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[Pages:20]Odessa al Sur

La Argentina como refugio de nazis y criminales de guerra

Jorge Camarasa

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?ndice

Introducci?n .................................................................... 9 C Retrato de un buen vecino ............................................ 13 C Ratas en la Red Romana ............................................. 27 C Una Argentina nazi .................................................... 45 C Puertas abiertas ............................................................ 75 C El ?ngel de la Muerte ............................................... 115 C El caso Eichmann ...................................................... 151 C El misterio Bormann ................................................ 197 C El regreso ................................................................... 243

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C La esv?stica en los cuarteles ...................................... 259 C De Kutschmann a Schwammberger ........................ 285 C La fuga de "Gestapo" M?ller ................................... 315 E El santuario ............................................................... 325 Bibliograf?a utilizada ................................................ 341 ?ndice onom?stico ...................................................... 349

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Introducci?n

La primera versi?n de Odessa al Sur vio la luz a mediados de 1995, y hasta nes del a?o siguiente aparecieron --y se agotaron-- cuatro ediciones del libro.

El inter?s ten?a que ver con el tema, que hasta entonces apenas si hab?a sido abordado por investigadores independientes. En su versi?n local, la bibliograf?a sobre la migraci?n nazifascista en el pa?s hab?a sido escasa, interesada y dispersa. Las primeras piedras las hab?an tirado dos dirigentes comunistas. Luis V. Sommi, uno de los fundadores del Partido, hab?a publicado en 1945 Los capitales alemanes en la Argentina, y en 1946 Victorio Codovilla recopilar?a una serie de documentos y discursos bajo el t?tulo militante de Batir al naziperonismo.

Un a?o m?s tarde, en 1947, Ladislao Szabo, un periodista del diario Cr?tica iba a editar Hitler est? vivo, que pese al t?tulo tocaba la cuesti?n s?lo de costado, y casi diez a?os m?s tarde, en 1956, el radical Silvano Santander publicar?a T?cnica de una traici?n. El libro, tambi?n escrito desde una perspectiva antiperonista, ser?a contestado por algunos de los aludidos en ?l, como Walter von Simons (Santander bajo la lupa) y el general Carlos von der Becke (Destrucci?n de una infamia).

Luego, como si todos se hubieran puesto de acuerdo en ocultar la historia, las referencias siguientes s?lo llegar?an desde el exterior. En 1967 Simon Wiesenthal iba a publicar sus memorias, Los asesinos entre nosotros, y en 1972 el h?ngaro Ladislas Farago avanzar?a con su Aftermath, sobre la presunta vida de Martin Bormann en el pa?s.

Tuvieron que pasar casi otros veinte a?os hasta que la historiadora Carlota Jakisch publicara El nazismo y los refugiados

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alemanes en la Argentina, en 1989; en 1992, en coincidencia con la decepcionante apertura de los archivos dispuesta por el menemismo, aparecer?a mi primer libro sobre el asunto, Los nazis en la Argentina, y en 1995, la primera edici?n de Odessa al Sur.

Entonces fue como si se hubiera abierto un grifo, y a partir de ese momento llegar?an los trabajos de investigadores extranjeros, como Holger Meding (La ruta de los nazis) y Ronald Newton (El cuarto lado del tri?ngulo), y aparecer?an, entre otros, los libros de Uki Go?i (Per?n y los alemanes y luego La aut?ntica Odessa), Emilio Corbiere (Estaban entre nosotros), Daniel Muchnik (Negocios son negocios), Patrick Burnside (El escape de Hitler), y Ultramar Sur, de Juan Salinas y Carlos de N?poli. La DAIA editar?a Proyecto Testimonio, bajo la direcci?n de Beatriz Gurevich, y la menemista Comisi?n para el Esclarecimiento de las Actividades Nazis en la Argentina publicar?a sus desparejos informes. Las ?ltimas obras sobre la cuesti?n ser?an las de ?lvaro Ab?s (Eichmann en Argentina) y Gaby Weber (La conexi?n alemana), y mis libros Puerto seguro, Mengele y Am?rica nazi, escrito con el periodista chileno Carlos Basso.

Todos estos libros, cada uno desde su ?ptica, contribuyeron en diferente medida a redondear el cap?tulo de los nazis en la Argentina, y en su conjunto bosquejan un cuadro de situaci?n rico en matices a veces pol?micos y contradictorios. Detalles aparte, de su lectura global surge que entre principios de los a?os cuarenta y mediados de los cincuenta el pa?s fue un santuario elegido por los nazis para invertir, espiar y luego esconderse, y que sobre todo entre 1945 y 1955 los pr?fugos encontraron aqu? un oasis de protecci?n y tranquilidad.

Ahora bien. En los ?ltimos a?os, curiosamente, han aparecido algunos trabajos que fuerzan una vuelta de tuerca a la historia, y de nuevo plantean la posibilidad (expresada como si fuera una certeza) de que Hitler haya sido uno de esos fugitivos que hallaron en estas playas su puerto seguro. La matriz de la hip?tesis est? en los libros de Szabo y Burnside ya citados, y conviene dedicarle un par de p?rrafos.

La idea de un Adolf Hitler retozando como un alegre conejo por la Patagonia y visitando viejos amigos en las sierras de

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C?rdoba, es una idea provocadora y fascinante que presupone aceptar algunas condiciones previas.

En l?neas generales, la secuencia tendr?a que haber sido m?s o menos as?: el hombre, de 56 a?os, enfermo, paranoico y buscado por decenas de miles de soldados, tendr?a que haber podido abandonar Berl?n, una ciudad en llamas en la que se combat?a calle a calle, en medio de las tropas del Ej?rcito Rojo que estaban a trescientos metros del b?nker donde estaba escondido.

Despu?s, tendr?a que haber atravesado media Alemania, ocupada militarmente por los americanos, hasta llegar a alg?n puerto del B?ltico, en el norte, bombardeado y sitiado por los brit?nicos. All? deber?a haberse embarcado en un submarino de ?ltima generaci?n, una suerte de tubo de sesenta metros de largo por dos y medio de di?metro, con las comodidades de una celda de castigo, y navegar entre tres y cuatro semanas para recorrer m?s de doce mil kil?metros infectados de aviones y otas enemigas que lo estaban buscando, hasta llegar a alguna playa desierta en la Patagonia, al otro lado del mundo.

Una vez arribado a destino, tendr?a que haber cruzado una meseta des?rtica de otros trescientos kil?metros, dos d?as de viaje en esa ?poca, hasta ser instalado en alguna estancia al pie de la cordillera, donde tendr?a que haber vivido escondido el resto de su vida, arrepinti?ndose cada ma?ana de haber elegido el ?nico lugar del planeta al que se sospechaba que podr?a haber ido, y al que en los dos a?os siguientes empezar?an a llegar miles de nazis que atraer?an a sus perseguidores.

Por ?ltimo, todo esto se tendr?a que haber mantenido en secreto durante los siguientes cincuenta a?os, en los que ninguno de los centenares de personas que hab?an participado en las diferentes etapas de la operaci?n, romper?a su juramento de silencio.

Si todas estas condiciones se hubiesen dado milim?tricamente, sin una sola desviaci?n y con una precisi?n quir?rgica, en efecto Adolf Hitler podr?a haber llegado a la Argentina a mediados de 1945, excepto por un detalle: que ya estaba muerto, como lo demuestran fuera de cualquier duda investigaciones recientes como las de Antony Beevor (Berl?n. La ca?da), Ian Kershaw (Hitler y Hitler, los alemanes y la soluci?n nal) y otros autores.

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Salvado el obst?culo de esta fantas?a, la trampa m?s acabada para el estudio de la historia de los nazis en el pa?s, lo que queda es lo que plantea este libro, revisado para la nueva edici?n: que sin Hitler, y aun con su fantasma, la Argentina fue el puerto m?s seguro, el santuario m?s sagrado y el refugio m?s inviolable para los peores asesinos de la primera mitad del siglo XX.

J C C?rdoba, 2012.

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Retrato de un buen vecino

Erguido sobre su metro ochenta y cinco, seguro de sus modales educados, el ex capit?n de las SS hitlerianas Erich Priebke abri? la puerta de su departamento y me invit? a pasar.

Una llovizna fr?a ca?a aquella ma?ana sobre San Carlos de Bariloche, mil quinientos kil?metros al sur de Buenos Aires, y Priebke, el hombre que la miraba caer desde la ventana de un tercer piso, ten?a los ojos grises y helados como las gotas.

El d?a anterior, viernes 6 de mayo de 1994, su nombre hab?a empezado a recorrer vertiginosamente todo el mundo. Ante una insobornable c?mara de televisi?n, Priebke, octogenario y l?cido, hab?a admitido su participaci?n en asesinatos en masa, su fuga de Europa en 1947 con la ayuda de la Iglesia cat?lica, su establecimiento e inserci?n en la Argentina, y su relaci?n con otros ex camaradas que, como ?l, hab?an llegado al pa?s despu?s de la guerra.

Sin propon?rselo, a casi cincuenta a?os de la ca?da del Tercer Reich, hab?a vuelto a atraer la atenci?n sobre una leyenda negra: la de los criminales de guerra pr?fugos y su ?ltimo refugio en el santuario argentino.

La importancia de su caso (y en esto mismo iba a estar su condena) la daba el hecho de que parec?a dispuesto a hablar, a contar en primera persona su propia historia, una ventana abierta a la historia mayor de los nazis despu?s del nazismo.

Yo sab?a esto cuando tom? el primer avi?n para ir a verlo, y sab?a tambi?n que s?lo era cuesti?n de tiempo que Priebke se arrepintiera y se llamara a silencio, como hab?a permanecido los ?ltimos cincuenta a?os. Pero, mientras hablara, su caso se convertir?a en una inagotable caja de sorpresas.

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