CNBB: 50 AÑOS - CELAM



CNBB: 50 AÑOS

MENSAJE DE LA 40ª. ASAMBLEA DE LA CNBB AL PUEBLO BRASILEÑO

A los queridos fieles católicos, a los hermanos en la fe cristiana y a todos los ciudadanos brasileños y brasileñas extendemos nuestro saludo sincero y los votos de felicidad y bendiciones divinas.

Hace 50 años, desde el 14 de octubre de 1952, nosotros, Obispos de la Iglesia Católica en el Brasil, estamos reunidos y organizados en la “Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil", la CNBB.

¿Qué es la CNBB?

La fundación de la CNBB nació del sueño y del empeño de dar al Episcopado mayor unidad de pensamiento y de acción, en una sociedad en rápido desarrollo, garantizando una estructura permanente, que facilitase el ejercicio de la comunión y de la corresponsabilidad en la misión propia de los Obispos. Según la feliz definición del reciente Sínodo reunido en Roma, el Obispo es llamado a ser “servidor del Evangelio para la esperanza del mundo”.

La misión de los Obispos y de la Iglesia

La misión del Obispo continúa la misión de los Apóstoles: anunciar el Evangelio de Cristo y velar por la unidad y el bien del pueblo a él confiado, como el pastor cuida del rebaño para que tenga la plenitud de la vida, según la expresión de Jesús (Jn 10, 10). La caridad del pastor, entre tanto, no se limita a la comunidad eclesial. Ella fructifica “en el compromiso y el amor activo y concreto a cada ser humano” (Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte, 49). Y el Papa nos recuerda: “Si verdaderamente partimos de la contemplación del rostro de Cristo, debemos saber verlo en el rostro de aquéllos con quienes El mismo quiso identificarse: ‘Pues yo tenía hambre y me diste de comer; tenía sed y me diste de beber; era extranjero, y me recibiste en casa; estaba desnudo, y me vestiste; enfermo, y me cuidaste; en la prisión, y me visitaste...’ (Mt. 25, 35-36)”.

La acción evangelizadora de la CNBB

La CNBB inició sus actividades en los años 50, valiéndose, también, de la experiencia nacional de la Acción Católica, uniendo las preocupaciones pastorales básicas, como la promoción de la familia cristiana y de las vocaciones sacerdotales, el interés por grandes temas nacionales, como el desarrollo del Nordeste y de la Amazonía, la Reforma Agraria, el acceso a la educación. En los diversos niveles de su acción –nacional, regional, local- recibió, desde el inicio, la colaboración generosa y abnegada de laicos y laicas, presbíteros, religiosos y religiosas, a quienes expresamos nuestra gratitud.

En los años 60, la CNBB participó activamente en el Concilio Ecuménico Vaticano II, cuyas determinaciones buscó divulgar e implementar en Brasil por medio del Plan Pastoral de Conjunto (1966-1970), seguido, más tarde, por la elaboración de nuevas “Directrices Generales de la Acción Pastoral”. Contribuyó, en la misma época, para la recepción en el Concilio en el continente, teniendo actuación expresiva en la Conferencia Episcopal Latinoamericana de Medellín (1968). Cuidó de la reforma litúrgica y de la traducción de nuevos libros, ofreciendo, incluso hasta hoy, subsidios para la orientación e incentivo de participación activa de los fieles en la oración comunitaria de la Iglesia. Promovió el diálogo ecuménico con las Iglesias cristianas, consolidando más tarde lazos de solidaridad y cooperación con el Consejo Nacional de las Iglesias Cristianas (CONIC) e incentivando el diálogo interreligioso.

En los años 70, la CNBB se distinguió por la defensa de los Derechos Humanos, en la lucha contra la tortura, en la reivindicación de la democratización del País. Al mismo tiempo, se volvió, con mayor empeño, para la defensa de los derechos de los campesinos y de los trabajadores urbanos y la promoción de las comunidades eclesiales de base, confiados a ministros laicos y laicas y a religiosas, tanto en el campo como en las periferias urbanas, en rápida expansión. Creció en ardor misionero y se empeñó firmemente en la defensa de los pueblos indígenas.

En los años 80, favoreció la manifestación de los anhelos populares y de su acogida en la Constitución de la República, en 1988, incluso el mantenimiento de la enseñanza religiosa en las escuelas públicas; al mismo tiempo, incentivó la participación de los laicos y laicas católicos en movimientos sociales y políticos e infundió nuevo vigor a la acción catequética y a la formación sacerdotal, ahora estimulada por el gran aumento de vocaciones en el ministerio presbiteral.

En los años 90, emprendió los caminos de la “Nueva Evangelización”, en respuesta a la emergencia de nuevos anhelos en la cultura y en el comportamiento, sin descuidar la defensa de los pobres y de los excluidos, generados por la modernización selectiva, que enriqueció algunos y produjo desempleo, precariedad y nuevas formas de pobreza para muchos.

Atendiendo al llamado del Papa Juan Pablo II, la CNBB animó al pueblo cristiano a prepararse a la celebración del Gran Jubileo de la Encarnación. El Proyecto “Rumbo al Nuevo Milenio” despertó en las comunidades nueva conciencia misionera y testimonio evangélico, trayendo nueva esperanza al pueblo.

El desarrollo reciente acentuó, aún más, la diferencia de la sociedad brasileña y su pluralismo religioso, cultural y político, volviendo más compleja la acción de la CNBB y dividiendo las opiniones a su respecto. Entretanto, reafirmamos el deber del Episcopado de enfrentar cuestiones sociales, pues tenemos conciencia de nuestra corresponsabilidad en la construcción de una sociedad libre y pacífica, justa y fraterna, y porque nos esforzamos para superar los obstáculos en la difusión del Evangelio y dar testimonio de nuestra fe en Cristo, que “por su encarnación se unió, en cierto modo, a cada ser humano” (Gaudium et Spes, 22).

La unidad con toda la Iglesia y con el Papa

Reafirmamos la misión del Episcopado de cuidar no solamente de la unidad de la Iglesia en nuestro País, sino de su comunión con las Iglesias del continente y del mundo, en particular con la Iglesia de Roma, la Sede Apostólica de Pedro. Queremos expresar nuestra gratitud al Papa Pío XII, quien aprobó los primeros Estatutos de la Conferencia –presentados por Mons. Helder Câmara, quien en la Conferencia fue ardoroso promotor y primer Secretario General- y al Papa Pablo VI, quien siempre nos demostró su estima y aliento.

Expresamos nuestra gratitud al Santo Padre Juan Pablo II, quien visitó tres veces nuestro país en sus viajes apostólicos y quien saludó a la celebración de los 50 años de nuestra Conferencia en carta, traída a nuestra Asamblea por el Cardenal Giovanni Battista Re. De la carta destacamos las palabras:

“La presencia celosa y vigilante de los Obispos en la vida nacional, tal como levadura en medio de la masa, sirvió de estímulo valiente para ayudar a recorrer el camino trazado por el Concilio Vaticano II, principalmente en el campo de la vida eclesial, de la justicia social y de la unidad entre los cristianos...”

Discernir las nuevas señales de los tiempos

El Santo Padre recordó, también, que “la amplitud, la profundidad y la rapidez de las transformaciones en el mundo en que vivimos” obligan a los Obispos a que se apliquen, especialmente, en el discernimiento de las señales de los tiempos.

Es lo que nuestra Conferencia buscó hacer en la presente Asamblea, mirando hacia sus perspectivas futuras. Hace años, constatamos en nuestra sociedad el crecimiento del individualismo y de la permisividad y el debilitamiento de la conciencia de valores éticos fundamentales. Estas tendencias se interponen tan profundamente a la sociedad que no dejan de amenazar y, a veces, llegan también a los fieles cristianos. Nos alegra, por otro lado, la emergencia de nuevos anhelos de espiritualidad y de experiencia de Dios, así como el multiplicarse de movimientos y prácticas de solidaridad, de defensa del medio ambiente, de disposición para construir una nueva sociedad por medio del servicio voluntario y gratuito.

Sentimos, sobre todo, la necesidad de renovación moral, que a la ganancia y al irrespeto violento de los derechos y de la dignidad de las personas, particularmente los niños, coloque profundo y generoso aprecio a la vida humana y a la familia y la práctica activa del bien y del servicio, en primer lugar a los más necesitados. Igualmente nos comprometemos a trabajar por la paz en el mundo, particularmente en la tierra de Jesús, así como en nuestras ciudades, marcadas por homicidios, secuestros y otros actos de violencia, incluso dentro de las paredes de nuestro hogar.

Llamado para el Servicio de entre ayuda contra la miseria y el hambre

Convocamos especialmente a todos los fieles católicos a que se unan con nosotros y con todas las personas de buena voluntad, en entendimiento con las autoridades e instituciones públicas, en el gran Servicio Nacional de Entre Ayuda para la Superación de la Miseria y del Hambre. Esperamos que tal iniciativa sea un esfuerzo colectivo que marque el inicio de la nueva etapa de la historia de Brasil, invirtiendo la tendencia para la concentración de la riqueza a costa del sufrimiento de muchos, garantizando a todos los brasileños el derecho a la vida y a la alimentación. Ella será la señal de que otra sociedad es posible, justa y fraterna, sin violencia y discriminaciones, más conforme al plan de Dios.

Continuando nuestra misión

Reafirmamos nuestra voluntad de convivir pacíficamente con todas las religiones y culturas, en el respeto al pluralismo y a las diferencias. En esa sociedad pluralista, justa y no violenta, queremos continuar nuestra misión de anunciar a Cristo, la certeza de que sólo Él es para todos el Camino de esperanza a la vida. Y queremos compartir “alegrías y esperanzas, tristezas y angustias” de nuestro pueblo, que está presente en nuestro corazón y en nuestras oraciones, como hemos hecho en la peregrinación al Santuario Nacional de Nuestra Señora Aparecida, el domingo 14 de abril, para agradecer a Dios los dones recibidos y también para pedir perdón por nuestras faltas, cuando no hemos sido plenamente testigos del Evangelio.

En los próximos meses, con estudios y eventos, continuaremos celebrando los cincuenta años de nuestra historia, pidiendo al Espíritu Santo que nos ayude a comprender mejor nuestro tiempo y a mantener fidelidad a nuestra misión, para que podamos ser efectivamente servidores del Evangelio, portadores de vida y de esperanza para todos.

Itaicí, Indaiatuba, SP, 18 de abril de 2002.

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