Ferdinand de Saussure



Ferdinand de Saussure

El lingüista suizo Ferdinand de Saussure murió en 1913 antes de escribir, en forma sistemática, los pensamientos por los que hoy es más conocido. El Curso de Lingüística General es una compilación realizada posteriormente por algunos de sus alumnos a partir de sus notas de clase. El libro no solamente concibe la lingüística en términos de la semiótica, sino que le atribuye a esta disciplina la posibilidad de comprender todos los aspectos de la cultura:

Un lenguaje es un sistema de signos que expresan ideas, y es, por lo tanto, comparable a un sistema de escritura, el alfabeto de los sordomudos, los ritos simbólicos, las fórmulas de cortesía, las señales militares, etcétera. Pero es el más importante de todos esos sistemas.

Una ciencia que estudie la vida de los signos en una sociedad, es concebible; sería parte de la psicología social y en consecuencia de la psicología general; La llamaría Semiología. La Semiología mostraría todo lo que constituye los signos, las leyes que los gobiernan. Como tal ciencia todavía no existe, nadie podría decir lo que será; pero tiene el derecho de existir, de asegurarse un espacio. La lingüística es sólo una parte de la ciencia general de la semiología; las leyes descubiertas por la semiología serán aplicables a la lingüística, la cual podrá configurar un área bien definida dentro de la masa de los hechos antropológicos.

En los últimos años se ha comprobado la predicción saussuriana. Umberto Eco señala en su Teoría de la Semiótica que el campo semiótico tiene que ver hoy con la zoología, los signos olfatorios, la comunicación táctil, la paralingüística, la medicina, los códigos musicales, los lenguajes formales, los lenguajes escritos, los lenguajes naturales, la comunicación visual, los sistemas de objetos, los códigos culturales, la comunicación de masas y la retórica. A los cuales podrían sumarse campos como el del psicoanálisis y la antropología.

Los términos “signo” y “sistema” reciben igual énfasis tanto en la cita anterior como en todo el Curso de Lingüística General. El lenguaje es “un sistema de signos que expresan ideas”, una red de elementos que significan sólo en relación de unos con otros. El signo es en sí mismo una entidad relacional, un conjunto de dos partes que significan no solamente a través de aquellos rasgos que hacen a cada una de esas partes diferentes, sino a partir de la posibilidad que tienen esos rasgos de asociarse.

Saussure nombra esas dos partes del signo como “significante” y “significado”. El “significante” se refiere a una forma capaz de significar, mientras que el “significado” designa el concepto que esa forma evoca. El significante para Saussure es una “imagen acústica”, es decir, la imagen que los sonidos configuran en la mente cuando se piensa; el significado, por su parte, es lo que se quiere decir por medio de esas imágenes. (Para Saussure, el habla representa la realización o manifestación del significante y no el significante mismo. La escritura representa la trascripción del habla).

El Curso de Lingüística General enfatiza el carácter “arbitrario” del signo lingüístico: el hecho de que la conexión entre sus dos parte es “inmotivada”.

El vínculo entre el significante y el significado es arbitrario. Como se entiende por signo el todo que resulta de la asociación entre un significante y un significado, podría decirse que el signo lingüístico es arbitrario.

La idea de “hermana” no se vincula mediante ninguna relación intrínseca a la sucesión de sonidos s-i-s-t-e-r que sirve como significante en inglés. La misma idea podría ser representada de la misma manera por cualquier otra secuencia en los diferentes idiomas…

En lo que Saussure quiere insistir es en que no hay un vínculo natural entre un significante y su significado; su relación es totalmente convencional y sólo puede ocurrir dentro de un determinado sistema lingüístico. El significante “hermana” produce un concepto más o menos equivalente en la mente de todos los hablantes de la lengua castellana, pero no en la mente de los hablantes ingleses o franceses.

La noción de “más o menos equivalente” es vital en la comprensión tanto del significante como del significado. Dos hablantes del castellano no pronuncian una misma palabra de la misma manera, y esa diferencia es aun mayor en el nivel conceptual. Lo que nos permite reconocer una palabra cuando es pronunciada por un hablante de una región diferente a la nuestra es el hecho de que la palabra en cuestión se parece más a nuestra propia versión de ella que a otra palabra cualquiera. De la misma manera, lo que nos capacita para comunicarnos conceptualmente, son ciertos rasgos que compartimos en el nivel del significado. Aunque la noción de hermana de un hablante de lengua castellana puede diferir dramáticamente de la de otro, siempre habrá más puntos en común entre las dos nociones de hermana que los que puede haber entre esa misma noción y otras como la de padre, madre o hermano. En resumidas cuentas, la identidad de un significante dado o de un significado se establece por las maneras en las que esa identidad sea diferente de la de los otros significantes o significados dentro del mismo sistema. Saussure ilustra este asunto mediante una analogía con el ajedrez: “el estado de cosas en el ajedrez se parece mucho al estado de cosas en un lenguaje. El respectivo valor de las piezas depende de su posición en el tablero tal como cada término lingüístico adquiere su valor en oposición a todos los demás términos”. Además, en el Curso de Lingüística General, Saussure hace notar que mientras la sustitución de marfil por madera en las piezas de ajedrez no afecta para nada el curso del juego, una disminución o un aumento en el número de piezas no solamente transforman todo el juego sino que cambia la valoración de cada elemento en él.

Saussure reconoce dos clases de signos que parecen contradecir el principio de arbitrariedad en el vínculo entre significante y significado: las palabras onomatopéyicas y los símbolos. La primera de estas clases se descarta fácilmente: Saussure señala que significantes como “susurro” o “murmullo”, que son ostensiblemente duplicaciones o imitaciones de sus significados, pueden variar sustancialmente de una lengua a otra, pero mantienen por lo menos parcialmente una similitud en el significado. La segunda categoría parece más problemática, en dos sentidos: porque la asociación entre significante y significado de hecho parece “motivada” (“Una de las características del símbolo es que no es totalmente arbitrario; no está vacío, pues hay un rudimento de un vínculo natural entre el significante y el significado. El símbolo de la justicia, una balanza, no podría ser reemplazado por otro símbolo cualquiera: una carroza, por ejemplo); y porque algunos sistemas de significación, como el de los gestos, parece que consisten solamente de símbolos. Sin embargo, Saussure puntualiza que el fenómeno semiótico significante que aquí ocurre se da por la relación convencional entre los dos términos y no por su grado de similitud. Debido a que la segunda de estas relaciones tiende a opacar la primera, Saussure establece que los sistemas de significación no-simbólica constituyen objetos de investigación semiótica más apropiados que los sistemas simbólicos:

Los signos que son totalmente arbitrarios cumplen mejor que los otros el ideal del proceso semiológico; es por eso que el lenguaje, el más complejo y universal de todos los sistemas de expresión, es también el más característico; en este sentido, la lingüística puede aparecer como el modelo de todas las ramas de la semiología aunque el lenguaje es solamente un sistema semiológico en particular.

Este pasaje revela el estatuto privilegiado de que goza la lingüística en el modelo saussureano. También sugiere algunos de los problemas implícitos en tal valoración. Al posicionar lo lingüístico como el ideal semiológico, Saussure establece un sistema valorativo dentro del cual cualquier lengua que se sustente en signos motivados sería considerada inferior. Esa lengua sería, en consecuencia, menos susceptible de ser estudiada, y susceptible de precisar un suplemento lingüístico (una glosa o una explicación verbal). El argumento saussureano funcionaría como excluyente de muchas áreas —psicoanálisis, investigación literaria o cinematográfica, antropología, análisis ideológicos — las que, de otro modo, se han beneficiado de la semiótica.

Como dice Jonathan Culler en su monografía sobre Saussure, la arbitrariedad del signo lingüístico va más allá de la relación entre significante y significado. Cada una de las partes del signo lingüístico es en sí misma arbitraria, lo que equivale a decir que ninguna de las partes posee una existencia más importante o autónoma:

Un lenguaje no asigna simplemente nombres a un conjunto de conceptos que existen independientemente. El lenguaje establece una relación arbitraria entre los significantes que selecciona por un lado, y los significados seleccionados por el otro. No sólo cada lenguaje produce un conjunto diferente de significantes, mediante la articulación y la división del continuo sonoro a modo de distinción, sino que además cada lenguaje produce un conjunto diferente de significados: las lenguas proceden de manera distintiva y por tanto “arbitraria” de organizar el mundo mediante conceptos y categorías.

El hecho que las experiencias de pensar y hablar difieren de una lengua a otra —que tanto significantes como significados son arbitrarios— podría demostrarse con un simple ejercicio. Dos palabras francesas aparecen en los diccionarios como traducciones del sustantivo inglés “wish” —voeu y désir—. Estas palabras son claramente diferentes la una de la otra en el nivel del significante —ellas son, simplemente, materialmente distintas—. Ellas también difieren en el nivel del significado. El significado de voeu coincide con el de “wish” solamente en el caso especializado de deseos verbales, como en “Best wishes”. Más aún, ocupa el mismo campo semántico que una palabra inglesa muy diferente: “vow”. Y désir representa el equivalente francés de otra palabra inglesa: “desire”, pero cuyo significado es bien distinto: “una condición permanente y necesaria de deseo”. Tal como las formas, los conceptos no gozan de una identidad por fuera de un sistema. La significación emerge solamente a través de la puesta en escena de las diferencias en un sistema cerrado:

En los lenguajes sólo hay diferencias; una diferencia generalmente implica unos términos positivos entre los cuales la diferencia se establece; pero en los lenguajes sólo hay diferencias sin esos términos positivos. Si tomamos el significado o el significante, un lenguaje no tiene ni ideas ni sonidos que existan antes del sistema lingüístico; sólo hay diferencias conceptuales o fónicas emitidas por el sistema. La idea o la sustancia fónica que un signo contiene es de menor valor que los otros signos que están a su alrededor. Prueba de esto es que el valor de un término podría modificarse sin que el significado o el sonido se afecten; sólo lo harán si un término cercano haya sido modificado.

Tanto como su insistencia en la naturaleza arbitraria del signo indicaría, el modelo de Saussure no tiene en cuenta nada más allá del dominio de la significación. El Curso de Lingüística General no tiene nada que decir acerca de una hermana real que esté en cuestión cuando la palabra “hermana” es pronunciada, escrita o pensada; es decir, acerca de la conexión entre el signo y el referente. Dicho modelo sólo tiene que ver con tres tipos de relaciones sistemáticas: aquellas entre un significante y su significado; aquellas entre un signo y todos los otros elementos de su sistema; y aquellas entre un signo y los elementos alrededor de él en una instancia significante concreta. Ya hemos tratado el primer tipo de relaciones; las otras dos, merecen un tratamiento especial.

A pesar de que Saussure describe como “asociativas” las relaciones que un signo establece con todos los otros signos en un mismo sistema, éstas se conocen hoy como relaciones “paradigmáticas”. Las relaciones paradigmáticas pueden ser consideradas como una similitud entre dos signos en un mismo sistema en el nivel del significante, en el nivel del significado, o en ambos. Ejemplos lingüísticos de similitud en el nivel del significante incluirían palabras con el mismo prefijo o sufijo, palabras que riman, o palabras homónimas. Sinónimos y antónimos constituyen ejemplos lingüísticos de similitud en el nivel del significado (dos palabras pueden existir en una relación de antonimia sólo si hay un punto en común entre ellas). Ejemplos lingüísticos de similitud tanto en el nivel del significante como en el del significado son más difíciles de encontrar. Uno podría ser: educación e instrucción. Ambas palabras tienen el mismo sufijo, riman (significante) y ambas significan escolaridad (significado). Saussure señala que las relaciones paradigmáticas ocurren en un sistema y se sustentan en la memoria, no en el discurso: “Ellas reposan en el cerebro; son parte del repertorio que crea una lengua en cada usuario”.

Saussure se refiere a las relaciones que un signo establece con los otros signos a su alrededor en una instancia significante concreta como “sintagmáticas”. Estas relaciones sólo se realizan en el discurso, y siempre involucran una proximidad formal. Las palabras en una oración gozan de relaciones sintagmáticas, como los fotogramas de una película, o las prendas del vestuario que se usan juntas. El Curso de Lingüística General trae la imagen de una cadena para ilustrar la relación que los elementos de un “sintagma” o un racimo sintagmático establecen entre ellos.

La validez de un signo se define tanto por sus asociaciones paradigmáticas como por las sintagmáticas. Su validez depende en parte de esos rasgos que lo distinguen de otros signos en el sistema, y en parte de esos rasgos que lo distinguen de otros signos adyacentes a él en un discurso específico (“en un sintagma un término adquiere su valor solamente porque aparece en oposición a todo lo que lo precede, o lo sigue, o ambos”).

Otra de las relaciones fundamentales en el Modelo semiótico de Saussure es la que se da entre lengua y habla. En los términos de estas categorías, Saussure hace una distinción entre el sistema lingüístico abstracto que preexiste a cualquier uso individual, y la manipulación que se hace de ese sistema para producir usos específicos. Como en el caso de los racimos paradigmáticos, la lengua encuentra su posición solamente en la memoria: no tanto en la memoria individual, sino más bien en una memoria cultural. Como apunta Saussure, “la lengua no se completa en ningún hablante determinado; existe sólo en ámbitos de una colectividad”. El habla, por su parte, posee una existencia individual y localizada. Se caracteriza por ciertos rasgos “accidentales”, tales como el estilo o la entonación personales, que no ocurren dentro del sistema, más estable y normativo, de la lengua.

La oposición entre lengua y habla parece colapsarse en varios puntos. La lengua no es más que el conjunto de todas las instancias disponibles del habla. Del mismo modo, cada usuario necesariamente hace uso de la lengua a partir de los recursos existentes. Sin embargo, Saussure no solamente mantiene la distinción entre las dos categorías, sino que privilegia la primera sobre la segunda. En términos del Modelo que se establece a partir del Curso de Lingüística General, sólo la lengua puede constituir un objeto de estudio adecuado por la simple razón de que sólo ella permite la investigación “sincrónicamente” y no “diacrónicamente”.

Sincronía y diacronía constituyen la última de las relaciones fundamentales en el modelo de Saussure. Se plantea esta distinción como un intento de favorecer la importancia de los valores de simultaneidad y sistematicidad sobre los de sucesión y evolución:

La lingüística sincrónica tiene que ver con las relaciones lógicas y psicológicas que ligan aspectos coexistentes y que configuran un sistema en la mente colectiva de los usuarios de una lengua.

La lingüística diacrónica, por el contrario, estudia las relaciones que ligan aspectos sucesivos que no pueden ser percibidos por la mente colectiva sino que proceden sin formar un sistema.

Saussure utiliza las categorías de sincronía y diacronía para establecer una distinción entre sus propias teorías lingüísticas y las que en su tiempo tenían validez. Es decir, entre una mirada a la lingüística en términos relacionales, y otra, en términos históricos. Hay, por tanto en el modelo saussureano, una correspondencia entre “sincronía” y “lengua”: sólo se puede llegar al segundo de estos conceptos por medio del primero, ya que el sistema de la lengua está constituido precisamente por elementos sincrónicos. “Diacronía” y “habla” tienen, a su vez, un linaje común: el habla se despliega en el tiempo, sintagmáticamente, y, además, los cambios se producen en la lengua a través del habla:

Todo lo diacrónico en la lengua es diacrónico sólo en virtud del habla. Es en el habla donde pueden encontrarse los gérmenes del cambio. Cada cambio brota desde las posiciones individuales antes de ser reconocido como un uso colectivo.

La centralidad atribuida a lo sincrónico en el modelo de Saussure se convirtió en el aspecto de mayor controversia. Los críticos vieron en ello un desconocimiento de lo histórico y, por ende, una estaticidad y una impotencia de asumir los cambios; esta crítica puede ser válida en el sentido de que Saussure se limita a estudiar las relaciones en sistemas cerrados. Sin embargo, las categorías saussureanas de “habla” y “diacronía” parecen proveer un espacio de negociación con teorías historicistas como la del marxismo.

No es nuestro interés incursionar en los campos de este tipo de negociaciones. Sin embargo, una de las vías expeditas para conceptualizar la diacronía en el modelo saussureano consiste en concebirla como una serie de sincronías sucesivas, entre las que el habla funciona tanto como el ámbito necesario entre una sincronía y otra, y como la posibilidad de relevo entre la lengua y sus presiones externas. Este tipo de relación múltiple en cuatro sentidos — una sincronía, las que la preceden y las que la siguen, el habla y la diacronía externa o historia— se relaciona metafóricamente con un pasaje en la novela de Marcel Proust, En Busca del Tiempo Perdido. Dicho pasaje describe el efecto que ciertos acontecimientos políticos o económicos tuvieron en los sistemas cerrados de los salones del siglo XIX:

… como un calidoscopio que ahora o después emprende sus giros, la sociedad dispone sus elementos sucesivamente y parece que se aquieta y configura un patrón… Nuevos arreglos de calidoscopio se producen…

La configuración que aparece en cada giro de calidoscopio corresponde con una sincronía o sistema de lengua como se infiere del modelo de Saussure, mientras que los cambios internos en cada configuración, y que a la postre provocarán el giro, corresponden al habla. Esos cambios o innovaciones se deben a una diacronía externa al sistema de la lengua que se percibe en la configuración.

El concepto de signo acuñado por Saussure ha sido fundamental en el desarrollo de la semiótica, particularmente por el énfasis puesto en su carácter relacional. Ese concepto siempre ha estado en la base de toda reflexión semiótica, aun cuando ha sufrido una transformación importante la que apenas lo hace reconocible. Muchas de esas transformaciones se debieron a críticas filosóficas del modelo de Saussure; otras surgieron de la dificultad de aplicar los principios saussureanos a los sistemas de significación conocidos como de segundo orden o de los signos motivados. El modelo semiótico de Charles Sanders Peirce, aunque incluso fue formulado primero, contribuyó enormemente en dicha transformación.

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