. Para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea completa, dijo a sus discípulos. Es, pues, el Amor de Dios origen de esa felicidad inimaginable: un bien siempre mejor que cualquiera de nuestros "locos" sueños de este mundo.

Por fabuloso que fuera nuestro sueño sería imposible que llegáramos a pensar en lo que Dios desea otorgarnos: Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por el corazón del hombre, las cosas que preparó Dios para los que le aman, según afirma san Pablo. Por otra de parte, ya sabemos que jamás llega a satisfacernos plenamente lograr nuestras más atrevidas ilusiones: casi inmediatamente sentimos la necesidad de intentar nuevos y sucesivos objetivos que, en la práctica, tampoco serán capaces de satisfacer esas inevitables expectativas de felicidad colmada naturales en todo hombre. Jesús, en cambio, promete a sus apóstoles su alegría, una alegría para ellos completa. Todo ha de ser consecuencia del amor de Dios en nosotros; un amor por los hombres como el amor que el Padre eterno tiene por su Hijo, Jesucristo.

Ese amor de Dios, que nos quiere saciar por completo, llega a ser eficaz si es correspondido por nuestra parte: Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Jesús, en efecto, va por delante, se nos anticipa, nos da ejemplo al cumplir en todo la voluntad del Padre: así permanece en su amor; y así debemos cada uno permanecer en el amor de Jesucristo. Os he dicho esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea completa, declara a los doce, tras haberles revelado que en adelante podrían vivir su misma vida, su mismo amor, guardando sus mandamientos. Ciertamente no es posible pensar en una felicidad mayor sobre la tierra, que sentirse en posesión de la vida íntima de la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, amados por las divinas Personas con un Amor tan inmenso como dulce y eterno: Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él.

Recordemos además que el amor de Jesús, ese que contemplamos como reflejo del amor trinitario, es de entrega completa en favor de los hombres; así lo había mostrado hasta entonces, durante los tres años de su vida pública junto a sus discípulos, y así, sobre todo, lo iba a consumar inmediatamente, en las largas horas de su Pasión: las últimas de su vida mortal en este mundo. Su entrega amorosa hasta ese día, había sido ejemplo y como el preludio de su definitivo anonadamiento por el hombre. Que os améis los unos a los otros como yo os he amado, dice a sus apóstoles, que queremos ser cada uno. Fijándonos, pues, en su amor: entrega de su propia vida por la humanidad, aprendemos cual debe ser la medida de nuestro amor con obras por los demás.

Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos, nos recuerda también a nosotros. Pues entendemos que amar mucho a otro supone hacer por él, por su bien, cuanto podamos, desvivirse por él: "la vida ya no me la para más", tendríamos que poder decir sinceramente. Y siendo Jesucristo perfecto Dios y perfecto hombre, de Él proviene el mayor amor que podemos pensar. En efecto, al día siguiente de hablar así iba a cumplir en sí mismo –dando la vida por la humanidad, sus amigos– ese modo ideal y perfecto de amar.

Ama a los hombres hasta el extremo, dando su vida, porque nos ha tomado como amigos. La entrega de Cristo por cada uno –prueba de su amistad– sin merecimiento nuestro, es de un afecto que no hemos buscado los hombres. Tampoco se debe de algún modo a nuestra virtud, como tantas veces sucede en las amistades entre nosotros. Dios nos llama amigos y lo somos por pura iniciativa suya. A partir de esa oferta divina, cada uno es libre para aceptar o no a Dios. Cristo, por propia iniciativa, nos eleva al orden sobrenatural, nos quiere como amigos, y por ello podemos sentirnos con razón por encima del resto de las criaturas de este mundo, que deben atenerse –sin libertad– a unos criterios que les son preestablecidos. Tampoco pueden ofender a Dios ni pueden amarle. Sólo el hombre es en este mundo capaz de la divinidad, aunque también sólo él pueda condenarse.

Que nos enseñe y proteja en nuestro deseo de corresponder al amor divino, la que mejor entendió y correspondió a su Creador: María.

EL AMOR A DIOS Y EL AMOR AL PRÓJIMO

1. «Si alguno dice: "Amo a Dios", y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano» (1 Jn 4, 20-21).

La virtud teologal de la caridad, de la que hablamos en la catequesis anterior, se expresa en dos direcciones: hacia Dios y hacia el prójimo. En ambos aspectos es fruto del dinamismo de la vida de la Trinidad en nuestro interior.

En efecto, la caridad tiene su fuente en el Padre, se revela plenamente en la Pascua del Hijo, Crucificado y Resucitado, y es infundida en nosotros por el Espíritu Santo. En ella Dios nos hace partícipes de su mismo Amor.

Quien ama de verdad con el amor de Dios, amará también al hermano como Él lo ama. Aquí radica la gran novedad del cristianismo: no puede amar a Dios quien no ama a sus hermanos, creando con ellos una íntima y perseverante comunión de amor.

2. La enseñanza de la sagrada Escritura a este respecto es inequívoca. El amor a los semejantes es recomendado ya a los israelitas: «No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19, 18). Aunque este mandamiento en un primer momento parece restringido únicamente a los israelitas, progresivamente se entiende en sentido cada vez más amplio, incluyendo a los extranjeros que habitan en medio de ellos, como recuerdo de que Israel también fue extranjero en tierra de Egipto (cf. Lv 19, 34; Dt 10, 19).

En el Nuevo Testamento este amor es ordenado en un sentido claramente universal: supone un concepto de prójimo que no tiene fronteras (cf. Lc 10, 29-37) y se extiende incluso a los enemigos (cf. Mt 5, 43-47). Es importante notar que el amor al prójimo se considera imitación y prolongación de la bondad misericordiosa del Padre celestial, que provee a las necesidades de todos y no hace distinción de personas (cf. Mt 5, 45). En cualquier caso, permanece vinculado al amor a Dios, pues los dos mandamientos del amor constituyen la síntesis y el culmen de la Ley y de los Profetas (cf. Mt 22, 40). Sólo quien practica ambos mandamientos, está cerca del reino de Dios, como dice Jesús respondiendo al escriba que le había hecho la pregunta (cf. Mc 12, 28-34).

3. Siguiendo este itinerario, que vincula el amor al prójimo con el amor a Dios, y a ambos con la vida de Dios en nosotros, es fácil comprender porqué el Nuevo Testamento presenta el amor como fruto del Espíritu, es más, como el primero entre los muchos dones enumerados por san Pablo en la carta a los Gálatas: «el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Ga 5, 22-23).

La tradición teológica ha distinguido las virtudes teologales, los dones y los frutos del Espíritu Santo, aunque los ha puesto en correlación (cf. Catecismo de la Iglesia católica, nn. 1830-1832). Mientras las virtudes son cualidades permanentes conferidas a la criatura con vistas a las obras sobrenaturales que debe realizar y los dones perfeccionan tanto las virtudes  teologales como las morales, los frutos del Espíritu son actos virtuosos que la persona realiza con facilidad, de modo habitual y con gusto (cf. santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II, q. 70, a.1, ad 2). Estas distinciones no se oponen a lo que San Pablo afirma cuando habla en singular de fruto del Espíritu. En efecto, el Apóstol quiere indicar que el fruto por excelencia es la caridad divina, el alma de todo acto virtuoso. De la misma forma que la luz del sol se expresa en una variada gama de colores, así la caridad se manifiesta en múltiples frutos del Espíritu.

4. En este sentido, la carta a los Colosenses dice: «Por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección» (Col 3, 14). El himno a la caridad, contenido en la primera carta a los Corintios (cf. 1 Co 13) celebra este primado de la caridad sobre todos los demás dones (cf. 1 Co 13, 1-3), incluso sobre la fe y la esperanza (cf. 1 Co 13, 13). En efecto, el Apóstol afirma: «La caridad no acaba nunca» (1 Co 13, 8).

El amor al prójimo tiene una connotación cristológica, dado que debe adecuarse al don que Cristo ha hecho de su vida: «En esto hemos conocido lo que es amor: en que Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos» (1 Jn 3, 16). Ese mandamiento, al tener como medida el amor de Cristo, puede llamarse «nuevo» y permite reconocer a los verdaderos discípulos: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Como yo os he amado, así también amaos los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Jn 13, 34-35). El significado cristológico del amor al prójimo resplandecerá en la segunda venida de Cristo. Precisamente entonces se constatará que la medida para juzgar la adhesión a Cristo es precisamente el ejercicio diario y visible de la caridad hacia los hermanos más necesitados: «Tuve hambre y me disteis de comer...» (cf. Mt 25, 31-46).

Sólo quien se interesa por el prójimo y sus necesidades muestra concretamente su amor a Jesús. Si se cierra o permanece indiferente al «otro», se cierra al Espíritu Santo, se olvida de Cristo y niega el amor universal del Padre.

CONSEJOS EVANGÉLICOS EN LA IGLESIA

Los consejos evangélicos, castidad ofrecida a Dios, pobreza y obediencia, como consejos fundados en las palabras y ejemplos del Señor y recomendados por los Apóstoles, por los padres, doctores y pastores de la Iglesia, son un don divino que la Iglesia recibió del Señor, y que con su gracia se conserva perpetuamente.

La autoridad de la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, se preocupó de interpretar esos consejos, de regular su práctica y de determinar también las formas estables de vivirlos. De ahí ha resultado que han ido creciendo, a la manera de un árbol que se ramifica espléndido y pujante en el campo del Señor a partir de una semilla puesta por Dios, formas muy diversas de vida monacal y cenobítica (vida solitaria y vida en común) en gran variedad de familias que se desarrollan, ya para ventaja de sus propios miembros, ya para el bien de todo el Cuerpo de Cristo.

Y es que esas familias ofrecen a sus miembros todas las condiciones para una mayor estabilidad en su modo de vida, una doctrina experimentada para conseguir la perfección, una comunidad fraterna en la milicia de Cristo y una libertad mejorada por la obediencia, en modo de poder guardar fielmente y cumplir con seguridad su profesión religiosa, avanzando en la vida de la caridad con espíritu gozoso.

Un estado, así, en la divina y jerárquica constitución de la Iglesia, no es un estado intermedio entre la condición del clero y la condición seglar, sino que de ésta y de aquélla se sienten llamados por Dios algunos fieles al goce de un don particular en la vida de la Iglesia para contribuir, cada uno a su modo, en la misión salvífica de ésta.

Naturaleza e importancia del estado religioso en la Iglesia

Por los votos, o por otros sagrados vínculos análogos a ellos a su manera, se obliga el fiel cristiano a la práctica de los tres consejos evangélicos antes citados, entregándose totalmente al servicio de Dios sumamente amado, en una entrega que crea en él una especial relación con el servicio y la gloria de Dios.

Ya por el bautismo había muerto el pecado y se había consagrado a Dios; ahora, para conseguir un fruto más abundante de la gracia bautismal trata de liberarse, por la profesión de los consejos evangélicos en la Iglesia, de los impedimentos que podrían apartarle del fervor de la caridad y de la perfección del culto divino, y se consagra más íntimamente al divino servicio. Esta consagración será tanto más perfecta cuanto por vínculos más firmes y más estables se represente mejor a Cristo, unido con vínculo indisoluble a su Esposa, la Iglesia. Y como los consejos evangélicos tienen la virtud de unir con la Iglesia y con su ministerio de una manera especial a quienes los practican, por la caridad a la que conducen, la vida espiritual de éstos es menester que se consagre al bien de toda la Iglesia. De ahí hace el deber de trabajar según las fuerzas y según la forma de la propia vocación, sea con la oración, sea con la actividad laboriosa, por implantar o robustecer en las almas el Reino de Cristo y dilatarlo por el ancho mundo. De ahí también que la Iglesia proteja y favorezca la índole propia de los diversos Institutos religiosos.

Por consiguiente, la profesión de los consejos evangélicos aparece como un distintivo que puede y debe atraer eficazmente a todos los miembros de la Iglesia a cumplir sin desfallecimiento los deberes de la vocación cristiana. Porque, al no tener el Pueblo de Dios una ciudadanía permanente en este mundo, sino que busca la futura, el estado religioso, que deja más libres a sus seguidores frente a los cuidados terrenos, manifiesta mejor a todos los presentes los bienes celestiales -presentes incluso en esta vida- y, sobre todo, da un testimonio de la vida nueva y eterna conseguida por la redención de Cristo y preanuncia la resurrección futura y la gloria del Reino celestial.

Y ese mismo estado imita más de cerca y representa perpetuamente en la Iglesia aquella forma de vida que el Hijo de Dios escogió al venir al mundo para cumplir la voluntad del Padre y que dejó propuesta a los discípulos que quisieran seguirle. Finalmente, pone a la vista de todos, de una manera peculiar, la elevación del Reino de Dios sobre todo lo terreno y sus grandes exigencias; demuestra también a la Humanidad entera la maravillosa grandeza de la virtud de Cristo que reina y el infinito poder del Espíritu Santo que obra maravillas en su Iglesia.

Por consiguiente, un estado cuya esencia está en la profesión de los consejos evangélicos, aunque no pertenezca a la estructura jerárquica de la Iglesia, pertenece, sin embargo, de una manera indiscutible, a su vida y a su santidad.

Bajo la autoridad de la Iglesia

Siendo un deber de la jerarquía eclesiástica al apacentar al Pueblo de Dios y conducirlo a los pastos mejores (cf. Ez., 34,14), toca también a ella dirigir con la sabiduría de sus leyes la práctica de los consejos evangélicos, con los que se fomenta de un modo singular la perfección de la caridad hacia Dios y hacia el prójimo.

La misión jerarquía, siguiendo dócilmente el impulso del Espíritu Santo admite las reglas propuestas por varones y mujeres ilustres, y las aprueba auténticamente después de una más completa ordenación, y, además está presente con su autoridad vigilante y protectora en el desarrollo de los Institutos, erigidos por todas partes para la edificación del Cuerpo de Cristo, a fin de que crezcan y florezcan en todos modos, según el espíritu de sus fundadores. El Sumo Pontífice, por razón de su primado sobre toda la Iglesia, mirando a la mejor providencia por las necesidades de toda la grey del Señor, puede eximir de la jurisdicción de los ordinarios y someter a su sola autoridad cualquier Instituto de perfección y a todos y cada uno de sus miembros. Y por la misma razón pueden ser éstos dejados o confiados a la autoridad patriarcal propia. Los miembros de estos Institutos, en el cumplimiento de sus deberes para con la Iglesia según la forma peculiar de su Instituto, deben prestar a los Obispos la debida reverencia y obediencia según las leyes canónicas, por su autoridad pastoral en las Iglesias particulares y por la necesaria unidad y concordia en el trabajo apostólico.

La Iglesia no sólo eleva con su sanción la profesión religiosa a la dignidad de un estado canónico, sino que la presenta en la misma acción litúrgica como un estado consagrado a Dios. Ya que la misma Iglesia, con la autoridad recibida de Dios, recibe los votos de los profesos, les obtiene del Señor, con la oración pública, los auxilios y la gracia divina, les encomienda a Dios y les imparte una bendición espiritual, asociando su oblación al sacrificio eucarístico.

Estima de la profesión de los consejos evangélicos

Pongan, pues, especial solicitud los religiosos en que, por ellos, la Iglesia demuestre mejor cada día a fieles e infieles, el Cristo, ya sea entregado a la contemplación en el monte, ya sea anunciando el Reino de Dios a las turbas, sanando enfermos y heridos, convirtiendo los pecadores a una vida correcta, bendiciendo a los niños, haciendo el bien a todos, siempre obediente a la voluntad del Padre que le envió.

Tengan por fin todos, bien entendido, que la profesión de los consejos evangélicos, aunque lleva consigo la renuncia de bienes que indudablemente se han de tener en mucho, sin embargo, no es un impedimento para el desarrollo de la persona humana, sino que, por su misma naturaleza, la favorece grandemente.

Porque los consejos evangélicos, aceptados voluntariamente según la vocación personal de cada uno, contribuyen no poco a la purificación del corazón y a la libertad del espíritu, excitan continuamente el fervor de la caridad y, sobre todo, como se demuestra con el ejemplo de tantos santos fundadores, son capaces de asemejar más la vida del hombre cristiano con la vida virginal y pobre que para sí escogió Cristo Nuestro Señor y abrazó su Madre la Virgen. Ni piense nadie que los religiosos por su consagración, se hacen extraños a la Humanidad o inútiles para la ciudad terrena.

Porque, aunque en algunos casos no estén directamente presente ante los coetáneos, los tienen, sin embargo, presentes, de un modo más profundo, en las entrañas de Cristo y cooperan con ellos espiritualmente para que la edificación de la ciudad terrena se funde siempre en Dios y se dirija a El, "no sea que trabajen en vano los que la edifican". Por eso, este Sagrado Sínodo confirma y alaba a los hombres y mujeres, hermanos y hermanas que, en los monasterios, en las escuelas y hospitales o en las misiones, ilustran a la Esposa de Cristo con la constante y humilde fidelidad en su consagración y ofrecen a todos los hombres generosamente los más variados servicios.

Perseverancia

Esmérese por consiguiente todo el que haya sido llamado a la profesión de esos consejos, por perseverar y destacarse en la vocación a la que ha sido llamado, para que más abunde la santidad en la Iglesia y para mayor gloria de la Trinidad, una e indivisible, que en Cristo y por Cristo es la fuente y origen de toda santidad.

UNIDAD VIII

EL COMBATE CRISTIANO

Para profundizar el tema del Pecado que se abordará en esta unidad, proponemos a los estudiantes los siguientes textos y actividades.

LA CAÍDA

“385 Dios es infinitamente bueno y todas sus obras son buenas. Sin embargo, nadie escapa a la experiencia del sufrimiento, de los males en la naturaleza –aparecen como ligados a los límites propios de las criatura-, y sobre todo a la cuestión del mal moral. ¿De dónde viene el mal? “Buscaba el origen del mal y no encontraba solución” dice San Agustín, y su propia búsqueda dolorosa sólo encontrará salida en su conversión al Dios vivo. Porque “el misterio de la iniquidad” (2 Ts 2,7) Sólo se esclarece a la luz del “Misterio de piedad” (1 Tm 3,16): La revelación del amor divino en Cristo ha manifestado a la vez la extensión del mal y la sobreabundancia de la gracia. Debemos, por tanto, examinar la cuestión del origen del mal fijando la mirada de nuestra fe en el que es su único Vencedor.

1. DONDE ABUNDÓ EL PECADO SOBREABUNDÓ LA GRACIA

La realidad del pecado

386 El pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorando o dar a esta oscura realidad otros nombres. Para intentar comprender lo que es el pecado, es preciso en primer lugar reconocer el vínculo profundo del hombre con Dios, porque fuera de esta relación, el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre la historia.

387 La realidad del pecado, y más particularmente del pecado de los orígenes, sólo se esclarece a la luz de la Revelación divina. Sin el conocimiento que ésta nos da de Dios no se puede reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de explicarlo únicamente como un defecto de crecimiento, como una debilidad psicológica, un error, la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada, etc. Sólo en el conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan amarle y amarse mutuamente.

El pecado original: una verdad esencial de la fe

388 Con el desarrollo de la Revelación se va iluminando también la realidad del pecado. Aunque el pueblo de Dios del Antiguo testamento conoció de alguna manera la condición humana a la luz de la historia de la caída narrada en el Génesis, no podía alcanzar el significado último de esta historia que sólo se manifiesta a la luz de la Muerte y de la Resurrección de Jesucristo. Es preciso conocer a Cristo como fuente de la gracia para conocer a Adán como fuente del pecado. El espíritu – Paráclito, enviado por Cristo resucitado, es quien vino “a convencer al mundo en lo referente al pecado” (Jn 16,8) revelando al que es su Redentor.

390 La doctrina del pecado original es, por así decirlo, “el reverso” de la Buena Nueva de que Jesús es el Salvador de todos los hombres que todos necesitan salvación y que la salvación es ofrecida a todos gracias a Cristo. La Iglesia, que tiene el sentido de Cristo. Sabe bien que no se puede lesionar la revelación del pecado original sin atentar contra el Misterio de Cristo.

2. LA CAÍDA DE LOS ÁNGELES

391 Detrás de la elección desobediente de nuestros primeros padres se halla una voz seductora, opuesta a Dios que, por envidia, los hace caer en la muerte. La escritura y la Tradición de la Iglesia ven en que primero fue un ángel bueno, creado por Dios. “El Diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos”.

392 La Escritura habla de un pecado de estos ángeles. Esta caída consiste en la elección libre de estos espíritus creado que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su Reino. Encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: “Seréis como dioses” (Gn 3,5). El diablo es “pecador desde el principio” (Jn 3,8), “padre de la mentira” (Jn 8,44).

392 Es el carácter irrevocable de su elección, y no un defecto de la infinita misericordia divina lo que hace que el pecado de los ángeles no pueda ser perdonado. “No hay arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte”.

394 La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama “homicida desde el principio” (Jn 8, 44) y que incluso intentó apartado de la misión recibida del Padre. “El hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo” (1 Jn 3,8). La más grave en consecuencias de estas obras ha sido seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer a Dios.

395 Sin embargo, el poder de Satán no es infinito. No es más que un criatura, poderosa por el hecho de ser puro espíritu, pero sólo creatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios.

Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños –de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física- en cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la divina providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo.

El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero “nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rm 8,28)

3. EL PECADO ORIGINAL

La prueba de la libertad

396 Dios creó al hombre a su imagen y lo estableció en su amistad. Criatura espiritual, el hombre no puede vivir esta amistad más que en la forma de libre sumisión a Dios. Esto es lo que expresa la prohibición hecha al hombre de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, “porque el día que comieres de él, morirás” (Gn 2, 17). “El árbol del conocimiento del bien y del mal” evoca simbólicamente el límite infranqueable que el hombre en cuanto criatura debe reconocer libremente y respetar con confianza. El hombre depende del creador, está sometido a las leyes de la creación y a las normas morales que regular el uso de la libertad.

El primer pecado del hombre

397 El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su creador y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre. En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad.

398 En este pecado, el hombre se prefirió a sí mismo en lugar de Dios, por ello desprecia a Dios: Hizo elección de sí mismo contra su propio bien. El hombre, creado en un estado de santidad, estaba destinado a ser plenamente “divinizado” por Dios en la gloria. Por la seducción del diablo quiso “ser como “, pero “sin Dios, antes que Dios y no según Dios”.

399 La Escritura muestra las consecuencias dramáticas de esta primera desobediencia. Adán y Eva pierden inmediatamente la gracia de la santidad original. Tienen miedo de Dios de quien han concebido una falsa imagen, la de un Dios celoso de sus prerrogativas.

400 La Armonía en la que se encontraban, establecida gracias a la justicia original, queda destruida; el dominio de las facultades espirituales del alma sobre el cue4rpo se quiebra; la unión entre el hombre y la mujer es sometida a tensiones; sus relaciones estarán marcadas por el deseo y el dominio. La armonía con la creación se rompe; la creación visible se hace para el hombre extraña y hostil. A causa del hombre, la creación es sometida “a la servidumbre de la corrupción” (Rm 8, 20). Por fin, la consecuencia explícitamente anunciada para el caso de desobediencia, se realizará: el hombre “volverá al polvo del que fue formado” La muerte hace su entrada en la historia de la humanidad.

401 Desde este primer pecado, una verdadera invasión de pecado inunda el mundo: el fratricidio cometido por Caín en Abel; la corrupción universal, a raíz del pecado; en la historia de Israel , el pecado se manifiesta frecuentemente, sobre todo como una infidelidad al Dios de la Alianza y como transgresión de la ley de Moisés; e incluso tras la Redención de Cristo, entre los cristianos, el pecado se manifiesta de múltiples maneras. La escritura y la Tradición de la Iglesia no cesan de recordar la presencia y la universalidad del pecado en la historia del hombre.

Lo que la revelación divina nos enseña coincide con la misma experiencia. Pues el hombre, al examinar su corazón, se descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos males que no pueden proceder de su Creador, que es bueno. Negándose con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompió además el orden debido con respecto a su fin último y, al mismo tiempo, toda su ordenación en relación consigo mismo, con todos los otros hombres y con todas las cosas creadas.

Consecuencias del pecado de Adán para la humanidad

403 Todos los hombres están implicados en el pecado de Adán. San Pablo lo afirma: “Por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores” (Rm 5,19): “Como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron…” (Rm 5, 12). A la universalidad del pecado ky de la muerte, el apóstol opone la universalidad de la salvación en Cristo: “Como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de la justicia de uno solo (la de Cristo) procura a todos una justificación que da la vida” (Rm 5,18).

403 Siguiendo a San Pablo, la Iglesia ha enseñado siempre que la inmensa miseria que oprime a los hombres y su inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles sin su conexión con el pecado de Adán y con el hecho de que nos ha transmitido un pecado con que todos nacemos afectados y que es “muerte del alma”. Por esta certeza de fe, la Iglesia concede el Bautismo para la remisión de los pecados incluso a los niños que no han cometido pecado personal.

404 ¿Cómo el pecado de Adán vino a ser el pecado de todos sus descendientes? Todo el género humano es en Adán “Como el cuerpo único de un único hombre”. Por esta “unidad del género humano”, todos los hombres están implicados en el pecado de Adán, como todos están implicados en la justicia de Cristo. Sin embargo, la transmisión del pecado original es un misterio que no podemos es un misterio que no podemos comprender plenamente. Pero sabemos por la Revelación que Adán había recibido la santidad y la justicia originales no para él solo sino para toda la naturaleza humana: cediendo al tentador, Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado afecta a la naturaleza humana, que transmitirán en un estado caído. Es un pecado que será transmitido por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales. Por eso, el pecado original es llamado “pecado” de manera análoga: es un pecado “contraído”, no “cometido”, un estado y no un acto.

405 Aunque propio de cada uno, el pecado original no tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y la imperio de la muerte e inclina al pecado (esta inclinación al mal es llamada “concupiscencia”). El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve al hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual. La doctrina de la iglesia sobre la transmisión del pecado original fue precisada sobre todo en el siglo V, en particular bajo el impulso de la reflexión de san Agustín contra el pelagianismo, y en el siglo XVI, en oposición a la Reforma protestante. Pelagio sostenía que el hombre podía, por la fuerza natural de su voluntad libre, sin la ayuda necesaria de la gracia de Dios, llevar una vida moralmente buena: así reducía la influencia de la falta de Adán a la de un mal ejemplo. Los primeros reformadores protestantes, por el contrario, enseñaban que el hombre estaba radicalmente pervertido y su libertad anulada por el pecado de los orígenes; identificaban el pecado heredado por cada hombre con la tendencia al mal (“concupiscencia”), que sería insuperable. La Iglesia se pronunció especialmente sobre el sendito del dato revelado respecto al pecado original en el II Concilio de de Orange en el año 529 y en el concilio de Trento, en el año 1546.

Un duro combate

407 La doctrina sobre el pecado original –vinculada a la de la redención de Cristo- proporciona una mirada de discernimiento lúcido sobre la situación del hombre y de su obrar en el mundo. Por el pecado de los primeros padres, el diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca libre. El pecado original entraña “la servidumbre bajo el poder del que poseía el imperio de la muerte, es decir, del diablo”. Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres.

408 Las consecuencias del pecado original y de todos los pecados personales de los hombre confieren al mundo en su conjunto una condición pecadora, que puede ser designada con la expresión de san Juan: “el pecado del mundo” (Jn 1, 29). Mediante esta expresión se significa también la influencia negativa que ejercen sobre las personas las situaciones comunitarias y las estructuras sociales que son fruto de los pecados de los hombres.

409 Esta situación dramática del mundo que “todo entero yace en el poder del maligno” (1 Jn 5, 19) hace de la vida del hombre un combate.

A través de toda la historia del hombre se extiende una dura batalla contra los poderes de las tinieblas que, iniciada ya desde el origen del mundo, durará hasta el último día según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe combatir continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí mismo.

4. NO LO ABANDONASTE AL PODER DE LA MUERTE

410 Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída. Este pasaje del Génesis ha sido llamado “Protoevangelio”, por ser el primer anuncio del Mesías redentor, anuncio de un combate entre la serpiente y la Mujer, y de la victoria final de un descendiente de ésta.

411 La tradición cristiana ve en este pasaje un anuncio del “nuevo Adán” que, por su “obediencia hasta la muerte en le Cruz” (Flp 2, 8) repara con sobreabundancia la desobediencia de Adán. Por otra parte, numerosos Padres y doctores de la Iglesia ven en la mujer anunciada en el “protoevangelio” la madre de Cristo, María, como “nueva Eva”. Ella ha sido la que, la primera y de una manera única, se benefició de la victoria sobre el pecado alcanzada por Cristo: fue preservada de toda mancha de pecado original y, durante toda su vida terrena, por una gracia especial de Dios, no cometió ninguna clase de pecado.

412 Pero ¿Por qué Dios no impidió que el primer hombre pecara? San León Magno responde: “La gracia inefable de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó la envida del demonio. Y santo Tomás de Aquino: “Nada se opone a que la naturaleza humana haya sido destinada a un fin más alto después del pecado. Dios, en efecto, permite que los males se hagan para sacar de ellos un mayor bien. De ahí las palabras de San Pablo: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20).

BIBLIOGRAFÍA

Catecismo de la Iglesia Católica, 1993

UNIDAD IX

LA GRACIA DEL ESPÍRITU SANTO

CREO EN EL ESPÍRITU SANTO

683 "Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!" sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Co 12, 3). "Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!" (Ga 4, 6). Este conocimiento de fe no es posible sino en el Espíritu Santo. Para entrar en contacto con Cristo, es necesario primeramente haber sido atraído por el Espíritu Santo. Él es quien nos precede y despierta en nosotros la fe. Mediante el Bautismo, primer sacramento de la fe, la Vida, que tiene su fuente en el Padre y se nos ofrece por el Hijo, se nos comunica íntima y personalmente por el Espíritu Santo en la Iglesia:

El Bautismo nos da la gracia del nuevo nacimiento en Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los que son portadores del Espíritu de Dios son conducidos al Verbo, es decir al Hijo; pero el Hijo los presenta al Padre, y el Padre les concede la incorruptibilidad. Por tanto, sin el Espíritu no es posible ver al Hijo de Dios, y, sin el Hijo, nadie puede acercarse al Padre, porque el conocimiento del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo de Dios se logra por el Espíritu Santo (San Ireneo, dem. 7).

684 El Espíritu Santo con su gracia es el "primero" que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva que es: "que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo" (Jn 17, 3). No obstante, es el "último" en la revelación de las personas de la Santísima Trinidad. San Gregorio Nacianceno, "el Teólogo", explica esta progresión por medio de la pedagogía de la "condescendencia" divina:

El Antiguo Testamento proclamaba muy claramente al Padre, y más obscuramente al Hijo. El Nuevo Testamento revela al Hijo y hace entrever la divinidad del Espíritu. Ahora el Espíritu tiene derecho de ciudadanía entre nosotros y nos da una visión más clara de sí mismo. En efecto, no era prudente, cuando todavía no se confesaba la divinidad del Padre, proclamar abiertamente la del Hijo y, cuando la divinidad del Hijo no era aún admitida, añadir el Espíritu Santo como un fardo suplementario si empleamos una expresión un poco atrevida... Así por avances y progresos "de gloria en gloria", es como la luz de la Trinidad estalla en resplandores cada vez más espléndidos (San Gregorio Nacianceno, or. theol. 5, 26).

685 Creer en el Espíritu Santo es, por tanto, profesar que el Espíritu Santo es una de las personas de la Santísima Trinidad Santa, consubstancial al Padre y al Hijo, "que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración gloria" (Símbolo de Nicea-Constantinopla). Por eso se ha hablado del misterio divino del Espíritu Santo en la "teología" trinitaria, en tanto que aquí no se tratará del Espíritu Santo sino en la "Economía" divina.

686 El espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo del designio de nuestra salvación y hasta su consumación. Sólo en los “últimos tiempos”, inaugurados con la Encarnación redentora del Hijo, es cuando el Espíritu se revela y se nos da, y se le reconoce y acoge como Persona. Entonces, este Designio Divino, que se consuma en Cristo, “primogénito” y Cabeza de la nueva creación, se realiza en la humanidad por el Espíritu que nos es dado: La Iglesia, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne, la vida eterna.

PERSONA DESCONOCIDA

En Los Hechos de los Apóstoles (19,2) leemos que San Pablo fue a la ciudad de Efeso, en Asia. Encontró allí un pequeño grupo que ya creía en las enseñanzas de Jesús. Pablo les preguntó: «¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis?». A lo que respondieron:

«Ni siquiera sabíamos que había Espíritu Santo».

Hoy día ninguno de nosotros ignora al Espíritu Santo. Sabemos bien que es una de las tres Personas divinas que, con el Padre y el Hijo, constituyen la Santísima Trinidad.

Sabemos también que se le llama el Paráclito (palabra griega que significa «Consolador»), el Abogado (que defiende la causa de los hombres ante Dios), el Espíritu de Verdad, el Espíritu de Dios y el Espíritu de Amor. Sabemos también que viene a nosotros al bautizarnos, y que continúa morando en nuestra alma mientras no lo echemos por el pecado mortal.

Y éste es el total de los conocimientos sobre el Espíritu Santo para muchos católicos, y, sin embargo, no podremos tener más que una comprensión somera del proceso interior de nuestra santificación si desconocemos la función del Espíritu Santo en el plan divino.

La existencia del Espíritu Santo -y, por supuesto, la doctrina de la Santísima Trinidad- era desconocida hasta que Cristo reveló esta verdad. En tiempos del Viejo Testamento los judíos estaban rodeados de naciones idólatras. Más de una vez cambiaron el culto al Dios único que les había constituido en pueblo elegido, por el culto a los muchos dioses de sus vecinos. En consecuencia, Dios, por medio de sus profetas, les inculcaba insistentemente la idea de la unidad de Dios. No complicó las cosas revelando al hombre precristiano que hay tres Personas en Dios. Había de ser Jesucristo quien nos comunicara este vislumbre maravilloso de la naturaleza íntima de la Divinidad.

Sería oportuno recordar aquí brevemente la esencia de la naturaleza divina en la medida en que estamos capacitados para entenderla. Sabemos que el conocimiento que Dios tiene de Sí mismo es un conocimiento infinitamente perfecto. Es decir, la «imagen» que Dios tiene de Sí en su mente divina es una representación perfecta de Sí mismo. Pero esa representación no sería perfecta si no fuera una representación viva. Vivir, existir, es propio de la naturaleza divina. Una imagen mental de Dios que no viviera, no sería una representación perfecta.

La imagen viviente de Sí mismo que Dios tiene en su mente, la idea de Sí que Dios está engendrando desde toda la eternidad en su mente divina, se llama Dios Hijo. Podríamos decir que Dios Padre es Dios en el acto eterno de «pensarse a Sí mismo»; Dios Hijo es el «pensamiento» vivo (y eterno) que se genera en ese pensamiento. Y ambos, el Pensador y el Pensado, son en una y la misma naturaleza divina. Hay un solo Dios, pero en dos Personas.

Pero no acaba así. Dios Padre y Dios Hijo contemplan cada uno la amabilidad infinita del otro. Y fluye así entre estas dos Personas un Amor divino. Es un amor tan perfecto, de tan infinito ardor, que es un amor viviente, al que llamamos Espíritu Santo, la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Como dos volcanes que intercambian una misma corriente de fuego, el Padre y el Hijo se corresponden eternamente con esta Llama Viviente de Amor.

Por eso decimos, en el Credo Niceno, que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo.

Esta es la vida interior de la Santísima Trinidad: Dios que conoce, Dios conocido y Dios amante y amado. Tres divinas Personas, cada una distinta de las otras dos en su relación con ellas y, a la vez, poseedoras de la misma y única naturaleza divina en absoluta unidad. Al poseer por igual la naturaleza divina, no hay subordinación de una Persona a otra. Dios Padre no es más sapiente que Dios Hijo. Dios Hijo no es más poderoso que Dios Espíritu Santo.

Debemos precavernos también para no imaginar a la Santísima Trinidad en términos temporales. Dios Padre no «vino» el primero, y luego, un poco más tarde, Dios Hijo, y Dios Espíritu Santo el último en llegar. Este proceso de conocimiento y amor que constituye la vida íntima de la Trinidad existe desde toda la eternidad; no tuvo principio.

Antes de comenzar el estudio particular del Espíritu Santo, hay otro punto que convendría tener presente, y es que las tres Personas divinas no solamente están unidas en una naturaleza divina, sino que están también unidas una a otra. Cada una de ellas está en cada una de las otras en una unidad inseparable, en cierto modo igual que los tres colores primarios del espectro están (por naturaleza) unidos inseparablemente en la radiación una e incolora que llamamos luz. Es posible, por supuesto, romper un rayo de luz por medios artificiales, como un prisma, y hacer un arco iris. Pero, si se deja el rayo como es, el rojo está en el azul, el azul en el amarillo y el rojo en los dos: es un solo rayo de luz.

Ningún ejemplo resulta adecuado si lo aplicamos a Dios. Pero, por analogía, podríamos decir que igual que los tres colores del espectro están inseparablemente presentes, cada uno en el otro, en la Santísima Trinidad el Padre está en el Hijo, el Hijo en el Padre y el Espíritu Santo en ambos. Donde uno está, están los tres. Por si alguno tuviera interés en conocer los términos teológicos, a la inseparable unidad de las tres Personas divinas se le llama «circumincesión».

Muchos de nosotros estudiamos fisiología y biología en la escuela. Como resultado tenemos una idea bastante buena de lo que pasa en nuestro cuerpo. Pero no es tan clara sobre lo que pasa en nuestra alma. Nos referimos con facilidad a la gracia -actual y santificante-, a la vida sobrenatural, al crecimiento en santidad. Pero ¿cómo responderíamos si nos preguntaran el significado de estos términos?

Para contestar adecuadamente tendríamos que comprender antes la función que el Espíritu Santo desempeña en la santificación de un alma. Sabemos que el Espíritu Santo es el Amor infinito que fluye eternamente entre el Padre y el Hijo. Es el Amor en persona, un amor viviente. Al ser el amor de Dios por los hombres lo que le indujo a hacernos partícipes de su vida divina, es natural que atribuyamos al Espíritu de Amor -al Espíritu Santo- las operaciones de la gracia en el alma.

Sin embargo, debemos tener presente que las tres Personas divinas son inseparables. En términos humanos (pero teológicamente no exactos) diríamos que, fuera de la naturaleza divina, ninguna de las tres Personas actúa separadamente o sola. Dentro de ella, dentro de Dios, cada Persona tiene su actividad propia, su propia relación particular a las demás.

Dios Padre es Dios conociéndose a Sí mismo, Dios «viéndose» a Sí mismo; y Dios Espíritu Santo es Dios amor a Sí mismo.

Pero «fuera de Sí mismo» (si se nos permite expresarnos tan latamente), Dios actúa solamente en su perfecta unidad; ninguna Persona divina hace nada sola. Lo que una Persona divina hace, lo hacen las tres. Fuera de la naturaleza divina siempre actúa la Santísima Trinidad.

Utilizando un ejemplo muy casero e inadecuado, diríamos que el único sitio en que mi cerebro, corazón y pulmones actúan por sí mismos es dentro de mí; cada uno desarrolla allí su función en beneficio de los demás. Pero fuera de mí, cerebro, corazón y pulmones actúan inseparablemente juntos. Donde quiera que vaya y haga lo que haga, los tres funcionan en unidad. Ninguno se ocupa en actividad aparte.

Pero muchas veces hablamos como si lo hicieran. Decimos de un hombre que tiene «buenos pulmones» como si su voz dependiera sólo de ellos; que está «descorazonado», como si el valor fuera cosa exclusiva del corazón; que tiene «buena cabeza», como si el cerebro que contiene pudiera funcionar sin sangre y oxígeno. Atribuimos una función a un órgano determinado cuando la realizan todos juntos.

Ahora demos el tremendo salto que nos remonta desde nuestra baja naturaleza humana a las tres Personas vivas que constituyen la Santísima Trinidad. Quizás comprendamos un poquito mejor por qué la tarea de santificar las almas se asigna al Espíritu Santo.

Ya que Dios Padre es el origen del principio de la actividad divina que actúa en la Santísima Trinidad (la actividad de conocer y amar); se le considera el comienzo de todo.

Por esta razón atribuimos al Padre la creación, aunque, de hecho, claro está, sea la Santísima Trinidad la que crea, tanto el universo como las almas individuales. Lo que hace una Persona divina, lo hacen las tres. Pero apropiamos al Padre el acto de la creación porque, por su relación con las otras dos Personas, la función de crear le conviene mejor.

Luego, como Dios unió a Sí una naturaleza humana por medio de la segunda Persona en la Persona de Jesucristo, atribuimos la tarea de la redención a Dios Hijo, Sabiduría viviente de Dios Padre. El Poder infinito (el Padre) decreta la redención; la Sabiduría infinita (el Hijo) la realiza. Sin embargo, cuando nos referimos a Dios Hijo como Redentor, no perdemos de vista que Dios Padre y Dios Espíritu Santo estaban también inseparablemente presentes en Jesucristo. Hablando absolutamente, fue la Santísima Trinidad quien nos redimió. Pero apropiamos al Hijo el acto de la redención.

En los párrafos anteriores he escrito la palabra «apropiar» en cursiva porque ésta es la palabra exacta que utiliza la ciencia teológica al describir esta forma de «dividir» las actividades de la Santísima Trinidad entre las tres Personas divinas. Lo que hace una Persona, lo hacen las tres. Y, sin embargo, ciertas actividades parecen más apropiadas a una Persona que a las otras. En consecuencia, los teólogos dicen que Dios Padre es el Creador, por apropiación; Dios Hijo, por apropiación, el Redentor; y Dios Espíritu Santo, por apropiación, el Santificador.

Todo esto podrá parecer innecesariamente técnico al lector medio, pero puede ayudarnos a entender lo que quiere decir el Catecismo cuando dice, por ejemplo: «El Espíritu Santo habita en la Iglesia como la fuente de su vida y santifica a las almas por medio del don de la gracia». El Amor de Dios hace esta actividad, pero su sabiduría y su poder también están allí.

¿QUE ES LA GRACIA?

La palabra «gracia» tiene muchas significaciones. Puede significar «encanto» cuando decimos: «ella se movía por la sala con gracia». Puede significar «benevolencia» si decimos: «es una gracia que espero alcanzar de su bondad». Puede significar «agradecimiento», como en la acción de gracias de las comidas. Y cualquiera de nosotros podría pensar media docena más de ejemplos en los que la palabra «gracia» se use comúnmente.

En la ciencia teológica, sin embargo, gracia tiene un significado muy estricto y definido.

Antes que nada, designa un don de Dios. No cualquier tipo de don, sino uno muy especial.

La vida misma es un don divino. Para empezar, Dios no estaba obligado a crear la humanidad, y mucho menos a crearnos a ti y a mí como individuos. Y todo lo que acompaña a la vida es también don de Dios. El poder de ver y hablar, la salud, los talentos que podamos tener -cantar, dibujar o cocinar un pastel-, absolutamente todo, es don de Dios. Pero éstos son dones que llamamos naturales. Forman parte de nuestra naturaleza humana. Hay ciertas cualidades que tienen que acompañar necesariamente a una criatura humana tal como la designó Dios. Y propiamente no pueden llamarse gracias.

En teología la palabra «gracia» se reserva para describir los dones a los que el hombre no tiene derecho ni siquiera remotamente, a los que su naturaleza humana no le da acceso.

La palabra “gracia” se usa para nombrar los dones que están sobre la naturaleza humana. Por eso decimos que la gracia es un don sobrenatural de Dios.

Pero la definición está aún incompleta. Hay dones de Dios que son sobrenaturales, pero no pueden llamarse en sentido estricto gracias. Por ejemplo, una persona con cáncer incurable puede sanar milagrosamente en Lourdes. En este caso, la salud de esta persona sería un don sobrenatural, pues se le había restituido por medios que sobrepasan la naturaleza. Pero si queremos hablar con precisión, esta cura no sería una gracia. Hay también otros dones que, siendo sobrenaturales en su origen, no pueden calificarse de gracias. La Sagrada Escritura, por ejemplo, la Iglesia o los sacramentos son dones sobrenaturales de Dios. Pero este tipo de dones, por sobrenaturales que sean, actúan fuera de nosotros. No sería incorrecto llamarlos «gracias externas». La palabra «gracia», sin embargo, cuando se utiliza en sentido simple y por sí, se refiere a aquellos dones invisibles que residen y operan en el alma. Así, precisando un poco más en nuestra definición de gracia, diremos que es un don sobrenatural e interior de Dios.

Pero esto nos plantea en seguida otra cuestión. A veces Dios da a algunos elegidos el poder predecir el futuro. Este es un don sobrenatural e interior. ¿Llamaremos gracia al don de profecía? Más aún, un sacerdote tiene poder de cambiar el pan y vino en el cuerpo y sangre de Cristo y de perdonar los pecados. Estos son, ciertamente, dones sobrenaturales e interiores. ¿Son gracias? La respuesta a ambas preguntas es no. Estos poderes, aunque sean sobrenaturales e interiores, son dados para el beneficio de otros, no del que los posee. El poder de ofrecer Misa que tiene un sacerdote no se le ha dado para él, sino para el Cuerpo Místico de Cristo. Un sacerdote podría estar en pecado mortal, pero su Misa sería válida y recaba ría gracias para otros. Podría estar en pecado mortal, pero sus palabras de absolución perdonarían a otros sus pecados. Esto nos lleva a añadir otro elemento a nuestra definición de gracia: es el don sobrenatural e interior de Dios que se nos concede para nuestra propia salvación.

Finalmente, planteamos esta cuestión: si la gracia es un don de Dios al que no tenemos absolutamente ningún derecho, ¿por qué se nos concede? Las primeras criaturas (conocidas) a las que se concedió gracia fueron los ángeles y Adán y Eva. No nos sorprende que, siendo Dios bondad infinita, haya dado su gracia a los ángeles y a nuestros primeros padres. No la merecieron, es cierto, pero aunque no tenían derecho a ella, tampoco eran positivamente indignos de ese don.

Sin embargo, una vez que Adán y Eva pecaron, ellos (y nosotros, sus descendientes) no merecían la gracia, sino que eran indignos (y con ellos nosotros) de cualquier don más allá de los naturales ordinarios propios de la naturaleza humana. ¿Cómo se pudo satisfacer a la justicia infinita de Dios, ultrajada por el pecado original, para que su bondad infinita pudiera actuar de nuevo en beneficio de los hombres?

La respuesta redondeará la definición de gracia. Sabemos que fue Jesucristo quien por su vida y muerte dio la satisfacción debida a la justicia divina por los pecados de la humanidad. Fue Jesucristo quien nos ganó y mereció la gracia que Adán con tanta ligereza había perdido. Y así completamos nuestra definición diciendo: La gracia es un don de Dios sobrenatural e interior que se nos concede por los méritos de Jesucristo para nuestra salvación.

Un alma, al nacer, está oscura y vacía, muerta sobrenaturalmente. No hay lazo de unión entre el alma y Dios. No tienen comunicación. Si hubiéramos alcanzado el uso de razón sin el Bautismo y muerto sin cometer un solo pecado personal (una hipótesis puramente imaginaria, virtualmente imposible), no habríamos podido ir al cielo. Habríamos entrado en un estado de felicidad natural que, por falta de mejor nombre, llamamos limbo. Pero nunca hubiéramos visto a Dios cara a cara, como El es realmente.

Y este punto merece ser repetido: por naturaleza nosotros, seres humanos, no tenemos derecho a la visión directa de Dios que constituye la felicidad esencial del cielo. Ni siquiera Adán y Eva, antes de su caída, tenían derecho alguno a la gloria. De hecho, el alma humana, en lo que podríamos llamar estado puramente natural, carece del poder de ver a Dios; sencillamente no tiene capacidad para una unión íntima y personal con Dios.

Pero Dios no dejó al hombre en su estado puramente natural. Cuando creó a Adán le dotó de todo lo que es propio de un ser humano. Pero fue más allá, y Dios dio también al alma de Adán cierta cualidad o poder que le permitía vivir en íntima (aunque invisible) unión con El en esta vida. Esta especial cualidad del alma -este poder de unión e intercomunicación con Dios- está por encima de los poderes naturales del alma, y por esta razón llamamos a la gracia una cualidad sobrenatural del alma, un don sobrenatural.

El modo que tuvo Dios de impartir esta cualidad o poder especial al alma de Adán fue por su propia inhabitación. De una manera maravillosa, que será para nosotros un misterio hasta el Día del Juicio, Dios «tomó residencia» en el alma de Adán. E, igual que el sol imparte luz y calor a la atmósfera que le rodea, Dios impartía al alma de Adán esta cualidad sobrenatural que es nada menos que la participación, hasta cierto punto, de la propia vida divina. La luz solar no es el sol, pero es resultado de su presencia. La cualidad sobrenatural de que hablamos es distinta de Dios, pero fluye de Él y es resultado de su presencia en el alma.

Esta cualidad sobrenatural del alma produce otro efecto. No sólo nos capacita para tener una unión y comunicación íntima con Dios en esta vida, sino que también prepara al alma para otro don que Dios le añadirá tras la muerte: el don de la visión sobrenatural, el poder de ver a Dios cara a cara, tal como es realmente.

El lector habrá ya reconocido en esta «cualidad sobrenatural del alma», de la que vengo hablando, al don de Dios que los teólogos llaman «gracia santificante». La he descrito antes de nombrarla con la esperanza de que el nombre tuviera más plena significación cuando llegáramos a él. Y el don añadido de la visión sobrenatural después de la muerte es el que los teólogos llaman en latín lumen gloriae, o sea «luz de gloria». La gracia santificante es la preparación necesaria, un prerrequisito de esta luz de gloria. Igual que una lámpara eléctrica resulta inútil sin un punto al que enchufarla, la luz de gloria no podría aplicarse al alma que no poseyera la gracia santificante.

Mencioné antes la gracia santificante en relación con Adán. Dios, en el acto mismo de crearle, lo puso por encima del simple nivel natural, lo elevó a un destino sobrenatural al conferirle la gracia santificante. Adán, por el pecado original, perdió esta gracia para sí y para nosotros. Jesucristo, por su muerte en la cruz, salvó el abismo que separaba al hombre de Dios. El destino sobrenatural del hombre se ha restaurado. La gracia santificante se imparte a cada hombre individualmente en el sacramento del Bautismo.

Al bautizarnos recibimos la gracia santificante por vez primera. Dios (el Espíritu Santo por «apropiación») toma morada en nosotros. Con su presencia imparte al alma esa cualidad sobrenatural que hace que Dios -de una manera grande y misteriosa- se vea en nosotros y, en consecuencia, nos ame. Y puesto que esta gracia santificante nos ha sido ganada por Jesucristo, por ella estamos unidos a El, la compartimos con Cristo -y Dios, en consecuencia, nos ve como a su Hijo- y cada uno de nosotros se hace hijo de Dios.

A veces, la gracia santificante es llamada gracia habitual porque su finalidad es ser la condición habitual, permanente, del alma. Una vez unidos a Dios por el Bautismo, se debería conservar siempre esa unión, invisible aquí, visible en la gloria.

BIBLIOGRAFÍA

1. Catecismo de la Iglesia Católica, 1993

2.

UNIDAD X

EL CRISTIANISMO Y LA COMUNIDAD HUMANA

El cristiano vive en sociedad, una sociedad pluralista, en la que conviven personas con diversas formas de pensar y distintos valores e ideologías. En esta sociedad el cristiano debe aportar su colaboración y sus propuestas. Esta Unidad Didáctica se va a ocupar de este asunto.

La comunidad política

El hombre es por naturaleza un ser social. No puede haber vida humana sino en sociedad: en el intercambio, la reciprocidad, la colaboración, la prosecución de fines comunes.

Los hombres se unen en formaciones sociales, cada vez más complejas, que abarcan los grupos pequeños (familias, asociaciones privadas...); con ello van persiguiendo cotas más altas en el desarrollo de las capacidades humanas. La formación social de más alto nivel, que abarca a todas las demás (excepto a la Iglesia), es la comunidad política.

Pero en todo este proceso histórico, que ha llevado a englobar individuos y grupos en formaciones sociales cada vez más complejas, sigue siendo verdad y lo será siempre que "el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales (y por tanto de la comunidad política) es y debe ser la persona humana" (GS 25,1):

"El orden social y el progreso deben subordinarse al bien de las personas y no al contrario".(GS 84,2)

La comunidad política es la organización social que tiene como fin procurar cada vez mejor el bien común *.

Considerando que:

"El bien común abarca el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las que los hombres, familias y asociaciones pueden lograr más plena y fácilmente su perfección propia" (GS 74)

Ahora bien, al seguir los individuos y los grupos opiniones diversas sobre las condiciones que favorecen el bien común de una sociedad, para que "la comunidad política no se disgregue, se requiere una autoridad que dirija las fuerzas de todos los ciudadanos hacia el bien común, no mecánica ni despóticamente, sino, sobre todo, como fuerza moral que se basa en la libertad y en el sentido de la responsabilidad de cada uno" (GS 74).

La autoridad en la comunidad política

La autoridad en la comunidad política viene de Dios, es decir, responde a un orden establecido por él. Pero no se crea que la autoridad, sólo por el hecho de ser autoridad, puede hacer legítimamente lo que quiera.

La autoridad política sólo se ejerce legítimamente cuando busca el bien común de la comunidad y, para alcanzarlo, emplea medios moralmente lícitos.

Si la autoridad promulga leyes injustas -que lesionan derechos fundamentales de la persona- o toma medidas contrarias al orden moral, entonces sus leyes no obligan en conciencia.

La enseñanza de la Iglesia no se pronuncia en favor de una forma concreta de organización política. Pero exige que la organización política implantada en un país garantice efectivamente que el bien y la dignidad de la persona humana sean la razón de ser y el objetivo de las instituciones y no principalmente el poderío militar o el prestigio internacional o el triunfo de una ideología.

Es preferible que dentro de los poderes del Estado, un poder esté equilibrado y controlado por otro (como el gobierno por el parlamento y los jueces) que lo mantenga en sus justos límites. Este es el principio del "Estado de derecho", en el cual es soberana la Ley y no la voluntad arbitraria de unos hombres.

La Iglesia enseña también que es muy conforme con lo que los hombres son, dotar a la comunidad política de "estructuras político-jurídicas que den a todos los ciudadanos, cada vez mejor y sin discriminación alguna, la posibilidad efectiva de participar libre y activamente" en la vida pública, como en la elección de los gobernantes y en otros asuntos (cf GS 75; 31,3).

Deberes de los gobernantes y de los ciudadanos

Los que ejercen un cargo de gobierno, deben ejercerlo como un servicio (cf Mt 20,26):

* el gobernante está obligado a respetar los derechos fundamentales de la persona humana;

* no deberá legislar en favor de individuos o de colectivos con perjuicio de los derechos e intereses de otros ciudadanos o colectivos de su comunidad política, de tal manera que resulten diferencias injustas o escandalosas en ella;

* administrará justicia, imparcial y humanamente, respetando el derecho de cada uno, especialmente el de las familias y de los desheredados.

Los ciudadanos deben respetar a la autoridad política y obedecer sus normas y disposiciones. Deber de los ciudadanos es cooperar con las autoridades al bien común de la sociedad. Esta cooperación estará, en principio, mejor asegurada, si una comunidad política posee estructuras y mecanismos de participación libre ? de los ciudadanos en los asuntos públicos.

Los ciudadanos cooperan también con las autoridades en el bien común de la comunidad, ejerciendo a conciencia, con competencia, sus funciones y trabajos propios.

La colaboración leal de los ciudadanos entraña el derecho -a veces el deber- de ejercer una justa crítica de cualquier norma, disposición, acto u omisión de la autoridad que resulte perjudicial para la dignidad de las personas o para el bien de la comunidad.

La obediencia debida a las leyes legítimamente promulgadas y la corresponsabilidad en el bien común, exigen de los ciudadanos el pago de los impuestos, el ejercicio responsable del derecho al voto y la defensa de la comunidad (cf CCE 2240).

"Dad a cada cual lo que le corresponde: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que honor, honor." (Rom 13,7)

El ciudadano está obligado en conciencia a no seguir las prescripciones de la autoridad, cuando éstas son contrarias:

* a las exigencias del orden moral;

* a los derechos fundamentales de la persona humana;

* a las enseñanzas del Evangelio.

El hombre no es sólo una parte de la comunidad política: su vida no está sólo en función de ella. No hay hombre que no tenga una conciencia y una libertad que escapan de cualquier pretensión de dominio total de cualquier poder político.

Por encima de cualquier sometimiento al poder político está el servicio a Dios. De ningún modo puede justificar la "obediencia debida" a las autoridades, la participación, por ejemplo, en un genocidio: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". (Hech 5,29; Mt 22,21; cf CCE 2242)

Catecismo de la Iglesia Católica, n.2237

"El poder político está obligado a respetar los derechos fundamentales de la persona humana. Ya administrar humanamente justicia en el respeto al derecho de cada uno, especialmente el de las familias y de los desheredados

2. El compromiso de los cristianos

Los cristianos somos, plenamente, miembros de la sociedad en que vivimos y llevamos dentro la sensibilidad del momento presente. Para vivir como cristianos hemos de responder con verdad y honestidad a las circunstancias reales y concretas de la vida.

Una nueva mentalidad y una nueva forma de vida se han ido desarrollando entre nosotros:

- la libertad de pensamiento y de expresión es el clima normal en el que nos

movemos y en el que crece nuestra juventud;

* los signos sociales de la trascendencia han disminuido notablemente;

* el secularismo, el ateísmo teórico o práctico y la permisividad moral son actitudes ampliamente difundidas y socialmente apoyadas.

En tal situación no cabe la nostalgia ni el revanchismo. La postura adecuada consiste en buscar cuál debe ser nuestra respuesta a estos desafíos. Lo hacemos, siguiendo el análisis realizado por Juan Pablo II en la encíclica "Centesinuis annus".

Opción preferencial por los pobres

Frente a las nuevas formas de pobreza existentes en el mundo, propone el Papa, como principio elemental de sana organización política, la solidaridad: a la que Pío XI llamó "caridad social"; Pablo VI, "civilización del amor"; la Sollicitudo Rei Socialis la definía como una "forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana" y que hoy se llama "opción preferencial por los pobres" (CA10).

Bien entendido que este mensaje social se hará creíble por el testimonio de las obras antes que por su coherencia y lógica interna (CA 57).

Un sincero deseo de ponerse de parte de los oprimidos y no quedarse fuera del curso de la historia, indujo a muchos cristianos a buscar un imposible compromiso entre marxismo y cristianismo. Actualmente, superado todo lo caduco que había en aquellos intentos, es cuando se llega a reafirmar lo positivo de una auténtica teología de la liberación humana integral (CA 26).

Justicia social

Frente a la lucha de clases en sentido marxista y el militarismo, que tienen las mismas raíces de ateísmo y desprecio de la persona humana, es necesario un esfuerzo positivo por construir una sociedad democrática inspirada en la justicia social (CA 14,18,19,26):

"La Iglesia sabe muy bien que, a lo largo de la Historia, surgen inevitablemente los conflictos de intereses entre diversos grupos sociales y que frente a ellos el cristiano no pocas veces debe pronunciarse con coherencia y decisión. Por lo demás, la encíclica "Laborem Exercens" ha reconocido claramente el papel positivo del conflicto cuando se configura como "lucha por la justicia social". Ya en la Quadragésimo Anno se decía: "En efecto, cuando la lucha de clases se abstiene de los actos de violencia y del odio recíproco, se transforma poco a poco en una discusión honesta, fundada en la búsqueda de la justicia" (CA 14)

Solidaridad internacional

Si para algunos países de Europa, después de los acontecimientos de 1989 y 1990, comenzó una nueva y difícil situación (en la que han vuelto a surgir el odio y la violencia en los corazones y se ha hecho necesario el arbitraje internacional, la imprescindible reestructuración de las economías...), hace falta un esfuerzo de ayuda solidaria de las otras naciones. Porque la paz y la prosperidad son bienes que pertenecen a todo el género humano (CA 27-28).

Esto no puede significar el olvido de los países y pueblos empobrecidos, que sufren situaciones de "insuficiencia y pobreza bastante más graves" (CA 28):

"Hay que romper las barreras y los monopolios que dejan a tantos Pueblos al margen del desarrollo, y asegurar a todos -individuos y Naciones- las condiciones básicas, que permitan participar en dicho desarrollo. Este objetivo exige esfuerzos programados y responsables por parte de toda la comunidad internacional."

(CA 35)

Para movilizar recursos, se apuntan prioridades: desarme de los enormes aparatos militares y abandono de una mentalidad que considera a los pobres -personas y pueblos-como un fondo, molesto e inoportuno. La promoción de los pobres es una gran ocasión para el crecimiento moral, cultural, educacional e incluso económico de la humanidad entera (cf. CA 28).

Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1911

"Las interdependencias humanas se intensifican. Se extienden poco apoco a toda la tierra. La unidad de la familia humana que agrupa a seres que poseen una misma dignidad natural, implica un bien común universal. Este requiere una organización de la comunidad de naciones capaz de "proveer a las diferentes necesidades de los hombres, tanto en los campos de la vida social, a los que pertenecen la alimentación, la salud, la educación... como no pocas situaciones particulares que pueden surgir en algunas partes, como son ... socorrer en sus sufrimientos a los refugiados dispersos por todo el mundo o de ayudar a los emigrantes y a sus familias " (GS 84.2) ".

Estilos de vida

Desde las amenazas y problemas específicos, que surgen dentro de las economías más avanzadas (la afirmación de que la derrota del socialismo deje al capitalismo como único modelo de organización económica es inaceptable), en concreto el fenómeno del consumismo, es necesaria y urgente una gran obra educativa y cultural del sentido de responsabilidad (cf. CA 35,36), a la hora de las opciones.

No es que sea malo el deseo de vivir mejor; pero, ante el equívoco de suponer que es mejor cuanto esté orientado a tener y no a ser, o querer tener más, no para ser más sino para consumir más como fin en sí mismo, será necesario esforzarse por implantar estilos de vida en que la búsqueda de la verdad, de la belleza, del bien, de la comunicación con los demás hombres para un crecimiento común determinen las opciones del consumo, de los ahorros y de las inversiones (CA 36).

La cuestión ecológica

Ante la insensata destrucción del ambiente natural, por creer el hombre que puede disponer arbitrariamente de la tierra, suplantando a Dios y provocando una auténtica rebelión de la naturaleza misma -tiranizada más que gobernada por el hombre-, se impone una alteza de miras, una actitud desinteresada, gratuita, estética, nacida del asombro por el ser y por la belleza, que permite leer en las cosas visibles el mensaje del Dios invisible que las ha creado (CA 37).

Ante la destrucción, más grave aún, del ambiente humano, con los problemas de la moderna urbanización, estructura social adversa, alienante educación recibida, opresión de estructuras, etc., será necesario un esfuerzo singular para salvaguardar las condiciones morales de una auténtica "ecología humana", donde el hombre se descubra un don de Dios para sí mismo y pueda respetar la estructura natural y moral de la que ha sido dotado:

"Hay que mencionar en este contexto los graves problemas de la moderna urbanización, la necesidad de un urbanismo preocupado por la vida de las personas, así como la debida atención a una "ecología social" del trabajo." (CA 38)

Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2415

"El uso de los recursos minerales, vegetales y animales del universo no puede ser sep arado del respeto a las exigencias morales. El dominio concedido por el Creador al hombre sobre los seres inanimados y los seres vivos no es absoluto; está regulado por el cuidado de la calidad de la vida del prójimo incluyendo la de las generaciones venideras; exige un respeto religioso de la integridad de la creación (cfCA 37-38). "

Estado y cultura

Analizada la cultura y la praxis del totalitarismo moderno (en la forma marxista-leninista u otras) que comporta la negación de la dignidad trascendente de la persona humana, la negación de la Iglesia o cualquier criterio objetivo del bien y del mal, la Iglesia aprecia el sistema de la democracia en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana (CA, 44-46), sin título alguno para expresar preferencias por una u otra solución institucional o constitucional (47).

“Hoy se tiende a afirmar que el agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la actitud fundamental correspondientes a las formas políticas democráticas, y que cuantos están convencidos de conocer la verdad y se adhieren a ella con firmeza no son fiables desde el punto”.

UNIDAD XI

ORAR COMO HIJOS DE DIOS PADRE

Terminamos el volumen con esta U.D. centrada sobre todo en la oración del Señor, el Padre Nuestro. Con ella pretendemos hacer patente la relación que existe entre oración y vida cristiana, así como aprender a orar al Padre con la intimidad de Cristo y movidos por el Espíritu Santo.

La oración, forma de vida de los hijos de Dios

"A cuantos recibieron la Palabra, a cuantos creen en su nombre, les dio poder para ser hijos de Dios." (Jn 1,12)

Los cristianos creemos en Dios, que se nos ha revelado como Padre en la persona de Jesucristo, su Hijo.

Al acoger por la fe a Jesús de Nazaret, su mensaje y su vida, entregada por nosotros hasta la muerte para comunicarnos la misericordia de Dios, estamos acogiendo la Palabra definitiva del Padre sobre el hombre y sobre la historia (cf. TMA, 5), que no es una palabra de condenación sino una oferta universal de salvación: la posibilidad de llegar a ser, por la acción del Espíritu Santo, hijos de Dios, es decir, de disfrutar con el Padre una comunión de vida como la que existe entre Él y su Hijo Jesucristo:

"La religión que brota del misterio de la encarnación redentora es la religión del "permanecer en la intimidad de Dios ", del participar en su misma vida." (TMA, 8)

La singularidad de la oración de Jesús

Los relatos evangélicos nos muestran que, durante su vida terrena, Jesús vivió su relación con Dios al modo humano, por medio de la oración *. Pero insisten también en poner de manifiesto la singularidad de la oración de Jesús, que brotaba de su ser Hijo de Dios:

* era una oración filial, que se dirigía a Dios con toda confianza como "Abba" (papá), el modo en que los hijos pequeños se dirigían confidencialmente a su padre;

* y por ser filial era una oración obediente, dispuesta a realizar con prontitud aquello que agradaba al Padre. Jesús, Hijo confiado y Siervo obediente de Dios, sometía en la oración su voluntad humana a la voluntad divina: "¡Abba, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras Tú" (Me 14,36).

De este modo, la obra de Dios, comenzada en la Encarnación, se realizaba en el día a día de Jesús en la intimidad de la oración y se manifestaba en sus palabras y en sus obras, a través de las cuales se hacían presentes a los hombres las palabras y las obras del Padre.

El Hijo nos enseña a orar como hijos

Hijos adoptivos de Dios por la fe y el Bautismo, habiendo recibido "el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba, Padre!" (Gal 4,6), los cristianos podemos participar ya en esta vida, por medio de la oración del Señor, de la misma comunión que, en su vida terrena, vivió con su Padre Jesús de Nazaret.

Al enseñarnos a orar con sus propias palabras, Jesús nos introduce en su propia oración, en su propia espiritualidad, en el secreto de su corazón de Hijo de Dios, hecho Hijo del Hombre.

La oración de Jesús

(Ordenación general de la Liturgia de las Horas, n.4)

"En efecto, los evangelios nos lo (a Jesús) presentan muchísimas veces en oración: cuando el Padre revela su misión, antes del llamamiento de los Apóstoles; cuando bendice a Dios en la multiplicación de los panes, y en la transfiguración; cuando sana al sordomudo y cuando resucita a Lázaro; antes de requerir de Pedro su confesión; cuando enseña a orar a los discípulos, cuando los discípulos regresan de la misión; cuando bendice a los niños; cuando ora por Pedro. Su actividad diaria estaba tan unida con la oración que incluso aparece fluyendo de la misma, como cuando se retiraba al desierto o al monte para orar, levantándose muy de mañana, o al anochecer, permaneciendo en oración hasta la cuarta vigilia de la noche. Hasta el final de su vida, acercándose ya el momento de la Pasión, en la Última Cena, en la agonía y en la cruz, el Divino Maestro mostró que era la oración lo que le animaba en el ministerio mesiánico y en el tránsito pascual... "

El "Padre nuestro" es, así, la oración de los hijos de Dios, que conforma nuestra mente y nuestro corazón a semejanza de Cristo.

En cuanto tal, es también modelo de toda oración cristiana, que ha de ser como la raíz que se introduce en la "tierra buena" de la comunión con Dios para que broten de ella al unísono las hojas de nuestra fe y los frutos de nuestro obrar.

Como Jesús, con El y en El, estamos llamados a vivir nuestra filiación divina desde el centro de nuestro ser, en la soledad con Dios (cf. Mt 6,6).

Cuando oramos con la oración del Señor, tenemos la certeza de que vamos a ser escuchados, porque el Padre ha escuchado ya la oración de su Hijo obediente. Lo que pedimos en el Padre nuestro ha sido realizado ya por el Padre en la persona de su Hijo y, antes que se lo pidamos, quiere realizarlo ahora en quienes hemos sido adoptados como hijos, y se consumará en la plenitud de los tiempos.

Por ello, la oración del Señor reclama de nosotros los mismos sentimientos de Cristo (cf. Fil 2,5), la confianza y la obediencia:

confianza en que Dios contestará a nuestra oración;

obediencia para estar dispuestos a que Dios realice en nosotros, y por medio de nosotros aquello que le pedimos.

Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1610

"Del mismo modo que Jesús ora al Padre y le da gracias antes de recibir sus dones, nos enseña esta audacia filial; "todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido" (Me 11,24)".

"Pedid, buscad, LLamad" al Padre que está en los cielos

Jesús exhorta a sus discípulos a invocar a Dios como Padre, "Abba", porque El es su Hijo y quiere que nosotros seamos y vivamos como hijos suyos. La oración del cristiano se dirige a Aquél que ha tomado la iniciativa y "nos ha mostrado su amor haciendo morir a Cristo por nosotros cuando aún éramos pecadores" (Rom 5,8).

Con la encarnación de su Hijo "no es sólo el hombre quien busca a Dios, sino que es Dios quien viene en persona a hablar de sí al hombre y mostrarle el camino por el cual es posible alcanzarlo" (TMA, 6).

Las palabras de Isaías: "Buscad al Señor mientras se deja encontrar, invocadlo mientras está cerca" (Is 55,6), se hacen realidad en Cristo, el Emmanuel, "Dios con nosotros". Podemos pedir, buscar y llamar a Dios como Padre porque El está permanentemente pidiéndonos, buscándonos y llamándonos:

"Mira que estoy llamando a la puerta. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo." (Ap 3,20)

Invocamos a Dios como Padre nuestro

Incluso cuando nos dirigimos a Dios en la más absoluta soledad (cf. Mt 6,6), nuestra oración está unida a la de todos los discípulos de Jesús y, con ellos, a la del Maestro.

Con la plegaria "familiar", los hijos de Dios en este mundo nos congregamos en torno al Padre y al Hermano mayor con quienes estamos ya en su presencia, y nuestra oración abarca también a los hijos que no están presentes, a quienes no invocan a Dios porque no saben que es su Padre. La misma creación es asumida en nuestra oración, mientras "espera anhelante que se manifieste lo que serán los hijos de Dios" (Rom 8,19).

Podemos invocar al Padre que "está en los cielos", porque no ha dejado de ser Dios aunque se haya humillado en la persona de su Hijo para venir a nuestro encuentro. Nos dirigimos al Dios que crea y salva porque es el Señor, no porque esté por encima de nosotros, sino porque es distinto a nosotros:

"Esta expresión bíblica no significa un lugar ["el espacio"] sino una manera de ser; no el alejamiento de Dios sino su majestad. Dios Padre no está "fuera", sino "más allá de todo" lo que, acerca de la santidad divina, puede el hombre concebir." (CCE, 2794)

Porque el Dios "del cielo" no se ha quedado encerrado en Sí mismo, sino que en la historia de salvación se ha "humillado" para salvar a los hombres:

"Así dice el Altísimo, el que vive para siempre, cuyo nombre es "Santo ": "Habito en un lugar alto y sagrado, pero también estoy con el contrito y el humilde, para confortar el espíritu de los humildes, para confortar el corazón de los contritos." (Is 57,15)

En Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, "el cielo ha descendido a la tierra", se ha abierto definitivamente el camino entre los hombres y Dios (cf Jn 14,6). Por eso, en la oración, los hijos de Dios, sin dejar de estar "en el mundo", entran en la presencia del Padre del cielo a través del camino abierto por Cristo. Y por la obra redentora de Cristo, esta manera de ser y de estar de Dios (el cielo) constituye también nuestro futuro, la dicha que nosotros aguardamos de Dios y hacia la que nos dirigimos.

Por eso el Padre nuestro * es la oración de quienes peregrinan al encuentro definitivo con Dios, que ha venido ya a nosotros, y colaboran con Él en transformar la "tierra" a semejanza del "cielo".

Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2798

"Podemos invocar a Dios como "Padre"porque nos lo ha revelado el Hijo de Dios hecho hombre, en quien, por el bautismo, somos incorporados y adoptados como hijos de Dios."

3. "Buscad primero el Reino de Dios y su justicia... "

Las tres primeras peticiones

En las tres primeras peticiones del Padre nuestro, Jesús nos enseña a suplicar a Dios que intervenga en la historia humana para que, de una manera definitiva:

* su Nombre sea santificado,

* venga su Reino,

* y se haga su voluntad.

La lógica de la Revelación parte de que los hombres han querido afirmar su propia autonomía frente a Dios y se han empeñado en santificar su propio nombre, en construir

El Padre nuestro: "documentum"

Empleando la terminología de los Padres, lo que Jesús hace con esta plegaria es entregar un "documentum ", es decir, una acción que es, a la vez, testimonio personal y enseñanza teórica. Se trata, por tanto, de una acción propia de un maestro, para que los discípulos y seguidores vean y aprendan. En este sentido, Jesús pretende lo mismo que cuando, en la Ultima Cena, lava los pies a sus discípulos: "os he dado ejemplo, para que hagáis lo mismo que yo he hecho con vosotros" (Jn ¡3,15). Por tanto, con la oración del Padrenuestro les comunica su propia oración, "cuando oréis, decid: Padre nuestro..." (Le 11,4). En el evangelio de San Mateo la plegaria dominical (= del Señor) se encuentra en el contexto del sermón del Monte, es decir, entre los dichos de Jesús que se refieren a la Ley Nueva, promulgada por el Hijo de Dios.

Su propio reino y en hacer su propia voluntad al margen de Dios, temerosos de que el señorío de Dios supusiera la merma de su libertad (cf. Gen 11,1-9); las consecuencias, de hecho, han sido la caída del hombre en el individualismo y la opresión de los pobres y los débiles.en manos de los ricos y los poderosos.

Por el contrario, ya la Antigua Alianza estaba fundamentada en la acción salvadora de Dios a favor de Israel, y establecía por ello la prioridad de los deberes del hombre para con Dios como condición de posibilidad de una vida humana en plenitud y de unas relaciones humanas justas (cf. Ex 20,1 ss).

Y, a lo largo de toda la historia de salvación, la predicación de los profetas apuntó insistentemente a la apostasía y la idolatría de Israel como causantes de su corrupción y de las injusticias personales y estructurales.

Jesús sigue, en este punto, la lógica de toda la Revelación, y pone de manifiesto la preeminencia del mandato del amor a Dios con toda la persona para, inmediatamente, poner al mismo nivel el mandato del amor al prójimo (cf. Me 12,29-31), no como opuestos sino como fundamento el primero del segundo.

Lo verdaderamente significativo es que, en Jesús, la "causa de Dios" y la "causa del hombre" se identifican.

Más aún, para Jesús, la causa de Dios es la causa de los hombres: su salvación, su elevación a la dignidad de hijos de Dios.

Porque Dios es Padre en Sí mismo, y.quiere serlo libremente de los hombres, Dios ha amado en Cristo al hombre como a Sí mismo, con todo su amor divino, a costa de su propio Hijo (cf. Jn3,16).

Dios responde en su Hijo, revelándose como Padre

En Jesús, Dios ha respondido ya las tres peticiones del Padre nuestro. Con la encarnación de su Hijo, con su vida y su muerte, Dios ha santificado ya su nombre ("Jesús" significa "Yahweh salva) porque ha cumplido su voluntad salvífica al establecer su Reinado entre los hombres. Con una salvedad: lo que Dios ha revelado y realizado en Cristo ha sido su Paternidad:

* El Nombre de Dios, su Ser más íntimo es Padre, y su perfección como Padre del cielo consiste en "hacer salir el sol" y en "mandar la lluvia" sobre todos los hombres, justos e injustos (cf. Mt 5,45.48).

* Su voluntad es ser reconocido como tal por los hombres.

* Su reinado consiste en ejercer su Paternidad con los hombres y en que los hombres vivan su condición de hijos de Dios entre ellos y en comunión con El.

Con esta confianza, los discípulos de Jesús se suman a la oración del Maestro y piden al Padre que llegue el día en que su paternidad (y ,por tanto, la fraternidad entre los hombres) sea una realidad para toda la humanidad, "en la tierra como en el cíelo".

Mientras tanto, los hijos, unidos al Hijo, se ofrecen al Padre en la oración para que su Nombre de Padre se santifique, su Reinado-Paternidad se establezca y su voluntad salvadora se realice en y por medio de sus vidas filiales y fraternales, también "como en el cielo".

Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2806

"Mediante las tres primeras peticiones somos afirmados en la fe, colmados de esperanza y abrasados por la caridad. Como criaturas y pecadores todavía, debemos pedir para nosotros, un "nosotros " que abarca el mundo y la historia, que ofrecemos al amor sin medida de nuestro Dios: porque nuestro Padre cumple su plan de salvación para nosotros y para el mundo entero por medio del Nombre de Cristo y del Reino del Espíritu Santo."

4. "... Y TODO LO DEMÁS SE OS DARÁ POR AÑADIDURA"

Las necesidades humanas

Tras haber pedido al Padre aquello que es prioritario, lo que afecta al reconocimiento de su Paternidad, los hijos le plantean sus necesidades más absolutas:

* el pan de la subsistencia (material y espiritual),

* la reconciliación y la comunión,

* y la libertad frente "al que puede destruir al hombre entero en el fuego eterno" (Mt 10,28).

Aquí también la Revelación parte de una realidad: los hombres, "emancipados de Dios", se han creado necesidades • que no son reales, y las han convertido en "ídolos" a los que sacrificar sus vidas y las de los demás.

En Jesús, el Padre nos da el pan

El "pan", signo del alimento necesario para la vida, ha llegado a convertirse en signo de la envidia, del robo, de la guerra.

Sin embargo, la Revelación nos dice que es Dios quien alimentó a su pueblo en el desierto (cf. Ex 16,1-20), y quien le otorgó la tierra "que mana leche y miel"; por eso los profetas habrán de recordar a Israel, de parte de Dios:

"Era yo quien le daba el trigo, el mosto y el aceite, quien multiplicaba la plata y el oro con que hicieron los baales." (Os 2,10)

Lo verdaderamente necesario para el hombre es "la justicia y el derecho", las relaciones humanas justas, la comunión entre los hombres.

Jesús sigue también esta lógica, y alimenta con pan a las multitudes (cf. Me 6, 30-44; 8,1-10; par). En su comunidad de mesa, Dios mismo está acogiendo en su comunión a todos los hombres, especialmente a los marginados de la sociedad.

En Jesús, Dios contesta la oración y da a los hombres el alimento que precisan: el pan nuestro, el pan comunitario, signo de la comunión entre los hombres. Nos da además el "otro pan", el que nos alimenta como personas: el pan de la Palabra de Dios, y el pan de su propia vida de Hijo de Dios entregado por nosotros.

Por eso Jesús enseña que sólo los huérfanos o los "emancipados" han de preocuparse por el alimento y el vestido; los hijos no se preocupan por el día de mañana:

Aquienes, como hijos, consagran su vida a hacer la voluntad del Padre, a buscar "ante todo el Reino de Dios y lo que es propio de él", les dice que Dios les dará todo lo demás (Mt 6,33).

Un "todo lo demás" que abarca lo verdaderamente necesario para la vida, pero que no debe confundirse con "calidades de vida" o "sociedades del bienestar", en las que grupos privilegiados acumulan bienes para su uso individualista mientras que grandes sectores de la humanidad permanecen en la indigencia y llegan a morir a causa del hambre.

"Vuestro Padre del cielo ya sabe que las necesitáis.” (Mt 6,32)

Con esta confianza, pedimos en la oración por la ración de pan que nos toca hoy. Lo pedimos para nosotros, para los discípulos y también para los que no lo son; para los que claman a Dios por el pan que no tienen y para los que se agobian por las cosas materiales porque no saben que Dios es su Padre.

Y pedimos que llegue pronto ese día en que nos reunamos todos juntos en la mesa del Padre. Mientras llega ese día, escuchamos las palabras de Jesús que nos

Exhortan a compartir el pan nuestro con todos los hermanos:

"Dadles vosotros de comer” (Me 6,37)

En Jesús, el Padre nos pide que trabajemos, mientras tanto, por erradicar de la tierra el hambre y la miseria en nombre de Dios, y hacer así realidad su Paternidad providente, de modo que, por medio de nosotros, alcance a todos sus hijos.

Las necesidades humanas: la petición del orante

El orante pide el pan necesario hoy: no tiene ante la mirada el futuro indefinido, que comparte con los demás hombres y que necesita planificar; sólo tiene a la vista el futuro Reino de Dios, que hoy se le viene encima y le urge a vivir ya cara al Padre. Sólo para este hoy pide el orante lo inmediatamente necesario; pensar para el mañana es superfluo.

La petición del perdón de todas las culpas pone de manifiesto hasta qué punto depende el hombre de un juicio misericordioso de Dios, que cancele todas sus deudas y cómo él puede asegurarse el perdón, mostrándose dispuesto por su parte a perdonar a los otros (cfMt 18,21-35).

En Jesús, el Padre nos otorga el perdón para la comunión

Para la verdadera vida, tan esencial como el pan es la reconciliación.

Sin ella no hay comunión, no hay verdadera vida humana, vida de hermanos, hijos de Dios. Y la reconciliación pasa necesariamente por el perdón de las ofensas, el perdón pedido y concedido.

En esta petición nos encontramos con el misterio central de nuestra fe: Dios "nos ha reconciliado consigo mismo por medio de Cristo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación" (2 Cor 5,18).

Ofendemos la Paternidad de Dios al no reconocerlo como Padre, pero también, constantemente, cada vez que ofendemos al hombre, no actuando con él fraternalmente, no reconociéndolo como hermano, exigiéndole lo mínimo cuando Dios nos ha perdonado lo máximo (cf. Mt 18,21-35).

El Padre nos ha otorgado en Cristo el perdón de los pecados (cf. Col 1,14) y de este modo ha comenzado ya a realizar en Cristo la unidad de la familia de los hombres. Pero podemos romper en cualquier momento la comunión filial al ofender al Padre o al hermano.

Por este motivo pedimos al Padre el perdón de nuestros pecados actuales, condicionado a la reconciliación con el hermano: "Perdonad, y seréis perdonados" (Le 6,37); y el perdón definitivo, el día en que todos los hijos nos encontremos con el Padre.

Mientras tanto, como hijos que han experimentado la Paternidad de Dios en el perdón, nuestra oración hace de nosotros constructores de la "civilización del amor", que perdonan en nombre de Dios: "A quienes les perdonéis los pecados, Dios se los perdonará" (Jn 20,22).

En Jesús, el Padre ha vencido al Mal

La oración del Señor concluye pidiendo a Dios que nos preserve de la tentación y del Mal. Como el padre humano que concede libertad a los hijos en sus juegos, pero está atento para preservarlos de todo daño, pedimos al Padre que nos ayude en el momento en que nuestra fidelidad como hijos esté en peligro y nos libere del mayor de los males: no llegar a la vida que nos tiene reservada.

En Cristo, que venció la tentación con la Palabra de Dios (cf. Mt 4,1-11; par.), y que "aunque era Hijo, aprendió sufriendo lo que cuesta obedecer" (Heb 5,8), el Padre ha vencido ya al Mal. En la oración no pedimos que nos libere de todos los males que hay en "este mundo", sino que en medio de ellos, el dolor, o el miedo al dolor, no nos hagan desfallecer, perder el sentido, nuestra identidad de hijos de Dios.

Que nos ayude a soportar el sufrimiento, uniéndonos al sufrimiento de su Hijo, para hacernos resucitar definitivamente con Él. Mientras tanto, Dios nos pide que, en su Nombre, contribuyamos a erradicar del mundo el dolor y el sufrimiento, de modo que liberemos a nuestros hermanos los hombres de la tentación de desconfiar de la bondad de Dios y vean, en cambio, en nosotros el rostro misericordioso del Padre del cielo.

Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2771

"En la Eucaristía, la oración del Señor manifiesta también el carácter escatológico de sus peticiones. Es la oración propia de los "últimos tiempos", tiempos de salvación que han comenzado con la efusión del Espíritu Santo y que terminarán con la vuelta del Señor. Las peticiones al Padre, a diferencia de las oraciones de la Antigua Alianza, se apoyan en el misterio de salvación ya realizado, de una vez por todas, en Cristo crucificado y resucitado. "

5. "VIVID EN CONSTANTE ORACIÓN Y SÚPLICA" (Ef 6,18)

La oración del Señor, precisamente en cuanto que es modelo de toda oración cristiana, no excluye otras maneras de orar.

Formas de oración

El "trato de amistad" con Dios tiene lugar en medio de los diversos aspectos y situaciones de la vida, y los abarca a todos ellos: alegría, sufrimiento, fiesta, dolor, necesidad, angustia... Esto ha dado lugar a las diversas formas de oración (tanto persona] como comunitaria) que encontramos en las Escrituras y en la tradición litúrgica de la Iglesia, y que expresan las diversas actitudes del orante en su relación con Dios: adoración, petición, intercesión, acción de gracias, bendición y alabanza.

Adoración

La adoración es el primer impulso del hombre que se reconoce como criatura ante su Creador (cf. Sal 95,1-6). En el silencio respetuoso o mediante la palabra gozosa, el creyente se sobrecoge ante la presencia de Dios en la creación y en la historia de salvación, o ante su amor inefable que nos salva del Mal, y adora a Dios.

Petición

La petición o súplica, que presenta a Dios las necesidades materiales o espirituales (cf. Sal 86), es la forma más habitual de oración. Mediante la petición expresamos nuestra condición de criaturas necesitadas y dependientes de Dios y nuestra conciencia de ser pecadores:

* por eso, la primera petición ha de ser la del perdón de los pecados (cf. Sal 51), que rompen nuestra comunión con el Padre;

* unidos a Jesús pedimos también a Dios que venga su Reino;

* cuando aceptamos confiadamente, como hijos, que se cumpla la voluntad del Padre, podemos plantear a Dios todas nuestras necesidades.

Intercesión

En la intercesión pedimos por los demás. Por esta oración nos unimos a Cristo y al Espíritu Santo, quienes interceden constantemente ante el Padre por todos los hombres. De este modo participamos de la comunión de los santos, y somos transformados por el Espíritu Santo, que nos conforma a la misericordia de Dios: "Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo" (Le 6,36).

Acción de gracias

Todo acontecimiento y toda necesidad puede convertirse en acción de gracias a Dios: "En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros" (ITes 5,18). Es la oración por excelencia de la Iglesia, que en la Eucaristía da gracias a Dios solemnemente por la salvación realizada por Cristo en la cruz, de la que participamos al comulgar de su Cuerpo y su Sangre.

Bendición

En la oración de bendición se unen el don de Dios y la respuesta del hombre. Esta oración tiene dos formas: cuando bendecimos a Dios por sus dones, la oración, que ha suscitado el Espíritu Santo en nosotros, es llevada por Cristo al Padre (cf. 2 Cor 1,3-7); o bien imploramos al Padre que, por medio de Cristo, nos dé la bendición del Espíritu Santo (cf. 2 Cor 13,13).

Alabanza

En la oración de alabanza, la más frecuente en los Salmos, cantamos a Dios por lo que es, porque es Dios. Obra del Espíritu, la alabanza es fruto de la fe experimentada, de la esperanza "contra toda esperanza" (Rom 4,18) y del amor a Dios.

La oración, necesidad vital

La oración, en todas sus formas, es la característica del cristiano, como fue la característica de Jesús. La vida cristiana está sostenida y movida desde dentro por la relación con Dios: cuanto más íntima y constante sea esa relación, más nos transformará el Espíritu Santo a semejanza de Cristo, y mejor podrá cumplirse en y por medio de nosotros la voluntad del Padre.

La oración es así, para el cristiano, una necesidad vital, porque sin ella puede apagarse la vida en el Espíritu y el hijo puede perder la comunión con el Padre. Por eso Jesús nos advierte: "Vigilad y orad para no entrar en tentación" (Me 14,38).

UNIDAD XII

ÉTICA PROFESIONAL Y ÉTICA UNIVERSITARIA

El libro de Augusto Hortal forma parte de una colección de textos universitarios de ética. Cada manual de cada titulación universitaria tendrá que reflexionar sobre lo que significa la ética en la respectiva especialidad académica y profesional. En este volumen nos plantearemos los temas comunes a toda ética profesional.

Esta introducción pretende abordar cómo puede esto encajar en la vida universitaria, saliendo al paso de algunos malentendidos. El primero de estos malentendidos radica en la confusión acerca de lo que se entiende por ética y de la capacidad de tratar de temas éticos en términos racionales.

Enseñar ética profesional en la universidad no consiste, ni nadie pretende que consista, en esparcir moralina sobre las prácticas y usos profesionales. El reto que plantea la enseñanza de una ética profesional en la universidad es ofrecer una verdadera ética reflexiva y crítica sobre el saber y el quehacer profesional, una ética que intente orientar las conductas profesionales pero entroncando con el pensamiento ético actual e intentando establecer un diálogo interdis-ciplinar con los saberes especializados en los que se basa el ejercicio de cada profesión.

Esta propuesta no acaba de encajar con la forma de estar concebida y estructurada la vida universitaria actual. Son pocos, pero todavía hay algunos que prefieren concebir la universidad como lugar en el que se cultiva el saber por el saber, prescindiendo del uso que de ese saber puedan hacer después los profesionales.

¿POR QUÉ UNA ÉTICA EN EL EJERCICIO DE LAS PROFESIONES?

Todo trabajador tiene o debe desarrollar una ética profesional que defina la lealtad que le debe a su trabajo, profesión, empresa y compañeros de labor. Muchos autores coinciden en afirmar de que ‘la ética de una profesión es un conjunto de normas, en términos de los cuales definimos como buenas o malas una práctica y relaciones profesionales. El bien se refiere aquí a que la profesión constituye una comunidad dirigida al logro de una cierta finalidad: la prestación de un servicio’. Señala, además, que hay tres tipos de condiciones o imperativos éticos profesionales: (1) competencia - exige que la persona tenga los conocimientos, destrezas y actitudes para prestar un servicio (2) servicio al cliente - la actividad profesional sólo es buena en el sentido moral si se pone al servicio del cliente (3) solidaridad - las relaciones de respeto y colaboración que se establecen entre sus miembros.

Para lograr en los empleados una conciencia ética profesional bien desarrollada es que se establecen los cánones o códigos de ética. En éstos se concentran los valores organizacionales, base en que todo trabajador deberá orientar su comportamiento, y se establecen normas o directrices para hacer cumplir los deberes de su profesión.

En virtud de la finalidad propia de su profesión, el trabajador debe cumplir con unos deberes, pero también es merecedor o acreedor de unos derechos. Es importante saber distinguir hasta dónde él debe cumplir con un deber y a la misma vez saber cuáles son sus derechos. En la medida que él cumpla con un deber, no debe preocuparse por los conflictos que pueda encarar al exigir sus derechos. Lo importante es ser modelo de lo que es ser profesional y moralmente ético. Por ejemplo, un deber del profesional es tener solidaridad o compañerismo en la ayuda mutua para lograr los objetivos propios de su empresa y, por consiguiente, tener el derecho de rehusar una tarea que sea de carácter inmoral, no ético, sin ser víctima de represalia, aun cuando esto también sea para lograr un objetivo de la empresa. Al actuar de esa manera demuestra su asertividad en la toma de decisiones éticas, mientras cumple con sus deberes y hace valer sus derechos. Además, demostrará su honestidad, que es el primer paso de toda conducta ética, ya que si no se es honesto, no se puede ser ético. Cuando se deja la honestidad fuera de la ética, se falta al código de ética, lo cual induce al profesional a exhibir conducta inmoral y antiética.

Hay tres factores generales que influyen en el individuo al tomar decisiones éticas o antiéticas, los cuales son:

1. Valores individuales - La actitud, experiencias y conocimientos del individuo y de la cultura en que se encuentra le ayudará a determinar qué es lo correcto o incorrecto de una acción.

2. Comportamiento y valores de otros - Las influencias buenas o malas de personas importantes en la vida del individuo, tales como los padres, amigos, compañeros, maestros, supervisores, líderes políticos y religiosos le dirigirán su comportamiento al tomar una decisión.

3. Código oficial de ética - Este código dirige el comportamiento ético del empleado, mientras que sin él podría tomar decisiones antiéticas.

Un aumento en las regulaciones rígidas en el trabajo a través de los códigos de ética ayudará a disminuir los problemas éticos, pero de seguro no se podrá eliminarlos totalmente. Esto es así, debido a las características propias de la ética que establecen que ésta varía de persona a persona, lo que es bueno para uno puede ser malo para otro; está basada en nuestras ideas sociales de lo que es correcto o incorrecto; varía de cultura a cultura, lo cual no se puede evaluar un país con las normas de otro; y está determinada parcialmente por el individuo y por el contexto cultural en donde ocurre. No obstante, el profesional debe reconocer que necesita de la ética para ser sensible a los interrogantes morales, conocer cómo definir conflictos de valores, analizar disyuntivas y tomar decisiones en la solución de problemas.

En las relaciones cotidianas de unos individuos con otros surgen constantemente problemas cuya solución no sólo afecta a la persona que los crea, sino también a otra u otras personas que sufrirán las consecuencias. Muchos autores señalan que las profesiones mismas están continuamente confrontando este asunto al constatarse los amargos hechos de médicos que explotan a sus pacientes, abogados que se dedican a actividades criminales, ingenieros y científicos que trabajan sin tomar en consideración la seguridad pública ni el ambiente y hasta negociantes que explotan al público indiscriminadamente. Si a esto añadimos la corrupción gubernamental, los robos, el vandalismo, los asesinatos y la violencia actual, entonces el tema ético toca el centro mismo de nuestra supervivencia como sociedad. Otros autores sostienen que ‘el arquetipo del profesional, cuando se enmarca en la pura técnica, oculta, por principio, un ataque furtivo a la ética’. Esto crea situaciones que se complican en problemas que desmoralizan la imagen personal y profesional del individuo. Algunos de estos problemas éticos son los siguientes: abuso de poder, conflicto de intereses, nepotismo, soborno, lealtad excesiva, falta de dedicación y compromiso, abuso de confianza, encubrimiento, egoísmo e incompetencia.

Problemas de esta magnitud requieren la acción enérgica y concertada del profesional para desarrollar una nueva ética. Corresponde al momento actual compensar el poder del profesional moderno, en cuanto técnico, con una más fina percepción de sus regulaciones morales. Como es sabido, en todas las profesiones surgen estos tipos de problemas. Es a través de cursos, cuya finalidad sea la formación ética profesional, que se logra desarrollar en el futuro profesional el conocimiento, la habilidad, la sensibilidad y voluntad para que cuando actúe lo haga a nombre de los intereses de la comunidad profesional de la que es parte, de la comunidad que le une a sus clientes y del pueblo o humanidad de la que es miembro.

Para evitar en gran medida los problemas de índole ético-moral que surgen en el ejercicio de una profesión o de un oficio, se deben poner en práctica principios éticos que establezcan los parámetros y reglas que describan el comportamiento que una persona puede o no exhibir en determinado momento. No es difícil poner estos principios en práctica, pero el omitirlos redundará en perjuicio propio y en el de las personas con quienes se interviene o se interactúa. Una decisión en la que está envuelto el comportamiento ético de una persona, siempre va a estar enmarcada en uno de los principios y valores aquí señalados: honestidad, integridad, compromiso, lealtad, ecuanimidad, dedicación, respeto, responsabilidad ciudadana, ejemplo, excelencia y conducta intachable.

La ética debe convertirse en un proceso planificado, con plena conciencia de lo que se quiere lograr en la transformación de nuestras vidas. Debemos desarrollar al máximo el juicio práctico y profesional para activar el pensamiento ético, reconocer qué es lo correcto de lo incorrecto y contar con el compromiso personal para mantener el honor y el deber.

CÓDIGO DE LA ÉTICA PROFESIONAL

Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, dotados como estamos de razón y conciencia, debemos comportarnos fraternal y solidariamente los unos con los otros. Es así como el Trabajador Social, consciente de su papel dentro de la sociedad costarricense, fundamenta su desempeño profesional en los principios establecidos en la Constitución Política de nuestro país: libertad, igualdad, solidaridad y justicia social.

El Trabajo Social es un proceso de carácter transformador, basado en el verdadero valor de las personas, reconociendo sus características y potencialidades que desarrollan en la vida social, su derecho a decidir por sí mismo y su responsabilidad de participar individual y colectivamente en las acciones que conciernen a su propio desarrollo, el de los grupos sociales y de la sociedad en general. Presentamos este Código de Ética que debe ser acatado y respetado por todos los integrantes del Colegio bajo un compromiso serio para cumplir con los principios y deberes de nuestra profesión.

Capítulo I

Artículo 1. El ejercicio de la profesión de Trabajo Social, se rige por el presente Código de Ética, a cuyas normas y procedimientos quedan sujetos todos sus miembros, según Ley Orgánica del Colegio de Trabajadores Sociales de Costa Rica y sus reglamentos.

Artículo 2. Las normas contenidas en este Código son de aplicación para todos los miembros que integran el Colegio de Trabajadores Sociales.

 Artículo 3. El presente Código y sus disposiciones se aplicarán sin perjuicio de otras normas jurídicas y de la competencia respectiva de las autoridades y Tribunales de Justicia.

Capítulo II

Responsabilidades en la Práctica Profesional

 Artículo 4. El Trabajador Social debe actuar correctamente en su ejercicio profesional. Su conducta se ajustará a las normas éticas que rigen la sociedad costarricense, debiendo abstenerse de toda actuación impropia que pueda desprestigiar la profesión.

Artículo 5. El Trabajador Social en ejercicio profesional está sujeto a los principios de la profesión.

a. Respeto al valor y capacidad potencial del ser humano.

b. Aceptación de las diferencias de raza, credo político y religioso.

c. Respeto a la determinación del ser humano.

d. Respeto al carácter confidencial de la relación profesional.

e. Aceptación del deber profesional del trabajar en pro de igualdad de oportunidades para todos los miembros de la sociedad costarricense.

f. Responsabilidad y honradez profesional.

Artículo 6. En el ámbito del ejercicio Profesional, el Trabajador Social que desempeñe cargos públicos o que actúe en política partidista, debe evitar que cualquier actividad o expresión suya pueda ser interpretada como tendiente a utilizar su influencia para provecho propio o de terceros. Así mismo, no debe anteponer intereses político-partidistas en la selección del personal.

 Artículo 7. El Trabajador Social respetará el derecho de los sujetos de intervención a participar en la solución de sus problemas, debiendo consultarlos e informarlos sobre todo aquello que comprometa sus condiciones de vida y su libre autodeterminación.

Artículo 8. El Trabajador Social debe rechazar aquellos asuntos en que se solicite su intervención, cuando considere que se están violentando los principios básicos de la profesión o que sean contrarios a sus convicciones, expresando los motivos de tal determinación.

Artículo 9. El Trabajador Social empleará al servicio del sujeto de intervención todo su saber, celo y dedicación personal. Cuando lo amerite, podrá consultar con otros profesionales, previa anuencia del sujeto de intervención quedando siempre la responsabilidad del proceso en el Trabajador Social.

Artículo 10. El Trabajador Social debe abstenerse de recibir u ofrecer prebendas en su desempeño profesional.

Artículo 11. La responsabilidad profesional del Trabajador Social ante el sujeto de intervención, concluye cuando una o ambas partes decide suspender la relación profesional.

Artículo 12. Se entiende por secreto profesional toda aquella información confidencial que por razón de su profesión haya llegado a conocimiento del Trabajador Social, ya sea porque le fue confiado o porque lo haya observado.

Artículo 13. El Trabajador Social debe guardar celosamente el secreto profesional, que constituye un derecho y un deber inherente a la profesión. El secreto perdura aún después de cesada la intervención social. Los documentos privados que reciba el Trabajador Social están cubiertos por el secreto profesional.

Artículo 14. El Trabajador Social queda eximido de toda responsabilidad, cuando se compruebe que el secreto profesional haya sido violado por terceros.

Artículo 15. El Trabajador Social debe mantener el secreto profesional con los sujetos de intervención, con excepción de los padres de familia o encargados de un menor de edad y discapacitados mentales, siempre y cuando esto no les represente riesgo.

Artículo 16. La obligación del secreto profesional cede a las necesidades de la defensa de un Trabajador Social cuando es acusado en los Tribunales de Justicia, en cuyo caso revelará lo indispensable para su defensa.

Artículo 17. Si un cliente informa al Trabajador Social su intención de cometer delitos contra las personas (suicidio, violación, homicidio, etc); esta materia no es parte del secreto profesional, el Trabajador Social deberá hacer las gestiones necesarias para prevenir la concreción de lo comunicado.

Capítulo III

Deberes de los Trabajadores Sociales con sus colegas

Artículo 18. Las relaciones entre los Trabajadores Sociales deben estar inspiradas por el respeto mutuo, sana competencia y por la solidaridad entre los colegiados.

Artículo 19. El Trabajador Social no debe difamar a un colega o grupo de colegas, con injurias o calumnias referidas a su ejercicio profesional y a su vida privada.

Artículo 20. El Trabajador Social debe inhibirse de emitir juicios sobre el desempeño profesional de un colegiado, salvo que este reñido con la ética profesional, o que esté perjudicando al sujeto de intervención.

Artículo 21. Las referencias sobre el desempeño profesional de un Trabajador Social, deberá solicitarse y emitirse por la vía escrita.

Artículo 22. El Trabajador Social debe denunciar por escrito ante el Colegio de Trabajadores Sociales, cualquier acción que un colega está realizando en perjuicio de otro colegiado, tanto en su desempeño profesional, laboral como personal.

Artículo 23. El Trabajador Social en su relación profesional con otros colegas, no debe involucrar problemas personales que perjudique el ejercicio profesional.

Artículo 24. El Trabajador Social al dejar su labor profesional en forma temporal o definitiva, tiene la responsabilidad de terminar el trabajo que atiende o hacer la referencia pertinente, de modo que las atenciones del mismo, pueda continuarlas satisfactoriamente otro colega.

Artículo 25. Es ilícito todo comportamiento tendiente a atraerse clientes de otro colega, sustraer documentos o plagiarlos y apropiarse de méritos ajenos.

Artículo 26. Los documentos producto del trabajo compartido, deben incluir el nombre de todos los participantes. El producto final no podrá ser expuesto o publicado sin la autorización de los otros autores.

Artículo 27. Cuando existan diferencias de opinión entre colegas, éstas deben armonizarse en primera instancia entre sí. En caso de no poder superar las diferencias, se debe proceder de acuerdo al principio de respeto y de solidaridad.

Artículo 28. En su ejercicio profesional privado, el Trabajador Social no está autorizado para rebajar sus honorarios movidos por un interés de competencia desleal. Debe ajustarse a las tarifas que por servicios profesionales establece el Colegio.

Capítulo IV

Responsabilidades en las relaciones laborales

Artículo 29. El Trabajador Social en su relación laboral debe cumplir con los principios y normas de la Ética Profesional estipuladas en este Código de Etica. En caso de observar alguna violación al mismo debe solicitar la intervención del Colegio de Trabajadores Sociales.

Artículo 30. En caso de conflicto entre los intereses institucionales y los sujetos de intervención, el Trabajador Social debe actuar de conformidad a las normas de ética contenidas en este Código.

Artículo 31. Es obligación del Trabajador Social denunciar ante la Fiscalía del Colegio, a las personas o instituciones que afecten el desarrollo del ejercicio de la profesión o que contraten para realizar actividades propias del campo del trabajo Social, a personas no colegiadas para ello por el Colegio.

Artículo 32. El Trabajador Social que preste servicios a una institución no podrá servirse de ellas para derivar clientela a su consulta particular.

Capítulo V

Responsabilidades para con el Colegio

Artículo 33. Las relaciones entre el Trabajador Social, como persona y Colegio de Trabajadores Sociales como organización, deben basarse en los principios de respeto, responsabilidad y lealtad mutua.

Artículo 34. El Trabajador Social está obligado a cumplir oportunamente con los compromisos que adquiera en el Colegio.

Artículo 35. El Trabajador Social está obligado a colaborar en las investigaciones que la Junta Directiva y el Tribunal de Ética del Colegio dispongan sobre la materia que rige al presente Código y ser veraz en sus intervenciones, declaraciones u otros aspectos.

Artículo 36. El Trabajador Social debe contribuir a que las normas y reglamentos que emite el Colegio sean respetados. Está obligado a denunciar incumplimiento de éstas o de las leyes que regulen su actividad profesional y la del Colegio.

Capítulo VI

Procedimientos

Artículo 37. Cuando un ciudadano desee interponer queja o denunciar ante el Colegio de Trabajadores Sociales, sobre las actuaciones de un colegiado, deberá hacerlo por escrito a la Junta Directiva para su respectivo trámite, y abrir expediente, conforme lo estipulado en la ley Orgánica del Colegio y Reglamento.

Artículo 38. Son atribuciones del Tribunal de Ética:

a. Conocer de las faltas de ética de los colegiados, esto por denuncia, de oficio o a solicitud de la Junta Directiva.

b. Juzgar sobre las denuncias contra los Trabajadores Sociales por faltas a la ética y recomendar a la Junta Directiva para que emita el fallo correspondiente.

Artículo 39. Todo Trabajador Social cuya conducta profesional sea objeto de investigación además de los derechos que le otorgan las leyes, el presente Código y los principios de respeto a los derechos Humanos, tiene derecho a:

a. Que se presuma su buena conducta, su moral y profesionalismo.

b. Que no se le imponga ninguna sanción, sino en virtud de la demostración de su culpabilidad, a través del procedimiento que señala la Ley Orgánica del Colegio, el presente Código y lo establecido en el Libro II de la Ley General de Administración Publica

c. Que se le abra y levante expediente, a su libre acceso, lectura y copia.

d. Que se notifiquen personalmente todas las resoluciones relacionadas con su persona, tanto del Fiscal como del Tribunal.

e. Ofrecer y presentar pruebas de descargo, testimoniales y documentales dentro del procedimiento.

f. Audiencia dentro del procedimiento y previamente a la resolución final.

g. A asesorarse jurídicamente y,

h. Apelar el fallo o sanción según lo establecido en el Artículo 42, de este Código.

Artículo 40. Todo Trabajador Social tiene derecho al recurso de apelación, en primera instancia ante la Junta Directiva y luego ante la Asamblea General, conforme lo estipula la Ley General de la Administración Pública.

Artículo 41. La Junta Directiva debe fallar sobre las recomendaciones del Tribunal de Ética excepto cuando se dicten sanciones de Suspensión o Expulsión, que competen a la Asamblea general.

Artículo 42. Para apelar un fallo, las partes interesadas deben hacerlo por escrito ante la Junta Directiva, dentro de los ocho días hábiles siguientes al recibo de la notificación. Una vez recibida la apelación, la Junta Directiva debe convocar a la Asamblea General para este fin específico. La Asamblea General debe resolver en votación secreta por simple mayoría, el mismo día para la cual fue convocada.

Capítulo VIII

Sanciones

Artículo 43. El Tribunal de Ética debe fijar las sanciones atendiendo a la gravedad de la norma violada y a las circunstancias personales del acusado. Para apreciarlos debe tomar en cuenta entre los otros los siguientes:

a. Las consecuencias y posibles alcances de la actuación.

b. Los aspectos subjetivos y objetivos del hecho.

c. Las circunstancias de modo, tiempo y lugar.

d. La calidad de los motivos determinantes de la actuación.

e. Las demás condiciones personales del sujeto o de las perjudicadas, cuando lo hubiere, en la medida en que hayan influido en la comisión de hecho.

f. La conducta de los implicados anteriores y posteriores al hecho.

Artículo 44. Las sanciones se impondrán con base con base en la gravedad de los hechos, la violación de las normas y de sus consecuencias de acuerdo con las siguientes reglas:

a. Cuando las violaciones y sus consecuencias fueran leves, la sanción que se impondrá será la amonestación verbal registrada por escrito en el expediente personal.

b. Cuando las violaciones y sus consecuencias fueran graves, amonestado en forma verbal, la sanción que debe imponerse será la amonestación escrita al Colegio con copia al expediente personal.

c. Cuando las violaciones y sus consecuencias fueran gravísimas o cuando siendo grave su acto había sido amonestado, la sanción que debe imponerse será la suspensión temporal de su condición de colegiado o la expulsión definitiva del Colegio a criterio de la Asamblea General, y publicadas en el Diario Oficial.

Artículo 45. El Tribunal de Ética impondrá las siguientes sanciones:

a. Amonestación verbal, registrada en expediente personal.

b. Amonestación escrita al colegiado, con copia expediente personal.

c. Suspensión temporal de su condición de colegiado.

d. Recomendar expulsión del Colegio a criterio de la Asamblea General. La sanción que se imponga estará sujeta a la establecida en la Ley General de Administración Pública.

Capítulo VIII

De las modificaciones de este Código

Articulo 46. Todo proyecto de modificación parcial o total a este Código deberá presentarse a la Junta Directiva en forma escrita, con la correspondiente exposición de motivos y el respaldo de no menos de diez firmas de colegiados activos.

La Junta Directiva en un término no mayor de sesenta días a partir del recibo del proyecto de modificación, deberá convocar a Asamblea General Extraordinaria para conocer exclusivamente de ese asunto, previa divulgación de los contenidos propuestos.

Toda modificación requerirá del voto de la mitad más uno de los colegiados presentes.

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

LA VOCACIÓN DEL HOMBRE: LA VIDA EN EL ESPÍRITU

1699. La vida en el Espíritu Santo realiza la vocación del hombre (capítulo primero). Está hecha de caridad divina y solidaridad humana (capítulo segundo). Es concedida gratuitamente como una Salvación.

LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA

1700. La dignidad de la persona humana está enraizada en su creación a imagen y semejanza de Dios (artículo 1); se realiza en su vocación a la bienaventuranza divina (artículo 2). Corresponde al ser humano llegar libremente a esta realización (artículo 3). Por sus actos deliberados (artículo 4), la persona humana se conforma, o no se conforma, al bien prometido por Dios y atestiguado por la conciencia moral (artículo 5). Los seres humanos se edifican a sí mismos y crecen desde el interior: hacen de toda su vida sensible y espiritual un material de su crecimiento (artículo 6). Con la ayuda de la gracia crecen en la virtud (artículo 7), evitan el pecado y, si lo cometen, recurren como el hijo pródigo (cf. Lc 15,11-31) a la misericordia de nuestro Padre del cielo (artículo 8). Así acceden a la perfección de la caridad.

Artículo 1 EL HOMBRE IMAGEN DE DIOS

1701 "Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio de Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación" (GS 22,1). En Cristo, "imagen del Dios invisible" (Col 1,15; cf 2 Co 4,4), el hombre ha sido creado "a imagen y semejanza" del Creador. En Cristo, redentor u salvador, la imagen divina alterada en el hombre por el primer pecado ha sido restaurada en su belleza original y ennoblecida con la gracia de Dios (cf GS 22,2).

1702 La imagen divina está presente en todo hombre. Resplandece en la comunión de las personas a semejanza de la unidad de las personas divinas entre sí (cf capítulo segundo).

1703 Dotada de un alma "espiritual e inmortal" (GS 14), la persona humana es la "única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma" (GS 24,3). Desde su concepción está destinada a la bienaventuranza eterna.

1704 La persona humana participa de la luz y la fuerza del Espíritu divino. Por la razón es capaz de comprender el orden de las cosas establecido por el Creador. Por su voluntad es capaz de dirigirse por sí misma a su bien verdadero. Encuentra su perfección en la búsqueda y el amor de la verdad y del bien (cf GS 15,2).

1705 En virtud de su alma y de sus potencias espirituales de entendimiento y de voluntad, el hombre está dotado de libertad, "signo eminente de la imagen divina" (GS 17).

1706 Mediante su razón, el hombre conoce la voz de Dios que le impulsa "a hacer el bien y a evitar el mal" (GS 16). Todo hombre debe seguir esta ley que resuena en la conciencia y que se realiza en el amor de Dios y del prójimo. El ejercicio de la vida moral proclama la dignidad de la persona humana.

1707 "El hombre, persuadido por el Maligno, abusó de su libertad, desde el comienzo de la historia" (GS 13,1). Sucumbió a la tentación y cometió el mal. Conserva el deseo del bien, pero su naturaleza lleva la herida del pecado original. Quedó inclinado al mal y sujeto al error.

De ahí que el hombre esté dividido en su interior. Por esto, toda vida humana, singular o colectiva, aparece como una lucha, ciertamente dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas (GS 13,2).

1708 Por su pasión, Cristo nos libró de Satán y del pecado. Nos mereció la vida nueva en el Espíritu Santo. Su gracia restaura lo que el pecado había deteriorado en nosotros.

1709 El que cree en Cristo se hace hijo de Dios. Esta adopción filial lo transforma dándole la posibilidad de seguir el ejemplo de Cristo. Le hace capaz de obrar rectamente y de practicar el bien. En la unión con su Salvador el discípulo alcanza la perfección de la caridad, la santidad. La vida moral, madurada en la gracia, culmina en vida eterna, en la gloria del cielo.

Artículo 2 NUESTRA VOCACION A LA BIENAVENTURANZA

I LAS BIENAVENTURANZAS

1716 Las bienaventuranzas están en el centro de la predicación de Jesús. Con ellas Jesús recoge las promesas hechas al pueblo elegido desde Abraham; pero las perfecciona ordenándolas no sólo a la posesión de una tierra, sino al Reino de los cielos:

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán en herencia la tierra.

Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.

Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.

Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos. (Mt 5,3-12).

1717 Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos.

II EL DESEO DE FELICIDAD

1718 Las bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia él, el único que lo puede satisfacer:

Ciertamente todos nosotros queremos vivir felices, y en el género humano no hay nadie que no dé su asentimiento a esta proposición incluso antes de que sea plenamente enunciada (S. Agustín, mor. eccl. 1,3,4).

¿Cómo es, Señor, que yo te busco? Porque al buscarte, Dios mío, busco la vida feliz, haz que te busque para que viva mi alma, porque mi cuerpo vive de mi alma y mi alma vive de ti (S. Agustín, conf. 10,20.29).

Sólo Dios sacia (S. Tomás de Aquino, symb. 1).

1719 Las bienaventuranzas descubren la meta de la existencia humana, el fin último de los actos humanos: Dios nos llama a su propia bienaventuranza. Esta vocación se dirige a cada uno personalmente, pero también al conjunto de la Iglesia, pueblo nuevo de los que han acogido la promesa y viven de ella en la fe.

Artículo 3 LA BIENAVENTURANZA CRISTIANA

1720 El Nuevo Testamento utiliza varias expresiones para caracterizar la bienaventuranza a la que Dios llama al hombre: la venida del Reino de Dios (cf Mt 4,17); la visión de Dios: "Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8; cf 1 Jn 3,2; 1 Co 13,12); la entrada en el gozo del Señor (cf Mt 25,21.23); la entrada en el Descanso de Dios (He 4,7-11):

Allí descansaremos y veremos; veremos y nos amaremos; amaremos y alabaremos. He aquí lo que acontecerá al fin sin fin. ¿Y qué otro fin tenemos, sino llegar al Reino que no tendrá fin? (S. Agustín, civ. 22,30)

1721 Porque Dios nos ha puesto en el mundo para conocerle, servirle y amarle, y así ir al cielo. La bienaventuranza nos hace participar de la naturaleza divina (2 P 1,4) y de la Vida eterna (cf Jn 17,3). Con ella, el hombre entra en la gloria de Cristo (cf Rom 8,18) y en el gozo de la vida trinitaria.

1722 Semejante bienaventuranza supera la inteligencia y las solas fuerzas humanas. Es fruto del don gratuito de Dios. Por eso la llamamos sobrenatural, así como la gracia que dispone al hombre a entrar en el gozo divino.

"Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios". Ciertamente, según su grandeza y su inexpresable gloria, "nadie verá a Dios y vivirá", porque el Padre es inasequible; pero según su amor, su bondad hacia los hombres y su omnipotencia llega hasta conceder a los que lo aman el privilegio de ver a Dios... "porque lo que es imposible para los hombres es posible para Dios" (S. Ireneo, haer. 4,20,5).

1723 La bienaventuranza prometida nos coloca ante elecciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus instintos malvados y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino en Dios solo, fuente de todo bien y de todo amor:

El dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje "instintivo" la multitud, la masa de los hombres. Estos miden la dicha según la fortuna, y, según la fortuna también, miden la honorabilidad...Todo esto se debe a la convicción de que con la riqueza se puede todo. La riqueza por tanto es uno de los ídolos de nuestros días, y la notoriedad es otro...La notoriedad, el hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse una fama de prensa) ha llegado a ser considerada como un bien en sí misma, un bien soberano, un objeto de verdadera veneración (Newman, mix. 5, sobre la santidad).

1724 El Decálogo, el Sermón de la Montaña y la catequesis apostólica nos describen los caminos que conducen al Reino de los Cielos. Por ellos avanzamos paso a paso mediante actos cotidianos, sostenidos por la gracia del Espíritu Santo. Fecundados por la Palabra de Cristo, damos lentamente frutos en la Iglesia para la gloria de Dios (cf La parábola del sembrador: Mt 13,3-23).

Artículo 3 LA LIBERTAD DEL HOMBRE

1730 Dios ha creado al hombre racional confiriéndole la dignidad de una persona dotada de la iniciativa y del dominio de sus actos. "Quiso Dios `dejar al hombre en manos de su propia decisión' (Si 15,14), de modo que busque sin coacciones a su Creador y, adhiriéndose a él, llegue libremente a la plena y feliz perfección" (GS 17):

El hombre es racional, y por ello semejante a Dios, creado libre y dueño de sus actos (S. Ireneo, haer. 4,4,3).

I LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD

1731 La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones deliberadas. Por el libre arbitrio cada uno dispone de sí. La libertad es en el hombre una fuerza de crecimiento y de maduración en la verdad y la bondad. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza.

1732 Mientras no está centrada definitivamente en su bien último que es Dios, la libertad implica la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, por tanto, de crecer en perfección o de fracasar y pecar. Caracteriza a los actos propiamente humanos. Se convierte en fuente de alabanza o de reproche, de mérito o de demérito.

1733 En la medida en que el hombre hace más el bien, se va haciendo también más libre. No hay libertad verdadera más que en el servicio del bien y de la justicia. La elección de la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce a "la esclavitud del pecado" (cf Rom 6,17).

1734 La libertad hace al hombre responsable de sus actos en la medida en que estos son voluntarios. El progreso en la virtud, el conocimiento del bien, y la ascesis acrecientan el dominio de la voluntad sobre los propios actos.

1735 La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas por la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, las afecciones desordenadas y otros factores síquicos o sociales.

1736 Todo acto directamente querido es imputable a su autor:

Así el Señor pregunta a Adán tras el pecado en el paraíso: "¿Qué has hecho?" (Gn 3,13). Igualmente a Caín (cf Gn 4,10). Así también el profeta Natán al rey David, tras el adulterio con la mujer de Urías y la muerte de éste (cf 2 S 12,7-15).

Una acción puede ser indirectamente voluntaria cuando resulta de una negligencia respecto a lo que se habría debido conocer o hacer, por ejemplo, un accidente provocado por la ignorancia del código de la circulación.

1737 Un efecto puede ser tolerado sin ser querido por el que obra, por ejemplo, el agotamiento de una madre a la cabecera de su hijo enfermo. El efecto malo no es imputable si no ha sido querido ni como fin ni como medio de la acción, como la muerte acontecida al auxiliar a una persona en peligro. Para que el efecto malo sea imputable, es preciso que sea previsible y que el que actúa tenga la posibilidad de evitarlo, por ejemplo, en el caso de un homicidio cometido por un conductor en estado de embriaguez.

1738 La libertad se ejerce en las relaciones entre los seres humanos. Toda persona humana, creada a imagen de Dios, tiene el derecho natural de ser reconocida como un ser libre y responsable. Todos están obligados a no conculcar el derecho que cada uno tiene a ser perfecto. El derecho al ejercicio de la libertad es una exigencia inseparable de la dignidad de la persona humana, especialmente en materia moral y religiosa (cf DH 2). Este derecho debe ser reconocido y protegido civilmente dentro de los límites del bien común y del orden público (cf DH 7).

II LA LIBERTAD HUMANA EN LA ECONOMIA DE LA SALVACION

1739 Libertad y pecado. La libertad del hombre es finita y falible. De hecho el hombre erró. Libremente pecó. Al rechazar el proyecto del amor de Dios se engañó a sí mismo; se hizo esclavo del pecado. Esta alienación primera engendró una multitud de otras alienaciones. La historia de la humanidad, desde sus orígenes, testimonia desgracias y opresiones nacidas del corazón del hombre a consecuencia de un mal uso de la libertad.

1740 Amenazas para la libertad. El ejercicio de la libertad no implica el derecho a decir y hacer todo. Es falso concebir al hombre "sujeto de esa libertad como un individuo autosuficiente que busca la satisfacción de su interés propio en el goce de los bienes terrenales" (CDF, instr. "Libertatis Conscientia" 13). Por otra parte, las condiciones de orden económico y social, político y cultural requeridas para un justo ejercicio de la libertad son, con mucha frecuencia, desconocidas y violadas. Estas situaciones de ceguera y de injusticia gravan la vida moral y colocan tanto a los fuertes como a los débiles en la tentación de pecar contra la caridad. Apartándose de la ley moral, el hombre atenta contra su propia libertad, se encadena a sí mismo, rompe la fraternidad de sus semejantes y se rebela contra la verdad divina.

1741 Liberación y salvación. Por su Cruz gloriosa, Cristo alcanzó la salvación para todos los hombres. Los rescató del pecado que los tenía sometidos a esclavitud. "Para ser libres nos libertó Cristo" (Gal 5,1). En él participamos de "la verdad que nos hace libres" (Jn 8,32). El Espíritu Santo nos ha sido dado, y, como enseña el apóstol, "donde está el Espíritu, allí está la libertad" (2 Co 3,17). Desde ahora nos gloriamos de la "libertad de los hijos de Dios" (Rom 8,21).

1742 Libertad y gracia. La gracia de Cristo no se opone de ninguna manera a nuestra libertad cuando ésta corresponde al sentido de la libertad y del bien que Dios ha puesto en el corazón del hombre. Al contrario, como lo atestigua la experiencia cristiana, especialmente en la oración, a medida que somos más dóciles a los impulsos de la gracia, se acrecientan nuestra íntima libertad y nuestra seguridad en las pruebas, como ante las presiones y coacciones del mundo exterior. Por el trabajo de la gracia, el Espíritu Santo nos educa en la libertad espiritual para hacer de nosotros colaboradores libres de su obra en la Iglesia y en el mundo.

Dios omnipotente y misericordioso, aparta de nosotros los males, para que, bien dispuesto nuestro cuerpo nuestro espíritu, podamos libremente cumplir tu voluntad (MR, colecta del domingo 32).

Artículo 4 LA MORALIDAD DE LOS ACTOS HUMANOS

1749 La libertad hace del hombre un sujeto moral. Cuando actúa de manera deliberada, el hombre es, por así decirlo, el padre de sus actos. Los actos humanos, es decir, libremente elegidos tras un juicio de conciencia, son calificables moralmente. Son buenos o malos.

I LAS FUENTES DE LA MORALIDAD

1750 La moralidad de los actos humanos depende:

– del objeto elegido;

– del fin que se busca o la intención;

– de las circunstancias de la acción.

El objeto, la intención y las circunstancias forman las "fuentes" o elementos constitutivos de la moralidad de los actos humanos.

1751 El objeto elegido es un bien hacia el cual tiende deliberadamente la voluntad. Es la materia de un acto humano. El objeto elegido especifica moralmente el acto del querer, según que la razón lo reconozca y lo juzgue conforme o no conforme al bien verdadero. Las reglas objetivas de la moralidad enuncian el orden racional del bien y del mal, atestiguado por la conciencia.

1752 Frente al objeto, la intención se sitúa del lado del sujeto que actúa. La intención, por estar ligada a la fuente voluntaria de la acción y determinarla por el fin, es un elemento esencial en la calificación moral de la acción. El fin es el término primero de la intención y designa el objetivo buscado en la acción. La intención es un movimiento de la voluntad hacia un fin; mira al término del obrar. Apunta al bien esperado de la acción emprendida. No se limita a la dirección de cada una de nuestras acciones tomadas aisladamente, sino que puede también ordenar varias acciones hacia un mismo objetivo; puede orientar toda la vida hacia el fin último. Por ejemplo, un servicio que se hace a alguien tiene por fin ayudar al prójimo, pero puede estar inspirado al mismo tiempo por el amor de Dios como fin último de todas nuestras acciones. Una misma acción puede también estar inspirada por varias intenciones como hacer un servicio para obtener un favor o para satisfacer la vanidad.

1753 Una intención buena (por ejemplo: ayudar al prójimo) no hace ni bueno ni justo un comportamiento en sí mismo desordenado (como la mentira y la maledicencia). El fin no justifica los medios. Así, no se puede justificar la condena de un inocente como un medio legítimo para salvar al pueblo. Por el contrario, una intención mala sobreañadida (como la vanagloria) convierte en malo un acto que, de suyo, puede ser bueno (como la limosna; cf Mt 6,2-4).

1754 Las circunstancias, comprendidas las consecuencias, son los elementos secundarios de un acto moral. Contribuyen a agravar o a disminuir la bondad o la malicia moral de los actos humanos (por ejemplo, la cantidad de dinero robado). Pueden también atenuar o aumentar la responsabilidad del que obra (como actuar por miedo a la muerte). Las circunstancias no pueden de suyo modificar la cualidad moral de los actos; no pueden hacer ni buena ni justa una acción que de suyo es mala.

II LOS ACTOS BUENOS Y LOS ACTOS MALOS

1755 El acto moralmente bueno supone a la vez la bondad del objeto, del fin y de las circunstancias. Un fin malo corrompe la acción, aunque su objeto sea de suyo bueno (como orar y ayunar "para ser visto por los hombres").

El objeto de la elección puede por sí solo viciar el conjunto de todo el acto. Hay comportamientos concretos -como la fornicación- que son siempre errados, porque su elección comporta un desorden de la voluntad, es decir, un mal moral.

1756 Es, por tanto, erróneo juzgar de la moralidad de los actos humanos considerando sólo la intención que los inspira o las circunstancias (ambiente, presión social, coacción o necesidad de obrar, etc.) que son su marco. Hay actos que, por sí y en sí mismos, independientemente de las circunstancias y de las intenciones, son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto; por ejemplo, la blasfemia y el perjurio, el homicidio y el adulterio. No está permitido hacer el mal para obtener un bien.

Artículo 5 LA MORALIDAD DE LAS PASIONES

1762 La persona humana se ordena a la bienaventuranza por sus actos deliberados: las pasiones o sentimientos que experimenta pueden disponerla y contribuir a ellos.

I LAS PASIONES

1763 El término "pasiones" pertenece al patrimonio del pensamiento cristiano. Los sentimientos o pasiones designan las emociones o impulsos de la sensibilidad que inclinan a obrar o a no obrar en razón de lo que es sentido o imaginado como bueno o como malo.

1764 Las pasiones son componentes naturales del siquismo humano, constituyen el lugar de paso y aseguran el vínculo entre la vida sensible y la vida del espíritu. Nuestro Señor señala al corazón del hombre como la fuente de donde brota el movimiento de las pasiones (cf Mc 7,21).

1765 Las pasiones son numerosas. La más fundamental es el amor que la atracción del bien despierta. El amor causa el deseo del bien ausente y la esperanza de obtenerlo. Este movimiento culmina en el placer y el gozo del bien poseído. La aprehensión del mal causa el odio, la aversión y el temor ante el mal que puede venir. Este movimiento culmina en la tristeza del mal presente o la ira que se opone a él.

1766 "Amar es desear el bien a alguien" (S. Tomás de Aquino, s. th. 1-2,26,4). Las demás afecciones tienen su fuerza en este movimiento original del corazón del hombre hacia el bien. Sólo el bien es amado (cf. S. Agustín, Trin. 8,3,4). "Las pasiones son malas si el amor es malo, buenas si es bueno" (S. Agustín, civ. 14,7).

II PASIONES Y VIDA MORAL

1767 En sí mismas, las pasiones no son buenas ni malas. Solo reciben calificación moral en la medida en que dependen de la razón y de la voluntad. Las pasiones se llaman voluntarias "o porque están ordenadas por la voluntad, o porque la voluntad no se opone a ellas" (S. Tomás de Aquino, s. th. 1-2,24,1). Pertenece a la perfección del bien moral o humano el que las pasiones estén reguladas por la razón (cf s.th. 1-2, 24,3).

1768 Los sentimientos más profundos no deciden ni la moralidad, ni la santidad de las personas; son el depósito inagotable de las imágenes y de las afecciones en que se expresa la vida moral. Las pasiones son moralmente buenas cuando contribuyen a una acción buena, y malas en el caso contrario. La voluntad recta ordena al bien y a la bienaventuranza los movimientos sensibles que asume; la voluntad mala sucumbe a las pasiones desordenadas y las exacerba. Las emociones y los sentimientos pueden ser asumidos en las virtudes, o pervertidos en los vicios.

1769 En la vida cristiana, el Espíritu Santo realiza su obra movilizando el ser entero incluidos sus dolores, temores y tristezas, como aparece en la agonía y la pasión del Señor. Cuando se vive en Cristo, los sentimientos humanos pueden alcanzar su consumación en la caridad y la bienaventuranza divina.

1770 La perfección moral consiste en que el hombre no sea movido al bien sólo por su voluntad sino también por su apetito sensible según estas palabras del salmo: "Mi corazón y mi carne gritan de alegría hacia el Dios vivo" (Sal 84,3).

Artículo 6 LA CONCIENCIA MORAL

1776 "En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándole siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal...El hombre tiene una ley inscrita por Dios en su corazón...La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella" (GS 16).

I EL DICTAMEN DE LA CONCIENCIA

1777 Presente en el corazón de la persona, la conciencia moral (cf Rom 2,14-16) le ordena, en el momento oportuno, practicar el bien y evitar el mal. Juzga también las elecciones concretas aprobando las que son buenas y denunciando las que son malas (cf Rom 1,32). Atestigua la autoridad de la verdad con referencia al Bien supremo por el cual la persona humana se siente atraída y cuyos mandamientos acoge. El hombre prudente, cuando escucha la conciencia moral, oye a Dios que habla.

1778 La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho. En todo lo que dice y hace, el hombre está obligado a seguir fielmente lo que sabe que es justo y recto. Mediante el dictamen de su conciencia el hombre percibe y reconoce las prescripciones de la ley divina:

La conciencia es una ley de nuestro espíritu, pero que va más allá de él, nos da órdenes, significa responsabilidad y deber, temor y esperanza...La conciencia es la mensajera del que, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la gracia, a través de un velo nos habla, nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo (Newman, carta al duque de Norfolk 5).

1779 Es preciso que cada uno preste mucha atención a sí mismo para oír y seguir la voz de su conciencia. Esta exigencia de interioridad es tanto más necesaria cuanto que la vida nos impulsa con frecuencia a prescindir de toda reflexión, examen o interiorización:

Retorna a tu conciencia, interrógala...retornad, hermanos, al interior, y en todo lo que hagáis mirad al Testigo, Dios (S. Agustín, ep.Jo. 8,9).

1780 La dignidad de la persona humana implica y exige la rectitud de la conciencia moral. La conciencia moral comprende la percepción de los principios de la moralidad ("sindéresis"), su aplicación en las circunstancias dadas mediante un discernimiento práctico de las razones y de los bienes, y en conclusión el juicio formado sobre los actos concretos que se van a realizar o se han realizado. La verdad sobre el bien moral, declarada en la ley de la razón, es reconocida práctica y concretamente por el dictamen prudente de la conciencia. Se llama prudente al hombre que elige conforme a este dictamen o juicio.

1781 La conciencia hace posible que se asuma la responsabilidad de los actos realizados. Si el hombre comete el mal, el justo juicio de la conciencia puede ser en él el testigo de la verdad universal del bien, al mismo tiempo que de la malicia de su elección concreta. El veredicto del dictamen de conciencia constituye una garantía de esperanza y de misericordia. Al hacer patente la falta cometida recuerda el perdón que se ha de pedir, el bien que se ha de practicar todavía y la virtud que se ha de cultivar sin cesar con la gracia de Dios:

Tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo (1 Jn 3,19-20).

1782 El hombre tiene el derecho de actuar en conciencia y en libertad a fin de tomar personalmente las decisiones morales. "No debe ser obligado a actuar contra su conciencia. Ni se le debe impedir que actúe según su conciencia, sobre todo en materia religiosa" (DH 3).

II LA FORMACION DE LA CONCIENCIA

1783 Hay que formar la conciencia, y esclarecer el juicio moral. Una conciencia bien formada es recta y veraz. Formula sus juicios según la razón, conforme al bien verdadero querido por la sabiduría del Creador. La educación de la conciencia es indispensable a seres humanos sometidos a influencias negativas y tentados por el pecado de preferir su juicio propio y de rechazar las enseñanzas autorizadas.

1784 La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida. Desde los primeros años despierta al niño al conocimiento y la práctica de la ley interior reconocida por la conciencia moral. Una educación prudente enseña la virtud; preserva o cura del miedo, del egoísmo y del orgullo, de los insanos sentimientos de culpabilidad y de los movimientos de complacencia, nacidos de la debilidad y de las faltas humanas. La educación de la conciencia garantiza la libertad y engendra la paz del corazón.

1785 En la formación de la conciencia, la Palabra de Dios es la luz que nos ilumina; es preciso que la asimilemos en la fe y la oración, y la pongamos en práctica. Es preciso también que examinemos nuestra conciencia atendiendo a la cruz del Señor. Estamos asistidos por los dones del Espíritu Santo, ayudados por el testimonio o los consejos de otros y guiados por la enseñanza autorizada de la Iglesia (cf DH 14).

III DECIDIR EN CONCIENCIA

1786 Ante la necesidad de decidir moralmente, la conciencia puede formular un juicio recto de acuerdo con la razón y con la ley divina, o al contrario un juicio erróneo que se aleja de ellas.

1787 El hombre se ve a veces enfrentado con situaciones que hacen el juicio moral menos seguro, y la decisión difícil. Pero debe buscar siempre lo que es justo y bueno y discernir la voluntad de Dios expresada en la ley divina.

1788 Para esto, el hombre se esfuerza por interpretar los datos de la experiencia y los signos de los tiempos gracias a la virtud de la prudencia, los consejos de las personas entendidas y la ayuda del Espíritu Santo y de sus dones.

1789 En todos los casos son aplicables las siguientes reglas:

–Nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien.

–La "regla de oro": "Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros" (Mt 7,12; cf. Lc 6,31; Tb 4,15).

–La caridad actúa siempre en el respeto del prójimo y de su conciencia: "Pecando así contra vuestros hermanos, hiriendo su conciencia...pecáis contra Cristo" (1 Co 8,12). "Lo bueno es...no hacer cosa que sea para tu hermano ocasión de caída, tropiezo o debilidad" (Rom 14,21).

IV EL JUICIO ERRONEO

1790 La persona humana debe obedecer siempre el juicio cierto de su conciencia. Si obrase deliberadamente contra este último, se condenaría a sí mismo. Pero sucede que la conciencia moral puede estar en la ignorancia y formar juicios erróneos sobre actos proyectados o ya cometidos.

1791 Esta ignorancia puede con frecuencia ser imputada a la responsabilidad personal. Así sucede "cuando el hombre no se preocupa de buscar la verdad y el bien y, poco a poco, por el hábito del pecado, la conciencia se queda casi ciega" (GS 16). En estos casos, la persona es culpable del mal que comete.

1792 La desconocimiento de Cristo y de su evangelio, los malos ejemplos recibidos de otros, la servidumbre de las pasiones, la pretensión de una mal entendida autonomía de la conciencia, el rechazo de la autoridad de la Iglesia y de su enseñanza, la falta de conversión y de caridad pueden conducir a desviaciones del juicio en la conducta moral.

1793 Si por el contrario, la ignorancia es invencible, o el juicio erróneo sin responsabilidad del sujeto moral, el mal cometido por la persona no puede serle imputado. Pero no deja de ser un mal, una privación, un desorden. Por tanto, es preciso trabajar por corregir la conciencia moral de sus errores.

1794 La conciencia buena y pura es iluminada por la fe verdadera. Porque la caridad procede al mismo tiempo "de un corazón limpio, de una conciencia recta y de una fe sincera" (1 Tim 1,5; 3,9; 2 Tim 1,3; 1 P 3,21; Hch 24,16).

Cuanto mayor es el predominio de la conciencia recta, tanto más las personas y los grupos se apartan del arbitrio ciego y se esfuerzan por adaptarse a las normas objetivas de moralidad (GS 16).

Artículo 7 LAS VIRTUDES

1803 "Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta" (Flp 4,8).

La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige en acciones concretas.

El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios (S. Gregorio de Nisa, beat. 1).

I LAS VIRTUDES HUMANAS

1804 Las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe. Proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente buena. El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien.

Las virtudes morales son adquiridas mediante las fuerzas humanas. Son los frutos y los gérmenes de los actos moralmente buenos. Disponen todas las potencias del ser humano para comulgar en el amor divino.

Distinción de las virtudes cardinales

1805 Cuatro virtudes desempeñan un papel fundamental. Por eso se las llama "cardinales"; todas las demás se agrupan en torno a ellas. Estas son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. "¿Amas la justicia? Las virtudes son el fruto de sus esfuerzos, pues ella enseña la templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza" (Sb 8,7). Bajo otros nombres, estas virtudes son alabadas en numerosos pasajes de la Escritura.

1806 La prudencia es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo. "El hombre cauto medita sus pasos" (Prov 14,15). "Sed sensatos y sobrios para daros a la oración" (1 P 4,7). La prudencia es la "regla recta de la acción", escribe S. Tomás (s.th. 2-2, 47,2, siguiendo a Aristóteles). No se confunde ni con la timidez o el temor, ni con la doblez o la disimulación. Es llamada "auriga virtutum": Conduce las otras virtudes indicándoles regla y medida. Es la prudencia quien guía directamente el juicio de conciencia. El hombre prudente decide y ordena su conducta según este juicio. Gracias a esta virtud aplicamos sin error los principios morales a los casos particulares y superamos las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar.

1807 La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. La justicia para con Dios es llamada "la virtud de la religión". Para con los hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y al bien común. El hombre justo, evocado con frecuencia en las Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su conducta con el prójimo. "Siendo juez no hagas injusticia, ni por favor del pobre, ni por respeto al grande: con justicia juzgarás a tu prójimo" (Lv 19,15). "Amos, dad a vuestros esclavos lo que es justo y equitativo, teniendo presente que también vosotros tenéis un Amo en el cielo" (Col 4,1).

1808 La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa. "Mi fuerza y mi cántico es el Señor" (Sal 118,14). "En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo" (Jn 16,33).

1809 La templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar "para seguir la pasión de su corazón" (Si 5,2; cf. 37,27-31). La templanza es también alabada en el Antiguo Testamento: "No vayas detrás de tus pasiones, tus deseos refrena" (Si 18,30). En el Nuevo Testamento es llamada "moderación" o "sobriedad". Debemos "vivir moderación, justicia y piedad en el siglo presente" (Tt 2,12).

Vivir bien no es otra cosa que amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todo el obrar. Quien no obedece más que a él (lo cual pertenece a la justicia), quien vela para discernir todas las cosas por miedo a dejarse sorprender por la astucia y la mentira (lo cual pertenece a la prudencia), le entrega un amor entero (por la templanza), que ninguna desgracia puede derribar (lo cual pertenece a la fortaleza) (S. Agustín, mor. eccl. 1,25,46).

Las virtudes y la gracia

1810 Las virtudes humanas adquiridas mediante la educación, mediante actos deliberados, y una perseverancia, reanudada siempre en el esfuerzo, son purificadas y elevadas por la gracia divina. Con la ayuda de Dios forjan el carácter y dan soltura en la práctica del bien. El hombre virtuoso es feliz al practicarlas.

1811 Para el hombre herido por el pecado no es fácil guardar el equilibrio moral. El don de la salvación por Cristo nos otorga la gracia necesaria para perseverar en la búsqueda de las virtudes. Cada uno debe siempre pedir esta gracia de luz y de fortaleza, recurrir a los sacramentos, cooperar con el Espíritu Santo, seguir sus invitaciones a amar el bien y guardarse del mal.

II LAS VIRTUDES TEOLOGALES

1812 Las virtudes humanas se arraigan en las virtudes teologales que adaptan las facultades del hombre a la participación de la naturaleza divina (cf 2 P 1,4). Las virtudes teologales se refieren directamente a Dios. Disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad. Tienen a Dios uno y trino como origen, motivo y objeto.

1813 Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano. Hay tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad (cf 1 Co 13,13).

La fe

1814 La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que El nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque El es la verdad misma. Por la fe "el hombre se entrega entera y libremente a Dios" (DV 5). Por eso el creyente se esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios. "El justo vivirá por la fe" (Rom 1,17). La fe viva "actúa por la caridad" (Gál 5,6).

1815 El don de la fe permanece en el que no ha pecado contra ella (cf Cc Trento: DS 1545). Pero, "la fe sin obras está muerta" (St 2,26): Privada de la esperanza y de la caridad, la fe no une plenamente el fiel a Cristo ni hace de él un miembro vivo de su Cuerpo.

1816 El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella, sino también profesarla, testimoniarla con firmeza y difundirla: "Todos vivan preparados para confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia" (LG 42; cf DH 14). El servicio y el testimonio de la fe son requeridos para la salvación: "Por todo aquél que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos" (Mt 10,32-33).

La esperanza

1817 La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramo s al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. "Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa" (Hb 10,23). "El Espíritu Santo que él derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna" (Tt 3,6-7).

1818 La virtud de la esperanza responde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad.

1819 La esperanza cristiana recoge y perfecciona la esperanza del pueblo elegido que tiene su origen y su modelo en la esperanza de Abraham, colmada en Isaac, de las promesas de Dios y purificada por la prueba del sacrificio (cf Gn 17,4-8; 22,1-18). "Esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones" (Rm 4,18).

1820 La esperanza cristiana se manifiesta desde el comienzo de la predicación de Jesús en la proclamación de las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas elevan nuestra esperanza hacia el cielo como hacia la nueva tierra prometida; trazan el camino hacia ella a través de las pruebas que esperan a los discípulos de Jesús. Pero por los méritos de Jesucristo y de su pasión, Dios nos guarda en "la esperanza que no falla" (Rom 5,5). La esperanza es "el ancla del alma", segura y firme, "que penetra...adonde entró por nosotros como precursor Jesús" (Hb 6,19-20). Es también un arma que nos protege en el combate de la salvación: "Revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación" (1 Ts 5,8). Nos procura el gozo en la prueba misma: "Con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación" (Rm 12,12). Se expresa y se alimenta en la oración, particularmente en la del Padre Nuestro, resumen de todo lo que la esperanza nos hace desear.

1821 Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los que le aman (cf Rm 8,28-30) y hacen su voluntad (cf Mt 7,21). En toda circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia de Dios, "perseverar hasta el fin" (cf Mt 10,22; cf Cc de Trento: DS 1541) y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora que "todos los hombres se salven" (1 Tm 2,4). Espera estar en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo:

Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin (S. Teresa de Jesús, excl. 15,3).

La caridad

1822 La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios.

1823 Jesús hace de la caridad el mandamiento nuevo (cf Jn 13,34). Amando a los suyos "hasta el fin" (Jn 13,1), manifiesta el amor del Padre que ha recibido. Amándose unos a otros, los discípulos imitan el amor de Jesús que reciben también en ellos. Por eso Jesús dice: "Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor" (Jn 15,9). Y también: "Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado" (Jn 15,12).

1824 Fruto del Espíritu y plenitud de la ley, la caridad guarda los mandamientos de Dios y de Cristo: "Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor" (Jn 15,9-10; cf Mt 22,40; Rm 13,8-10).

1825 Cristo murió por amor a nosotros cuando éramos todavía enemigos (cf Rm 5,10). El Señor nos pide que amemos como él hasta nuestros enemigos (cf Mt 5,44), que nos hagamos prójimos del más lejano (cf Lc 10,27-37), que amemos a los niños (cf Mc 9,37) y a los pobres como a él mismo (cf Mt 25,40.45).

El apóstol S. Pablo ofrece una descripción incomparable de la caridad: "La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa. no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta (1 Co 13,4-7).

1826 "Si no tengo caridad -dice también el apóstol- nada soy...". Y todo lo que es privilegio, servicio, virtud misma..."si no tengo caridad, nada me aprovecha" (1 Co 13,1-4). La caridad es superior a todas las virtudes. Es la primera de las virtudes teologales: "Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad" (1 Co 13,13).

1827 El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad. Esta es "el vínculo de la perfección" (Col 3,14); es la forma de las virtudes; las articula y las ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana. La caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección sobrenatural del amor divino.

1828 La práctica de la vida moral animada por la caridad da al cristiano la libertad espiritual de los hijos de Dios. Este no se halla ante Dios como un esclavo, en el temor servil, ni como el mercenario en busca de un jornal, sino como un hijo que responde al amor del "que nos amó primero" (1 Jn 4,19):

O nos apartamos del mal por temor del castigo y estamos en la disposición del esclavo, o buscamos el incentivo de la recompensa y nos parecemos a mercenarios, o finalmente obedecemos por el bien mismo del amor del que manda...y entonces estamos en la disposición de hijos (S. Basilio, reg. fus. prol. 3).

1829 La caridad tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige la práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunión:

La culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para conseguirlo, corremos; haci a él corremos; una vez llegados, en él reposamos (S. Agustín, ep. Jo. 10,4).

III DONES Y FRUTOS DEL ESPIRITU SANTO

1830 La vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo. Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo.

1831 Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cf Is 11,1-2). Completan y llevan a su perfección la virtud de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.

Tu espíritu bueno me guíe por una tierra llana (Sal 143,10)

Todos los que son guiados por el Espíritu de Dio s son hijos de Dios...Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo (Rm 8,14.17).

1832 Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: "caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad" (Gál 5,22-23, vulg.).

Artículo 8 EL PECADO

I LA MISERICORDIA Y EL PECADO

1846 El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios con los pecadores (cf Lc 15). El ángel anuncia a José: "Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1,21). Y en la institución de la Eucaristía, sacramento de la redención, Jesús dice: "Esta es mi sangre de la alianza, que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26,28).

1847 "Dios nos ha creado sin nosotros, pero no ha querido salvarnos sin nosotros" (S. Agustín, serm. 169,11,13). La acogida de su misericordia exige de nosotros la confesión de nuestras faltas. "Si decimos: `no tenemos pecado', nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia" (1 Jn 1,8-9).

1848 Como afirma S. Pablo, "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rm 5,20). Pero para hacer su obra, la gracia debe descubrir el pecado para convertir nuestro corazón y conferirnos "la justicia para vida eterna por Jesucristo nuestro Señor" (Rm 5,20-21). Como un médico que descubre la herida antes de curarla, Dios, mediante su palabra y su espíritu, proyecta una luz viva sobre el pecado:

La conversión exige la convicción del pecado, y éste, siendo una verificación de la acción del Espíritu de la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva de la gracia y del amor: "Recibid el Espíritu Santo". Así, pues, en este "convencer en lo referente al pecado" descubrimos una "doble dádiva": el don de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redención. El Espíritu de la verdad es el Paráclito (DeV 31).

II DEFINICION DE PECADO

1849 El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es un faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como "una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna" (S. Agustín, Faust. 22,27; S. Tomás de Aquino, s.th., 1-2, 71,6).

1850 El pecado es una ofensa a Dios: "Contra ti, contra ti solo he pecado, lo malo a tus ojos cometí" (Sal 51,6). El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de él nuestros corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelión contra Dios por el deseo de hacerse "como dioses", pretendiendo conocer y determinar el bien y el mal (Gn 3,5). El pecado es así "amor de sí hasta el desprecio de Dios" (S. Agustín, civ. 1,14,28). Por esta exaltación orgullosa de sí, el pecado es diametralmente opuesto a la obediencia de Jesús que realiza la salvación (cf Flp 2,6-9).

1851 En la Pasión, la misericordia de Cristo vence al pecado. En ella, es donde éste manifiesta mejor su violencia y su multiplicidad: incredulidad, rechazo y burlas por parte de los jefes y del pueblo, debilidad de Pilato y crueldad de los soldados, traición de Judas tan dura a Jesús, negaciones de Pedro y abandono de los discípulos. Sin embargo, en la hora misma de las tinieblas y del príncipe de este mundo (cf Jn 14,30), el sacrificio de Cristo se convierte secretamente en la fuente de la que brotará inagotable el perdón de nuestros pecados.

III DIVERSIDAD DE PECADOS

1852 La variedad de pecados es grande. La Escritura contiene varias listas. La carta a los Gálatas opone las obras de la carne al fruto del Espíritu: "Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios" (5,19-21; cf Rm 1,28-32; 1 Co 6,9-10; Ef 5, 3-5; Col 3, 5-8; 1 Tm 1, 9-10; 2 Tm 3, 2-5).

1853 Se pueden distinguir los pecados según su objeto, como en todo acto humano, o según las virtudes a las que se oponen, por exceso o por defecto, o según los mandamientos que quebrantan. Se los puede agrupar también según que se refieran a Dios, al prójimo o a sí mismo; se los puede dividir en pecados espirituales y carnales, o también en pecados de pensamiento, palabra, acción u omisión. La raíz del pecado está en el corazón del hombre, en su libre voluntad, según la enseñanza del Señor: "De dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Esto es lo que hace impuro al hombre" (Mt 15,19-20). En el corazón reside también la caridad, principio de las obras buenas y puras, que es herida por el pecado.

IV LA GRAVEDAD DEL PECADO: PECADO MORTAL Y VENIAL

1854 Conviene valorar los pecados según su gravedad. La distinción entre pecado mortal y venial, perceptible ya en la Escritura (cf 1 Jn 5,16-17) se ha impuesto en la tradición de la Iglesia. La experiencia de los hombres la corroboran.

1855 El pecado mortal destruye la caridad en el corazón del hombre por una infracción grave de la ley de Dios; aparta al hombre de Dios, que es su fin último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior.

El pecado venial deja subsistir la caridad, aunque la ofende y la hiere.

1856 El pecado mortal, que ataca en nosotros el principio vital que es la caridad, necesita una nueva iniciativa de la misericordia de Dios y una conversión del corazón que se realiza ordinariamente en el marco del sacramento de la reconciliación:

Cuando la voluntad se dirige a una cosa de suyo contraria a la caridad por la que estamos ordenados al fin último, el pecado, por su objeto mismo, tiene causa para ser mortal...sea contra el amor de Dios, como la blasfemia, el perjurio, etc., o contra el amor del prójimo, como el homicidio, el adulterio, etc...En cambio, cuando la voluntad del pecador se dirige a veces a una cosa que contiene en sí un desorden, pero que sin embargo no es contraria al amor de Dios y del prójimo, como una palabra ociosa, una risa superflua, etc. tales pecados son veniales (S. Tomás de Aquino, s.th. 1-2, 88, 2).

1857 Para que un pecado sea mortal se requieren tres condiciones: "Es pecado mortal lo que tiene como objeto una materia grave y que, además, es cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento" (RP 17).

1858 La materia grave es precisada por los Diez mandamientos según la respuesta de Jesús al joven rico: "No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes testimonio falso, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre" (Mc 10,19). La gravedad de los pecados es mayor o menor: un asesinato es más grave que un robo. La cualidad de las personas lesionadas cuenta también: la violencia ejercida contra los padres es más grave que la ejercida contra un extraño.

1859 El pecado mortal requiere plena conciencia y entero consentimiento. Presupone el conocimiento del carácter pecaminoso del acto, de su oposición a la Ley de Dios. Implica también un consentimiento suficientemente deliberado para ser una elección personal. La ignorancia afectada y el endurecimiento del corazón (cf Mc 3,5-6; Lc 16,19-31) no disminuyen, sino aumentan, el carácter voluntario del pecado.

1860 La ignorancia involuntaria puede disminuir, si no excusar, la imputabilidad de una falta grave, pero se supone que nadie ignora los principios de la ley moral que están inscritos en la conciencia de todo hombre. Los impulsos de la sensibilidad, las pasiones pueden igualmente reducir el carácter voluntario y libre de la falta, lo mismo que las presiones exteriores o los trastornos patológicos. El pecado por malicia, por elección deliberada del mal, es el más grave.

1861 El pecado mortal es una posibilidad radical de la libertad humana contra el amor. Entraña la pérdida de la caridad y la privación de la gracia santificante, es decir, del estado de gracia. Si no es eliminado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno; de modo que nuestra libertad tiene poder de hacer elecciones para siempre, sin retorno. Sin embargo, aunque podamos juzgar que un acto es en sí una falta grave, el juicio sobre las personas debemos confiarlo a la justicia y a la misericordia de Dios.

1862 Se comete un pecado venial cuando no se observa en una materia leve la medida prescrita por la ley moral, o cuando se desobedece a la ley moral en materia grave pero sin pleno conocimiento y sin entero consentimiento.

1863 El pecado venial debilita la caridad; entraña un afecto desordenado a bienes creados; impide el progreso del alma en el ejercicio de las virtudes y la práctica del bien moral; merece penas temporales. El pecado venial deliberado, que permanece sin arrepentimiento, nos dispone poco a poco a cometer el pecado mortal. No obstante, el pecado venial no rompe la Alianza con Dios. Es humanamente reparable con la gracia de Dios. "No priva de la gracia santificante, de la amistad con Dios, de la caridad, ni, por tanto, de la bienaventuranza eterna" (RP 17):

El hombre, mientras permanece en la carne, no puede evitar todo pecado, al menos los pecados leves. Pero estos pecados, que llamamos leves, no los consideres poca cosa: si los tienes por tales cuando los pesas, tiembla cuando los cuentas. Muchos objetos leves hacen una gran masa; muchas gotas de agua llenan un río. Muchos granos hacen un montón. ¿Cuál es entonces nuestra esperanza? Ante todo, la confesión...(S. Agustín, ep. Jo. 1,6).

1864 "Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada" (Mc 3,29; Lc 12,10). No hay límites a la misericordia de Dios, pero quien se niega deliberadamente a acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el perdón de sus pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo (cf DeV 46). Semejante endurecimiento puede conducir a la condenación final y a la perdición eterna.

V LA PROLIFERACION DEL PECADO

1865 El pecado crea una facilidad para el pecado, engendra el vicio por la repetición de actos. De ahí resultan inclinaciones desviadas que oscurecen la conciencia y corrompen la valoración concreta del bien y del mal. Así el pecado tiende a reproducirse y a reforzarse, pero no puede destruir el sentido moral hasta su raíz.

1866 Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o también pueden ser comprendidos en los pecados capitales que la experiencia cristiana ha distinguido siguiendo a S. Juan Casiano y a S. Gregorio Magno (mor. 31,45). Son llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios. Entre ellos soberbia, avaricia, envidia, ira, lujuria, gula, pereza.

1867 La tradición catequética recuerda también que existen "pecados que claman al cielo". Claman al cielo: la sangre de Abel (cf Gn 4,10); el pecado de los Sodomitas (cf Gn 18,20; 19,13); el clamor del pueblo oprimido en Egipto (cf Ex 3,7-10); el lamento del extranjero, de la viuda y el huérfano (cf Ex 22,20-22); la injusticia para con el asalariado (cf Dt 24,14-15; Jc 5,4).

1868 El pecado es un acto personal. Pero nosotros tenemos una responsabilidad en los pecados cometidos por otros cuando cooperamos a ellos:

– participando directa y voluntariamente;

– ordenándolos, aconsejándolos, alabándolos o aprobándolos;

– no revelándolos o no impidiéndolos cuando se tiene obligación de hacerlo;

– protegiendo a los que hacen el mal.

1869 Así el pecado convierte a los hombres en cómplices unos de otros, hace reinar entre ellos la concupiscencia, la violencia y la injusticia. Los pecados provocan situaciones sociales e instituciones contrarias a la Bondad divina. Las "estructuras de pecado" son expresión y efecto de los pecados personales. Inducen a sus víctimas a cometer a su vez el mal. En un sentido analógico constituyen un "pecado social" (cf RP 16).

CAPITULO TERCERO: LA SALVACION DE DIOS: LA LEY Y LA GRACIA

1949. El hombre, llamado a la bienaventuranza, pero herido por el pecado, necesita la salvación de Dios. La ayuda divina le viene en Cristo por la ley que le dirige y en la gracia que le sostiene:

Trabajad con temor y temblor por vuestra salvación, pues Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar como bien parece (Flp 2,12-23).

Artículo 1 LA LEY MORAL

1950 La ley moral es obra de la Sabiduría divina. Se la puede definir, en el sentido bíblico, como una instrucción paternal, una pedagogía de Dios. Prescribe al hombre los caminos, las reglas de conducta que llevan a la bienaventuranza prometida; proscribe los caminos del mal que apartan de Dios y de su amor. Es a la vez firme en sus preceptos y amable en sus promesas.

1951 La ley es una regla de conducta proclamada por la autoridad competente para el bien común. La ley moral supone el orden racional establecido entre las criaturas, para su bien y con miras a su fin, por el poder, la sabiduría y la bondad del Creador. Toda ley tiene en la ley eterna su verdad primera y última. La ley es declarada y establecida por la razón como una participación en la providencia del Dios vivo, Creador y Redentor de todos. "Esta ordenación de la razón es lo que se llama la ley" (León XIII, enc. "Libertas praestantissimum" citando a S. Tomás de Aquino, s. th. 1-2, 90,1):

El hombre es el único entre todos los seres animados que puede gloriarse de haber sido digno de recibir de Dios una ley: Animal dotado de razón, capaz de comprender y de discernir, regular su conducta disponiendo de su libertad y de su razón, en la sumisión al que le ha entregado todo (Tertuliano, Marc. 2,4).

1952 Las expresiones de la ley moral son diversas, y todas están coordinadas entre sí: La ley eterna, fuente en Dios de todas las leyes; la ley natural; la ley revelada, que comprende la Ley antigua y la Ley nueva o evangélica; finalmente, las leyes civiles y eclesiásticas.

1953 La ley moral tiene en Cristo su plenitud y su unidad. Jesucristo es en persona el camino de la perfección. Es el fin de la Ley, porque sólo él enseña y da la justicia de Dios: "Porque el fin de la ley es Cristo para justificación de todo creyente" (Rm 10,4).

I LA LEY MORAL NATURAL

1954 El hombre participa de la sabiduría y la bondad del Creador que le confiere el dominio de sus actos y la capacidad de gobernarse con miras a la verdad y al bien. La ley natural expresa el sentido moral original que permite al hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira:

La ley natural está escrito y grabada en el alma de todos y cada uno de los hombres porque es la razón humana que ordena hacer el bien y prohibe pecar...Pero esta prescripción de la razón humana no podría tener fuerza de ley si no fuese la voz y el intérprete de una razón más alta a la que nuestro espíritu y nuestra libertad deben estar sometidos (León XIII, enc. "Libertas praestantissimum").

1955 La ley "divina y natural" (GS 89,1), muestra al hombre el camino que debe seguir para practicar el bien y alcanzar su fin. La ley natural contiene los preceptos primeros y esenciales que rigen la vida moral. Tiene por raíz la aspiración y la sumisión a Dios, fuente y juez de todo bien, así como el sentido del prójimo como igual a sí mismo. Está expuesta, en sus principales preceptos, en el Decálogo. Esta ley se llama natural no por referencia a la naturaleza de los seres irracionales, sino porque la razón que la proclama pertenece propiamente a la naturaleza humana:

¿Dónde, pues, están inscritas estas normas sino en el libro de esa luz que se llama la Verdad? Allí está escrita toda ley justa, de allí pasa al corazón del hombre que cumple la justicia; no que ella emigre a él, sino que en él pone su impronta a la manera de un sello que de un anillo pasa a la cera, pero sin dejar el anillo (S. Agustín, Trin. 14,15,21).

La ley natural no es otra cosa que la luz de la inteligencia puesta en nosotros por Dios; por ella conocemos lo que es preciso hacer y lo que es preciso evitar. Esta luz o esta ley, Dios la ha dado a la creación (S. Tomás de Aquino, dec. praec. 1)

1956 La ley natural, presente en el corazón de todo hombre y establecida por la razón, es universal en sus preceptos, y su autoridad se extiende a todos los hombres. Expresa la dignidad de la persona y determina la base de sus derechos y sus deberes fundamentales:

Existe ciertamente una verdadera ley: la recta razón. Es conforme a la naturaleza, extendida a todos los hombres; es inmutable y eterna; sus órdenes imponen deber; sus prohibiciones apartan de la falta...Es un sacrilegio sustituirla por una ley contraria; Está prohibido dejar de aplicar una sola de sus disposiciones; en cuanto a abrogarla enteramente, nadie tiene la posibilidad de ello (Cicerón, rep. 3, 22,33).

1957 La aplicación de la ley natural varía mucho; puede exigir una reflexión adaptada a la multiplicidad de las condiciones de vida según los lugares, las épocas, y las circunstancias. Sin embargo, en la diversidad de culturas, la ley natural permanece como una norma que une entre sí a los hombres y les impone, por encima de las diferencias inevitables, principios comunes.

1958 La ley natural es inmutable (cf GS 10) y permanente a través de las variaciones de la historia; subsiste bajo el flujo de ideas y costumbres y sostiene su progreso. Las normas que la expresan permanecen sustancialmente valederas. Incluso cuando se llega a rechazar sus principios, no se la puede destruir ni arrancar del corazón del hombre. Resurge siempre en la vida de individuos y sociedades:

El robo está ciertamente sancionado por tu ley, Señor, y por la ley que está escrita en el corazón del hombre, y que la misma iniquidad no puede borrar (S. Agustín, conf. 2,4,9).

1959 La ley natural, obra maravillosa del Creador, proporciona los fundamentos sólidos sobre los que el hombre puede construir el edificio de las normas morales que guían sus decisiones. Establece también la base moral indispensable para la edificación de la comunidad de los hombres. Finalmente proporciona la base necesaria a la ley civil que se adhiere a ella, bien mediante una reflexión que extrae las conclusiones de sus principios, bien mediante adiciones de naturaleza positiva y jurídica.

1960 Los preceptos de la ley natural no son percibidos por todos de una manera clara e inmediata. En la situación actual, la gracia y la revelación son necesarias al hombre pecador para que las verdades religiosas y morales puedan ser conocidas "de todos y sin dificultad, con una firme certeza y sin mezcla de error" (Pío XII, enc. "Humani generis": DS 3876). La ley natural proporciona a la Ley revelada y a la gracia un cimiento preparado por Dios y otorgado a la obra del Espíritu.

II LA LEY ANTIGUA

1961 Dios, nuestro Creador y Redentor, eligió a Israel como su pueblo y le reveló su Ley, preparando así la venida de Cristo. La Ley de Moisés contiene muchas verdades naturalmente accesibles a la razón. Estas están declaradas y autentificadas en el interior de la Alianza de la salvación.

1962 La Ley antigua es el primer estado de la Ley revelada. Sus prescripciones morales están resumidas en los Diez mandamientos. Los preceptos del Decálogo establecen los fundamentos de la vocación del hombre, formado a imagen de Dios. Prohiben lo que es contrario al amor de Dios y del prójimo, y prescriben lo que le es esencial. El Decálogo es una luz ofrecida a la conciencia de todo hombre para manifestarle la llamada y los caminos de Dios, y para protegerle contra el mal:

Dios escribió en las tablas de la ley lo que los hombres no leían en sus corazones (S. Agustín, Sal. 57,1).

1963 Según la tradición cristiana, la Ley santa (cf. Rm 7,12), espiritual (cf Rm 7,14) y buena (cf Rm 7,16) es todavía imperfecta. Como un pedagogo (cf Gal 3,24) muestra lo que es preciso hacer, pero no da de suyo la fuerza, la gracia del Espíritu para cumplirlo. A causa del pecado, que ella no puede quitar, no deja de ser una ley de servidumbre. Según S. Pablo tiene por función principal denunciar y manifestar el pecado, que forma una "ley de concupiscencia" (cf Rm 7) en el corazón del hombre. No obstante, la Ley constituye la primera etapa en el camino del Reino. Prepara y dispone al pueblo elegido y a cada cristiano a la conversión y a la fe en el Dios Salvador. Proporciona una enseñanza que subsiste para siempre, como la Palabra de Dios.

1964 La Ley antigua es una preparación para el Evangelio. "La ley es profecía y pedagogía de las realidades venideras" (S. Ireneo, haer. 4, 15, 1). Profetiza y presagia la obra de liberación del pecado que se realizará con Cristo; suministra al Nuevo Testamento las imágenes los "tipos", los símbolos para expresar la vida según el Espíritu. La Ley se completa mediante la enseñanza de los libros sapienciales y de los profetas, que la orientan hacia la Nueva Alianza y el Reino de los Cielos.

Hubo..., bajo el régimen de la antigua alianza, gentes que poseían la caridad y la gracia del Espíritu Santo y aspiraban ante todo a las promesas espirituales y eternas, en lo cual se adherían a la ley nueva. Y al contrario, existen, en la nueva alianza, hombres carnales, alejados todavía de la perfección de la ley nueva: para incitarlos a las obras virtuosas, el temor del castigo y ciertas promesas temporales han sido necesarias, incluso bajo la nueva alianza. En todo caso, aunque la ley antigua prescribía la caridad, no daba el Espíritu Santo, por el cual "la caridad es difundida en nuestros corazones" (Rm 5,5) (S. Tomás de Aquino, s. th. 1-2, 107,1 ad 2).

III LA LEY NUEVA O LEY EVANGELICA

1965 La ley nueva o Ley evangélica es la perfección aquí abajo de la ley divina, natural y revelada. Es obra de Cristo y se expresa particularmente en el Sermón de la montaña. Es también obra del Espíritu Santo, y por él viene a ser la ley interior de la caridad: "Concertaré con la casa de Israel una alianza nueva...pondré mis leyes en su mente, en sus corazones las grabaré; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (Hb 8,8-10; cf Jr 31,31-34).

1966 La ley nueva es la gracia del Espíritu Santo dada a los fieles mediante la fe en Cristo. Obra por la caridad, utiliza el Sermón del Señor para enseñarnos lo que hay que hacer, y los sacramentos para comunicarnos la gracia de hacerlo:

El que quiera meditar con piedad y perspicacia el Sermón que nuestro Señor pronunció en la montaña, según lo leemos en el Evangelio de S. Mateo, encontrará en él sin duda alguna la carta perfecta de la vida cristiana...Este Sermón contiene todos los preceptos propios para guiar la vida cristiana (S. Agustín, serm. Dom. 1,1):

1967 La Ley evangélica "da cumplimiento" (cf Mt 5,17-19), purifica, supera, y lleva a su perfección la Ley antigua. En las "Bienaventuranzas" da cumplimiento a las promesas divinas elevándolas y ordenándolas al "Reino de los Cielos". Se dirige a los que están dispuestos a acoger con fe esta esperanza nueva: los pobres, los humildes, los afligidos, los limpios de corazón, los perseguidos a causa de Cristo, trazando así los caminos sorprendentes del Reino.

1968 La Ley evangélica lleva a plenitud los mandamientos de la Ley. El Sermón del monte, lejos de abolir o devaluar las prescripciones morales de la Ley antigua, extrae de ella las virtualidades ocultas y hace surgir de ella nuevas exigencias: revela toda su verdad divina y humana. No añade preceptos exteriores nuevos, pero llega a reformar la raíz de los actos, el corazón, donde el hombre elige entre lo puro y lo impuro (cf Mt 15,18-19), donde se forman la fe, la esperanza y la caridad, y con ellas las otras virtudes. El Evangelio conduce así la Ley a su plenitud mediante la imitación de la perfección del Padre celestial (cf Mt 5,48), mediante el perdón de los enemigos y la oración por los perseguidores, según el modelo de la generosidad divina (cf Mt 5,44).

1969 La Ley nueva practica los actos de la religión: la limosna, la oración y el ayuno, ordenándolos al "Padre que ve en lo secreto" por oposición al deseo "de ser visto por los hombres" (cf Mt 6,1-6. 16-18). Su oración es el Padre Nuestro (Mt 6,9-13).

1970 La Ley evangélica entraña la elección decisiva entre "los dos caminos" (cf Mt 7,13-14) y la práctica de las palabras del Señor (cf Mt 7,21-27); está resumida en la regla de oro: "Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros; porque esta es la Ley y los profetas" (Mt 7,12; cf Lc 6,31).

Toda la Ley evangélica está contenida en el "mandamiento nuevo" de Jesús (Jn 13,34): amarnos los unos a los otros como él nos ha amado (cf Jn 15,12).

1971 Al Sermón del monte conviene añadir la catequesis mora l de las enseñanzas apostólicas, como Rm 12-15; 1 Co 12-13; Col 3-4; Ef 4-5, etc. Esta doctrina trasmite la enseñanza del Señor con la autoridad de los apóstoles, especialmente exponiendo las virtudes que se derivan de la fe en Cristo y que anima la caridad, el principal don del Espíritu Santo. "Vuestra caridad se sin fingimiento...amándoos cordialmente los unos a los otros...con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración; compartiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad" (Rm 12,9-13). Esta catequesis nos enseña también a tratar los casos de conciencia a la luz de nuestra relación con Cristo y con la Iglesia (cf Rm 14; 1 Co 5-10).

1972 La Ley nueva es llamada ley de amor, porque hace obrar por el amor que infunde el Espíritu Santo más que por el temor; ley de gracia, porque confiere la fuerza de la gracia para obrar mediante la fe y los sacramentos; ley de libertad (cf St 1,25; 2,12), porque nos libera de las observancias rituales y jurídicas de la Ley antigua, nos inclina a obrar espontáneamente bajo el impulso de la caridad y nos hace pasar de la condición del siervo "que ignora lo que hace su señor", a la de amigo de Cristo, "porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15,15), o también a la condición de hijo heredero (cf Gál 4,1-7. 21-31; Rm 8,15).

1973 Más allá de los preceptos, la Ley nueva contiene los consejos evangélicos. La distinción tradicional entre mandamientos de Dios y consejos evangélicos se establece por relación a la caridad, perfección de la vida cristiana. Los preceptos están destinados a apartar loo que es incompatible con la caridad. Los consejos tienen por fin apartar lo que, incluso sin serle contrario, puede constituir un impedimento al desarrollo de la caridad (cf S. Tomás de Aquino, s.th. 2-2, 184,3).

1974 Los consejos evangélicos manifiestan la plenitud viva de una caridad que nunca se sacia. Atestiguan su fuerza y estimulan nuestra prontitud espiritual. La perfección de la Ley nueva consiste esencialmente en los preceptos del amor de Dios y del prójimo. Los consejos indican vías más directas, medios más apropiados, y han de practicarse según la vocación de cada uno:

(Dios) no quiere que cada uno observe todos los consejos, sino solamente los que son convenientes según la diversidad de las personas, los tiempos, las ocasiones, y las fuerzas, como la caridad lo requiera. Porque es ésta la que, como reina de todas las virtudes, de todos los mandamientos, de todos los consejos, y en suma de todas leyes y de todas las acciones cristianas, la que da a todos y a todas rango, orden, tiempo y valor (S. Francisco de Sales, amor 8,6).

Artículo 2 GRACIA Y JUSTIFICACION

I LA JUSTIFICACION

1987 La gracia del Espíritu Santo tiene el poder de santificarnos, es decir, de lavarnos de nuestros pecados y comunicarnos "la justicia de Dios por la fe en Jesucristo" (Rm 3,22) y por el Bautismo (cf Rm 6,3-4):

Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida, es un vivir para Dios. Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús (Rm 6, 8-11).

1988 Por el poder del Espíritu Santo participamos en la Pasión de Cristo, muriendo al pecado, y en su Resurrección, naciendo a una vida nueva; somos miembros de su Cuerpo que es la Iglesia (cf 1 Co 12), sarmientos unidos a la Vid que es él mismo (cf Jn 15,1-4):

Por el Espíritu Santo participamos de Dios. Por la participación del Espíritu venimos a ser partícipes de la naturaleza divina...Por eso, aquellos en quienes habita el Espíritu están divinizados (S. Atanasio, ep. Serap. 1,24).

1989 La primera obra de la gracia del Espíritu Santo es la conversión, que obra la justificación según el anuncio de Jesús al comienzo del evangelio: "Convertíos porque el Reino de los Cielos está cerca" (Mt 4,17). Movido por la gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia de lo alto. "La justificación entraña, por tanto, el perdón de los pecados, la santificación y la renovación del hombre interior (Cc. de Trento: DS 1528).

1990 La justificación separa al hombre del pecado que contradice al amor de Dios, y purifica su corazón. La justificación sigue a la iniciativa de la misericordia de Dios que ofrece el perdón. Reconcilia al hombre con Dios, libera de la servidumbre del pecado y cura.

1991 La justificación es al mismo tiempo la acogida de la justicia de Dios por la fe en Jesucristo. La justicia designa aquí la rectitud del amor divino. Con la justificación son difundidas en nuestros corazones la fe, la esperanza y la caridad, y nos es concedida la obediencia a la voluntad divina.

1992 La justificación nos fue merecida por la pasión de Cristo, que se ofreció en la cruz como hostia viva, santa y agradable a Dios y cuya sangre vino a ser instrumento de propiciación por los pecados de todos los hombres. La justificación es concedida por el bautismo, sacramento de la fe. Nos conforma a la justicia de Dios que nos hace interiormente justos por el poder de su misericordia. Tiene por fin la gloria de Dios y de Cristo, y el don de la vida eterna (cf Cc. de Trento: DS 1529):

Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen -pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios- y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia, pasando por alto los pecados cometidos anteriormente, en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a mostrar su justicia en el tiempo presente, para ser él justo y justificador del que cree en Jesús (Rm 3,21-26).

1993 La justificación establece la colaboración entre la gracia de Dios y la libertad del hombre. Por parte del hombre se expresa en el asentimiento de la fe a la Palabra de Dios que lo invita a la conversión, y en la cooperación de la caridad al impulso del Espíritu Santo que lo previene y lo guarda:

Cuando Dios toca el corazón del hombre mediante la iluminación del Espíritu Santo, el hombre no está sin hacer nada al recibir esta inspiración, que por otra parte puede rechazar; y, sin embargo, sin la gracia de Dios, tampoco puede dirigirse, por su voluntad libre, hacia la justicia delante de él (Cc. de Trento: DS 1525).

1994 La justificación es la obra más excelente del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús y concedido por el Espíritu Santo. S. Agustín afirma que "la justificación del impío es una obra más grande que la creación del cielo y de la tierra", porque "el cielo y la tierra pasarán, mientras la salvación y la justificación de los elegidos permanecerán" (ev. Jo. 72,3). Dice incluso que la justificación de los pecadores supera a la creación de los ángeles en la justicia porque manifiesta una misericordia mayor.

1995 El Espíritu Santo es el maestro interior. Haciendo nacer al "hombre interior" (Rm 7,22; Ef 3,16), la justificación implica la santificación de todo el ser:

Si en otros tiempos ofrecisteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y al desorden hasta desordenaros, ofrecedlos igualmente ahora a la justicia para la santidad...al presente, libres del pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad; y el fin, la vida eterna (Rm 6, 19.22).

II LA GRACIA

1996 Nuestra justificación es obra de la gracia de Dios. La gracia es el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada, ser hijos de Dios (cf Jn 1,12-18), hijos adoptivos (cf Rm 8, 14-17), partícipes de la naturaleza divina (cf 2 P 1,3-4), de la vida eterna (cf Jn 17,3).

1997 La gracia es una participación en la vida de Dios. Nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria: por el Bautismo el cristiano participa de la gracia de Cristo, Cabeza de su Cuerpo. Como "hijo adoptivo" puede ahora llamar "Padre" a Dios, en unión con el Hijo único. Recibe la vida del Espíritu que le infunde la caridad y que forma la Iglesia.

1998 Esta vocación a la vida eterna es sobrenatural. Depende enteramente de la iniciativa gratuita de Dios, porque sólo él puede revelarse y darse a sí mismo. Sobrepasa las capacidades de la inteligencia y las fuerzas de la voluntad humana, como de toda criatura (1 Co 2,7-9).

1999 La gracia de Cristo es el don gratuito que Dios nos hace de su vida infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para curarla del pecado y santificarla: es la gracia santificante o deificante, recibida en el Bautismo. Es en nosotros la fuente de la obra de santificación (cf Jn 4,14; 7,38-39):

Por tanto, el que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo (2 Co 5,17-18).

2000 La gracia santificante es un don habitual, una disposición estable y sobrenatural que perfecciona al alma para hacerla capaz de vivir con Dios, de obrar por su amor. Se debe distinguir entre la gracia habitual, disposición permanente para vivir y obrar según la llamada divina, y las gracias actuales, que designan las intervenciones divinas sea en el origen de la conversión o en el curso de la obra de la santificación.

2001 La preparación del hombre para acoger la gracia es ya una obra de la gracia. Esta es necesaria para suscitar y sostener nuestra colaboración a la justificación mediante la fe y a la santificación mediante la caridad. Dios acaba en nosotros lo que él mismo comenzó, "porque él, por su operación, comienza haciendo que nosotros queramos; acaba cooperando con nuestra voluntad ya convertida" (S. Agustín, grat. 17):

Ciertamente nosotros trabajamos también, pero no hacemos más que trabajar con Dios que trabaja. Porque su misericordia se nos adelantó para que fuésemos curados; nos sigue todavía para que, una vez curados, seamos vivificados; se nos adelanta para que seamos llamados, nos sigue para que seamos glorificados; se nos adelanta para que vivamos según la piedad, nos sigue para que vivamos por siempre con Dios, pues sin él no podemos hacer nada (S. Agustín, nat. et grat. 31).

2002 La libre iniciativa de Dios exige la libre respuesta del hombre, porque Dios creó al hombre a su imagen concediéndole, con la libertad, el poder de conocerle y amarle. El alma sólo libremente entra en la comunión del amor. Dios toca inmediatamente y mueve directamente el corazón del hombre. Puso en el hombre una aspiración a la verdad y al bien que sólo él puede colmar. Las promesas de la "vida eterna" responden, por encima de toda esperanza, a esta aspiración:

Si tú descansaste el día séptimo, al término de todas tus obras muy buenas, fue para decirnos por la voz de tu libro que al término de nuestras obras, "que son muy buenas" por el hecho de que eres tú quien nos las ha dado, también nosotros en el sábado de la vida eterna descansaremos en ti (S. Agustín, conf. 13, 36, 51).

2003 La gracia es primera y principalmente el don del Espíritu que nos justifica y nos santifica. Pero la gracia comprende también los dones que el Espíritu Santo nos concede para asociarnos a su obra, para hacernos capaces de colaborar a la salvación de los otros y al crecimiento del Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Estas son las gracias sacramentales, dones propios de los distintos sacramentos. Son además las gracias especiales, llamadas también "carismas", según el término griego empleado por S. Pablo, y que significa favor, don gratuito, beneficio (cf LG 12). Cualquiera que sea su carácter, a veces extraordinario, como el don de milagros o de lenguas, los carismas están ordenados a la gracia santificante y tienen por fin el bien común de la Iglesia. Están al servicio de la caridad, que edifica la Iglesia (cf 1 Co 12).

2004 Entre las gracias especiales conviene mencionar las gracias de estado, que acompañan el ejercicio de las responsabilidades de la vida cristiana y de los ministerios en el seno de la Iglesia:

Teniendo dones diferentes, según la gracia que nos ha sido dada, si es el don de profecía, ejerzámoslo en la medida de nuestra fe; si es el ministerio, en el ministerio; la enseñanza, enseñando; la exhortación, exhortando. El que da, con sencillez; el que preside, con solicitud; el que ejerce la misericordia, con jovialidad (Rm 12,6-8).

2005 Siendo de orden sobrenatural, la gracia escapa a nuestra experiencia y sólo puede ser conocida por la fe. Por tanto, no podemos fundarnos en nuestros sentimientos o nuestras obras para deducir de ellos que estamos justificados y salvados (cf Cc. de Trento: DS 1533-34). Sin embargo, según las palabras del Señor: "Por sus frutos los conoceréis" (Mt 7,20), la consideración de los beneficios de Dios en nuestra vida y en la vida de los santos nos ofrece una garantía de que la gracia está actuando en nosotros y nos incita a una fe cada vez mayor y a una actitud de pobreza confiada:

Una de las más bellas ilustraciones de esta actitud se encuentra en la respuesta de Santa Juana de Arco a una pregunta capciosa de sus jueces eclesiásticos: "Interrogada si sabía que estaba en gracia en Dios, responde: `si no lo estoy, que Dios me quiera poner en ella; si estoy, que Dios me quiera guardar en ella'" (Juana de Arco, proc.).

III EL MERITO

Manifiestas tu gloria en la asamblea de los santos, y, al coronar sus méritos, coronas tu propia obra (MR, prefacio de los santos, citando al "Doctor de la gracia", S. Agustín, Sal. 102,7).

2006 El término "mérito" designa en general la retribución debida por parte de una comunidad o una sociedad por la acción de uno de sus miembros, experimentada como obra buena u obra mala, digna de recompensa o de sanción. El mérito depende de la virtud de la justicia conforme al principio de igualdad que la rige.

2007 Frente a Dios no hay, en el sentido de un derecho estricto, mérito por parte del hombre. Entre él y nosotros, la desigualdad no tiene medida, porque nosotros lo hemos recibido todo de él, nuestro Creador.

2008 El mérito del hombre ante Dios en la vida cristiana proviene de que Dios ha dispuesto libremente asociar al hombre a la obra de su gracia. La acción paternal de Dios es lo primero, en cuanto que él impulsa, y el libre obrar del hombre es lo segundo en cuanto que éste colabora, de suerte que los méritos de las obras buenas tengan que atribuirse a la gracia de Dios en primer lugar, y al fiel en segundo lugar. Por otra parte el mérito del hombre recae también en Dios, pues sus buenas acciones proceden, en Cristo, de las gracias prevenientes y de los auxilios del Espíritu Santo.

2009 La adopción filial, haciéndonos partícipes por la gracia de la naturaleza divina, puede conferirnos, según la justicia gratuita de Dios, un verdadero mérito. Se trata de un derecho por gracia, el pleno derecho del amor, que nos hace "coherederos" de Cristo y dignos de obtener la "herencia prometida de la vida eterna" (Cc. de Trento: DS 1546). Los méritos de nuestras buenas obras son dones de la bondad divina (cf. Cc. de Trento: DS 1548). "La gracia ha precedido; ahora se da lo que es debido...los méritos son dones de Dios" (S. Agustín, serm. 298,4-5).

2010 Por pertenecer a Dios la iniciativa en el orden de la gracia, nadie puede merecer la gracia primera, en el inicio de la conversión, del perdón y de la justificación. Bajo la moción del Espíritu Santo y de la caridad, podemos después merecer en favor nuestro y de los demás gracias útiles para nuestra santificación, para el crecimiento de la gracia y de la caridad, y para la obtención de la vida eterna. Los mismos bienes temporales, como la salud, la amistad, pueden ser merecidos según la sabiduría de Dios. Estas gracias y estos bienes son objeto de la oración cristiana. Esta remedia nuestra necesidad de la gracia para las acciones meritorias.

2011 La caridad de Cristo es en nosotros la fuente de todos nuestros méritos ante Dios. La gracia, uniéndonos a Cristo con un amor activo, asegura la cualidad sobrenatural de nuestros actos y por consiguiente su mérito tanto ante Dios como ante los hombres. Los santos han tenido siempre una conciencia viva de que sus méritos eran pura gracia.

Tras el destierro en la tierra espero gozar de ti en la Patria, pero no quiero amontonar méritos para el Cielo, quiero trabajar sólo por vuestro amor...En el atardecer de esta vida compareceré ante ti con las manos vacías, Señor, porque no te pido que cuentes mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso, quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de ti mismo...(S. Teresa del Niño Jesús, ofr.).

IV LA SANTIDAD CRISTIANA

2012 "Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman...a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los llamó; y a los que llamó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a )sos también los glorificó" (Rm 8,28-30).

2013 "Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (LG 40). Todos son llamados a la santidad: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48):

Para alcanzar esta perfección, los creyentes han de emplear sus fuerzas, según la medida del don de Cristo, para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Lo harán siguiendo las huellas de Cristo, haciéndose conformes a su imagen, y siendo obedientes en todo a la voluntad del Padre. De esta manera, la santidad del Pueblo de Dios producirá frutos abundantes, como lo muestra claramente en la historia de la Iglesia la vida de los santos (LG 40).

2014 El progreso espiritual tiende a la unión cada vez más íntima con Cristo. Esta unión se llama "mística", porque participa en el misterio de Cristo mediante los sacramentos -"los santos misterios"- y, en él, en el misterio de la Santa Trinidad. Dios nos llama a todos a esta unión íntima con él, aunque gracias especiales o signos extraordinarios de esta vida mística sean concedidos solamente a algunos para así manifestar el don gratuito hecho a todos.

2015 El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf 2 Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas:

El que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en comienzo mediante comienzos que no tienen fin. Jamás el que asciende deja de desear lo que ya conoce (S. Gregorio de Nisa, hom. in Cant. 8).

2016 Los hijos de nuestra madre la Santa Iglesia esperan justamente la gracia de la perseverancia final y de la recompensa de Dios, su Padre, por las obras buenas realizadas con su gracia en comunión con Jesús (cf Cc. de Trento: DS 1576). Siguiendo la misma norma de vida, los creyentes comparten la "bienaventurada esperanza" de aquellos a los que la misericordia divina congrega en la "Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que baja del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo" (Ap 21,2).

Artículo 3 LA IGLESIA, MADRE Y EDUCADORA

2030 El cristiano realiza su vocación en la Iglesia, en comunión con todos los bautizados. De la Iglesia recibe la Palabra de Dios, que contiene las enseñanzas de la ley de Cristo (Gal 6,2). De la Iglesia recibe la gracia de los sacramentos que le sostienen en el camino. De la Iglesia aprende el ejemplo de la santidad; reconoce en la Bienaventurada Virgen María la figura y la fuente de esa santidad; la discierne en el testimonio auténtico de los que la viven; la descubre en la tradición espiritual y en la larga historia de los santos que le han precedido y que la liturgia celebra a lo largo del santoral.

2031 La vida moral es un culto espiritual. Ofrecemos nuestros cuerpos "como una hostia viva, santa, agradable a Dios" (Rm 12,1) en el seno del Cuerpo de Cristo que formamos y en comunión con la ofrenda de su Eucaristía. En la liturgia y la celebración de los sacramentos, plegaria y enseñanza se conjugan con la gracia de Cristo para iluminar y alimentar el obrar cristiano. Como el conjunto de la vida cristiana, la vida moral tiene su fuente y su cumbre en el sacrificio eucarístico.

I VIDA MORAL Y MAGISTERIO DE LA IGLESIA

2032 La Iglesia, "columna y fundamento de la verdad" (1 Tm 3,15), "recibió de los apóstoles este solemne mandato de Cristo de anunciar la verdad que nos salva" (LG 17). "Compete siempre y en todo lugar a la Iglesia proclamar los principios morales, incluso los referentes al orden social, así como dar su juicio sobre cualesquiera asuntos humanos, en la medida en que lo exijan los derechos fundamentales de la persona humana o la salvación de las almas" (CIC, can. 747,2).

2033 El magisterio de los pastores de la Iglesia en materia moral se ejerce ordinariamente en la catequesis y en la predicación, con la ayuda de las obras de los teólogos y de los autores espirituales. Así se ha trasmitido de generación en generación, bajo la dirección y vigilancia de los pastores, el "depósito" de la moral cristiana, compuesto de un conjunto característico de normas, de mandamientos y de virtudes que proceden de la fe en Cristo y están vivificados por la caridad. Esta catequesis ha tomado tradicionalmente como base, junto al Credo y el Padrenuestro, el Decálogo que enuncia los principios de la vida moral válidos para todos los hombres.

2034 El romano pontífice y los obispos como "maestros auténticos por estar dotados de la autoridad de Cristo... predican al pueblo que tienen confiado la fe que hay que creer y que hay que llevar a la práctica" (LG 25). El magisterio ordinario y universal del Papa y de los obispos en comunión con él enseña a los fieles la verdad que han de creer, la caridad que han de practicar, la bienaventuranza que han de esperar.

2035 El grado supremo de la participación en la autoridad de Cristo está asegurado por el carisma de la infalibilidad. Esta se extiende a todo el depósito de la revelación divina (cf LG 25); se extiende también a todos los elementos de doctrina, comprendida la moral, sin los cuales las verdades salvíficas de la fe no pueden ser guardadas, expuestas u observadas (cf CDF, decl. "Mysterium ecclesiae" 3).

2036 La autoridad del Magisterio se extiende también a los preceptos específicos de la ley natural, porque su observancia, exigida por el Creador, es necesaria para la salvación. Recordando las precripciones de la ley natural, el Magisterio de la Iglesia ejerce una parte esencial de su función profética de anunciar a los hombres lo que son en verdad y de recordarles lo que deben ser ante Dios (cf. DH 14).

2037 La ley de Dios, confiada a la Iglesia, es enseñada a los fieles como camino de vida y de verdad. Los fieles, por tanto, tienen el derecho (cf CIC can. 213) de ser instruidos en los preceptos divinos salvíficos que purifican el juicio y, con la gracia, curan la razón humana herida. Tienen el deber de observar las constituciones y los decretos promulgados por la autoridad legítima de la Iglesia. Aunque sean disciplinares, estas determinaciones requieren la docilidad en la caridad.

2038 En la obra de enseñanza y de aplicación de la moral cristiana, la Iglesia necesita la dedicación de los pastores, la ciencia de los teólogos, la contribución de todos los cristianos y de los hombres de buena voluntad. La fe y la práctica del Evangelio procuran a cada uno una experiencia de la vida "en Cristo" que ilumina y da capacidad para estimar las realidades divinas y humanas según el Espíritu de Dios (cf 1 Co 10-15). Así el Espíritu Santo puede servirse de los más humildes para iluminar a los sabios y los más elevados en dignidad.

2039 Los ministerios deben ejercerse en un espíritu de servicio fraternal y de dedicación a la Iglesia en nombre del Señor (cf Rm 12,8.11). Al mismo tiempo, la conciencia de cada uno en su juicio moral sobre sus actos personales, debe evitar encerrarse en una consideración individual. Con mayor empeño debe abrirse a ala consideración del bien de todos según se expresa en la ley moral, natural y revelada, y consiguientemente en la ley de la Iglesia y en la enseñanza autorizada del Magisterio sobre las cuestiones morales. No se ha de oponer la conciencia personal y la razón a la ley moral o al Magisterio de la Iglesia.

2040 Así puede crearse entre los cristianos un verdadero espíritu filial frente a la Iglesia. Es el desarrollo normal de la gracia bautismal, que nos engendró en el seno de la Iglesia y nos hizo miembros del Cuerpo de Cristo. En su solicitud materna, la Iglesia nos concede la misericordia de Dios que desborda todos nuestros pecados y actúa especialmente en el sacramento de la reconciliación. Como una madre previsora nos prodiga también en su liturgia, día tras día, el alimento de la Palabra y de la Eucaristía del Señor.

II LOS MANDAMIENTOS DE LA IGLESIA

2041 Los mandamientos de la Iglesia se sitúan en esta línea de una vida moral ligada a la vida litúrgica y que se alimenta de ella. El carácter obligatorio de estas leyes positivas promulgadas por la autoridad eclesiástica tiene por fin garantizar a los fieles el mínimo indispensable en el espíritu de oración y en el esfuerzo moral, en el crecimiento del amor de Dios y del prójimo. Los mandamientos más generales de la santa Madre Iglesia son cinco:

2042 El primer mandamiento (oír misa entera y los domingos y demás fiestas de precepto y no realizar trabajos serviles") exige a los fieles que santifiquen el día en el cual se conmemora la Resurrección del Señor y las fiestas litúrgicas principales en honor de los misterios del Señor, de la Santísima Virgen María y de los santos, en primer lugar participando en la celebración eucarística, y descansando de aquellos trabajos y ocupaciones que puedan impedir esa santificación de estos días (cf CIC can. 1246-1248; CCEO, can. 880, § 3; 881, §§ 1. 2. 4).

El segundo mandamiento ("confesar los pecados mortales al menos una vez al año") asegura la preparación para la Eucaristía mediante la recepción del sacramento de la Reconciliación, que continúa la obra de conversión y de perdón del Bautismo (cf CIC can. 989; CCEO can.719).

El tercer mandamiento ("recibir el sacramento de la Eucaristía al menos por Pascua") garantiza un mínimo en la recepción del Cuerpo y la Sangre del Señor en conexión con el tiempo de Pascua, origen y centro de la liturgia cristiana (cf CIC can. 920; CCEO can. 708. 881, § 3).

2043 El cuarto mandamiento (abstenerse de comer carne y ayunar en los días establecidos por la Iglesia) asegura los tiempos de ascesis y de penitencia que nos preparan para las fiestas litúrgicas y para adquirir el dominio sobre nuestros instintos, y la libertad del corazón (cf CIC can. 1249-51; CCEO can. 882).

El quinto mandamiento (ayudar a las necesidades de la Iglesia) enuncia que los fieles están además obligados a ayudar, cada uno según su posibilidad, a las necesidades materiales de la Iglesia (cf CIC can. 222; CCEO, can. 25. Las Conferencias Episcopales pueden además establecer otros preceptos eclesiásticos para el propio territorio. Cf CIC, can. 455).

III VIDA MORAL Y TESTIMONIO MISIONERO

2044 La fidelidad de los bautizados es una condición primordial para el anuncio del evangelio y para la misión de la Iglesia en el mundo. Para manifestar ante los hombres su fuerza de verdad y de irradiación, el mensaje de la salvación debe ser autentificado por el testimonio de vida de los cristianos. "El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural son eficaces para atraer a los hombres a la fe y a Dios" (AA 6).

2045 Los cristianos, por ser miembros del Cuerpo, cuya Cabeza es Cristo (cf Ef 1,22), contribuyen, mediante la constancia de sus convicciones y de sus costumbres, a la edificación de la Iglesia. La Iglesia aumenta, crece y se desarrolla por la santidad de sus fieles (cf LG 39), "hasta que lleguemos al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo" (Ef 4,13).

2046 Mediante un vivir según Cristo, los cristianos apresuran la venida del Reino de Dios, "Reino de justicia, de verdad y de paz" (MR, Prefacio de Jesucristo Rey). Sin embargo, no abandonan sus tareas terrenas; fieles al Maestro, las cumplen con rectitud, paciencia y amor.

glosario

Aborto: Desde su concepción, el niño tiene el derecho a la vida. El aborto directo, es decir, buscado como un fin o como un medio, es una práctica infame (cf GS 27,3) gravemente contraria a la ley moral. La Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana. Porque ha de ser tratado como una persona desde su concepción, el embrión debe ser defendido en su integridad, atendido y curado como todo otro ser humano.

Acto moralmente bueno: Supone a la vez la bondad del objeto, del fin y de las circunstancias.

Adoración: Culto otorgado a Dios: "Al Señor tu Dios adorarás" (Mt 4,10). Adorar a Dios, orar a él, ofrecerle el culto que le corresponde, cumplir las promesas y los votos que se le han hecho, son actos de la virtud de la religión que constituyen la obediencia al primer mandamiento.

Aristóteles: La doctrina moral de Aristóteles se encuentra fundamentalmente en su Ética a Nicómaco. En ella trata el tema del bien, el cual es el fin último de las acciones de los seres humanos.

Asesinato: Causar la muerte a un ser humano es gravemente contrario a la dignidad de la persona y a la santidad del Creador. La prohibición de causar la muerte no suprime el derecho de impedir que un injusto agresor cause daño. La legítima defensa es un deber grave para quien es responsable de la vida de otro o del bien común.

Ateísmo: En cuanto niega o rechaza la existencia de Dios, el ateísmo es un pecado contra el primer mandamiento.

Axiología: (del griego axios, ‘lo que es valioso o estimable’, y logos, ‘ciencia’), teoría del valor o de lo que se considera valioso. La axiología no sólo trata de los valores positivos, sino también de los valores negativos, analizando los principios que permiten considerar que algo es o no valioso, y considerando los fundamentos de tal juicio.

Axiología: Es el estudio de los valores o la teoría de los valores. Los seres humanos valoramos más unas cosas que otras, valoramos según nuestras preferencias personales, o según la moda, de acuerdo a preceptos morales o convicciones personales, según el caso que se trate.

Bien común: Comprende el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección. El bien común comporta tres elementos esenciales: el respeto y la promoción de los derechos fundamentales de la persona; la prosperidad o el desarrollo de los bienes espirituales y temporales de la sociedad; la paz y la seguridad del grupo y de sus miembros. La dignidad de la persona humana implica la búsqueda del bien común. Cada uno debe preocuparse por suscitar y sostener instituciones que mejoren las condiciones de la vida humana.

Bienaventuranzas: Recogen y perfeccionan las promesas de Dios desde Abraham ordenándolas al Reino de los Cielos. Responden al deseo de felicidad que Dios ha puesto en el corazón del hombre. Las bienaventuranzas nos enseñan el fin último al que Dios nos llama: el Reino, la visión de Dios, la participación en la naturaleza divina, la vida eterna, la filiación, el descanso en Dios.

Blasfemia: El segundo mandamiento prohíbe todo uso inconveniente del Nombre de Dios. La blasfemia consiste en usar de una manera injuriosa el nombre de Dios, de Jesucristo, de la Virgen María y de los santos.

Capacidad moral profesional: La capacidad moral es el valor del profesional como persona, lo cual da una dignidad, seriedad y nobleza a su trabajo, digna del aprecio de todo el que encuentra. Abarca no sólo la honestidad en l trato y en los negocios, no sólo en el sentido de responsabilidad en el cumplimiento de lo pactado, sino además la capacidad para abarcar y traspasar su propia esfera profesional en un horizonte mucho más amplio.

Caridad: Virtud por la que amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. Es el "vínculo de la perfección" (Col 3,14) y la forma de todas las virtudes.

Castidad: Significa la integración de la sexualidad en la persona. Entraña el aprendizaje del dominio personal. Cristo es el modelo de la castidad. Todo bautizado es llamado a llevar una vida casta, cada uno según su estado de vida.

Circunstancias: Factores o aspectos que determinan y precisan el objeto, el quién, el cuándo, el cómo, etc.

Conciencia: Es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella" (GS 16). Ante una decisión moral, la conciencia puede formar un juicio recto de acuerdo con la razón y la ley divina o, al contrario, un juicio erróneo que se aleja de ellas. El ser humano debe obedecer siempre el juicio cierto de su conciencia.

Conciencia Moral: Todo ser humano tiene conciencia de que hay algo que está bien o mal moralmente hablando, pues posee lo que llamamos sentido moral, por otro lado también existe la conciencia moral, que es la valoración sobre la moralidad de un acto concreto. Si tomamos el término bueno, bien, en el sentido práctico, es aquello que mueve a la voluntad por medio de las representaciones de la razón, no a partir de causas subjetivas sino de modo objetivo, por razones válidas para todo ser racional como tal.

Conciencia moral: Es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto. Para el hombre que ha cometido el mal, el veredicto de su conciencia constituye una garantía de conversión y de esperanza. Una conciencia bien formada es recta y veraz. Formula sus juicios según la razón, conforme al bien verdadero querido por la sabiduría del Creador. Cada uno debe poner los medios para formar su conciencia.

Culto de las imágenes sagradas: Está fundado en el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios. No es contrario al primer mandamiento.

Decálogo: El don del Decálogo fue concedido en el marco de la alianza establecida por Dios con su pueblo. Los mandamientos de Dios reciben su significado verdadero en y por esta Alianza. Fiel a la Escritura y siguiendo el ejemplo de Jesús, la Tradición de la Iglesia ha reconocido en el Decálogo una importancia y una significación primordial. El Decálogo forma una unidad orgánica en que cada "palabra" o "mandamiento" remite a todo el conjunto. Transgredir un mandamiento es quebrantar toda la ley (cf St 2,10-11).

Decisión: Es la capacidad que tiene el sujeto para actuar por si mismo, en concordancia con lo que cree que es la mejor elección o alternativa.

Deontología: Es la teoría de los deberes particulares propios de una profesión o situación.

Discernimiento: es la plenitud y normalidad del ejercicio de las facultades intelectuales, conocidas bajo los nombres de percepción, concepción, reflexión, imaginación y razón; las que se cultivan con la educación, sino permanecerán adormecidas por falta de ejecución.

Dones del Espíritu Santo: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

Durkheim: Según este autor, la sociedad para lograr mantener cohesionados a una multitud de individuos crea en cada uno de ellos ideales que son colectivos en dos sentidos: se presentan en todos los individuos, y en su consecución solo es posible en la medida en que estos individuos permanezcan unidos.

El secreto profesional: El secreto profesional es un deber del profesional de no divulgar información que le fue confiada para poder llevar a cabo su labor, esto se hace con el fin de no perjudicar al cliente o para evitar graves daños a terceros.

Elección: Es la capacidad que tiene el sujeto de optar entre varios fines posibles.

Epicureísmo: Para el epicureísmo todo valor está plenamente regido por la actividad sensible del cuerpo. Así, lo bueno moralmente no sería otra cosa que aquello que produce sensaciones agradables al hombre: el placer. Pero no se entienda aquí la búsqueda de placer como la simple satisfacción inmediata y amoral de las necesidades fisiológicas y tendencias psíquicas, sino como la búsqueda del mejor estado físico. La preservación saludable y satisfactoria del cuerpo humano era considerada como el fin moral por excelencia.

Esperanza: Virtud por la que deseamos y esperamos de Dios con una firme confianza la vida eterna y las gracias para merecerla.

Ética: (del griego ethika, de ethos, ‘comportamiento’, ‘costumbre’) es la rama de las ciencias filosóficas que investiga las leyes de la conducta humana, para formular las reglas que convienen al máximo grado de la evolución psicológica y social del hombre. El objetivo que le corresponde a la Ética en cuanto disciplina filosófica es esclarecer, reflexionar, fundamentar esta experiencia humana que es la moral

Ética Autónoma: afirma que la voluntad se determina a sí misma; aquí la conducta se rige por una libre y propia decisión de la gente moral

Ética Heterónoma: Afirma que la fuerza obligatoria deriva de normas impuestas por una autoridad exterior.

Ética Profesional: El elemento ético es un componente inseparable de la actuación profesional, en la que pueden discernirse, al menos, tres elementos: a) un conocimiento especializado en la materia de que se trata, b) una destreza técnica en su aplicación al problema que se intenta resolver y c) un cauce de la conducta del docente cuyos márgenes no pueden ser desbordados sin faltar a la ética.

Eudemonismo: El eudemonismo de Aristóteles pregona la felicidad como meta suprema de toda la actividad moral del hombre. Según este filósofo, el hombre, como animal racional que es, debe ser feliz realizando y perfeccionando lo que es más propio y lo define especialmente la actividad intelectual. El bien supremo al que debe tener todo hombre es la búsqueda de su propia perfección, la cual reside en el ejercicio continuo de las virtudes o capacidades del hombre. Una vida sin virtud no puede ser una vida feliz ni moralmente buena. La virtud es según Aristóteles, el equilibrio puesto en el desarrollo de nuestras capacidades sin pecar por exceso ni defecto.

Eutanasia: La eutanasia voluntaria, cualesquiera que sean sus formas y sus motivos, constituye un homicidio. Es gravemente contraria a la dignidad de la persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador.

Fe: Virtud por la que creemos en Dios y creemos todo lo que él nos ha revelado y que la santa Iglesia nos propone creer.

Finalidad de la Profesión: La finalidad del trabajo profesional es el bien común. La capacitación que se requiere para ejercer este trabajo, está siempre orientada a un mejor rendimiento dentro de las actividades especializadas para el beneficio de la sociedad. Sin este horizonte y finalidad, una profesión se convierte en un medio de lucro o de honor, o simplemente, en el instrumento de la degradación moral del propio sujeto.

Formalismo existencial: Las características esenciales de la moral existencialista de Sartre son formales porque no admiten ninguna ley heterónoma, ningún valor superior al sujeto humano que este debe realizar.

Formalismo kantiano: Las características fundamentales del formalismo moral de Kant son a) el criterio de moralidad consiste en obrar por respeto al deber y b) el imperativo categórico es la formulación de la ley moral por medio de la razón practica; es decir una ley universal y absoluta que se puede formular de esta manera: “Actúa de tal manera que tu forma de obrar se pueda tomar como norma universal de comportamiento”.

Fortaleza: Virtud que asegura, en las dificultades, la firmeza y la constancia en la práctica del bien.

Fuentes de la moralidad: El objeto, la intención y las circunstancias constituyen las tres "fuentes" de la moralidad de los actos humanos.

Gracia: Es el auxilio que Dios nos da para responder a nuestra vocación de llegar a ser sus hijos adoptivos. Nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria.

Gracia santificante: Es el don gratuito que Dios nos hace de su vida, infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para curarla del pecado y santificarla. La gracia santificante nos hace "agradables a Dios". Los carismas, gracias especiales del Espíritu Santo, están ordenados a la gracia santificante y tienen por fin el bien común de la Iglesia. Dios actúa así mediante gracias actuales múltiples que se distinguen de la gracia habitual, permanente en nosotros.

Guerra: A causa de los males y de las injusticias que ocasiona toda guerra, debemos hacer todo lo que es razonablemente posible para evitarla. La Iglesia implora así: "del hambre, de la peste y de la guerra, líbranos Señor". La Iglesia y la razón humana afirman la validez permanente de la ley moral durante los conflictos armados. Las prácticas deliberadamente contrarias al derecho de gentes y a sus principios universales son crímenes. La carrera de armamentos es una plaga gravísima de la humanidad y perjudica a los pobres de modo intolerable.

Hedonismo: El hedonismo de epicúreo dice que el bien y el fin supremo de la vida humana es el placer.

Ignorancia: La conciencia moral puede permanecer en la ignorancia o formar juicios erróneos. Estas ignorancias y estos errores no están siempre exentos de culpabilidad.

Imputabilidad o responsabilidad de una acción: Puede quedar disminuida o incluso anulada por la ignorancia, la violencia, el temor y otros factores síquicos o sociales.

Inmutabilidad de la ley: Radica en que la naturaleza esencial del hombre permanece invariable a través del tiempo y el espacio, que su conocimiento de los principios fundamentales de la ley moral es lo que verdaderamente es inmutable, y sometidos a un progreso moral del individuo y la sociedad extienden y profundizan su contenido en la evolución histórica, para ser más claros los principios existían y no se les aplicaban por Ej.: La esclavitud, la tortura, la dignidad de la mujer, etc.

Inmutabilidad de la ley natural: Las normas que la expresan son siempre sustancialmente válidas. Es una base necesaria para la edificación de las normas morales y la ley civil.

Intención o motivo moral: Es aquello por lo cual se hace un acto.

Justicia: Virtud que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido.

Justificación: Entraña la remisión de los pecados, la santificación y la renovación del hombre interior. La justificación, como la conversión, presenta dos aspectos. Bajo la moción de la gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia de lo Alto. La justificación nos fue merecida por la Pasión de Cristo. Nos es concedida mediante el Bautismo. Nos conforma con la justicia de Dios que nos hace justos. Tiene su fin en la gloria de Dios y de Cristo y el don de la vida eterna. Es la obra más excelente de la misericordia de Dios.

Kant: Para conocer mejor la naturaleza de la ética kantiana volvamos a la diferencia entre lo ideal y lo real. Decíamos que lo ideal se caracteriza por su no realización, pues de lo contrario sería real. ¿Cuál es entonces su función? La explicación es clara, mientras que lo real existe en la experiencia, es algo fáctico, lo ideal no existe en la experiencia, sino que su lugar es el pensamiento, como guía o modelo para la experiencia. El mundo de las ideas no es la realidad física sino la realidad del pensamiento. Por ejemplo, la casa ideal y la casa real son muy diferentes (como el amor ideal y el real). Entre ambas hay una diferencia cualitativa, pero la casa—idea sirve de modelo y guía para la casa—cosa. Y esta es precisamente a naturaleza de los principios morales. Los ideales morales, son ideales, es decir, modelos al que debemos ajustar nuestra conducta. Por se decíamos que el problema de la moralidad no es el de la realidad de nuestra conducta, la que de hecho es, pues sería real, sino la que debe ser. Por lo tanto, en la razón práctica no se trata de juicios de hecho sino de lo que Kant llama imperativo categórico, que no es otra cosa que juicios de estructura similar a los de hecho, sujeto más predicado, pero unidos no con ser sino con deber ser. Por ejemplo, un juicio del tipo "los hombre son razonables" es de hecho; pero si dijéramos "los hombre deben ser razonables" sería un juicio moral. En primer caso, ya son razonables. En el segundo, no. Si la base de la razón teórica es la experiencia, la de la razón práctica son las ideas entendidas como reglas para la experiencia. Mientras que los conceptos son nociones de algo, las ideas son nociones para algo, para una finalidad, que en el caso de la conducta es la realización de un ideal o principio moral. Así pues, el conocimiento moral se formula en imperativos categóricos, juicios del deber ser.

La ley positivo-humana: Es una prolongación o concreción de la ley moral. El hombre se vale y se apoya en ella para dotar de obligatoriedad la vida social.

La Vocación profesional: La vocación debe entenderse como la disposición que hace al sujeto especialmente apto para una determinada actividad profesional.

Ley: Según la Escritura, la ley es una instrucción paternal de Dios que prescribe al hombre los caminos que llevan a la bienaventuranza prometida y proscribe los caminos del mal. La ley es una ordenación de la razón al bien común, promulgada por el que está a cargo de la comunidad. Cristo es el fin de la ley (cf Rm 10,4); sólo él enseña y otorga la justicia de Dios.

Ley antigua: Es la primera etapa de la Ley revelada. Sus prescripciones morales se resumen en los Diez mandamientos. La Ley de Moisés contiene muchas verdades naturalmente accesibles a la razón. Dios las ha revelado porque los hombres no las leían en su corazón. La Ley antigua es una preparación para el Evangelio.

Ley eterna: Plan que Dios posee en su inteligencia y en su voluntad y que da un modo de ser y obrar propios a todos los seres de la naturaleza.

Ley natural: Es una participación en la sabiduría y la bondad de Dios por parte del hombre, formado a imagen de su Creador. Expresa la dignidad de la persona humana y constituye la base de sus derechos y sus deberes fundamentales.

Ley nueva: Es la gracia del Espíritu Santo recibida mediante la fe en Cristo, que opera por la caridad. Se expresa especialmente en el Sermón del Señor en la montaña y utiliza los sacramentos para comunicarnos la gracia. La Ley evangélica cumple, supera y lleva a su perfección la Ley antigua: sus promesas mediante las bienaventuranzas del Reino de los cielos, sus mandamientos, reformando la raíz de los actos, el corazón. La Ley nueva es una ley de amor, una ley de gracia, una ley de libertad.

Leyes morales: Se distinguen de las leyes positivas porque las primeras surgen en el hombre de forma natural e interna, mientras que las otras son promulgadas por el hombre en forma externa y pública.

Leyes positivo-divinas: Dictadas por Dios a los hombres. Ej. los diez mandamientos.

Leyes positivo-humanas: dictadas por los hombres, entre las que se pueden distinguir: a) leyes civiles, del estado y b) leyes eclesiásticas, de la iglesia.

Libertad: Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión (Si 15,14). Para que pueda adherirse libremente a su Creador y llegar así a la bienaventurada perfección (cf GS 17,1). La libertad es el poder de obrar o de no obrar y de ejecutar así por sí mismo acciones deliberadas. La libertad alcanza su perfección, cuando está ordenada a Dios, el supremo Bien. La libertad caracteriza los actos propiamente humanos. Hace al ser humano responsable de los actos de que es autor voluntario. Es propio del hombre actuar deliberadamente.

Medios: Son los caminos que se siguen para llegar a un fin. Los medios deben ser tan morales como los fines.

Meliorismo: Entre el optimismo y el pesimismo, esta una doctrina que afirma que el hombre no es absolutamente bueno ni malo por naturaleza.

Metafísica: Ciencia que trata de las causas o principios de nuestros conocimientos de las ideas (Leyes) universales y de los seres espirituales.

Moral: (del latín mores, ‘costumbre’) como la adquisición del modo de ser logrado por la apropiación o por niveles de apropiación, donde se encuentran los sentimientos, las costumbres y el carácter.

Moral antigua: La propiedad privada se ha desarrollado por completo, y por lo tanto, también las clases sociales. El poder en general, administración política y militar, la producción intelectual y artística, quedo en manos de las clases superiores. De esto entonces surgen dos fuentes de la moral. Una para los amos, que era además dominante, y otra para los esclavos.

Moral burguesa: Es una moral individualista, igualitaria y defensora del beneficio económico y su propiedad.

Moral feudal: La estructura antigua y la feudal son muy semejantes. Lo que en la primera era amo y esclavo, en la segunda fue señor y siervo. Hay una influencia de moral cristiana que le enfoca hacia la salvación celestial.

Moral primitiva: La moral primitiva se caracteriza por ser esencialmente colectivista y única. Esto quiere decir que reduce el individuo a su colectividad, y que es única para todos los individuos. En general, las sociedades primitivas son colectivistas: propiedad colectiva y hasta relaciones familiares colectivas.

Nietzsche: La preocupación moral atraviesa todo el pensamiento de Nietzsche, que se llama a sí mismo "el primer inmoralista". Confiesa que la preocupación moral le acompañó como obsesión desde los trece años. La moral es el gran "error, el más fatal de todos", y por ello va a escoger a Zaratustra como profeta de su mensaje. La moral es el gran objetivo de la crítica demoledora que hay que hacerle a la decadente cultura occidental, especialmente a la mentalidad judeo-cristiana, sustentada por la casta sacerdotal "los enemigos más malvados”. Este es el tema específico y central de dos de sus obras más importantes del período de madurez Más allá del bien y del mal y Genealogía de la moral. Desde el ámbito de los valores morales y su genealogía hace Nietzsche su crítica más profunda a la cultura occidental.

Objeto moral: El contenido, la materia del acto.

Ofensas al matrimonio: El adulterio y el divorcio, la poligamia y la unión libre son ofensas graves a la dignidad del matrimonio.

Optimismo ético: Sostiene que el hombre es bueno por naturaleza.

Pasiones: designa los afectos y los sentimientos. Por medio de sus emociones, el hombre intuye lo bueno y lo malo. Ejemplos eminentes de pasiones son el amor y el odio, el deseo y el temor, la alegría, la tristeza y la ira. En las pasiones, en cuanto impulsos de la sensibilidad, no hay ni bien ni mal moral. Pero según dependan o no de la razón y de la voluntad, hay en ellas bien o mal moral. Las emociones y los sentimientos pueden ser asumidos por las virtudes, o pervertidos en los vicios.

Pecado: Es una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna. Es una ofensa a Dios. Se alza contra Dios en una desobediencia contraria a la obediencia de Cristo. El pecado es un acto contrario a la razón. Lesiona la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. La raíz de todos los pecados está en el corazón del hombre. Sus especies y su gravedad se miden principalmente por su objeto.

Pecado grave: Elegir deliberadamente, es decir sabiéndolo y queriéndolo, una cosa gravemente contraria a la ley divina y al fin último del hombre es cometer un pecado mortal. Este destruye en nosotros la caridad sin la cual la bienaventuranza eterna es imposible. Sin arrepentimiento, tal pecado conduce a la muerte eterna.

Pecado venial: Constituye un desorden moral reparable por la caridad que deja subsistir en nosotros. La reiteración de pecados, incluso veniales, engendra vicios entre los cuales se distinguen los pecados capitales.

Perfección del bien moral: Consiste en que el hombre no sea movido al bien sólo por su voluntad, sino también por su "corazón".

Pesimismo ético: Contrariamente al optimismo ético, considera que el hombre es malo por naturaleza.

Platón: Hace corresponder cada tipo de alma con una virtud que le es propia. La prudencia es la virtud correspondiente al alma racional; la fortaleza o el valor, al alma irascible o de la voluntad; y la templanza o moderación, es la virtud del alma sensible o de los deseos. Los conceptos ético–políticos son centrales en el pensamiento platónico, donde se da una clara vinculación entre los órdenes moral y político; de ahí que el concepto de justicia, central en la filosofía platónica, pueda también definirse en relación con las tres virtudes del alma. Según esta concepción la justicia es la encargada de que cada virtud armonice con las otras y desempeñe el papel que le corresponde en la estructura moral.

Prudencia: Virtud que dispone la razón práctica para discernir, en toda circunstancia, nuestro verdadero bien y elegir los medios justos para realizarlo.

Regulación de la natalidad: Representa uno de los aspectos de la paternidad y la maternidad responsables. La legitimidad de las intenciones de los esposos no justifica el recurso a medios moralmente reprobables (p.e., la esterilización directa o la anticoncepción).

Responsabilidad del profesional: Un profesional tiene la obligación de tener orden ético como afianzamiento de su personalidad. El profesional responsable trata por todos los medios de que sus actos sean aceptables, para no cargar con una censura justa, ni con el conflicto de una retractación. El profesional que se hace cargo de determinada tarea o trabajo propio de su carrera, asume responsabilidad ante quien le hace la encomienda.

Scheler: Los valores, para Scheler y su escuela, son objetos captados a priori, independientemente de la experiencia; se diferencia de los bienes empíricos, en que son sus depositarios. Como se trata de esencias ideales, pueden ser captados mediante una intuición emocional y no mediante un razonamiento. Trasladó el principio de la intuición del campo de la lógica al de los valores humanos, sensibles, vitales, espirituales y religiosos, los cuales trato de ordenar de una manera jerárquica.

Sócrates: Sócrates descarta como criterio de bondad ética, la utilidad, el placer y el poder. Su concepto de bien lo toma el mundo de la técnica, de las artes manuales, el buen zapatero, el buen albañil es el que sabe hacer zapatos o casa. La bondad consiste en la sabiduría en saber obrar, en entender, por eso se puede afirmar: “el sabio es bueno”.

Suicidio: Es gravemente contrario a la justicia, a la esperanza y a la caridad. Está prohibido por el quinto mandamiento.

Superstición: Es una desviación del culto que debemos al verdadero Dios. Desemboca en la idolatría y en las distintas formas de adivinación y de magia.

Templanza: Virtud que modera la atracción hacia los placeres sensibles y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados.

Teorías deontológicas: Afirman que la bondad o maldad de una opción no depende de las consecuencias sino de una primacía del concepto del deber.

Teorías deontológicas de la norma: Sostienen que lo que se debe hacer en cada caso depende de una norma objetiva, universalmente válida.

Teorías deontológicas del acto: Sostienen que, debido a lo concreto de cada situación, no puede hablarse de normas generales, por lo que es necesario decidir por propia cuenta ateniéndose a los sentimientos y convicciones, como debe uno obrar en cada caso.

Teorías Teleológicas: según esta teoría, la bondad o maldad de una acción depende únicamente del efecto o consecuencia que tenga, de ahí que también se les llamen teorías consecuenciales.

Universalidad de la ley: Radica en que el hombre posee la misma naturaleza esencial, que es capaz de un pleno y armónico bien común, por lo que se opone al racismo y al nacionalismo.

Utilitarismo: El utilitarismo es por tanto, una ética de la felicidad y el bienestar, y se podrá alcanzar si los políticos y los ciudadanos son tan ilustrados que hacen leyes justas en lo social y en lo económico y someten sus deseos egoístas al beneficio de las mayorías.

Utilitarismo cuántico: En el siglo XVIII, y como herederos de epicureísmo, aparece una corriente igualmente fundamentada en la fisiología de los órganos humanos. Según estos, los valores se representaban en la mayor cantidad de reacción positiva que se produjera en el individuo. Determinaron además que mientas la reacción positiva aumentaba aritméticamente (1, 2, 3, 4, 5…) en el individuo, el medio de producción de aquella reacción debía aumentar geométricamente (2, 4, 8, l6, 32…). De tal manera que se podía llegar a un punto donde no hubiera aumento en la satisfacción al resultar imposible duplicar el medio de producción.

Valores biológicos: Traen como consecuencia la salud, y se cultivan mediante la educación física e higiénica.

Valores económicos: Proporcionan todo lo que nos es útil; son valores de uso y de cambio.

Valores estéticos: Nos muestran la belleza en todas sus formas.

Valores intelectuales: Nos hacen apreciar la verdad y el conocimiento.

Valores morales: Su práctica nos acerca a la bondad, la justicia, la libertad, la honestidad, la tolerancia, la responsabilidad, la solidaridad, el agradecimiento, la lealtad, la amistad y la paz, entre otros.

Valores religiosos: Nos permiten alcanzar la dimensión de lo sagrado.

Valores sensibles: Conducen al placer, la alegría, el esparcimiento.

Vida humana: Desde el momento de la concepción hasta la muerte, la vida humana es sagrada, pues la persona humana ha sido amada por sí misma a imagen y semejanza del Dios vivo y santo.

Virtud: es una disposición habitual y firme para hacer el bien. Las virtudes humanas son disposiciones estables del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe. Pueden agruparse en torno a cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Las virtudes morales crecen mediante la educación, mediante actos deliberados y la perseverancia en el esfuerzo. La gracia divina las purifica y las eleva.

Virtudes teologales: disponen a los cristianos a vivir en relación con la santísima Trinidad. Tienen a Dios por origen, motivo y objeto, Dios conocido por la fe, esperado y amado por él mismo. Hay tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad (cf. 1 Co 13,13). Informan y vivifican todas las virtudes morales.

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PRÁCTICA DEL CAPÍTULO.

➢ ¿Qué entiendes por moral?

➢ ¿Qué entiendes por ética?

➢ ¿En qué se diferencia y en que coincide la ética y la moral?

➢ ¿Por qué la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio son fuentes de la Teología Moral?

PRÁCTICA DEL CAPÍTULO.

➢ Leer el Catecismo de la Iglesia Católica (Nro. 1730 a 1748)

➢ Realice una síntesis del tema fundamental del catecismo sobre el tema de la libertad del ser humano.

➢ Realice un cuadro comparativo entre los fundamentos expresados en el Catecismo de la Iglesia y la situación actual de Bolivia; tomando en cuenta los temas de Valores, tanto a nivel Ético y Moral.

Para el cristiano la formación de su conciencia significa, sobre todo, mantener abiertos sus oídos y su corazón a la Palabra de Dios y a las enseñanzas de la Iglesia.

PRÁCTICA DEL CAPÍTULO.

➢ Leer el Catecismo de la Iglesia Católica (Nro. 1776 a 1802)

➢ Leer el documento Gaudium et Spes (nn. 16 – 17)

➢ Realice un cuadro comparativo entre los fundamentos expresados en el Catecismo de la Iglesia y el documento Gaudium et Spes.

PRÁCTICA DEL CAPÍTULO.

➢ En base a las virtudes morales, enumerar el mayor número de Los Valores que existen y escríbelos en un papel, luego pégalo a una cartulina y poner en práctica cada día una de ellas.

PRÁCTICA DEL CAPÍTULO.

➢ Leer el Catecismo de la Iglesia Católica (Nro. 1776 a 1802)

➢ Responder brevemente a las siguientes preguntas:

¿Por qué decimos que la norma moral es objetiva?

¿Por qué es inmutable la ley eterna?

¿Por qué  es inmutable la ley natural?

➢ Comenta la frase de Heráclito: “Todas las leyes humanas se nutren de una ley divina”.

➢ Señala a qué clase o clases de leyes pertenecen las siguientes normas:

• no hacer contrabando de aparatos eléctricos;

• oír Misa el domingo y los días festivos;

• no hablar mal del prójimo;

• no asistir a películas pornográficas;

• obedecer a los padres;

• pagar impuestos;

• no beber más de lo que la prudencia dicta;

• no pasar de la velocidad permitida en las carreteras;

• estudiar y sacar buenas calificaciones.

➢ ¿A qué grados de normas de la ley natural corresponden el aborto, el suicidio y la idolatría?

➢ ¿Qué es el Código de Derecho Canónico?

➢ Explicar qué se entiende por la Constitución Política de un Estado?

➢ Indica tres clases de leyes humanas (civiles, académicas, eclesiásticas, deportivas, etc.) que consideres justas, y otras tres que no lo sean. Señala por qué son injustas las tres últimas.

➢ Comenta la siguiente enseñanza de Santo Tomás de Aquino: “La ley humana sólo tendrá carácter de ley en la medida que derive de la naturaleza, porque si se aparta un punto de la ley natural ya no será ley, sino corrupción”.

➢ Trabajo de investigación. Elaborar una síntesis histórica sobre la legislación eclesiástica (puede servir para ello el “Prefacio” del “Código de derecho Canónico” de 1983).

PRÁCTICA DEL CAPÍTULO.

➢ En la actualidad el hombre tiene consciencia del pecado. ¿Por qué?

➢ Señale los tipos de pecado que existen

➢ ¿Cómo se origina el pecado?

➢ ¿Indique las consecuencias del pecado?

➢ Cómo se puede vencer el pecado

PRÁCTICA DEL CAPÍTULO.

➢ Describe brevemente la naturaleza del Espíritu Santo

➢ ¿Desde cuándo existe el Espíritu Santo?

➢ ¿Cómo actúa la Santísima Trinidad?

➢ ¿Cuál es la misión del Espíritu Santo en la vida de cada Bautizado?

➢ Definición de la gracia

➢ ¿En qué momento de nuestra vida recibimos la gracia santificante del Espíritu Santo?

➢ ¿Qué importancia tiene para ti la gracia del espíritu santo en tu vida?

PRÁCTICA DEL CAPÍTULO.

➢ Leer, reflexiona y has un comentario del siguiente texto.

PERSONAS BUENAS

El gran concertista, el mundialmente famoso Andrés Segovia, preguntando que era lo más importante en la vida, respondió:

- las personas buenas

- las personas sabias

- las personas humildes

Una persona buena es la que:

- jamás perjudica a nadie;

- trata con comprensión y ternura

- atiende y cura los sufrimientos y las heridas de todos

Una persona buena es la que:

- simpatiza con la adquisición de un buen número de virtudes personales y sociales para bien propio y de los demás;

- da prioridad a lo esencial de la vida, que es el amor;

- sabe que la bondad, a la larga, puede más que el poder.

Una persona buena es la que:

- no necesita de los grandes estudios ni de complicadas teorías para poner en práctica la bondad;

- sigue la única ley, que es el seguimiento de Jesucristo, quien paso por el mundo haciendo el bien.

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