Escultura y arquitectura - ARTEINFORMADO



Escultura y arquitectura

La relación de la escultura con la arquitectura es una relación rica y compleja. Por tradición, aunque a la escultura le correspondía por lo general el privilegio de erigir la estatua del dios, era la arquitectura la que, al tomar a su cargo la construcción del templo, proclamaba su superioridad y su primacía entre las artes. A la escultura le correspondía sin embargo el más sagrado de los dones, el privilegio de ser la única arte en la que lo divino mismo adquiría representación estético sensible. En cualquier caso la primacía de la arquitectura se impuso, no sólo por su concepto, sino también por su programa constructivo y decorativo, que puso a todas las artes a su servicio, entendidas como artes del disegno. La arquitectura pareció así ocuparse de la construcción del espacio interior, mientras que la escultura parecía diseñar el espacio en su derredor, es decir, el espacio exterior.

De algún modo sin embargo escultura y arquitectura interferían en su mutuo concepto. La delimitación entre ambas se volvía algo borrosa. Durante todo el siglo XX la relación de la escultura con la arquitectura parece estar en cualquier caso lastrada por las viejas distinciones. Cuando la escultura representaba la arquitectura, con facilidad incurría en la realización de maquetas. Muy pocos fueron los artistas que se atrevieron a competir como escultores con la arquitectura, manteniéndose en cualquier caso en los límites de una habitación cerrada. Además, la recreación escultórica de la arquitectura, como la intentada ocasionalmente por Giecometti parecía no ser capaz de generar sino maquetas o casitas, lo que entorpecía realmente la riqueza de aquellas relaciones. A partir de los años setenta sin embargo fueron muchos los artistas que empezaron a desplegar conscientemente su trabajo en un territorio deliberadamente confuso entre ambas disciplinas.

No siempre ha trabajado Teresa Esteban como escultora en ese territorio de interferencia entre la escultura y la arquitectura. Es posible que en el inicio de su carrera como escultora estuviese más presente la relación tradicional entre la escultura y la pintura. Todo pareció cambiar y enriquecerse de modo súbito sin embargo a partir de la beca para trabajar

en la Academia de España. No sólo Roma supuso un importante impacto espiritual para la artista, sino también su arquitectura. Roma, parece una invitación al recogimiento espiritual, a la contemplación intensa del gran arte clásico, de la arquitectura, de la escultura y de la pintura, y una maravillosa oportunidad para el enriquecimiento y la renovación de la propia obra. Así parece que lo aprovechó también Teresa Esteban.

A partir de entonces se introdujo en su trabajo la obsesión por crear, a través de la escultura, aquellos climas espirituales, de contemplación, de intimidad, de meditación y de silencio, que ella había vivido con tanta intensidad. En ese momento decisivo, la arquitectura apareció como la natural continuación de su trabajo constructivo. A través del dibujo y la fotografía sin duda era posible retener las formas de aquellos espacios de incertidumbre. Pero, ¿Cómo llevarlos a la escultura? ¿Cómo conformar mediante ella aquel clima espiritual?

Ello se consiguió no sin un intenso esfuerzo y sufrimiento. El sufrimiento es sin duda, en primer lugar, el sufrimiento de la creación, la tensión emocional de estar elaborando un vocabulario propio, y de sentirlo por primera vez con una certeza absoluta. Es el placer de sentirse creador, a la vez que el miedo y la inseguridad por un territorio verdaderamente propio.

Es evidente que el trabajo de Teresa Esteban en escultura no es nunca el producto de la improvisación. Su escultura no sólo requiere de dibujos suficientemente claros y comprensivos, sino incluso de modelos a escala y de maquetas. Por ello, el segundo esfuerzo fundamental y sufrimiento de la creación es obviamente el de la ejecución misma de las piezas. Teresa Esteban evidencia en la producción de su obra un virtuosismo artesanal envidiable. Su trabajo en la madera es lento, ordenado, sistemático y exquisito. Exteriores perfectos, pulidos y equilibrados e interiores sombríos, irregulares y brumosos. Todo en sus piezas está pensado hasta el último detalle. Este segundo trabajo, aunque reiterativo, lento, y pesado, es sin embargo también la fuente de una cierta liberación espiritual. Aunque mecánico, es el placer de someter serenamente el material a las determinaciones previas de la forma. Al revés que en el esfuerzo del diseño, aquí el cuerpo se ocupa y se afana, mientras la mente permanece liberada.

Su escultura sigue siendo por tanto todavía un arte del disegno, que establece claramente la primacía del dibujo. Por eso los bocetos preparatorios de sus piezas son en su caso bastante más que meros bocetos. Son verdaderas obras de reflexión y de íntima comprensión espiritual de lo que se quiere expresar. Y lo que la artista quiere expresar es lo que en principio parece más difícil y más heterogéneo para la escultura: la creación de un clima interior de recogimiento, por un lado un clima de misterio y de incertidumbre y, por otro, de fascinación, de atracción y de sorpresa. Pero crear el clima de emoción y de misterio sin recurrir en la anécdota del personaje, parecía un reto difícil de superar para la escultura. De ahí la fascinación por la arquitectura y por esos espacios deshabitados, lugares de paso, como los pasajes, las escaleras y los pasillos, en los que lo humano no permanece, sólo se encuentra en tránsito o mejor dicho, lugares que convocan la presencia de la ausencia.

Porque, de lo que no cabe duda, es de que las esculturas de Teresa Esteban están plenamente humanizadas. A pesar de no estar habitadas por el hombre, lo que sin duda les otorgaría una apariencia más anecdótica, convocan de algún modo su presencia o tal vez, y de nuevo mejor dicho, su ausencia.. Porque es de algún modo la ausencia de lo humano lo que conmemoran. Son ese templo vacío del dios ausente lo que representan. La muerte de dios y tal vez la ausencia de lo humano mismo. De ahí su carácter enigmático, misterioso e inquietante. De ahí también su carácter sobriamente religioso.

Este carácter se evidencia aún más en el en el doble juego formal entre la apariencia austera del exterior de sus piezas, con unos acabados aparentemente perfectos y neutros, y el interior expresivo, irregular y desequilibrado, sombrío y tormentoso de las mismas. Co ello la artista busca evidentemente convocar el sentimiento de intimidad, de interior tortuoso y nebuloso, con una apariencia externa aparentemente fría. Es posible que en ello estas esculturas tengan también algo de autorretratos. Es extraño que alguien pueda reconocer su propia intimidad en la representación de corredores y escaleras, pero es esto también lo que estos interiores tienen de intimistas y de espirituales.

Sin duda sus esculturas son paisajes. Tampoco el paisaje parecía un terreno expresivo posible para la escultura. Pero, al igual que Stendhal diagnosticara el paisaje en general más bien como un estado del alma, las esculturas arquitectónicas de Teresa Esteban son paisajes anímicos. Paisajes metafísicos, como aquellos extraños paisajes urbanos pintados por De Chirico. Estados emocionales de tensión, de incertidumbre o de espera, en los que lo humano mismo solamente aparece convocado por su ausencia. Por ello era fundamental la referencia a la arquitectura, como la obra del hombre pero sin el hombre, como la evocación del templo vacío, como necesariamente tiene que ser la obre de arte en nuestro tiempo.

Extraído de un texto de Miguel Cereceda con motivo de la edición del catálogo para la exposición en la Galería Dolores de Sierra

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