La riqueza de Inglaterra por el comercio



LA RIQUEZA DE INGLATERRA POR EL COMERCIO EXTERIOR•

Thomas Mun

Capítulo I

Cualidades que se requieren en un perfecto mercader dedicado al comercio exterior.

El amor y el servicio de nuestra patria consiste, no tanto en el conocimiento de aquellas funciones que deben desempeñar otros, como en la diestra ejecución de aquello que hacemos nosotros y, en consecuencia (hijo mío), ahora es oportuno que te diga algo acerca del comerciante, que espero que a su tiempo será tu profesión. Sin embargo, aquí expongo mis pensamientos despojados de toda ambición, aunque te coloco en un lugar de tan alta estimación, porque el comerciante es justamente llamado el administrador del patrimonio del reino, por medio del comercio con otras naciones; obra de no menor reputación que confianza, y que debe ser desempeñada con gran destreza y conciencia, para que el provecho privado pueda siempre acompañarse con el bien público, y a fin de que la nobleza de esta profesión pueda mejor despertar tus deseos y esfuerzos para obtener aquellas habilidades que puedan hacer más eficaz su práctica, expondré brevemente las cualidades sobresalientes que se requieren en un perfecto comerciante.

1. El comerciante debe ser un buen escribano, un buen aritmético y un buen contador, para llevar bien la noble regla del Debe y del Haber, que se usa solamente entre comerciantes, así como para ser un experto en la disposición y forma de los contratos de fletamento, conocimiento de embarque, facturas, contratos, letras de cambio y pólizas de seguros.

2. Debe conocer las medidas, pesos y monedas de todos los países extranjeros, especialmente de aquellos con los cuales tenemos comercio, y las monedas no sólo por sus diferentes denominaciones sino también por sus valores intrínsecos, por su peso, y ley, comparado con el patrón de este reino, sin lo cual no podrá dirigir bien sus asuntos.

3. Debe conocer las aduanas, peajes, impuestos, tributos, manejos y otras cargas existentes sobre toda clase de mercancías exportadas o importadas a y de los dichos países extranjeros.

4. Debe saber qué diferentes productos abundan en cada país y de qué mercancías carezcan, y cómo y por quién son provistos de ellos.

5. Debe entender y ser un observador cuidadoso del tipo de cambio de las letras, de un estado a otro, para que de esa manera pueda dirigir mejor sus asuntos y enviar y recibir sus monedas con las mayores ventajas posibles.

6. Debe saber qué mercancías están prohibidas a la exportación o importación en dichos países extranjeros, no sea que, de otra manera, incurra en gran peligro y pérdidas en el arreglo de sus asuntos.

7. Debe saber de acuerdo con qué tarifas y condiciones fletar sus naves y asegurar sus riesgos de un país a otro, y estar bien enterado de las leyes,

reglas y costumbres de los asuntos de seguros, tanto de las de aquí como las de allende los mares, por los muchos accidentes que pueden suceder, por el daño o pérdida de las naves o de las mercancías, o de ambas.

8. Debe tener conocimiento de la bondad y de los precios de todos los diferentes materiales que se requieren para construir y reparar naves y las diversas operaciones de construcción de las mismas, como también de las mástiles, guarniciones, cordajes, artillería, vituallas, municiones y provisiones de todas clases, junto con los salarios acostumbrados de los capitanes, oficiales y marineros, todo lo cual interesa al comerciante, puesto que es el propietario de la nave.

9. Debe (por las diversas ocasiones que se presentan a veces en la compra y venta de una y otra mercancía) tener conocimiento desapasionado, si no perfecto, de todo género de mercancías o efectos, pues debe ser, por decirlo así, un hombre de toda clase de ocupaciones y oficios.

10. Debe llegar a ser, por sus viajes frecuentes por mar, competente en el arte de la navegación.

11. Supuesto que es viajero y a veces reside en países extranjeros, debe llegar a hablar diversas lenguas y debe ser un observador atento de las rentas y gastos ordinarios de los príncipes extranjeros, así como de su poder en mar y tierra, de sus leyes, aduanas, política, costumbres, religión, oficios y otras cosas semejantes, para estar en condiciones de dar cuenta de ello en cualquiera ocasión para el bien de su país.

12. Por último, aunque no es necesario que tal comerciante sea un erudito, sin embargo se requiere (cuando menos) que en su juventud aprenda la lengua latina, que lo habilitará grandemente en todo el resto de sus empeños.

De esta manera te he demostrado brevemente un modelo para tu diligencia, el comerciante y sus excelencias, que en verdad son tales y tantas que no encuentro otra profesión que lleve a su conocimiento más universal, y no puede negarse que su eficiencia se muestra igualmente en el excelente gobierno de los estados de Venecia, Luca, Génova, Florencia, los Países Bajos y varios otros lugares de la cristiandad. Aun en aquellos estados donde los comerciantes son menos estimados, sin embargo, se emplea frecuentemente su destreza y conocimiento por los que ocupan los puestos más altos de la autoridad. En consecuencia, es un acto de ilimitada temeridad el de algunos, que descalifican mis juicios y consejos, aun en libros impresos, y no les permiten la ejecución de aquellas acciones y medios por los cuales se enriquece o se empobrece una república, cuando en realidad esto sólo se logra por el misterio de su oficio, como lo demostraré abundantemente en lo que sigue. Es verdad, sin duda alguna, que muchos mercaderes encuentran que se da menos estímulo a su profesión aquí en Inglaterra que en otros países y no viéndose tan estimados como lo requiere su noble profesión y de acuerdo con la gran consecuencia de esto, no se afanan, por lo consiguiente, por alcanzar la perfección de su profesión, ni es practicada por la nobleza de este reino, como lo es en otros estados, de padres a hijos a través de generaciones, para el gran incremento de su riqueza y el sostenimiento de sus nombres y familias. Razón es esta por la cual el recuerdo de nuestros más ricos comerciantes se extingue súbitamente, y al quedar el hijo rico, desdeña la profesión de su padre conceptuando más honroso ser un caballero, aunque sólo sea de nombre, que consume su hacienda en obscura ignorancia y en excesos, que seguir los pasos de su padre como laborioso comerciante a fin de conservar y aumentar su fortuna. Pero ahora, dejando el elogio del comerciante, trataremos de su ejercicio o, cuando menos, en cuanto se refiere a traer riqueza al reino.

Capítulo II

Medios para enriquecer este reino y para incrementar su tesoro.

Aunque un reino puede ser enriquecido por presentes recibidos o por rentas tomadas de algunas otras naciones, sin embargo, esto es incierto y de pequeña importancia cuando ocurre. Los medios ordinarios, por tanto, para aumentar nuestra riqueza y tesoro son por el comercio exterior, por lo que debemos siempre observar esta regla: vender más anualmente a los extranjeros en valor de lo que consumimos de ellos. Supongamos que cuando este reino está abundantemente abastecido con telas, plomo, quincalla, hierro, pescado y otros productos nativos, exportemos anualmente el excedente a países extranjeros hasta el valor de dos millones doscientas mil libras esterlinas; por este medio estamos en posibilidad de comprar de ultramar y traer mercancías extranjeras para nuestro uso y consumo hasta el valor de dos millones de libras esterlinas. Conservando este orden rígidamente en nuestro comercio, podemos estar seguros de que el reino se enriquecerá anualmente con doscientas mil libras esterlinas, que se nos deben traer en otro tanto de tesoro, porque la parte de nuestro patrimonio que no nos sea devuelta en mercaderías debe necesariamente regresar en dinero.

En este caso viene a suceder con los haberes del reino lo que a la hacienda de un particular que supondremos que tenga mil libras esterlinas anuales de renta y dos mil libras esterlinas de dinero efectivo en sus cofres. Si este hombre, por causa de sus excesos, gasta más de mil quinientas libras esterlinas per annum, su dinero efectivo desaparecerá en cuatro años, y en el mismo tiempo su aludido dinero se duplicará si sigue una vida frugal y gasta solamente quinientas libras esterlinas per annum, regla que nunca falla, asimismo, en la república, salvo en algunos casos (de no gran importancia) que explicaré más adelante cuando muestre por quién y de qué manera esta balanza de las cuentas del reino debe hacerse anualmente, o tan frecuentemente como convenga al estado revelar cuánto ganamos o perdemos en el comercio con las naciones extranjeras. Pero primero diré algo concerniente a aquellos medios y métodos que incrementarán nuestras exportaciones y disminuirán nuestras importaciones de mercancías, una vez hecho lo cual presentaré algunos otros argumentos, tanto afirmativos como negativos, para fortalecer lo que aquí se sostiene y así demostrar que cualquier otro medio de los que se supone que enriquecen al reino con tesoro, son del todo insuficientes y puramente falacias.

Capítulo III

Arbitrios y medios particulares para incrementar la exportación de nuestras mercancías y para disminuir nuestro consumo de efectos extranjeros.

La renta o patrimonio de un reino por la cual es provisto de efectos extranjeros es bien natural o bien artificial.. La riqueza natural lo es solamente en tanto que puede substraerse de nuestro propio uso y necesidades para exportarse al extranjero. La artificial consiste en el trueque de nuestras manufacturas por mercancías extranjeras, acerca de lo cual expondré algunos detalles que puedan servir para el asunto de que nos ocupamos.

1. Primero, aunque este reino sea ya muy rico por naturaleza, sin embargo, puede enriquecerse más, poniendo las tierras ociosas (que son infinitas) en empleos tales que de ninguna manera estorben la renta actual de otras tierras abonadas, sino que de esta manera nos abasteceremos y evitaremos las importaciones de cáñamo, lino, cordelería, tabaco y varias otras cosas que ahora obtenemos de los extranjeros, para nuestro gran empobrecimiento.

2. Podemos igualmente disminuir nuestras importaciones si nos refrenamos sobriamente del consumo excesivo de efectos extranjeros en nuestra dieta y vestidos, que con tan frecuentes cambios de costumbres en uso resulta un aumento de desperdicio y carga, vicios que en la actualidad son más notables en nosotros que en épocas pasadas. Sin embargo, pueden fácilmente corregirse obligando a la observancia de tan buenas leyes como las que se observan estrictamente en otros países, en contra de los excesos mencionados, en los que, ordenando igualmente que sus propias manufacturas deben usarse, evitan la aparición de otras, sin prohibición o agravio a los extranjeros en su comercio mutuo.

3. En nuestras exportaciones no solamente debemos atender a nuestros sobrantes, sino también debemos tomar en consideración las necesidades de nuestros vecinos, por lo que se refiere a los efectos que no quieran recibir o de que no puedan ser provistos de ninguna otra parte; así estaremos en posibilidad (además de dar salida a nuestras materias) de ganar otro tanto por su manufactura, puesto que podemos y también debemos venderlas caras, hasta tanto que el precio alto no ocasione una menor salida en cantidad. Pero el sobrante de nuestras mercancías que los extranjeros usan y que también puedan obtener de otras naciones, con pocos inconvenientes, puede reducir su salida por el uso de mercancías de igual clase de otros lugares; en este caso debemos esforzarnos por vender tan barato como nos sea posible, mejor que perder el mercado de tales efectos, ya que hemos encontrado, por la buena experiencia de los últimos años, que estando en posibilidad de vender nuestras telas baratas en Turquía, hemos aumentado grandemente su salida, y los venecianos han perdido mucho en su mercado de las suyas en esos países, porque son más caras. Por otra parte, hace pocos años, cuando por el precio excesivo de nuestras lanas nuestras telas estuvieron demasiado caras, perdimos cuando menos la mitad de nuestras telas manufacturadas para los países extranjeros, que desde que no es de esta manera se han (casi) recobrado por la gran baja del precio de las lanas y las telas. Encontramos que veinticinco por ciento menos en el precio de estas y de otras mercancías, con pérdida para la rentas de los particulares, puede elevar al cincuenta por ciento la cantidad exportada, para beneficio del público. Porque, cuando la tela es cara, otras naciones las manufacturan y sabemos que no tienen in destreza ni materias primas para hacerlas; pero cuando por la baja del precio los echamos fuera de esta actividad y así, con el tiempo, obtenemos nuestro precio alto de nuevo, entonces también usan su remedio anterior, de tal manera que por estas alternativas aprendemos que es en vano esperar una renta mayor de nuestros efectos de lo que lo permiten sus condiciones, sino que más bien nos importa aplicar nuestros esfuerzos en estas ocasiones con cuidado y diligencia, para favorecernos lo mejor que podamos, haciendo nuestras telas y otras manufacturas sin dolo, lo que aumentará su estimación y uso.

4. El valor de nuestras exportaciones puede subir mucho, igualmente, cuando las llevemos a cabo nosotros mismos en nuestros propios barcos, porque entonces ganamos no solamente el precio de nuestros efectos en lo que valen aquí, sino también la ganancia del comerciante, los gastos de seguros y del flete de transporte marítimo. Así, por ejemplo, si los comerciantes italianos vienen aquí en sus propias naves a sacar nuestra grano, nuestros arenques ahumados y otros productos semejantes, en este caso el reino tendrá ordinariamente sólo 25 chelines por arroba de trigo y 20 chelines por barril de arenques ahumados, mientras que si nosotros transportamos estas mercancías a Italia por los precios mencionados, es probable que obtengamos cincuenta chelines por el primero y cuarenta por el último, lo que es una gran diferencia en las ventas o salidas de las existencias del reino y, aunque es verdad que el comercio debe ser libre para los extranjeros para que traigan y lleven lo que gusten, con todo, aun así, en algunos lugares la exportación de vituallas y municiones es, ya sea prohibida o cuando menos limitada, para que la practiquen únicamente el pueblo y las naves de los lugares donde se producen.

5. El gasto frugal de nuestra riqueza natural puede, igualmente, aumentar mucho anualmente lo que es susceptible de exportarse y si en nuestro propio vestido somos despilfarradores, seámoslo, a lo menos, con nuestras propias materias primas y manufacturas, como telas, encajes, bordados, calados y otros semejantes, en los que el exceso del rico puede ser el empleo del pobre, cuyos trabajos, serían, sin embargo, más provechosos para la república si fueran hechos para el consumo de los extranjeros.

6. La pesca en los mares de Su Majestad en Inglaterra, Escocia e Irlanda, es nuestra riqueza natural y únicamente costará trabajo, que los holandeses emplean de buen grado, obteniendo un gran provecho anual para sí mismos y abasteciendo muchos países de la cristiandad con nuestra pesca, por lo cual son recompensados y satisfacen sus necesidades tanto de efectos extranjeros como de dinero, además de la multitud de marineros y naves que de esta manera se sostienen, acerca de lo cual podría hacerse una extensa disertación para aplicar el manejo particular de este importante negocio. También nuestros criaderos de peces en Nueva Inglaterra, Virginia, Groenlandia, las Islas Summer y Terranova son de naturaleza semejante, y proporcionan mucha riqueza y ocupación para sostener un gran número de pobres y para aumentar nuestro declinante comercio.

7. Un mercado o almacén para maíz, añil, especias, seda cruda, algodón en rama del extranjero o cualquier otro artículo de cualquier clase que se importe, y exportándolos de nuevo a donde sean solicitados, aumentará la navegación, el comercio, la riqueza y los derechos aduanales del rey; movimiento de comercio que ha sido el principal medio del progreso de Venecia, Génova, los Países Bajos y algunos otros, y para este propósito Inglaterra está situada holgadamente, sin necesitar para llegar a buen fin esta actuación más que su diligencia y su empeño.

8. También debemos estimar y fomentar aquellos tráficos que tenemos en países remotos o distantes, puesto que además del aumento que trae en la navegación y en marineros, también los efectos enviados allá y recibidos de allí son mucho más productivos para el reino que nuestro tráfico cercano y a la mano. Como ejemplo supongamos que la pimienta valga aquí dos chelines la libra permanentemente; si entonces fuera llevada por los holandeses a Amsterdam, el comerciante puede pagar allí veinte peniques por la libra y tener buena ganancia en la transacción; pero si trae esta pimienta de las Indias Orientales, no debe dar más de tres peniques a lo sumo por libra, lo que es una gran ganancia, no sólo en la parte que empleamos en nuestro propio consumo, sino que también de la gran cantidad que transportamos (de aquí) anualmente a otras diversas naciones para venderlas a un precio más alto. Por este medio aparece con toda claridad que hacemos con ventaja un mayor acopio de estas mercancías indias, que el que hacen las naciones en donde crece y a las cuales propiamente pertenecen, puesto que es la riqueza natural de esos países. Pero para un mejor entendimiento de este punto debemos siempre distinguir entre la ganancia del reino y la ganancia del comerciante, pues aunque el reino no pague por esta pimienta más de lo que se ha supuesto antes, como por ninguna otra mercancía comprada en comarcas extranjeras más de lo que el extranjero recibe de nosotros por la misma, sin embargo, el comerciante paga, no solamente ese precio sino también fletes, seguros, derechos de aduanas y otras cargas que son muy elevadas en estos lejanos viajes; pero no obstante todo esto, en la cuenta del reino se verifican ajustes entre nosotros mismos sin sacrificio del patrimonio del reino, que bien considerado, con el apoyo también de nuestros artículos de comercio en nuestros mejores embarques a Italia, Francia, Turquía, los Países Orientales y otras comarcas, el transportar y dar salida a los efectos que traemos anualmente de las Indias Orientales puede muy bien estimular nuestros mayores esfuerzos para sostener y engrandecer este grande y noble negocio, que tanto interesa a la riqueza, a la fuerza y a la felicidad públicas. Tampoco hay menor honor y discernimiento en enriquecerse (de esta manera) con las mercancías de otras naciones, que por un aumento laborioso de nuestros propios recursos, especialmente cuando estos últimos progresan por el beneficio de los antes mencionados, como hemos descubierto en las Indias Orientales, por la venta de mucha de nuestra quincalla, telas, plomo y otros efectos, la salida de los cuales de día en día aumenta en aquellos países que antes no consumían nuestros productos.

9. Será muy provechoso exportar dinero así como mercancías; pues haciéndose esto en intercambio solamente, aumentará nuestra riqueza; pero acerca de esto escribo más extensamente en el próximo capítulo, a fin de demostrarlo plenamente.

10. Sería buena política y de resultados provechosos para el estado el permitir que las manufacturas fabricadas con materiales extranjeros, como terciopelos y varias otras como sedas en bruto, panas, sedas torcidas y otros productos semejantes sean exportadas libres de impuestos aduanales; así se emplearía un gran número de indigentes con un incremento anual de valor de nuestras mercancías remitidas a otros países y motivaría (con este propósito) que se introdujeran más materias primas extranjeras, con el mejoramiento consiguiente de los impuestos aduanales de Su Majestad: Recordaré aquí un aumento notable de nuestra manufactura de tejidos y torcidos, únicamente de seda en bruto extranjera, que de acuerdo con mis conocimientos en los últimos 35 años no empleaba más de 300 personas en la ciudad y suburbios de Londres, en tanto que al presente da ocupación a más de 1,400 almas, como después de cuidadosa investigación han sido verídicamente informados los comisionados comerciales de Su Majestad. Y es cierto que si dichos artículos extranjeros pudieran exportarse de aquí libres de impuesto aduanal, esta manufactura aumentaría mucho todavía, decreciendo con la misma rapidez en Italia y en los Países Bajos; pero si cualquiera alegara el proverbio holandés “vive y deja que los demás vivan”, contestaría que los holandeses, a pesar de su propio proverbio, no solamente en estos reinos sino también en otros países extranjeros en que practicamos el comercio (y donde tienen poder), usurpan nuestros medios de vida y nos obstruccionan y destruyen nuestra manera legal de vivir, quitándonos así el pan de todos los días, lo que nunca evitaremos arrancándoles el bocado de la boca como hemos hecho muchos de nosotros en los últimos años, con gran perjuicio y deshonra de esta famosa nación, cuando debiéramos más bien imitar los tiempos antiguos tomando medidas sobrias y dignas, que fueran más agradables a Dios y más apropiadas a nuestra antigua reputación.

11. También es necesario no cargar los artículos nacionales con impuestos aduanales demasiado altos a fin de que, encareciéndolos para el consumo extranjero, no vayamos a estorbar su venta. Especialmente deben favorecerse los artículos extranjeros que se traen para ser transportados nuevamente pues de otra manera esa clase de tráfico (tan importante para el bien de la república) no puede prosperar ni subsistir. Pero el consumo de estos artículos extranjeros en el Dominio puede gravarse más, resultando en provecho para el país y para la balanza de comercio y permitiendo así también al rey guardar más de los ingresos anuales; acerca de este particular me propongo escribir con más extensión en lugar adecuado, donde demostraré cuánto dinero puede atesorar convenientemente un príncipe, sin perjuicio de sus súbditos.

12. Por último, en todas las cosas debemos de tratar de sacar todas las ventajas posibles, ya se trate de cosas naturales o artificiales y puesto que la gente que vive de los oficios es mucho más numerosa que los que son dueños de los frutos, debemos lo más cuidadosamente posible sostener esos esfuerzos de la multitud, en los que consiste el mayor vigor y riqueza tanto del rey como del reino, puesto que donde la población es numerosa y las manufacturas buenas, el comercio debe ser grande y el país rico. Los italianos emplean un mayor número de gente y obtienen más dinero por su industria y manufacturas de sedas brutas del reino de Sicilia, de lo que el rey de España y sus súbditos tienen de las rentas de estas ricas mercancías; pero ¿para qué necesitamos traer ejemplos de lejos cuando sabemos que nuestros propios productos naturales no nos producen tanto beneficio como nuestras industrias? Es por esto por lo que el mineral de hierro en las minas no es de gran valor cuando se le compara con el empleo y ventaja que da el excavarlo, ensayarlo, transportarlos, comprarlo, venderlo, fundirlo en cañones, mosquetes y muchos otros instrumentos de guerra, ofensivos y defensivos; forjarlo en anclas, cerrojos, alcayatas, clavos y otras cosas semejantes para el uso de embarcaciones, casas, carros, coches, arados y otros instrumentos de labranza. Compárece nuestro vellón con nuestras telas que requieren la trasquila, el lavado, el cardado, el hilado, el tejido, el bataneo, el teñido, el aderezo y otros arreglos, y encontraremos que estas manufacturas son más provechosas que la riqueza natural, de lo cual podría mencionar otros ejemplos, pero no seré más tedioso, pues si me extendiera acerca de estos y otros detalles ya descritos podría encontrar tema suficiente para hacer un gran volumen; pero mi deseo siempre es probar lo que sostengo con brevedad y claridad.

Capítulo IV

La exportación de nuestra moneda en cambio de mercancías es un medio de aumentar nuestra riqueza.

Esta actitud es tan contraria a la opinión común, que requerirá muchos y poderosos argumentos para probarla antes de que pueda ser aceptada por la multitud que amargamente protesta cuando ve cualquiera cantidad de dinero transportada fuera del reino, afirmando por esa razón que hemos perdido absolutamente esa cantidad de riqueza y que este es un acto que va directamente en contra de las leyes observadas por mucho tiempo, hechas y confirmadas por la sabiduría de este reino en la alta corte del Parlamento y que muchos países, y aun España misma, que es la fuente del dinero, prohibe su exportación exceptuando solamente algunos casos, a todo lo cual puedo contestar que Venecia, Florencia, Génova, los Países Bajos y otros varios países lo permiten y su pueblo lo aplaude, encontrando gran beneficio en ello; pero todo esto hace mucho ruido y no demuestra nada, por lo que debemos mencionar las razones que se refieren al asunto a discusión.

Primero convendré en lo que ningún hombre juicioso negará: que no tenemos otros medios para conseguir riqueza sino el comercio exterior, pues no tenemos minas que nos la proporcionen, y ya he explicado cómo este dinero se obtiene en el manejo de nuestros dicho comercio, que se hace procurando que nuestros artículos que se exportan anualmente superen en valor al de los artículos extranjeros que consumimos, de suerte que solamente falta demostrar cómo nuestra moneda puede agregarse a nuestras mercancías para que sea exportada junto con ellas y pueda aumentar nuestra riqueza en otro tanto.

Ya hemos supuesto que nuestro consumo anual de artículos extranjeros sea por valor de dos millones de libras esterlinas y que nuestras exportaciones lo exceden en doscientas mil libras esterlinas, suma que, por lo tanto, hemos sostenido nos es traída en riqueza para equilibrar nuestras cuentas. Pero si ahora agregamos trescientas mil libras esterlinas más en efectivo a nuestra anteriores exportaciones de mercancías (algunos se preguntarán), qué provecho obtendremos, aunque por estos medios traigamos en dinero efectivo más de lo que traíamos antes, viendo que hemos exportado el mismo valor.

A esto la contestación es que cuando hemos preparado nuestras exportaciones de mercancías y hemos dado salida a otro tanto de cada cosa como podamos disponer o vender en el extranjero, no se afirma, como consecuencia, que entonces debamos agregar nuestro dinero para que entre más inmediatamente, sino más bien que primero debemos aumentar nuestro comercio permitiéndonos traer más artículos extranjeros, los cuales siendo exportados nuevamente traerán, a su tiempo, un gran aumento de nuestra riqueza.

Pues aunque de esta manera efectivamente multipliquemos cada año nuestras importaciones para el sostenimiento de más navíos y marineros y para el mejoramiento de los derechos aduanales de Su Majestad y otros beneficios, sin embargo, nuestro consumo de esos artículos extranjeros no es mayor de lo que ya era antes, de tal manera que dicho incremento de mercancías importadas por medio de nuestro dinero efectivo remitido al exterior, como se asienta antes, a fin de cuentas viene a ser una exportación a nuestro favor, de mucho mayor valor del que tenía nuestro dinero, lo que se demuestra por las tres diferentes ejemplos siguientes:

1. Supongamos que se envíen en nuestros navíos 100,000 libras esterlinas a los Países Orientales para comparar en ellos cien mil arrobas de trigo y transportarlo a bordo de nuestros navíos, el cual, traído después a Inglaterra y almacenado para exportarlo en el momento más oportuno para venderlo en España o en Italia, no puede producir menos en esos lugares de doscientas mil libras, para provecho del comerciante, con lo que vemos que por medio de esta maniobra el reino ha duplicado su riqueza.

2. Una vez más, este provecho será mucho más grande cuando trafiquemos de esta manera con países remotos, como, por ejemplo, si enviamos cien mil libras esterlinas a las Indias Orientales para comprar allí pimienta y traerla acá y de aquí enviarla a Italia o Turquía, debe producir setecientas mil libras esterlinas cuando menos en esos lugares, en razón a las excesivas cargas que los comerciantes pagan en esos largos viajes por flete, salarios, vituallas, seguros, intereses, derechos aduanales, impuestos y otros semejantes, todos los cuales, sin embargo, van a dar al rey y al reino.

3. Pero cuando los viajes son cortos y los artículos valiosos y, por lo tanto, no se emplea mucho en transporte, las ganancias serán mucho menores, como cuando otras cien mil libras esterlinas se empleen en Turquía en sedas sin labrar y sean traídas aquí para después ser transportadas a Francia, los Países Bajos o Alemania: el comerciante tendrá buena ganancia aunque lo venda en esos lugares solamente en ciento cincuenta mil libras esterlinas y así considerando los viajes en conjunto, en su término medio, el dinero exportado nos será devuelto más que triplicado. Pero si alguien objetara aún que estas ganancias las obtendremos en artículos y no realmente en dinero, como se le dió salida, la contestación (sosteniendo nuestra primera opinión) es que si nuestro consumo de artículos extranjeros no fuere anualmente más de lo que ya se supone y que nuestra exportación sea aumentada tanto por esta manera de comerciar con dinero efectivo como se dice antes, no es posible entonces sino que toda la diferencia o ventaja deba devolvérsenos ya sea en dinero o en aquellos artículos que debamos exportar nuevamente, lo que, como ya se ha demostrado convincentemente, será aun un medio más grande de aumentar nuestra riqueza.

Porque sucede con el patrimonio del reino como con la hacienda de un particular, que teniendo almacén de artículos no dice sin embargo que no se arriesgará o traficará con su dinero (pues esto sería ridículo), sino que también lo convierte en mercancías, con lo que multiplica su dinero y así, por un continuo y ordenado cambio de uno a otra, se enriquece y cuando le conviene convierte todas sus propiedades en tesoros, porque los que tienen mercancías no padecerán falta de dinero.

Tampoco se dice que el dinero es la vida del comercio, como si no pudiera subsistir sin él, supuesto que sabemos que existía un gran intercambio por medio del trueque o cambio, cuando existía poco dinero en movimiento en el mundo. Los italianos y algunas otras naciones tienen tales remedios contra esta carencia, que no puede ni decaer ni embarazar su comercio, pues hacen transferencias de cuentas de deudor y tienen bancos, tanto públicos como privados, en los cuales registran diariamente los créditos de unos contra los otros por grandes sumas, con facilidad y satisfactoriamente, sólo con anotaciones, en tanto que al mismo tiempo el grueso del dinero que dio nacimiento a estos créditos se emplea en el comercio exterior como una mercancía, y por dichos medios tiene muy pocos usos el dinero en estos países, aparte de para sus gastos ordinarios. En consecuencia, no es el conservar nuestro dinero en el reino, sino la necesidad y empleo de nuestras mercancías en los países extranjeros, y nuestra necesidad de sus productos lo que origina su salida y consumo en todas partes y lo que hace un rápido y extenso comercio. Si alguna vez fuimos pobres y ahora hemos logrado alguna acumulación de dinero por el comercio con la determinación de conservarlos quieto en el reino, ¿ocasionaría esto que otras naciones empleen más de nuestras mercancías de lo que lo han hecho con anterioridad, por lo que podamos decir que nuestro comercio es acelerado y aumentado? No, ciertamente no producirá tan buen resultado, sino que más bien, con las alteraciones del tiempo por sus verdaderas causas, podemos esperar lo contrario, pues todo el mundo está conforme en que la abundancia de dinero en un reino hace los artículos domésticos más caros, lo que, como es en provecho de las rentas de algunos particulares, va directamente en contra del beneficio del público en la cantidad del comercio, pues como la abundancia de dinero hace los artículos más caros, así los artículos caros disminuyen en uso y consumo, como ya se ha demostrado ampliamente en el último capítulo, que trata circunstanciadamente de nuestras telas. Aunque esta es una lección muy difícil para que la entiendan algunos grandes terratenientes, sin embargo, estoy seguro de que es una lección verídica que debe ser observada por todo el país, a menos que cuando hayamos logrado alguna acumulación de dinero por el comercio, lo perdamos de nuevo por no traficar con nuestro dinero. Conocí en Italia un príncipe (de gran fama), Fernando I, Gran Duque de Toscana, que siendo hombre rico en tesoros, trataba de aumentar con esto su comercio, girando a sus dependientes grandes sumas de dinero con muy pequeña ganancia y yo mismo obtuve de él cuarenta mil coronas gratis por todo un año, porque sabía que las remitiría inmediatamente en efectivo a diversas regiones de Turquía para ser empleadas en artículos para sus países, estando seguro de que en este proceso de cambio volvería nuevamente (como dice el proverbio antiguo) con un pato en la boca, es decir, que como el perro de caza volvería con la presa, cumpliendo con mi compromiso. Este noble e industrioso príncipe aumentó tanto la práctica de esto, por su interés y diligencia en fomentar y favorecer a los comerciantes en sus transacciones, que difícilmente existe un noble o caballero en todos sus dominios que no comercie por sí mismo o en sociedad con otros, de donde ha resultado que en estos últimos treinta años el comercio en su puerto de Liorna ha aumentado tanto que de una pequeña y pobre aldea (como yo mismo la conocí) ha llegado a ser ahora una hermosa e importante ciudad, y uno de los más famosos lugares comerciales de toda la cristiandad, y es tan valiosa nuestra observación que la multitud de barcos y artículos que llegan, ya sea de Inglaterra, los Países Bajos u otras comarcas tienen pocos o ningunos medios para hacer sus pagos allí como no sea en dinero efectivo, el cual pueden llevar y de hecho lo llevan sin restricción en todo tiempo, para ventaja increíble de dicho gran Duque de Toscana y sus súbditos, quienes se enriquecen mucho por el gran concurso continuo de comerciantes de todos los estados y de los príncipes vecinos, que les traen mucho dinero diariamente para satisfacer sus necesidades de las mercancías mencionadas. De esta manera vemos cómo la corriente de mercancías que ocasiona su tesoro, se convierte en un río abundante que los llena de dinero nuevamente en mayor proporción.

Hay aún una o dos objeciones tan débiles como todas las demás; estas son que si comerciamos con nuestro dinero exportaremos menos mercancías, como si alguien dijera que aquellos países que han tenido oportunidad hasta ahora de consumir nuestras telas, nuestro plomo, nuestra hojalata, nuestro pescado y otros productos semejantes, harán ahora uso de nuestro dinero en vez de esas mercancías, lo que sería extremadamente absurdo afirmar, o que los comerciantes deberían mejor no exportar artículos de los cuales se espera siempre alguna ganancia, que exportar dinero que siempre es permanente y el mismo, sin ningún incremento.

Pero, por el contrario, hay muchos países que pueden darnos muy provechosas ganancias por nuestro dinero, que de otra manera no nos proporcionarían ningún comercio, porque no consumen nuestros artículos, como por ejemplo las Indias Orientales, aunque lo importante es comenzar, pues desde hace tiempo con laboriosidad en nuestro tráfico con esas naciones las hemos acostumbrado al uso de mucho de nuestro plomo, tela, quincalla y otros objetos, que es un buen agregado a la venta anterior de nuestras mercancías.

Todavía algunos han alegado que esos países que permiten que se saque dinero lo hacen porque tienen pocos, o carecen del todo, de artículos con que comerciar, a más de aquél, pero que nosotros tenemos grandes existencias de mercancías y, en consecuencia, sus prácticas no deben de servirnos de ejemplo.

A esto la respuesta es, en pocas palabras, que si tenemos tal cantidad de artículos que nos provee ampliamente de todas las cosas que necesitamos de ultramar, ¿por qué hemos de dudar entonces que nuestro dinero enviado en tráfico, no deba necesariamente regresar de nuevo en riqueza, junto con las grandes ganancias que de esa manera nos puede procurar, como se ha afirmado antes? Y, por otra parte, si las naciones que exportan su dinero lo hacen porque tienen solamente pocos artículos propios, ¿cómo llegan entonces a tener tanta riqueza como se ve siempre en esos lugares que permiten libremente su exportación en todo tiempo y por cualquiera? A lo que contesto: también por traficar con su dinero, pues ¿por qué otros medios pueden obtenerlo si no tienen minas de oro o de plata?

Así vemos claramente que cuando este importante asunto es debidamente meditado en los fines que persigue, como deben ser bien pensadas todas las acciones humanas, se llega a resultados completamente opuestos a lo que la mayoría de la gente cree acerca de él, porque no investigan más allá del comienzo de la obra, lo que informa equivocadamente su criterio y los conduce a errores. Así, si contemplamos los actos de un labrador en la siembra, cuando arroja el grano abundante y bueno en la tierra, lo tomamos más bien por un loco que por un labrador, pero cuando pensamos en su tarea en la época de la cosecha, que es el final de sus esfuerzos, descubrimos el mérito y pingüe producto de sus actos.

Capítulo V

El comercio exterior es el único medio de mejorar el precio de nuestras tierras.

Es un aserto común que la abundancia o la escasez de dinero hace a todas las cosas caras, o buenas, o baratas; y este dinero es ya sea ganado o perdido en el comercio exterior por el exceso o defecto del saldo del mismo, como ya lo he expuesto. Ahora falta que distinga la aparente abundancia de dinero de la que es sustancial y capaz de desempeñar el trabajo, pues hay varios métodos y maneras por los cuales procurar la abundancia de dinero en un reino, los cuales no enriquecen sino que más bien lo empobrecen, por los diversos inconvenientes que siempre acompañan tales alteraciones.

Primeramente, si fundimos nuestras vajillas de plata u oro para convertirlas en moneda (lo que no es apropiado a la majestad de tan gran reino, excepto en casos de gran necesidad), producirá abundancia de dinero por cierto tiempo; sin embargo, no seremos más ricos sino que más bien alterándose así esta riqueza, se le hace más apta para ser sacada del reino, si excedemos nuestras posibilidades por demasía de mercancías extranjeras, o sostenemos una guerra por mar o tierra, en la cual no alimentemos ni vistamos a nuestros soldados ni abastezcamos al ejército con nuestras provisiones locales, trastornos con los cuales nuestro tesoro se extinguirá pronto.

Por otra parte, si pensamos almacenar dinero tolerando que circulen monedas extranjeras a tipos más altos que su valor intrínseco comparado con nuestra moneda legal, adulterando o encareciendo nuestro propio dinero, todo esto tiene varios inconvenientes y dificultades (que más adelante explicaré); pero admitiendo que de esta manera puede traerse al reino una gran cantidad de dinero, sin embargo, no seríamos más ricos ni semejante capital así obtenido puede durarnos, supuesto que si un extranjero o un comerciante inglés traen este dinero, deben hacerlo por razones importantes, bien sea por artículos ya exportados o para ser exportados después, lo cual no nos favorece en nada, excepto cuando las circunstancias desventajosas de excesivo consumo o de guerra antes mencionadas, que agotan nuestro capital hayan sido alejadas pues, en otros términos, lo que un hombre trajo como ganancia, otro estará forzado a sacarlo por necesidad, ya que siempre será preciso equilibrar nuestras cuentas con el extranjero, aunque se haga con pérdida en el valor del dinero y aun por confiscación, si es interceptado por la ley.

La conclusión de este tema es, brevemente, la siguiente: que como el capital que es traído al reino por la balanza de nuestro comercio exterior es el único que permanece con nosotros y por el cual nos enriquecemos, así por este excedente de dinero obtenido de esta manera (y no de otra), mejoran nuestras tierras, pues cuando el comerciante tiene una buena remesa para ultramar para sus telas u otros artículos, luego vuelve y acapara una cantidad mayor, lo que eleva el precio de nuestras lanas y otras mercancías y consecuentemente mejora las rentas de los propietarios, puesto que los arriendos expiran diariamente y también por este medio se gana dinero y se trae más abundantemente al reino, capacitando a muchos para comprar tierras, haciéndolas más caras. Pero si nuestro comercio exterior llegara a detenerse o declinara por descuido en nuestra patria o por daños causados en el exterior, resultaría que los comerciantes se empobrecerían y como resultado de ellos los artículos del reino tendrían menor salida, cesando entonces todos los beneficios mencionados, y disminuirían de precio diariamente nuestras tierras.

Capítulo VI

El tesoro español no puede vedarse a otros reinos por ninguna prohibición hecha en España.

Todas las minas de oro y plata que se han descubierto hasta la actualidad en los diversos lugares del mundo no son de tan gran valor como las de las Indias Occidentales, que están en posesión del rey de España, quien por medio de ellas están en posesión del rey de España, quien por medio de ellas está en condiciones no sólo de mantener sojuzgados muchos estados y provincias hermosas en Italia y en otras partes (que, de otra manera, pronto dejarían de obedecerle), sino que también, aprovechándose de una guerra continua, engrandece aún más sus dominios, aspirando ambiciosamente a un imperio por el poder de su dinero, que es el nervio mismo de su fuerza y que se encuentra dispersado en varios países muy alejados y sin embargo unidos de esta manera, y tiene abastecidas sus necesidades de mercancía de guerra y paz de todos los lugares de la cristiandad de manera abundante, que por lo tanto de esta suerte son participantes de su tesoro por los requerimientos del comercio. Por esta razón la política española ha tratado siempre de evitar a todas las otras naciones, lo más que ha podido, descubrir que España es demasiado pobre y estéril para abastecerse a sí misma y a las Indias Occidentales con esa variedad de artículos extranjeros que tanto necesitan, y saben bien que cuando sus mercancías domésticas escasean para este objeto, su dinero debe servirle para equilibrar la cuenta, en lo cual encuentra una ventaja increíble al agregar el tráfico de las Indias Orientales al tesoro de las Occidentales, porque empleándose este último en aquel tráfico, acumula grandemente ricas mercancías para comerciar con todas las partes de la cristiandad a cambio de sus artículos y así satisfacer sus propias necesidades evitando que otros se lleven su dinero, lo que es un asunto de estado, pues consideran menos peligroso dar participación a las Indias remotas que a sus príncipes vecinos, poniéndolos en condiciones ventajosas para resistir (y aun para atacar) a sus enemigos.

Esta política española en contra de los demás es tanto más notable cuanto que resulta igualmente para su propia ventaja, pues cada real de a ocho que envían a las Indias Orientales traía a la madre patria mercancías suficientes para ahorrarle (cuando menos) el desembolso de cinco reales de a ocho aquí en Europa, con sus vecinos, especialmente en tiempos en que ese comercio estaba únicamente en sus manos; pero ahora carecen de esta gran ganancia, y los ingleses, los holandeses y otros se quitaron esa pérdida y participan en ese comercio con las Indias Orientales tan abundantemente como los súbditos españoles.

Hay que considerar, además, que, aparte de la incapacidad de los españoles para proveerse de mercancías extranjeras para sus necesidades con sus mercancías nativas (se ven obligados a satisfacer esta carencia con dinero), tienen igualmente la enfermedad de la guerra, que gasta enormemente su tesoro y lo desparrama, en la cristiandad, aun entre sus enemigos, parte como represalia, aunque especialmente por el sostenimiento necesario de esos ejércitos que están compuestos por extranjeros y que están a tan gran distancia que no los pueden alimentar ni vestir ni de ninguna manera proveer con sus productos y provisiones nacionales y deben recibir este alivio de otras naciones; clase de guerra que es muy diferente de la que un príncipe hace en sus propios confines o en sus naves en el mar, en las cuales el soldado que recibe dinero por sus pagas, debe gastarlo diariamente de nuevo en necesidades, con lo que el tesoro del reino permanece inmóvil aunque se gaste el del rey; pero vemos que el español (confiado en el poder de su tesoro) emprende guerras en Alemania y en otros lugares remotos, que bien pronto empobrecerán de todo su capital al más rico reino de la cristiandad y la carencia resultante traerá inmediatamente desorden y confusión en los ejércitos, como acontece algunas veces a España misma, que tiene la fuente del dinero, cuando ésta es detenida en su curso por la fuerza de sus enemigos o cuando se gasta más de prisa de lo que mana, con lo que así mismo vemos que frecuentemente el oro y la plata es tan escaso en España que se ven forzados a usar monedas de apoyo de cobre, causando gran confusión en su comercio y no sin la ruina también de mucho de su propio pueblo.

Ahora que hemos visto los casos en que el tesoro español se dispersa en tantos lugares del mundo, descubramos también cómo y en qué proporción cada país disfruta de estos dineros, pues hemos visto que Turquía y varias otras naciones tienen una gran abundancia de él, aunque no sostengan comercio con España, lo que parece contradecir el primer argumento, por el que sostenemos que esta riqueza se sostiene por una necesidad del comercio; pero para aclarar este punto debemos saber que todas las naciones (que no tienen minas propias) se enriquecen con oro y plata por este único e idéntico recurso que es, como ya se ha demostrado, el equilibrio de su comercio exterior, aunque no sea estrictamente forzoso que se practique en aquellos países donde está la fuente de la riqueza, sino más bien con el método y reflexión que ya se ha dicho. Supongamos que Inglaterra, comerciando con España, gana y trae a la madre patria quinientos mil reales de a 8 anualmente; si perdemos otro tanto por nuestro comercio en Turquía y en consecuencia tenemos que llevar el dinero allí, no son entonces los ingleses sino los turcos los que han ganado esta riqueza, aunque no tengan comercio con España, de donde fué primeramente traído. Aun más, si Inglaterra, habiendo de esta manera perdido con Turquía, gana, sin embargo, el doble con Francia, Italia y otros clientes de su comercio general, entonces quedarán quinientos mil reales de a ocho de ganancia líquida por la balanza de su comercio, y esta comparación es válida entre otras naciones, tanto por la manera de ganar como por la proporción de la ganancia anual.

Pero si se hiciera aún la pregunta de si todas las otras naciones obtienen riqueza y España solamente pierde, contestaría negativamente, pues algunos países por las guerras o por excesos pierden lo que han ganado, de la misma manera que España por las guerras y la carencia de artículos pierde lo que fue su propia ganancia.

Capítulo VII

Diversidad de beneficios del comercio exterior.

En el desarrollo del comercio exterior hay tres clases de ganancias, la primera es la de la república, la cual puede obtenerse cuando el comerciante (que es el principal agente de ella) pierde. La segunda es la ganancia del comerciante, quien a veces la obtiene justa y rectamente, aunque la república resulte perdiendo. La tercera es la ganancia del rey, de la cual siempre está seguro, aunque tanto la república como el comerciante pierdan.

Con relación al primero de estos casos, ya hemos mostrado ampliamente los métodos y medios por los cuales una república puede enriquecerse en el proceso del comercio, por lo que es innecesario hacer más repeticiones aquí; solamente afirmo ahora que tal felicidad puede existir en la república aun cuando el comerciante en lo particular no tenga ocasión de regocijarse. Así, por ejemplo, supongamos que la Compañía de las Indias Orientales remite cien mil libras esterlinas a las Indias Orientales y recibe en la madre patria a cambio de ellas un valor total de trescientas mil libras, de lo cual es evidente que esta parte de la república es triplicada y sin embargo puedo audazmente decir y comprobar bien que dicha compañía de comerciantes perderá cuando menos cincuenta mil libras por esa contingencia, si el pago se hace en especias, índigo, percal, salitre refinado y otras mercancías voluminosas en sus respectivas proporciones, de acuerdo con su salida y empleo en esos países de Europa, porque el flete de los navíos, el seguro del riesgo, los pagos de los agentes en el extranjero y de los empleados en la patria, el sostenimiento de las existencias, las aduanas de su Majestad y los impuestos, con otros pequeños gastos incidentales, no pueden ser menos de doscientas cincuenta mil libras esterlinas, lo que agregado al capital, produce la pérdida indicada. Así vemos que no sólo el reino sino también el rey por sus aduanas e impuestos pueden evidentemente ganar, aun cuando el comerciante, sin embargo, pierda grandemente, lo que nos da una buena oportunidad aquí para meditar cuánto más se enriquece el reino por este noble comercio cuando todo sucede tan felizmente que el comerciante gane así como el rey y el reino.

En seguida afirmo que un comerciante, por sus esfuerzos laudables, puede para ventaja suya, tanto llevar como traer mercancías vendiéndolas y comprándolas con buen provecho, lo cual es el propósito de sus tareas, cuando, sin embargo, la república puede declinar y empobrecerse por desórdenes públicos, cuando por orgullo y otros excesos consuma más artículos extranjeros en valor que lo que la riqueza del reino puede satisfacer y pagar con la exportación de nuestras propias mercancías, lo que es la característica del despilfarrador que gasta más de lo que le permiten sus medios.

Por último, el rey está siempre seguro de ganar por el comercio, cuando tanto el país como el comerciante pierden cada uno por su parte, como se dice antes, o juntamente, como puede y de hecho a veces sucede cuando en un momento dado nuestras mercancías son superadas por las mercancías extranjeras consumidas, y que el éxito del comerciante resulta no ser mejor de lo que ya se dijo.

Pero aquí no debemos tomar la ganancia del rey en su sentido lato, porque de esa manera podríamos afirmar que Su Majestad debe ganar aunque la mitad del comercio del reino se pierda; supondremos más bien que aunque todo el comercio del país por las exportaciones y las importaciones resultara ser aproximadamente de un valor anual de cuatro millones y medio de libras esterlinas, sin embargo, puede incrementarse doscientas mil libras esterlinas más per annum por la importación y consumo de artículos extranjeros. De esta manera sabemos que el rey ganará aproximadamente veinte mil libras, pero la república perderá el total de las doscientas mil libras así gastadas de más. El comerciante puede perder también cuando el intercambio crezca de esta manera para provecho del rey, quien, sin embargo, seguramente tendrá en último término una gran pérdida; si no evita este proceso improductivo que empobrecerá a sus súbditos.

Capítulo VIII

El rebajamiento de nuestra moneda no puede enriquecer al reino con tesoros, ni impedir de esa manera su exportación.

Hay tres medios por los cuales se altera comúnmente la moneda de un reino. El primero consiste en que a las monedas en sus diversas denominaciones, se les hace circular con más o menos libras, chelines o peniques que antes. La segunda consiste en alterar dichas monedas en su peso y que sin embargo continúen en circulación a los valores anteriores. La tercera consiste en que la unidad de moneda es, ya sea rebajada o aumentada en su ley de oro o de plata y sin embargo la moneda continúa en su valor primitivo.

En todo caso de carencia o abundancia de dinero en el reino, siempre encontramos gente que, usando su ingenio como remedio para suplir la primera y conservar la última, acaban finalmente por alterar las monedas, pues, según dicen, el alza de la moneda ocasionará que se traiga al reino de diversos lugares por la esperanza de la ganancia, y la rebaja de las monedas en su ley o peso las conservará en el país por temor a una pérdida; pero estos hombres, complacidos solamente con el principio de este importante negocio, no toman en cuenta su desarrollo y fin; y a ello debemos especialmente dirigir nuestros pensamientos y esfuerzos.

Con relación a esto debemos saber que el dinero no es solamente la verdadera medida de todos nuestros otros recursos del reino, sino también de nuestro comercio exterior con los extranjeros, y por esta razón debe conservarse exacto y constante para evitar esas confusiones que siempre acompañan tales alteraciones; pues, primero en la madre patria, si cambia la medida común, nuestras tierras, contratos, artículos, tanto extranjeros como domésticos, deben cambiar proporcionalmente y aunque esto se hace no sin muchas dificultades y peligros para alguna gente, sin embargo, pasa necesariamente en poco tiempo, pues lo que se estima no es la denominación de nuestras libras, chelines y peniques sino el valor intrínseco de nuestras monedas, a las cuales tenemos pocas razones para aumentar más estimación o valor, aunque estuviera en nuestro poder hacerlo, porque esto sería un servicio especial para España y un acto contrario a nosotros mismos: en carecer la mercancía de otro príncipe. Tampoco pueden estos sucesos, que tanto perjudican a los súbditos, en manera alguna beneficiar al rey, como algunos se imaginan, pues aunque la rebaja o aligeramiento de toda nuestra moneda traiga un beneficio actual a la casa de moneda (por una sola vez), sin embargo, todo esto y más se perderá de nuevo en las futuras rentas importantes de Su Majestad, cuando por este medio tengan que pagarse anualmente con dinero de menor valor intrínseco que antes. Tampoco puede decirse que toda la pérdida del reino sea la ganancia del rey, sino que discrepan grandemente, pues todas las propiedades de la gente (ya sea en contratos, tierras, deudas, artículos o dinero) deben sufrir proporcionalmente, en tanto que Su Majestad debe tener ganancia solamente sobre tanto dinero efectivo como pueda ser acabado de acuñar, lo que comparativamente será de muy poca importancia, porque, aunque los que tienen otros bienes se dice que son en gran número y que importan cinco o diez mil libras por hombre, más o menos, lo que significa muchos millones en total, con todo, no son poseedores de esto completa o inmediatamente, pues sería vanidad, y en contra de su provecho, conservar continuamente en sus manos más de cuarenta o cincuenta libras esterlinas en una familia para sufragar los gastos necesarios; el resto debe continuamente pasar de hombre a hombre en intercambio, para su beneficio, por lo cual podemos concebir que un poco de dinero (siendo la medida de todos nuestros otros recursos) rige y distribuye grandes negocios diariamente para todos los hombres, en su justa proporción. Debemos, asimismo, saber que mucha de nuestra moneda antigua se ha gastado ligeramente y en consecuencia produciría poco o ningún provecho a la casa de moneda y la ganancia sobre la moneda de alto valor intrínseco ocasionaría que nuestros vigilantes vecinos se llevaran una gran parte de ella para devolverla inmediatamente en piezas de nuevo cuño. Tampoco dudamos de que algunos de nuestros compatriotas se volverían monederos falsos y arriesgarían la horca por este provecho, de tal manera que Su Majestad, en último término, ganaría poco de tales alteraciones.

Ciertamente, dirán algunos, si Su Majestad aumenta el valor del dinero, grandes cantidades de metal serán también traídas a la casa de moneda de los países extranjeros, pues hemos visto por experiencia que la última alza del diez por ciento de nuestro oro, de hecho trajo grandes cantidades de él, más de lo que estábamos acostumbrados a tener en el reino; hecho que como no puedo negar, tampoco lo afirmo, que este ora ocasionaba la salida del total o de la mayor parte de nuestra plata (que no estaba muy gastada o de ley muy baja) como podemos fácilmente percibir por el uso actual de nuestra moneda en sus respectivas clases. La razón de este cambio es que nuestra plata no subió de valor en proporción con nuestro oro, lo que aun hizo ventajoso para los comerciantes el traer las ganancias anuales del reino en el comercio en oro más bien que en plata.

En segundo lugar, si somos inconstantes en el valor de nuestras monedas y de esa manera violamos las leyes del comercio exterior, otros príncipes están atentos a estos casos para alterar su monedas inmediatamente en proporción con nosotros, y en este caso ¿dónde están nuestras esperanzas? O, si no la alteran, ¿qué podemos esperar de ello? Si el comerciante extranjero trae sus artículos y encuentra que nuestro dinero ha subido, ¿no conservará igualmente sus mercancías hasta que las pueda vender caras? Y ¿no subirá el precio de los cambios de los comerciantes con países extranjeros en proporción con nuestro dinero? Siendo todo lo cual indudablemente cierto, ¿por qué no puede ser transportado nuestro dinero fuera del reino también y con tanto provecho después del alza de valor como antes de la alteración?

Pero acaso alguien diga todavía que si nuestro dinero sube de valor y el de otros países no, originaría el que se traigan más lingotes de metal y monedas extranjeras que con anterioridad. Si esto se hiciera debería ejecutarse ya sea por comerciantes que han exportado artículos o por comerciantes que se proponen comprar mercancías y es evidente que ninguno de ellos puede tener ahora más ventaja o beneficio por este artificio del que hubieran podido tener antes de la alteración del dinero, pues si sus expresados lingotes o monedas extranjeras vale más que antes en libras esterlinas, chelines o peniques, sin embargo, ¿qué ganancia obtendrán de esta manera cuando el dinero sea de menor ley o peso y que, en consecuencia, suban proporcionalmente? Así pues, vemos claramente que estas innovaciones no son medios recomendables para traer riqueza al reino ni aun para conservarla en él, cuando la tenemos.

Capítulo IX

El tolerar que circulen monedas extranjeras aquí a tipos más altos que su valor con relación a nuestra unidad no incrementará nuestra riqueza.

El discreto mercader, que para mejor manejar sus asuntos y sus cambios con letras, de y a los diversos lugares del mundo donde acostumbra traficar, aprende cuidadosamente la paridad o valor igual de las monedas, de acuerdo con su peso y ley comparados con nuestro patrón, está en aptitud de conocer perfectamente la exacta ganancia o pérdida de sus negocios. No puedo dudar que comerciamos con diversos lugares donde damos salida anualmente a nuestras mercancías nativas por un alto valor, y, sin embargo, encontramos pocos o ningún artículo en ellos que se acomoden a nuestro uso, por lo que nos vemos obligados a recibir nuestros pago s en dinero efectivo, que o bien llevamos a otros países para convertirlos en artículos que necesitamos, o bien es traído al reino en especie; y parecería que permitiéndose que circule aquí en pago de valores más altos que su valor en términos de moneda legal, será traída una gran cantidad de él; pero cuando se tomen en cuenta debidamente todas las circunstancias de estas operaciones se encontrarán igualmente tan débiles como las otras para aumentar nuestro tesoro.

En primer lugar, esta tolerancia por sí misma rompe las leyes del intercambio y pronto llevará a otros príncipes a hacer los mismos actos o peores, en contra de nosotros, frustrando así nuestras esperanzas.

En segundo lugar, si el dinero es la verdadera medida de todos nuestros otros recursos y se permite que circule moneda extranjera libremente entre nosotros a tipo mayor que su valor (comparada con nuestra moneda legal) resulta que la riqueza común no será distribuida equitativamente cuando se le estime por una falsa medida.

En tercer lugar, si la ventaja entre nuestra moneda y las extranjeras es pequeña, esta traerá poco a o ninguna riqueza, porque el comerciante importará efectos en los cuales generalmente tiene una ganancia adecuada. Y, por otra parte, si toleramos que la moneda extranjera tenga mucha ventaja, entonces esa ganancia hará salir nuestra moneda legal y así, dejo este tema en un dilema, y como en todas las otras lecciones, demostraré que es infructuoso buscar ganancia o pérdida en nuestra riqueza fuera de la balanza de nuestro comercio general exterior, como aún trataré de demostrar más adelante.

Capítulo X

Las observaciones hechas por extranjeros a la ordenanza de empleos no pueden incrementar ni aun preservar nuestro tesoro.

Conservar nuestro dinero en el reino es una tarea de no menos destreza y dificultad que aumentar nuestra riqueza, porque las causas de su conservación y producción son de la misma naturaleza. La ordenanza para el empleo de las mercancías extranjeras en nuestro interés pareció, al principio, ser un medio bueno y legal que conduce a esos fines; pero examinándola atentamente encontraremos que no puede producir tales benéficos resultados.

Como el uso del comercio exterior es igual en todas las naciones, podemos percibir fácilmente lo que se hará en esta materia por los extranjeros, cuando nosotros solamente observamos nuestros métodos en este importante asunto, por el cual no solamente aspiramos a dar salidas a nuestras propias mercancías para abastecer nuestras necesidades de artículos extranjeros, sino también a enriquecernos con capital, todo lo cual se hace por las diferentes maneras de comerciar de acuerdo con nuestras propias oportunidades y con la naturaleza de los lugares con los cuales hacemos el comercio; por ejemplo, en algunos países vendemos nuestras mercancías y traemos sus artículos o algo de dinero; en otros países vendemos nuestros efectos y recibimos su dinero, porque tienen pocos o ningún artículo que sea propio para pago, y todavía más, en algunos lugares tenemos necesidad de sus mercancías pero emplean poco las nuestras, de tal manera que toman nuestro dinero, que nosotros ganamos en otros países, y así, por un proceso de tráfico (que cambia de acuerdo con el transcurso del tiempo), cada uno en lo individual complace al otro y todos ejecutan el mecanismo total del comercio, que languidecerá siempre que la armonía de su salud sea perturbada por enfermedades de excesos en nuestro propio país, violencia en el extranjero, cargas o restricciones domésticas o en el extranjero; pero en este lugar solamente tengo oportunidad de hablar de las restricciones, lo que haré brevemente.

Hay tres maneras por medio de las cuales un comerciante puede obtener la utilidad de sus mercancías de ultramar, es decir: en dinero, en mercancías o por el cambio: pero la ordenanza de empleos no sólo restringe el dinero (en lo que hay una aparente prudencia y justicia) sino también el uso del cambio por letras, lo cual francamente viola las leyes del comercio y es ciertamente un acto sin ejemplo en ningún lugar del mundo en que practicamos el comercio y, en consecuencia, debe tomarse en cuenta que cualquier acto (de esta naturaleza) que impongamos a los extranjeros aquí, se convertirá en ley para nosotros inmediatamente en su propio país, especialmente donde tenemos más grande comercio y nuestros atentos vecinos no omiten cuidado ni ocasión para sostener su tráfico con los mismos privilegios que otras naciones. Y así, en primer lugar, estaremos desprovistos de la libertad de medios que tenemos ahora para traer riqueza al reino y de esa manera igualmente perderemos la salida de muchos artículos que llevamos a diversas comarcas, con lo que nuestro comercio y nuestra riqueza decaerán juntamente.

En segundo lugar, si por la ordenanza mencionada imponemos la exportación de nuestros artículos (más que de ordinario) al extranjero, entonces debemos tomarlos de los ingleses, lo cual sería perjudicial a nuestros comerciantes, marinos y navíos, además de dañoso a la república, al vaciar las existencias del reino hacia el extranjero a precios mucho menores aquí de lo que podríamos hacerlo si se las vendiéramos en su propio país, como se muestra en el capítulo tercero.

En tercer lugar, como ya lo hemos demostrado suficientemente, sin nuestras mercancías son superadas en valor por los artículos extranjeros, nuestro dinero tiene que salir. ¿Cómo es posible evitar esto atando las manos a los extranjeros y dejando libres las de los ingleses? ¿No motivarán las mismas razones y ventajas que ellos hagan ahora lo que fue hecho antes por otros? O, si hiciéramos una ordenanza (sin ejemplo) para prevenir ambos casos por igual, ¿no se perdería todo inmediatamente, lo derechos aduanales del rey y las ganancias del reino? Pues semejantes restricciones destruirían necesariamente mucho tráfico, a causa de la diversidad de ocasiones y lugares que hace que un comercio amplio requiera que algunos exporten e importen mercancías, que otros exporten solamente y que otros importen; que unos envíen su dinero en cambio y otros lo reciban; que algunos lleven dinero, que otros lo traigan y esto en mayor o menor cantidad de acuerdo con la buena producción agrícola o el exceso en el reino, la cual solamente si tenemos una ley estricta regirá lo demás y sin ella todos los otros estatutos no serán normas ni para conservar ni para procurarnos riqueza.

Por último, para no dejar objeciones sin contestar, si se dijera que un estatuto que comprendiera a los ingleses así como a los extranjeros debería de toda necesidad conservar nuestro dinero en el reino, ¿qué ganaríamos con esto si ello impide la entrada de dinero al decaer el abundante comercio impide la entrada de dinero al decaer el abundante comercio que tenemos disfrutando de libertad? ¿No es el remedio mucho peor que la enfermedad? ¿No viviríamos más bien como irlandeses que como ingleses, cuando las rentas del rey, las de nuestros comerciantes, nuestros marineros, nuestros navieros, nuestros artesanos, nuestras tierras, nuestras riquezas y todo decayera juntamente con nuestro comercio?

Ciertamente, pero, dicen algunos, tenemos mejores esperanzas que eso, porque los propósitos de la ley son que como todos los artículos extranjeros que son traídos deberán ser empleados para nuestro provecho, para así conservar nuestro dinero en el reino, de tal manera que no debemos vacilar sino remitir suficiente cantidad de nuestros propios artículos y sobre todo, traer su valor en dinero efectivo.

Aunque esto es contradicho absolutamente por la razón antes asentada, sin embargo, ahora convendremos en ello, porque deseamos terminar la disputa, pues si fuere cierto que otras naciones emplearan más de nuestros productos de lo que nosotros consumimos de los suyos en valor, entonces afirmo que el exceso debería necesariamente volver a nosotros en riqueza, sin el uso del estatuto, el que, en consecuencia, no solamente sería inútil sino perjudicial como resultan ser algunas otras restricciones parecidas cuando son inventadas del todo.

Capítulo XI

No incrementará nuestra riqueza imponer a los comerciantes que exportan pescado, maíz o municiones que restituyan todo o parte de su valor en dinero.

Las vituallas y municiones para la guerra son tan apreciadas en una república, que parece conveniente restringir del todo su exportación, o (si su abundancia lo permite) obligar a que los pagos provenientes de ella se hagan en otro tanto de moneda, lo que parece ser razonable y carente de dificultades, pues España y otros países, de buen grado se deshacen de su dinero por aquellos artículos, aunque en otras operaciones de comercio prohiban terminantemente la exportación de él; todo lo cual concedo que es cierto; pero, no obstante eso, debemos considerar que todos los medios y recursos que (en el proceso comercial) compelen a la riqueza a entrar al reino, no la hacen nuestra por esta razón, pues esto puede lograrse solamente por una ganancia legítima y ésta de ninguna manera puede alcanzarse sino por el excedente de nuestro comercio, y este excedente disminuye con las restricciones; de consiguiente tales restricciones positivamente impiden el incremento de nuestra riqueza. El argumento es sencillo y no necesita demás razonamiento para darle fuerza, a menos que alguien sea bastante presuntuoso para pensar que la restricción no motivará el que se exporten menos efectos. También debe concederse, igualmente, que imponer al comerciante que traiga dinero a cambio de vituallas y municiones exportadas, no originará el que tengamos un centavo en el reino al fin del año, porque cualquiera que sea obligado a seguir un método se verá forzado a descubrir otro de nuevo, porque permanecerá y quedará con nosotros lo que se ha ganado e incorporado a la riqueza del reino por el excedente del comercio.

Esto puede hacerse evidente con un ejemplo tomado de un inglés que tuvo oportunidad de comprar y consumir artículos de varios extranjeros por valor de seiscientas libras esterlinas y que teniendo artículos de su propiedad por valor de mil libras, las vendió a esos extranjeros e inmediatamente obligó a todo el dinero de ellos a pasar a su propio poder, pero al liquidar la cuenta entre todos, quedaban solamente cuatrocientas libras al inglés del cuento, por el excedente de mercancías compradas y vendidas, así es que el resto de lo que había recibido fué devuelto a donde él lo tomó. Esto bastará para demostrar que cualquiera que sea el camino que tomemos para forzar al dinero a entrar al reino, sin embargo, permanecerá con nosotros solamente tanto como hayamos ganado por la naturaleza de nuestro comercio.

Capítulo XII

La depreciación de nuestro dinero que se entrega o se recibe por medio de letras de cambio aquí o allende los mares no puede hacer disminuir nuestra riqueza.

El intercambio entre comerciantes por letras es un recurso y práctica por medio del cual aquellos que tienen dinero en un país pueden entregar el mismo para recibirlo de nueva cuenta en otro país, a determinado tiempo e interés convenidos de antemano, con lo cual el que da dinero prestado y el que lo recibe quedan ajustados, sin transporte de tesoros de estado a estado.

Estos cambios hechos en esta forma entre hombre y hombre no se arreglan a valor igual de las monedas, de acuerdo con sus pesos y ley respectivas: primero, porque el que entrega su dinero toma en cuenta el riesgo de la deuda y el plazo de vencimiento; pero lo que causa una desestimación o una sobrestimación del dinero por el cambio, es la abundancia o escasez de él en aquellos lugares en que se hace el cambio. Por ejemplo, cuando aquí hay abundancia de dinero que debe librarse a Amsterdam, entonces nuestra moneda será devaluada en el cambio, porque aquellos que reciben el dinero, viéndolo tan abundantemente ofrecido, sacan provecho de esa circunstancia para sí mismos, recibiéndolo con devaluación.

Por el contrario, cuando aquí hay escasez de dinero para ser entregado en Amsterdam, el girador hará la misma ganancia, encareciendo nuestro dinero que él entrega.

Así vemos que como la abundancia o la escasez de dinero en una república hace a todas las cosas caras o muy baratas, así en el proceso del cambio tiene siempre un efecto contrario, por lo que es conveniente anotar a continuación las verdaderas causas de este efecto.

Como la escasez o abundancia de dinero evidentemente hacen al precio del cambio alto o bajo, así el exceso o el defecto en nuestra balanza de comercio origina eficazmente la abundancia o la escasez de dinero. Y aquí debemos explicar que la balanza de nuestro comercio es, ya sea general o particular. Es general cuando todo nuestro tráfico anual es estimado en conjunto, como lo he expuesto con anterioridad; es particular cuando nuestro comercio con Italia, Francia, Turquía, España y otros países es considerado individualmente y de esta última manera descubrimos perfectamente los lugares donde nuestro dinero está devaluado o encarecido en el cambio, pues aunque nuestras exportaciones anuales de mercancías en general pueden ser mayores en valor de las que son importadas, por lo que la diferencia se nos compensa en cantidad igual de dinero, sin embargo, en ramos particulares tiene efectos diversos, pues acaso los Países Bajos puedan traernos más en valor de lo que nosotros les vendamos, lo que en caso de no ser así, entonces inmediatamente los comerciantes de los Países Bajos no sólo se llevan nuestra moneda para equilibrar las cuentas entre nosotros, sino que también, por este medio, siendo el dinero abundante aquí y debiendo entregarse por el cambio, es devaluado consecuentemente por los que lo reciben, como he dicho antes. Por el contrario, si llevamos más mercancías a España y otros lugares de las que consumimos de ellos, entonces nos traemos su dinero e igualmente en el cambio entre comerciantes sobrestimaremos nuestro propio dinero.

A pesar de esto hay todavía quienes pretenderán aclararlo demostrando que la devaluación de nuestra moneda por el cambio la lleva fuera del reino, pues, dicen, vemos diariamente grandes cantidades de nuestras monedas inglesas sacadas y que circulan en los Países Bajos y resulta en gran ventaja llevarlas allí, para evitar la pérdida que los habitantes de los Países Bajos tienen en el cambio, pues si cien libras esterlinas entregadas aquí son tan devaluadas que noventa libras de la misma moneda legal entregadas in specie fueran suficientes para devolver y librar plenamente las indicadas cien libras en Amsterdam, ¿no es entonces (dicen) la devaluación de nuestra moneda lo que ocasiona que salga del reino?

A esta objeción daré una respuesta amplia y clara demostrando que no es la devaluación de nuestro dinero en el cambio sino el que nuestro comercio sea superado lo que origina la salida de nuestro dinero. Supongamos que todo nuestro comercio con los Países Bajos de artículos traídos a este reino sea hecho solamente por los holandeses, por valor de quinientas mil libras esterlinas anuales, y que todas nuestras mercancías, transportadas únicamente por los ingleses a los mencionados Países Bajos, sean por valor de cuatrocientas mil libras anuales; ¿no es evidente entonces que los holandeses pueden permutar solamente cuatrocientas mil libras con los ingleses sobre el par pro pari o valor igual de las monedas legales respectivas? En consecuencia las otras cien mil libras esterlinas, que es la diferencia del tráfico, deben necesariamente ser transportadas en dinero y exactamente la misma pérdida de capital deberá ocasionarse si no se permitiera el cambio, porque habría aún cien mil libras esterlinas de pérdida al llevar los holandeses nuestra moneda por sus mercancías y al traer nosotros sus monedas extranjeras por nuestras mercancías.

Agregamos todavía otro ejemplo fundado en la proporción antedicha de tráfico entre nosotros y los Países Bajos. Los holandeses (como se asienta antes) pueden permutar con los ingleses por valor de cuatrocientas mil libras esterlinas y no más sobre el valor igual de su dinero, porque los ingleses no tienen más medios de pago. Empero, supongamos ahora que con relación a la abundancia de dinero que en este caso estará aquí en las manos de los holandeses para ser entregado en cambio, y que nuestra moneda (de acuerdo con lo que ya se ha dicho) sea devaluada diez por ciento, luego es manifiesto que los holandeses deben entregar cuatrocientas cuarenta mil libras esterlinas que los ingleses tengan cuatrocientos mil libras en los Países Bajos, de tal manera que entonces quedarán solamente sesenta mil libras esterlinas para que las lleven los holandeses fuera del reino a fin de equilibrar la cuenta entre ellos y nosotros. Por esto podemos claramente percibir que la devaluación de nuestro dinero en el cambio, no lo sacará del reino, como algunos suponen, sino que más bien es un medio para que se exporte en menor cantidad de lo que se haría al par pro pari.

Además, supongamos que el comerciante inglés exporte tantas mercancías en valor como el comerciante holandés importe, por lo que son iguales los medios de pago entre ellos por el cambio, sin ninguna salida de dinero para perjuicio de uno u otro estado. Y que, sin embargo, el comerciante holandés, por su ventaja o conveniencia rechaza este medio de cambio y decide enviar parte de su producto en dinero efectivo.

A lo cual la contestación es que a esto debe seguir necesariamente que los holandeses necesitarán exactamente tantos medios de cambio con los ingleses como los holandeses lleven de este reino, y aquéllos estarán obligados a traer sumas equivalentes de dinero de ultramar, de tal manera que podemos percibir claramente que las monedas que son llevadas de nosotros en la balanza de nuestro comercio, no son importantes, pues de nueva cuenta regresan a nosotros y perdemos únicamente el dinero que cubre el excedente del comercio general, es decir, aquello que gastamos de más en valor de artículos extranjeros de lo que ponemos en circulación de nuestras propias mercancías. Lo contrario de esto es el único medio por el cual obtenemos nuestra riqueza. Es en vano, en consecuencia, que Gerardo Malynes haya trabajado tanto y en tantos libros impresos para hacer creer al mundo que la devaluación de nuestra moneda en el cambio agota nuestro tesoro, lo cual es una pura falacia, que consiste en atribuir a causas secundarias aquellos efectos que son producidos por otras más eficientes, lo que acontecería igualmente aunque dichas causas secundarias no existieran. También ha propuesto un remedio igualmente inútil, conservar el precio de cambio por letras, al par pro pari, por orden de la autoridad, que sería una oficina inventada sin semejante en ningún lugar del mundo y que no solamente sería improductiva sino también perjudicial, como se ha demostrado ampliamente en este capítulo, por lo que, en consecuencia, continuaré con el próximo.

Capítulo XIII

El comerciante que es un simple cambista de dinero por medio de letras no puede aumentar o disminuir nuestra riqueza.

Hay algunos comerciantes que trafican solamente con las ventajas del cambio y que ni exportan ni importan efectos al reino, lo que ha motivado que algunos afirmen que el dinero que esos simples cambistas traen o llevan del reino no está comprendido en la balanza de nuestro comercio exterior, porque (según afirman) a veces, cuando nuestra moneda legal ha sido devaluada y entregada aquí para Amsterdam al 10 por ciento menos que el valor equivalente de la moneda legal respectiva, dicho simple cambista puede tomar aquí mil libras esterlinas y exportar solamente novecientas de ellas in specie, lo que será suficiente para pagar su letra de cambio, y de esta manera, en sumas mayores o menores, se hace una ganancia semejante en un plazo de tres meses.

Pero a esto debemos tener presente que, aunque este simple cambista no trafique en artículos, sin embargo, el dinero que saca de la manera antes asentada necesariamente debe proceder de aquellos artículos que son traídos al reino por los comerciantes. De suerte que aun así esto cae en la balanza de nuestro comercio exterior y produce el mismo efecto como si el comerciante mismo se hubiera llevado ese dinero, lo que debe hacer si nuestras mercancías son superadas por las extranjeras, como sucede cuando nuestro dinero es devaluado, lo que se explica más ampliamente en el capítulo 12.

Y por el contrario, cuando el simple cambista (por dichas ventajas) traiga dinero al reino, no hará más que lo que debe hacer necesariamente el comerciante mismo cuando nuestra mercancías superen los artículos extranjeros. En estos casos algunos comerciantes mejor pierden al entregar su dinero devaluado en el cambio, que correr todo el riesgo por ley, lo que, sin embargo, harán por ellos estos simples cambistas, en su esperanza de lucro.

Capítulo XIV

Las hazañas admirables que se atribuyen a los banqueros y a los cambistas.

Aunque ya he escrito algo concerniente al mercado de cambios y al mismo tiempo a la devaluación de nuestro dinero, a sus verdaderas causas y efectos y al simple cambista, sin embargo, no será inoportuno continuar este tema un poco más extensamente aún y de esta manera no solamente fortalecer nuestros argumentos, sino también evitar algunos errores sutiles que pudieran embaucar al lector inexperto de libros tales como Lex mercatoria, p. 409 y El sostenimiento del libre cambio, p. 16, en los cuales el autor, Gerardo Malynes, relata las hazañas admirables (como él las llama) que se realizan por los banqueros y los cambistas, por el uso y el poder del cambio; pero pasa por alto del todo cómo pueden hacerse estas maravillas, dejando al lector en una extraña impresión de estos misterios obscuros. No puedo creer que haga esto por falta de conocimiento, pues lo considero competente en muchas cosas que ha tanto escrito como compilado con relación a los negocios de los comerciantes y en particular diserta hábilmente acerca de los diversos usos, formas e incidentes del cambio, por todo lo cual merece muchas alabanzas pues se ha esmerado en ello por el bien de los demás; pero donde ha ocultado su propio conocimiento sofísticamente para llevar adelante algunos fines particulares con perjuicio del bien general debe ser descubierto y obstruccionado, y en esta disertación acerca de la riqueza me considero obligado, y en consecuenta trato de cumplir con ello, a mostrar las causas y medios verdaderos por los cuales se hacen estas maravillas que Malynes atribuye al poder único del cambio.

Pero primero considero conveniente describir en orden las hazañas particulares como aparecen en sus libros mencionados.

Las admirables hazañas que se hacen por los cambistas

1. Colocar su dinero con ganancia en cualquier lugar del mundo donde se hace algún cambio.

2. Ganar y enriquecerse y nunca entrometerse con los productos de los príncipes.

3. Comprar cualquier producto del príncipe y nunca traer ni un centavo ni nada que lo valga al reino; pero hacer aquello con el dinero de los súbditos.

4. Enriquecerse y vivir sin correr riesgos en el mar, o sin trabajar.

5. Hacer grandes proezas teniendo crédito, aunque no se sea digno de él.

6. Saber si en apariencia su dinero empleado en el cambio será más productivo que en la compra de efectos.

7. Conocer con exactitud lo que los comerciantes ganan en la compra y venta de mercancías.

8. Vivir y prosperar a costa de todos los súbditos del príncipe que continuamente reciben dinero por cambio, ya sea que ganen o no.

9. Sacar del reino todo el dinero del príncipe cuyos súbditos importen más artículos de los que exportan del país.

10. Hacer ir la corriente del dinero hacia donde el príncipe rico tendrá que hacerlo traer, y pagar por ello.

11. Desposeer al príncipe pobre de sus existencias de dinero, para conservar sus artículos bajo dinero a rédito, si el enemigo lo solicita.

12. Proveer a sus necesidades de dinero demorando la venta de sus mercancías en cualquier contrato hasta que las hagan llegar a su precio.

13. Conseguir dinero para acaparar cualquier mercancía ya sea acabada de llegar o de la que haya alguna existencia, para monopolizar todo el comercio de ese efecto en sus propias manos a fin de vender una y otra a su conveniencia.

14. Disimular el que se lleven el dinero de cualquier príncipe.

15. Llevarse el dinero de ley de un príncipe con su propio dinero de baja ley, o de otros príncipes.

16. Tomar el dinero de baja ley de un príncipe y convertirlo en su dinero de ley, pagando al vendedor con el suyo propio, ganando también.

17. Tomar a crédito en sus propias manos por cierto tiempo todo el dinero que los comerciantes tengan que pagar, pagándoles con el suyo propio, y lucrar también.

18. Hacer que el país gane de todos los otros en que los súbditos viven más de sus propios productos y venden a los demás el excedente anual, ocupando todo ese aumento anual así como su existencia previa de capital en el cambio.

19. Arruinar países y príncipes que no vean por su república, cuando la riqueza de los comerciantes es tal que las grandes casas se juntan para conspirar a fin de regular el cambio, para que cuando ellos sean los que entreguen mercancía, reciban en otras comarcas moneda de buena ley del príncipe adquirente y cuando sean los adquirentes, paguen el importe en otro lugar que tenga una unidad de moneda inferior al del dinero que toman del príncipe.

20. Obtener dinero efectivo para comprar cualquier producto que se ofrezca barato.

21. Conseguir dinero efectivo para ganar cualquiera oferta ventajosa de las manos de otro y así, al mejorar el precio de otros, hacer subir frecuentemente el de las mercancías.

22. Tomar una parte, y a veces todas sus ganancias, del dinero empleado en el cambio de artículos, haciendo así trabajar a otros para su provecho.

23. Impedir que los príncipes tengan derechos aduanales, subsidios o impuestos sobre su dinero, cuando no lo emplean.

24. Valuar justamente cualquier artículo que lleven a cualquier país, ofreciéndolo a ese valor, como estaba entonces por el cambio el dinero que lo compró, en el país a donde lo llevan.

Si tuviera deseo de extenderme en la explicación de estas maravillas, me proporcionarían asunto suficiente para escribir un gran volumen; pero mi propósito es hacerlo tan brevemente como pueda, sin oscuridad. Antes de que comience no puedo dejar de reírme al pensar cómo un abogado respetable puede ser desalentado en sus plausibles estudios, cuando vea más astucia en la Lex mercatoria, en una pequeña parte de la profesión del comerciante, que en todos los casos legales de sus autores eruditos, pues el cambio llega a más que a hechizo. En verdad pienso que ni el doctor Fausto ni su caballo Banks podrían nunca haber hecho tan admirables hazañas, aunque sea seguro que tengan un diablo en su ayuda; pero nosotros los comerciantes no tratamos con semejantes espíritus ni nos gusta que se crea que somos ejecutores de falsas maravillas y, por lo tanto, me propongo demostrar aquí la claridad de nuestros manejos (en estas supuestas hazañas) por ser conveniente al plausible proceso del comercio.

Examinemos la primera: Cómo puede colocarse nuestro dinero con ganancia en cualquier lugar del mundo donde se practique el cambio. ¿Cómo puede hacerse esto (se preguntarán algunos) en Amsterdam, donde la pérdida por el cambio es a veces ocho o diez por ciento más o menos, por el uso del dinero durante un mes? La respuesta es que aquí debo considerar primero que la causa eficiente principal de esta pérdida es un mayor valor en los efectos traídos de Amsterdam que los que llevamos allí, que resulta en un mayor número aquí de los que entregan que los que reciben, por cambio, con lo que el dinero es devaluado con ganancia para el que lo recibe, por lo que el que entrega, antes que perder con su dinero, toma en cuenta esos países a los que llevamos más mercancías en valor de las que recibimos de ellos, por ejemplo; España, Italia y otros, lugares en los cuales está seguro (por las razones mencionadas antes) que entregará su dinero con ganancia. Pero, se dirá ahora que el dinero está más lejos de Amsterdam que antes ¿cómo se podrá obtener en junto? Bastante bien y mientras más lejos resultará el camino más cercano a la patria, si viene al fin con buena ganancia; la primera parte de la cual será hecha como hemos supuesto en España, y al considerar entonces donde hacer una segunda ganancia, y encontrar que los florentinos envían un mayor valor en tela de oro o de plata o seda cruda y satenes a España de la que reciben en vellón, cueros de las Islas Occidentales, azúcar y cochinilla, sé que no puedo fallar en mis propósitos al entregar mi dinero para Florencia; por donde (haciendo aún la misma suposición) dirijo mis actividades de allí a Venecia y así encuentro que mi próxima ganancia debe ser en Franckfort o en Amberes, hasta que por fin llegue a Amsterdam por el camino más corto o más largo, de acuerdo con las oportunidades de ganancia que me proporcionen las ocasiones y lugares. Así vemos una vez más que la ganancia y la pérdida en el cambio es guiada y regida por el exceso o el defecto de la balanza de los diferentes ramos de comercio que predominan y operan, haciendo el precio del cambio alto o bajo, el que, por lo tanto, es pasivo, al contrario de lo que repite con tanta frecuencia el mencionado Malynes.

A los puntos segundo, cuarto, decimocuarto y vigésimo tercero, digo que todas estas son las acciones propias del simple cambista, y que sus actos no pueden producir ni beneficio ni perjuicio a la república; ya lo he demostrado ampliamente en el capítulo anterior y por lo tanto puedo ahorrarme aquí ese trabajo.

Al tercero digo que es cierto que puedo entregar mil libras esterlinas aquí por cambio para recibir su valor en España, en donde con este dinero español puedo comprar y traer otro tanto de artículos españoles; pero todo esto no prueba sino que, en último término, el dinero o las mercancías inglesas deben pagar por dichos artículos, pues si entrego mis mil libras esterlinas aquí a un inglés, me debe pagar en España, bien sea con artículos ya remitidos o por remitir allí, o, si lo entrego aquí a un español, lo toma de mí con el propósito de emplearlo en nuestras mercancías, de tal manera que de cualquier modo debemos pagar al extranjero por lo que recibimos de él. ¿Hay en todo esto alguna hazaña digna de nuestra admiración?

Al quinto, decimotercero, vigésimo y vigesimoprimero debo contestar que todas estas maravillas a raudales, donde quiera que sucedan, son una misma en formas diversas y tan nimias también que cualquier idiota las conoce y puede decir que todo el que tiene crédito puede contratar, comprar, vender y tomar gran cantidad de dinero por el cambio, lo cual puede hacer también fácilmente a interés; con todo, en estos asuntos no hay siempre ganadores, pues a veces algunos pierden, así como los que tienen poco crédito.

Al sexto y séptimo puntos, que es un tema sin importancia, pues cuando conozco los precios corrientes de mis artículos, tanto aquí como en el extranjero, puedo fácilmente conjeturar cuál será mayor ganancia, si la del cambio o la que espero obtener de mis artículos. Y aún más, como todo comerciante sabe bien lo que gana en los artículos que compra y vende, cualquier otro puede hacer lo mismo con tal de que sepa cómo el referido comerciante ha procedido; pero ¿qué hay en todo esto que nos haga admirar el cambio?

Al octavo y al decimosegundo hay que decir que como los banqueros y los cambistas de hecho proveen de dinero a la gente para estas oportunidades, así proceden igualmente los que prestan su dinero a interés con las mismas esperanzas e iguales ventajas, las cuales, sin embargo, muchas veces fracasan, así como los prestatarios a menudo trabajan en provecho únicamente de los prestamistas.

Al noveno y al decimoctavo, que mi autor tiene aquí un significado secreto o que, consciente de sus propios errores, señala estas dos maravillas con una mano en el margen, pues, ¿por qué ha de ser atribuida al cambio esta gran obra de enriquecer o empobrecer a los reinos, lo que sucede únicamente en los casos en que la balanza de nuestro comercio exterior sube o baja, como ya he expuesto con tanta frecuencia y como las palabras mismas del propio Malynes en estos dos lugares pueden insinuar a un lector juicioso?

Al decimoquinto y al decimosexto confieso que el cambio puede ser empleado en convertir moneda baja en oro o plata, como cuando un extranjero puede acuñar y traer una gran cantidad de cuartos de penique, que en poco tiempo puede hacer circular, o convertir en moneda buena y entonces entregar la misma aquí por cambio, para recibir el valor en su propio país, o puede hacer lo mismo llevando dicho dinero in specie, sin usar del cambio para nada, si se atreve a arriesgar el castigo de la ley. Los españoles saben bien quiénes son los monederos falsos conocidos de la cristiandad, que se atreven a traer cantidades de moneda de cobre con el sello español y llevar el valor en buenos reales de a ocho, en lo cual, no obstante sus maquinaciones ingeniosas, a veces son sorprendidos.

Al decimoséptimo hay que decir que los banqueros están siempre dispuestos a recibir las sumas de dinero que se pongan en sus manos por hombres de todas condiciones, que no tienen habilidad ni medios apropiados para manejar por sí mismos, con beneficios, esas sumas en el cambio. Es asimismo cierto que los banqueros realmente vuelven a pagar a todo el mundo con su propio dinero, y sin embargo, se reservan buenas ganancias para sí mismos, las cuales justamente merecen por su provisión y concesión, igual que aquellos factores que compran o venden a comisión por cuenta de comerciantes; y ¿no es esto igualmente justo y muy frecuente al mismo tiempo?

Al undécimo debo confesar que aquí indudablemente hay una proeza y consiste en que un príncipe pobre mantenga ya sea sus guerras o sus mercancías (tomo las dos juntas, pues el autor las considera de ambos modos diferentes en sus dos libros mencionados) con dinero a interés, porque ¿qué necesidad tiene el enemigo de dicho príncipe pobre de entendérselas con los banqueros para decepcionarlo o quitarle su dinero, en momento de necesidad, cuando el interés mismo hará esto con suficiente prontitud? Así pues, dejo este punto sin importancia.

Al número decimonoveno digo que he vivido por mucho tiempo en Italia, en donde negocian los bancos y banqueros más grandes de la cristiandad, y sin embargo, nunca pude ver ni oír que pudieran o estuvieran en posibilidad de determinar el precio del cambio haciendo una alianza; sino que, una vez más, la abundancia o la escasez de moneda en las operaciones de comercio siempre los domina y hace a los cambios estar a tipos altos o bajos.

Al vigesimosegundo, que el cambio por letras entre comerciante y comerciante en las operaciones mercantiles no puede perjudicar a los príncipes en sus derechos aduanales e impuestos, pues el dinero que un hombre entrega porque no espera tener o no tiene oportunidad de emplearlo en mercancías, otro hombre lo toma, ya sea porque espere emplearlo o ya lo haya empleado en mercancías. Pero es cierto que cuando la riqueza de un reino consiste en gran parte en dinero efectivo y que también existen en él buenas oportunidades y ventajas en comerciar con el mismo y con países extranjeros, ya sea por mar o por tierra o por ambos de estos medios, si se descuida este comercio, entonces el rey perderá esas ganancias y si el cambio fuera la causa de ello deberíamos saber de qué manera opera, ya que podemos practicar el cambio bien sea entre nosotros mismos o con extranjeros; pero si es entre nosotros mismos, de esa manera no se puede enriquecer la república, pues la ganancia de un súbdito es la pérdida de otro. Ahora bien, si practicamos el cambio con extranjeros, entonces nuestro provecho viene a ser la ganancia de la república y, sin embargo, por ninguno de estos medios puede el rey recibir ningún beneficio en sus aduanas. Busquemos, en consecuencia, los lugares en donde se acostumbre ese cambio y determinemos las razones por las cuales se permite esta práctica, investigando lo cual encontraremos solamente un lugar de renombre en toda la cristiandad, que es Génova, acerca de la que me propongo decir algo tan brevemente como pueda.

El estado de Génova es pequeño y no muy fértil, tiene poca riqueza natural o materias primas para darle empleo al pueblo, ni tampoco víveres suficientes para alimentarlo; pero, sin embargo, por su industria de tiempo antiguo y por su comercio con Egipto, Siria, Constantinopla y todos esos lugares de Levante productores de especias, drogas, sedas crudas y muchos otros ricos artículos de los cuales abastece a la mayor parte de Europa, se enriquecieron increíblemente dando vida y fuerza a sus ciudades, pompa y singular belleza a sus edificios. Pero después de la fundación y engrandecimiento de la famosa ciudad de Venecia, dicho comercio tomó ese camino y desde entonces igualmente la mayor parte de él llegó a Inglaterra, España y los Países Bajos, navegando directamente de las Indias Orientales, alteraciones en el tráfico que obligaron entonces a Génova a cambiar sus operaciones de comercio de artículos en cambio de dinero, que para su ventaja desparramó no solamente en diversos países en donde el comercio se hacía con mercancías, sino más especialmente para así satisfacer las necesidades de los españoles en Flandes y en otros lugares, para sus guerras, por lo cual los comerciantes privados se enriquecieron mucho; pero el tesoro público por este medio no aumenta y las razones por las que la república de Génova sufre esos inconvenientes son las siguientes.

Primero y principalmente está forzada a abandonar aquellas transacciones que no puede impedir a otras naciones, que tienen mejores recursos por su situación, productos, marina, municiones y otras cosas semejantes para llevar adelante este negocio con más ventaja de lo que ella es capaz de hacerlo.

En segundo lugar procede como un estado experimentado, que retiene aún tanto comercio como puede, aunque no esté capacitado para procurarse la vigésima parte de lo que tenía, pues teniendo pocas o ninguna materia prima propia para dar empleo a su pueblo, sin embargo, suplen esta carencia por el vellón de España y las sedas crudas de Sicilia, convirtiéndolas en terciopelos o damascos, satenes, paños y otras manufacturas.

En tercer lugar, en vista de que no encuentran medios en su propio país para emplear y cambiar su gran riqueza con provecho, se contentan con hacerlo en España y otros lugares, ya sea en mercancías o cambiando su dinero con ganancia a los comerciantes que trafican luego en artículos y así, aunque vivan en el extranjero por algún tiempo recorriendo el mundo para obtener ganancias, sin embargo, en último término se concentra este provecho en su propio país nativo.

Por último, siendo el gobierno de Génova una aristocracia, están seguros de que, aunque el pueblo gane poco, sin embargo, si sus comerciantes privados ganan mucho de los extranjeros, prosperarán bastante, porque los tesoros más ricos y más seguros de un estado libre son las riquezas de la nobleza (que en Génova son comerciantes), que descendieron así, no de una monarquía en donde entre los ingresos de un príncipe y los medios de los particulares hay la distinción de meum e tuum, sino en las aventuras y peligros de una república o comunidad, donde la libertad y el gobierno pueden cambiarse en servidumbre, y en la que la esencia misma del particular es la riqueza pública, lista para ser empleada junto con sus vidas en defensa de su propio soberano.

Al vigesimocuarto Si un comerciante comprara mercancías aquí con intenciones de remitirlas a Venecia y después valuarlas según esté el cambio con Londres, puede encontrarse completamente equivocado en sus cálculos, pues antes de que sus artículos lleguen a Venecia, tanto el precio de ellos como el tipo de cambio pueden variar mucho; pero si lo que el autor quiere decir es que esta valuación puede hacerse después de la llegada de los objetos y de su venta en Venecia y que el dinero se remite hacia acá por cambio, o que en otro caso, el dinero que compró las dichas mercancías aquí puede valuarse según haya estado el cambio en aquel momento entre este lugar y Venecia. ¿No es todo esto un asunto común y sencillo, y no merecedor de colocarse en el número de las hazañas admirables?

Al décimo debo decir que aunque un príncipe rico tiene gran poder, sin embargo, no hay poder en todos los príncipes ricos para hacer pasar la corriente del dinero donde les plazca, pues el mercado de cualquier cosa no se establece donde se puede obtener, sino donde la cosa, más que todo, es abundante. Por todo esto podemos generalmente decir que los españoles, con relación a sus grandes tesoros de las Indias Occidentales, tienen la fuente o el mercado del dinero, que ellos hacen que se mueva o corra a Italia, Alemania, los Países Bajos u otros lugares donde la oportunidad lo requiere, ya sea en paz o en guerra. Tampoco es esto efectuado por ningún poder especial del cambio, sino por medios y métodos diversos que convienen a aquellos lugares en donde debe emplearse el dinero; pues si el uso de él debe hacerse en los confines de Francia para sostener allí una guerra, entonces puede con toda seguridad ser remitido in specie, en carruajes, por tierra; si es para Italia, en galeones, por mar; si es para los Países Bajos, en navíos, también por mar, pero aun con más peligros en vista de sus poderosos enemigos en ese paso. Por esta razón, en estas situaciones, aunque el cambio no es absolutamente necesario, es, sin embargo, muy útil, y en vista de que la necesidad de los españoles de mercancías de Alemania y de los Países Bajos es mayor en valor que los artículos españoles que se introducen en esos países, en consecuencia el rey de España no puede ser abastecido allí por sus propios súbditos de dinero por cambio, sino que está y ha estado por mucho tiempo obligado a transportar una gran parte de sus tesoros en galeones para Italia, en donde los italianos, y entre ellos los comerciantes de Génova especialmente, lo reciben y vuelven a pagar el valor de ello en Flandes, a lo que están posibilitados por su gran tráfico en muchas mercancías que envían continuamente de Italia a esos países y los lugares próximos, en donde los italianos no ganan un gran valor en artículos, sino que entregan su dinero por el servicio de España y reciben el valor por cambio, en Italia, de la riqueza española, que es llevada allí en galeones, como se anotó antes.

De tal manera que por esto podemos ver claramente que no es el poder del cambio el que aumentará la riqueza de la cual el príncipe rico la tomará, sino del dinero que procede de los artículos del comercio exterior que así vigorizan el cambio y reglamentan el precio de él, alto o bajo, de acuerdo con la abundancia o la escasez de dicho dinero, lo cual (en esta disertación y en varias ocasiones creo que lo he repetido casi tan frecuentemente como Malynes en sus libros) hace del cambio una parte esencial del comercio, parra hacerlo activo, predominante, determinando el precio de los artículos y del dinero, y siendo vida, espíritu y ejecutor de proezas admirables. Todo esto lo hemos expuesto brevemente y que nadie admire que él mismo no se haya tomado este trabajo, porque entonces no solamente debería borrar la gran opinión del cambio que se afanó en sostener, sino también, por un verdadero descubrimiento de la debida manera de operar de él, debería desechar totalmente su par pro pari, proyecto que (si se realiza) habría sido un magnífico negocio para los holandeses, con gran perjuicio para esta república, como se ha demostrado ampliamente en el capítulo doce.

Ahora, en consecuencia, dejamos al erudito abogado volver alegremente a sus libros de nuevo, pues el comerciante no puede derrotarlo si no tiene más ingenio del que hay en su cambio. ¿Son estas cosas proezas admirables, cuando pueden ser tan fácilmente conocidas y hechas en las operaciones del comercio? Pues bien, si entonces por este descubrimiento hemos tranquilizado el espíritu de los abogados y llegado a provocar su admiración, dejemos que tome su parte y que haga la defensa del par pro pari, pues este proyecto ha llevado a error a muchos y nos ha puesto en dificultades para explicar esos enigmas.

Pero, esperemos un momento, ¿puede todo esto pasar por natural para aclarar de esta manera un asunto que (dice el autor) ha sido tan seriamente condenado por ese famoso Consejo y esos dignos comerciantes de la reina Isabel, de bendita memoria, y también condenado por esos reyes franceses Luis IX, Felipe el Hermoso y Felipe de Valois, con la confiscación de los bienes de los banqueros? Debo confesar que todo esto requiere una contestación que en parte es hecha por el autor mismo, pues dice que la sabiduría de nuestro estado encontró el mal pero perdió el remedio y, sin embargo, cuál debe ser éste, nadie puede decirlo, pues nadie se lo ha propuesto, sino que todos practican y usan del cambio y se sostienen todavía hasta la fecha en la misma manera y forma en que lo hicieron en la época en que esas hazañas fueron descubiertas, porque el estado sabía bien que no necesitaba remedio donde no había enfermedad.

Ahora bien, ¿cómo podremos entonces estar en condiciones de explicar el proceder de los reyes franceses que condenaron rotundamente a los banqueros y confiscaron sus bienes? Pues demasiado bien, porque los banqueros pudieron quizá haber sido condenados por algún hecho en sus cambios en contra de la ley y, no obstante, su profesión puede continuar siendo legal, como lo es en Italia y en Francia misma, hasta la fecha. De ninguna manera concederemos, igualmente, que los bancos sean abolidos cuando los banqueros sean castigados, y, sin embargo, todo esto no prueba nada en contra de los cambistas porque los reyes y los estados decretan muchas leyes y súbitamente las repelen; hacen y deshacen. Los príncipes pueden equivocarse o bien Malynes está completamente en un error cuando calcula que son treinta y cinco los estatutos diferentes y otras ordenanzas dictadas por este estado en un plazo de trescientos cincuenta años a fin de remediar la decadencia del comercio, y, sin embargo, todas son defectuosas. Solamente su reforma del cambio o par pro pari es eficiente, si le creemos; pero estamos mejor enterados y por esa razón lo dejamos.

Puedo aquí aprovechar la ocasión para decir algo en contra de otro proyecto de la misma ralea que últimamente concurría al éxito de este par pro pari, como he sido verídicamente informado, el cual es el cambio repetido aquí en el reino de toda la plata, lingotes y monedas, extranjeras o esterlinas que deberían pasar únicamente por la oficina llamada El Cambio Real del Rey, o de sus delegados, pagándoles un centavo por cada noble[1], lo que puede levantar mucho para su beneficio privado y destruir más, con perjuicio público, pues haría decaer la acuñación del rey, despojaría al reino de mucha riqueza, reduciría a los súbditos su justa libertad y echaría por tierra completamente el valioso comercio de los orfebres, todo lo cual, siendo sencillo y fácil aun para los entendimientos escasos, omitiré extenderme más sobre estos detalles.

Capítulo XV

Que trata de algunos excesos y males de la república, que, sin embargo, no hacen decaer nuestro comercio ni nuestra riqueza.

No es mi intención excusar o en manera alguna atenuar el más pequeño exceso o mal en la república, sino, más bien, aprobar en sumo grado y alabar aquello que otros han dicho y escrito en contra de tales abusos. Sin embargo, en esta disertación acerca de la riqueza, como ya lo he expuesto afirmativamente, expondré cuáles son las verdaderas causas que pueden, ya aumentar, ya disminuir la riqueza, de tal manera que no es impertinente continuar mis declaraciones contrarias a aquellas enormidades y acciones que no pueden producir estos efectos, como alguien ha supuesto. Así pues, para enderezar estos importantes asuntos, si equivocamos la naturaleza de la enfermedad, siempre aplicaremos tales curaciones que retardarán, cuando menos, si no dificultan el remedio.

Comencemos, entonces, con la usura, que si se le pudiera convertir en caridad y que los ricos prestaran a los pobres gratuitamente, sería una obra agradable a Dios Todopoderoso y conveniente para la república; pero considerándola en la situación en que ahora está, ¿cómo podemos fundadamente decir que a medida que la usura aumenta así decrece el comercio? Pues aunque es cierto que algunos dejan el comercio y compran tierras, o ponen su dinero a interés para usarlo cuando sean ricos o viejos, o por otros motivos semejantes, sin embargo, de todo esto no se desprende que la cantidad del comercio deba disminuir, pues este proceder en el rico da oportunidad inmediatamente a los comerciantes más jóvenes y pobres, para el ejercicio de los cuales, si carecen de medios propios, pueden y de hecho lo toman a interés, de tal manera que nuestro dinero no queda inactivo, continúa el movimiento. ¿Cuántos comerciantes y tenderos han comenzado con poco o ningún capital propio y, sin embargo, se han enriquecido mucho traficando con el dinero de otros? ¿No sabemos que cuando las transacciones son rápidas y buenas, muchos, aprovechándose de su experiencia y teniendo crédito para pedir prestado dinero a interés, comercian por cantidad mucho mayor de lo que valen por su propio capital? Por la diligencia de estos hombres industriosos, los negocios de la república aumentan, el dinero de las viudas, de los huérfanos, de los abogados, de los caballeros y de otros que por sí mismos no tienen experiencia para hacerlo, se emplea en el movimiento del comercio exterior. Encontramos al presente que, no obstante la pobreza en que hemos caído por los excesos y las pérdidas de los últimos tiempos, con todo y que muchos hombres tienen mucho dinero en sus cofres y no saben cómo emplearlo, si el comerciante no lo toma a interés (aunque sea a tipo bajo) habría una paralización del comercio con España y con Francia, razón por la cual no podría emplear sus propios medios y mucho menos el dinero de otra gente, de tal manera que por esta razón y por otras que pudieran ser mencionadas, podríamos concluir negando a los que afirman que el comercio decrece cuando la usura aumenta, pues suben y bajan juntamente.

A mayor abundamiento, escuchamos a nuestros abogados condenar mucho las vejaciones y cargas del gran número de juicios, que excede los de todos los otros reinos de la cristiandad, pero si esto proviene de la avaricia de los abogados o de la perversidad de la gente, es una cuestión muy controvertida. Sea esto como fuere no llevaré mis investigaciones más adelante de lo que lo requiere nuestra presente disertación, concerniente a la decadencia de nuestro comercio y al empobrecimiento del reino. Estoy seguro que muchos juicios hacen a muchos hombres pobres y despojados; pero no puedo concebir bien cómo podría esto hacernos comerciar por una cantidad menor solamente en un centavo, pues aunque entre gran número de los que son vejados y arruinados por las controversias habrá siempre algunos comerciantes, de todas maneras sabemos que la pobreza de uno viene a ser la oportunidad de otro. Nunca había sabido yo hasta el presente que la disminución en nuestro comercio y en nuestra riqueza la ocasionara la falta de comerciantes o de recursos para emplearlos, sino más bien por el excesivo consumo en el país de artículos extranjeros o por baja en la venta al exterior de nuestras mercancías, causada ya sea por los ruinosos efectos de las guerras o por algunas alteraciones en los tiempos de paz, de lo cual he hablado más ampliamente en el capítulo tercero. Pero, para terminar con los abogados, digo que su noble profesión es necesaria para todos y sus casos, escritos, plazos y cargas son perjudiciales para muchos y estas cosas son, en verdad, llagas en los patrimonios de los particulares, pero no de la república, como algunos creen, pues la pérdida de uno viene a ser la ganancia de otro, queda en el reino y ojalá pudiera quedar exactamente en el lugar justo.

Por último, no toda clase de liberalidad o pompa debe evitarse, pues si llegáramos a ser tan frugales que usáramos pocos o ningún artículo extranjero, ¿cómo daríamos entonces salida a nuestras propias mercancías? ¿Qué sucedería con nuestros navíos, nuestros marinos, nuestras municiones, nuestros pobres artesanos y muchos otros más? ¿Esperamos que otros países nos proporcionen dinero por todas nuestras mercancías, sin que compremos o cambiemos alguno de sus productos? Esto resultaría una esperanza inútil; es más acertado y seguro llevar un paso mediano gastando moderadamente, lo que comprará tesoros en abundancia.

Una vez más, el lujo en los edificios, en los vestidos y en otras cosas parecidas en la nobleza, en la clase media y en otras personas de posibles no puede empobrecer al reino, si se hace con obras curiosas y caras, con nuestras materias primas y por nuestra propia gente, y mantendrá al pobre con la bolsa del rico, que es la mejor distribución de la riqueza común. Pero si alguien dijera que cuando el pueblo quiere trabajar entonces el comercio de pescaderías será un empleo mejor y de mucho más rendimiento, lo apruebo con gusto, pues en ese gran negocio hay medios suficientes para emplear tanto al rico como al pobre, acerca de lo cual se ha dicho y escrito mucho y falta solamente que algo se haga acertadamente para el honor y la riqueza, tanto del rey como de sus reinos.

Capítulo XVI

De cómo pueden elevarse equitativamente las rentas e ingresos de los príncipes.

Ya que hemos establecido los verdaderos medios por los cuales un reino puede enriquecerse; en seguida trataremos de exponer los métodos por los cuales un rey puede justamente participar en ello, sin perjudicar u oprimir a sus súbditos. Así como las rentas de los príncipes difieren mucho en cantidad, conforme a la grandeza, riqueza y comercio de sus respectivos dominios, así, igualmente, hay una gran diversidad de métodos de obtenerlas, de acuerdo con la constitución de los países, de los gobiernos y de las leyes y costumbres de los pueblos, que ningún príncipe puede alterar, si no es con gran dificultad y peligro. Algunos reyes tienen sus tierras de la corona, fruto primero de los beneficios eclesiásticos, de los derechos aduanales, de las contribuciones e impuestos sobre todo comercio hacia y de los países extranjeros, y préstamos, donaciones y subsidios en todas las ocasiones necesarias. Otros príncipes y estados, dejando permanecer los tres últimos, agregan a éstos un derecho aduanal sobre artículos nuevos transportados de una ciudad para ser usados en otra ciudad o lugar de su propio dominio; derecho aduanal sobre cada enajenación o venta de ganado, tierras, casas y las dotes y aportaciones matrimoniales de las mujeres, autorización de dinero o casas de avituallamiento y hosteleros, capitación, derecho aduanal sobre todo los granos, el vino, el aceite, la sal y otros artículos semejantes, que se producen y consumen en sus propios dominios, etc., etc., todo lo cual parece ser una multitud de gravámenes que sirven para enriquecer a los príncipes que los recaudan y para hacer al pueblo que los soportan pobre y miserable, especialmente en aquellos países en donde estas cargas son impuestas a tasas altas, al 4, 5 6 y 7 por ciento; pero cuando se toman en consideración debidamente todas las circunstancia y distinciones de lugares, se encontrarán no solamente necesarias, y en consecuencia legal que se les imponga en algunos estados, sino que también, en varios respectos, serán muy beneficiosas para la república.

En primer lugar hay algunos estados, como por ejemplo, Venecia, Florencia, Génova, las provincias de los Países Bajos y otros, que se distinguen por su belleza y excelencia tanto por su fuerza natural como artificial, y que tienen igualmente súbditos ricos; sin embargo, no siendo de una gran extensión y no gozando de tal riqueza por las rentas ordinarias que los puedan sostener en contra de invasiones inesperadas y peligrosas de los príncipes poderosos que los rodean, están obligados, por lo tanto, a fortalecerse no sólo con confederaciones y ligas (que pueden a menudo fallarles cuando más lo necesitan), sino también por acumular existencias de riqueza y municiones por los medios extraordinarios antes descritos, que no pueden defraudarlos, sino que estarán siempre listos para hacer una buena defensa y atacar a apartar a sus enemigos.

No son estas pesadas contribuciones tan perjudiciales para la felicidad del pueblo como se cree frecuentemente, pues así como la comida y el vestido del pueblo se encarece por los impuestos sobre consumo, así el precio de su trabajo sube en proporción, por lo que la carga (si hay alguna) sigue recayendo sobre el rico, que es ocioso o que cuando menos no trabaja de esta manera; pero, no obstante, tiene el uso y es el gran consumidor del trabajo del pobre. Tampoco descuida el rico, en los diversos lugares y profesiones, anticipar sus esfuerzos de acuerdo con las oportunidades que agotan sus medios y rentas, por lo que, si por acaso fracasan y son forzados a disminuir sus pecaminosos excesos y sus criados ociosos, ¿qué es todo esto sino felicidad para la república, cuando la virtud, la abundancia y las artes progresan juntamente de esta manera? Tampoco puede decirse verazmente que un reino se empobrece cuando la pérdida del pueblo es la ganancia del rey, de quien solamente los ingresos anuales tienen salidas también anuales para el beneficio de sus súbditos, con excepción solamente de esa parte del tesoro que se reserva para el bien público, de lo cual igualmente aquellos que sufren tienen su seguridad y por lo tanto tales contribuciones son a la vez justas y provechosas.

Sin embargo, debemos confesar que como las mejores cosas pueden ser viciadas, así se puede abusar de estos impuestos y la república puede ser perjudicada notablemente cuando son inútilmente gastados y consumidos por un príncipe, ya sea en sus propios placeres excesivos, o en personas indignas, tales que no merecen ni recompensas ni protección de la majestad de un príncipe; pero estos peligros desórdenes se ven pocas veces, especialmente en estado como los mencionados antes, porque la disposición de la riqueza pública queda bajo la facultad y prudencia de muchos. Tampoco es desconocido para otros principados y gobiernos que la consecuencia de tales excesos es siempre ruinosa, pues ocasiona gran escasez y pobreza, que con frecuencia los lleva del orden al exceso, y por lo tanto es política frecuente entre los príncipes el evitar tales males con grandes cuidados y providencias, no haciendo nada que pueda motivar que la nobleza se desespere de su seguridad y no dejan nada sin hacer que pueda ganar la buena voluntad de la comunidad para conservar todo en debida obediencia.

Pero ahora, antes de que terminemos el asunto en estudio, debemos recordar, igualmente, que no todos los cuerpos son de una y la misma constitución, pues lo que es un medicamento para algunos es poco menos que veneno para otros como ellos, no pueden subsistir sino por la ayuda de esas contribuciones extraordinarias, de las cuales hemos hablado, porque no son capaces de otra manera de levantar en poco tiempo suficientes riquezas para defenderse de un enemigo poderoso, que tenga fuerza para invadirlos repentinamente, como ya se ha expuesto. Pero un príncipe poderoso, cuyos dominios son grandes y unidos y sus súbditos numerosos y leales, sus países ricos tanto por naturaleza como por el comercio, sus vituallas y provisiones bélicas abundantes y listas, su situación propicia para atacar a otros y difícil de ser invadidos, sus bahías buenas, su marina poderosa, sus aliados fuertes y sus rentas ordinarias suficientes para sostener dignamente la majestad de su estado, además de una suma razonable que puede anticiparse para reservar anualmente en atesoramiento para ocasiones futuras; todos estos beneficios (estando bien arreglados) ¿no habilitarán a un príncipe en contra de la invasión repentina de un enemigo poderoso sin imponer contribuciones extraordinarias y pesadas? ¿No deberán los súbditos ricos y leales de tan grande y justo príncipe sostener su honor y sus propias libertades con sus vidas y hacienda, abasteciendo siempre el tesoro de un soberano hasta que por una guerra bien llevada pueda imponer una paz feliz? Sí, ciertamente, no puede esperarse otra cosa y así podrá un príncipe poderoso ser más fuerte conservando la riqueza y el amor de sus súbditos, que gravando sus riquezas con tributos innecesarios, que no pueden menos de alterarlos y provocarlos.

Ciertamente, dicen algunos, podemos fácilmente contradecir todo esto con ejemplos tomados de las grandes monarquías de la cristiandad, las cuales, además de los ingresos que aquí se denominan ordinarios, agregan también todas o la mayor parte de las otras gravosas contribuciones. Concedemos todo esto y más, pues acostumbran también vender sus cargos y puestos de justicia, lo que es un acto a la vez bajo y perverso, porque los quita a hombres dignos por sus méritos y traiciona la causa del inocente, con lo que se desagrada a Dios, se oprime al pueblo y la virtud se destierra de esos infelices reinos. ¿Diremos entonces que estas cosas son legítimas y necesarias porque se acostumbran? No lo permita “ Dios, pues discernimos mejor y estamos bien seguros de que estas extorsiones no se hacen para una defensa necesaria de sus propios derechos, sino por orgullo y codicia para agregar reinos al reino y así usurpar el derecho de otros; actos de impiedad que siempre están velados con alguna bella presunción de santidad, como el hacerse por la causa católica, por la propagación de la fe, por la supresión de los herejes y por engaños semejantes que sirven solamente para realizar sus propias ambiciones acerca de lo cual en este lugar será innecesario hacer disertaciones más extensas.

Capítulo XVII

Acerca de si es necesario para los grandes príncipes hacer reserva de riqueza.

Antes de que determinemos la cantidad de tesoro que un príncipe puede reservar cada año convenientemente, sin perjudicar al país, será apropiado examinar si el acto del atesoramiento es necesario, pues en la opinión general siempre encontramos gente que desea y espera tanto de la liberalidad de los príncipes, que la llaman ruindad y piensan que les es innecesario hacer reservas de tesoros, considerando que el honor y la seguridad de los grandes príncipes consiste más en su boato que en su dinero, lo que se esfuerzan en confirmar con los ejemplos de Cesar, Alejandro y otros quienes odiando la avaricia, realizaron muchos actos y victorias por pródigas dádivas y gastos liberales. A esto también agregan el pequeño fruto que resultó de la gran suma de dinero que el rey David ahorró y dejó a su hijo Salomón, quien, a pesar de esto y de todos sus otros valiosos presente e importante tráfico en un reino tranquilo, consumió todo en pompa y vanos deleites, con excepción solamente de lo que se gastó en la construcción del templo.

Entonces (dicen estos contradictores) si tanta riqueza reunida por tan justo rey dio tan poco resultado, ¿qué debemos esperar de los esfuerzos de esta clase en otros príncipes? Sardanápalo dejó diez millones de libras esterlinas a los que lo asesinaron. Darío dejó veinte millones de libras esterlinas a Alejandro, quien lo capturó; Nerón, quien quedó rico y extorsionó mucho a sus mejores súbditos, dilapidó más de doce millones de libras esterlinas en sus serviles aduladores y en gente indigna de esta clase, lo que motivó que Galba, después de él, revocara estos obsequios.

Un príncipe que tiene existencia de dinero odia la paz, desprecia la amistad de sus vecinos y aliados, y entra no sólo en guerras innecesarias sino también peligrosas (a veces), para ruina y para derrota de su propio estado; todo lo cual, con algunos otros débiles argumentos de esta clase (que omito por razón de la brevedad), no significa nada en contra de la formación y acumulación legal de tesoros por príncipes prudentes y previsores, si son correctamente comprendidos.

Pero, primero, en lo que concierne a estos grandes señores que han alcanzado las cumbres más altas del honor y de la dignidad por sus valiosos obsequios y gastos, ¿quién no sabe que esto ha sido hecho con el despojo de sus enemigos más bien que extraído de sus propios cofres, lo que ciertamente es una liberalidad que no causa pérdida ni peligro? En tanto que, por lo contrario, aquellos príncipes que no reservan dinero previsoramiento o que lo consumen inmoderadamente cuando lo tienen, caerán súbitamente en necesidad y miseria, pues no hay nada que cause tan rápida decadencia como la liberalidad excesiva, para usar de la cual se necesitan grandes recursos. Este fue el caso del rey Salomón, quien, a pesar de sus infinitos tesoros, sobrecargó a sus súbditos de tal manera, que por esta causa muchos de ellos se rebelaron en contra de su hijo Rehoboam, quien de esa manera perdió una gran parte de sus dominios, habiendo sido burdamente desviado por sus jóvenes consejeros.

En consecuencia, un príncipe que no oprime a su pueblo y que no obstante es capaz de mantener su rango y defender sus derechos, no será conducido a la pobreza ni al desprecio, al odio ni al peligro, y debe hacer reservas de capital y ser ahorrativo y para más pruebas de esto podría poner algunos otros ejemplos, los que omito aquí por innecesarios.

Solamente agregaré, como una regla necesaria que debe ser observada, que cuando tenga que levantarse más tesoro del que puede obtenerse por las contribuciones ordinarias, debe siempre hacerse con igualdad, para evitar el odio del pueblo, que nunca está satisfecho a menos que sus contribuciones sean impuestas por consentimiento general, motivo por el cual la invención del parlamente es una excelente política de gobierno para conservar una amable cordialidad entre el rey sus súbditos, restringiendo la insolencia de la nobleza, reparando las injurias del vulgo, sin comprometer a un príncipe a adherirse a ningún partido, sino a favorecer a ambos indiferentemente. Nada podía haber sido discurrido con más juicio para la tranquilidad general del reino o con más cuidado para la seguridad del rey, que de esta manera tiene también buenos medios para despachar, por otros, aquello que provoca envidia, y a ejecutar él mismo lo que merezca gratitud.

Capítulo XVIII

Cuánto tesoro puede un príncipe ahorrar convenientemente cada año.

Hasta aquí hemos expuesto los ingresos ordinarios y extraordinarios de los príncipes, la conveniencia de ellos y a quien justa y necesariamente corresponde solamente recibir las contribuciones extraordinarias de sus súbditos. Falta ahora examinar qué parte de este tesoro puede ahorrar convenientemente al año un príncipe determinado. Este tema parece ser al principio muy sencillo y fácil, pues si un príncipe tiene de renta anual dos millones y gasta solamente uno, ¿por qué no deberá ahorrarse el otro? Ciertamente, debo confesar que este proceder es común en los recursos y ganancias de los particulares, pero en los asuntos de los príncipes es muy diferente; hay otras circunstancias que deben ser tomadas en consideración, pues aunque los ingresos de un rey sean muy grandes, sin embargo, si la ganancia del reino es muy pequeña, esta última debe siempre dar la pauta y proporción para dicho tesoro que puede ahorrarse convenientemente al año, pues si se acumulara más dinero del que se gana por el excedente de la balanza de su comercio exterior, no despojará sino que arruinará a sus súbditos y así, con su ruina, se derribará a sí mismo por falta de futuros esquilmos. Para hacer esto más claro supongamos que un reino es tan rico natural y artificialmente que puede abastecerse de artículos extranjeros por el comercio y, sin embargo, ganar anualmente 200,000 libras esterlinas en dinero efectivo; en seguida supongamos que toda la renta del rey sea de 900,000 libras esterlinas y sus gastos solamente 400,000, por lo que puede guardar 300,000 libras más en sus cofres anualmente de lo que todo el reino gana de los extranjeros por el comercio exterior; ¿quién no ve entonces que todo el dinero de ese estado irá prontamente a parar al tesoro del príncipe, por lo que la vida en los campos y en las manufacturas decaerá y llegará a la ruina tanto la riqueza pública como la privada? De tal manera que un rey que desea guardar mucho dinero debe proponerse por todos los medios lícitos mantener y aumentar su comercio exterior, pues es el único medio no sólo que lo puede conducir a sus fines propios, sino también a enriquecer a sus súbditos para su mejor beneficio, pues un príncipe es considerado no menos poderoso por tener muchos súbditos ricos y bien presentados que por poseer mucho tesoro en sus cofres.

Pero aquí debemos enfrentarnos con una objeción que quizá pueda ser hecha con relación a esos estados (de los cuales he hablado antes) que no son de gran extensión y que, sin embargo, colindando con príncipes poderosos, están obligados a imponer contribuciones extraordinarias sobre sus súbditos, con lo que se procuran para sí mismos grandes ingresos anuales y están ricamente provistos en contra de cualquier invasión extranjera, sin embargo de no tener mucho comercio con el extranjero, sino lo que es suficiente para superar la balanza o ganancia del mismo que pueda bastar para guardar la mitad de lo que cada año pagan, además de sus propios gastos.

A esto la contestación es que la ganancia en el comercio exterior debe ser aún la regla para reservar riqueza, la cual, aunque no sea mucha cada año, en tiempos de una paz duradera, y siendo bien manejada, llegará a ser una gran suma de dinero, capaz de sostener una larga defensa, que puede terminar o desviar la guerra. Tampoco es estrictamente obligatorio atesorar todos los aumentos de riqueza de los príncipes, pues tienen otros medios no menos necesarios y provechosos para hacerlos ricos y poderosos, gastando continuamente una gran parte del dinero de los ingresos anuales de sus súbditos de los cuales fue tomado primero, empleándolo, por ejemplo, en hacer barcos de guerra con todas las provisiones que corresponden a ello, en construir y reparar fuertes, en comprar y almacenar granos en cada provincia para el consumo de un año (cuando menos) de antemano, para que sirvan en caso de hambres, lo que no puede ser descuidado por un estado sino con gran peligro; en fundar bancos con su dinero para el aumento del comercio de sus súbditos; en tener al corriente en sus pagos a los coroneles, capitanes, soldados, comandantes, marineros y otros, tanto de mar como de tierra, con buena disciplina; en llenar sus almacenes (en lugares diversos y fuertes) y abastecerse con pólvora, azufre, salitre, municiones, artillería, mosquetes, espadas, picas, armaduras, caballos y de muchas otras provisiones semejantes propias para la guerra, todo lo cual hará que sean temidos en el extranjero y amados en su país, especialmente si se cuida de que todo (hasta donde sea posible) se haga de los materiales y manufacturas de sus propios súbditos, quienes soportan el peso de las contribuciones anuales; pues un príncipe (en este caso) es como el estómago en el cuerpo, el cual si cesa de digerir y distribuir a los otros miembros, no sólo los corrompe, sino que se destruye a sí mismo.

Así, hemos visto que un pequeño estado puede reservar una gran riqueza en provisiones necesarias, que son las joyas de los príncipes, no menos estimadas que sus tesoros, pues en tiempo de necesidad están listas cuando no pueden obtenerse inmediatamente de otra manera (en algunos lugares), ya que un estado puede perderse mientras intenta proveerse de municiones; de tal manera que podemos considerar tan pobre a un príncipe que no tiene artículos que comprar cuando los necesita, como al que no tiene dinero para comprarlos, pues aunque el dinero se dice que es el nervio de la guerra, sin embargo, esto es así porque provee, une y mueve el poder de los hombres, las vituallas y municiones donde y cuando la ocasión lo requiere; pero si estas cosas faltan en el momento necesario, ¿qué haremos entonces con nuestro dinero? La meditación de esto hace que diversos estados bien gobernados sean muy previsores y estén bien abastecidos de tales provisiones, especialmente sus graneros y almacenes, como los famosos arsenales de los venecianos, que son admirados por la magnificencia de los edificios, la cantidad de municiones y almacenes tanto para mar como para tierra, la multitud de los trabajadores, la diversidad y excelencia de las manufacturas, por la previsión del gobierno. Son estas cosas raras y dignas, propias de que los príncipes tomen nota de ellas y las imite, pues majestad sin previsión, fuerza competente y provista de los abastecimientos necesarios no está asegurada.

Capítulo XIX

De algunos de los varios efectos que produce la riqueza natural o la artificial.

Al final del tercer capítulo de este libro, escribí algo concerniente a la riqueza natural y a la artificial, y allí expuse cuánto el arte enriquece a la naturaleza; pero es necesario tocar aún esos asuntos separadamente, para así poder discernir mejor sus diferentes maneras de operar en una república. Para la realización de esto haré algunas comparaciones entre Turquía e Italia, o entre otros países remotos, pero no iré lejos, pues hay materia suficiente aquí en la Gran Bretaña y en las provincias unidas de los Países Bajos, para hacer este asunto claro; por lo cual, en primer lugar, comenzaremos brevemente con Inglaterra y en términos generales solamente, para describir las riquezas naturales de esta famosa nación, con algunas de las consecuencias más importantes que produce en el carácter del pueblo y en la fuerza del reino.

Si tomamos en cuenta debidamente la magnitud, la belleza, la fertilidad y la fuerza de Inglaterra, tanto en el mar como en la tierra, por la multitud de sus guerreros, caballos, naves, municiones, posiciones ventajosas para la defensa y el comercio, número de puertos de mar y de bahías, que son de difícil acceso para el enemigo y de fácil salida para las riquezas de los habitantes, ya consista esta en vellón, hierro, plomo, hojalata, azafrán, granos, vituallas, cueros, cera u otras riquezas naturales, encontraremos que este reino es capaz de erigirse como jefe de una monarquía. Pues qué gloria y ventaja mayor puede cualquiera nación poderosa tener, que ser de esta manera poseedora rica y abundante de todo lo necesario para la alimentación, el vestido, la guerra y la paz, no sólo para sus propios usos abundantemente, sino también para abastecer las necesidades de otras naciones, en tal medida que de esta manera se puede ganar mucho dinero anualmente, para hacer completa su felicidad. Pues la experiencia nos dice que, no obstante el consumo excesivo de este reino únicamente, para no decir nada de Escocia, se exporta communibus annis de nuestros productos nacionales, por valor de dos millones doscientas mil libras esterlinas o algo más, de tal manera que sino nos movieran tanto el orgullo, las modas monstruosas y el desenfreno, que exceden a los de otras naciones, un millón y medio de libras esterlinas podría suplir abundantemente nuestras innecesarias necesidades (si pudiera llamarlas así) de sedas, azúcar, especias, fruta y otras, de tal manera que podría atesorarse setecientas mil libras esterlinas en dinero, para hacer al reino extraordinariamente rico y poderoso en poco tiempo. Pero esta gran abundancia de que gozamos nos hace un pueblo no solamente vicioso e inmoderado, desperdiciador de los bienes que tenemos, sino también imprevisor y descuidado de gran cantidad de otras riquezas que desperdiciamos vergonzosamente, como es la pesca en los mares de Su Majestad en Inglaterra, Escocia e Irlanda, lo que es de no menor importancia que todas nuestras otras riquezas que exportamos y vendemos a los extranjeros, en tanto que mientras (por pereza vergonzosa) una gran multitud de nuestro pueblo engaña, grita, roba, es ahorcada, pide limosna, hace gazmoñerías, desfallece y muere, la que por estos medios y mantenimientos podría progresar, para la mayor riqueza y fuerza de estos reinos, especialmente por mar, para nuestra propia seguridad y para el terror de nuestros enemigos. Los esfuerzos de los laboriosos holandeses proporcionan testimonio suficiente de esta verdad, para nuestra gran vergüenza y no menor peligro, si no tiene un oportuno remedio, pues mientras dejemos nuestros acostumbrados y honorables ejercicios y estudios, para seguir nuestros placeres y, en los últimos años, para aturdirnos fumando y comiendo de una manera bestial, chupando humo y tomando bebidas hasta vernos cara a cara con la muerte, los mencionados holandeses han abandonado hace tiempo estos groseros vicios y tomado nuestro habitual valor, que con frecuencia hemos demostrado gallardamente en mar y tierra, particularmente en su defensa, aunque no sean ahora tan agradecidos para reconocerlo. La suma de todo esto es que la lepra general de nuestras borracheras, nuestras comilonas, nuestras fiestas, nuestras modas y todos los gastos indebidos de nuestra época en ocio y placer (en contra de la ley de Dios y de las costumbres de otras naciones) nos han hecho afeminados de cuerpo, débiles de conocimientos, pobres en tesoros, decadentes de nuestra valentía, desafortunados en nuestras empresas y despreciados por nuestros enemigos. Escribo lo más que puedo acerca de estos excesos, porque malgastan tanto nuestras riquezas, que es el tema principal de la disertación de todo este libro, y en verdad nuestra riqueza podría ser un relato extraordinario para que lo admirara y temiera toda la cristiandad, si sólo agregáramos arte a la naturaleza y trabajo a nuestros recursos naturales, el descuido de todo lo cual ha dado una notable ventaja a otras naciones y especialmente a los holandeses, de lo cual diré algo brevemente en seguida.

Pero primeramente expondré mi opinión concerniente a nuestra telas, que, aunque es la riqueza más grande y el mejor empleo para los pobres de este reino, sin embargo, quizás podamos ocuparnos aun con más seguridad, abundancia y provecho, empleando más cultivo y pesca, que confiando tan completamente en la manufactura de las telas, pues en tiempo de guerra y por otros motivos, si algún príncipe extranjero prohibiera el uso de ellas en sus dominios, podría de pronto causar mucha pobreza y tumultos peligrosos, especialmente entre nuestros indigentes, cuando tenga que privárseles de su sustento ordinario, lo que no puede tan fácilmente faltarles cuando su trabajo se divida en la mencionada diversidad de empleos, por lo cual también varios miles estarán en mejores condiciones de hacer al reino buenos servicios en ocasión de guerra, especialmente por mar, así es que, dejando a Inglaterra, pasaremos a las provincias unidas de los Países Bajos.

Como la abundancia y el poder hacen a una nación viciosa e imprevisora, así la pobreza y la necesidad hacen a un pueblo prudente e industrioso, y con relación a esto último podría mencionar varias repúblicas de la cristiandad que temiendo poco o nada en su propio territorio, sin embargo, adquieren gran riqueza y fuerza por su laborioso comercio con los extranjeros, entre las cuales las provincias unidas de los Países Bajos son ahora de gran notoriedad y fama, pues desde que sacudieron el yugo de la esclavitud española, ¡cuán maravillosamente han mejorado en toda actividad humana! ¡Qué grandes recursos han obtenido para defender su libertad en contra del poder de tan gran enemigo! Y ¿no es hecho todo esto por su continua laboriosidad en el tráfico de mercancías? ¿No son sus provincias el almacén y bodega de mercancías para la mayoría de los países de la cristiandad, por lo que su riqueza, su navegación, sus marinos, sus manufacturas, su pueblo y por lo tanto las rentas públicas y los impuestos han llegado hasta maravillosas alturas? Si comparamos la época de su servidumbre a su estado presente no parecen el mismo pueblo, pues quién no sabe que las condiciones de esas provincias eran malas y turbulentas bajo el gobierno español, que más bien trajo una gran carga que una fuerza adicional a sus aspiraciones; tampoco resultaría una prueba muy difícil para los príncipes vecinos reducir esos países nuevamente a su estado anterior, si su propia seguridad lo requiriera, como ciertamente sucedería si los españoles fueran los únicos señores de estos Países Bajos; pero nuestra disertación no tiende a exhibir los medios de estas mutaciones, de otra manera que no sea encontrar el principal fundamento de la riqueza y grandeza de los holandeses, pues parece una maravilla para el mundo que semejante pequeño país, no tan grande como dos de nuestros mejores condados, que tiene poca riqueza natural, vituallas, madera, y otras municiones necesarias, ya sea para la guerra o para la paz, posea, sin embargo, todas ellas en tan gran abundancia que, además de abastecer sus propias necesidades (que son muy grandes), pueda e igualmente de hecho abastezca y venda a otros príncipes naves, cañones, cordajes, trigo, pólvora, municiones y varias otras mercancías que por su diligente comercio reciben de todas partes del mundo; proceso en el cual no son menos perjudiciales al sustituir a otros (especialmente a los ingleses) como cuidadosos de fortalecerse a sí mismo. Y para realizar esto y más de lo que se ha dicho (que es su guerra con España) tienen poco fundamento, además de la pesca, que se les permite en los mares de Su Majestad, lo que, sin duda, es un recurso de increíble riqueza y fuerza, tanto por mar como por tierra, como Robert Hichcock, Tobías Gentleman y otros han publicado extensamente en letras de molde para los que son dados a la lectura. Aun los Estados Generales mismos, en su proclamación, han asentado sutilmente el valor de ello, en las siguientes palabras: La gran pesca y captura de los arenques es el comercio principal y la más importante mina de oro de las provincias unidas, por el cual son puestas a trabajar varios miles de casas, familias, oficios, industrias y ocupaciones, bien sostenidas y prósperas, especialmente en la navegación, que tanto dentro como fuera de estos países se le tiene en gran estimación, y por otra parte, muchos ingresos de dinero aumentan y prosperan por ella, juntamente con el aumento de recursos, convoyes, derechos aduanales y otras rentas de estos países, con otras palabras a continuación, como se expresa extensamente en la dicha proclamación, expedida por los Estados Generales para la conservación de la mencionada industria de la pesca, sin la cual es notorio que no pueden subsistir independientes, pues si estos cimientos sucumben, todo el edificio de su riqueza y poder, tanto en mar como en tierra, debe caer; porque la multitud de sus naves decaerán prontamente, sus rentas y derechos aduanales se reducirán , el país se despoblaría y todo su otro comercio de las Indias Orientales o a cualquier parte declinaría forzosamente; de tal manera que la gloria y poder de estos Países Bajos reposa en su pesca de arenques y bacalao en los mares de Su Majestad. Falta saber, pues, qué derecho o título tienen a ello y como están en posibilidades de poseerlo y conservarlo, contra todas las otras naciones.

Las contestaciones a estas dos preguntas no son difíciles, porque, primero, no es el autor holandés de Mare Liberum quien puede autorizarlos a pescar en los mares de Su Majestad, pues además de la justicia de la causa y de los ejemplos de otros países que pueden alegarse, diré solamente que tales derechos serán más bien decididos por las armas que por las palabras. Ciertamente creo que hay libertad para los peces para ir hacia allá a su placer; pero que los holandeses puedan capturarlos y llevárselos de allí sin permiso de Su Majestad, no puedo albergar tal pensamiento. Puede ser una buena política tolerar aún y por tanto tiempo permitirles la pesca pues están en perfecta liga con Inglaterra y en guerra con España; pero si los españoles fueran los dueños de las provincias unidas como antes, casi correspondería a estos reinos reclamar su propio derecho y cuidadosamente hacer tan buen uso de él para incrementar su riqueza y poder, a fin de oponerse a ese poderoso enemigo, como lo hacen ahora los holandeses, y estar así bien capacitados ahora de hacer con la conveniencia de esas provincias que ya tuvo en posesión, pues no es la comarca sino su empleo, no la estéril Holanda, sino la rica pesca, lo que da fundamento, tráfico y subsistencia a esa multitud de navíos, industrias y pueblo, por la cual también los impuestos y otras rentas públicas son continuos, y sin la dicha explotación todas las referidas grandes actividades necesariamente deben deshacerse y desaparecer en poco tiempo. Aunque confieso que esa acumulación de dinero puede traerles materias primas (de las cuales carecen completamente) y artesanos para construirles naves, sin embargo, ¿dónde están las mercancías que fletar para sostenerlas? Si el dinero entonces fuera la única manera para hacerlos salir a comerciar, ¿qué pequeño número de naves emplearía esto? O, si las inciertas oportunidades de guerras los deben sostener, ¿no requerirá la décima parte de tantos navíos y hombres como los holandeses ponen ahora a trabajar en la pesca y otras industrias que dependen de ella? Pero si aún se dijera que haciéndose el español señor de todos esos Países Bajos cesarían sus gastos de la guerra presente allí y así este poder se podría volver en contra de nosotros, la respuesta sería que cuando los príncipes envían grandes ejércitos al extranjero para invadir otros países, deben igualmente aumentar sus cargas y poder en la madre patria, para defenderse a sí mismo, y también debemos pensar que si los españoles atentaran en cualquier forma en contra de estos reinos, deberían consumir gran parte de su tesoro en navíos, por lo que los recursos de su poder de invasión en dinero y en hombres para desembarcar, sería mucho menor de lo que lo es ahora en los Países Bajos. Tampoco debemos limitarnos a contemplarlos sino estar siempre listos para resistirlos, cuando nuestra riqueza y nuestra fuerza por mar y tierra pueda ser aumentada mucho por la posesión y ejercicio de nuestra pesca, tema acerca del cual diré aún algo más cuando se ofrezca la ocasión en lo que sigue. Ahora, en este lugar, solamente agregaré que si el español fuera el único dueño de los Países Bajos, entonces necesariamente sostendría un gran comercio marítimo para abastecer las necesidades generales de esos países, por lo que, en casos de guerra, deberíamos tener medios para quitarle mucha riqueza diariamente, en tanto que ahora los españoles, practicando poco o nada el comercio en estos mares, pero empleando sus naves de guerra al máximo de su poder, solamente toman y nosotros perdemos continuamente, grandes cantidades de él.

Ahora refirámonos a la segunda pregunta de si los holandeses son capaces de poseer y conservar esta pesca en contra de cualquier otra nación. Es muy probable que aunque ahora no reclaman ningún otro derecho más que su propia libertad en esta pesca, aparentando reconocer la misma a los demás, sin embargo, si en la práctica cualquier nación buscara ya sea pescar con ellos o suplantarlos, estarían listos a la vez que capacitados para sostener esta mina de oro, en contra de la más fuerte oposición, con excepción de la de Inglaterra, cuyas bahías y tierra firme, con otras ayudas diarias, son muy necesarias si no absolutamente indispensables para este empleo, y cuyo poder, también por mar, es capaz (en poco tiempo) de causar a este negocio perturbaciones y completa ruina, si la ocasión fuere tan urgente como se supone antes. Tampoco es bastante para contradecir todo esto afirmar que los holandeses son poderosos en el mar, cuando tanto en mar como en tierra se encuentren con un poder más grande; debemos observar desde cuándo ha crecido su poder, y si la raíz puede echarse a perder, las ramas pronto se secarán y en consecuencia sería un error estimarlos o valorarlos de acuerdo con su poder y riqueza presentes, los cuales los han obtenido por el comercio o por compra; pues aunque su riqueza fuere más grande de lo que en realidad lo es, con todo, sería pronto consumida en una guerra costosa en contra de un enemigo poderoso, cuando el curso de estos accidentes puede detenerse y cambiarse prohibiendo la causa misma (que es la pesca en los mares de Su Majestad) que da base y es el verdadero cimiento de su poder y felicidad. Sabemos que las provincias unidas son como un hermoso pájaro con brillantes plumas prestadas; pero si cada ave se llevara su pluma, quedaría casi desnudo. Tampoco hemos visto nunca a estos holandeses, ni aun en las grandes ocasiones, dar salida a tantas naves de guerra al mismo tiempo como lo han hecho frecuentemente los ingleses sin ningún impedimento a su tráfico ordinario. Es cierto, en verdad, que tienen un infinito número de naves para pescar y transportar granos, sal, etc., para su propio avituallamiento y comercio, lo mismo que para traer madera, tablas, brea, cáñamo, alquitrán, lino, mástiles, cordaje y otros pertrechos semejantes para hacer esa multitud de navíos, que para ellos son como los arados para nosotros, los cuales, a menos que los pongan en movimiento, el pueblo pasará hambre; su navegación, en consecuencia, no puede ser suprimida de su actividad (como la nuestra, si la ocasión lo requiere) ni aun por un período de tiempo muy corto, sin ruina total, porque es la manutención diaria de sus grandes multitudes que ganan su vida al día y de la cual también dependen los grandes impuestos y otras rentas públicas que sostienen al estado mismo. Tampoco son, en verdad, esas naves ni fuertes ni adecuadas para la guerra y con su uso apropiado, para la pesca y el comercio llegarán a ser los más ricos o la presa de un poderoso enemigo en el mar, como en parte lo encuentran en esa pobre aldea de Dunkirk, a pesar de su gran custodia de barcos de guerra, pesados convoyes y otros recomendables cuidados, que emplean continuamente para prevenir estos perjuicios; pero si la ocasión de un enemigo más poderoso por mar los forzara a duplicar o triplicar aquellas custodias, podemos con razón dudar de las posibilidades de su supervivencia, especialmente cuando (nosotros) les prohibiéramos la pesca, que les procura su mantenimiento. Estas y otras circunstancias me hacen a menudo maravillarme cuando oigo a los holandeses jactarse vanamente, y a muchos ingleses creer, que las provincias unidas son nuestros fuertes, baluartes, murallas, puestos avanzados, y qué se yo qué, sin los cuales no podemos subsistir mucho tiempo en contra de las fuerzas españolas, cuando, en realidad, nosotros somos la principal fuente de su felicidad, tanto en la guerra como en la paz, para el comercio y el enriquecimiento, para municiones y hombres que gastan nuestra sangre en su defensa, en tanto que su pueblo es reservado para las conquistas en las Indias y para cosechar los frutos del rico comercio que sacan de nuestro seno, lo que siendo concedido a nosotros mismos (como tenemos derecho y poder de hacerlo) aumentaría poderosamente la progenie de nuestro pueblo por este medio de sostenerlo y nos habilitaría bien en contra del enemigo más poderoso y obligaría igualmente a grandes multitudes de esos holandeses mismos a buscar su vida aquí con nosotros por falta de mejorar sostenimiento, y de este modo, nuestras aldeas costeñas y castillos en decadencia serán bien pronto reedificados y poblados de manera más amplia de lo que antes lo fueron en su mejor situación.

De esta manera, estando unidas estas fuerzas, estarán siempre más listas, seguras y fuertes que otras más poderosas que estén divididas, y que están siempre sujetas a dilaciones, distracciones y celos, de todo lo cual no debemos estar ignorantes sino saberlo perfectamente y usar nuestra propia fuerza cuando tengamos oportunidad, y especialmente debemos estar siempre vigilantes para conservar esta fuerza, no sea que prevalezca la sutileza de los holandeses (por obra de algún hermoso presente o de su dinero), como sin duda trataron de hacer últimamente en Escocia, para tener privilegio para la posesión, ocupación y fortificación de la excelente isla de Lewis, de las Orcadas, cuya situación, bahías, pesca, fertilidad, extensión y otras ventajas los habrían hecho capaces (en poco tiempo) de atacar estos reinos por invasión súbita y haber defendido la pesca antes mencionada en contra del mayor poder de Su Majestad, y también para que de esa manera salieran y regresaran felizmente sus navíos a y de los Indias Orientales y de las Occidentales, España, los estrechos y otras comarcas sin pasar a través de los estrechos mares de Su Majestad, en donde ahora este reino tiene ventajas en todo momento para apresar sus naves y evitar su mejor comercio, lo que les traería pronto su ruina, por lo que tenemos sobre ellas un lazo y poder más grande que cualquiera nación.

Como quiera que la mencionada isla de Lewis puede haberse conseguido en nombre de un particular y bajo el justo pretexto de llevar el comercio a esas remotas comarcas de Escocia, sin embargo, al final, cuando la obra haya sido realizada con alguna perfección, la posesión y poder hubieran, sin duda, recaído en los Lores, o en los Estados Generales, como sabemos que últimamente han conseguido diversos lugares de gran fuerza y riqueza en las Indias Orientales, en nombre y con el dinero de sus comerciantes, por lo cual también sus acciones ahí se han oscurecido y se han hecho menos manifiestas en el mundo, hasta que han alcanzado sus fines, los que son de tal trascendencia que importa mucho a esta nación en particular observar cuidadosamente su conducta, pues evidentemente siguen los pasos de aquel valiente y político capitán Filipo de Macedonia, cuya máxima era: Cuando no se pueda emplear la fuerza, usar del soborno y del dinero para corromper aquellos que podían mejorar su fortuna, política con la que dio principio a una monarquía. Y ¿qué sabemos nosotros si los holandeses pueden aspirar a semejante soberanía, cuando encuentren que sus intentos en las Indias y en otros complots sutiles tengan tanto éxito? ¿No vemos que sus tierras se han vuelto ahora demasiado pequeñas para contener a este pueblo crecido, por lo cual sus naves y mares se han convertido en las habitaciones de grandes multitudes? Y, sin embargo, para darles más progenie, ¿no se les ahorra sus propias guerras para enriquecer al estado y a ellos mismos por el comercio y las industrias? En tanto que por esta política muchos miles de extranjeros también son llevados allí a desempeñar su marcial ocupación, por la que el considerable ingreso de sus impuestos es tanto más aumentado y todas las cosas están tramadas tan sutilmente que, aunque el soldado extranjero sea bien pagado, sin embargo, todo debe gastarlo de nuevo allí, y así la riqueza permanece inmóvil en su propio país y no son enriquecidos los extranjeros que les hacen este gran servicio.

He oído a algunos italianos prudente y atinadamente disertar acercar de la fuerza natural y la riqueza de Inglaterra, que consideran ser inigualable, si nos aplicáramos (aunque sea en parte) a semejante política y esfuerzos como los que se usan frecuentemente en algunos otros países de Europa y mucho han admirado que nuestros pensamientos y celo estén puestos solamente en la grandeza española y francesa, sin sospechar ni una sola vez, sino constantemente abrazar a los holandeses como a nuestros amigos y aliados, cuando en verdad (como ellos observan con acierto) no hay pueblo en la cristiandad que nos socave, perjudique y eclipse diariamente en nuestra navegación y comercio, tanto en el extranjero como en la madre patria y esto no sólo en la rica pesca en los mares de Su Majestad (acerca de lo cual ya hemos escrito), sino también en nuestro tráfico interior entre ciudad y ciudad, en la manufactura de sedas, lanas y otras cosas semejantes que se hacen en este reino, en las cuales nunca dan empleo ni educación a los ingleses, sino que siempre (de acuerdo con la costumbre de los judíos, ya residan en Turquía o en cualquier comarca de la cristiandad) viven completamente para sí mismos, en sus propias tribus. De tal manera que podemos ciertamente decir de los holandeses que aunque están entre nosotros, sin embargo, no son de los nuestros, ni siquiera aquellos que nacen y son educados aquí en nuestro propio país, porque continúan siendo holandeses, sin tener siquiera una gota de sangre inglesa en sus venas.

Podría escribirse más acerca del orgullo y de los propósitos ambiciosos de estos holandeses, por los cuales esperan con el tiempo hacerse poderosos, si no se les impide, y mucho más puede decirse de su cruel e injusta violencia (usada especialmente con sus mejores amigos, los ingleses) en cuestiones de sangre, comercio y otros beneficios en los que han tenido ventaja y poder para emplearla; pero estas cosas ya están publicadas para la vista y admiración del mundo, de lo cual concluiré, como resumen de todo esto, que las provincias unidas, que ahora son una gran dificultad si no es que un terror para los españoles, fueron antiguamente poco más que una carga para ellos cuando las poseyeron, lo que sucedería de nuevo en la misma situación, y las razones las podría ampliar aun más; pero no es pertinente hacerlo en esta disertación más de lo que ya se ha dicho, para mostrar los diferentes efectos entre la riqueza natural y la artificial, la primera de las cuales, como es más noble y ventajosa y está siempre lista y manifiesta, hace al pueblo descuidado, orgulloso y dado a todos los excesos; en tanto que la segunda fomenta el cuidado, la literatura, las artes y la política. Mis deseos son, en consecuencia, que como Inglaterra disfruta abundantemente de una y está ampliamente capacitada para la otra, que nuestros esfuerzos puedan útilmente asociarse para la reforma de nuestra viciosa ociosidad y para la gloria de estos famosos reinos.

Capítulo XX

Orden y medios por los cuales podemos alcanzar el equilibrio de nuestro comercio exterior.

Ya que hemos comprobado ampliamente que la balanza de nuestro comercio exterior es la verdadera norma de nuestra riqueza, falta que mostremos por quién y de qué manera puede lograrse su equilibrio en todo tiempo, cuando el estado desee descubrir cómo prosperamos o declinamos en este grande e importante asunto, para lo cual los empleados de las aduanas de Su Majestad son los únicos agentes que deben emplearse, porque tienen las cuentas de todas las mercancías que se exportan o importan al reino y aunque (es cierto que) no pueden asentar con exactitud el costo y cargas de artículos comprados aquí o en el extranjero, sin embargo, si se apoyan en el libro de tarifas, estarán en posibilidad de hacer un cálculo que pueda satisfacer la investigación, pues no es de esperarse que dicha cuenta pueda alcanzar un equilibrio exacto, y bastará solamente con que la diferencia no sea demasiado grande.

Primero, en lo que concierne a nuestras exportaciones, cuando hemos valuado su costo inicial, debemos agregar veinticinco por ciento por las cargas de aquí: flete de naves, seguros por los riesgos y ganancias del comerciante, y por lo que hace a nuestra industria de la pesca, que no paga derechos aduanales a Su Majestad, el valor de tales exportaciones puede calcularse fácilmente por una atenta observación que se ha hecho y puede hacerse continuamente, de acuerdo con el incremento o la disminución de esos negocios, estando el estado actual de estas mercancías valuado en ciento cuarenta mil libras esterlinas de exportación anual. También debemos agregar a nuestras exportaciones todo el dinero que, con licencia de Su Majestad, sale para el comercio.

En segundo lugar, para nuestra importación de artículos extranjeros, los libros de la aduanas sirven solamente para guiarnos en lo que concierne a la cantidad, pues no debemos valuarlos como son estimados aquí, sino por lo que nos cuestan con todas las cargas agregadas a nuestros barcos en los diferentes lugares donde son comprados, porque la ganancia del comerciante, las cuotas del seguro, los fletes de las naves, las aduanas, los impuestos y otros derechos locales que las encarecen grandemente para nuestro uso y consumo, son, sin embargo, solamente compensaciones entre nosotros mismos, en lo cual el extranjero no tiene participación, por lo que nuestras referidas importaciones deben valuarse a veinticinco por ciento menos de lo que se considere que valen aquí. Y aunque esto puede parecer una gran concesión para muchas mercancías valiosas que vienen solamente de los Países Bajos y otros lugares cercanos, sin embargo, se encontrará razonable cuando tomemos en consideración mercancías en bruto y artículos embarcados en países remotos, como nuestra pimienta, que nos cuesta, con cargas, solamente cuatro peniques la libra en las Indias Orientales y aquí se le valúa en veinte peniques la libra, de tal manera que cuando todo se reduce a un término medio, la valuación debe hacerse como se asienta arriba. En consecuencia, el método que se ha empleado para multiplicar por veinte todas las tarifas de las mercancías que se introducen, producirá un gran error en la balanza, pues de esta manera los diez mil sacos de pimienta que este año hemos traído de las Indias Orientales deberán ser valuados a muy cerca de doscientas cincuenta mil libras esterlinas, siendo así que toda esta pimienta en la cuenta del reino no cuesta arriba de cincuenta mil libras esterlinas, porque las Indias no han obtenido más de nosotros, aunque paguemos precios extraordinariamente altos por la misma. Todas las otras cargas (como he dicho antes) son solamente un cambio de efectos entre nosotros mismos, y del súbdito al rey, que no puede empobrecer a la república. Pero es cierto que cuando nueve mil sacos de dicha pimienta están ya embarcados para diversas comarcas extranjeras, éstas y todas las otras mercancías, extranjeras o domésticas, que se transportan hacia el exterior, deben ser calculadas a las tarifas de los impuestos aduanales de Su Majestad, multiplicadas por veinte, o más bien por veinticinco (a que he supuesto que llegará a aproximarse la cuenta) cuando consideremos todo nuestro comercio reducido a un término medio.

En tercer lugar debemos recordar que toda mercancía exportada o importada por extranjeros (en sus navíos) será estimada, por ellos mismos, por lo que sacan, pues el reino tiene solamente el costo inicial y los derechos de aduana. y lo que traen debemos estimarlo a lo que vale aquí, deduciendo solamente los impuestos aduanales, las contribuciones y otras cargas pequeñas.

Por último, debe tomarse buena nota de todas las grandes pérdidas que experimentamos en el mar, en nuestros navíos, ya sea de ida o de regreso, pues el valor de una debe deducirse de nuestra exportación y el de la otra debe agregarse a nuestra importación, ya que perder o consumir produce uno y el mismo resultado. Igualmente, si sucediere que Su Majestad ganara grandes sumas de dinero por el cambio para mantener una guerra extranjera, en la cual no alimentáramos ni vistiéramos a los soldados ni abasteciéramos a los ejércitos, debemos deducir todas estas cargas de nuestras exportaciones, o cargarlas a nuestras importaciones, ya que estos gastos provocan la salida o impiden la entrada de otro tanto de dinero. Aquí debemos recordar las grandes colectas de dinero que se dice que se hacen en todo el reino anualmente entre nuestros disidentes por sacerdotes y jesuitas quienes las llevan secretamente a sus colegios, claustros y conventos de ultramar, de donde nunca vuelven a nosotros de nuevo en ninguna forma; en consecuencia, si este perjuicio no puede ser evitado, siquiera debe ser tomado en consideración y registrado como una pérdida real para el reino, con exclusión (para compensar esto) de un valor que supondremos equivalente y que puede quizás ingresar por pagos hechos por príncipes extranjeros a sus pensionistas aquí, a cuenta de servicios o información secreta, lo cual algunos estados consideran buena política pagar con gran liberalidad, la entrada de todo lo cual es, sin embargo, simple traición.

Hay aún algunas otras pequeñas cosas que parecen tener relación con esta balanza, de las cuales los mencionados empleados de las aduanas de Su Majestad pueden no tomar nota, para considerarlas en la cuenta. Por ejemplo, los gastos de los viajeros, los presentes a los embajadores y extranjeros, el fraude de algunos objetos valiosos no registrados en la aduana, la ganancia que se hace aquí por extranjeros con el cambio practicado frecuentemente, el interés del dinero, el seguro sobre artículos y vidas de ingleses, todo lo cual puede ser pequeño cuando se deducen los gastos de su vida aquí, además de que las mismas ventajas se suministran ampliamente a los ingleses en países extranjeros, que compensan todas estas cosas y por lo tanto no son importantes en el equilibrio de la balanza.

Capítulo XXI

Conclusiones acerca de todo lo que se ha dicho concerniente a la exportación o importación de riquezas.

El resumen de todo lo que se ha dicho con relación al enriquecimiento del reino y al aumento del tesoro por el comercio con el extranjero es, brevemente, el siguiente. Es una norma verdadera de nuestro comercio exterior que en aquellos lugares en donde nuestras mercancías exportadas son superadas en valor por mercancías extranjeras traídas a este reino, allí nuestro dinero está devaluado en el cambio, y en donde lo contrario de esto sucede, allí nuestro dinero es sobrestimado. Pero que sea el cambio de los comerciantes a tipo alto o bajo, o par pro pari, o abatido completamente; que los príncipes extranjeros encarezcan sus monedas o bajen su ley y que Su Majestad haga lo mismo o que las conserve invariables como ahora permanecen, que las monedas extranjeras circulen aquí en todos los pagos a precios más altos de lo que valen en la casa de moneda; que la ordenanza de empleos para extranjeros esté en vigor o sea derogada; que el simple cambista abuse; que los príncipes opriman, que los abogados extorsionen, que los usureros expriman, que los derrochadores desperdicien y por último, que los comerciantes exporten todo el dinero que tengan oportunidad de emplear en el trueque, todas estas acciones, sin embargo, no pueden producir otros resultados en el curso del comercio del que se ha referido en esta disertación, pues solamente será traída o llevada fuera de la república tanta riqueza como el comercio extranjero supere o sea inferior en valor en la balanza. Y esto debe suceder por una necesidad más fuerte que todo lo que se oponga, de tal manera que cualesquiera otras operaciones (que no tiendan a este fin), aunque pueda aparecer que compelen al dinero a entrar al reino por algún tiempo, sin embargo (en último término), no sólo son estériles sino también perjudiciales; son como las corrientes violentas que destruyen las riberas y de pronto se secan de nuevo por falta de agua.

Considerad, pues, la verdadera forma y valor del comercio exterior, el cual es: la gran renta del rey, la honra del reino, la noble profesión del comerciante, la escuela de nuestros oficios, la satisfacción de nuestras necesidades, el empleo de nuestros pobres, el mejoramiento de nuestras tierras, la manutención de nuestros marineros, las murallas de los reinos, los recursos de nuestro tesoro, el nervio de nuestras guerras, el terror de nuestros enemigos. Por todas estas grandes y poderosas razones muchos estados bien gobernados fomentan grandemente esta profesión y cuidadosamente estimulan esta actividad, no solamente con una política que la aumente, sino también con poder para protegerla de daños externos, pues saben que entre las razones de estado es la principal el mantener y defender aquello que los sostiene a ellos y a sus haciendas.

-----------------------

[1]Antigua moneda inglesa de oro.

................
................

In order to avoid copyright disputes, this page is only a partial summary.

Google Online Preview   Download