TRADUCIR ES ENTENDER



La reunión después de Babel: la utopía de la traducción[1]

“La utopía está en el horizonte.

Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá.

Entonces ¿para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.”

Eduardo Galeano

María Cristina Hernández Escobar*

*Seminario de Traducción Literaria de la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.

Traducir es un acto de creación, es conducir un texto hacia miradas distintas de las que le dieron la vida y, aunque la lozanía del nuevo original corra el riesgo de ser efímera, pues las traducciones envejecen más rápido que las obras de origen, la actividad traductológica tiene todo el sentido que le imprime su identidad utópica, como explicaré más adelante.

Una traducción es una reflexión en ambos sentidos. No es una copia del original. No puede serlo porque no hay cultura ni lengua que sea copia de otra, por más que se tomen todas las previsiones al respecto, por más que se crea a pie juntillas en la objetividad de la comunicación, en la posibilidad, siquiera, de la comunicación.

Cada vez que escuchamos atentamente a alguien nos diponemos a traducir, pues la traducción dentro de una lengua no es esencialmente distinta de la que se realiza entre dos códigos lingüísticos[2] o, como dice Steiner, sucede que

la traducción está implicada formal y pragmáticamente en cada acto de comunicación, en la emisión y en la recepción de todas y cada una de las modalidades del significado, ya sea en el sentido semiótico más amplio o en los intercambios verbales más específicos. Entender es descifrar. Atender al significado es traducir.[3]

Si bien es cierto que “traducimos” a cada instante cuando hablamos o recibimos indicaciones en nuestra propia lengua, continúa Steiner, es obvio que la traducción en estricto sentido tiene lugar cuando dos idiomas se encuentran. En esta relación no cabe hablar de infidelidades, sino de diálogos más o menos francos o imposibilitados por la incomprensión.

La traducción, como sabemos, es un proceso de comunicación que involucra a una obra y sus rasgos particulares; al traductor (ante todo un lector crítico y exhaustivo de dicha obra, además de un obsesivo investigador, siempre mediatizado por su cultura) y a los editores. Dicho proceso, que va de una creación original a una nueva creación, puede pensarse como el escenario de una traición y en los actores mencionados como en los autores intelectuales y materiales de un crimen que no necesariamente es tal si la labor del traductor empieza a mirarse desde una óptica distinta, si se ve a quien traduce no como quien ha sacrificado la pureza de un original en aras de hacer cruzar ese navío sin importar demasiado cuán lastimada resulte la obra en el camino, cuán desfigurada quede, cuánto de su “mensaje” se haya distorsionado hasta decir otra cosa. Sin embargo, considero que lo que se procura con afán no es la comunicación a carta cabal, por sí misma, como en la difusión de una noticia, sino la comunión, un acercamiento a un nivel más íntimo entre quien configura un original y el lector de una obra traducida, que se logra poniendo en juego todos los recursos sensibles e intelectuales de que dispone, antes del receptor final, ese primer lector que somos nosotros.

La traducción es un camino definido por el aura de la utopía, entendiendo la utopía no como una realidad condenada a la inexistencia, una necia e ilusoria empresa, sino como ese no lugar que deviene sitio tangible, cuya existencia será producto de la terquedad de quien se aferra a la posibilidad y a la urgencia de la comunicación aunque ésta deba reformular sus términos periódicamente. La traducción, según entiendo, es una de las tareas más dialécticas que escoge a sus oficiantes y no al revés.

No obstante, por más fidelidad que se profese no a un texto sino a la profesión traductológica, a la utopía de la comunión a través del diálogo de inteligencias la confrontación con el lenguaje o, más específicamente, con las lenguas, se realiza en un terreno minado, resbaladizo, en al menos tres niveles: sintáctico, semántico y pragmático. En esta charla, me interesa centrarme en el nivel pragmático, que incluye los otros dos.

En el nivel pragmático, el traductor echa mano de todos los elementos instrumentales que le proporciona el conocimiento de las lenguas, en particular de la propia, su formación académica, la reflexión desarrollada sobre su profesión y los saberes de índole cultural (por ejemplo, el conocimiento del contexto histórico y lingüístico en que la obra fue concebida) para siquiera pensar en interpretar adecuadamente el texto a fin de hacerlo llegar al último lector.

Este “lector último” de ningún modo puede ser un ente pasivo, no podría serlo desde que la comprensión en detalle y cabal de un texto entraña leer atentamente. Como se sabe, la lectura no es una actividad de pura introyección de datos; exige un esfuerzo de decodificación y de puesta en marcha o actualización de todos los textos que conforman nuestro saber; es una labor de inteligencia en el sentido etimológico y cotidiano del término.

Esto mismo pasa en la cabeza del traductor.

Interpretar un texto, dice Steiner, es “lo que da vida al lenguaje más allá del lugar y del momento de su enunciación o transcripción inmediatas”,[4] es entrar en contacto, intimar, con un ser vivo que, como todos, fue concebido en y se nutrió de una época determinada. La lengua de ese texto está cargada de sentidos, resonancias y referencias que es necesario conocer, comprender y situar en un contexto antes de interpretar la obra, lo cual incluye la conciencia de que con el paso del tiempo lo dicho en el texto adquirirá nuevos matices e incluso cambiará su sentido. Esto último también es situar en contexto.

El lenguaje sólo entra en acción asociado al factor tiempo. Ninguna forma semántica es atemporal. Y cuando usamos una palabra despertamos la resonancia de toda su historia previa. Un texto está siempre incrustado en un tiempo histórico específico; posee lo que los lingüistas llaman estructura diacrónica.[5] Sin embargo, conviene aclarar que no es lo mismo hablar de un texto original que de la traducción de ese original, aunque ambos involucren procesos de creación o de mimesis:

cuando se produce la interpretación más completa, cuando nuestra sensibilidad se apodera del objeto salvaguardando y acrecentando la vida autónoma de éste, estamos frente a una “repetición original”. Dentro de los límites de una conciencia extraña, pero educada y momentáneamente exaltada, volvemos a realizar paso a paso la obra del artista. El grado de cercanía de la recreación es variable. En el caso de la ejecución musical, la recreación no puede ser más fecunda y radical. Cada ejecución musical es una nueva poiesis. Difiere de todas las otras ejecuciones de la misma composición.[6]

El original es poiesis inserta en una tradición de la que es de alguna manera y en distintos grados su reflejo; así sucede con la traducción, obra nacida como reflejo, que adquiere vida propia; sin embargo, la lengua del primer original y la de la traducción no corren la misma suerte.

Como lo señala Benjamin,[7] mientras las palabras del texto original, aun sabiendo que éste pertenece a un momento de la lengua, perduran y son objeto de interpretación y, en el caso de las llamadas obras clásicas, de reinterpretación y, por tanto, de traducción y retraducción en diversas épocas, las palabras de la traducción tienden a envejecer, a declinar, a la obsolescencia, principalmente por ser la traducción una interpretación contextualizada, una mirada o imagen fija de la obra, siendo que ésta es susceptible de admitir casi todas las miradas de los lectores de su tiempo y de los del futuro.

Se trata de un problema de vida “artificial y estática”, a partir de (en el caso de la traducción) en contraposición a la vida en movimiento de la obra original. La relación de dependencia no es recíproca. Pensar en la diacronía de la lengua es pensar en la traducibilidad de un texto, en la posibilidad de que las miradas sobre ese texto se transformen en otras tantas lecturas.

Si tomamos un fragmento de una obra de Juan Ruiz de Alarcón y lo leemos con atención veremos palabras que quizá han caído en desuso y cuyo significado con frecuencia desconocemos; estas palabras podrían ser clave para la comprensión cabal del texto. Enseguida nos preguntamos cuántas de estas palabras fueron comprendidas por sus contemporáneos y cuántos de ellos comprendieron a fondo el texto. Esto es motivo de duda para los hablantes actuales de la lengua de Alarcón; ahora, si pensamos en la posibilidad de traducción de una obra contemporánea a aquélla, en su traducibilidad, hemos de considerar, como se ha mencionado antes, el situarla en un contexto. Además de buenos glosarios, diccionarios filológicos, enciclopédicos y especializados, libros de historia y cuántas herramientas podamos conseguir, precisamos de sensibilidad para olfatear todas las posibles referencias e intertextos, alusiones y dobles sentidos, pues cualquier discurso se constituye a partir de la preexistencia o coexistencia de otros discursos y se relaciona con ellos al poner de manifiesto una deuda hacia la autoridad discursiva o una ruptura que justifica la creación de un nuevo discurso.

Considero que, aun cuando las distintas lenguas son producto de otras tantas formas de segmentación de la realidad, suelen referir más o menos las mismas cosas. El más o menos obedece a que no todos habitamos en espacios físicos similares, con los mismos objetos, ni las relaciones entre los humanos se dan en los mismos términos ni bajo la misma forma siempre.

Ese espacio que compartimos es lo traducible por vía directa; lo que hay de absolutamente particular también es traducible, aunque implica un trabajo de rodeo, circunlocución, en fin, de búsqueda de la vía de llegada. Tarea que también requiere de una gran carga de sensibilidad y de paciencia.

Después de esta búsqueda, viene la otra: cómo decirlo en la lengua de llegada. Además de la equivalencia léxica, lo primero es considerar que una oración lo mismo que el conjunto de ellas que integran el gran texto, posee fuerza ilocucionaria, es decir, todo aquello que bulle dentro de una expresión, su intencionalidad, su fuerza y aspiración. El éxito o fracaso comunicativo de una traducción, como dice Mason, puede atribuirse a la adecuada o fallida representación de los actos de habla.[8] Tema medular cuando se escriben y traducen textos fundamentados en la oralidad, como es el caso de la pentalogía Inferno provisório del minero Luiz Ruffato, dos de cuyos libros traduje.

El lector de la traducción no tiene los mismos elementos con que contó el lector del texto original, pues operan en entornos cognitivos diferentes, y lo inferible o situacionalmente evocado para el lector del texto original puede no serlo para el lector de la versión.

Con la búsqueda de equivalencias léxicas, sintácticas, de estructura semántica, de sentido y la salvaguarda de la fuerza ilocucionaria el traductor propone una lectura de una obra a quien no puede recibirla si no es por su intermediación. El papel del traductor en su calidad de lector consiste, por tanto, en construir un modelo del significado pretendido del original y en elaborar hipótesis acerca del probable impacto en sus receptores pretendidos; mientras que, en su calidad de productor textual, el traductor, que opera en un entorno sociocultural distinto, trata de reproducir su interpretación del “significado del hablante” para alcanzar los efectos pretendidos en los lectores del texto de llegada.[9]

El traductor tiene que valorar qué es necesario para un determinado propósito comunicativo en el entorno cultural de la lengua de llegada; a veces en este proceso de restitución habrá de echar mano de lo que Nida llama “redundancia cultural”. Puede sentir la necesidad de facilitar pistas al lector a fin de que reconozca ya sea un fenómeno de intertextualidad como de intencionalidad no tan evidente y tan sutil como suele ser la ironía; el éxito de una traducción dependerá de que “los lectores de la versión alcancen la interpretación de segundo grado con el mínimo esfuerzo extraordinario de elaboración”.[10]

Además de lo anterior, la redundancia puede abarcar la explicación de un término que no cuenta con un exacto equivalente, la adopción de términos ajenos a la lengua de llegada o incluso neologismos. En el intento por hacer llegar un texto, todo lo que no vaya en menoscabo de lo dicho por el autor del original y su obra vale. Todo lo relevante cabe.

Llevar el texto hacia los lectores no tiene por qué significar una pérdida y llevar a éstos al texto no tiene por qué ser un viaje a mundos pesadillescos. Casi todos sabemos que existen otras culturas y tenemos noción de lo que ser diferentes significa. Entonces no hay por qué pensarlo mucho al momento de traducir para ir en uno y otro sentido. Habrá tiempos en que llevaremos el texto a los lectores, porque no queda más remedio y habrá tiempos en que consideremos que al lector no le haría ningún mal adentrarse en la experiencia que encierra la expresión Je est un autre. Lo que sobran son discursos radicales sobre la posible y la imposible traducción. Pocos son los trabajos que emprenden la labor de analizar seriamente por dónde llegar a la meta, no como recetarios y formularios que ofrezcan la ecuación de la perfecta traducción, los planos de la utopía, sino como textos animados por una voluntad humanista incluyente de la diferencia.

Bibliografía citada

BENJAMIN, Walter, “La tarea del traductor” en Ensayos escogidos, Buenos Aires, Sur, 1967.

MASON, Ian, Una aproximación al discurso, caps. 5, 6 y 7, Ariel, 1995.

STEINER, George, Después de Babel (After Babel), traducción al español de Adolfo Castañón y Aurelio Major, México, FCE, 1995, 2ª ed.

Bibliografía consultada

BENVENISTE, Émile, Problemas de lingüística general II, trad. de Juan Almela, México, Siglo XXI, 1979.

PAZ, Octavio, Traducción: literatura y literalidad, México, Tusquets, 1990.

ZASLAVSKY, Danièlle y Françoise Neff, “Entre decir y repetir” en la revista Cuicuilco, pp. 13-22.

-----------------------

[1] Texto apresentado na mesa “Português/Espanhol, Espanhol/Português: tradução e literatura” realizada pela UFF em parceria com a FBN no dia 10/11/12 durante a Feira do Livro de Porto Alegre.

[2] Octavio Paz, Traducción: literatura y literalidad, México, Tusquets, 1990, p. 9.

[3] George Steiner, Después de Babel, México, FCE, 2a. ed., 1995 (1980), p. 13.

[4] Steiner, “Entender es traducir” en op. cit., p- 49.

[5] Steiner, op. cit., p. 46.

[6] Steiner, op. cit. p. 48.

[7] Walter Benjamin, “La tarea del traductor”.

[8] Ian Mason, “La traducción de un texto como acción: la dimensión pragmática”, p. 101.

[9] Mason, “La traducción de un texto como acción: la dimensión pragmática” en op. cit., p. 121. Esta percepción de original y versión no es tan radical como la de Benjamin.

[10] Mason, “La traducción de un texto como acción...”, p.131.

................
................

In order to avoid copyright disputes, this page is only a partial summary.

Google Online Preview   Download