CARISMA Y ESPIRITUALIDAD DE SAN FRANCISCO DE ASÍS



CARISMA Y ESPIRITUALIDAD DE SAN FRANCISCO DE ASÍS

En esa obra maestra admirable que es la vida y la persona del santo de Asís confluyeron tres componentes principales: la gracia, la naturaleza y la propia personalidad, ya presentes en sus primeros 24 años de vida pura e íntegra, pero también vana y disipada. Los tres componentes se entremezclaron luego en sus veinte años de conversión y penitencia, en una creciente tensión espiritual, hasta alcanzar su punto culminante en la transformación mística en Cristo estigmatizado. Fruto de la gracia y de los dones extraordinarios de Dios, sin duda, pero también de su esfuerzo heroico y constante en la práctica de toda virtud humana, moral y social, a la luz del Evangelio de Cristo y al servicio del amor de Dios y del prójimo. La espiritualidad de San Francisco de Asís es, sobre todo, cristocéntrica y evangélica, afectiva y mística. Francisco, en su contemplación del misterio trinitario, ve sobre todo en la persona del Hijo de Dios encarnado y crucificado al hermano mayor de toda la humanidad, al autor de la salvación, mediador y modelo de nuestra comunión con Dios. Esto lo descubrió ya desde el momento de su conversión. La visión de Cristo crucificado en San Damián, lo marcó de tal modo para toda su vida, que no podía recordar la Pasión del Señor sin que le saltaran las lágrimas y, como dice San Buenaventura, ya desde entonces llevó impresas en su interior las llagas de la pasión. Por tanto, la espiritualidad de San Francisco no es especulativa sino afectiva, y es su compasión por Cristo lo que le empuja a seguirlo y a imitarlo en todo, hasta parecer otro Cristo pobre y crucificado.

Francisco encontraba a Jesucristo pobre y crucificado en los pobres, en los leprosos, en las pruebas, en las iglesias en ruinas y, sobre todo, en la soledad y en el silencio de la oración. Allí, transformado no ya en orante sino "en la oración misma", contemplaba con los ojos de la mente y con el corazón la pobreza en Belén de Cristo y de su madre pobrecilla; la caridad que lo llevó a la cruz por amor nuestro; y su humildad en la Eucaristía, hecho pan en las manos del sacerdote para la vida del mundo.  El gran amor de Dios por la humanidad manifestado en Cristo le hacía vivir en constante alabanza y acción de gracias, bendiciendo a Dios por todas las cosas creadas por Dios, que de él llevan "significación". Y por su "compasión" a Cristo encarnado amaba a toda criatura, animada o inanimada, en especial al hombre redimido con su sangre, y a proclamarlo a los cuatro vientos cual mensajero de su salvación y de su paz, no sólo a los hombres de todo el mundo, cristianos o no, de cualquier clase o condición, sino incluso a los pájaros, al fuego, a los peces, a toda criatura. Y sus palabras no eran estériles, pues eran inspiradas e iban acompañadas por el ejemplo de una vida intachable. Y todo eso, a diferencia de otros movimientos evangélicos de su tiempo, lo vivió desde una fe inquebrantable en la Iglesia católica, en su doctrina y en sus ministros. "Hombre católico y totalmente apostólico, que en su predicación exhortaba, principalmente, a observar inviolablemente la fe de la Iglesia Romana" (Julián de Spira). 

San Francisco fue también, desde su conversión, un "penitente", es decir, un hombre en camino de conversión, de regreso a la voluntad del Padre. Mas el regreso no es posible sin penitencia, sin austeridad ni mortificación de los sentidos, sin dar muerte al hombre viejo esclavo de los vicios y pecados. Su ascética fue la práctica y el ejercicio de las virtudes, principalmente las seis virtudes que él llama "hermanas": la reina sabiduría con la pura sencillez, la dama pobreza, con la santa humildad, la señora santa caridad y la santa obediencia. La ascesis lo transformó en un hombre renovado, devuelto a la inocencia original pues, habiendo vencido al pecado, se sentía perdonado y reconciliado con Dios, en paz consigo mismo y en comunión con toda criatura animada o inanimada. De ahí su optimismo y la "verdadera alegría" que lo lleva a componer el Cántico del hermano sol cuando se estaba quedando ciego, y a recibir cantando a la "hermana Muerte". "Bien lo saben cuantos hermanos convivieron con él, qué a diario, qué de continuo traía en sus labios la conversación de Jesús; qué dulce y suave su diálogo; qué coloquio más tierno y amoroso mantenía. De la abundancia del corazón habla la boca, y la fuente de su amor iluminado que llenaba todas sus entrañas, bullendo saltaba fuera. ¡Qué intimidades las suyas con Jesús! Jesús en el corazón, Jesús en los labios, Jesús en los oídos, Jesús en los ojos, Jesús en las manos, Jesús presente siempre en todos sus miembros... Porque con amor ardiente llevaba y conservaba siempre en su corazón a Jesucristo, y éste crucificado, fue marcado gloriosamente sobre todos con el sello de Cristo..." (1Celano 115)

De sus Escritos

Amad a vuestros enemigos y haced el bien a los que os odian', pues nuestro Señor Jesucristo, cuyas huellas debemos seguir, llamó amigo al que lo entregaba y se ofreció espontáneamente a los que lo crucificaron (S.Francisco, 1Reg 22). Y te damos gracias porque... quisiste que Él, verdadero Dios y verdadero hombre naciera de la gloriosa siempre Virgen Santa María, y quisiste que nosotros, cautivos, fuéramos redimidos por su cruz, y sangre, y muerte (S.Francisco, 1Reg 23). Y yo oraba y decía así sencillamente: 'Te adoramos, Señor Jesucristo, también en todas tus iglesias que hay en el mundo entero y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo' (S.Francisco, Testamento). En esto es en lo que podemos gloriarnos: en nuestras flaquezas y en llevar a cuestas cada día la santa cruz de nuestro Señor Jesucristo (S.Francisco, Adm.5)", Y la voluntad de su Padre fue que... se ofreciera a sí mismo como sacrificio y hostia, por medio de su propia sangre, en el altar de la cruz; no para sí mismo..., sino por nuestros pecados, dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas (S.Francisco, a todos los fieles). El buen Pastor, por salvar a sus ovejas, soportó la pasión de la cruz. Y sus ovejas lo siguieron en la tribulación y la persecución, en el sonrojo y el hambre, en la debilidad y la tentación, y en todo lo demás; por eso recibieron del Señor la vida sempiterna. (S.Francisco, Adm.6). Si el sepulcro donde yació algún tiempo es venerado, ¡Oh, qué santo, justo y digno debe ser quien toca con las manos, toma con la boca y el corazón y da a otros... al que ha de vivir eternamente...! (S.Francisco, Carta a la Orden).

De las Biografías

"Consideremos, queridos hermanos, nuestra vocación, a la cual nos ha llamado el Señor por su misericordia, no tanto para nuestra salvación, cuanto por la salvación de muchos otros, a fin de que vayamos por el mundo exhortando a los hombres más con el ejemplo que con las palabras, para moverlos a hacer penitencia de sus pecados y para que recuerden los mandamientos de Dios". (Tres Compañeros, 36) Cuando Francisco, por la enfermedad, se veía precisado de mitigar el primitivo rigor, solía decir: 'Comencemos, hermanos, a servir al Señor Dios, pues escaso es, o poco, lo que hasta ahora hemos adelantado'. No pensaba aún haber llegado a la meta..." (Vida I, 103). Si quieres conocer mi voluntad, es preciso que todo lo que has amado y deseado tener como hombre carnal lo desprecies y aborrezcas. Y luego que empiezes a probarlo, lo que hasta ahora te parecía suave y delicioso se te volverá insoportable y amargo; y en lo que antes te horrorizaba sentirás una gran dulzura y suavidad inmensa" (Estas palabras del Señor a Francisco y el abrazo al leproso al día siguiente marcaron el comienzo de su conversión). Bien lo saben cuantos hermanos convivieron con él (con Francisco), qué a diario, qué de continuo traía en sus labios la conversación de Jesús; qué dulce y suave su diálogo; qué coloquio más tierno y amoroso mantenía. De la abundancia del corazón habla la boca, y la fuente de su amor iluminado que llenaba todas sus entrañas, bullendo saltaba fuera. (Vida I de S. Francisco, 115).

SEÑAS DE IDENTIDAD FRANCISCANAS

 [pic]  El saludo franciscano de la paz

[pic]  El hábito franciscano

[pic]  La Tau franciscana

[pic]  La Indulgencia de la Porciúncula

[pic]  El Crucifijo de san Damián

[pic]  La oración "Instrumento de tu paz"

   El saludo franciscano de la paz

En contra de lo que muchos piensan, el verdadero saludo franciscano no es "Paz y Bien", que tiene su origen en la anécdota de un peregrino que pasó por Asís saludando a todos de  ese modo, antes de que naciera San Francisco. El saludo franciscano, como se explica en este artículo, tiene su origen en el Evangelio, más exactamente en el mandato de Cristo a sus apóstoles y discípulos, de saludar con la paz a todos los que encontrasen en su camino.

 Para San Francisco y sus compañeros vivir el Evangelio suponía una imitación lo más fiel posible a la forma de vida de Cristo y de los apóstoles, con una destacada predilección por la predicación ambulante. Así, por ejemplo, las palabras que Cristo dirige a los discípulos cuando los envía a misionar son los textos que los franciscanos meditan  más ardorosamente, y de los que sacan aquellos consejos que se adaptan directamente a la vida de ellos. Estos versículos evangélicos se incluyen en la trama misma de las Reglas, en el capítulo que habla de la manera de ir por el mundo. En la primera Regla forman ellos solos casi la totalidad del capítulo. Los hermanos debían ajustarse a estos consejos. Así, "en cualquier casa donde entren digan primero: Paz a esta casa. Y permaneciendo en aquella casa coman y beban lo que les pongan delante" (cap. 14).  En este texto se puede identificar una cita de San Lucas, restringida, pero exacta en sus palabras. En la segunda Regla la intención es idéntica, pero la redacción es aún más esencial.

A esta paz, dirigida a las casas donde entran los franciscanos, se añade un saludo idéntico para todos los que se cruzan en su camino. Francisco escribe en el Testamento: "El Señor me reveló que dijésemos este saludo: El Señor os dé la paz". Esta práctica va más allá de la prevista en las palabras de envío de Jesús a los discípulos, pues proviene de Francisco y de su inspiración. Podemos pensar que deriva del texto evangélico, y que completa sus recomendaciones. Sabemos igualmente que Francisco, desde los comienzos, empezaba sus sermones deseando la paz: "En cada predicación, antes de transmitir la palabra de Dios al pueblo, les deseaba la paz diciendo: El Señor os dé la paz" (1Cel 23). En 1Cel. y en 3Comp, este saludo de paz al comienzo de la predicación parece conectar con la meditación de los textos evangélicos relativos al envío de los discípulos para la misión, que Francisco ya había descubierto antes. En pocas palabras: los saludos de paz parecen tener el mismo origen y significado.

El significado de estos diferentes saludos de paz sólo se explican en un pasaje de Tres Compañeros. Francisco decía a sus compañeros. "Que la paz que anunciáis de palabra, la tengáis, y en mayor medida, en vuestros corazones Que ninguno se vea provocado por vosotros a ira o escándalo, sino que por vuestra mansedumbre todos sean inducidos a la paz, a la benignidad y a la concordia. Pues para esto hemos sido llamados: para curar a los heridos, para vendar a los fracturados y para corregir a los equivocados." (3Comp 58).

La paz que los franciscanos tienen que tener en su boca es la de su corazón. Es la paz interior, la que ellos han conquistado. El escándalo y la ira que ellos podrían provocar si faltaran estas buenas disposiciones, refleja, evidentemente, el vocabulario de las Admoniciones. Escándalo e ira son la realidad de los que no saben conservar la paz... Esta paz que los franciscanos llevan en su corazón es la del comentario de la Admonición 15 a la bienaventuranza de los pacíficos.

Francisco compromete a sus hermanos a anunciar la paz y a dar testimonio de la dulzura, que se convierte en el medio para atraer a todos los hombres a la paz verdadera, a la bondad y a la concordia. Esta finalidad conlleva la reconciliación entre los hombres, en los mismos términos de la paz medieval. El modo que Francisco impone a los hermanos es el que él mismo les había enseñado, haciéndoles cantar el Cántico con una estrofa sobre la paz, cantada en presencia del podestà o regidor de Asís y del obispo. El saludo de paz es el esbozo del mismo diseño. Puede ser el principio del renacimiento espiritual que lleva finalmente a la concordia. La vocación franciscana presentada por Francisco de manera metafórica hace clara alusión a la oveja perdida, es decir, al pecador que se desvía y que necesita reconciliarse con Dios. Las llagas y los miembros fracturados son más bien una evocación de los conflictos humanos y de sus consecuencias: el odio, la ira y todos los sentimientos desencajados de la turbación. Francisco, conscientemente, va sembrando el camino de fermentos de concordia, sabiendo además que sus hermanos son un testimonio vivo de ello.

El saludo de la paz hecho a imitación del Evangelio, como primera palabra que los franciscanos dirigen a los demás, se esfuerza en hacer que el corazón se abra a la paz, es decir, a esa fuerza espiritual interior que es principio de renovación moral y civil. Esta primera palabra pretende hacer entrar en los planes de renovación entre los hombres, mediante la profundización interior y el Evangelio, del que la Orden franciscana da un testimonio colectivo.

Dos textos evangélicos, con sentido probablemente idéntico, parecen permitirnos dos modos de acercarse a la paz. Hay que notar que en Francisco ambos se funden en una misma experiencia de la paz. La paz interior de la bienaventuranza, y la que se proclama en plenitud y se dirige a cualquiera, forman una sola y única realidad.

La coherencia está en el hecho de que Francisco no es un pacificador en el verdadero sentido de la palabra. A él no le compete la obligación de negociar acuerdos, de equilibrar concesiones ni de recibir juramentos. Este papel es noble, pero no es el suyo. A él le corresponde crear las condiciones espirituales que permitan a cada cual tener el empujón necesario para optar por sí mismo a favor de la paz y la concordia. El Evangelio que alimenta esta meditación espiritual consiente también hacer frente a los acontecimientos.

Francisco sabe bien que la paz puede pasar del corazón de sus hermanos al de cada hombre. Él les da una misión de paz cuando los envía de dos en dos a predicar (1Cel 29). Él tiene un plan de paz para el mundo (1Cel 24), y esta empresa abre las puertas del reino de los cielos. El saludo de paz de los hermanos descansa en la experiencia de la bienaventuranza evangélica de los pacíficos. El punto fundamental es, con toda seguridad, esta paz que predomina por encima de todo.

El hábito franciscano. Forma, colores, significado

Al ser lo primero que salta a la vista de quien se acerca a los franciscanos, el tema del hábito suscita curiosidad y extrañeza a la vez, pues su forma y color varía según las distintas familias franciscanas. Hay que aclarar, en primer lugar, que ninguna de las actuales órdenes o congregaciones franciscanas, ni por forma ni por color, viste el hábito de San Francisco, que era en forma de cruz y de lana gris. El paño, en efecto, no era teñido, sino tejido con lana blanca y negra natural entremezclada que le daba un color ceniciento.

Hay quien afirma que el Santo de Asís y sus compañeros al principio no vestían de forma diferente a los pobres y campesinos de su tiempo, pero eso no es lo que se deduce de sus escritos y biografías. Es cierto que el modo de vestir de los frailes Menores (túnica larga, capucho, cuerda y calzones) era más pobre que el de cualquier religioso de aquel tiempo, mas no por eso dejaba de ser una divisa religiosa que los diferenciaba de los seglares.

Las dos Reglas de San Francisco y los biógrafos del Santo hablan de la humildad y vileza del hábito de los Hermanos Menores, sin ofrecer detalles en cuanto al color o la forma de la túnica y del capucho, pues lo más importante para Francisco y a sus compañeros era la modestia y la pobreza. La segunda Regla impone a los frailes no juzgar ni despreciar "a los que visten ropas suaves y de colores", por lo que deducimos que el color debía de ser natural. Gracias a los biógrafos y a las túnicas que se conservan de San Francisco sabemos que éstas tenían forma de cruz o de tau, como expresión de que el Hermano Menor debe crucificar en sí mismo las pasiones de este mundo.

En cuanto al color, sólo en el Espejo de Perfección leemos que el Santo prefería a la alondra entre todas las aves, porque "tiene un capucho como los religiosos y es un pájaro humilde... Su ropaje, o sea las plumas, tiene el color de la tierra, y ella da ejemplo a los religiosos de que no hay que tener ropa delicada o de colores, sino modesta en el precio y el color, igual que la tierra, que es el elemento más vulgar". Pero la tierra, como todos sabemos, tiene infinidad de tonalidades. Tomás de Celano, en el Tratado de los Milagros, habla de un "paño ceniciento" como el de los cistercienses de Tierra Santa, que Jacoba de Settesoli le trajo de Roma a Francisco moribundo. La única referencia al color del hábito del Santo la encontramos en la Crónica de Roger de Wendover (muerto en 1236) y de Mateo Paris, donde se dice que "los frailes que se llaman menores... caminaban descalzos, con cinturón de cuerda, túnicas grises, largas hasta los tobillos y remendadas, con un capucho basto y áspero".

En un documento del año 1233, el rey de Inglaterra ordenaba al vizconde de Londres la adquisición de una cierta cantidad de paños, la mitad de "blaunchet" o blanco para los Dominicos, y la mitad de "griseng" o gris para los Menores. En 1259, el vizconde de Cerwich compraba también ciertos paños de "russet" para las tunicas de los frailes Menores de Reading. El "russet" era el "rusetus pannus" de color rojizo, resultado de la mezcla natural de lana blanca y parda. Las Constituciones de Narbona del 1260 establecían que "las túnicas exteriores no sean ni del todo negras, ni del todo blancas", lo cual dejaba un amplio margen de tonalidades de grises. En los frescos de Giotto de la Basílica superior de Asís podemos ver, en una misma escena, hábitos grisáceos y rosados, pero siempre en tonos claros. Las Constituciones Farinerias del 1354 sólo imponen que los superiores no permitan el uso de paños con "motas de diferentes colores, ni demasiado cercanos al blanco ni al negro".

La variedad de tonalidades del hábito primitivo se debía, aparte de aq la diversidad natural del color de la lana, al hecho de que el paño para las túnicas no se confeccionaban expresamente para los frailes, sino que éstos los recibían como limosna por los benefactores. Eran ellos, por tanto, quienes elegían el color y la calidad del paño, aunque siempre bajo el control del superior, según las Decretales de Juan XXII (1317) y Benedicto XII (1336).

Mayor rigidez en el color se observa a partir de la división de la Orden, ocurrida en 1517, sobre todo por el valor simbólico del gris, que recuerda la ceniza y el polvo de que estamos hechos, y la penitencia. El gris fue el color oficial para todos los franciscanos hasta mediados del siglo XVIII. Tanto es así que, debido a las dificultades para conseguir tal paño en cantidad suficiente, hubo un momento en que las Constituciones de los Observantes y de los Capuchinos ordenaron que cada provincia fabricase sus propios paños para conseguir la máxima uniformidad. El capítulo general del 1694 de la Regular Observancia, por ejemplo, ordenaba que "se fabriquen paños del todo semejantes en el color y calidad, en la trama y en el grosor, tejidos con lana blanca y negra mezclada en tal proporción que resulte, a juicio de los expertos, un paño ceniciento como lo vemos en los hábitos y capas de N. P. S. Francisco, S. Bernardino de Siena y S. Juan de Capistrano, los cuales, aunque se conserven en provincias y países distintos, son de un mismo color ceniza, más o menos claro".

En los Menores Conventuales se nota una cierta tendencia al negro ya en la segunda mitad del siglo XVIII, aunque sus Constituciones Urbanas, en la edición del 1803 imponían el hábito gris ceniza. Esta prescripción desapareció en la edición de 1823, en parte porque con la Supresión napoleónica, habiéndose extinguido las corporaciones religiosas, sus miembros se vieron obligados a asumir el hábito talar negro del clero secular. Restaurada la Orden, los frailes prefirieron continuar con el color negro, aunque hoy el gris se está recuperando de nuevo, de manera que ya lo visten casi todos los conventuales de Asia, África y América, así como los de Australia y algunas provincias europeas.

Los Frailes Menores Observantes pasaron del color ceniza al marrón hace poco más de un siglo, en la segunda mitad del siglo XIX. Se empezó en Francia y se impuso para toda la Orden en el capítulo de Asís del 1895, cuando León XIII reunificó en una sola a las distintas familias reformadas: observantes, alcantarinos, recoletos y reformados ("El color artificial de las vestiduras exteriores se parezca al color de la lana natural negruzca cn tendencia al rojo, color que en italiano se llama marrone, y en francés marron").

Los Menores Capuchinos siguieron de algún modo la evolución de los Observantes, aunque, para evitar cualquier diferencia local, en 1912 se estableció que el color del hábito tenía que ser castaño, el mismo que el de los observantes, aunque algo más amarillento ("colorem debere esse castaneum, italice castagno, gallice marron, anglice chestnut, germanice kastanienbraun, hyspanice castaño").

El más parecido en la forma al de San Francisco es el hábito de los Capuchinos, por su capucho alargado y cosido al cuello de la túnica. El hábito de los Observantes se distingue por ser más ajustado y por el capucho suelto que cae sobre los hombros en forma de esclavina corta por delante y a los lados, y alargada por detrás, hasta la cintura. El hábito de los Conventuales es parecido al de los Observantes, pero el capucho es más pequeño y la esclavina más baja, hasta casi tocar los codos. El hábito de los Terciarios Regulares o frailes del TOR era hasta hace pocos años de igual forma y color que el de los Conventuales, pero ahora han vuelto al color tradicional gris, con esclavina baja y puntiaguda por detrás y por delante.

Más recientemente han surgido algunas congregaciones franciscanas con hábitos diferentes, pero muy semejantes a los ya citados, con túnica y capucho gris o marrón. Pero también los hay tirando a celeste, como el de los Franciscanos de la Inmaculada, e incluso de color verde. No obstante, a pesar de las diferencias de forma y color, el distintivo común de todos los franciscanos y franciscanas, que los hace diferentes de cualquier otra Orden o Congregación de la Iglesia, es el uso exclusivo del cordón de lana blanca, que Francisco eligió para ceñirse la cintura, para cumplir fielmente el mandato de Cristo, que envió a sus apóstoles por el mundo "nada para el camino", ni siquiera el cinturón (cf. Mateo 10).

En cuanto al calzado, San Francisco caminó siempre descalzo, de acuerdo con el mandato de Jesús a los apóstoles: "no llevéis sandalias..." Sólo en los dos últimos años de su vida, para ocultar las vendas ensangrentadas por los estigmas de los pies, tuvo que llevar zapatos de piel o de paño, como se pueden ver en las reliquias de Asís. La Regla sólo dice que los frailes pueden usar calzado en caso de necesidad. Las sandalias, sin embargo, se impusieron pronto, como puede verse en las pinturas de Giotto, donde todos los frailes, excepto Francisco, las llevan del mismo modelo. Más tarde, los reformados que vivían en las ermitas empezaron a usar unas sandalias con suelas altas de madera llamadas zuecos o "zoccoli", de ahí que en Italia los Observantes fuesen también conocidos por mucho tiempo como frailes "zoccolanti".

La Tau franciscana. Origen y significado

Bendición a fray León

San Francisco, dos años antes de su muerte, hizo una cuaresma en el monte de la Verna, en honor de la B. Virgen María, Madre de Dios, y del arcángel San Miguel, desde la fiesta de la Asunción de Santa María Virgen hasta la fiesta del arcángel San Miguel; y la mano de Dios estuvo sobre él mediante la visión y las palabras del Serafín y la impresión de los estigmas de Cristo en su cuerpo; entonces compuso estas alabanzas, que están escritas en el reverso de esta hoja, y las escribió de su puño y letra, dando gracias al Señor por el beneficio a él concedido.

EL SEÑOR TE BENDIGA Y TE GUARDE. TE MUESTRE SU ROSTRO Y TENGA MISERICORDIA DE TI. VUELVA A TI SU MIRADA Y TE DE LA PAZ.

San Francisco escribió de su propio puño esta bendición para mí, fray León: 

FR. LEÓN TEL SEÑOR TE BENDIGA

Del mismo modo trazó él mismo, con su mano, el signo de la Tau con su base.

(Escrito autógrafo de san Francisco, con anotaciones de fray León).

San Francisco y la "Tau"

La primera vez que la Tau aparece relacionada con San Francisco fue cuando fray Pacífico la vio marcada en su frente, probablemente en vísperas del Concilio IV de Letrán, que se abrió en Roma el 11 de noviembre de 1215, con un memorable sermón de Inocencio III basado en las palabras de Cristo: "He deseado ardientemente comer esta Pascua con vosotros" (Lc 22, 15). 

Recordando que Pascua significa "paso", el Papa manifestaba su deseo de que el Concilio, nueva Pascua, fuese ocasión de un triple paso, físico, espiritual y eterno, refiriéndose, respectivamente, a la Cruzada, a la reforma de la Iglesia universal y a la Eucaristía. La segunda parte del discurso, que trata del paso espiritual, es un comentario de Ezequiel 9, donde el papa hace suyas las palabras del Señor al profeta: "Pasa por la ciudad, recorre Jerusalén, y marca una tau en la frente de los hombres que gimen y lloran por todas las abominaciones que se cometen dentro de ella" (Ez 9, 4). Y luego añade: "Tau es la última letra del alfabeto hebreo, y tiene la forma de cruz, como era la cruz antes que le pusieran encima la inscripción de Pilato. Tau es el signo que se lleva en la frente cuando el esplendor de la cruz se manifiesta en toda nuestra conducta, cuando, como dice el Apóstol, se crucifica la carne con sus vicios y pecados. Entonces se afirma: Yo no quiero gloriarme en ninguna otra cosa, si no en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo…" Y concluye diciendo: "¡Sed, pues, los paladines de la Tau y de la Cruz!". 

San Francisco de Asís, que participó en el Concilio en calidad de superior general de una Orden aprobada por la Iglesia, debió de tomarse muy en serio la invitación de Inocencio III, pues, según los compañeros y sus primeros biógrafos, amaba y veneraba la Tau (nombre de la letra T en hebreo y griego) "porque representa la cruz y significa una verdadera penitencia". Al comienzo de cualquier actividad se santiguaba con dicha señal, la prefería a cualquier otro signo y la pintaba en las paredes de las celdas. En sus conversaciones y predicaciones la recomendaba a menudo, y la dibujaba a modo de firma en todas sus cartas y escritos, "como si toda su preocupación fuese grabar el signo de la tau, según el dicho profético, sobre las frentes de los hombres que gimen y se lloran, convertidos de veras a Cristo Jesús".  

La "Tau" en tiempos de San Francisco

La devoción de Francisco por la tau no era ninguna originalidad. Parece ser que la cruz de los romanos tenía esa forma y así la representaron, a veces, los primeros cristianos en las catacumbas. En tiempos del santo, al menos desde 1191, la usaban profusamente, como signo de pertenencia a la orden y de su vocación caritativa, los Crucíferos o antonianos de San Antonio Abad, que en Asís regentaban el hospital de San Salvador de las Paredes. Los Valdenses, fundados por Pedro de Valdo, contemporáneo de San Francisco, llegaron a declarar como dogma de fe que la cruz de Cristo tenía forma de T. La "Cruzada de los niños" de 1212 la tomó por distintivo. En Jerusalén, una orden caballeresca que tomó parte en la Segunda Cruzada era conocida como Orden de la Tau y sus miembros llevaban ese signo en el cuello de la capa. Por tanto, lo que hizo el santo de Asís fue asimilar un signo ya existente, que encajaba bien con su espiritualidad e ideales, basados en la contemplación e imitación de Cristo pobre y crucificado.

Algunas "reliquias" o testimonios

En la Basílica de San Francisco, en Asís, entre las reliquias del Santo, se muestra un autógrafo suyo con la bendición que le dedicó a su compañero fray León y el dibujo de la tau. En el eremitorio de La Verna hay un bastón usado por él, con la punta en forma de T. En Fontecolombo, en la capillita de la Magdalena, se descubrió no hace mucho una tau roja pintada en la pared, que algunos atribuyen al santo. También se cuenta que, después de su muerte, curó la pierna de un hombre, tocándola con una varita en forma de T, cuya señal quedó luego impresa en la parte curada. La Tau, por último, es el emblema del Sacro Convento de Asís, donde se encuentran representaciones de la misma de todos los siglos. Las más destacadas son las que pintaron Cimabúe, Giotto y Lorenzetti en la Basílica Inferior de San Francisco, entre los siglos XIII y XIV.

Indulgencia de la Porciúncula Origen y significado del "Perdón de Asís"

En la segunda mitad de julio de 1216, cuando faltaba poco para el 2 de agosto, primer aniversario de la consagración de Santa María de la Porciúncula, Francisco se presentó con fray Maseo ante el papa, y le pidió "una indulgencia para el aniversario de la consagración, sin necesidad de limosnas". El papa se sorprendió, pues la ayuda económica era imprescindible en estos casos. Con todo le ofreció un año, más de lo habitual, pero al Santo le pareció poco uno, dos, tres o siete años, y replicó: "Plazca a vuestra santidad concederme almas, no años". Y, ante la extrañeza del pontífice, le explicó: "Quiero, si place a vuestra santidad, por los beneficios que Dios ha hecho y aún hace en aquel lugar, que quien venga a dicha iglesia confesado y arrepentido quede absuelto de culpa y pena, en el cielo y en la tierra, desde el día de su bautismo hasta el día y hora de su entrada en ella ".

La perplejidad del papa estaba más que justificada: el Concilio Lateranense IV, pocos meses antes había limitado a un año la indulgencia para la dedicación de una iglesia, y a sólo cuarenta días para el aniversario, con el fin de favorecer la única indulgencia plenaria que existía entonces, la de Ultramar, establecida por el Concilio de Clermont (1095) con motivo de la Primera Cruzada. En un principio estaba reservada a los peregrinos de Tierra Santa y a los cruzados, pero el Concilio acababa de hacerla extensiva a quienes colaboraran materialmente con la Cruzada. Por tanto, una indulgencia plenaria sin riesgo físico ni coste económico, con la sola condición de acudir a la Porciúncula sinceramente arrepentidos, era algo inconcebible; de ahí que el papa respondiera: "Mucho pides, Francisco. La Iglesia no suele conceder tales indulgencias". A lo que él replicó: "Messer, lo que pido no viene de mí, es el Señor quien me envía". Entonces el pontífice exclamó, por tres veces: "¡Me agrada que la tengas!".

Pero los cardenales, temiendo el golpe que tal indulgencia podía suponer para la Quinta Cruzada que se estaba organizando, hicieron notar enseguida al pontífice que tal concesión echaba por tierra la de Ultramar, mas él argumentó: "Se la hemos concedido y no podemos echarnos atrás, pero la limitaremos a un solo día natural", y así se lo comunicó a Francisco, quien, por respuesta, hizo una reverencia y se dispuso a marcharse, pero el Papa lo detuvo, diciéndole: "¡Simple! ¿A dónde vas sin documento alguno?" "Me basta vuestra palabra -replicó él, alérgico como era a los privilegios-. Si es de Dios, ya se encargará de manifestarla. No quiero documentos. Que la Virgen sea el papel, Cristo el notario y los ángeles, testigos".

Logrado su objetivo, Francisco regresó, contento, a Asís. Al llegar a Collestrada se detuvo a descansar y a orar junto al leprosería. Poco después llamó a Maseo y le dijo: "De parte de Dios te digo que la indulgencia concedida por el papa ha sido confirmada en el cielo".

Los biógrafos más antiguos no mencionan expresamente esta importante concesión pontificia, pero cuentan que un hermano muy espiritual, a quien Francisco quería mucho (probablemente fray Silvestre), antes de su conversión soñó que en torno a la iglesita de la Porciúncula había una multitud de personas ciegas, de rodillas, con el rostro y las manos levantadas al cielo y pidiendo a Dios, con lágrimas, luz y misericordia. Y, de repente, un gran resplandor del cielo los envolvió y les devolvió la vista.

La referencia explícita más antigua y autorizada sería una carta de San Buenaventura, ministro general entre 1257 y 1273, hoy desaparecida, inventariada en 1375 en la biblioteca papal de Aviñón bajo el título: "De indulgentia Beate Marie Portuensi (léase Portiunculae) Assisii". Pero los testimonios más importantes fueron los recogidos por fray Ángel de Perusa, ministro de la provincia umbra de San Francisco (1276-7), que sirvieron de base para el Diploma del obispo Teobaldo de Asís (1310), que es el relato más completo y autorizado.

Entre los testigos estaba Pedro de Zalfano, presente el 2 de agosto de 1216 en la Porciúncula, donde "oyó predicar a San Francisco en presencia de siete obispos, y llevaba un papel en la mano, y dijo: Os quiero llevar a todos al paraíso, y os anuncio una indulgencia que tengo de boca del sumo pontífice. Y todos los que vengan hoy, y los que vendrán cada año, este mismo día, con corazón bueno y contrito, tendrán la indulgencia de todos sus pecados. Yo la quería para ocho días, pero sólo pude conseguir uno". Aunque Pedro de Zalfano hace coincidir la proclamación con "la consagración", según una nota del Sacro Convento de Asís, de la primera mitad del siglo XIII, y el testimonio de Giacomo Coppoli, que se lo oyó decir a fray León, lo que se celebraba ese día era el primer aniversario de la consagración.

La concesión, por voluntad de Francisco, nunca estuvo avalada por ninguna bula, de ahí que, años más tarde, algunos dudaran de la misma, y fue por ese motivo por el que frailes y asisanos se vieron obligados a recoger testimonios jurados de los pocos testigos directos y indirectos que aún vivían. Sin embargo, ningún papa se manifestó nunca contrario, más bien la confirmaron y, poco a poco, la fueron haciendo extensiva a otras muchas iglesias. Además, la ignorancia sobre el tema unos siglos después llevó a creer que la Indulgencia se podía obtener en la Porciúncula todos los días del año, y también esto fue aceptado por diversos pontífices, no sólo para Santa María, sino también para la Basílica de San Francisco. En cierto modo se han cumplido las palabras del Santo, cuando dijo: "Si es obra de Dios, ya se encargará él de manifestarla".

La cruz de San Damián El crucifijo que habló a san Francisco de Asís

Alto y glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta, sensatez y conocimiento, Señor, para hacer tu santo y veraz mandamiento. (San Francisco de Asís)

Una experiencia que marcó a Francisco para toda su vida

Un día de otoño de 1205, mientras oraba, el Señor le prometió a Francisco que pronto daría respuesta a sus preguntas. A los pocos días, paseando por los alrededores de Asís, pasó junto a la antigua iglesia de San Damián y, conmovido por su estado de inminente ruína, entró a rezar, arrodillándose con reverencia y respeto ante la imagen de Cristo crucificado que presidía sobre el altar. Y, estando allí, le invadió, más que otras veces, un gran consuelo espiritual. Con los ojos arrasados en lágrimas, pudo ver como el Señor le hablaba desde la cruz y le decía: "Francisco, ¿no ves que mi casa se derrumba? Anda, pues, y repárala". 

Tembloroso y sorprendido, él contestó: "De muy buena gana lo haré, Señor". Luego se ensimismó y quedó como arrebatado, en medio de la iglesia vacía. Fue tal el gozo y tanta la claridad que recibió con aquellas palabras, que le pareció que era el mismo Cristo crucificado quien le había hablado.

Todos los biógrafos coinciden en calificar de éxtasis o visión la experiencia de San Damián. Santa Clara escribe que fue una "visita del Señor", que lo llenó de consuelo y le dió el impulso decisivo para abandonar definitivamente el mundo. A esta visión parece referirse San Buenaventura, cuando refiere que el santo, tras el encuentro con el leproso, estando en oración en un lugar solitario, tras muchos gemidos e insistentes e inefables súplicas, mereció ser escuchado y se le manifestó el Señor en la cruz. Y se conmovió tanto al verlo, y de tal modo le quedó grabada en el corazón la pasión de Cristo, que, desde entonces, a duras penas podía contener las lágrimas y los gemidos al recordarla, según confió él mismo, antes de morir. Y entendió que eran para él aquellas palabras del Evangelio: "Si quieres venir en pos de mí, niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme" (Mt 16, 24).

Tomás de Celano y los Tres Compañeros sitúan esta experiencia en San Damián. Según ellos, cuando el Señor le habló desde el crucifijo, Francisco experimentó un cambio interior que ni él mismo acertaba a describir. El corazón se le quedó tan llagado y derretido de amor por el recuerdo de la pasión, que desde entonces llevó grabadas en su interior las llagas de Cristo, mucho antes de que se le manifestaran en la carne. Por eso, añade San Buenaventura, "ponía sumo cuidado en mortificar la carne, para que la cruz de Cristo que llevaba impresa dentro de su corazón rodease también su cuerpo por fuera. Todo eso lo practicaba ya cuando aún no se había apartado del mundo, ni en el vestir ni en la manera de vivir". Se refiere a un cilicio, a un tejido muy basto, hecho de gruesos nudos, que empezó a llevar ceñido a la cintura, debajo de la ropa. Desde entonces será tal su austeridad, y tantas las mortificaciones a lo largo de su vida, que, sano o enfermo, apenas condescendió en darse gusto, hasta el extremo de reconocer, poco antes de morir, que había tratado con poco miramiento al "hermano cuerpo".

Descripción del crucifijo de San Damián

El crucifijo que habló a Francisco es hoy uno de los más conocidos y reproducidos del mundo. Se trata de un icono románico-bizantino del s. XII, de autor umbro desconocido y clara influencia sirio-oriental. Es de madera de nogal recubierta con una basta tela, sobre la que pintaron con colores vivos las figuras de Cristo y otros personajes de la Pasión. Sin el pedestal, mide 2’10 metros de alto por 1’30 de ancho. 

En 1257, cuando las clarisas abandonaron San Damián, se lo llevaron consigo al nuevo monasterio de Santa Clara construido para ellas en Asís , donde lo conservaron durante siglos en la sacristía. En 1958, 20 años después de ser restaurado por Rosario Aliano, fue expuesto al público en la capilla de San Jorge. Después del terremoto de septiembre de 1997 el icono ha sido sometido a una nueva restauración, y allí sigue expuesto a la devoción de todos, libre ya del vidrio y del marco que antes lo contenía.

He aquí algunas claves para comprender el significado de este icono bizantino del siglo XII: El Cristo de San Damián está vivo y sin corona de espinas, pues es el Cristo resucitado y glorioso que ha vencido a la muerte. El paño de lino orlado de oro recuerda las vestiduras de los sacerdotes del Antiguo Testamento (Ex 28, 42). Su postura expresa un gesto de acogida y parece abrazar a todo el universo. Sus ojos no miran al espectador, sino que se dirigen al Padre, invitándonos también a nosotros a hacer lo mismo mediante la conversión. Los 33 personajes que lo rodean representan la comunión de los santos de todos los tiempos. Jesús, con los pies sobre fondo negro, parece que asciende del abismo. La sangre de Cristo chorrea sobre los personajes que lo rodean, para indicar que han sido lavados y salvados por su Pasión. La sangre de los pies cae sobre seis personajes apenas reconocibles, que podrían ser: San Juan Bautista, San Miguel, San Pablo y San Pedro, San Damián y San Rufino, patrón de Asís.

En cada extremo de los brazos transversales de la cruz hay tres ángeles que muestran a Cristo: son los mensajeros de la Buena Noticia.

Los personajes bajo los brazos de Jesús están todos en la luz, son hijos de la luz. Tienen todos la misma estatura, pues son "hombres perfectos", que han alcanzado "plenamente la talla de Cristo" (Ef 4, 13). Si se mira bien, sus rostros son como el de Cristo, pues en ellos ha sido restaurada la "imagen y semejanza de Dios" original. Juan y María están en el puesto de honor, a la derecha de Cristo. El discípulo muestra y recoge la sangre del costado de Cristo. María manifiesta dolor, pero también serenidad y admiración por la resurrección y por el nuevo hijo que su Hijo le acaba de encomendar.

El manto blanco de la Virgen simboliza pureza, y las piedras preciosas que lo adornan son los dones del Espíritu Santo. El vestido rojo oscuro representa el amor. La túnica morada bajo el vestido recuerda que María es la nueva Arca de la Alianza (la del Antiguo Testamento estaba cubierta con un paño de ese color). A la izquierda de Jesús están Maria Magdalena y María de Santiago, que parecen preguntarse: ¿Quién nos abrirá el sepulcro? Junto a ellas, el Centurión confiesa la humanidad y divinidad de Cristo: "Verdaderamente, este hombre era el Hijo de Dios". Detrás del Centurión asoma el rostro de quien encargó el crucifijo y otras tres personas que evocan al Pueblo de Dios. Bajo los personajes mayores, hay dos pequeños, uno a cada lado, que representan a los romanos y judíos que crucificaron a Jesús: el romano es un soldado con la lanza y la esponja.

A la izquierda de las piernas de Cristo se ve el gallo de Pedro, que recuerda nuestra debilidad e invita a la vigilancia. Pero también simboliza al sol naciente, Cristo, cuya luz se difunde por toda la tierra. Sobre la tablilla con la inscripción "Rex iudeorum", en un círculo rojo, vemos a Cristo que sube al cielo, vestido de blanco, con estola dorada y una cruz luminosa en la mano, señal de victoria. El círculo expresa perfección y representa la plenitud de la gloria, donde lo reciben diez ángeles festivos.

La mano del Padre, en lo más alto del crucifijo, se encuentra en un semicírculo. La otra mitad no se puede ver, pues Dios Padre no tiene rostro, es un misterio.

"Señor, hazme instrumento de tu paz" La oración "simple" que san Francisco nunca escribió

Al lado del verdadero San Francisco está siempre la imagen que cada época se hace de él, con su parte di parcialidad, mitificación, leyendas y falsas atribuciones. Eso es válido también para hoy, no obstante los grandes avances conseguidos hacia un mejor conocimiento del personaje y de su tiempo. Un claro ejemplo de ello es la llamada "Oración Simple", digna del Pobrecillo, que todos le atribuyen a él, pero que es de un autor anónimo que vivió hace apenas un siglo. En la búsqueda de los orígenes de esta hermosa oración no se podido ir más allá del mes de diciembre de 1912, cuando fue publicada en "La Clochette",una "petite revue catholique pieuse" fundada por el sacerdote y periodista normando abbé Esiher Suquerel (+ 1923). Entre las hipótesis que se barajan hay quien supone que fuese él mismo el autor. En 1913 la descubre el canónigo Louis Boissey (+ 1932), apasionado por el problema de la paz, y en enero aparece publicada en los "Annales de Notre Dame de Paix" (Tinchebray, Francia), citando como origen La Clochette.

El mismo año, Estanislao de la Rochethoulon Grente (+ 1941), fundador de "Le Souvernir Normand", la publica en su revista. 

El 20 de enero de 1916 aparece en "L'Osservatore Romano", donde se dice que "Le Souvenir Normand" había enviado al Santo Padre "el texto de algunas oraciones por la paz. Entre elllas nos complace reproducir una, dirigida especialmente al Sagrado Corazón. He aquí el texto, con su conmovedora sencillez". El 3 de febrero del mismo año, La Croix de París daba a conocer que el 25 de enero el cardenal Gasparri había escrito al marqués de La Rochethulon et Gante, agradeciéndole el envía hecho a su Santidad. Tres días después, el mismo periódico reproducía el texto publicado por el Osservatore Romano. 

Fue por aquel entonces cuando el P. capuchino Etienne de París, director de la Orden Tercera, hizo imprimir en Reims una estampa de San Francisco, con la invocación al Sagrado Corazón en su reverso. Al pie de la página subrayaba que aquella oración, tomada de "Le Souvenir Normand", era una síntesis perfecta del ideal franciscano que había que promover en el mundo de hoy.

Los primeros que relacionaron expresamente la oración con San Francisco fueron los "Chevaliers de la Paix" o caballeros de la paz, una organización protestante, en vísperas del VII centenario de la muerte del santo (1926).

A partir de 1925 empezó a difundirse en todo el mundo, a partir de Estados Unidos y Canadá. Les siguieron los países germánicos. En los medios católicos franceses no empezaron a atribuirla a San Francisco hasta el año 1947.

En la segunda mitad del siglo XX la "Oración Simple", como la llamaban en Asís, empezó a hacerse popular, sobre todo, cuando los frailes del Sacro Convento la imprimieron en diversas lenguas, bajo su nombre, en las estampas de San Francisco.

El resto de la historia ya lo conocemos: difusión en todo el mundo, infinidad de versiones en cada lengua y en todas las lenguas, debido a la diversidad de traducciones y retraducciones, y muchísimos cantos inspirados en ella. Se ha convertido casi en la oración oficial de los scouts y de las familias franciscanas; los anglicanos la consideran la oración ecuménica por excelencia; algunas iglesias y congregaciones protestantes la han adoptado incluso como texto litúrgico; ha sido pronunciada en una de las sesiones de las Naciones Unidas y, últimamente, está teniendo una gran acogida entre las religiones no cristianas, sobre todo desde que Asís se ha convertido en el centro mundial de ecumenismo y del diálogo interreligioso.

El secreto de un éxito tan grande se debe, sobre todo en la atribución a San Francisco, pero también a la riqueza del contenido, junto con su sencillez; y es precisamente el contenido y el título original: Invocación al Sagrado Corazón, lo que permite atribuir su composición a un autor de no más allá de principios del siglo XX. Fuente de inspiración pudo haber sido la siguiente fórmula de consagración al Sagrado Corazón, promulgada por León XIII en el 1899, y recomendada por San Pío X en el 1905 para ser recitada cada año:

"Sé el rey de los que viven en el error, o que la discordia ha separado de ti; llévalos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que no haya más que un único pastor. Sé el rey de todos los que viven en las viejas supersticiones populares, no te resistas a atraerlos da de las tinieblas a la luz y al reino de Dios. Concede, Señor, a tu Iglesia una libertad segura y sin obstáculos, concede a todos los pueblos el orden y la paz".  Tenía razón, de todos modos, el P. Etienne de París cuando encontraba en esta oración anónima cierta concordancia con el espíritu y el estilo franciscano. Para comprobarlo es suficiente leer, por ejemplo, la Admonición 28 de San Francisco, escrita a modo de estribillo: 

Donde hay amor y sabiduría, allí no hay temor ni ignorancia. 

Donde hay paciencia y humildad, allí no hay ira ni turbación. 

Donde hay pobreza con alegría, allí no hay ambición ni avaricia. 

Donde hay quietud y meditación, allí no hay preocupación ni disipación. 

Donde está el temor de Dios guardando la casa, allí el enemigo no puede encontrar la puerta de entrada. 

Donde hay misericordia y discreción, allí no hay soberbia ni dureza.

O, mejor aún, los siguientes "Dichos" del beato Gil de Asís, tercer compañero del santo: 

Dichoso el que ama y no desea, en cambio, ser amado.

Dichoso el que teme y no desea, en cambio, ser temido.

Dichoso el que sirve, y no desea ser servido.

Dichoso el que se comporta bien con los demás, 

y no desea que los demás se comporten bien con él. 

Pero estas cosas son grandes, y los necios no logran entenderlas.

Esto es lo que hace que la oración sea considerada por muchos franciscana, y aunque sea un error atribuirla a San Francisco de Asís, seguramente a él no le hubiese importado firmarla.

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