Juan José Santibañez | Herramienta de comunicación inter ...



Despues de la caída Robin BlackurnEl fracaso del Comunismo y el futuro del socialismo.Editoria critica TOC \o "1-3" \h \z \u PR?LOGO PAGEREF _Toc273101917 \h 21. LA UTOP?A AL REV?S NORBERTO Bobbio PAGEREF _Toc273101918 \h 7REFLEXIONIS SOBRE LA CRISIS COMUNISTAS DE LOS REGIMENES COMUNISTAS PAGEREF _Toc273101919 \h 9FORMAS DE CAMINAR: UNA POSDATA A LA UTOP?A PAGEREF _Toc273101920 \h 16?QU? SIGNIFICA HOY SOCIALISMO? REVOLUCI?N RECUPERADORA Y NECESIDAD DE REVISI?N DE LA IZQUIERDA* PAGEREF _Toc273101921 \h 21DESMOVILIZACI?N Y RECONSTRUCCI?N DE LA SOCIEDAD INDUSTRIAL PAGEREF _Toc273101922 \h 32LOS FINALES DE LA GUERRA FR?A PAGEREF _Toc273101923 \h 35LA LUCHA DE CLASES A ESCALA INTERNACIONAL PAGEREF _Toc273101924 \h 39LA CRISIS TERMINAL PAGEREF _Toc273101925 \h 42LOS FINALES DE LA GUERRA FR?A: UNA R?PLICA PAGEREF _Toc273101926 \h 48ERIc HOBSBAWM ADI?S A TODO ESO PAGEREF _Toc273101927 \h 56ALEXANDER COCKBURN RADICAL COMO LA REALIDAD PAGEREF _Toc273101928 \h 62R0BIN BLACKBURN FIN DE SI?CLE: EL SOCIALISMO DESPU?S DE LA QUIEBRA PAGEREF _Toc273101929 \h 65LAS LECCIONES DEL ESTANCAMIENTO SOVI?TICO PAGEREF _Toc273101930 \h 92EDUARDO GALEANO EL NI?O PERDIDO EN LA INTEMPERIE PAGEREF _Toc273101931 \h 112FREDRIC JAMESON CONVERSACIONES SOBRE EL NUEVO ORDEN MUNDIAL PAGEREF _Toc273101932 \h 115LYNNE SEGAL ?LA IZQUIERDA DE QUI?N? EL SOCIALISMO, EL FEMINISMO Y EL FUTURO* PAGEREF _Toc273101933 \h 124POL?TICA DE LA IDENTIDAD, FEMINISMO Y TEOR?A DE LA ?DIFERENCIA? PAGEREF _Toc273101934 \h 128EL NUEVO ORDEN DEL DIA PAGEREF _Toc273101935 \h 133G?RAN THERBORN VORSPR UNG DURCH RETHINK PAGEREF _Toc273101936 \h 139PR?LOGO Los ensayos de este libro exploran el significado histórico de la trayectoria meteórica del comunismo a lo largo del siglo xx. También valoran las consecuencias para el socialismo y los socialistas del fracaso y desastre del comunismo desde 1989. El interés radica aquí en entender las razones del fracaso del comunismo y explorar su significado más amplio, no en contar la historia de varios sucesos espectaculares, alentadores o trágicos de ese a?o y de los posteriores. Sin embargo, el lector debería tener presente el momento en el que se escribieron cada uno de estos ensayos, puesto que se publican aquí habiéndolos revisado poco o nada. Todos se escribieron cuando el impacto de los sucesos que tratan era todavía palpable, aunque han sido seleccionados porque consiguieron situar esos sucesos en una perspectiva teórica e histórica más amplia. En efecto, incluso la más breve de estas reflexiones es el fruto de un largo compromiso crítico previo con el destino del comunismo y de los otros temas que tratan. La brutal supresión del movimiento por la democracia en Pekín en Junio de 1989 fue la ocasión para los ensayos de Norberto Bobbio y Ralph Miliband que abren esta seleccion Las matanzas de Pekín y de decenas de otros centros importantes, que ascendieron a varios miles de personas en sólo unos días, fueron especialmente espantosas porque el gobierno chino estaba disparando a la gente joven que instaba al comunismo a reformarse, a hacer frente a la corrupción y a democratizar las estructuras de poder. Bobbio, en sus reflexiones breves pero expresivas, vio estos sucesos como reveladores de que la forma en que el comunismo ejerce el poder se ha convertido inexorablemente en unicaricatura cruel de las ideas nobles que proclamaba. En obras eruditas y polémicas políticas que abarcan más de cincuenta a?os, Bobbio ha mantenido que las normas y ?as instituciones de la democracia liberal son esenciales para el socialismo.1 Mientras que él ve que la trágica matanza de China corrobora la necesidad de la democracia, también observa que el descrédito actual del ?comunismo histórico? deja intactas las mismas condiciones de escasez y miseria globales que produjeron la inevitable alternativa comunista. Miliband admite que pocas revoluciones comunistas nacieron en condiciones favorables a una forma de gobierno democrático. Pero, sin embargo, sostiene que las características especificas del leninismo —su fe excesiva en sí mismo, su rechazo de ?os procedimientos representativos en favor de la ?democracia consejista? y su ferocidad hacia los adversarios— crearon una vanguardia arrogante que se transformaría en la oligarquía burocrática del estalinismo. Y, una vez en el poder, tales oligarquías se han resistido particularmente a reformarse en una dirección socialista. El rechazo que ocasionaron los acontecimientos de Pekín puede haber ayudado a moderar la reacción soviética y de las autoridades comunistas locales cuando se enfrentaron con una sublevación popular que se generalizaba en Europa oriental a finales de 1989. A pesar de todo, esta respuesta más humana confirmaba de una manera diferente la dificultad —quizá la imposibilidad— de reformar el comunismo en una dirección socialista antes que capitalista. Los largos a?os de mal gobierno y opresión estalinista dieron como resultado que lós movimientos populares de Europa oriental en 1989 ya no aspiraran al ?socialismo de rostro humano? de 1968 en Checoslovaquia, sino que rechazaron todos los modelos socialistas y aspiraron a una concepción occidental de ?sociedad normal?. Y en la Unión Soviética, así como en China, el dominio comunista, junto con la corrupción y el cinismo que produjo, comprometió gravemente la idea misma de socialismo. En esto, por supuesto, se encuentra un desafío al que responden muchos de los ensayos de este libro. Hans Magnus Enzensberger ofrece una crítica radical al proyec 1 Con ello, no pretendo decir que Bobbio no se haya ocupado también de la tensión entre liberalismo y democracia. Véase Norberto Bobbio, Libera!ism and Democracy, Londres, 1988, y el útil trabajo de Perry Anderson, ?The Affinities of Norberto Bobbio?, New Left Review, n.° 170, julio-agosto de 1988. to del estado socialista, y sostiene que éste depositó falsas esperanzas en el control consciente de la vida económica, subestimando su necesaria complejidad y espontaneidad. Con su característico talante iconoclasta, sostiene que incluso a los izquierdistas libertarios les ha desconcertado la capacidad del ?mal hado? capitalista de acceder a los deseos de la izquierda, aunque lo haya hecho a modo de parodia. El mordaz dictamen sobre las creencias utópicas que se ofrece aquí no lo comparten varios colaboradores posteriores —especialmente Jameson y Therborn—, pero en un libro que trata principalmente del comunismo es importante que se nos recuerde que el capitalismo al menos sigue siendo una fuerza imprevisible e incluso subversiva. Jürgen Habermas examina tanto las revoluciones de Europa del Este de 1989 como las teorías que han pretendido explicarlas. En su opinión, estas revoluciones representaron el intento de ponerse al día de sociedades cuyo desarrollo se había retrasado arbitrariamente donde éste amenazaba al gobierno de la burocracia comunista. Sugiere que las propias consideraciones de Marx acerca de cómo el capitalismo arruinó y destruyó las civilizaciones precapitalistas, paradójicamente nos ayuda a comprender este proceso de ?recupera- ción? del Este por el Oeste. Habermas ve que el deterioro económico del comunismo nos ense?a la lección de que es peligroso y poco realista suponer que una economía moderna pueda prescindir de la complejidad y autonomía de las relaciones de mercado. Pero, al mismo tiempo, insiste en que una lógica puramente económica no respetará ni mantendrá el mundo vivo del que todos dependemos. La comprensión de los valores de libertad, igualdad y solidaridad requiere la construcción de un nuevo espacio de discurso público que pueda revisar el funcionamiento de la economía, y en el que todos los ciudadanos puedan encontrarse a sí mismos. Fred Halliday ve la guerra fría como una expresión del choque de sistemas en el que un Oeste económicamente superior fue capaz de triunfar sobre el Este al imponerle una carga insostenible de competencia militar. Se llevó a la Unión Soviética a/punto de considerar ventajoso dejar que Europa del Este se las arreglara por sí misma, lo que le permitiría reducir el presupuesto militar y encontrar mercados de divisas fuertes para las materias primas y el petróleo soviéticos. Halliday también insiste en ?as formas en que ?a cultura occidental y las industrias de la información revelaron el atraso co- munista tanto a los gobernantes como a los ciudadanos del Este. Edward Thompson se opone a la tesis de que la guerra fría se sustentaba principalmente en diferencias políticas; en su opinión, el militarismo soviético aceptó una lógica que compartía con su antagonista occidental. Defiende que debería reconocerse la contribución de los movimientos pacifistas al ?deshielo? de las mentalidades propias de la guerra fría, y que existe una ?tercera vía? más allá del estalinismo y del capitalismo. Halliday y Thompson expresan su preocupación por la poco generosa respuesta de Occidente ante el fracaso del Este y por cómo el nacionalismo intolerante y el laissezfaire doctrinario han explotado la desilusión popular.2 Eric Hobsbawm sitúa el auge y la caída del comunismo en el contexto de la historia del siglo xx. El desafío comunista contribuyó mucho a transformar el capitalismo occidental y el imperialismo, desacreditado por la masacre de la primera guerra mundial y la miseria de la gran depresión. La decisiva contribución soviética a la derrota del nazismo ayudó a promover el reformismo y la descolonización en los imperios occidentales. Las reivindicaciones comunistas de haber acabado con el desempleo e instituido programas sanitarios y educativos de máximo alcance espolearon el amor propio de los gobiernos occidentales. Mientras que la alardeada utopía de los comunistas pudo haber fracasado miserablemente en el Este, fijó objetivos en el Oeste. Eduardo Galeano escribe sobre el espectáculo pavoroso del fracaso del comunismo desde el punto de vista del Tercer Mundo. Redactado poco después de las elecciones nicaragüenses de 1990, compara las cualidades políticas y morales de la revolución sandinista con el cinismo y la adaptación de la burocracia comunista en la Europa del Este. También se?ala que, mientras que el comunismo pudo haber fracasado en invertir el orden de las desigualdades globales, el capitalismo en realidad las ha mantenido y agrandado. Además, el injusto orden internacional presidido por Occidente ha sido defendido y vigilado con gran crueldad y violencia, mediante bloqueos, sabotajes, brigadas asesinas, guerras de contras y cosas por el estilo. Al se?alar la cruel polarización de la riqueza y esperanza de vida que estructura el mundo, Galeano desarrolla un tema que 2. Slavoj iáek analiza el nuevo nacionalismo en la Europa oriental en ?The Republics of Gilead?, New Left Review, n.° 183, septiembre-octubre de 1990. recogen desde distintas perspectivas diversos colaboradores, entre los que destacan Bobbio, Habermas y Hobsbawm.3 A la vez que estos ensayos pretenden explorar el impacto del comunismo en la historia del siglo xx, también intentan valorar hasta qué punto la historia exige un nuevo desarrollo de la teoría socialista y del materialismo histórico y cultural. En algunos de estos ensayos subyace la idea de que los estados comunistas experimentaron una modernización incompleta, desequilibrada y perversa; a sus ciudadanos, con una nueva educación y recién incorporados a la vida urbana, conscientes de cómo es la vida en Occidente, se les indujo a completar el proceso en una nueva especie de revolución democrática burguesa. Mientras que los socialistas insistirán con razón en que se examine la inestabilidad y la injusticia del capitalismo, los fracasos de éste en modo alguno reducen la responsabilidad de que los socialistas muestren que se puede crear una alternativa viable. Los artículos de André Gorz, Diane Elson, Góran Therborn, Lynne Segal y el mío, proponen temas centrales de tal alternativa. Un motivo clave aquí es la exploración de las maneras en que los procesos económicos pueden beneficiarse de las técnicas y de la iniciativa de cientos de millones de agentes independientes (familias, empresas, comunidades), y que, sin embargo, siga respondiendo a las prioridades sociales que se hayan determinado democráticamente. La intención de socializar el mercado —desvincular el mercado de la acumulación ciega y obsesiva— puede ser tanto una meta de las luchas actuales como un escalón para llegar a una sociedad no capitalista, pero compleja y autogobernada. Gorz aboga por un sindicalismo que redescubra su compromiso con los intereses generales, como, por ejemplo, la demanda de un 3. En 1990, el Banco Mundial informó que durante la década de los ochenta, en una época en que las economías más avanzadas estaban en auge, el producto interior bruto real cayó un 2,2 por 100 anual en ?frica y un 0,6 por 100 anual en América Latina. Hacia finales de la década, el producto nacional bruto per cápita de los habitantes del subcontinente indio era sólo el 2 por 100 del Grupo de los Siete. En 1988, según el Banco Mundial, ?los países con renta baja y media? pagaron 53.000 millones de dólares a sus acreedores de los países ricos, una suma que supone el 20,5 por 100 de sus ingresos de exportación y el 4,4 por 100 de su producto nacional bruto. El banco estimó que había 1.116 millones de pobres y 633 millones de personas ?extremadamente pobres? en los países en vías de desarrollo. Banco Mundial, World Bank Development Repon: Poverty, Oxford, 1990, pp. 11, 29, 224-225. DESPU?S DE LA CA?DA drástico recorte de la semana laboral. Lynne Sega! no ve ninguna razón hoy para abandonar las convicciones de socialista libertaria que ha mantenido durante muchos a?os. Al tiempo que aprueba la nueva diversidad que caracteriza a las formaciones de la izquierda, insta a que una nueva consciencia de ?diferencia?, junto a la experiencia espec(fica de los discriminados por su sexo o grupo racial, no suplante el compromiso con una efectiva igualdad social y cívica para todos. Algunos ensayos reflejan la sensibilidad y el programa de los ?nuevos movimientos sociales?, constituidos por la política de los verdes, el feminismo y un interés por la desigualdad global y la militarización. 4 De hecho, hay una afinidad natural entre los movimientos que aspiran a la igualdad social y aquellos que esperan asegurar una relación sostenible con el mundo natural. Cualquier intento de asegurar resultados iguales en el mercado para las mujeres o para las minorías étnicas, o de imponer respeto para los límites ecológicos, puede ser algo menos difícil y complejo que el de asegurar una socialización total de los procesos de mercado. Diane Elson esboza cómo podría funcionar un ?mercado socializado?, mientras que Góran Therborn nos transporta a un futuro imaginario más allá del capitalismo (,y del socialismo?). Mi propio ensayo considera las ideas pragmáticas clave de la izquierda trazando un diálogo subterráneo que enlaza a Bakunin y Kautsky, a Trotski y Hayek, al Che Guevara y Gorbachev. La conclusión, como en el caso de Habermas, Elson y Gorz, es que la izquierda debe respetar las estructuras complejas de la autodeterminación que el mercado conlleva, al tiempo que debe resistir vigorosamente la propensión de éste a fomentar la división social y a estimular un consumismo inconsciente y voraz. El comunismo fracasó como proyecto para un tipo de sociedad diferente, pero como movimiento no era en modo alguno siempre 4. Queda todavía mucho por decir sobre este aspecto, y sobre muchos otros planteados en esta obra, y esperamos que una posible continuación de este libro lo permita. Confío que resulte claro, por los breves comentarios del artículo de Therborn y del mío, que la política verde debe ser acogida a la vez críticamente y con entusiasmo por la izquierda. Para ampliar información, véase Defending the Earth: A Dialogue between Murray Bookchin and Dave Foreman, Steve Chase, ed., Boston, 1991; Rainer Grundmann, ?The Ecological Challenge to Marxism?, New Left Review, n.° 187, mayo-junio de 1991, y Rainer Grundmann, Marxism and Ecology, Oxford, 1991. despreciable. Alexander Cockburn nos insta a no olvidar las cualidades humanas de aquellos comunistas que tanto hicieron para oponer resistencia al racismo, al fascismo y al colonialismo. Podría ser que el comunismo compartiera con la socialdemocracia la cualidad de ser más importante como correctivo dentro de y contra el capitalismo, que como política que pretende ir más allá del capitalismo. Pero tanto el comunismo como la socialdemocracia apoyaron excesivamente al estado y a la burocracia centralizada como las palancas claves para el avance social. El proyecto del socialismo, o incluso del reformismo, en un país era siempre imperfecto, pero en una época de globalización acelerada su estrechez y debilidad es aún más sorprendente. El socialismo del futuro estará obligado a borrar las raíces locales más profundas y a no perder de vista los horizontes internacionales más amplios. El mundo en que vivimos está dominado ahora más que nunca por el capitalismo y por Occidente, lo que lleva a Fredric Jameson a sugerir que es casi la hora de olvidar lo que hemos aprendido de Marx. Mientras que las siete grandes potencias responden con gran rapidez y violencia a cualquier amenaza sobre su control de los recursos mundiales y se niegan a abandonar un proteccionismo que bloquea el desarrollo del Segundo y Tercer Mundos, no hacen nada para combatir la pobreza del mundo u otras diversas amenazas patentes a la ecología global. El comunismo reivindica, falsamente, personificar un orden social más responsable y más justo. Sería bastante ilógico y equivocado ver su fracaso como una justificación de la irresponsabilidad e injusticia capitalistas. Como se?ala Eric Hobsbawm, una izquierda racional, consciente de su propia falibilidad y habiendo aprendido del pasado, tiene un papel vital que jugar a la hora de asegurar un futuro vivible para todos y de subordinar las notables capacidades productivas desencadenadas por el capitalismo a fines verdaderamente humanos. El resultado de la revolución de agosto en Rusia no hace más que reforzar las opiniones expresadas por los colaboradores de este libro. Pero todavía hay, quizá, un aspecto de este destacable suceso al que deberíamos prestar atención: el carácter prácticamente incruento de la victoria popular sobre un aparato de poder de una crueldad legendaria. La explicación que sugieren estos ensayos parece ser la siguiente: el comunismo soviético de los últimos días formó una elite cada vez más sofisticada y especializada, pero no logró proporcionar el contexto apropiado para el complejo desarrollo económico. La economía dirigida y el régimen de partido-estado se habían man jfestado como un lastre y un obstáculo para el amplio desarrollo social incluso para muchos integrantes de la propia elite privilegiada. Muchos de estos últimos no sólo sabían mejor que nadie hasta qué punto estaba fracasando el sistema, sino que poseían las técnicas que lo harían vendible, incluso en caso de que el sistema cambiase. Mientras, la gran mayoría de rusos desempe?aban un papel poco activo, votaban por un cambio y, por supuesto, anhelaban ver el lastre de la tutela burocrática eliminada de sus vidas. Los socialistas confiarán en que la revolución democrática burguesa de Rusia siga siendo democrática —puesto que, en la medida en que lo sea, será posible atacar el ímpetu de las nuevas formas de desigualdad y crueldad asociadas al capitalismo del laissez-faire. La democratización y el respeto a los derechos de las minorías también deberían reforzarse en las otras antiguas repúblicas soviéticas donde, a menudo, son los comunistas los que han constituido la elite nacional. Si Occidente realmente deseara mejorar las posibilidades de una consolidación democrática en el Este, debería perdonar las viejas deudas, ofrecer una nueva ayuda generosa y desmantelar sus propias restricciones comerciales. Tal como está ahora, las pesimistas perspectivas económicas de los antiguos territorios comunistas no favorecerán el desarrollo democrático. Paradójicamente, China ha seguido haciendo una transición a la economía de mercado mucho más satisfactoria que aquellos estados que han seguido los consejos económicos occidentales. Esto no se debe a la política represiva del gobierno de Pekín, sino a que en China la economía dirigida se descartó hace más de una década. Los sectores dinámicos de la economía china son las industrias agrícolas y rurales y, con frecuencia, las autoridades municipales o los colectivos laborales son los due?os de estas últimas. Esto nos permite esperar que el eventual ajuste de cuentas con la gerontocracia de China no sólo revocará el veredicto de la plaza de Tiananmen, sino que lo hará sin más derramamiento de sangre y sin la devastación económica y la regresión social que amenazan a muchas partes de Europa del Este y a la antigua Unión Soviética. AGRADECIMIENTOS ?La utopía al revés? se publicó por primera vez en La Stampa, 9 de junio de 1989; la traducción al inglés apareció en New Left Review, 177, septiembre-octubre de 1989. ?Reflexiones sobre la crisis de los regímenes comunistas? apareció por primera vez en New Left Review, 177, septiembre-octubre de 1989. ?Formas de caminar: una posdata a la utopía? se publicó por primera vez en New Statesman & Society, septiembre de 1990. ?Qué significa hoy socialismo?? se publicó originalmente como ?Nachholende Revolution und linker Revisionsbedarf: Was heisst Sozialismus heute??, en Die Nachholende Revolution: Keine Politische Schiften VII, Frankfurt, 1990; la traducción al inglés apareció por primera vez en New Left Review, 183, septiembre-octubre de 1990 y la traducción castellana se publicó originariamente en La necesidad de revisión de la izquierda, Tecnos, Madrid, 1990, pp. 251-288. ?Los finales de la guerra fría? se dio como conferencia en la Universidad de Sheffield el 5 de marzo de 1990; más tarde apareció en New Left Review, 180, marzo- abril de 1990. ?Los finales de la guerra fría: una réplica? y ?Una réplica a Edward Thompson? se publicaron por primera vez en New Left Revjew, 182, julio-agosto de 1990. ?Adiós a todo eso? se publicó por primera vez en Marxjsm Today, octubre de 1990. ?Radical como la realidad? se publicó por primera vez en The Nation, 16 de septiembre de 1991. Una versión anterior de ?Fin de sicle: el socialismo después de la quiebra? se publicó en New Left Review, 185, enero-febrero de 1991. ?El ni?o perdido en la intemperie? se publicó por primera vez en inglés en el semanario The Guardian, mayo de 1990. ?i,La izquierda de quién? El socialismo, el feminismo y el futuro? se publicó por primera vez en New Left Review, 185, enero- febrero de 1991. ?El nuevo orden del día? se publicó por primera Agosto de 1991 16 DESPU?S DE LA CA?DA vez en New Left Review, 184, noviembre-diciembre de 1990. ?Vorsprung durch Rethink? se publicó por primera vez en Marxism Today, y se reimprimió en New Times, ed. Stuart Hall y Martin Jacques, Lawrence & Wishart, 1989. ?Fuera de las cenizas? se publicó por primera vez en Marxism Today, abril de 1991. Agradecemos los permisos de reproducción. 1. LA UTOP?A AL REV?S NORBERTO BobbioLa catástrofe del comunismo histórico está literalmente a la vista tcdsTlícafáitroYé eT?inunismo como movimiento mundial, na?j Re olución rusa, que prometía la emancipación de los pobres y los oprimidos, de los ?parias de la tierra?. El proceso de descomposición se acelera continuamente, más allá de toda predicción. Esto todavía no anuncia el final de los regímenes comunistas, que aún podrían perdurar mucho tiempo al encontrar nuevas fuerzas para sobrevivir. La primera gran crisis de un estado comu,j ta se produjo en Hungria hace más de treinta a?os y el régimen todavía no se ha derrumbado También en este sentido, es mejor no ha predicciones. Sin embargo, lo que no puede negarse es el fracaso, no sólo de los regímenes comunistas, sino de la revolución inspirada por la ideología comunista: la ideología que formuló la transformación radical de una sociedad considerada injusta y opresiva en una sociedad bastante diferente, libre y justa a la vez. El inaudito sentido dramático de los sucesos de los últimos días reside en que éstos todavía no han ocasionado la crisis de un régimen o la derrota de un poder enorme e invencible. Más bien, de forma aparentemente irreversible, a la mayor utopía de la historia (no estoy hablando de utopías religiosas) se la ha vuelto del revés, convirtiéndola en su opuesto exacto. Es una utopía que, por lo menos durante un siglo, fascinó a filósofos, escritores y poetas (piensen en los ?cantos del ma?ana? de Gabriel Pery); que sacudió a masas enteras de desahuciados y les impulsó a la acción violenta; que llevó a hombres con un gran sentido moral a sác?ficar sus propias vidas y a exponerse a la cárcel, al exilio y a los campos de exterminio; y cuya fuerza irreprimible, tanto material como espiritual, a veces ha parecido irresistible, desde el ejército rojo de Rusia a la Larga Marcha de Mao, desde la conquista del poder por un grupo de hombres en Cuba hasta la lucha desesperada de los vietnamitas contra la potencia más poderosa del mundo. En uno de sus primeros escritos —j,por qué no recordarlo?—, Marx definía el comunismo como ?la solución al enigma de la historía?. Ninguna de las ciudades ideales descritas por los filósofos fue propuesta jamás como modelo para llevar a cabo en la realidad. Platón sabía que la idea de república de la que les habló a sus amigos no estaba destinada a existir en ningún lugar de la tierra; sólo existía, como Glaucón dijo a Sócrates, en nuestras palabras. Pero la primera utopía que quiso entrar en la historia, pasar del campo de las ?palabras? al de las cosas, no sólo se hizo realidad sino que se está volviendo del revés. En los países donde se la puso a prueba ya casi se ha convertido en algo más parecido a esas utopías negativas que hasta ahora sólo han existido en las palabras (pienso en la novela de Orwell). La mejor prueba del fracaso es que todos aquellos que se han rebelado de vez en cuando en estos a?os, y con particular energía en los últimos días, han exigido precisamente el reconocimiento del derecho a las libertades, que son el primer requisito previo de la democracia —no (por favor, tome nota) de una democracia ?progresista? o popular, o como quiera llamársela para distinguirla de, y elevarla sobre, nuestras democracias, sino de la democracia que sólo podemos llamar ?liberal? y que surgió y se consolidó mediante la lenta y ardua conquista de ciertas libertades básicas. Me estoy refiriendo concretamente a las cuatro grandes libertades del hombre moderno: la libertad individual, o el derecho a que no le detengan arbitrariamente y a que lo juzguen conforme a leyes penales y jurídicas definidas claramente; la libertad de prensa y de opinión; la libertad de reunión, que vimos cómo fue conquistada pacíficamente, pero atacada, en la plaza de Tiananmen; y finalmente —la más difícil de conseguir— la libertad de asociación, de la que nacieron los sindicatos y los partidos libres, y con ellos la sociedad pluralista en cuya ausencia la democracia no existe. La conclusión de este proceso, que duró siglos, fue la libertad política, o el derecho de todos Los ciudadanos a participar en las decisiones colectivas que les ata?en. La fuerza explosiva, y aparentemente irreprimible, de los movimientos populares que sacuden el mundo de los regímenes comunistas proviene del hecho de que ahora se exigen todas estas libertades a la vez. En Europa, el estado de las libertades llegó después del estado basado en la ley, y el estado democrático después del estado de las libertades. Pero en todas esas plazas hoy hay gente que exige simultáneamente un estado basado en la ley, el estado de las libertades y el estado democrático. Los estudiantes chinos declararon en uno de sus documentos que estaban luchando por la democracia, la libertad y la ley. Tal situación es objetivamente revolucionaria. Pero cuando ésta no tiene un resultado revolucionario —como parece ser el caso de cada uno de estos países— la solución solamente puede ser o gradual (Polonia es aparentemente la más avanzada), o contrarrevolucionaria, como en China, a no ser que devenga en una guerra civil, esa bien conocida forma histórica de las revoluciones fallidas o imposibles. Para los países de la utopía al revés, la conquista de la libertad del hombre moderno —si es posible, y en tanto lo sea— no puede ser más que el punto de partida. Pero ?para ir a dónde? Planteo esta pregunta porque el establecimiento del estado democrático liberal basado en la ley no es suficiente para resolver los problemas que dieron vida al movimiento proletario de los países que emprendieron una forma salvaje de industrialización, y más tarde alumbró, entre los campesinos pobres del Tercer Mundo, la ?esperanza de la revolución?. Los pobres y los desamparados todavía están condenados a vivir en un mundo de injusticias terribles, aplastados por magnates económicos inalcanzables y aparentemente inalterables, de quienes dependen casi siempre las autoridades políticas, incluso cuando son formalmente democráticas. En un mundo así, la idea de que la esperanza de la revolución se agota, se acaba simplemente porque ha fracasado la utopía comunista, está demasiado cerca de nuestros ojos como para no verla. Las democracias que gobiernan los países más ricos del mundo ?son capaces de resolver los problemas que el comunismo no logró resolver? Esa es la cuestión. El comunismo histórico ha fracasado, no lo niego. Pero los problemas permanecen; esos mismos problemas que la utopía comunista se?alaba y se proponía resolver existen ahora —o existir muy pronto— a escala mundial. Es por eso que sería ridículo alegrarse ante la derrota y frotarse las manos di- ciendo: ?siempre lo dijimos?. ?Piensa realmente la gente que el fin del comunismo histórico (subrayo la palabra ?histórico?) ha puesto fin a la pobreza y a la sed de justicia? En nuestro mundo, la sociedad de los dos tercios gobierna y prospera sin tener nada que temer de la otra tercera parte de pobres diablos. Pero sería bueno tener en cuenta que en el resto del mundo la sociedad de los dos tercios (o de las cuatro quintas partes, o de las nueve décimas partes) está en el lado contrario. La democracia —admitámoslo— ha superado el desafío del co- LlLPH MILIBAND munismo histórico. ?Pero qué medios y qué ideales tiene para hacer frente a esos mismos problemas de los que nació el desafío co- REFLEXIONIS SOBRE LA CRISIS COMUNISTAS DE LOS REGIMENES COMUNISTAS ?Ahora que ya no hay bárbaros —dijo el poeta— ?qué será de nosotros sin ellos?? La masacre de la plaza de Tiananmen en junio de 1989 proba Juni de 1989 blemente no sea la última expresión violenta de la múltiple y pro fund crisis —económica, política, étnica, ideológica y moral— que se apodere de muchos regímenes comunistas y que muy probable ment se apoderará de todos ellos a su debido tiempo. En todo el mundo comunista se está produciendo una enorme ?mutación?, y sin duda esto constituye una de las grandes coyunturas críticas de la historia del siglo xx. El resultado de la crisis es todavía una cues tió abierta, aunque lajlternativas, hablando en términos genera les, no son difíciles de enumerar: en el mejor de los casos, una for m de régimen que se aproxime a la democracia socialista, la que puede conseguir producir el movimiento de reforma que inició Mi jaf Gorbachev en la Unión Soviética; alguna forma de capitalismo democrático con un sector público sustancial; o un autoritarismo reforzado con una economía de mercado en expansión —lo que Bo ri Kagarlitskj ha llamado estalinismo de mercado— de la que hasta la fecha China es el ejemplo más visible. De todos modos, parece GlaroqneJ rma de régimen qu dorninó a la Unión Soviética 4jjnaies de los a?os veinte hasta hace poco, y todos los otros regímenes comunistas desde los a?os de posguerra en adelante, se ??unara?ando en muchos de ellos y es muy probable que antes o después díerimara?e en todos Sabemos lo que este inmenso proceso histórico ha llegado a significar para los enemigos del socialismo en todas partes: no sólo el próximo fin de los regímenes comunistas y su sustitución por los regímenes capitalistas, sino la eliminación de cualquier tipo de alternativa socialista al capitalismo. A esta perspectiva embriagadora del desvanecimiento, apenas atisbado, de una vieja pesadilla, se unen, naturalmente, la apología del mercado, las virtudes del comercio libre y la codicia sin límites. No es solamente en la derecha donde recientemente ha arraigado la creencia de que el socialismo, entendido como una transformación radical de lo social, ya ha dejado de ser útil. Los apóstoles de los ?tiempos nuevos? de la izquierda han llegado a albergar una creencia muy parecida. Todo cuanto es posible ahora, a los ojos del ?nuevo realismo?, es la gestión más humana de un capitalismo que en cualquier caso se está transformando completamente. Por otra parte, ?qué significa la crisis del mundo comunista para la gente que continúa comprometida con la creación de una sociedad cooperativa, democrática, igualitaria y fundamentalmente sin clases, y que cree que a esta aspiración sólo se le puede dar un significado efectivo en una economía basada predominantemente en las distintas formas de propiedad social? :UI respuesta a esta pregunta requiere, en primer lugar, una percepción clara de qué tipo de regímenes son los que están en crisis para que podamos aprender bien la lección desde su experiencia. MOLDEORIGINALf Si bien los regímenes comunistas se han diferenciado entre sí de formas distintas, todos han tenido dos características primordiales en común: una economía en la que los medios de la actividad económica estaban mayoritariamente bajo la propiedad y el control estatales; y un sistema político en el que el partido comunista (con nombres distintos en los distintos países), o más bien sus líderes, gozaban de un virtual monopolio de poder, que era defendido vigilantemente mediante una represión sistemática —a menudo salvaje— contra cualquier forma de disidenciaEl sistema imponía una inflación extrema del poder del estado e, igualmente, una supresión de todas las fuerzas sociales que no estaban controladas por el partido/estado y subordinadas al mismo. El ?pluralismo? que formaba parte del sistema y que implicaba la existencia de una gran variedad de instituciones en todas las esferas de la vida, desde la cultura al deporte, no tenía la finalidad de diluir el poder del partido/estado, sino al contrario, de reforzarlo, al convertir estas instituciones en órganos de control del partido/estado. El por qué todos estos gobiernos se ajustaban a este molde requiere un examen minucioso. Para empezar, todos ellos, por definición, experimentaron una transformación revolucionaria masiva de su vida económica, social, política y cultural. En algunos casos —Rusia, China, Corea del Norte, Vietnam, Yugoslavia y Cuba— la revolución triunfó desde el interior. Por otro lado, en Europa central y del Este, con excepción de Yugoslavia, fue impuesta desde arriba por mandato soviético. Pero tanto si se generaron internamente como si se impusieron externamente, éstas eran revoluciones muy ;rofundas, con cambios fundamentales en las relaciones de propiedad; la eliminación de las clases que tradicionalmente gobernaban; elacceso al poder de gente que antes había sido excluida, marginada y perseguida; la total transformación de las estructuras del estado, cambios masivos en la estructura ocupacional y enormes cambios (o intentos de cambio) en toda la cultura nacional. Como quiera que se hayan hecho, tales sacudidas revolucionarias producen traumas nacionales inmensos y duraderos. El tema apenas necesita destacarse en el momento en que escribo: el a?o del bicentenario de la Revolución francesa, una sacudida que todavía hoy sigue siendo el tema de un debate amargo y apasionado y de una división política en Francia. Los traumas seguramente se acentuarán mucho si se impone la transformación revolucionaria corno resultado de la intervención y el mandato externos, y tanto más es seguro que será el caso donde la intervención sea la de un poder extranjero al que tradicionalmente se le ha considerado como enemigo. Polonia es un ejemplo obvio de ello. Los regímenes que nacieron en estas condiciones rara vez tienen mucha legitimidad; y de hecho pocos regímenes comunistas fueron considerados legítimos por la mayoría de los iid anos. los que se enfrentaron los nuevos regímenes estaban agravados en todos los países comunistas por tres factores de crucial importancia. En primer lugar, las revoluciones se lograron o impusieron en países que, con la excepción de Checoslovaquia y en menor grado de Alemania del Este (que se Convirtió en la República Democrática Alemana en 1949), tenían un ción no heredara los frutos de la madurez económica; por el contrario, se la convirtio en un medio de desarrollo economico y, por lo tanto, se la asoció a un proceso doloroso y arduo, lento para dar resultados beneficiosos De por si esto habria sido ya bastante malo, pefo, ei segundo lugar, los regimenes comunistas se enfrentaron a las condiciones de la guerra y de la guerra civil, a la intervención extranjera, a enormes pérdidas de vidas y a una espantosa destrucción material Corea y Vietnam estuvieron implicados en una impor tante guerra con los Estados Unidos y sometidos a un bombardeo de saturación cruelmente destructivo; y Cuba, por su parte, ha soportado un boicot debilitador y otras formas de intervención hostil por parte de los Estados Unidos Además, está el hecho insoslayable de que, excepto Checoslovaquia, prácticamente ningún régimen comunista había tenido ninguna experiencia anterior de formas democráticas efectivas. Los estados europeos que se convirtieron en regímenes comunistas habían tenido con anterioridad unos fuertes regímenes, casi autoritarios o realmente autoritarios, con unas sociedades civiles muy débiles en las que el estado, aliado a las clases gobernantes semifeudales, disfrutaba de gran poder y lo usaba para explotar y oprimir a las poblaciones campesinas en su mayor parte. Por lo que respecta a los regímenes comunistas de Asia y al régimen revolucionario de Cuba, todos habían sido anteriormente bien coloniales, o semicoloniales, o países dependientes, sometidos a un impresionante gobierno externo o autóctono, o ambos a la vez. Estas no son las condiciones en las que cabría esperar que floreciera algo parecido a la democracia socialista. Sin embargo, todos estos factores no explican adecuadamente por qué los regímenes comunistas, con la notable excepción de Yugoslavia después de 1948, nunca intentaron seriamente, o de hecho nunca lo intentaron, romper el molde autoritario en el que les habían metido al nacer. Ni las reformas de Nikita Jruschev ni la Revolución cultural de Mao Tsé-Tung constituyeron una ruptura: el mandato totalitario y monopolístico quedó intacto en la Unión Soviética, en China y en el resto del mundo comunista. Sus gobernantes bien podrían sostener que las circunstancias de su nacimiento habían determinado el carácter de su gobierno en los primeros a?os del régimen; y que después ellos habían seguido afrontando las muy difíciles condiciones, la hostilidad del capitalismo y las constricciones de la guerra fría. Pero todo esto apenas sirve para LA CRISIS DE LOS REG?MENES COMUNISTAS explicar el hecho de que en ningún momento de la vida de estos regímenes sus gobernantes se sintieran impulsados a orientar su mandato hacia una dirección genuinamente democrática. ESTADO Y SOCIEDAD Los ideólogos conservadores tienen una explicación fácil para <sta inmovilidad: sus raíces se encuentran en el marxismo. De heho, el marxismo no tiene nada que ver con esto. En el mismo núcleo del pensamiento marxista se insiste en que el socialismo, y no digamos el comunismo, conlleva la subordinación del estado a la sociedad; e incluso la dictadura del proletariado, según la perspectiva de Marx, debe interpretarse como algo que signifique todo excepto el gobierno popular sin intermediarios. En el caso poco probable de que quisieran encontrar la inspiración ideológica textual para su forma de gobierno, los líderes comunistas tendrían que haber buscado en vano en los volúmenes de las Obras completas de Marx y Engels. Ante todo no habrían encontrado ninguna noción de gobierno monopolístico de un solo partido. Les podría haber ido algo mejor con las Obras completas de Lenin, pero incluso esto les habría requerido hacer una lectura muy selectiva y negarse a tomar en serio las críticas de Lenin a la ?deformación burocrática? del gobierno comunista. En realidad, el verdadero arquitecto del modeIu de gobierno que llegó a predominar en todos los regímenes comunistas fue Stalin, quien lo estableció por primera vez en la Unión Soviética y luego lo copiaron otros líderes comunistas educados en su escuela, o lo impusieron en los países que estaban bajo su control después de la segunda guerra mundial. Sin embargo, Stalin murió en 1953 y no es razonable atribuir a - su poder maligno la razón de por qué los líderes comunistas eligieron adherirse a los modelos autoritarios de gobierno. La razón de ello está en el simple hecho de que éstos se adaptaban extremadamente bien a la gente que controlaba el sistema y que constituía una gran burguesía estatal y una burguesía de poca monta educada en la nomenklatura, que disfrutaba de un poder y unos privilegios considerables. Sin duda, los móviles de la gente eran muy diversos —desde luego, las ventajas personales, pero también un tipo de paternalismo autoritario, un temor a lo que un relajamiento podría representar no sólo para su posición, sino para la naturaleza del régimen, incluso una creencia genuina en que aquello era el socialis?no y en que lo estaban defendiendo contra sus muchos enemigos internos y externos. Pero cualesquiera que fueran los motivos de los que dirigían estos regímenes, su gobierno constituía una tremenda perversión del Socialismo. Con esto no se les niega varios progresos y logros en términos económicos y sociales; pero hay que decir, sobre todo por Parte de los socialistas, que, sin embargo, contradecían en multitud de formas fundamentales la promesa democrática e igualitaria del socialismo. Los regímenes comunistas eran, y la mayoría de ellos todavía lo son, lo que yo llamé hace bastante tiempo los regímenes colectivistas oligárquicos de la Unión Soviética.’ * Yo creo que es sobre todo en su naturaleza autoritaria donde se debe buscar la razón de la crisis que les ha hundido. Porque su falta de democracia y de libertades cívicas ha afectado a todos los aspectos de su vida, desde el funcionamiento económico a la lucha étnica. El haber visto y proclamado que el remedio esencial e imperativo para el estado críticd al que llegó la Unión Soviética era la democracia, y el haber intentado obrar sobre esa percepción, fue el inmenso mérito de Mijaíl Gorbachev. La perestroika vino desde arriba. Pero no vino por sí misma, por los deseos e impulsos espontáneos de un líder inspirado. De hecho, se engendró en la necesidad de conseguir la cooperación y el apoyo de una población cuyo cinismo sobre sus líderes había ocasionado una crisis económica, social y Política profunda. El mismo cinismo, y alienación, existe en otros regímenes comunistas. Esto puede que no produzca la perestroika al estilo soviético, ni las formas que ya ha producido en Hungría o Polonia. Pero es muy improbable que no afecte a ningún régimen comunista. LECCIONES DE LA EXPERIENCIA COMUNISTA ?Qué lecciones, pues, guarda la experiencia comunista para los socialistas occidentales? Naturalmente sería fácil decir que es totalmente irrelevante, dadas las muy distintas condiciones a las que se enfrentan los socialistas occidentales en los países capitalistas modernos con LA CRISIS DE LOS REG?MENES COMUNISTAS regímenes democrático-capitalistas. Pero sería demasiado fácil decir esto. ?Cómo podría rechazarse por irrelevante o de poca importancia una experiencia que abarca unos setenta a?os y que ha vivido bajo el nombre de socialismo, aunque el nombre sea injustificado? Por lo menos, podría indicar lo que no debe hacerse; por ejemplo, en lo que se refiere a la planificación y organización de la vida económica. Sin embargo, las lecciones realmente importantes que los socialistas deben aprender de la experiencia comunista están en otra parte y no en el campo de las técnicas; con diferencia, la más importante de estas lecciones tiene que ver coel terná de la democracia. ara empezar, está claro que el carácter del gobierno comunista ha muchísimo a dar credibilidad a una reivindicación que ha sido uno de los puntos más efectivos del repertorio conservador: que el socialismo era intrínsecamente autoritario y opresivo, y que sólo el capitalismo era capaz de proporcionar la libertad y el gobierno democrático. Uno de los grandes triunfos de las clases dominantes de Occidente ha sido su apropiación de la democracia, por lo menos en retórica y propaganda; y apenas se puede dudar que las prácticas comunistas, desde las elecciones con mayorías de un 99,9 por 100, hasta la brutal supresión de las disidencias, han sido la mayor ayuda para conseguir esa apropiación. La pura verdad es que la democracia capitalista, con todas sus limitaciones muy severas, hasido infinitamente menos opresiva y mucho más democrática que ningún régimen comunista, cualesquiera que fuesen sus logros en el campo social, económico u otros. Los regímenes comunistas podrían reivindicar legítimamente que ellos alentaron un grado mucho mayor de participación en los órganos de poder que la democracia burguesa; pero la subordinación de estos órganos al control estricto del estado y del partido, con poca o ninguna autonomía real, hicieron falsa esa reivindicación. Por lo tanto, la experiencia de los regímenes comunistas impone a los socialistas occidentales la necesidad de una reflexión más completa y profunda sobre el ejercicio del poder. Con respecto a esto, hay dos cuestiones que se tiende a confundir y que hace falta dilucidar. Los marxistas y otros socialistas revolucionarios siempre han insistido en que la democracia burguesa está fundamentalmente viniada por el contexto de clases en el que funciona, y por el grado en que todo el proceso democrático está erosionado por el poder visible e invisible con que los intereses capitalistas y las fuerzas conservadoras son capaces de desplegar vis-&-vis la sociedad y el estado. La democracia burguesa, en un contexto de dominio de clases, con bastante frecuencia se convierte en un instrumento de ese dominio, y también proporciona a las clases dominantes un valioso elemento de legitimación. Por otra parte, la democracia burguesa está corrompida por las prácticas autoritarias a las que recurren frecuentemente los gobiernos de las sociedades capitalistas; y es susceptible de ser derogada cuando las formas democráticas amenazan con convertir- se en un desafío serio al dominio de clases. Todo esto es una crítica a la democracia burguesa que los marxistas y otros han hecho correctamente. Sin embargo, hay una crítica diferente que complementa a la primera y que, en ciertos aspectos, es incluso más fundamental. Es decir, que el tipo de sistema representativo y parlamentario, que es una parte esencial de la democracia burguesa, en ningún caso, y cualquiera que sea el contexto, es no-democrático, y que el socialismo requiere unas formas más directas de expresión de la soberanía popular y del poder democrático. Según este modo de pensar, la representatividad es inevitablemente una tergiversación y perpetúa la alienación de la mayoría de la gente con respecto al poder político, algo que el socialismo se propone superar. Quizá sea inevitable cierto grado de representatividad, pero debería mantenerse al mínimo indispensable, y los representantes deben ser supervisados constante y vigorosamente por sus electores, y sujetos a una rotatividad frecuente. Esta alternativa radical a la democracia representativa está resumida en La guerra civil en Francia de Marx, escrito en defensa y celebración de la Comuna de París, e incluso más específicamente en El Estado y la revolución de Lenin, escrito en vísperas de la Revolución bolchevique. En una amarga polémica con Karl Kautsky, Lenin dijo que un sistema así era ?un millón de veces más democrático? de lo que jamás lo fuera la democracia burguesa. Sin embargo, es de gran importancia que en la época en que se afirmaba tal cosa, en 1919, el sistema soviético o consejista, que había emergido en la revolución de febrero, estaba lejos de marchitarse, con los soviets bajo la tutela del partido comunista, más estricta que nunca. 2 Tampoco ha resucitado jamás; el ?comunismo consejista? no 2. Los soviets, desde luego, habían aparecido mucho antes, en la revolución de 1905. Al principio, Lenin y los bolcheviques los miraban con recelo. LA CRISIS DE LOS REG?MENES COMUNISTAS ha florecido en ningún otro lugar del mundo comunista, lo cual no nos sorprende, porque es antagónico con la dictadura del partido, que ha sido la esencia del gobierno comunista. E igualmente significativo es que el ?comunismo consejista? no ha tenido ninguna resonancia sustancial en ningún régimen democrático capitalista. Como proyecto, sigue siendo lo que fue la Revolución bolchevique: un movimiento marginal cuyos defensores constituyen una voz peque?a y apenas audible en las filas socialistas y laborales. Esto no es probable que cambie. Los socialdemócratas siempre han tendido, e incluso con más énfasis, a aceptar la democracia burguesa como sinónimo de democracia tout court, sin mostrar mucha preocupación por sus limitaciones; y los líderes socialdemócratas últimamente se han deshecho en alabanzas hacia ella. Los ding?ntes comunistas occidentales, por su parte, han sido más críticos, aunque, sin embargo, se han comprometido totalmente con sus mecanismos esenciales, desde hace tiempo. También cabe destacar que las reformas constitucionales que han tenido lugar en la Unión Soviética, Polonia y Hungría han implicadó el rejuvenecimiento de las legislaturas representativas surgidas de los nuevos sistemas electorales en liza. Es probable que esta tendencia continúe y se extienda. Todos los movimientos de reforma en cualquier lugar, no sólo en los regímenes comunistas, sino también en los antiguos regímenes autoritarios de derechas, como los de Latinoamérica, se inclinan en la dirección de lo que podría llamarse gobierno representativo tradicional. De cara a un futuro, que es probable que se prolongue durante un periodo de tiempo considerable, los socialistas tendrán que librar sus batallas dentro de los confines de este sistema. ?Qué significa esto concretamente En primer lugar, significa la participación total en contiendas representativas y electorales de ámbito local, regional y nacional. Inmediatamente se dirá que esta es una receta infalible para el ?cretinismo parlamentario?, el compromiso cínico y la adulteración Oportunista de programas y fines. Estos son los peligros reales; pero aunque los peligros no se puedan superar del todo, por lo menos pueden atenuarse mediante una vida de partido democrática, abierta y entusiasta; con dirigentes y representantes verdaderamente responsables ante los miembros de las organizaciones que han hecho Posible su elección. Por supuesto, la participación en las instituciones representativas no excluye las luchas extraparlamentarias y extrainstitucionales dondequiera que éstas se libren. Es inútil pretender que, aun en la mejor de las circunstancias e incluso con una piadosa buena intención por parte de todos, pueda evitarse una tensión real entre las exigencias de la política dentro del marco de la democracia representativa y las exigencias del principio socialista. La alternativa, sobradamente demostrada por la larga experiencia, es que el propósito de los partidos de que haya un cambio radical se mantenga reducido a un espacio político muy estrecho. El segundo punto es que, junto con su implicación en el sistema, los socialistas tienen que encabezar una crítica permanente de las limitaciones y defectos de la democracia burguesa, de su estrechez y formalismo y de sus tendencias y prácticas autoritarias. Tal crítica debe referirse a los programas constitucionales, electorales y Políticos existentes; pero también tiene que contemplar los aspectos Jerárquicos y opresivos de la vida diaria en un orden social basado en la explotación y la dominación. En otras palabras, no son sólo los programas políticos los que necesitan una crítica continua y convincente, sino también el ejercicio del poder arbitrario en todos los aspectos de la vida: en las fábricas, las oficinas, las escuelas y en cualquier otro lugar donde el poder afecte a la existencia de la gente. Ia idea de que la batalla por la democracia ya se ha ganado en los sistemas capitalistas democráticos —con la excepción de algunas reformas electorales y constitucionales al margen— simplemente en virtud del logro del sufragio universal, de la rivalidad política abierta Y de las elecciones regulares, es una idea profundamente limitada Y debilitada que ha sido de suma utilidad para las fuerzas conservadoras, y que hay que denunciar y contrarrestar. Sin embargo, la cuestión es desde qué punto de vista se la debe denunciar y contrarrestar. A muchos marxistas, pasados y presentes, la respuesta les ha parecido muy simple. Ellos dirían que, naturalmente, hay que funcionar en el contexto de la democracia burguesa, pero teniendo que ver lo menos posible con los procedimientos formales, electorales y tendentes al cretinismo. Lo importante era concentrarse en la lucha de clases, en el aspecto de la produccion y más allá de ésta; y, en cierto punto, la lucha de clases alcan- LA CRISIS DE LOS REG?MENES COMUNISTAS zaría un momento de crisis extrema por las contradicciones profundas e irresolubles del capitalismo, y esto ofrecería al partido revolucionario de vanguardia las oportunidades para las que se habrían estado preparando durante a?os y décadas. Habría llegado el momento de la revolución, de la desintegración del estado burgués y dia proclamación de la dictadura del proletariado a partir de los consejos obreros, y del genuino poder popular frente a la impostura. La desventaja de esta perspectiva no es sólo que se haya comprobado que es bastante poco realista o que, como he sugerido, haya tenido que agrupar en un gueto a sus defensores, sino más bien que no cumple ninguna promesa de evitar que degenere en el autoritarismo que ha acontecido en todos los regímenes comunistas. Porque debería ser obvio que, por mucho que se ?quiebre? un estado antiguo, tendrá que sustituirle un estado nuevo, que realmente sea un estado; y ni las proclamas de sus credenciales democráticas, ni tampoco las buenas intenciones de sus garantes, resolverán los enormes problemas planteados por el ejercicio democrático del poder, particularmente cuando se llevan a cabo cambios profundos en el orden social. CONTROLES DEL PODER Abordar estos problemas requiere que prestemos atención a algunas propuestas bastante antiguas. De éstas, la más importante de todas es la de que solamente el poder puede controlar al poder. Tal control del poder tiene que darse tanto dentro del estado como desde fuera. Dentro del estado, implica mecanismos que los regímenes cómunistas, para su desgracia, han rechazado: el control del ejecutivo y de la administración por medio de una legislación eficaz; la independencia del poder judicial; el control estricto e independiente de los poderes policiales; la represión y control de la discreción ofidal. Tales mecanismos no podrían operar adecuadamente en los sistemas comunistas, dada la máxima e inquebrantable lealtad que todos los órganos del estado le deben al partido y a sus líderes. A la luz de estos requisitos indispensables, hubiera sido vano esperar que la asamblea legislativa se tomara en serio sus poderes constitucionales formales. Y tampoco hubiera sido razonable esperar que los jueces tomaran decisiones que aparentemente contradijesen lo que se querj más arriba. Esto no implica que los controles y equilibrios sean particularmente eficaces en los regímenes democrático-capitalistas, o incluso que estén necesariamente al servicio de fines deseables. Se trata sólo de sostener que el control del poder ejecutivo, administrativo y policial —de hecho, todas las formas de poder— es una parte intrínseca de la política de la democracia socialista. Tal política no puede SUponer el rechazo general de los principios liberales tradicionales en la conducta del gobierno, sino más bien su extensión radical mucho más allá de todo cuanto los pensadores liberales jamás hayan Sonado. Esto supone promover muchos centros de poder fuera del estado en un sistema de asociaciones autónomas e independientes, agrupj05 partidos y grupos de presión de cualquier tipo y clase, que expresen una multitud de preocupaciones y aspiraciones entrelazadas en el tejido de la sociedad. Tal pluralismo solamente puede florecer en un régimen donde las ?libertades burguesas? estén totalmente garantizadas y extendidas, y defendidas vigilantemente Por Una prensa libre y otros medios de comunicación, y también desde muchas otras fuentes. Desde este punto de vista, la democracia Socialista es un sistema de ?poder dual? en el que el poder estatal Y el poder popular se complementan, pero también se controlan. Aquí también hay que admitir que todo esto constituye una empresa difícil y tensa. Pero toda la experiencia de los regímenes comunistas sugiere que, en términos socialistas, no existe otra forma. Siempre tiene que haber una tensión entre lo que quienes están a carg0 del gobierno perciben que son las necesidades del gobierno y laS reivindicacionnes de la democracia. La lección crucial que enseflan los regímenes comunistas es que el intento de resolver esa tenSlO , sacrificando las reivindicaciones de la democracia a lo que se SUpone que son las necesidades del gobierno, es autodestructivo, Puesto que se acaba con un mal gobierno y sin democracia. Lo que se requiere es que se mantenga el equilibrio entre estas reivindicaciones conflictivas —una empresa difícil y precaria, pero esencial. - También hay una dimensión muy diferente de la democracia socialista relacionada con lo anterior pero a la que nunca se le presta la atención y el interés necesarios: que el socialismo representa, o debería representar por definición, el principio humano. Hace bastantes a?os, en 1965, durante una serie de entrevistas con Bertrand LA CRISIS DE LOS REG?MENES COMUNISTAS Russell para la televisión, le pregunté lo que él pensaba de Lenin. ?Lenin era un hombre cruel?, dijo, con gran énfasis en la palabra ?cruel?. Entonces pensé que era un comentario extra?o, no sólo porque Lenin, desde todos los puntos de vista, no era un hombre cruel, sino porque el énfasis en este rasgo, fuese verdadero o falso, parecía bastante extra?o e irrelevante. Pero la preocupación por la crueldad es de crucial importancia. Los líderes políticos pueden ser o no crueles personalmente. Pero los gobiernos que encabezan o de los que son miembros hacen muchas cosas da?inas y crueles, y toleran, alientan y encubren muchas acciones crueles, grandes y peque?as, siempre, por supuesto, en nombre de la democracia, la libertad, la seguridad nacional, el socialismo o lo que sea. En la campa?a presidencial del Partido Republicano proseguida en el oto?o de 1988 —una campa?a destacada por las profundidades demagógicas y sin escrúpulos en las que se sumergió—, George Bush también aludió a su deseo de ver una ?Norteamérica más benévola y amable?. Quienquiera que fuese el autor de estas líneas concretas, estaba en lo cierto. Las sociedades capitalistas son intrínsecamente incapaces de realizarla idea; pero debería de ser una prioridad en la agenda socialista, y que sé viera que esto es así. Uno de los peores aspectos de los regímenes comunistas ha sido su aparente indiferencia, en la práctica, hácia los valores humanos, su insensibilidad burocrática, su recurso a la acción arbitraria. No serviría de nada pasar por alto las espantosas crueldades que a menudo han perpetrado sus equivalentes burgueses. Pero las acciones de los políticos burgueses en los regímenes democráticos capitalistas han tenido que atenerse al marco político en el que se desenvuelven, por lo menos —y con muchas reservas— en relación a sus propios ciudadanos. Por otro lado, los regímenes comunistas han estado menos obligados o, con demasiada frecuencia, apenas obligados, y han tenido un campo amplio para actuar de formas arbitrarias, opresivas y crueles. Nunca se puede confiar en que los gobiernos, sean del tipo que sean, actúen decentemente por propia voluntad. La democracia socialista haría que el construir barreras fuertes contra otra forma de actuación fuera una de sus tareas principales. Hay muchos socialistas que tratarán toda esta forma de pensar con profundas reservas. Nos recordarán severamente que la revolución no tenía nada de agradable y que hay gente extremadamente malévola que está implacablemente determinada a evitar a toda costa, sin excluir ningún medio, por horrible que sea, el tipo de cambios en el orden social que implica el socialismo. Esta es la pura verdad. No es probable que en ningún lugar se produzca una transición tranquila al socialismo; por el contrario, es seguro que el proceso está plagado de grandes peligros y dificultades. Pero es más probable que los peligros y dificultades disminuyan a medida que el apoyo y el compromiso popular en el proceso sean mayores. Ese apoyo, su resistencia y su profundidad dependen en gran parte del grado en que un movimiento socialista sea capaz de convencer a la mayoría de la gente de que representa no sólo una mayoría material y un uso más racional de los recursos de lo que el capitalismo es capaz de hacer, sino que también representa un gobierno más humanitario. En los a?os venideros, los socialistas serán algoas1 como un grupo de presión a la izquierda de la socialdemocracia ortodoxa. Es la socialdemocracia la que durante mucho tiempo constituirá la alternativa —tal como es— a los gobiernos conservadores. Bajo esta perspectiva, una de las tareas principales para los socialistas seguramente es la de convertirse en los defensores más resueltos y persuasivos de los logros democráticos obtenidos en los regímenes capitalistas, los críticos más intransigentes de los defectos de la democracia capitalista y los mejores defensores de un orden social en el que la democracia se libere de las constricciones que el dominio capitalista le ha impuesto. Agosto de 1989 HANS MAGNUS ENZENSBERGER FORMAS DE CAMINAR: UNA POSDATA A LA UTOP?A Caminar erguido, con la cabeza alta —lo que, como todo el mundo sabe, inventó el filósofo alemán Ernst Bloch— sigue siendo un postulado moral popular. El principio normalmente se expresa con cierto grado de patetismo; con un inequívoco trasfondo de reproche. Sería fácil tener la impresión de que la exhortación se dirige a una sociedad de cuadrúpedos; una prueba más de que la filosofía tiene una considerable dificultad en adaptarse a nuestros logros más triviales. La actitud del doctor Renner, nuestro rubio profesor de física que presentó los resultados de su investigación a una clase atónita en medio de la anarquía sorda de finales de los a?os cuarenta, era bastante distinta. Como discípulo del famoso teórico Arnold Somrnerfeld, había escrito una tesis sobre la física del caminar. Mantenía que hasta entonces la ciencia se había enfrentado a un rompecabezas; y él mismo no afirmaría haber encontrado una explicación convincente de cómo es posible una forma de locomoción tan desordenada. Muy lejos de las exigencias que el andar erguido supuso en el sentido del equilibrio y de la capacidad de coordinación —requisitos que no logró satisfacer la inteligencia artificial puesto que ningún autómata era igual que ellos—, la sencilla cinética del caminar era tan compleja que sólo podía calcularse muy aproximadamente, procediendo de la teoría de la peonza. De hecho, era realmente una especie de tambaleo; el caminar erguido era un movimiento extremadamente precario, inestable, casi deslizante y constantemente al borde de la catástrofe. Salimos del instituto pensativos, colocando DESPU?S DE LA CA?DA un pie delante del otro cuidadosamente, torpemente; un ejemplo, por citar a Kleist, de que ?la consciencia puede perturbar la gracia natural del hombre?. Pero si incluso un sistema sencillo como un esqueleto, impulsado por los músculos y los nervios, se escapa al análisis, ?cómo serán las cosas con un sujeto con una estructura mucho más compleja, al que se dirige la atención de Bloch, es decir, la raza humana? A no ser que los acontecimientos no le den otra opción, este sujeto piensa un poquito en el movimiento hacia adelante en su conjunto, de igual modo que un individuo lo hace sobre su propia locomoción. Si la peonza de la historia comienza a inclinarse y se cae, entonces el asombro no es mayor que en la clase de física del doctor Renner, cuando se detuvo y empezó a dar forma a una idea... Ninguna idea es más querida por la clase política que la de estabilidad. Kissinger y Brezhnev, Deng y Pinochet, Schmidt y Honecker fácilmente podrían haber estado de acuerdo en eso. Pero también sus sucesores están unidos por el profundo deseo de mantenerse al cargo de la situación. Un horror secreto sacude a los políticos profesionales de todos los países ante la idea de que se pudiera tomar en serio la frase ?Nosotros somos el pueblo?. ?En qué acabaría todo si la gente interpretara literalmente el tantas veces proclamado derecho a la autodeterminación? La única respuesta para dominar la calle es el ca?ón de agua, pero en una emergencia también se puede disponer de otro equipo. Todos los aparatos, ya sea en Pekín o Bonn, en Leizpig o París, en Sofía o Washington, coinciden fraternalmente con esta convicción táctica. Y eso es lo que está en juego cuando los planificadores confeccionan febrilmente los nuevos ?acuerdos de paz?, siempre buscando la ?seguridad interna? y un ?equilibrio? eterno que se supone terminará con el inestable movimiento hacia adelante. Sería perfecto si todo lo que está de pie se dejara ?atar?, ?sujetar? e ?integrar?. Sin embargo, parece muy probable que la estabilidad que anhelábamos fuese siempre una ilusión. Aun si esas estructuras de dominio limpiamente reguladas, claramente organizadas e inmóviles existieron en algún momento y en algún lugar, de todas formas habrían desaparecido. La concepción tradicional del estado se enfrenta a un derrumbamiento del paradigma como el que experimentó la física clásica hace mucho tiempo. Se está demostrando que el control, que adoran las cancillerías, es un fantasma. (1 La desagradable impresión que los gobiernos están causando ante los recientes cambios en Europa no es, por lo tanto, un desconcierto accidental que pudiera remediarse cambiando a los individuos de lugar. Es el resultado de la imposibilidad de prever el proceso social y de controlarlo desde arriba. Esto no sólo se refiere a casos extremos. También nos hace ver a todos que el curso oscilante e inestable de las cosas es a la vez muy normal y bastante incierto. La alegría malévola de los intelectuales ante la humillación de los políticos por el vuelco de los acontecimientos ha estado dentro de unos límites. No son sólo los administradores del poder los que se sienten incómodos, sino también los administradores de ideas. No es de extra?ar, puesto que ambos imaginaron que podrían determinar la dirección que iba a tomar la sociedad. De ahí su rivalidad tradicional. Se peleaban por tener el mismo privilegio: el de definir y resolver los problemas en nombre de todos los demás. Tan pronto como aparece una sociedad que ya no permite que se le imponga ninguna idea reguladora desde afuera o desde arriba, entonces estas dos clases de personas se ven privadas de sus funciones tradicionales. Es verdad que un proceso evolutivo que no puede predecirse, y menos planificarse, no les convierte en algo superfluo, pero necesariamente implica una pérdida considerable de autoridad y de influencia. Los intelectuales, pues, padecen el síndrome de abstinencia tanto como los políticos. Además, el que quieran conservar o destruir lo que ya existe carece de importancia. No son sólo los hechos tangibles los que se tambalean. También ha desaparecido la alfombra voladora de la utopía que estaba bajo los pies de aquellos que se sentían en ella como en su casa. Cualquiera que crea que ha firmado un contrato de arrendamiento del futuro está en una posición todavía peor que quien se imagine que le han pedido que sea el guardián de lo que ya existe. Ambos se han dejado enga?ar por la ilusión de la gobernabilidad de la esfera social. Sin embargo, las pérdidas de la intelectualidad de izquierdas pesan más porque la meta final que se proponía, y que se convirtió en una simple ficción, no se regía por el dictado de la realidad, sino por el signo de la esperanza. Es comprensible el lamento generalizado por la desaparición de la utopía. Sin embargo, el llanto nubia fácilmente la vista del que se lamenta. La frecuente afirmación de que no se puede vivir sin una utopía es, en el mejor de los casos, una cuarta parte de la verdad. Porque si se entiende que la utopía significa más que un sencillo sue?o de felicidad, de paraíso, entonces el pensamiento utópico no es en modo alguno una constante antropológica. Sólo es universal en sus reivindicaciones. De hecho, es un producto específico de una cultura muy concreta. Como su nombre indica, era una idea griega que más tarde experimentó un florecimiento relativamente corto en nuestro continente, desde Bacon y Campanella a Fourier y Marx. En su apogeo, este modo de pensar produjo una serie de esquemas para la sociedad, elaborados hasta los más mínimos detalles. En estos modelos concienzudamente planeados había una regulación de la vida desde la concepción a la muerte, como si se pudiera conseguir que la felicidad del hombre funcionara como un reloj; idea que realmente debería extasiar a los idólatras de la estabilidad. No hace falta insistir en que esta forma de pensar no ha sido inútil. Su exportación a los confines más remotos del mundo es uno de los resultados más devastadores de la cultura europea. Sería un acontecimiento muy significativo si también los europeos rechazaran ahora su obsesión. No es verdad que con tal autocorrección se rindieran a sus deseos. Lo que caería víctima de ello serían, sobre todo, los elementos más funestos para el pensamiento utópico: la megalomanía exagerada, la reivindicación de la totalidad, y la finalidad y originalidad. (Las ?revoluciones? que están sacudiendo ahota a la mitad oriental de Europa no han producido ninguna nueva reivindicación. Las únicas reivindicaciones fueron las de 1848, que hasta ahora no se han satisfecho.) En vez de esperar la salvación desde una sola idea enérgica, la gente más bien confiaría en un proceso infinitamente complicado y autocorrector, el cual no solamente conoce el progreso sino también el retraimiento, no sólo se apodera de lo que puede obtenerse, sino que también se modera. Puede ser que tal forma de caminar no tenga gracia. La naturaleza gasta bromas, el ser humano tropieza; no puede haber autoorganización sin una dosis de caos. Pero el adiós a la utopía también tiene un aspecto paradójico. De una forma bastante singular, su pérdida también ha producido su realización. La simple intuición lógica de que las cosas siempre resultan ser diferentes de lo que habíamos imaginado, ha entrado en una crisis que ninguna filosofía de la historia puede afrontar. Para apreciar completamente la situación es necesario acudir a los narradores de cuentos de hadas. Un héroe, cuyas circunstancias no son envidiables, conoce a un hada que no tiene nada mejor que hacer que prometerle la realización de sus deseos. Por alguna razón mágica esos deseos siempre son tres. Probablemente no haya ningún país en que no se conozca esta historia; el rasgo peculiar es que el hada cumple exactamente su promesa hasta llegar a ser pedante. Ni siquiera se la puede acusar de hacer trampa. Al héroe se le concede lo que ha pedido, pero siempre de tal forma que o bien no lo reconoce o no sabe qué hacer con ello, lo cual normalmente pone al inocentón desesperadamente furioso. Tres promesas centrales de las utopías europeas se han cumplido de una forma igualmente desagradable. LA EXTINCI?N DEL ESTADO Habría que buscar con lupa a los anarquistas que creen resueltamente en un mundo futuro en el que han desaparecido todas las formas de dominación. Pero, al mismo tiempo, las formas de dominación política han llegado a ser extra?amente difusas. Hasta ese punto, estamos tratando con sociedades acéfalas, tomando prestado el término de la antropología. El estado es el primer afectado. Su soberanía, que a la vez fue su orgullo y alegría, ya apenas cuenta, y sus representantes más inteligentes evitan, con razón, utilizar las palabras ?poder soberano?. Atados con mil hilos, como Gulliver, su espacio para maniobrar es cada vez más peque?o. Esto se puede ver con la mayor claridad en los países cuyas tradiciones políticas han quedado destruidas tanto por su propio empe?o como por la ayuda exterior, una catástrofe que, como se ha hecho evidente desde entonces, puede tener ciertas ventajas. Los alemanes occidentales llegaron a una conclusión notable desde su situación problemática al erigir su capital en una de las poblaciones más discretas, y sólo cabe esperar que dejen al estado en el pueblo, que es donde pertenece. En todo caso, ya no hay ningún estado en Europa que espere que sus ciudadanos <(crean? en él, e incluso el más audaz portavoz del gobierno empezaría a tartamudear si tuviera que repetir el aforismo de Hegel de que el estado es ?Dios que se hace visible?. La servidumbre ha desaparecido junto con el halo. Sin embargo, igual que en el cuento de hadas, la negativa oficial le pisa los talones al cumplimiento del deseo: el estado desencantado está muy lejos de extinguirse. Es verdad que el argumento de que algunas personas podrían ?trazar las directrices de la política? se ha convertido en pura ficción; pero, al mismo tiempo, la ?administración de las cosas? se extiende cada vez más. Los grandes utópicos europeos no eran patriotas locales. Los órdenes sociales que inventaron deberían hacer felices no sólo a un país u otro, sino a toda la raza humana. El internacionalismo proletario fue el que formuló este principio de la forma más coherente. Esta promesa también ha encontrado un cumplimiento paradójico. No sólo los trabajadores, sino también los capitalistas y los tecnólogos de todos los países la han puesto en práctica. Hace más de cien a?os se fundó en Berna, sin fanfarrias ni charangas, el Sindicato Postal Mundial, probablemente la primera organización global, y ha funcionado de modo uniforme hasta hoy día, a pesar de los conflictos políticos y de las diferencias ideológicas. Los funcionarios anónimos, a quienes debemos el tráfico aéreo y las redes de comunicación de todo el mundo, hicieron milagros igualmente eficaces. Ni la Primera, ni la Segunda, ni la Tercera Internacional establecieron la idea de una sociedad mundial, sino el mercado mundial anónimo, simbolizado por un pu?ado de marcas simbólicas y dominado por las compa?ías multinacionales, los grandes bancos y las organizaciones financieras paraestatales. Es superfluo aludir de nuevo a la creciente polarización social, incluso en muchos países ricos, o describir la situación desesperada de muchas naciones subdesarrolladas. Pero, mientras que no se puede decir que exista la calidad real en ningún lugar, una versión paródica del ideal se ha llevado a cabo en las sociedades industriales. Eso se puede demostrar fácilmente usando el ejemplo del tráfico viario. UNA POSDATA A LA UTOPIA Hace décadas, los semáforos y los atascos de tráfico asumieron el poder sobre los justos y los injustos, los ricos y los pobres a la vez. Este despotismo está descentralizado y no se guía por intereses generales; no concede excepciones y no tiene en cuenta la posición social ni el origen. El modelo de lujo de 100.000 libras esterlinas no está menos sujeto a este despotismo que el Trabant que está a punto de ir al desguace. La diferencia social se reduce a un imaginario aumento de distinción. La utilidad marginal del dinero y del poder se hunde; ni tampoco ofrece protección contra los riesgos del futuro. Incluso las diferencias que tiene que ofrecer el consumismo se están haciendo cada vez más ilusorias, por lo menos en los países más ricos. El escritor Henryk Broder hace poco pudo afirmar, sin que nadie le contradijese, que la cadena de comida rápida McDonald’s ha pueto en práctica los principios del socialismo en su forma más pura. Ofrece a todo el mundo, sin excepción de personas, sea cual sea su condición, raza, sexo o nacionalidad, el mismo producto, el mismo servicio, la misma calidad y el mismo precio. Por lo tanto, podría atribuirse el famoso eslogan revolucionario: ?Para servir al pueblo! Se pueden superar las decepciones, pero cuando se cumplen los antiguos deseos de forma malévola, como en el cuento de hadas, entonces la frustración se convierte en histeria e ira. Esto es evidente, desde la caída del muro, en el estéril y estridente debate sobre la unidad que llevan a cabo los intelectuales alemanes. Lo destacable en esta discusión es precisamente su falta de sustancia productiva, su carácter regresivo, su tono de reproche y su incapacidad de enfrentarse a una situación nueva. No tienen ninguna sugerencia útil que ofrecer; solamente hay que tomarlo en serio como un síntoma. ??Nunca jamás Alemania!?, proclamó el 21 de enero de 1990 un grupo que se autodenomina la Izquierda Radical. La declaración comienza con una comparación: ?En el Parlamento Federal, una coalición panalemana de todos los partidos cantó el Deutschlandlied —exactamente igual que el 4 de agosto de 1914, al comienzo de la primera guerra mundial, y exactamente igual que el 17 de mayo de 1933, para ratificar la declaración de la política exterior de Hitler?. Los intelectuales, contra cuya ?intoxicación nacionalista? previene la izquierda radical, se comportan como el reflejo exacto de sus hermanos espirituales. Una fijación positiva o negativa en el estado alemán unificado es común a ambos. Los dos se disputan el altar de la patria, como si este enser no se hubiera convertido en un simulacro anacrónico hace mucho tiempo. (Una nueva característica común a estos hermanos enemistados en su desprecio cultural por el vil materialismo que exhibe el alemán; una aversión a su gusto por el marco alemán y por el peor de todos los males, ?las zonas peatonales?.) En total contraste con la histeria de sus elites, la mayoría de los alemanes ha demostrado un grado de intuición y de razón, en una situación extremadamente crítica y potencialmente peligrosa, de la que casi nadie les hubiera creído capaces. Los desfiles patrióticos en los que se ondeaban las banderas, o las reuniones de masas contra el Cuarto Reich, no se iban a ver en el oeste del país, y las ruidosas minorías que se pusieron delante de las cámaras en el Este eran como mucho un signo del atraso de una cultura política con casi setenta a?os de dictadura a sus espaldas. Por regla general, las ?masas? simplemente han desoído las consignas de los portavoces con un escepticismo inquebrantable. Por el contrario, han llegado puntuales a las necesarias operaciones de limpieza. Después de todo, no fue el impotente aparato del estado, en este lado y en el otro, el que se dio cuenta de lo que había que hacer. Fue la sociedad la que, de un día para otro, se hizo cargo de la situación: el alcalde del pueblo que, por propia iniciativa, mandó pavimentar el suelo estropeado de la calle e hizo reparar el puente en ruinas; el carpintero que hizo funcionar de nuevo la sierra circular rota al otro lado de la frontera; el ayudante generoso y el especulador dudoso; el médico voluntario y el inevitable traficante del mercado negro. Como siempre, es una razón práctica la que une las líneas telefónicas, intercambia los periódicos, cambia dinero, emprende viajes y concluye las discusiones, espontáneamente, sin hacer caso a los planes de diez o veinte puntos, y que es precisamente por lo que es eficaz, incluso imparable. A esta sociedad no le importa nada qué distintivo de soberanía hay en una gorra, el águila que decora un sello de correos, cuántas delegaciones van a ir a las Naciones Unidas, ni lo que Hegel pensaría de todo esto, y en lo que se refiere a la dimensión simbólica, la Puerta de Brandeburgo simplemente venía bien para hacer una juerga colectiva e ir a beber al otro lado, a lo que le seguía una persistente resaca. Las elites que han quedado atrás miran esta actividad espontá UN POSDATA A LA UTOP?A 47 nea con una indignación comprensible; porque lo que sale a la superficie no es el previsto radicalismo o la a?orada profundidad, sino la ordinariez. A los alemanes no les preocupa el ámbito espiritual de la nación o la idea de socialismo, no están en absoluto interesados en cuestiones de fe, sino en el trabajo, la vivienda, las pensiones, los salarios, el volumen de los negocios, los impuestos, el consumo, la suciedad, el aire, la basura. Lo que esto significa es que los intereses, las reservas, los miedos y los conflictos completamente normales, es decir, contradictorios, están encontrando una salida. La expectativa de que los alemanes podrían llegar finalmente a la madurez política ocasiona muchos problemas tanto a los políticos como a los intelectuales. Ellos tendrían que conformarse con el hecho banal de que la democracia es un proceso abierto, productivo y arriesgado que se autoorganiza y que se escapa a su control, si no a su influencia. Y en lo que se refiere a caminar sin gracia, lo demostraron de la forma más efectiva aquellos alemanes que, antes del 9 de noviembre de 1989, hicieron caso omiso del poder del estado, empezaron a cruzar la frontera tambaleándose bajo el peso de sus bolsas de plástico y alteraron todas las predicciones. El milenio no ha estallado con estos fugitivos, solamente una normalidad cotidiana que puede sobrevivir sin profetas. ?QU? SIGNIFICA HOY SOCIALISMO? REVOLUCI?N RECUPERADORA Y NECESIDAD DE REVISI?N DE LA IZQUIERDA* En los suplementos de los periódicos se habla de desencantamiento del socialismo, del fracaso de una idea, e incluso del retraso y demora de los intelectuales alemanes, de los intelectuales de la Europa occidental, a la hora de ajustar cuentas con el pasado. A estas cuestiones retóricas sigue siempre la misma moraleja: que las utopías y filosofías de la historia no tienen más remedio que acabar en avasallamiento. Ahora bien, la crítica a la filosofía de la historia es más bien asunto de ayer. Historia universal e historia de la salvación de K. Lówith’ se tradujo al alemán en 1953. ?Cuáles son entonces las cartas de hoy?, ?cómo evaluar el significado histórico de las mudanzas revolucionarias que se vienen produciendo en Europa central y del Este?, ?qué significa la bancarrota del socialismo de estado para las ideas y movimientos políticos que se originaron en el siglo xix, y qué significa para la herencia teórica de la izquierda de la Europa occidental? Los cambios revolucionarios que se han producido en el área de poder e influencia de la Unión Soviética muestran muchas caras. En el país de la Revolución bolchevique tiene lugar un proceso de refornss introducido desde arriba, dirigido por la cúpula del Partido Coupjsta de la Unión Soviética. Sus resultados, y más aún las consecuencias no pretendidas de esa reforma, han cobrado vida propia trausformándose en un desarrollo revolucionario a medida que sufríaneambios no sólo orientaciones político-sociales básicas, sino elementos esenciales del propio sistema de poder (en especial el modo de legitjación, con la aparición de una opinión pública política, con los inicios de un pluralismo político y con la progresiva renuncia al auonopolio del poder por parte del partido comunista). El proceso, que mientras tanto se ha vuelto casi ingobernable, se pone en peligro a sí mismo a causa de los conflictos nacionales y económicos qoe él mismo ha provocado. Todas las partes parecen haberse percntado muy bien de cuánto depende de este proceso que parece discurrir por encima de las cabezas de todos, abandonado a su propia dinámica. Ha sido ese proceso el que ha creado las premisas para los cambios que se han producido en la Europa del Este (incluyendo a los estados bálticos, que aspiran a la independencia) y en la República Democrática Alemana. En Polonia los cambios revolucionarios fueron resultado de la persistente resistencia del movimiento Solidaridad apoyado por la Iglesia católicn, en Hungría consecuencia de una lucha por el poder en el seno de la elite política, en la República Democrática Alemana y en Checoslovaquia han adoptado la forma de un derrumbamiento provocado por masivas manifestaciones de protesta de carácter pacífico, en Rumania la de una revolución sangrienta, y en Bulgaria la del trabajoso discurrir de un fluido viscoso. Pese a la diversidad de formas, lo indudable del proceso revolucionario que ha tenido lugar en estos países puede leerse en los propios acontecimientos: la revolución engendra sus propios hitos y fechas. Y en todos los casos se presenta como una revolución que, en cierto modo, trata de barrer lo hecho hasta aquí con el fin de dejar expedito el camino para recuperar en segunda convocatoria desarrollos que el camino emprendido no permitió iniciar en su día. En cambio, las mudanzas que se producen en el país de origen de la Revolución bolchevique tienen un carácter opaco, para el que aún nos faltan conceptos. n. óQYiti?alajevolución po poseejhasta el momentó el mequlvoc9..?arácter de una revocación qp un-retornp simbó flo a febO de 1917 o incluso al San Petersburgo Wista no pare cetener, ciertamente, demasiado sentido. DESPU?S DE LA CA?DA &En Polonia y Hungría, en Checoslovaquia, Rumania y Bulgaria, en países, pues, que más que conseguir, u optar por, el sistema político y social del socialismo de estado en virtud de revoluciones \ autóctonas lo recibieron a consecuencia de la guerra con la entrada ?rel ejército rojo el desmantelamiento de las democracias populares se efectúí)o el signo de un retorno a los viejos símbolos nacionales y, siempre que ello resulta factible, como una reanuda?ión de las tradiciones políticas y de las estructuras de partidos del periodo de entreguerras. En estos países, en que los cambios revolucionarios se han condensado en acontecimientos revolucionarios, es donde más claramente se articula el deseo de conectar, en lo tocante a estructura política, con la herencia de las revoluciones burguesas y, en lo tocante a estructura social, con las formas de vida y tráfico social del capitalismo desarrollado, y en especial con la Comunidad Europea. En el caso de la República Democrática Alemana esta ?conexión? cobra casi literalmente el significado de ?anexión?; pues para la República Democrática la República Federal representa un modelo en que aparecen combinadas ambas cosas: una sociedad del bienestar democráticamente estructurada y de corte occidental. En este caso, es casi seguro que el 18 de marzo el cuerpo electoral no va a ratificar lo que tenían en mientes aquellos opositores que con el lema ?nosotros somos el pueblo? derrocaron el poder de la Stasi; pero lo que esos electores voten pondrá al pie de ese derrocamiento la interpretación que, a efectos históricos, haya de hacerse de él: la de una revolución que trata de recuperar desarrollos que no se produjeron. Se trata de recuperar lo que durante cuatro decenios ha venido separando a la parte occidental de Alemania de su parte oriental: una evolución políticamente más afortunada y económicamente mucho más eficaz. Esta revolución, al tener por objeto un retorno al estado democrático de derecho y una conexión con el Occidente capitalista desarrollado, se orienta por modelos que, conforme a la lectura ortodoxa que practicó la Revolución de 1917, ya habían sido superados. Puede que esto explique un rasgo peculiar de esta nueva revolución: la falta casi total de ideas innovadoras, de ideas que apunten al futuro. Esta observación la hace también Joachim Fest: ?Su carácter realmente desconcertante, su carácter verdaderamente central lo cobraron los acontecimientos... cuando empezó a quedar claro que carecían de ese elemento de énfasis socialrevolucionario por el que estuvieron dominadas casi todas las revoluciones históricas de la Edad Moderna?.2 Desconcertante resulta este carácter de revolución simplemente recuperadora, porque trae a la memoria una forma de hablar sobre las revoluciones, que parecía haber quedado derogada precisamente por la Revolución francesa: ?revolución? en el sentido reformista de un entorno de formas de dominación política, que se suceden unas a otras y que unas a otras se disuelven y sustituyen conforme a una ley similar a la que rige la revolución de los astros.3 Y así, nada tiene de extra?o que estos cambios revolucionarios hayan recibido interpretaciones muy distintas, que se excluyen unas a otras. Voy a abordar tres patrones de interpretación que se perfilan en la discusión actual. Respecto a la idea de socialismo, los tres primeros se han pronunciado afirmativamente y los otros tres de manera crítica. Ambos grupos pueden ordenarse simétricamente conforme a la siguiente secuencia: una interpretación estalinista, una interpretación leninista y una interpretación en términos de un comunismo reformista, por un lado, y una interpretación posmodernista, otra anticomunista y otra liberal, por el otro. INTERPRETACIONES CORRECTIVAS Los defensores estalinistas del statu quo ante se han quedado mientras tanto sin portavoces. Niegan el carácter revolucionario de los cambios, y los entienden como contrarrevolucionarios. Los aspectos a que antes me he referido de barrido de lo anterior y de dejar expedito el camino para desarrollos que en su día no pudieron iniciarse, los interpretan recurriendo a un esquema marxista que les hace violencia y que, a todas luces, ya no da para más. Pues en los países de la Europa del Este y en la República Democrática Alemana era evidente que, como reza una conocida formulación, los de abajo ya no querían y los de arriba ya no podían. Fue la cólera de las masas (y en modo alguno un pu?ado de provocadores infiltrados) la que se volvió contra los aparatos de seguridad del estado como anta?o contra la Bastjlla. Y la destrucción del monopolio de poder del partido único recuerda la ejecución de Luis XVI en la guillotina. Los hechos hablan con demasiada claridad, como para que incluso los leninistas más encarnizados puedan cerrar ante ellos los ojos. Así, el historiador Jürgen Kuszynski emplea al menos la expresión ?revolución conservadora? con el fin de poder conceder a los cambios el valor de una reforma autocatártica en el seno de un proceso revolucionario a largo plazo.4 Mas esa interpretación se sigue apoyando en una historia ortodoxa de luchas de clases, cuyo telos parece permanecer fijo. Tal filosofía de la historia, aun por razones metodológicas, tiene un status más que dudoso; pero, aun prescindiendo de ello, no se la puede traer a colación para explicar ese tipo de movimientos y conflictos sociales que se producen bajo las condiciones estructurales de los sistemas de sociedad y de dominación política del socialismo de estado o que (como las reacciones nacionalistas o fundamentalistas) vienen provocados por ellos. Allende eso, los desarrollos políticos que se han producido en los países del este de Europa y en la República Democrática Alemana han desbordado mientras tanto cualquier posibilidad de diagnóstico en términos de una simple autocorrección del socialismo de estado. Esta circunstancia constituye también la objeción decisiva contra la tercera posición, que en la plaza de San Vesceslao de Praga quedó impresionantemente encarnada por un Dubcek retornado del exilio interior. También una gran parte de los opositores que pusieron en marcha el movimiento revolucionario en la República Democrática Alemana e inicialmente lo dirigieron, se dejaron guiar por la meta de un socialismo democrátic de la llamada tercera vía entre un capitalismo domesticado en téfiinos de estado social y un socialismo de estado. Mientras que los leninistas creen que ha de procederse a corregir el desarrollo en falso que representa el estalinismo, los defensores de un comunismo reformista se remontan mucho más atrás. ) autocornprens? nmista de la Revolución bolchevique faljfi?ó desde el principio el socjalisrnoJo ment una estatalizacion en lugar de una socializaciqu democrática de los mei epi:odu&ión, poniendo con ello los hitos para una autonoiza?in burocrática de un aparato totalitario de dominlo, La teoría de la terceFiía se presenta en variantes distintas según la ?QU? SIGNIFICA HOY SOCIALISMO? interpretación que se haga de la Revolución de Octubre. Según la lectura optimista (que, ciertamente, fue compartida por los exponentes de la Primavera de Praga), por vía de una democratización radical sería posible convertir el socialismo de estado en un orden ? social nuevo, y también superior a las democracias de masas de Occidente, estructuradas en términos de estado social. Según otra variante, una tercera vía entre los dos tipos de sociedad ?realmente existentes? significa en el mejor de los casos una reforma democrático-radical del socialismo de estado, mediante la que, por vía de una diferenciación de un sistema económico asentado sobre una regulación descentralizada, puede al menos obtenerse un equivalente del compromiso que en las sociedades capitalistas desarrolladas ha representado el estado social tras la segunda guerra mundial. Este proceso de aprendizaje equivalente habría de conducir a una sociedad no totalitaria, es decir, a una sociedad estructurada conforme a las formas propias del estado democrático de derecho, que en lo tocante tanto a ventaia?gidad socialy c?irnentocualitativJ (menor desarrollo d? las fijeras roductivat especificas del sistema, guardase con las socieda des de tipo occidental una relación, no de imitación, sino de complementariedad. También esta interpretación más débil cuenta con que una ?economía socialista de mercado?, como hasta hace poco se decía, es capaz de funcionar. Contra esta posibilidad, los unos aducen argumentos a priori, mientras que los otros piensan que tal senda evolutiva habría que dejarla a un proceso de ensayo y error. Incluso una liberal tan receptiva como la condesa Marion Dónhoff, editora de Die Zeit, cree ?que el deseo existente de combinar socialismo y economía de mercado, puede por entero satisfacerse con un poco de fantasía y pragmatismo, ambas cosas se corrigen la una a la otra?.5 Esta es la perspectiva que hace suya un comunismo de reforma de tenor falibilista que a diferencia de la interpretación leninista ha renunciado a todas las certezas a que dio pábulo la filosofía de la historia. Hoy podemos dejar de lado la cuestión de la susceptibilidad de reforma y del potencial de evolución democrática de un socialismo de estado revolucionado desde dentro. Sospecho que, incluso en la Unión Soviética, en vista de una herencia estalinista que resulta de- soladora desde cualquier punto de vista (y del peligro de desintegración del estado multinacional), es una cuestión que ya no cabe plantear de forma realista. Asimismo, la cuestión de si en la República Democrática Alemana la revolución hubiera podido emprender una tercera vía habrá de permanecer sin respuesta, aun cuando tal interpretación descansase en premisas correctas. Pues la única posibilidad de someterla a prueba hubiese consistido en el ejercicio efectivo de un intento enderezado a ese fin, legitimado por la voluntad popular y emprendido ?con un poco de fantasía y pragmatismo?. Pero, mientras tanto, la masa de la población se ha decidido inequívocamente en contra. Tras cuarenta a?os de desastre pueden entenderse las razones. La decisión merece respeto, sobre todo por parte de aquellos que no se verían afectados personalmente por las consecuencias de un resultado negativo. Pasemos, pues, a los tres patrones de interpretación que adoptan una actitud crítica para con el socialismo. INTERPRETACIONES CR?TICAS También por este lado, la posición más extrema no parece articulada en términos demasiado convincentes. Desde el punto de vista de una crítica posmodernista de la razón, estas convulsiones, en su mayor parte no sangrientas, se presentan como una revolución que pone fin a la época de las revoluciones, un contrapunto a la Revolución francesa que sin miedo supera en sus mismas raíces el terror nacido de la Razón. Los agitados sue?os de la razón, de los que desde hace doscientos a?os vienen generándose monstruos, están agotados. La razón no despierta: ella misma es la pesadilla que queda disuelta con la vuelta al estado de vigilia. Pero tampoco en este caso los hechos se acomodan del todo a ese esquema de historia, esta vez inspirado en términos idealistas por Nietzsche y Heidegger, conforme al cual la Edad Moderna queda por entero bajo la sombra de una subjetividad empecinada en su voluntad de poder. Pues la revolución que ha tenido lugar ante nuestros ojos no ha hecho ascos a la hora de tomar sus medios y sus criterios del bien conocido repertorio de las revoluciones modernas. Sorprendentemente, fue la presencia de las masas movilizadas en las calles y reunidas en las plazas la que despojó de su poder a regímenes armados hasta los dientes. Se trataba de ese tipo de acción espontánea de ?QU? SIGNIFICA HOY SOCIALISMO? masas, al que ya se creía muerto y que había servido de modelo a tantos teóricos de la revolución. Claro es que por primera vez esa acción se desarrollaba en el espacio no clásico de un universal teatro de espectadores participantes y aplaudidores, creado por los omnipresentes medios electrónicos de comunicación. Y, a su vez, fue de las legitimaciones iusnaturalistas que representan la soberanía popular y los derechos humanos, de donde las exigencias revolucionarias tomaron su fuerza. Así, la súbita aceleración de la historia, a que hemos asistido, venía a desmentir la imagen de una posthistoria detenida y en reposo; destruía también el panorama que nos pintan los posmodernos de una burocracia desgajada de toda necesidad de legitimación, universalmente extendida y rígida como un cristal. el derrumbamiento revolucionario del — anuncia más bien un salto hacia d1ante dela modernidad, el espíRT ae Occidente alcanza al Este, oj J ?jy za?j tecm c, sino tambien con su tradicn democrática., 1 un punto de vista anticomunista, las mu anzas revolucionarias del Este significan la terminación victoriosa de la guerra civil mundial declarada por los bolcheviques en 1917: de nuevo, pues, una revolución vuelta contra su propio origen. La expresión ?guerra civil mundial? traduce la ?lucha internacional de clases? del lenguaje de la teoría de la sociedad al lenguaje de una teoría hobbesiana del poder. Carl Schmitt dotó a esta figura de pensamiento de un trasfondo de filosofía de la historia: conforme a él, el tipo de filosofía de la historia que llegó al poder con la Revolución francesa constituiría, con esa su carga explosiva de tipo utópico que representa la moral universalista, la fuerza impulsora de una guerra civil tramada por elites intelectuales y que acabó siendo proyectada por ellas de dentro a afuera, a la escena internacional. En la época en que estalló el conflicto Este-Oeste este planteamiento fue desarrollado y convertido en una teoría de la guerra civil mundial.6 Proyectado con la intención de desenmascarar al leninismo, permanece ligado a éste como si de su imagen en un espejo se tratara. Pero incluso entre las manos de un avezado historiador como Ernst Nolte, que ahora proclama la tesis del fin de la guerra civil,7 el material histórico se cierra contra tales intentos de interpretación ideológica. Pues la estilización de partidos de esta guerra civil hace menester ajustar a una misma horma anticomunista cosas tan heterogéneas como las políticas encarnadas por Mussolini y Hitler, Churchill y Roosevelt, Kennedy y Reagan. La figura de pensamiento de la guerra civil mundial no hace otra cosa que solidificar una interpretación de la situación, tomada de la fase caliente de la guerra fría, y convertirla en una descripción estructural a la que después se impregna de intenciones polémicas y se encasqueta sin más a toda una época. Queda la interpretación liberal, que por de pronto se limita a registrar que con la disolución del socialismo de estado empiezan a disolverse las últimas formas de dominio totalitario en Europa. Una época, que enipezó con el fascismo, llega a su fin. ?on el estado democrático de derecho, la economía de mercado y el pluralismo social, acaba imponiéndose lo que no es sino la idea que la tradición liberal se hizo siempre del orden social y político. Con ello parece por fin cumplirse el prematuro pronóstico del final de las ideologías. 8 No es menester ser partidario de la teoría del totalitarismo ni tampoco dejar de proveer de los más enérgicos acentos a las diferencias históricas y estructurales entre dominación autoritaria, fascista, nacionalsocialista, estalinista y postestalinista, para, así y todo, utilizando el espejo de las democracias occidentales de masas, reconocer también los rasgos comunes de las formas de poder totalitario. Y si el síndrome totalitario, tras haberse disuelto en Portugal y Espa?a, se disuelve ahora también en los países europeos del socialismo burocrático, y si simultáneamente se pone en marcha la diferenciación de una economía de mercado respecto del sistema político, resulta obvia la tesis de una nueva hornada de modernización que ahora afecta a pasos acelerados a Europa central y a Europa del Este. La interpretación liberal no es falsa; pero no llega a ver la viga en su propio ojo. MARX EN LA L?GICA DE LA ?CIVILIZACI?N? Pues existen triunfantes variantes de esta interpretación que po? drían estar tomadas de la primera sección del Manifiesto Comunis ta en la que Marx y Engels cantan un himno al papel revolucionario de la burguesía: ?QU? SIGNIFICA HOY SOCIALISMO? La burguesía, mediante la veloz mejora de todos los instrumentos de producción y las facilidades infinitas que introduce en todas las redes de comunicación, empuja incluso a las naciones más bárbaras a la civilización. Las bien afiladas flechas de los precios de sus mercancías son la artillería pesada con que tira por tierra todas las murallas chinas, con que obliga a capitular incluso al más pertinaz horror que los bárbaros puedan sentir por lo extra?o. Obliga a todas las naciones a asimilar la forma de producción de la burguesía si no quieren irse a pique; obliga a todos a introducir por sí mismos la llamada civilización, es decir, a convertirse en burgueses. En una palabra, se crea un mundo a su imagen ... Y lo mismo que en la producción material, acontece en la espiritual. Los productos culturales de cada nación se convierten en bien común. La unilateralidad y limitación nacionales se tornan cada vez más imposibles, y de las múltiples literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal. Apenas si cabría caracterizar mejor el estado de ánimo que reflejan las respuestas de los capitalistas deseosos de inversión a la última encuesta de la Cámara Alemana de Industria y Comercio y los correspondientes comentarios económicos. Sólo la adjetivación restrictiva, la ?llamada? civilización, delata una reserva. Pero en Marx no se trata de la típica reserva alemana en favor de una ?cultura? supuestamente superior a la ?civilización?, sino de una duda de más profundidad y alcance, a saber, la de si una civilización puede quedar sujeta en conjunto a la vorágine de las fuerzas impulsoras de uno de sus subsistemas, esto es, al remolino de la dinámica de un sistema económico, como hoy suele decirse, recursivamente cerrado sobre sí mis o, cuya capacidad de funcionamiento y auto- estabilización depen e de que todas las informaciones relevantes pueda asumirlas y elaborarlas sólo en el lenguaje del valor económico. Marx pensaba que toda civilización que se someta a los imperativos de la autorrealización del capital, lleva en sí misma el germen de la destrucción, porque con ello ha de hacerse ciega frente a, y contra, todas las relevancias que no puedan expresarse en precios. Ciertamente, el portador de esa expansión que tan enfáticamente Marx ponía entonces sobre el candelero, ya no es la burguesía de 1848, ya no es una clase que resulte dominante en un marco nacional, sino un sistema económico que se ha vuelto anónimo, que opera a nivel mundial, desligado de estructuras de clase intuitivamente identificables. Y nuestras sociedades, que en este sistema se han encaramado en la ?cima de la economía?, ya no se asemejan a la Inglaterra manchesteriana, cuya miseria describiera Engels de forma tan drástica. Pues estas sociedades encontraron mientras tanto, con el compromiso que el estado social representa, una respuesta a las duras palabras del Manifiesto Comunist,3Y a las tenaces luchas y reivindicaciones del movimiento obrero europeo. Sólo que la paradójica circunstancia de que siga siendo Marx el que proporcione las mejores citas para ilustrar una situación en que un capital a la búsqueda de posibilidades de inversión empieza a exigir que se reanimen los anémicos y vacíos mercados de las economías del socialismo de estado, debe darnos tanto que pensar como el hecho de que la duda de Marx quedara o haya quedado incorporada, por así decir, a las estructuras de las sociedades capitalistas más desarrolladas. ?Significa este hecho que el ?marxismo como crítica? ‘° está tan acabado como el ?socialismo realmente existente?? Desde un punto de vista anticomunista la tradición socialista, tanto en la teoría como en la práctica, no ha hecho desde el principio sino incubar calamidad y desastre. Desde el punto de vista de los liberales, todo lo útil del socialismo ha sido realizado en la época de las socialdemocracias. Con la liquidación del socialismo de estado del Este europeo, ?quedan también agotadas las fuentes de las que la izquierda de la Europa occidental recibió sus impulsos teóricos y orientaciones normativas? El desencantado Biermann, cuyo talento para la utopía parece tornarse hoy en melancolía, da una respuesta dialéctica: ?Venga la azada! ?Enterremos de una vez el minúsculo cadáver en que ha quedado el gigante! ? Incluso Cristo tuvo que pasar tres días bajo tierra para lograr algo tan complicado como eso de la Resurrección!?)1 Intentémoslo con algo menos de dialéctica. 10. Este es el título de un articulo en que por primera vez me ocupé sistemáticamente del marxismo (1960), en J. Habermas, Theorie und Praxis, edición ampliada, Frankfurt, 1971, pp. 228 Ss. 11. Die Zeit de 2 de marzo de 1990. La izquierda no comunista de este país no tiene razón ninguna para rasgarse las vestiduras, pero tampoco puede hacer como si nada hubiera pasado. No necesita dejarse engatusar por esos chismes que le atribuyen una culpa por contagio, como si hubiese de sentirse responsable de la bancarrota de un socialismo de estado al que siempre criticó. Pero sí que tiene que preguntarse durante cuánto tiempo una idea resiste la prueba de la realidad. Pues en la fórmula ?socialismo realmente existente?, incluso para aquellos que se vieron en la necesidad de inventar tan melindroso pleonasmo, resonaba también el consuelo en que busca arrimo el adicto a la Realpolitik: mejor pájaro en mano. ?Basta entonces con seguir creyendo que el pájaro volando pertenece a otra especie y que día llegará en que también se deje atrapar? También los ideales, replica la otra parte, necesitan una referencia empírica, pues de Otro modo pierden su capacidad de orientar la acción. Lo falso en este diálogo, que el idealísta no puede menos de perder, es la premisa; como si el socialismo fuese una idea abstractamente opuesta a la realidad, una idea a la que bastase dejar convicta de la impotencia del deber-ser (si no ya de las temibles consecuencias que para los hombres se han seguido y vienen siguiéndose de todo intento pensable de realizarla). No cabe duda de que el concepto de socialismo llevaba aneja la intuición normativa de una convivencia sin violencia, que haría posible la autorrealización y la autonomía individuales, no a costa de la solidaridad y la justicia, sino en conjunción con ellas. Pero, aun así, en la propia tradición socialista se insistió una y otra vez en que esta intuición no podía desarrollarse en la forma directa de una teoría normativa y erigirse después como ideal frente a una realidad opaca; antes bien, había de constituir una perspectiva desde la que la realidad pudiese considerarse críticamente y analizarse. En el curso del análisis, la intuición normativa había de poder tanto desarrollarse como corregirse, y, por esta vía, había de poder también acreditarse, siquiera de forma indirecta, por su capacidad de abrir e iluminar la realidad y por el contenido empírico de la descripción teórica que pudiese hacerse desde su perspectiva. ERRORES ‘í DEFECTOS Recurriendo a este criterio, en la discusión habida en el marxismo occidental’2 desde los a?os veinte se ejerció una inmisericorde autocrítica, que poco dejó de la forma originaria de la teoría. Mientras la práctica emitía sus juicios, también en la teoría la realidad (y lo monstruoso del siglo xx) se hacía valer a sí misma con argumentos. Hagamos memoria sólo de algunos aspectos bajo los que quedó claro hasta qué punto Marx y sus seguidores inmediatos, pese a su crítica al socialismo utópico, quedaron ligados al Contexto de nacimiento y al exiguo formato del primer industrialismo. a) El análisis quedó ligado a fenómenos que se nos abren dentro del horizonte de lo que podemos llamar ?sociedad del trabajo?. Con la elección de este paradigma queda en primer plano un concepto de praxis en el que el trabajo industrial y el desarrollo de las fuerzas productivas técnicas obtienen a priori un inequívoco papel emancipatorio. Las formas de organización que con la concentración de las fuerzas de trabajo se desarrollan en las fábricas, constituirían a la vez la infraestructura para la cohesión solidaria, el desarrollo de la conciencia revolucionaria y la actividad revolucionaria de los produétores. Pero con este planteamiento productivista, la mirada queda en cierto modo apartada, así de las ambivalencias anejas a la progresiva dominación de la naturaleza, Como de las fuerzas de integración social que desarrollan su eficacia aquende y allende la esfera del trabajo social. b) El análisis permaneció, además, atenido a una comprensión holista de la sociedad: lo que en el origen es una (<totalidad ética? (en el sentido de Hegel) queda desgarrado y mutilado por la división de clases, y en la modernidad por el poder cosificador del proceso económico capitalista. La utopía de la sociedad del trabajo, deletreada en categorías de Hegel, inspira la comprensión de fondo de una crítica de la economía política, ejercida con el espíritu y medios de la ciencia. De ahí que el proceso de realización del capital pueda presentarse en conjunto como una magia que, una vez quede rota, podrá disolverse liberando su sustrato objetivo, que resultará acce 12 Para una visión de conjunto, véase M. Jay, Marxistn and Totality, Berkeley, 1984. sible entonces a una administración racional. De este modo, la teoría se hace ciega para la específica lógica sistémica de una economía de mercado diferenciada, cuyas funciones de regulación y autorregulación no pueden ser sustituidas por planificación administrativa sin poner en peligro el nivel de diferenciación alcanzado en las sociedades modernas. c) El análisis permaneció también atenido a una comprensión concretista de los conflictos y agentes sociales, al contar con clases sociales o sujetos históricos en gran formato como portadores del proceso de producción y reproducción de la sociedad. Pero a tal planteamiento se sustraen las sociedades complejas, en las que no cabe se?alar conexiones lineales entre las estructuras sociales, subculturales y regionales de superficie, por un lado, y las estructuras profundas, abstractas, de una economía sistémicamente diferenciada (entrelazada en términos de complementariedad con una administración estatal capaz de intervenir en ella por vía indirecta), por otro. En el mismo error tiene su fuente una teoría del estado que, por muchas que sean las hipótesis auxiliares que se introduzcan, difícilmente se la puede salvar. De más consecuencias prácticas que los mencionados déficit fue la limitada comprensión funcionalista del estado democrático de derecho, que Marx veía realizado en la Tercera República y que despectivamente rechazó como ?democracia vulgar?. Marx, al entender la República democrática como última forma de estado de la sociedad burguesa, sobre cuyo suelo ?ha de librarse la última bataha de la lucha de clases?, mantuvo frente a sus instituciones una actitud puramente instrumental. De la Crítica del Programa de Gotha se sigue, sin duda, que Marx entiende la sociedad comunista como la única realización posible de la democracia. Como ya en la Crítica de la filosofía del estado de Hegel, también aquí se dice que la libertad sólo puede consistir en ?convertir al estado de un órgano por encima de la sociedad en un órgano que le esté por entero subordinado?. Pero nada tiene que decir sobre la institucionalización de la hibertaj su fantasía institucional no va más allá de la dictadura del proletariado prevista para el ?periodo de transición?. La ilusión saint-simonista de una ?administración de las cosas? hace que la presumible necesidad de establecer mecanismos para resolver democráticamente los conflictos se reduzca hasta el punto de que todo lo a ella concerniente pudiera dejarse a la espontánea capacidad de autoorganización de un ?pueblo? concebido en términos rousseaunianos. e) Finalmente, el análisis se mantuvo en las vías de esa estrategia teórica hegeliana, cuyo objetivo había consistido en conciliar la pretensión de conocimiento, de tipo no falibilista, que había caracterizado a la tradición filosófica, con el nuevo pensamiento histórico. Pero la historificación del conocimiento de esencias no hace más que desplazar la teleología, del Ser a la historia. El secreto normativismo de los supuestos de la filosofía de la historia permanece en pie incluso en la forma naturalista de concepciones evolucionistas del progreso. Ese normativismo ha tenido desastrosas consecuencias, no sólo en lo tocante a la falta de claridad acerca de los fundamentos normativos de la teoría. Pues por un lado, tal teoría (aun con independencia de sus contenidos específicos) no puede menos de cerrarse frente al espacio de contingencias, dentro del que inevitablemente ha de moverse la praxis que la teoría pretende dirigir. Y al servir de esponja a la conciencia de riesgo de aquellos que han de responsabiizarse de las consecuencias de la acción, la teoría estimula además una cuestionable conciencia de vanguardia. Por otro, un conocimiento fijado de esta guisa a la totalidad se atribuye la capacidad de hacer enunciados de tipo clínico acerca del carácter alienado o no fallido de formas de vida en conjunto. Ello explica la propensión a entender el socialismo como una forma históricamente privilegiada de eticidad concreta, aun cuando lo que, en el mejor de los casos, una teoría a lo sumo puede dar son condiciones necesarias para formas de vida emancipadas, acerca de cuya configuración concreta serían los implicados mismos los que tendrían que empezar a entenderse. f) Cuando se tienen presentes estos déficit y errores, que en la tradición teórica que va de Marx y Engels hasta Kautsky aparecen con más o menos relieve, se entiende mejor cómo el marxismo, en la forma codificada por Stalin, pudo degenerar en ideología legitimadora de una praxis absolutamente inhumana, de un ?experimento a gran escala en que se trató a los hombres como si de conejillos de Indias de tratase? (Biermann). Ciertamente que el paso al marxismo soviético, que Lenin efectuó en la teoría e introdujo en la práctica, no puede justificarse desde la teoría de Marx; pero las 13. H. Marcuse, Soviet Marxism, Harmondsworth, 1971 (hay trad. cast.: El marxismo soviético, Alianza, Madrid, l975). ?QU? SIGNIFICA HOY SOCIALISMO? debilidades que he se?alado de a) a e), han de contar en todo caso entre las condiciones (cierto que ni necesarias ni suficientes) del abuso que se hizo de ella, e incluso de la total inversión de que fueron objeto sus intenciones originales. EL PRECIO DEL SOCIALISMO DEMOCR?TICO Frente a esto, el reformismo socialdemócrata, que también recibió importantes impulsos de austromarxistas como Karl Renner y Otto Bauer, se desligó relativamente pronto de esa visión holista de la sociedad y de toda perplejidad en lo tocante a la específica lógica sistémica del mercado, de toda concepción dogmática de la estructura de clases y de la lucha de clases, de toda falsa actitud en lo concerniente al contenido normativo del estado democrático de derecho, y de los supuestos evolucionistas de fondo. Bien es verdad que la autocomprensión política diaria ha venido marcada casi hasta el presente por el paradigma productivista de la ?sociedad del trabajo?. Tras la segunda guerra mundial, partidos reformistas de talante pragmático, un tanto de espaldas a los grandes proyectos teóricos, han venido cosechando indudables éxitos en lo tocante a la implantación de ese compromiso que el estado social representa, que ha penetrado incluso en las propias estructuras sociales. La profundidad de esa intervención y penetración ha sido siempre subestimada por la izquierda radical. Sin embargo, la socialdemocracia se ha visto sorprendida por la específica lógica sistémica del poder estatal, del que creyó poder servirse como de un instrumento neutral, para imponer, en términos de estado social, la universalización de los derechos ciudadanos. No es el estado social el que se ha revelado como una ilusión, sino la expectativa de poder poner en marcha con medios administrativos formas emancipadas de vida. Por lo demás, los propios partidos, a través del negocio de producir una pacificación social mediante intervenciones estatales, se han visto cada vez más absorbidos por la expansión del aparato estatal. Pero con esta lenta absorción de los partidos por el aparato estatal, la formación de la voluntad democrática se desplaza a un sistema político, que en buena parte es capaz de programarse a sí mismo, cosa que los ciudadanos de la República Democrática Alemana, recién emancipados de la Stasi y del poder del partido único, acaban de registrar boquiabiertos en la reciente campa?a electoral, tomada a su cargo por los managers electorales del Oeste. La democracia de masas de corte occidental viene marcada por los rasgos de un proceso de legitimación controlado y dirigido. Así, la socialdemocracia paga por sus éxitos un doble precio. Renuncia a la democracia radical y aprende a vivir con las consecuencias normativamente no deseadas del crecimiento capitalista, también con aquellos riesgos que la propia estructura del sistema hace pesar sobre el mercado de trabajo, los cuales pueden ?aliviar- se? en términos de política social, pero en ningún caso eliminarse. Este precio ha mantenido viva en Europa occidental a una izquierda no comunista, a la izquierda de la socialdemocracia. Se presenta en múltiples variantes y mantiene despierto el recuerdo de que con ?socialismo? se quiso decir anta?o bastante más que una política social del estado. Pero como demuestra el programa del socialismo de autogestión al que se sigue aspirando, a esta izquierda le resulta difícil liberarse de la concepción holista de la sociedad y desprenderse de la idea de un proceso de producción asentado sobre la democracia en vez de sobre el mercado. Por este lado, ha sido la conexión clásica de teoría y praxis la que más intacta ha permanecido. Tanto más pudo la teoría tomar un rumbo ortodoxo y la praxis un rumbo sectario. Al igual que a la praxis política, también la diferenciación institucional hace ya mucho tiempo que dio alcance y cobro a la tradición teorética. Al lado de otras tradiciones de investigación, también la marxista, de forma más o menos marginal, se ha convertido en ingrediente del negocio académico. Esta academización ha conducido a pertinentes revisiones y a entrecruces con otros planteamientos teoréticos. La fecunda constelación de Marx y Max Weber determinó ya durante la época de Weimar la discusión sociológica. Desde entonces, la autocrítica del marxismo occidental se ha efectuado en buena parte dentro de las universidades, dando lugar a un pluralismo filtrado por la argumentación científica. Programas de investigación interesantes y contrapuestos, cuales son los de P. Bourdieu, C. Castoriadis o A. Touraine, el de J. Elster o el de A. Giddens, el de C. Offe o el de U. Preuss, delatan algo de la virulencia del potencial de excitación que la tradición procedente de Marx sigue desplegando todavía hoy. Esa tradición lleva inserta una mirada estereoscópica, que ni se queda sólo en la superficie de los procesos de ?QU? SIGNIFICA HOY SOCIALISMO? modernización, ni tampoco se dirige sólo al otro lado del espejo de la razón instrumental, sino que permanece sensible a las ambivalencias de los procesos de modernización que surcan y labran la sociedad. Los surcos desgarran la costra natural o cuasinatural, a la vez que mantienen poroso el suelo. Muchos han aprendido de Marx, y por cierto cada uno a su manera, cómo puede traducirse la dialéctica de la Ilustración de Hegel a un programa de investigación. Por este lado las reservas críticas a que me he referido de a) a e), constituyen la plataforma desde la que hoy pueden seguirse asumiendo impulsos de la tradición marxista. Si a grandes rasgos esta era la situación en la que la izquierda no comunista podía percibirse a sí misma cuando Gorbachev introdujo el principio del fin del socialismo realmente existente, ?cómo han cambiado los dramáticos sucesos del oto?o pasado esta escena?, ?debe retraerse la izquierda a una posición moral y no cultivar ya el socialismo sino como idea? Es este ?socialismo como ideal? el que, en tanto que ?concepto límite de tipo corrector e indicador de la dirección?, Ernst Nolte concede todavía a la izquierda, incluso como ?irrenunciable?, aunque no sin a?adir a continuación: ?Quien se proponga realizar este concepto límite, no hace sino suscitar el riesgo de una recaída o hundimiento en el “socialismo real” de peor memoria, y ello aunque salga a la palestra con muy nobles discursos contra el estalinismo?.’4 Quien. prestase oídos a este amigable consejo habría depotenciado al socialismo convirtiéndolo en una idea regulativa entendida en términos privatistas, que se?alaría a la moral un lugar situado allende la praxis política. Más consecuente que esta manipulación del concepto de socialismo sería su abandono. ?Hay que decir entonces con Biermann que ?el socialismo ya no es meta alguna?? Así sería si se lo entiende en términos romántico-especulativos como en los ?Manuscritos de París?, conforme a los cuales la abolición de la propiedad privada de los medios de producción significa la ?disolución del enigma de la historia?, conviene a saber, el establecimiento de una forma de vida solidaria, en la que el hombre ya no se verá alienado del producto de su trabajo, del prójimo y de sí mismo. La abolición de la propiedad privada significa para el socialismo romántico la completa emancipación de todos los sentidos y propiedades humanas, la verdadera resurrección de la naturaleza y el consumado naturalismo del hombre, la disolución de la discordia entre objetualización y actividad espontánea, entre libertad y necesidad, entre individuo y especie. Pero no fue menester la reciente crítica a la falsa idea de totalidad de la filosofía de la reconciliación, no fue menester Soljenitsin para que aprendiéramos algo mejor. Hacía ya mucho tiempo que habían quedado al descubierto las raíces que el socialismo romántico tenía en el contexto de nacimiento del primer industrialismo. La idea de una asociación libre de productores estaba ya desde el principio cargada de las nostálgicas imágenes de aquel tipo de relaciones familiares, vecinales y corporativas que habían caracterizado a un mundo de campesinos y artesanos que a la sazón empezaba a ser hecho a?icos por la irrupción del poder de la sociedad de la competencia y que, justo por estar en trance de disolución, era percibido también como pérdida. El ?socialismo? llevó asociada desde sus propios comienzos la idea de una Aufhebung, de una elevación a nivel superior de aquellas trituradas comunidades solidarias; bajo las condiciones de trabajo y en las nuevas formas de tráfico del primer industrialismo habría de poder transfórmarse y salvarse la fuerza de integración social de que se mostraba en posesión ese mundo que se iba a pique. La cara de Jano del socialismo, sobre cuyo contenido normativo Marx guardaría más tarde silencio, mira tanto hacia atrás, hacia un pasado idealizado, como hacia adelante, hacia un futuro dominado por el trabajo industrial. LA PRESUNCI?N DE RACIONALIDAD En esta lectura concretista el socialismo no es ya, ciertamente, meta alguna, y nunca fue una meta realista. En vista de la complejidad de nuestras sociedades, hemos de someter a una radical abstracción las connotaciones normativas que estas acu?aciones conceptuales del siglo xix llevan consigo. Justo cuando uno se atiene a la crítica de relaciones de dominio cuasinaturales, no legitimadas, y del poder y violencia sociales que se ocultan a sí mismos como ta QUE SIGNIFICA HOY SOCIALISMO’ 67 les, pasan a primer plano aquellas condiciones de la comunicación bajo las que puede establecerse una justificada confianza en las instituciones de la autoorganización racional de una sociedad de ciudadanos iguales y libres. Ciertamente, de la solidaridad sólo puede hacerse experiencia en concreto en el contexto de formas de vida heredadas o que uno se ha apropiado críticamente y que, en este sentido, uno mismo ha elegido, pero que en todo caso siempre serán particulares. Empero en el marco de la integración política de una sociedad compuesta de inmensos espacios, y sobre todo en el horizonte de una red de comunicación de carácter mundial, la convivencia solidaria, por su propia idea, es algo que sólo puede tenerse en forma abstracta, conviene a saber, en forma de una justificada expectativa intersubjetivamente compartida. Todos habrían de poder esperar de los procedimientos institucionalizados de una formación inclusiva de la opinión pública y de la voluntad democrática que esos procesos de comunicación pública tengan a su favor la fundada presunción de racionalidad y eficacia. La presunción de racionalidad se apoya en el sentido normativo de procedimientos democráticos que habrían de tener por fin asegurar que todas las cuestiones socialmente relevantes puedan convertirse en tema, se las pueda tratar con argumentos e imaginación y se les puedan dar soluciones que, respetando por igual la integridad de cada individuo y de cada forma de vida, resulten en beneficio de todos por igual. La presunción de eficacia concierne a la cuestión materialista básica de en qué sentido (cabe aún hablar de que) una sociedad sistémicamente diferenciada, y, por tanto, sin cabeza ni centro, puede aún organizarse a sí misma después que el ?auto? de esta autoorganización ya no puede concebIrselo encarnado en macrosujetos, es decir, en las clases sociales de la teoría de las clases o en el pueblo de la soberanía popular. El ?punto? de una versión abstracta de las relaciones solidarias consiste en desligar de la eticidad concreta de relaciones de interacción cuasinaturales e históricamente sedimentadas, a esas relaciones simétricas de reconocimiento mutuo que la acción comunicativa presupone y que son las que empiezan posibilitando la autonomía y la individuación de los sujetos socializados, en generalizarlas en las formas reflexivas que son el entendimiento intersubjetivo y el compromiso, y en institucionalizarlas jurídicamente. El ?auto?, el ?sí misma?, de esta sociedad que se autoorganiza, que se organiza a sí misma, desaparece entonces en esas formas de comunicación exentas de sujeto, que tienen por fin regular de tal suerte el flujo de una formación de cu?o argumentativo de la opinión y la voluntad democráticas, que sus resultados falibles puedan tener a su favor la presunción de razón. Tal soberanía popular, disuelta en términos intersubjetivos y que, por así decir, se torna anónima, tiene su centro no en contenidos, sino en los procedimientos democráticos mismos y en los exigentes presupuestos comunicativos de la puesta en práctica de éstos.’5 Encuentra su, por así decir, lugar carente de lugar en las interacciones que se dan entre la formación de la voluntad común, institucionalizada en términos de estado de derecho, y los espacios de opinión pública culturalmente movilizados. La cuestión de si alguna vez las sociedades complejas podrán verse envueltas en la piel de una soberanía popular procedimentalizada de esta guisa; o de si la red de mundos de la vida intersubjetivamente compartidos y comunicativamente estructurados ha quedado definitivamente rota, de suerte que a la economía sistémicamente autonomizada y, con ella, a una administración estatal que se programa a sí misma, ya no puede dárseles cobro en el horizonte del mundo de la vida, ni siquiera por la vía del tipo de regulación y control indirectos que acabamos de describir, es una cuestión a la que no cabe dar una respuesta suficiente en términos teóricos y a la que, por tanto, hay que convertir en una cuestión práctico-política. Esta era, por lo demás, la cuestión básica de un materialismo histórico que nunca entendió los supuestos concernientes a la relación entre base y superestructura, como enunciados ontológicos acerca del Ser social, sino como rastros conducentes a un sello que hay que romper para que las formas de trato humano no queden embrujadas durante más tiempo por una socialidad alienada, encallecida por el poder y la violencia. III En lo que concierne a la comprensión de esta intención, los cambios revolucionarios que se están produciendo ante nuestros ojos contienen una moraleja inequívoca: las sociedades complejas no 15. J. Habermas, ?Volssouveranitt als Verfahren?, en Forum für Philosophie, ed., Die Ideen von ?789, Frankfurt, 1989, pp. 7-36. 69 pueden reproducirse si no mantienen intacta la específica lógica sistémica de una economía regulada a través de mercados. Las sociedades modernas diferencian, al mismo nivel que al sistema administrativo, un sistema económico regulado a través del medio dinero, sea cual fuere la forma como las diversas funciones de ambos subsistemas queden complementariamente referidas las unas a las otras; ninguno de ellos puede quedar subordinado al otro.’6 Si en la Unión Soviética no sucede nada totalmente inesperado, ya no podremos saber si las ?relaciones de producción? que caracterizan al socialismo de estado podrían haber sido ajustadas a esta condición a través de la ?tercera vía? que hubiese representado una democratización de ellas. Pero incluso el paso libre y llano a las condiciones del mercado capitalista mundial no significa en modo alguno un retorno a aquellas relaciones de producción, cuya superación emprendieron anta?o los movimientos socialistas. Esto sería subestimar el cambio de forma que se ha producido en las sociedades capitalistas, sobre todo desde finales de la segunda guerra mundial. DESMOVILIZACI?N Y RECONSTRUCCI?N DE LA SOCIEDAD INDUSTRIAL Hoy, el compromiso que representa el estado social que, por así decir, ha quedado fijado a las propias estructuras sociales, constituye la base de la que en nuestras latitudes ha de partir toda política. Esto se expresa en un consenso acerca de objetivos político- sociales, que C. Offe comenta en términos irónicos: ?Cuanto más triste y sin perspectivas se ofrece la imagen del socialismo realmente existente, tanto más nos hemos convertido todos en “comunistas”, en la medida en que difícilmente podemos quitarnos de encima la preocupación por los asuntos públicos y el horror ante posibles evoluciones en falso y catastróficas de la sociedad global?.’7 Y no es que con la caída del muro haya quedado resuelto ni uno solo de los problemas que específicamente nos vienen generados por la lógica y 16. Esto no representa concesión alguna a la Realpolitik, como piensan muchos de mis críticos de izquierdas, sino que es consecuencia de un planteamiento de teoría de la sociedad que trata de superar las concepciones holistas. 17. Die Ze,t de 8 de diciembre de 1989. 70 DESPU?S DE LA CA?DA dinámica de los subsistemas. La insensibilidad del sistema de economía de mercado frente a sus costes externos, frente a los costes que desvía hacia sus entornos naturales y sociales, sigue sembrando entre nosotros la senda de un crecimiento económico caracterizado por sus crisis con las conocidas disparidades y marginaciones en el interior, con retrasos económicos, e incluso involuciones económicas, es decir, con condiciones bárbaras de vida, con expropiaciones culturales y con las catástrofes que el hambre provoca en el Tercer Mundo y, por último, aunque ello no sea lo de menos importancia, con los riesgos que para todos en conjunto representa la sobrecarga a que se ven sujetos los ciclos de la naturaleza. La domesticación social y ecológica de la economía de mercado es la fórmula universal en que el objetivo socialdemócrata de una domesticación social del capitalismo parece haberse generalizado convirtiéndose en objeto de un asentimiento obligatorio. Incluso la lectura dinámica de una reestructuración ecológica y social de la sociedad industrial encuentra asentimiento allende el círculo de los ?verdes? y de los socialdemócratas. Esta es la base a partir de la cual se enciende hoy la disputa. Tal disputa versa sobre la operatividad, el horizonte temporal y los medios para la realización de objetivos comunes, o al menos de objetivos que retóricamente todos admiten y sancionan. Existe también consenso acerca de que es por vía indirecta y desde fuera como la política ha de ejercer su influencia sobre los mecanismos de autorregulación de un sistema cuya lógica interna no debe quedar rota mediante intervenciones directas. Y a este respecto la disputa sobre la forma o formas de propiedad ha perdido su significado dogmático. Pero el desplazamiento de la lucha del plano de los objetivos sociopolíticos al plano de su operatividad, al plano de la elección de las correspondientes políticas y de la ejecución de éstas no quita a esa lucha el carácter de una discusión de principios. Sigue produciéndose un enconado conflicto entre aquellos que en atención a los imperativos sistémicos de la economía y a partir de ellos disponen e inventan sanciones contra todas las exigencias que apunten más allá del statu quo, y aquellos que incluso quieren seguir ateniéndose al nombre de socialismo hasta que no quede eliminado el pecado original del capitalismo, conviene a saber, el traslado que éste logra de los costes sociales generados por los desequilibrios sistémicos al des- ?QU? SIGNIFICA HOY SOCIALISMO? 71 tino privado que representa el desempleo,’8 hasta que no se consiga la igualdad de derechos de las mujeres y no se ponga fin a la dinámica de la destrucción de los mundos de la vida y de la naturaleza. Desde el punto de vista de este reformismo radical, el sistema económico aparece menos como el recinto de un templo que como un campo de pruebas. Incluso el estado social, que toma en cuenta el particular carácter de la mercancía mercado de trabajo, nació de la tentativa de comprobar la carga que es capaz de soportar el sistema económico, y ello en favor de necesidades sociales frente a las que resulta ? insensible la racionalidad que, en punto a decisiones de inversión, caracteriza a la gestión de empresas. Pero mientras tanto el proyecto que es el estado social se ha tornado reflexivo; las consecuencias laterales de la juridificación y de la burocratización han despojado de su inocencia al medio aparentemente neutral que representa el poder administrativo con que la sociedad quería y quiso obrar sobre sí misma.’9 También el estado intervencionista ha de ser ?socialmente domesticado?. Esa combinación de poder y autolimitación inteligente que caracterizó a la política consistente en poner diques a la vez que en proteger y regular indirectamente el crecimiento capitalista, ha de retraerse ahora un paso más y situarse por detrás de las líneas de la administración planificadora. Para este problema sólo puede encontrarse solución en un cambio de las relaciones entre los espacios de opinión pública autónoma, por un lado, y los ámbitos de acción regulados a través del dinero y el poder administrativo. El necesario potencial de reflexión se encuentra y radica en esa soberanía comunicativamente fluidificada que se hace oír en los temas, razones y propuestas de solución de una comunicación pública libremente flotante, pero que ha de adoptar una forma sólida y fija en las resoluciones provenientes de instituciones articuladas democráticamente porque la responsabilidad de decisiones prácticamente importantes requiere una clara posibilidad de imputación institucional. El poder generado comunicativamente puede obrar sobre las premisas de los procesos de evaluación y decisión de la administración pública sin intención alguna de proceder a la conquista de ésta, con el fin de hacer valer sus exigencias normativas en el único lenguaje que la asediada fortaleza entiende: proveer al arsenal de razones que el poder administrativo tratará, desde luego, de manejar instrumentalmente pero a las que, mientras ese poder esté articulado en términos de estado de derecho, no podrá ignorar en su sustancia. DINERO, PODER Y SOLIDARIDAD Las sociedades modernas satisfacen su necesidad de operaciones de regulación y control recurriendo a tres recursos: el dinero, el poder y la solidaridad. Un reformismo radical no puede estribar ya en exigencias básicas y fundamentales de tipo concreto en lo tocante a contenido, sino en la intención (enderezada a instaurar procedimientos) de fomentar una nueva división de poderes: el poder de integración social que la solidaridad genera ha de poder afirmarse, a través de instituciones y espacios públicos democráticamente diversificados, contra los otros dos poderes, a saber, contra el dinero y contra el poder administrativo. Lo ?socialista? en todo ello es la expectativa de que las exigentes estructuras de reconocimiento recíproco, que nos son conocidas por las formas de vida concretas, se transfieran, a través de los presupuestos comunicativos de procesos inclusivos de formación de opinión y procesos democráticos de formación de la voluntad común, a las relaciones sociales mediadas por la administración y por el derecho. ?mbitos del mundo de la vida que se especializan en transmitir valores recibidos y saber cultural, en integrar grupos y en socializar al individuo, por su propia estructura dependen de relaciones solidarias y se ven remitidos a ellas. De las mismas fuentes de acción comunicativa ha de nutrirse también una formación democrático-radical de las opiniones y la voluntad común que se proponga influir en el trazado de límites y en el intercambio entre esos ámbitos de la vida estructurados comunicativamente, por un lado, y el estado y la economía, por otro. Pero el que la idea o ideas de una democracia i2° tenga o tengan todavía futuro, dependerá también de cómo percibamos y definamos los problemas, de la forma social de considerar los problemas que se impongan políticamente. Si en los espacios de opinión pública de las sociedades desarrolladas sólo se presentan como problemas urgentes las perturbaciones que merman imperativos sistémicos relativos a la autoestabilización de la economía y la administración, si bajo la influencia de descripciones provenientes de la teoría de sistemas se hacen con el primado estos ámbitos de problemas, entonces las exigencias del mundo de la vida formuladas en lenguaje normativo sólo podrán aparecer ya como variables dependientes. Las cuestiones políticas y jurídicas quedarían privadas así de su sustancia normativa. Esta lucha por una des-moralización de los conflictos públicos está en plena efervescencia. Hoy no está bajo el signo de una autocomprensión tecnocrática de la política y de la sociedad; cuando la complejidad social aparece como una caja negra en la que todo cabe, sólo un comportamiento atenido a las oportunidades contingentes que el sistema o sistemas ofrecen parece poder brindar ya una posibilidad de orientación. En realidad, empero, los grandes problemas con que hoy se ven confrontadas las sociedades desarrolladas, difícilmente puede considerarse sean de los que pueden resolverse sin una percepción normativamente sensibilizada y sin moralización de los temas públicos. El conflicto clásico de distribución de la ?sociedad del trabajo?, sobre el trasfondo de las respectivas constelaciones de intereses de capital y trabajo, estaba estructurado de suerte que ambas partes disponían de un potencial de amenaza. Incluso a la parte estructuralmente en desventaja le quedaba como última ratio la huelga, es decir, la negativa organizada a hacer prestación de la fuerza de trabajo y, por tanto, la interrupción del proceso de producción. Hoy las cosas son de otra manera. En los conflictos institucionalizados de distribución de las sociedades del bienestar una amplia mayoría de poseedores de un puesto de trabajo se enfrentan a una minoría de grupos marginales de la más diversa proveniencia, que no disponen de ningún correspondiente potencial de sanción. A los marginados y subprivilegiados les queda a lo sumo, para hacer valer sus intereses, el voto de castigo en los procesos electorales; ello cuando no se resignan elaborando en términos autodestructivos, con enfermedades, criminalidad o ciegas revueltas, las hipotecas a que estructuralmente están sometidos. Sin la voz de la mayoría de los ciudadanos que se pregunten y permitan que se les pregunte si de ver- dad quieren vivir en una sociedad segmentada, en que hayan de cerrar los ojos ante los mendigos y ante los que carecen de hogar, ante los barrios convertidos en guetos y las regiones abandonadas, tal problema carecerá de la suficiente fuerza impulsora, incluso para ser objeto de un debate público que lo haga calar de verdad en la conciencia de todos. Una dinámica de autocorrección no puede ponerse en marcha sin moralización, sin una generalización de intereses efectuada desde puntos de vista normativos. RESPUESTA A LAS PRIORIDADES DEL CAMBIO CULTURAL Este patrón asimétrico no sólo vuelve a presentarse en los conflictos que se desencadenan a causa de los refugiados y minorías de una sociedad multicultural. La misma asimetría determina también la relación de las sociedades industriales desarrolladas con los países en desarrollo y el entorno natural. Los continentes subdesarrollados podrían a lo sumo amenazar con gigantescas olas de inmigración, con el juego de azar de un chantaje nuclear o con la destrucción de equilibrios ecológicos importantes para todos, mientras que las sanciones de la naturaleza sólo se dejan percibir en el suave tictac de las bombas de tiempo. Este patrón asimétrico, esta impotencia, favorece el que se mantenga latente la presión ejercida por una acumulación de problemas a largo plazo y el que se aplace la solución de ellos hasta que quizá sea demasiado tarde. De tales problemas sólo puede cobrarse entera conciencia por vía de una moralización de los temas, por vía de una generalización de intereses efectuada en términos más o menos discursivos en los espacios espontáneos de opinión pública de las culturas políticas liberales. Estamos incluso dispuestos a pagar porque se pare la envejecida y defectuosa central nuclear de Greifswald en cuanto nos enteramos del peligro que representa para todos. También es aquí de ayuda la percepción del entrelazamiento de los propios intereses con los de los demás. La consideración moral o ética agudiza, allende de eso, la mirada para aquellas ligaduras de alcance más vasto y a la vez menos perceptibles y mucho más frágiles que atan el destino de cada uno con el de cada uno de los demás, y que incluso al más extra?o convierten en próximo y vecino. En otro aspecto, los grandes problemas de hoy recuerdan el conficto clásico de distribución; al igual que éste, exigen el curioso modo de una política que e?cauce y ponga diques a la vez que albergue y proteja. Es este mundo de política el que la revolución actual, como ha se?alado H. M. Enzensberger, parece dramatizar. Primero se ha producido en la masa de la población un cambio latente de actitudes antes de que al socialismo de estado se le desprendiese su suelo de legitimación; tras este movimiento de tierras el sistema se presenta como un edificio en ruinas, que ha de ser desmontado y reestructurado. Como secuela de la revolución lograda surge una política vuelta sobre sí misma, a la búsqueda de auxilio, envuelta en un proceso de desarme y de búsqueda de nuevas armas. En el ámbito del que está tomada esta metáfora había ocurrido algo similar en la República Federal de Alemania durante los a?os ochenta. El estacionamiento de misiles de alcance medio, percibido como una imposición, había hecho desbordarse el vaso y convencido a una mayoría de la población del peligroso sinsentido de una autodestructiva espiral de armamentos. Con la cumbre de Reikiavik se introdujo después el giro (sin que yo pretenda sugerir una conexión lineal) hacia una política de desarme. Ciertamente que esta deslegitimadora mudanza de las orientaciones culturales de valor había podido producirse entre nosotros no de forma latente, como en los nichos privados del socialismo de estado, sino a la luz del día y, a última hora, incluso ante los bastidores de las mayores manifestaciones de masas que jamás había conocido la República Federal. Este ejemplo ilustra un proceso circular en que un cambio latente de valores inducido por problemas de actualidad se concatena con procesos de comunicación pública, con cambios en los parámetros de la formación institucionalizadora de la voluntad democrática y con impulsos para nuevas políticas de desarme y rearme, de desmontaje y rearticulación en el más amplio sentido. Los desafíos del siglo xxi, dado el tipo y magnitud de las sociedades occidentales, exigirán respuestas que apenas podrán encontrarse, ni mucho menos implementarse, sin una formación democrático-radical de la opinión y la voluntad, que tenga por centro la generalización de intereses. Es en esta arena donde la izquierda socialista tiene su lugar y su papel político. Puede constituir el fermento para comunicaciones políticas que protejan al marco institucional del estado democrático de derecho del peligro que corre de de- ‘76 DESPU?S DE LA CA?DA secarse. La izquierda no comunista no tiene razón ninguna para deprimirse. Pudiera ser que muchos intelectuales de la República Democrática Alemana hayan de empezar adaptándose a una situación en que la izquierda de la Europa occidental se encuentra desde hace decenios: en la situación de tener que traducir las ideas socialistas a una autocrítica de tipo reformista radical de una sociedad capitalista que en las formas de una democracia de masas articulada en términos de estado de derecho y estado social ha desplegado a la vez que sus debilidades también sus puntos fuertes. Tras la bancarrota del socialismo de estado, esta crítica es el único ojo de aguja por el que todo ha de pasar. Este socialismo a que me estoy refiriendo sólo podría desaparecer una vez desaparecido el objeto de su crítica, quizá algún día cuando la sociedad criticada haya cambiado hasta tal punto su identidad que sea capaz de percibir en su relevancia, y tomar en serio todo aquello que no puede expresarse en precios. La esperanza de que los hombres salgan de una minoría de edad de la que, como decía Kant, ellos mismos tienen la culpa, y se liberen de circunstancias de vida humillantes no ha perdido su fuerza, pero hoy viene depurada por la conciencia falibilista y la experiencia histórica de que ya sería conseguir mucho si pudiera mantenerse un equilibrio de lo soportable para los pocos favorecidos, y sobre todo introducirse un equilibrio de lo soportable en los continentes desertizados y arrasados. Junio de 1990 LOS FINALES DE LA GUERRA FR?A Los acontecimientos de la última mitad de 1989 representan un terremoto en la política mundial. Han reafirmado, de manera espectacular, la faceta más descuidada de la vida política, una faceta rechazada tanto en el Este como en el Oeste, es decir, la capacidad de la población para emprender una acción violenta súbita, rápida e insólita, después de largos periodos de lo que parecía ser indiferencia. Por su rapidez e importancia, y por las incertidumbres que ‘ desencadenan, sólo se les puede comparar a una guerra en la que no se hace caso de los planes y esperanzas establecidas frente a realidades insólitas e irrefutables. Ni la izquierda ni la derecha pueden atribuirse el mérito de este cambio de los acontecimientos, aunque ambas lo pretendan. En 1989 el a?o de los aniversarios revolucionarios, la derecha empezó a proclamar que las revoluciones eran cosa del pasado. La izquierda ha sido condenada por el rechazo popular del socialismo y por la adhesión al nacionalismo predominante en todos los estados del bloque oriental. Es tiempo no sólo de grandes cambios en la situación mundial, sino de que el movimiento socialista reexamine sus fundamentos (muchas veces implícitos). Es en este contexto comprensivamente incierto y confuso en el que, desde ambas partes de la divisoria anterior, se pueden oír voces que dicen que la guerra fría ha terminado y que estamos entrando en una época de mayor seguridad y, por usar un término de moda, interdependencia. Se ha concentrado más atención en Europa, donde los procesos inicialmente separados de integración en el Oeste, que llegan hasta 1992, y de desintegración del bloque soviético en el Este, ahora se han juntado, unidos por la geografía, en la 78 DESPU?S DE LA CA?DA búsqueda de una nueva arquitectura ?de seguridad? y de la cuestión de hacer posible la unidad alemana. Signifique lo que signifique la guerra fría, los acontecimientos de los últimos meses han subrayado el hecho de que, a lo largo de las cuatro décadas transcurridas, la cuestión común, el terreno principal de rivalidad, ha sido Europa y el sistema sociopolítico que prevalece allí. A pesar de todo, este proceso, debido a su actual énfasis europeo, interesa más que Europa: incluso en su forma más simple, esta declaración del final de la guerra fría es el resultado de algo más que el colapso del sistema político de Europa oriental y de la expectación generada por la perestroika. Al 1989 europeo le precedió otro a?o de transición de quizá igual importancia: el 1988 del Tercer Mundo, el a?o en que, en diversos conflictos en Asia, ?frica y Latinoamérica, los procesos de negociación alentados por las grandes potencias empezaron a surtir efecto en Camboya, Afganistán, el Golfo, el cuerno de Africa, Angola, el Sahara, Nicaragua y en otras partes. La impotencia del Tercer Mundo en este proceso y en las expectativas para las relaciones Este-Oeste en los a?os noventa no necesita defensa: mientras que Europa ha estado, en su mayor parte, en paz desde 1945, en el Tercer Mundo se han desencadenado más de 140 conflictos de carácter anticolonial, interestatal, de clases y étnicos. Aparte de Trieste y Berlín, las mayores crisis Este-Oeste han surgido en el Tercer Mundo: empezando con Azerbayán en 1946, pasando por China, Corea, Indochina, Suez, el Congo y Cuba, hasta los ?conflictos regionales? de los ochenta. Las cifras de víctimas hablan por sí solas. Se cree que más de veinte millones de personas han muerto en estos conflictos. En Europa, la única contienda sangrienta comparable fue la guerra civil griega, en la que perdieron la vida unas ochenta mil personas. SIGNIFICADOS DE LA GUERRA FR?A Antes de examinar estos cambios y su lugar en la historia moderna, y antes de abordar la afirmación de que la guerra fría ha terminado, puede ser esclarecedor plantear dos cuestiones anteriores, es decir, lo que significa el término de guerra fría y lo que puede haber sido su dinámica fundamental. A pesar de su procedencia aparentemente moderna, académica y periodística, el término, LOS FINALES DE LA GUERRA FR?A 79 en realidad, tiene unos curiosos antecedentes: acu?ado por don Juan Manuel, un escritor espa?ol del siglo xiv, para denotar la interminable rivalidad de los cristianos y los árabes en Espa?a, fue reinventado por el financiero y diplomático Bernard Baruch, quien afirmó haberlo oído a un vagabundo, que estaba sentado en un banco de Central Park, en alguna ocasión en 1946. Este origen casual no ha contribuido a su precisión y ha supuesto que el término ?guerra fría? pueda usarse por lo menos de dos formas. Una, para referirse a periodos concretos de enfrentamiento intenso entre los dos grandes bloques de la posguerra, y en particular a los a?os de finales de los cuarenta y principios de los cincuenta, la primera guerra fría, y a los de muy finales de los setenta hasta finales de 1988, la segunda guerra fría. El otro uso de guerra fría es para denotar la rivalidad esencial entre el ?comunismo? y el propio capitalismo, que comenzó en 1917 y que, como resultado de la segunda guerra mundial, llegó a ser la división dominante y constitutiva de los asuntos mundiales. Este segundo uso del término afecta a cuestiones mucho más amplias de interpretación y análisis en las relaciones internacionales. En términos generales, se puede decir que en la bibliografía sobre la guerra fría y el conflicto Este-Oeste, hay cuatro explicaciones extensas de por qué los dos bloques han entrado en conflicto de la forma en que lo han hecho. Para una escuela, asociada al pensamiento convencional ?realista? y estratégico, la rivalidad Este-Oeste no es más que otra versión del conflicto tradicional entre las grandes potencias, que se explica por el equilibrio del poder y otras consideraciones. A la ideología se la ve solamente como una expresión de esta interacción estratégica, y a las diferencias de composición interna de estas sociedades, como una irrelevancia analítica. Una segunda escuela, común entre los escritores liberales, localiza el conflicto en el ámbito de los errores políticos, de las oportunidades perdidas y de las percepciones erróneas por parte de ambos bandos: según este punto de vista, el conflicto era evitable; una mejor comunicación en el periodo que siguió a 1945 o en los últimos a?os setenta pudo haber evitado tanto la primera guerra fría como la segunda. Una tercera escuela sostiene que lo que parecen ser rivalidades internacionales, son el producto de factores internos de estas sociedades, es decir, de factores económicos y políticos que empujan a los estados en cuestión a competir entre ellos. Muchos análisis de la segunda guerra fría en particular, recalcaron hasta qué punto los factores políticos internos de los Estados Unidos y de la Unión Soviética, y la dinámica descontrolada de la propia carrera armamentista, hicieron que madurase este nuevo enfrentamiento. La aparición del conflicto entre bloques o entre sistemas ocultó una analogía, pues ambos lados utilizaban y se beneficiaban de la contienda dentro d&U propias áreas de influencia. En sus distintas variantes, este es un argumento que critica tanto a los Estados Unidos como a la Unión Soviética; un argumento común entre los escritores de izquierdas, como E. P. Thompson, Mary Kaldor, Michael Cox, Noam Chomsky y André Gunder Frank. Para ellos, la propia guerra fría es un ?sistema? más que una rivalidad entre dos sistemas. Nadie puede negar que estas tres primeras explicaciones pueden arrojar luz sobre el desarrollo de las relaciones Este-Oeste: había elementos de la tradicional rivalidad entre las grandes potencias, de percepciones erróneas y de determinación doméstica. El argumento de la rivalidad entre sistemas se ha debilitado por derecho propio, porque se expuso como ideología, de ?libertad? anticomunista ver- sus el ?totalitarismo? en la derecha, y de forma de ?dos bandos? dogmáticos dentro del bloque soviético. Uno de los incentivos poderosos de los críticos de la guerra fría para negar su carácter de conflicto entre dos sistemas, ha sido el deseo de romper con estas simplificaciones antagónicas pero análogas. Pero el argumento que se sugiere aquí es que las explicaciones mencionadas no bastan por sí solas para explicar el carácter, la duración y la profundidad de la guerra fría. Lo que le dio una fuerza especial, más allá de estas características convencionales de conflicto internacional, fue su carácter intersistémico, el que expresase la rivalidad de dos sistemas sociales, económicos y políticos distintos. Ambos pretendían la hegemonía a escala mundial para producir un orden homogéneo dentro de los estados, y ambos negaban la legitimidad del otro, incluso cuando se vieron obligados a establecer relaciones diplomáticas y de otro tipo, y esto continuó siendo así cuando existía la amenaza de las armas nucleares. No hay que olvidar que, si bien al principio de los a?os ochenta este argumento tuvo que presentarse de manera abstracta o por lo menos inmanente, los acontecimientos de los últimos a?os lo han justificado en la práctica. Lo que sigue es una reivindicación de que el a?o 1989 fue la prueba de las teorías de la guerra fría: el jurado LOS FINALES DE LA GUERRA FR?A 81 ya no está fuera. El ?fin? de la guerra fría, en un sentido más extenso, fue la homogeneidad sistémica, y el objetivo fue el carácter socioeconómico y político de los estados centrales de cada bloque. UN CONTEXTO HIST?RICO TRIPLE La afirmación de que la guerra fría ha terminado es, por tanto, una afirmación ambigua que depende del sentido en el que se utilice el término. Para responder si ha terminado y de qué forma ha terminado, hace falta examinar los tres contextos históricos en los que se puede decir que residen los cambios de 1988-1989. El primero, más evidente para los conflictos del Tercer Mundo y la carrera armamentista, es que la distensión de finales de los ochenta marca el fin de lo que se ha llamado la segunda guerra fría; es decir, el periodo de intensa rivalidad entre los Estados Unidos y la Unión Soviética y la acrimonia que comenzó alrededor de 1979 y que continuó durante el advenimiento de Gorbachev al poder en 1985, hasta la cumbre de Islandia en 1986. Ei)término ?guerra fría? se usaba, en este contexto, por analogía con la primera guerra fría de finales de los a?os cuarenta y principios de los cincuenta, para referirse a un periodo no de guerra caliente, no de tiempo de paz normal, sino de enfrentamiento y alarma, carente de compromiso militar incondicional. Hay muchos temas de discusión sobre la segunda guerra fría, pero era indiscutiblemente comparable a la primera guerra fría e, igual que ella, implicó un enfrentamiento no violento en Europa y conflictos múltiples y violentos en el Tercer Mundo. El segundo significado de finales de los ochenta es que marcan el fin del sistema de posguerra que prevalecía en Europa. Esto se refiere, obviamente, a la división de Europa y, por extensión, de Alemania. El Pacto de Varsovia, e incluso la OTAN, tendrán funciones sumamente reducidas, si es que sobreviven. Se puede afirmar con razonable confianza que en el curso de los a?os noventa las sacudidas actuales producirán un orden nuevo al oeste de la frontera soviética. Alemania se unificará, probablemente en cuestión de meses, y los sistemas multipartidistas en funcionamiento y las economías capitalistas se desarrollarán por toda Europa oriental. Sean cuales sean las incertidumbres internas a las que se enfrenten estos países, las presiones internacionales sobre ellos —por ejemplo, la diplomacia y las finanzas— les empujarán en esta dirección y dirigirán su transición. El cambio será más complicado de lo que fue e las anomalías de los a?os setenta en Europa occidental, Espa?a Y Portugal: las reformas del sistema político son obviamente más éciles que las de la estructura socioeconómica e ideológica. Pero caben pocas dudas de que esta transición pueda producirse. Este cambio en Europa oriental va acompa?ado de, y comprende en sí mismo, otra modificación del sistema de posguerra; esto es, el fin del sistema bipolar y en particular del sistema dominado por que parecian ser las llamadas superpotencias El resultado de 1989, resumido en la cumbre de Malta, celebrada entre los restos del naufragio de los regímenes comunistas de la Europa oriental, es que ahora sólo hay una ?superpotencia?: los Estados Unidos. La URSS Perdió su fuerza en Europa tras la disolución de la Organización del Tratado de Varsovia; está debilitada y preocupada por crisis económicas y sociales y no puede competir con los Estados Unidos, O con Occidente en geherál, en las esferas económicas y militares. 1-..a URSS es ahora poco más que una gran potencia continental, sin l-In sistema de alianza que la apoye. La ilusión de ?paridad cruel?, Como a Brezhnev le gustaba llamarla, ya no se puede mantener. A este sistema de posguerra a menudo se le llama de Yalta, suPoniendo que en realidad lo estableció la cumbre de Crimea de febrero de 1945. Por ello, quienes rechazan el sistema culpan a las Potencias occidentales de ?acceder? a las exigencias soviéticas. Sin embargo, en realidad, el modelo de la Europa en tiempos de paz ya 5e había fijado dos meses antes, y un poco más al noreste, en las batallas de Stalingrado y Kursk, cuando el ejército rojo finalmente Venció a las tropas de Hitler. No se ?discutió? con Stalingrado: alta simplemente reconoció el equilibrio de las fuerzas que entones existían en Europa. Roosevelt y Churchill no pudieron alterarcomo tampoco el gobierno británico actual puede garantizar qué sistema de gobierno habrá en Hong Kong después de 1997. Los ítiOS de Yalta también tienden a pasar por alto la importancia riel poder militar soviético en otro aspecto: la derrota de Hitler no úlo garantizó el control soviético de Europa oriental, sino que tampermitió el restablecimiento del gobierno democrático en EuroI a occidental. En una época en la que se mira con desprecio todo el masado soviético, y no menos en la propia URSS, es preciso recor‘ar lo que reflejó la aritmética estratégica de 1944-1945: las ochenta divisiones alemanas en el frente oriental, y sólo veinte en el occidental, por no mencionar las cifras comparativas de bajas de los ejércitos soviético y occidental. Sobre estas bases históricas se construyeron las dos partes de la Europa moderna. Sin Stalingrado, todavía podría estar en el poder un régimen nazi, no sólo en Berlín y Varsovia, sino también en París y en Amsterdam. Todas las cosas buenas que pueden seguir ahora —1992, la casa común europea, el benévolo mundo de ensue?o de los concursos de canciones de Euro- visión— se están construyendo sobre los cimientos que colocó el ejército rojo. EL MOLDE DE VERSALLES Sin embargo, no son sólo los sistemas y conflictos del periodo posterior a 1945 los que parecen estar en cuestión, porque las sacudidas de 1989 han puesto en cuestión no sólo Yalta y Potsdam, sino también gran parte de lo que se acordó en una conferencia de posguerra anterior, la de Versalles. Como muchas otras cosas, la explosión de Europa nos lleva al periodo de la primera guerra mundial y, en algunos aspectoal periodo anterior. Había por lo menos tres aspectos de Versalles, que están ahora en cuestión. El primero, a menudo olvidado hoy, fue la redistribucióndelos territorios coloniales: por lo menos dos de ellos, Namibia y Palestina, siguen siendo actualmente zonas conflictivas. Namibia parece haber encontrado una solución: convertirse en el estado soberano número 170 del mundo contemporáneo. Sigue sin decidirse el destino de Palestina, a pesar de los cambios de opinión tanto de los israelíes como de los palestinos. El segundo significado de Versalles fue el establecimiento de un orden postimperjal en la misma Europa: cuatro imperios perdieron sus dominios eúropeos —el otomano, el ruso, el austro- <húngaro y, en un proceso aparte pero, sin embargo conjunto, a menudo olvidado en aquellas islas, el británico. El resultado fue la independencia de varias naciones europeas nuevas, entre ellas los tres estados bálticos, Finlandia, Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Yugoslavia, Albania e Irlanda. Alemania fue sometida y, en cierta forma, desmilitarizada. A mediados de los a?os ochenta podía parecer que quedaba mucho de ese sistema: Alemania, que en los a?os treinta había roto su promesa temporalmente, todavía estaba sornetida, y aquellos estados nacionales que sobrevivieron a la segunda guerra mundial, es decir, todos menos los tres estados bálticos, estaban seguros. Las perturbaciones de finales de los a?os ochenta han alterado eso: como en otros asuntos, Irlanda tomó la delantera, siendo la primera en desafiar las fronteras posteriores a 1918 con el resurgimiento del tema del Ulster a finales de los sesenta. Lo que el Ulster representa comparativamente es el fracaso de uno de los acuerdos tomados tras la primera guerra mundial y el restablecimiento, a causa de nuevas dificultades económicas y diferentes perspectivas políticas, de las enemistades que estallaron en ese periodo. Actualmente otros se han unido al Ulster en el desafío de los veredictos de 1918-1920 y con unas consecuencias que prometen ser todavía más violentas: en Kosovo, Bulgaria y el Cáucaso, este último, con ser tan remoto, es todavía parte de la Europa geográfica. Quién sabe cuánto tiempo pasará antes de que los Fermanaghs y Tyrones de Europa oriental y central sean otra vez noticia: Macedonia, Epiro del Norte, Silesia y la Ucrania oriental. Desde Falls Road a Rosenheim y más allá, los solemnes compromisos de Helsinki de respetar las fronteras de la Europa de después de 1918, han quedado devaluados. Sin embargo, a Versalles no sólo le preocupaba repartir las colonias y dividir el mapa de Europa otra vez. Como tan bien demostró Amo Mayer en su libro Politics and Diplomacy of Peace-Making, Versalles estaba igualmente preocupada por otro legado de la primera guerra mundial: la Revolución bolchevique. Gran parte de la estrategia occidental anticomunista hacia la URSS —desde la primera intervención, pasando por las doctrinas de Riga, hasta la contención de posguerra— se ideó en ese encuentro inicial de las potencias imperialistas. Porque la misma colisión de dos sistemas mundiales, que más tarde se expresaría en el conflicto bipolar de los a?os cuarenta y posteriores, tenía sus orígenes en 1919. Entre las ruinas de la guerra para terminar todas las guerras, 1919 vio la constitución de dos sistemas políticos internacionales antagónicos, cada uno de ellos basado en una mezcla de idealismo y cálculo: la Sociedad de Naciones y la Internacional Socialista. Al constituir un sistema político y social fundamentalmente diferente de, y militante- mente opuesto, al Occidente capitalista, Lenin trazó los parámetros de una división posterior del mundo y de sus competencias inherentes. El hecho de que no surgiera como una característica dominante del mundo hasta 1945 se debió a la relativa debilidad de la URSS hasta la segunda guerra mundial. El periodo de entreguerras todavía estaba dominado por el conflicto intercapitalista. Pero el antagonismo fundamental de los sistemas socialista y capitalista estaba ya en su lugar y ha continuado hasta los a?os ochenta. Stalin disolvió la Internacional Comunista en 1943 para apaciguar a los líderes occidentales; pero lo hizo solamente cuando tuvo a mano un instrumento mucho más eficaz para extender la influencia soviética en el extranjero, en la figura del ejército rojo. Sin embargo, los cambios de los últimos cinco a?os parecen haber puesto fin a esta asimetría esencial, capitalismo y ?comunismo?, pues el retraso de la URSS como potencia mundial ha ido acompa?ado de un creciente cuestionamiento sobre su sistema e ideología internos. El futuro de la URSS es mucho más incierto que el de Europa oriental; pero se ha abierto una brecha grande, y probablemente irreparable, en el sistema económico y político que prevalecía en la URSS desde los a?os veinte. En política internacional, Gorbachev ha abandonado el compromiso de la competencia con, y oposición a, el Occidente capitalista, abandonando la lucha de clases en nómbre de los valores humanos universales. Los funcionarios soviéticos ahora niegan abiertamente todo conflicto entre los dos sistemas o la validez de cualquier concepto tradicional de imperialismo. Ya no hay, como Fidel Castro lamenta abiertamente, un grupo socialista. La apariencia de movimiento comunista internacional que sobrevivió a la disputa chino-soviética de 1960, ya no es válida. La política soviética en el Tercer Mundo, sin descartar del todo los compromisos previos, se ha hecho cada vez más conciliadora con Occidente. Ahora los funcionarios soviéticos dicen a los aliados del Tercer Mundo que el término ?solidaridad? se ha sustituido por el de ?intereses mutuos?. Pero los cambios internos son todavía más importantes, no sólo porque presagian una inexorable aproximación soviética a los valores y costumbres occidentales, y en términos occidentales, sino también porque circunscriben a la sociedad y a la economía soviéticas más completamente en la del Oeste. En suma, el nuevo rumbo que ha trazado Gorbachev, por muy incierto que sea su futuro, representa una ruptura con el legado de la Revolución bolchevique, en el propio país y en el extranjero. Viene a ser nada menos que la reorganización de la URSS en unas directrices capita listas, tanto socioeconómicas como políticas; en el transcurso de una generación poco quedará del impacto de 1917, más allá de una nostalgia popular general por la distribución igualitaria y un papel internacional residual. El Partido Comunista de la Unión Soviética, incluso si sigue siendo el partido gobernante, puede parecerse más al PRI mexicano que a su forma anterior. LA LUCHA DE CLASES A ESCALA INTERNACIONAL Ahora podemos volver a la pregunta con la que comenzábamos, es decir, si la guerra fría ha terminado. Es evidente que esto depende de qué significado de guerra fría se use. En el primer sentido, parecería admisible sugerir que la guerra fría ha terminado. Desde mediados de los a?os ochenta, las relaciones entre la URSS y Occidente han mejorado hasta tal punto, y a través de un abanico tan amplio de asuntos, que es difícil ver cómo es posible regresar al clima de 1950 o 1983. Podría haber un cambio político espectacular en cualquiera de las dos capitales —si un golpe nacionalista-Brezhnevista sustituyera a Gorbachev, o si, por alguna desgracia personal o electoral, un Dankworth Quayle sin actualizar ocupara el despacho oval. También podría haber una gran crisis, tanto más peligrosa por imprevista, por un asunto regional: una repetición de Suez en 1956, o Cuba en 1962. Pero el grado de interacción diplomática y de otro tipo y la confianza entre las dos partes es tal que aun si estallara tal crisis, quizá en los Balcanes o en Irán, la posibilidad de contenerla sería grande, y la de arruinar permanentemente la distensión actual y marcar el comienzo de la tercera guerra fría sería remota. Si nos atenemos al segundo significado de guerra fría, la situación es bastante diferente. Aquí parece haber una tendencia general a reconocer que la guerra fría está llegando a su fin, pero se considera que este es un proceso asimétrico y convergente. Los dos bloques han hecho frente a dificultades en la segunda guerra fría y no han sido capaces de predominar como hubieran deseado: los Estados Unidos, que pretendían agotar a la Unión Soviética con la carrera annamentista, han contraído el déficit presupuestario más grande de la historía, se han convertido en la nación más deudora del mundo y han seguido perdiendo competitividad frente a los japoneses y los alema- T LOS FINALES DE LA GUERRA FRIA 87 nes Del mismo modo, en Occidente y en la URSS hay quienes sugie ren que, puesto que las diferencias entre el capitalismo y el comumsmo han disminuido, los cambios internos dentro del bloque sovietico que conlleva la distension son un proceso evolutivo El capitalismo ha cambiado y seguira haciendolo Pero es engaí’ioso presentar el resultado como si los dos sistemas se debilitaran por igual o como si los cam bios actuales fueran simétricos. Porque el fin de la guerra fría, en el primer sentido, y el clima de distensión que prevalece en Europa y en la mayor parte del Tercer Mundo, se consiguen no por una convergencia de los dos sistemas o de una tregua negociada entre ellos, sino por el fracaso del uno frente al otro. Esto significa nada menos que la derrota del proyecto comunista tal como se le ha conocido en el siglo xx, y el triunfo del capitalismo. Esto es así hasta el punto que proporciona una validación retrospectiva de la interpretación de la guerra fría como una lucha entre dos sistemas. La relación entre el cambio internacional y la relajación de la tensión con el fracaso interno del ?comunismo?, y la propagación de las relaciones capitalistas en los estados del antiguo bloque, ilustra precisamente cómo el curso de la rivalidad entre estados se correspondía con la diferencia interna del sistema. Por otra parte, la marcha de los recientes acontecimientos debería subrayar, para quienes siempre lo dudaron, hasta qué punto existía en los estados ?comunistas? un sistema basado en criterios sociales y económicos distintos. Si todo hubiera sido capitalista o hubiera estado sujeto al funcionamiento del mercado capitalista internacional, no habría hecho falta el conflicto Este-Oeste y ahora no sería necesaria la reorganización radical de las sociedades poscomunistas. Este proceso no está completado en absoluto. Todavía no sabemos qué aspecto tendrá el mapa postelectoral de la Europa oriental, pero pocos pueden creer que los partidos comunistas existentes permanecerán en el poder, o que siquiera sobrevivan como fuerzas políticas mayores: la marginación electoral, del 5 al 10 por 100, parecería su destino más probable. La situación en la URSS todavía está evolucionando, pero lo sorprendente no sólo es la incapacidad de la URSS para mantener su sistema de alianzas internacional, el antiguo bloque socialista, sino también la falta de cualquier futuro verosímil para el propio socialismo soviético. No podemos saber si el desenlace tardará cinco a?os o cincuenta, si se producirá a partir de la ?unión total?, en el seno de la actual Unión Soviética, o mediante la separación de las repúblicas que la integran; si será pacífico o sangriento, aunque no sería imprudente temer lo peor. La realidad es que el sistema soviético ha perdido la confianza en sí mismo, toda noción de hacia dónde va, de su propio valor histórico y ético y de su papel internacional. La URSS está ocupada en un saludable examen público, que debió hacerse mucho tiempo atrás, de su pasado y de los problemas de la sociedad soviética actual. Pero esto no es todo. También caracterizan a la política soviética actual una negación abyecta de lo que sí consiguió, incluso en la segunda guerra mundial; una exageración ingenua de las virtudes del capitalismo occidental, una capitulación ante todo tipo de ideologías regresivas de carácter nacionalista, familiar y religioso, y un abandono de los compromisos internacionalistas, que eran uno de los aspectos más inteligentes de la era Brezhnev. El mismo Gorbachev, con gran destreza y compromiso, está dirigiendo el barco hacia un puerto cuyo carácter y localización exacta desconoce. Hace cuanto puede para proporcionar un aterrizaje suave a la ?Revolución bolchevique?: las alternativas —las regresiones pétreas de Ligachev, las soserías del demagogo Yeltsin— tampoco son una solución. En el Tercer Mundo, muchos estados que en los a?os setenta se les consideraba socialistas o, por lo menos, ?de orientación socialista?, hoy imitan a la URSS en la economía y en la política: Gorbachev les ha dado una orden contradictoria —seguir sus propios caminos hacia el socialismo y, al mismo tiempo, ?aprender el significado internacional de la perestroika?. Hoy día ?estados de desorientación socialista? describiría mejor su situación. Según datos recientes, sólo cinco estados del mundo todavía se adhieren en la vida política a un modelo ortodoxo: Cuba, Albania, Vietnam, Corea del Norte y China. Por supuesto, estos cinco estados se distinguían porque fueron los países donde tuvieron lugar unos movimientos revolucionarios autóctonos con bases sociales y carácter nacionalista, debiéndole poco al ejército rojo. Sin embargo, los cuatro estados más peque?os están cada vez más a la defensiva, incapaces de tomar la iniciativa frente a la creciente presión externa. Cuba, Albania y Corea del Norte sufren una parálisis política que no presagia nada bueno; Vietnam está en proceso de adaptación y, con una solución en Camboya, puede ser capaz de enderezar el rumbo. Es el último de los cinco, China, el que tiene los mayores problemas, sobre todo a raíz de lo ocurrido en la plaza de Tiananmen. Es fácil culpar de la masacre sólo a la vieja guardia, que pronto desapare LO FINALES DE LA GUERRA FR?A 89 cerá de escena: la organización, el tiroteo y la represión que siguió a la masacre fueron perpetrados por cuadros más jóvenes interesados en mantener el sistema. Pero a China le resultará difícil resistir la presión internacional a largo plazo, especialmente desde que su modelo puede parecer cada vez más desconcertante por los progresos de la URSS. En cuanto a aquellos partidos del Tercer Mundo que se adhieren al comunismo ortodoxo y que todavía no están en el poder, pueden estar predestinados bien a caer o bien a adaptarse: el Nuevo Ejército Popular Filipino y Sendero Luminoso, este último jactancioso de las presuntas virtudes de un Mao joven y de un Enver Hoxha idealizado, parecerían condenados al primer destino; el Partido Comunista de Suráfrica y quizá el Frente de Liberación del Tigre parecerían haber elegido el segundo. En la India, la mayor democracia burguesa del mundo, el PCI(M), inicialmente el adalid de una línea revolucionaria independiente, al aprobar la masacre de Pekín, ha alentado su desaparición. El fracaso del modelo comunista para constituir un bloque via1 le y distinto internacionalmente, y el completo cambio histórico del proceso que comenzó en 1917, no parecen ponerse en duda. En su sentido histórico más amplio, la guerra fría continúa pero con el fracaso de uno de los dos protagonistas. En este sentido, la generosidad aparente de las reivindicaciones occidentales, según las cuales el antagonismo entre ambos ha llegado a su fin, oculta una resaca triunfalista. Hablando en el lenguaje del ?pensamiento antiguo?, lo qúe ahora presenciamos es una lucha de clases a escala internacional, puesto que la fuerza superior del capitalismo occidental impulsa la apertura de las sociedades que estuvieron cerradas a él durante cuatro décadas o más. Sólo hay que observar el estrangulamiento rápido y metódico de la RDA por la serpiente pitón del capitalismo alemán occidental para ver cómo funciona este proceso, o cómo algunas empresas occidentales han comprado empresas húngaras y polacas en crisis, para vender posteriormente sus activos. COMPLEJIDADES DEL ?ESTANCAMIENTO? Sin embargo, el reconocer este hecho no nos proporciona muchos datos para responder otras preguntas tales como: ?qué fue lo que llevó a este cambio de dirección en la guerra fría? y, concreta DESPU?S DE LA CA?DA mente, ?por qué 8Ucedió cuando sucedió? La respuesta convencional es decir que ej sistema comunista había ?fracasado?: que su economía había Perdido toda dinámica, que perdió atractivo político porque no era democrático, y que no pudo equipararse a Occi dent en las algo de verdad e .ue constituyen la competencia internacional. Hay al esto, pero es importante situar este fracaso en gun Contexto. p rimero, desde una perspectiva histórica, hay poca correlación entre el atractivo político del comunismo y su carácter democrático. l eriodo de mayor represión en la URSS no fue en los a?os ochenta, Sino en los a?os treinta: fue entonces cuando Stalin mató a millolles de gencia. Sin embar personas ya fuese directamente o por neglitico también se 1 go, el éxito industrial y militar del sistema sovié0 gró en esa época mediante la movilización y el apoyo de la poblacion soviética, y también fue entonces cuando el comunismo so. etico gozó del máximo seguimiento en Occidente. Esto también Sucedió en el Tercer Mundo; testimonio de ello son las revoluciones China y Vietnam de los a?os cuarenta. Incluso en los a?os setent , cuando el ?estancamiento? había comenzado en el país, el domiri0 del modelo soviético extendió su apoyo a los estados revolucjo arios africanos recientemente independizados. La paradoja historica es que el comunismo perdió su atractivo justo en el momento en el que demostró un nuevo potencial político, una capacidad para cambiar de la que los teóricos del totalitarismo y muchos dentro dej Un problema sistema soviético habían dudado. Similar surge a nivel económico. Ahora es convencional afirmar las conomjas al estilo soviético son un fracaso, y los mismos eser e ‘tores Soviéticos resumen esto en los términos ?estancamiento?, z01 y ?retraso?, zamedienie, aplicados al periodo de Brezhnev, para cubrir un grupo de cuestiones supuestamente entrelazadas: la caicia de los índices de crecimiento, la inferioridad tecnológica, la Pal55 industrial, la decadencia social y el desastre ecológico. Sin er55k que, en el perioci uargo, esta es una imagen exagerada. El hecho es miento en la UR de posguerra en su conjunto, las tasas de crecia provisión de una gama de servicios sociales, incluidas la ViVie ‘ cia, la salud y la educación, mejoraron sustancialmente. En C0nju el nivel de vida se duplicó entre el final de la segunda guerra nivel de 1 ndtal y mediados de los a?os setenta. Según el a mayo la URSS parte de la población mundial, los habitantes de viven calzado, ropa, transportes, atención sanitaria y diversiones a unos niveles que son mejores que los de gran parte de Latinoamérica, por no hablar de Asia y ?frica. Los habitantes de Europa oriental vivían aún mejor, debido en parte, desde luego, al subsidio sistemático de sus economías por parte de la URSS. A nivel internacional, la situación también es variada. Merece la pena recordar que, cuando comenzó la segunda guerra fría a finales de los a?os setenta, en Occidente todos creían que esto era el resultado de una nueva fuerza soviética en el mundo, manifestada sobre todo por un poder militar estratégico mayor y por una presencia intensificada en el Tercer Mundo. Los misiles soviéticos, los SS-18 estratégicos y los SS-20 de alcance medio, habían cambiado el peso de la balanza a favor de Moscú. En el Tercer Mundo, la ola de revoluciones de la última mitad de los a?os setenta marcó el final de la pax americana y una nueva expansión internacional soviética. Afganistán pareció la culminación de este nuevo poderío soviético. El que muchos funcionarios soviéticos, incluido Brezhnev, pareciesen creer en ello, le dio una credibilidad a?adida. Norteamérica era débiL Occidente estaba en declive. Se hablaba mucho del fin de la ?hegemonía de los Estados Unidos? tanto en la izquierda como en la derecha. Un cambio parcial de la postura estadounidense en algunas esferas se convirtió en una pérdida absoluta de poder, tanto en relación a otros competidores capitalistas, como Japón, como en relación a la Unión Soviética. Muchas de estas consideraciones no eran más que disparates, una exageración deliberada del poder soviético y una tergiversación de los avances del Tercer Mundo y en el campo nuclear, que sirvió para suscitar la alarma, para que la izquierda procurase eclipsar el continuo dominio de los Estados Unidos y para que la derecha, por su parte, justificase lo que resultó ser una ofensiva occidental contra la URSS. No obstante, la imagen del creciente poder internacional soviético de los a?os setenta no era del todo mítica o imaginaria: correspondía a avances reales de las capacidades soviéticas. En perspectiva histórica, no fueron Jruschev, Lenin o Stalin quienes causaron las dificultades mayores a Occidente fuera de Europa, sino el tan denostado Brezhnev. Fueron las armas y el apoyo soviético las que hicieron posible el triu?fo de los vietnamitas y las que facilitaron enormemente las victorias de Mozambique, Angola y —a través de Cuba— de Nicaragua. Incluso a finales de los a?os ochen ta se pueden apreciar las consecuencias de ese compromiso internacionalista: pese a los intentos de última hora de los gobiernos occidentales de atribuirse el mérito de ello, el espectacular cambio de los acontecimientos de Suráfrica en 1990 le debe no poco al apoyo militar a largo plazo que se dio a los movimientos nacionalistas autóctonos, contra Lisboa y Pretoria, en los a?os setenta y principios de los ochenta. Es a Brezhnev, tanto como a cualquier otro fuera de Sudáfrica, a quien se le debería atribuir el mérito de romper el bloqueo racista. LA CRISIS TERMINAL Surge, por lo tanto, la cuestión de por qué fue en los a?os ochenta, cuando el sistema soviético estaba en una posición aparentemente sostenible, cuando tuvo lugar el derrumbamiento final. Esta es una cuestión que tiene que ver con el análisis de la segunda guerra fría producida una década antes, puesto que, salvo raras excepciones, no se veía lo frágil que llegó a ser la posición soviética en su conjunto. Mirando hacia atrás, esta es, en mi opinión, la mayor debilidad de mi propio análisis en The Making of the Second Coid War. Se suponía que, del mismo modo que las afirmaciones occidentales de un nuevo poder soviético agresivo carecían de fundamento, el sistema soviético en su totalidad era lo suficientemente viable como para que continuara reproduciéndose, como entonces sucedía en la URSS y en otros países del bloque. En parte, este juicio era exacto. El sistema soviético no fracasó en un sentido absoluto: sus habitantes no se sublevaron y sus economías proveían un suministro de artículos adecuado, aunque .restringido. Los niveles de desigualdad económica y de criminalidad eran más bajos que en los estados capitalistas desarrollados. Su expediente histórico estaba limpio. Mostraba una capacidad considerable de adaptación política. Su fuerza internacional era mayor que nunca. Sin embargo, la realidad es que a finales de los ochenta el sistema estaba en la que parecía ser una crisis terminal, incapaz de desafiar al capitalismo internacional o de reproducirse a sí mismo en la Unión Soviética, Como sucede con cualquier otro proceso similar, y más obviamente con la descomposición de los estados después de una guerra larga, es posible recordar lo que parecen ser a?os de estancamiento y adivinar los orígenes de la crisis posterior. Se me ocurren dos razones obvias del fracaso. La primera, la razón clásica marxista que es fácilmente olvidada en los tiempos benignos actuales, es que a principios de los ochenta Occidente lanzó una ofensiva para debilitar y paralizar a la Unión Soviética. En el campo nuclear, los Estados Unidos fueron a buscar explícitamente la ?superioridad? sobre la URSS. Occidente avanzó con sus nuevos programas, descritos eufemísticamente como ?modernización?, y Reagan apretó más el tornillo al proponer y amenazar con desarrollar un sistema de defensa estratégica que pondría fin a la política de disuasión imperante hasta entonces. En el Tercer Mundo, la intervención de Estados Unidos acabó con la ola de revoluciones en varios niveles: después de la de Zimbabue, en 1980, ya no hubo más sublevaciones, ya fuese como resultado de la represión directa, como en El Salvador, o bien a través de la desviación de los procesos revolucionarios por los candidatos reformistas, como en las Filipinas, en Haití y en Corea del Sur. Al mismo tiempo se creó la ?doctrina Reagan? para justificar la presión en los estados revolucionarios del Tercer Mundo: se enviaron armas a las guerrillas que se oponían a los regímenes prosoviéticos en cuatro estados: Camboya, Afganistán, Angola y Nicaragua. Washington desarrolló una política de desgaste del poder soviético ?marginal?, refiriéndose con esto a los aliados socialistas del Tercer Mundo. Cientos de miles de personas murieron y a millones se les desplazó de sus casas como resultado de estas guerras contrarrevolucionarias de los ochenta. El resultado de las elecciones de febrero de 1990 en Nicaragua fue, sobre todo, una consecuencia de tal presión: representaba un agotamiento después de que 30.000 personas muriesen a manos de la contra. Esta contrarrevolución fue distinta de las de Chile, Guatemala e Indonesia, no porque fuera pacífica, sino porque las masacres se produjeron antes, no después, del derrocamiento del régimen revolucionario. El segundo argumento, que se encuentra tanto en obras soviéticas como occidentales, se concentra en un proceso interno, en una entropía. Este argumento es que, en cierto sentido, al modelo comunista se le acabó el combustible en los a?os ochenta, agotado después de cuatro a ocho décadas de dinamismo. Las se?ales más obvias de esto fueron el parón económico que parecía atenazar a la URSS y otros estados del COMECON y los problemas sociales y económicos. Se habían agotado las fuentes de crecimiento de que disponían antes: excedente de población agrícola, formas iniciales de industrialización, préstamos occidentales y tecnología aplicada selectivamente. Coincidiendo con este estancamiento económico, se manifestaron los problemas ecológicos producidos por décadas de intensivo saqueo a la naturaleza, desde la contaminación de los ríos en el sureste de la RDA a la contracción inexorable del mar de Aral. Los problemas sociales también surgieron en estas décadas de negligencia: descenso de los índices de natalidad, disminución de la esperanza de vida, aumento de la delincuencia. Sobre todo, se agotó el crédito político: históricamente, el movimiento comunista había sacado el impulso de acontecimientos específicos: la misma Revolución bolchevique y la derrota del fascismo. Los éxitos posteriores —el liderazgo inicial en la exploración del espacio después de 1957, la propagación de las ideas comunistas y socialistas en el Tercer Mundo— parecían confirmar esta marcha hacia adelante. Sin embargo, a partir de los a?os sesenta se detuvo este proyecto de avance histórico: la erección del muro de Berlín en 1961 y la destrucción de la experiencia checoslovaca en 1968 marcaron el final de este optimismo. Quizá hicieron falta dos décadas o más para que se hiciera evidente no sólo que el sistema ?comunista? había perdido su dinámica, sino, y este es el punto crucial, que no iba a recobrarla. La última gran expresión del optimismo comunista fue la de Jruschev, con sus perspectivas triunfalistas de una convivencia pacífica proclamada en el XXII Congreso del partido en 1961. Tres décadas más tarde esa visión parece estar vacía, basada en una exageración del potencial de la sociedad soviética, y en una creencia infundada en el determinismo histórico. No sólo no se completó la ?transición?, sino que fue incapaz de conservar el terreno que había ganado. UN FRACASO INTERNACIONAL Sin embargo, estos factores solos, subsumidos bajo el término gorbacheviano de ?estancamiento?, no pueden proporcionar una explicación adecuada del colapso del comunismo a finales de los ochenta. ?Estancamiento? es un término simplista, que implica un grado de homogeneidad dentro de los estados comunistas, que no es válido. El grado de estancamiento no era tan grande o tan exhaustivo LOS FINALES DE LA GUERRA FR?A 95 como para llevar a tal resultado. En efecto, según criterios puramente internos, era bastante verosímil imaginar que el sistema soviético, en la misma URSS y en el bloque, podía haber continuado durante a?os y décadas en el futuro, liberalizando hasta cierto punto la ortodoxia interna e internacional, pero manteniendo las características esenciales. En otras palabras, los factores endógenos por sí solos no pueden justificar el derrumbamiento final; lo que fue determinante, y lo que hizo ver el estancamiento desde una perspectiva totalmente diferente, fue el contexto global, y en especial, el historial particular del ?comunismo? comparado con el de su adversario, el capitalismo moderno. Esto, sobre todo, determinó los acontecimientos de finales de los a?os ochent A nivel teórico, los partidos comunistas habían funcionado con dos supuestos que mostraron su fatal imperfección: uno era el de la crisis inevitable y la decadencia secular del capitalismo; el otro era el de la capacidad de los países comunistas para construir un bloque alternativo, rival y con recursos propios, independiente del mundo capitalista. Fue a partir de estos supuestos que muchos comunistas que reconocían la superioridad aparente del capitalismo en la época de la posguerra todavía podían mantener su optimismo original en la creencia de que el éxito capitalista era únicamente bien un milagro, un resultado de la ?manipulación? (que ciertamente existe) o bien el penúltimo boom especulativo transitorio: sostenían que si el bloque socialista podía resistir el tiempo suficiente, entonces el mundo capitalista entraría en crisis, surgiría una nueva dinámica socialista y el guión inicial, retrasado y desviado por mucho tiempo, podría, finalmente, ponerse en práctica. De hecho, la época de posguerra refutó los dos supuestos y, al hacerlo, anunció lo que es el fracaso central del marxismo. Es un tópico decir que la mayor equivocaci?n del marxismo fue subestimar el nacionalis.. esta es una aflrmaclon dudosa, puesto que el liberalismo también lo hizo, y esto devalúa el justificado escepticismo sobre el nacionalismo que se observa en la tradición socialista. El desprecio de Marx de las ilusiones nacionalistas y la denuncia de Lenin de los ?altercados nacionalistas? parecen bastante oportunos hoy. El gran error del pensamiento marxista y socialista no fue la infravaloración del nacionalismo ni la sobrevaloración del socialismo y su capacidad, sino más bien la infravaloración del mismo cap ta1ismo, tanto en términos de su caácidad de expansión continua 96 DESPU?S DE LA CA?DA como en términos de su falta de una teleología catastrofista intrínseca: en palabras exactas de Bill Warren, ?El “capitalismo tardío”, ?a qué llega tarde??. En términos de rendimiento económico, los países capitalistas avanzados disfrutaron de un periodo de crecimiento sin precedentes en la época de posguerra, y los descensos fueron efímeros y relativamente bajos. Mientras que continuaban y de hecho crecían las desigualdades de ingresos, la mayoría de la población de estos países disfrutaba de un nivel real de vida prometedor. Este éxito económico se equiparaba al éxito político: se completó, en la época de posguerra, la extensión del sufragio universal en todos los estados capitalistas avanzados, se aceptó, por parte de la abrumadora mayoría de los habitantes de estos países, la legitimidad de la democracia capitalista y se deshicieron, en un periodo de tiempo extraordinariamente corto, del control colonial formal de Asia, ?frica y el Caribe. Mientras que el capitalismo sufrió un notable fracaso al tratar de contener el empobrecimiento de una parte de la población del Tercer Mundo, especialmente de ?frica y del subcontinente asiático, la propagación de la democracia capitalista a gran parte del Tercer Mundo demostró otra dimensión de la fuerza: además de las limitaciones de los regímenes revolucionarios del Tercer Mundo, la capacidad evidente de la economía y de la política capitalistas ha servido para disminuir el atractivo del socialismo en aquellas regiones donde, en la época de posguerra, había disfrutado de mayor éxito. El vínculo entre lo político y lo económico se consolidó por un cambio del carácter de la propia hegemonía capitalista, es decir, de los mecanismos por los que se produjo y se mantuvo el dominio del capital, y en particular de los valores e instituciones que se consideraba expresaban la legitimidad del sistema. Al erosionarse las viejas barreras sociales y las identidades, ciertas formas de actividad relacionadas con la comunicación y con la cultura del consumidor llegaron a adquirir un papel cada vez más importante: el poder de la televisión, de la música pop y de la moda siempre había dependido de otras formas de poder pero, sin embargo, adquirió un peso relativo mayor en toda la sociedad occidental. Esta era una combinación económico-política con la que el sistema actual parecía satisfacer la mayoría de las necesidades cotidianas y en la que prevalecía un grado de elección, aunque fuera exagerada y maquillada. La imagen total de un socialismo que ?alcanza y supera? al capitalismo se LOS FINALES DE LA GUERRA FR?A 97 desdibujaba doblemente: en primer lugar, no era capaz de alcanzarlo ni siquiera en los términos cuantitativos más estrechos y más tradicionales, tales como la producción industrial o la producción de alimentos; pero, en segundo lugar, el criterio según el cual se juzgaba la competencia, sobre todo en las poblaciones gobernadas por los partidos comunistas, estaba cambiando. Por lo tanto, este triunfo del capitalismo era un triunfo al que la sociedad ?comunista? era especialmente vulnerable, ya que no podía competir en términos de producción y de cambio tecnológico. Y aún menos podía competir en los ámbitos recién creados del consumismo y de la cultura popular. Lo que más preocupaba a los líderes soviéticos era la importancia de esto para el área de competencia más vital, sobre todo, la competencia militar: igualar a Occidente en cantidad, y no digamos en calidad tecnológica, se hacía cada vez más difícil. El <(comunismo? no podía competir política- mente, puesto que su triunfo revolucionario inicial no logró transformarse en sistemas democráticos funcionales y alternativos: la dictadura ?politburocrática?, por usar una expresión de Bahro, se impuso en todo el sistema. Y menos podía competir en los nuevos campos promovidos por el avance capitalista: por un lado, la cultura del consumo y, por otro, la tercera revolución industrial y la difusión de la tecnología de la información. Tampoco las sociedades ?comunistas? pudieron, y este es en muchos aspectos el elemento clave, constituir un bloque internacional alternativo. En términos de la actividad económica, el bloque soviético nunca constituyó un bloque comercial dinámico capaz de competir con Occidente. Siempre ocupó un lugar defensivo y subalterno en la economía internacional. Siempre rezagado, estaba condenado a copiar en el campo de la tecnología. El bloque soviético era simplemente demasiado débil, y sus mecanismos internos demasiado rígidos, para permitir tal desarrollo. Al mismo tiempo, los países del bloque no podían aislarse del mundo capitalista. En el campo más obvio de todos, el de las comunicaciones, cada vez fue más posible que la gente de los estados comunistas pudiera oír y ver lo que sucedía en el mundo exterior. El impacto de la televisión de Alemania Occidental en gran parte de la RDA, o de la televisión finlandesa en Estonia, eran ejemplos de esto. La música pop proporcionó una forma directa de llegar a los jóvenes del mundo comunista. Con niveles de educación 7. — BLACKBURN 98 DESPU?S DE LA CA?DA más altos y cada vez más oportunidades de viajar, la comparación entre los niveles de vida y la situación política de los estados comunistas y los estados capitalistas avanzados se hizo mas evidente Fue este fracaso compajativo, más que absoluto, el que puso las bases del colapso de finales de los ochenta: no sólo fomentó el descontento hacia un sistema al que se veía en quiebra, sino que destruyó la creencia en que, en algún sentido secular más amplio, el sistema comunista pudiera alcanzar alguna vez, ni mucho menos superar, al sistema occidental. Sin embargo, el detonante internacional de la crisis no fue sólo resultado de que el bloque soviético no fuese competitivo: la misma crisis tuvo unas dimensiones internacionales clave. En primer lugar, el derrumbamiento de la hegemonía del partido comunista en Europa oriental, por mucho que se hiciese desde abajo, no hubiera sido posible sin el cambio de política soviética propuesto a finales de 1988, según el cual la URSS no intervendría para mantener estos regímenes en el poder. Los antiguos politburós no podrían seguir dominando al viejo estilo; el cambio de política de Gorbachev fue la condición previa indispensable para que se dieran los cambios. En segundo lugar, igual que en otras situaciones revolucionarias, el efecto aleccionador de los casos que salieron adelante fue de gran importancia y cada uno de ellos hizo avanzar el proceso: primero, la liberalización húngara impulsada desde arriba; luego la elección del gobierno de Solidaridad de Polonia; luego la erosión (comparativamente) lenta de la RDA por el éxodo masivo del verano y las manifestaciones posteriores; después la sublevación checa, mucho más rápida, y, por último, el cambio repentino y sangriento en Rumania. La dimensión internacional fue, por otra parte, importante y característica en un tercer aspecto: en proporcionar un estímulo para las acciones desestabilizadoras desde el bloque capitalista; las sublevaciones de 1989 contra el gobierno de los partidos comunistas fueron alentadas, tanto en su desarrollo como en su estabilización posterior, por el ánimo y buena acogida que recibieron —o que las poblaciones creyeron que recibirían— de Occidente en términos diplomáticos, militares y financieros. ALTERNATIVAS REALES E IMAGINARIAS Del fracaso comparativo del experimento ?comunista? se siguen varias consecuencias. La primera de ellas es que la alternativa convencional a la ortodoxia brezhneviana, es decir, el ?socialismo de rostro humano?, en el sentido en que lo empleó Dubcek en 1968, es, y siempre fue, poco convincente. Porque el ?socialismo de rostro humano? significaba el mantenimiento del partido comunista en el poder, pero ejerciendo una política más humana y democrática. Esta creencia en la democracia juntamente con el control del partido es una constante en la política comunista liberal: desde Jruschev y la primavera de Praga de 1960 a la Alternativa de Bahro de 1970, y hasta las formulaciones iniciales de la perestroika después de 1985. En un mundo donde existía la posibilidad alternativa de un sistema capitalista y una opción pluripartidista capitalista, esto es, con la posibilidad de que tras una votación el partido comunista quedase totalmente excluido del poder, la opción del ?socialismo de rostro humano? era un término medio, un compromiso insostenible. Todo cuanto se dice de economías mixtas y cosas por el estilo en OccidenVe, oscurece el hecho de que la alternancia política tiene lugar dentro de un sistema socioeconómico relativamente inalterable: es posible variar el gobierno anterior una vez cada cuatro o cinco a?os, pero no es posible cambiar un sistema socioeconómico por otro con el mismo procedimiento. El partido comunista, ya tuviese un rostro humano o inhumano, o bien tenía que insistir en que gobernaba solo, o bien tenía que permitir la posibilidad de que le hicieran abandonar el poder de una vez por todas. Ello implica la dudosa validez de los argumentos según los cuales el sistema se hubiese podido salvar en los a?os sesenta: si Jruschev hubiera continuado y hubiese sido más coherente, o si Brezhnev nohubiera invadido Checoslovaquia, el sistema hubiese seguido estando sometido a presiones externas que le habrían impedido una trayectoria comunista estable y reformada. La segunda consecuencia tiene que ver con el destino del ?comunismo? fuera del bloque soviético, y en particular en Europa occidental. Hace mucho tiempo que el comunismo liberal o reformista sostiene que la imposición de la dictadura política en nombre del socialismo en el Este ha inhibido el desarrollo del comunismo en el Oeste. Se afirmaba que una apertura política en el Este hubiese facilitado las cosas al eurocomunismo y a otras corrientes. La historia más bien dice lo contrario: como ya se ha se?alado, los partidos comunistas estaban en la cúspide de su influencia en Occidente bajo Stalin, y han sufrido una continua erosión desde entonces, pan passu con las liberalizaciones de Jruschev y Gorbachev. De hecho, la crisis final de la ortodoxia comunista en la Europa oriental en 1989 parece haber llevado a una nueva serie de crisis dentro de los partidos comunistas en la Europa occidental. Las razones de esta paradoja no son difíciles de encontrar. No es tanto que el éxito comunista en Occidente estuviese basado en una admiración, abierta o encubierta, por la dictadura beligerante del Este, o por un friso de identificación autoritaria, aunque pocos podrían negar que cumplía su función, sino más bien este éxito se apoyaba en la creencia en una alternativa viable e históricamente progresista. Es la destrucción de esa creencia en los a?os ochenta lo que ha minado la credibilidad del comunismo en Occidente. La otra razón del historial aparentemente paradójico de los partidos comunistas es un poco más difícil de especificar; tiene que ver con que una condición previa esencial para cualquier socialismo viable en Occidente es un grado de combatividad hacia el mismo sistema al que desafía, a saber: el capitalismo. Cualesquiera que fuesen sus defectos, los partidos comunistas tradicionales encarnaban esa cualidad. El rasgo más acusado de los actuales partidos comunistas de la Europa occidental no es su mayor capacidad crítica del pasado soviético, sino su falta de toda hostilidad radical hacia el capitalismo en sí. NUEVA ERA, VIEJOS PROBLEMAS Este punto de inflexión en la historia moderna que desenmara?a las consecuencias de la primera y de la segunda guerra mundial, se recibe con un júbilo prácticamente universal en el Este tanto como en el Oeste. Se promete el fin de la guerra fría, el comienzo de una nueva era de armonía internacional, incluso, en cierto sentido neo- hegeliano, el fin de la historia. Lo menos que se puede decir es que si tenemos que regresar a un mundo tal como estaba antes de 1914, entonces hay ciertos peligros obvios. Fue ese mundo de conflicto intercapitalista, no aturdido por la existencia de un rival socialista, LOS FINALES DE LA GUERRA FR?A 101 el que dio origen a décadas de saqueo colonial y a la misma gran guerra. Anunció lo que otros han llamado la guerra civil europea de 1914-1945, pero que fue, como cualquier chino o vietnamita podría decir, bastante más que eso. Las ansiedades que se expresan sobre el poder alemán y japonés difícilmente prometen un siglo xxi tranquilo. De forma más inmediata está la relevancia de otro desafío, menos resoluble, a la paz internacional; es decir, el conflicto étnico y comunal. El derrumbamiento del poder soviético ha ido acompa?ado del estallido del nacionalismo y de los conflictos étnicos por toda Europa oriental y la misma URSS; simultáneamente, gran parte del Tercer Mundo poscolonial está dividido por una violencia étnica que no presenta ningún indicio de su fin. En efecto, si uno de los rasgos distintivos de finales de los a?os ochenta fue el final de la guerra fría, el otro fue el resurgimiento de un sentimiento nacionalista en gran parte del mundo desarrollado, así como en el mundo en vías de desarrollo: desde el exceso chauvinista de los acontecimientos deportivos de Gran Breta?a al resurgimiento de la arrogancia de gran potencia en Estados Unidos, Japón y Alemania, este sentimiento se ha convertido en un lugar común de la política del mundo desarrolladoTambién se oculta en otros contextos —desde la inoportuna tolerancia del fanatismo religioso disfrazado de antirracismo que exhiben algunos sectores de la intelligentsia liberal, hasta la búsqueda de las ?tradiciones nacionales? por parte de antiguos componentes del movimiento comunista internacional. Bajo estos conflictos y tendencias políticas subyace el tema más importante de todos, para hacer frente al cual se fundó el partido comunista y que ahora, al final de la guerra fría y la asfixia del bloque comunista, han puesto en cuestión. Se trata de las posibilidades políticas, y concretamente del grado en que el modelo de capitalismo moderno ahora en ascenso es susceptible de críticas en nombre de una alternativa deseable y verosímil. La crítica del capitalismo fue el punto de partida del marxismo y del socialismo, y es el punto al que esa tradición hará bien en regresar. Es sorprendente cómo, en medio del triunfo del capitalismo consumista y del derrumbamiento del ?comunismo?, las posibles aberraciones están siendo sumergidas en nombre de un nuevo consenso político y cultural internacional; todos aspiran, y supuestamente están de acuerdo con una utopía transnacional compuesta, destilada de y definida por los estilos de vida de California, Rheinland-Westfalen y Surrey. Es evi dente que esta nueva utopía contiene estructuras profundas de desigualdad, definidas en términos de clase, sexo, raza, y regionales, pero en la mayoría de los discursos públicos vigentes no se alude a ello. La determinación con la que se proyecta y defiende esta utopía —desde el informe de los acontecimientos a la presentación de las estadísticas— podría por sí sola sugerir que se trata de una construcción artificial y vulnerable. Sin embargo, su prevalencia significa que las alternativas están excluidas y denigradas. --En el precipitado repliegue del comunismo ortodoxo se están abandonando muchas cosas positivas y necesarias: por nombrar sólo -cuatro de ellas, e1 compromiso con la justicia social, la insistencia en excluir la religion de la vida publica, la promocion por parte del estado de la igualdad entre hombres y mujeres, del internacionalismo y de la solidaridad. La afirmación de una necesidad de intervenir para planificar y dirigir la actividad economica ahora se rechaza casi universalmente, en una época en la que la destrucción crónica de la producción nunca ha sido más evidente. Lo que está ocurriendo en estos frentes de los países ?comunistas? no es un avance, sino un retroceso que hace época. Se puede buscar inútilmente en las columnas del, por lo demás refrescante, Noticias de Moscú sin encontrar ninguna mención del mérito de la historia y la tradición bolcheviques. En el mundo capitalista moderno han desaparecido las agencias políticas y sociales creíbles en favor del cambio. La clase trabajadora ha sufrido una fragmentación y marginación considerables, y se ha recortado su potencial organizativo y legal. Los ?nuevos movimientos sociales?, fuerzas que identificaban y desafiaban las hasta entonces negadas formas de opresión, pero cuya coherencia y capacidad estaban muy sobreestimadas, ahora están dispersos. En, muchos de estos estados es evidente la emergencia de nuevas fuerzas sociales de la derecha radica1Jnto 2gjítj?as como religiosas Tampoco de los partidos socialdemocratas de Occidente, ni de las reformas gorbachevistas del Este surge una crítica clara y verosímil del capitalismo de ?hoy en día?. Esta es una evolución curiosa y amenazadora, un triunfo de la simplificación ideológica. Después de todo, fue el capitalismo el que en el siglo xix nos trajo las masacres de las poblaciones autóctonas en tres continentes, y en este siglo dos guerras mundiales. Después de todo, el capitalismo es el que ha sufrido un notable fracaso al tratar de difundir su riqueza para reducir la distancia entre los LOS FINALES DE LA GUERRA FR?A 103 ricos y los pobres a escala mundial, y el que todavía dirige sus negocios diarios a partir de un delirio adolescente y de la inutilidad del mercado, que nos presentan a cada momento en forma de ?noticias financieras?. El movimiento comunista era un intento de presentar un desafío a ese sistema y de construir una alternativa, más deseable y viable, que sustituiría la anarquía y la crueldad del capitalismo por una forma de actividad económica más humana y racionalmente dirigida. Durante siete décadas ha planteado tal desafío, pero al final parece haber naufragado. De la forma en que surgió no es, a los ojos de la abrumadora mayoría de la población del Este y del Oeste, ni más deseable, ni más viable que el capitalismo moderno. El implacable torrente de jóvenes desde la RDA hacia el Oeste que rechazan la opresión y las constricciones identificadas con el socialismo, contiene una lección histórica de suma importancia. Incluso en el área de mayor éxito, la de la competencia militar, sólo fue capaz de competir de una manera parcial e intermitente. Quizá sea prematuro hacer una valoración histórica de lo que ha representado el experimento comunista. Era un desafío parcial, impaciente y distorsionado, al sistema dominante de nuestra época, un desafío cuyo desarrollo y desaparición sólo confirman el instinto inicial de Marx de que un desafío al capitalismo tendría que estallar y consolidarse a nivel global para que tuviera éxito. En nombre de un potencial económico y político exagerados, y de una teología equivocada, las sociedades comunistas se presentaban a sí mismas como una forma de sociedad superior a, y más allá, del capitalismo. Ciertamente eran ?no capitalistas?, pero no eran ?poscapitalistas?: en muchos aspectos se parecían a formas del capitalismo inicial, con su dependencia del poder militar y represivo, su fracaso a la hora de generar un cambio tecnológico, y su falta de mecanismos eficientes de integración económica internacional. Después de décadas de éxito parcial, parecen haber sucumbido a una forma de producción y a un sistema político mucho más fuerte que ellos y que no parece encaminado hacia ninguna crisis o agotamiento predeterminados. Esto exige y proporciona la oportunidad de una revaloración y una reordenación no sólo del marxismo y del movimiento socialista, sino de las tradiciones radicales y revolucionarias dentro de la sociedad occidental en su conjunto. Estudioso entusiasta de las agitaciones de Alemania y firme creyente de la determinación de los “factores socioeconómicos, Marx por lo menos no se habría sorpren‘dido por los acontecimientos del pasado reciente. Tras su largo y doloroso recorrido histórico, la tradición comunista puede regresar ahora a su punto de partida, la crítica y el desafío a la economía pohtica capitahsta\La cuestion principal es si, y hasta que punto, existe una a1ternatiaá1 modelo capitalista imperante, y si esto es así, qué organismos socialés se pueden movilizar democráticamente para crearla y mantenerla Gran parte de la nueva valoración del marxismo clásico -ha tomado la forma de la construcción o el restablecimiento de vínculos con las formas de resistencia contemporáneas que hasta ahora estaban separadas de la tradición marxista —la socialdemocracia, desechada en 1914, y tendencias de la época posterior a 1945, entre ellas el feminismo, la ecología y el antirracismo. Sin embargo, igualmente importante es reconocer la relevancia de los movimientos radicales premarxistas, especialmente ante el renacimiento actual de desafíos tales como el clericalismo, el nacionalismo y el irracionalismo. Tanto como a los primos lejanos del siglo xx, es importante recordar a los antepasados aufgehobene del siglo xviii, supuestamente descartados. Si el final de la guerra fría no hace otra cosa que aclarar esa cuestión y emancipar al socialismo de las respuestas falsas y deterministas y de las lealtades condenadas, habrá preparado una agenda sustancial para el siglo xxi. La tarea de reflexionar teórica y políticamente sobre los acontecimientos de finales de los ochenta no hace más que comenzar, y el análisis de su importancia debe ser necesariamente provisional. Lo que no podemos infravalorar es el desafío que plantean. EDWARD THOMPSON LOS FINALES DE LA GUERRA FR?A: UNA R?PLICA Aunque simpatizo con las intenciones de Fred Halliday en ?Los finales de la guerra fría?,’ tengo que discrepar vehementemente, tanto de su método como del desarrollo de éste. Sin duda, ha sido víctima de la presión por hacer un comentario inmediato (dio su conferencia sobre los acontecimientos que tuvieron lugar de octubre a diciembre de 1989 en Europa central y oriental el 5 de marzo de 1990, y probablemente la escribió en febrero); y a otros (incluido yo mismo), a quienes se nos persuadió para que nos comprometiéramos demasiado precipitadamente a publicar, se nos podría criticar con la misma fuerza. Pero observemos las dificultades y también los silencios y rechazos teóricos del texto de Halliday. En primer lugar, en interés de la claridad, debo atacar la descripción simplista de Halliday de las cuatro ?escuelas? de análisis de la guerra fría: la primera, convencional y ?realista?; la segunda, liberal y preocupada por las contingencias; y una tercera escuela, a la que estoy asociado junto con Mary Kaldor, Michael Cox, Noam Chomsky y André Gunder Frank (un grupo de alguna forma dispar), que se supone que mantiene que ?la aparición de un conflicto entre bloques o entre sistemas ocultó una homología, pues ambos lados utilizaban y se beneficiaban de la contienda dentro de sus propias áreas de influencia ... Para ellos, la propia guerra fría es un ?sistema? más que una rivalidad entre dos sistemas?. Y hay una cuarta escuela, que es la de Fred Halliday, que analizó (y analiza) la 1. Reimpreso supra, pp. 77-104. 106 DESPU?S bE LA CA?DA guerra fría en términos de su ?Qarácter intersistémico, el hecho de que expresaba la rivalidad de d105 sistemas sociales, económicos y políticos diferentes?. Este torpe agrupamiento de las ?escuelas?, que después están comentadas, no en su propia %gua sino en la de Halliday, es un método impreciso de intelectual. En las últimas décadas ha habido demasiadas clsjficaciofles imputadas a supuestas ?posiciones?. Yo no he usado el término ?homología? en mi vida y no estoy seguro de lo que signif El término que usé varias veces, tanto en el artículo sobre el ?xterminismo?2 como más tarde al responder a las críticas,3 fue ?reQíproco? y ?reciprocidad?. Esto revelaba no una definición sino un proceso histórico de formación mutua: la reciprocidft (e incitación mutua) en las armas, las hostilidades ideológicas, la 5guridad interna, el control de estados satélites y clientes, etcétera. Hay buenas razones para qüe nos importe esta aclaración. El fijar una ?homología? y un COIflicto ?intersistémico? en contraposición a dos ?escuelas diferente? es confundir el hecho de que los dos puntos de vista pueden ser (aunque no es necesario que lo sean) compatibles entre sí. Según mi propio punto de vista, ciertamente ha habido conflictos intersisténkjcos que, en cierto momento (y en un proceso histórico concreto), se sistematizaron —,quizá después de 1948?— dando origen a un etado de guerra fría que actuó como condición dinámica ?autorreprductora? Como dije en mi conferencia de Dimbledy ?Más allá la guerra fría? (1981), la guerra fría es ?sobre sí misma?. Tom.fldO prestadas las palabras de Pasternak, sostuve que la guerra frta debía de ser vista como ?las consecuencias de las consecuencias. se había ?liberado de las razones de su origen y adquirido Ufl ‘pulso por inercia, independiente y propio?. Pero en tanto que la erra fría se convirtió en un ?sistema? (término de Halliday, no kiío), no necesita literalmente eliminar las anteriores rivalidades erktre sistemas, sino que puede incorporar éstas como parte de la mima fuerza conductora de incitaciones ideológicas. Así pues, las ?ecuejas? de Halliday son falsas; vol- 2. NLR, n.° 121, mayo-junio de 98O. 3. En ?Exterminjsm Reviewed?, Exterminism and Coid War, Verso, Londres, 1982. LOS FINALES DE LA GUERRA FR?A: UNA R?PLICA 107 vemos a necesitar un análisis más preciso (y también más informado empíricamente). ?SISTEMAS CATEG?RICOS O PROCESO REC?PROCO? Halliday supone que los acontecimientos de los últimos meses han resuelto el debate a su favor. No nos dice exactamente lo que son sus dos ?sistemas?, excepto que uno es el capitalismo y el otro el no capitalismo. Ahora no puede usar socialismo o comunismo sin turbación, pero su gran revisión categórica del otro sistema es poner el ?comunismo? entre comillas. Su artículo es una ?reivindicación de que el a?o 1989 fue la prueba de las teorías de la guerra fría?. Y sostiene triunfalmente que ?el jurado ya no está fuera?, puesto que los acontecimientos del oto?o de 1989 prueban que el ?fin? (es decir, propósito) de la guerra fría era la ?homogeneidad sistémica y el objetivo fue el carácter socioeconómico y político de los estados centrales de cada bloque?. Regresa a este razonamiento en la página 87 y su postura debería examinarse con cuidado: ?Porque el fin de la guerra fría ... y el clima de distensión que prevalece en Europa y en la mayor parte del Tercer Mundo, se consiguen no por una convergencia de los dos sistemas o de una tregua negociada entre ellos, sino por el fracaso de uno frente al otro. Esto significa nada menos que la derrota del proyecto comunista tal como se le ha conocido en el siglo xx, y el triunfo del capitalismo. Esto es así hasta el punto que proporciona una validación retrospectiva de la interpretación de la guerra fría como una lucha entre dos sistemas?. O, como escribe más adelante (de nuevo, nótense las comillas evasivas), ?Hablando en el lenguaje del “pensamiento antiguo”, lo que ahora presenciamos es una lucha de clases a escala internacional, puesto que la fuerza superior del capitalismo occidental impulsa la apertura de las sociedades que estuvieron cerradas a él durante cuatro décadas o más?. Pero yo y la mayoría de mis colegas de la ?tercera escuela? —y del movimiento para la paz no alineado— nunca predijimos el final de la guerra fría como una ?convergencia de dos sistemas?, ni siquiera (excepto bajo forma de una distensión ambigua) como una tregua negociada entre los antagonistas. En efecto, el equilibrio de la primera guerra fría confiaba en un tipo de ?convergencia? no dialéctica de opuestos que jugaban conforme a las mismas reglas. Nosotros trabajábamos para reemplazar a la guerra fría por nuevos sistemas de relaciones internacionales en general y por la ruptura del enfrentamiento bipolar. Al plantear el problema de la forma en que él lo hace y al pulir nuestro vocabulario para acomodarlo a sus propios fines, Halliday basa con precisión las conclusiones a las que quiere llegar. Si hablamos de ?homología? y de un ?sistema? de guerra fría (sus términos) podemos estar predispuestos a llegar a sus conclusiones; si hablamos de ?reciprocidad?, ?impulso por inercia? y ?dinámica autorreproductora?, entonces estamos hablando de un proceso histórico real y no de ?sistemas? categóricos, y a los acontecimientos del oto?o de 1989 se les puede ver como conclusión de una era histórica y el inicio de otra. En una lógica de interacción recíproca, si una parte se retira puede tener efectos profundos en la otra, de la misma manera que un luchador que de repente pierde a su antagonista se puede caer al suelo. En segundo lugar, ?no es hora de que yo abandone mis tesis sobre el ?exterminismo?? Muchos críticos encuentran que dichas tesis estaban construidas sobre la nada y se les ocurre que han sido refutadas por los acontecimientos posteriores a 1985. En cuanto que permití la sugerencia de que el ?exterminismo? era un proceso histórico determinado, algunas de las críticas son justas. Pero debería a?adir que este artículo se escribió a principios de 1980, antes de que surgiera el movimiento masivo por la paz y, en efecto, su tono crudo e intransigente estaba influido por este hecho y por mi deseo de desafiar lo que yo suponía que era ?inmovilismo? político entre los sofisticados marxistas occidentales. De mayor importancia es el hecho de que las tesis sobre el exterminismo se presentaron como tesis negativas, cuyas alternativas positivas se expusieron en mi conferencia ?Más allá de la guerra fría?, 4. Entre los artículos constructivos están: Simon Bromley y Justin Rosenberg, ?After Exterrninisrn?, NLR, n.° 168, marzo-abril de 1988; Michael Sukhov, ?E. P. Thompson and the Practice of Theory?, en Socialism andDemocracy, oto?o-invierno de 1989; Martin Shaw, ?Exterminism and Historical Pacifism?, en Harvey Kaye y Keith McLelland, eds,, E. P. Thompson: Critical Perspectives, Londres, 1990. Yo intenté aclarar mis puntos de vista en ?Exterminism Reviewed?, en el libro de Verso, y allí acepté la crítica de Raymond Williams a mi metáfora del exterminismo como una forma de producción. Véase también mi ?Ends and Histories?, en Mary Kaldor, ed., Europe from Beílow: An East- West Dialogue, Verso, Londres, 1991. LOS FINALES DE LA GUERRA FR?A: UNA R?PLICA de l98l. Esta conferencia nunca recibió la atención que recibió el ?exterminjsmo? —sobre todo en los círculo5 marxistas—; sin embargo, vista desde la perspectiva de 1990, PUede parecer que es más presciente y que, en efecto, ofrece un trabajo que prefigura los acontecimientos del Oto?o de 1989. No escribo esto para felicitarme a mí mismo —después de todo, si uno ofrece una imagen del futuro optimista y también pesimista, una de ellas es probable que esté más cerca de la realidad que la otra—, sino para destacar que el argume0 nunca se apoyó exclusivamente sobre el ?exterminismo? como determinismo estructural, sino que también fue siempre un argume0 sobre cómo escaparse de esta lógica inexorable hacia POSibilidades alternativas. Junto con otros activistas en los movimientos neutrales por la paz, puse mucho énfasis en el contenido ideológico de la segunda guerra fría. Como escribí a finales de 1983: ?Es la ideología, incluso más que las presiones militares-industriales, el motor conductor de la guerra fría ... Es como si ... la ideología se hubiera liberado de la matriz socioeconómica real de la que se nutrió Y Ya no estuviera sujeta a ningún control de su propio interés racional. La segunda guerra fría es una repetición de la primera guerra fría, Pero esta vez como una farsa mortal: la satisfacción del interés real (conflicto entre las dos superpotencias) es peque?a, pero la satisfacción del rencor ideológico y la imagen es peligrosamente grande? 6 Nuestro argumento nunca estuvo limitado a cierta interacción de Sistemas de armas (especialmente nucleares), como se ha supuesto algun veces. El trabajo del movimiento por la paz no era solamente Oponerse, sino también exponer y desmitificar el vocabulario maloliente de las armas nucleares para revelarlas no sólo como armas, sfl0 también como retórica simbólica para ?la supresión de la Política ... y la sustitución de la amenaza de aniquilación por la resolución negociada de las diferencias?. De ahí el anquilosamiento del proceso político por parte de la guerra fría, el equilibrio degenerj0 de la condición. En tercer lugar, si volvemos a plantear el problema en los térmj 5 ?Beyond the Cold War? se publicó como Un panfleto de Merlin/END a finales de 1981, reimpreso en Zero Option, Londres, 1982 (hay trad. cast.: Opcjd cero, Crítica, Barcelona, 1983, pp. 199-240) y en los Estados Unidos como Beyond the Coid War, Nueva York, 1982. nos de nuestro análisis antes que en la glosa de Halliday, podrían extraerse algunas grandes conclusiones. Los acontecimientos del oto?o de 1989, cuando las barreras ideológicas de cuarenta a?os comenzaron a abrirse, podría parecer que confirman nuestro análisis antes que el de Halliday. Pero el ?jurado todavía está fuera?. Si sustituimos ?homología? por nociones más dialécticas de proceso recíproco, entonces este proceso sólo acaba de comenzar. La prueba estará en el resultado de los próximos cuatro o cinco a?os. Nadie en los movimientos por la paz neutrales supuso jamás que los acontecimientos debieran continuar del mismo modo en ambas divisiones del globo. Pero si nuestro análisis tuviera algún mérito, podemos esperar que ahora sobrevengan cambios ideológicos y políticos sustanciales en el Oeste. Ya se están lamentando los comentaristas occidentales de la pérdida de ?otro? enemigo oportuno, justo cuando los contratistas de armas nucleares y espaciales de los Estados Unidos se están quejando de que ?hacen da?o?. En todas las elecciones presidenciales durante cuarenta y cinco a?os, la derecha de Norteamérica ha fijado los parámetros del debate en términos de ?seguridad? y de amenaza soviética y en esa propaganda ensordecedora se han silenciado otros temas internos e internacionales. Ya hay premoniciones de que esa supresión de la política no puede continuar por mucho tiempo en los Estados Unidos, por no hablar de Europa occidental. Al mismo tiempo, los controles políticos e ideológicos sobre los estados satélites y clientes se están debilitando en la OTAN y en el Pacto de Varsovia. Si la guerra fría ya no es ?autorreproductora?, podemos esperar que otras presiones (más tradicionales, menos mistificadoras y menos ideológicas) se reafirmen. Pero esperemos antes de decidir que es el ?capitalismo? lo que ha triunfado tout court. ESCRIBIENDO LOS MOVIMIENTOS POPULARES En cuarto lugar, el párrafo que acabo de escribir es demasiado pasivo en el tono. Y la pasividad de Halliday (en la búsqueda de un análisis supuestamente objetivo) es bastante extraordinaria. En magún momento de su análisis, relativamente largo, de los finales de la guerra fría hace mención, ni siquiera de forma pasajera, abs movimientos pacifistas. Probablemente vea el movimiento pacifista occidental como una farsa vacía (quizá mal dirigida), que no tuvo LOS FINALES DE LA GUERRA FR?A: UNA R?PLICA 111 ninguna influencia en el acontecer histórico. Por supuesto, los que comimos, bebimos y vivimos el movimiento pacifista de forma obsesiva durante casi una década no queremos admitir nuestra total irrelevancia. Tenemos un interés personal en suponer lo contrario. También tenemos unos cuantos argumentos. He sostenido que el movimiento pacifista neutral del Oeste entró en diálogo y en cierta comunidad de acción con el movimiento para la defensa de los derechos humanos del Este, lo cual dio origen al ?momento ideológico? cuando la cerradura de la guerra fría estaba rota. Mary Kaldor nos ha recordado que en 1981-1983, cuando millones de personas se manifestaban en las capitales de Europa occidental, ?los movimientos eran comparables en importancia a los movimientos por la denlocracia de Europa oriental de los últimos a?os ochenta? —y quizá influyeron en los últimos.7 Halliday, que puede encontrar espacio para mencionar la influencia de la música pop y de la televisión finlandesa en Estonia, mantiene un silencio absoluto sobre cualquier movimiento pacifista. Sin embargo, en la primera mitad de la década, las fuerzas de la OTAN se llevaron un gran susto y vivieron sucesivas emergencias que sólo abordaron ejerciendo todas las formas de manipulación de los medios de comunicación, y su influencia política: las elecciones germano-occidentales, danesas, italianas y británicas y el referéndum sobre la OTAN en Espa?a. Yo sigo convencido de que la instalación por la OTAN de los misiles crucero habría sido rechazada por Oran Breta?a si el general Galtieri no hubiera acudido al rescate de la se?ora Thatcher. Por otro lado, la guerra (1917-1920 y 1941-1945 y la expectativa de invasión en los a?os treinta) y la guerra fría después fueron condiciones necesarias para la formación histórica del estalinismo y de Sus consecuencias brezhnevjanas: en la exaltación de las prioridades, la imposición de economías de dominio y la eliminación de la demanda, el incremento de la paranoia ideológica, el fortalecimiento de las fuerzas de seguridad interna, las diplomacias de ?dos camPOS?, la ilegalización de la disidencia, y todo lo demás. Esto no quiere decir que no hubiera fuerzas sociales internas fuertes, que Confluían con presiones externas —y encuentro el sugerente estudio de Moshe Lewin The Gorbachev Phenomenon8 especialmente útil para la comprensión de éstas—, pero la actual moda intelectual de atribuir un ?estalinismo genérico?, vagamente definido, a la mala fe original del ?marxismo? es tan vergonzosa como lo era la elegante celebración de la guillotina de anta?o como el auténtico resultado de la Ilustración. Halliday no es culpable de estas locuras, excepto en la medida en que sólo puede ver el final de la guerra fría como una derrota del ?socialismo? o del no capitalismo, y no como una reapertura de las posibilidades cerradas, parcialmente, de resultas de las presiones populares desde ambos lados. ?Por qué guarda Halliday este extraordinario silencio sobre el papel de los movimientos populares en el fin de la guerra fría? Yo sugiero que podría ser a causa de un rechazo teórico posterior. El insiste en reducir todo análisis al pensamiento de ?dos campos? —capitalismo contra no capitalismo o ?comunismo? como ?sistemas?— y se niega absolutamente a explorar la posibilidad de ?terceras vías?; la desestima categóricamente. Esta es una vieja costumbre de los editores y colaboradores que han llevado la New Left Review con tanta tenacidad desde principios de los a?os sesenta. Mientras que están dispuestos a emplear en abundancia el término algo vacío (y desde mi punto de vista, culturalmente relativista) de ?el Tercer Mundo?, la sola posibilidad de una ?tercera vía? —o de una cuarta, o una quinta— o, de hecho, de reabrir un campo de posibilidades en el que se podría esperar que surgieran nuevas variantes de formación social y nuevas combinaciones de viejas y más nuevas formas de producción, está fuera de discusión como una imposibilidad categórica. Por lo tanto, el ensayo de Halliday —véase especialmente el párrafo de la página 103— tiene que concluir como una necrología, no sólo del mandato comunista y del ?socialismo realmente existente?, sino de cualquier alternativa a la sociedad capitalista. El profundo pesimismo de su postura es solamente la otra cara de la moneda del triunfalismo capitalista occidental, y comparte las mismas premisas. Pero se nos recuerda que esto no es sólo una cuestión teórica compleja; una cuestión que yo quisiera que la NLR abriera a un debate informado. No solamente se trata de reexaminar la época 1945-1947, cuando en Francia, Polonia y (más tarde) en Yugoslavia, India y en otras partes, la cuestión se planteó como teoría. Se trata también de movimientos reales y de prácticas políticas. Según mi punto de vista, los movimientos y las prácticas pueden estar muy LOS FINALES DE LA GUERRA FR?A: UNA R?PLICA por delante de las teorías. En los movimientos pacifistas y por la defensa de los derechos humanos de finales de los a?os ochenta y los ?nuevos movimientos sociales? vinculados o de apoyo, la ?tercera vía? surgió a escala sustancial no como teoría sólo sino como fuerzas sociales reales: como un hecho histórico. ?SOLAMENTE OBSERVADORES? Y este es mi quinto punto. Tales ?hechos? no sólo exigen la observación y el análisis inteligente —lo que la NLR siempre ha hecho bien—, sino que también requieren un apoyo activo. Están corroborados por la práctica. Me he visto obligado a escribir este comentario no sólo porque no esté de acuerdo con el análisis de Halliday, sino también porque creo que en 1990 se requiere algo más que un análisis. Porque si tomamos el punto de vista de la ?reciprocidad? de la guerra fría, entonces tanto si el fracaso de esa condición es un triunfo para el enérgico capitalismo occidental o no, como si se trata de una oportunidad para que la ?tercera vía? se haga más fuerte tanto en el Este como en el Oeste, descubriendo proyectos y vocabulario comunes, continúan sin resolverse y depende de lo que nosotros hagamos. El jurado no está fuera para siempre. No hay nada más desalentador que el fracaso de los movimientos pacifistas occidentales y el que las fuerzas progresistas no ocupen los espacios que se han abierto; o el fracaso en acelerar el proceso político del Oeste para igualar la descomposición de los controles ideológicos de la guerra fría en el Este. El oportuno regreso de Halliday al pensamiento de dos campos (aunque con un campo ahora postrado y literalmente derrotado) se?ala un retroceso al inmovilismo del que acusé al marxismo en 1980. Al mismo tiempo, uno no tiene que ser un ?experto? para saber lo librescas que son algunas de las nociones de ?economía de mercado? que tienen los disidentes (viejo estilo) en sus apartamentos llenos de libros de Praga, Budapest y Moscú, su obsesiva fijación en el profundo pesimismo de 1984 y en las nociones de ?totalitarismo? (que han sido refutadas en parte por sus propias acciones) y comprometidos con los preceptos ridículamente abstractos de Hayek, Milton Friedman o los neoconservadores, preceptos que no tienen relación seria con las realidades del capitalismo occidental, y no digamos con las dolencias todavía sin diagnosticar de las economías de dominio en descomposición. Algunos de estos disidentes son intelectuales valientes a quienes la persecución y los horrores del ?socialismo realmente existente? les han puesto los pelos de punta; hasta hace muy poco yo pensaba que era más importante escucharlos y mostrarme solidario con ellos en su lucha por los derechos humanos, que discutir con ellos. Pero creo que ahora hay que tomar parte en la discusión con las formas más directas y amistosas posibles. Uno solamente se irrita cuando algunos de estos intelectuales rechazan cualquier diálogo serio, se niegan a reconocer que un sector importante de la izquierda occidental ha compartido su aborrecimiento del estalinismo y ha dado activa evidencia de su solidaridad con ellos durante décadas, o mientras ellos no sólo se niegan a saber esto, sino que prefieren no saber y dedicarse al diálogo (como compa?eros iguales) con organismos diplomáticos lujosamente financiados y con agencias de la guerra fría. Quizá este era el resultado que se esperaba: la construcción de un discurso verdaderamente internacionalista siempre debe ser trabajo de las minorías, cuyas voces están perdidas en la barahúnda del dinero y en el séquito del poder; y las peque?as organizaciones como END o Foro Europeo deben comenzar la construcción pacientemente, una vez más.9 Sin embargo, algo se ha hecho en el pasado sobre lo que podemos construir: algo que Halliday ni siquiera menciona. Incluso podría haber tropas auxiliares poderosas (y más que tropas auxiliares) que vienen a ayudarnos desde los enormes círculos que no han estado implicados en intercambios anteriores. ?Cómo podemos saber ya el modo en que la conciencia política puede estar cambiando ?al otro lado?, y qué luchas por prioridades, la defensa básica del derecho al trabajo, a la vivienda y a la salud sobrevendrán cuando los trabajadores de allí realmente lleguen a comprender lo que significan las fuerzas del mercado ?libre?? Ya (mayo de 1990) Lech Walesa ha apagado un fuego en los astilleros de Gdansk y ha impedido la huelga de ferrocarriles polaca; pero este cuerpo de bomberos de un sólo hombre no puede posponer la crisis para siempre. ?Por qué hemos de prejuzgar el último acto de la obra de teatro cuando todavía no ha concluido el primer acto? ?Y quién será el Comité de LOS FINALES DE LA GU?RRA FR?A: UNA R?PLICA Autodefensa Obrera que informe y lleve solidaridad a los nuevos huelguistas (de Gdansk o de Siberia)? ?Qué proyectos o programas políticos importantes —como preveían Boris Kagarlitski o Jiri Sabbata— observaremos pronto? ?Seremos nosotros sólo observadores o empezaremos a encontrar nuestro camino hacia programas internacionales comunes? Sólo pido que tomemos parte en la escritura de guiones alternativos, que no esperemos pasivamente a que los medios de comunicación occidentales, los políticos y los intereses comerciales escriban los guiones mientras actuamos como una especie de coro autoflagelante profundamente pesimista. Hoy oigo por todos los lados advertencias temerosas en cuanto al crecimiento del ?fascismo?, el antisemitismo, el nacionalismo, el fundamentalismo, y así sucesivamente, en el otro lado. Y en el ?Tercer Mundo?. Precisamente eso es lo que sucede en el vacío, cuando no se defiende ningún guión internacionalista o valores positivos. Pero lo que me preocupa casi tanto es la profunda aversión intelectual (incluso desprecio) de los trabajadores que se encuentran igualmente en los círculos occidentales de intelectuales liberales o (post) modernos y en ciertos círculos de intelectuales defensores de los derechos humanos del Este. Hay razones históricas reales para esto, tanto en las condiciones resultantes de los regímenes reccionarios populistas, como de los regímenes comunistas conformistas. Sin embargo, sigo menos preocupado por la crisis manifiesta del marxismo (que se merecía llegar a ella) que por la pérdida de convicción, incluso en la izquierda, en las prácticas y valores de la democracia. Sin embargo, el fin de la guerra fría ha visto —en los dos lados— un resurgimiento de estas prácticas y una reafirmación de estos valores en la actividad autónoma de las masas que se movieron fuera de los embates políticos e ideológicos ortodoxos. Todavía deberíamos de ver esto como un momento de oportunidades, no de derrota. LA TERCERA V?A Finalmente, estos últimos párrafos no van dirigidos, en justicia, a Fred Halliday. Más bien expresan mis propias preocupaciones, algunas de las cuales quizá las comparta con él. Si he sido un poco duro al atacar (a través del caso del artículo de Halliday) esa ten.. dencia de la NLR de excluir o rechazar ciertos temas desde que algunos de nosotros dejamos el consejo de administración a principios de los a?os sesenta, me gustaría expresar mi solidaridad en otras áreas. Algunos de nosotros temimos en 1962 que la NLR se hundiera ante un tercermundismo (de la variedad Sartre/Fanon) sentimental y con sentimiento de culpabilidad, que, en efecto, eludiría los compromisos esenciales con nuestra propia sociedad. Se ha demostrado que este no es el caso, y los ensayos coherentes de Fred Halliday sobre la interpretación de la intervención capitalista occidental en el Oriente Medio y Asia han contribuido positivamente a las páginas de la revista durante dos décadas. Comparto su opinión del derrumbamiento total e irrevocable de la tradición comunista ortodoxa en los acontecimientos del a?o pasado. Los que estuvimos comprometidos activamente en el trabajo de ?cruzar la frontera? del movimiento pacifista en la década pasada, teórica y prácticamente, quizás hayamos estado más preparados para esto que otros, puesto que nosotros habíamos percibido hace mucho que el derrumbamiento era inminente. También comparto su preocupación porque —en las secuelas de este fracaso atrasado— haya habido, tanto en el Este como en el Oeste, una ?capitulación ante todo tipo de ideologías regresivas de carácter nacionalista, familiar y religioso?, alguno de estos en nombre de un (post) ?marxismo? o de una teoría supuestamente ?crítica?. Me siento solidario con Halliday en su intento de redescubrir un vocabulario de racionalidad y de universales rehabilitados, y en su repudio de la ?inoportuna tolerancia del fanatismo religioso disfrazado de antirracismo que exhiben algunos sectores de la intelligentsia liberal, hasta la búsqueda de las “tradiciones nacionales” por parte de antiguos componentes del movimiento comunista internacional?. Las causas de la racionalidad y del internacionalismo y algunas (si no todas) de las causas de la Ilustración ahora requieren —a la vista de su impopularidad muy de moda— defensores tenaces; y se acoge a Halliday y a otros colaboradores de la NLR entre éstos: son tradiciones que la izquierda racional hereda y puede asumir, junto con todas las monta?as de oscurantismo y mala fe que ha descubierto (y a menudo han descu bierto críticos desde la izquierda). Sólo pretendo insistir en que CS tas no son sólo teorías y tradiciones. También son prácticas e incluso movimientos sociales. Existen en términos reales en el este, el 117 oeste y el sur; y si rechazamos la legitimidad teórica de una tercera vía, las disminuimos. No podemos saber qué espacios de la tercera vía podrían heredar después de la guerra fría a no ser que presionemos con la práctica, más allá del viejo pensamiento de los ?dos campos?, y lo averigüemos. FRED HALLIDAY 7. UNA R?PLICA A EDWARD THOMPSON A pesar de las discrepancias evidentes entre nosotros y de un cierto malentendido, creo que el comentario de Edward Thompson es grato y estimulante. Las cuestiones primordiales que nos enfrentan se refieren todas al futuro, sobre el que, como él mismo aclara, nos unen más cosas de las que nos separan. Sin embargo, hay una serie de cuestiones que él plantea en las que estaría indicada alguna respuesta disidente. Estas son: la interpretación de su argumento sobre el exterminismo; la evaluación de los acontecimientos europeos de los últimos meses; el papel de los movimientos pacifistas; la credibilidad de una ?tercera vía?. Thompson discute mi división de las teorías de la guerra fría en cuatro escuelas generales, y en particular mi inclusión de su tesis sobre el ?exterminismo? en lo que yo denomino la escuela internacionalista, que es la que ve la guerra fría como el producto de fuerzas equivalentes que operan dentro de los dos bloques, fuerzas para quienes la guerra fría es funcional desde distintos puntos de vista. Como argumenté en The Ends of the Coid War y en The Makiflg of the Second Coid War, nadie puede negar la fuerza de factores internos dentro de los dos bloques, pero por sí solo este argumento es erróneo desde dos puntos de vista: 1) subestima el grado de lucha y de rivalidad entre los dos bloques, es decir, el grado en que cada uno seguía comprometido a prevalecer sobre el otro; 2) sobreestufia lo similares que eran las estructuras dentro de cada bloque, Y al hacerlo no ve hasta qué punto la guerra fría era un producto de la misma diferencia, la heterogeneidad de los sistemas económicos, entre ellos. No creo, como él parece hacer, que el elemento ieolog1’ UNA R?PLICA A EDWARD THOMPSON 119 de las relaciones Este-Oeste estuviera separado de los intereses materiales en juego. Puede que a Thompson no le guste la palabra ?homología?, pero es muy similar en cuanto a su significado al término igualmente antianglosaión ?isomorfismo?, que aparece abundantemente en su libro sobre el exterminismo. Los dos denotan una similitud o identidad de estructura. ?Homología? es lo mejor que he encontrado para denotar el argumento de que las fuentes de la guerra fría son similares en los dos bloques y que, en su caso, estas fuentes se encuentran en una dinámica militar-social que él denomina ?exter?ninismo?. La categoría ?reciprocidad?, tal como él la explica en su comentario, parece corroborar esta interpretación: que la guerra fría fue empujada por fuerzas dentro de cada bloque que, a través de la interacción recíproca, llegaron a asemejarse cada vez más. Después de todo, el argumento central de ese texto es que cualquiera que fuera la diferencia de sistema social que constituyera la razón fundamental de la guerra fría en su comienzo, el predominio de la carrera armamentista y de la fabricación de armas ha producido una similitud: su énfasis en el ?isomorfismo? tenía la intención en parte de rebatir los argumentos tradicionales y apologéticos de la izquierda sobre las diferencias entre los sistemas capitalistas y no capitalistas. Thompson repite su punto de vista de que la guerra fría es ?sobre sí misma?, y es esto lo que me parece que constituye el centro de nuestro desacuerdo. Es precisamente este punto sobre el que algunos de nosotros, incluido yo mismo y Mike Davis, intentamos proporcionar una interpretación alternativa de la guerra fría a principios de los a?os ochenta basada en el punto de vista de que la guerra fría era un conflicto intersistémico, es decir, un conflicto global fundamentalmente irreconciliable entre dos tipos diferentes de sociedad y de sistema político, dentro del cual la carrera armamentista jugó un papel importante, aunque no determinante. Estas diferencias no son el resultado de una imprudencia actual; han estado claras por lo menos durante ocho a?os: la recopilación de ensayos Extermjnjsm and Coid War, publicada en 1982, y en la que co abora Thompson, Davis, yo mismo j otros, era precisamenTh un intento de debatir los argumentos del ensayo original de ompson. Una de las razones de por qué el movimiento pacifista se asusto de este planteamiento era que sonaba demasiado a la ideología convencional de la guerra fría, bien en su variante ?libertad? occidental contra ?comunismo?, bien en la posición ortodoxa y apologética soviética de ?socialismo? contra ?imperialismo?. Thompson intenta hacerme retroceder a la fuerza a la casilla dogmática de la izquierda, pero al hacer esto es él quien contribuye a cerrar un espacio intelectual y político que los guerreros fríos también quieren mantener cerrado, es decir, el de ver de forma no dogmática cómo los diferentes intereses sociales y económicos de los dos lados se expresan en, y a través de, la guerra fría. Mi argumento sobre los acontecimientos de los últimos meses es que lo que ha sucedido es lo que habría sugerido la teoría del conflicto intersistémico, es decir, la rivalidad de los bloques se terminará una vez se haya reducido drásticamente o desaparezca la heterogeneidad de los dos sistemas. Lo que hemos visto no es simplemente una reducción de la tensión militar, sino el predominio de un sistema sobre el otro. El derrumbamiento de los r?ímenes comunistas constituye precisameni que está todavía en preparación, mientras el Oeste, bajo la rubrica de ?condlcionalidad?, este haciendo que la ayuda comercial y financiera dependa de la intro duccí5n d reform capitalistas en estos paises No deberia sorprendernos que esta sea la forma en la que funcionan las cosas. Esta es la forma en la que funciona el sistema capitalista. Aquí a?adiría que el relato que hace Thompson de estos acontecimientos conserva un elemento ilusorio, aunque el tono del comentario aquí impreso desentona con su valoración, desde mi punto de vista más exacta, publicada en el Guardian el 3 de julio de 1990. Por un lado, sugiere que la victoria del Oeste puede que, después de todo, resulte no ser tal victoria y la compara a un luchador al que su contrincante le hace perder el equilibrio cuando éste resbala. Pero la analogía real está en el uso que hace Clausewitz de la lucha libre para describir el objetivo de la estrategia, que no es aniquilar sino niederwerfen, ?derribar? al contrincante: el Oeste capitalista no ha perdido a su antagonista, lo ha subyugado, sobre todo con la toma de posesión de la RDA por Bonn. No ha habido una interacción recíproca, sino la victoria de un lado sobre el otro. Por otra parte, él sugiere que lo que proponía el movimiento pacifista eran ?nuevos sistemas de relaciones internacionales?: esto es lo que el movimiento pacifista proponía, pero no es lo que consiguió. Lo que tenemos es un fortalecimiento de las instituciones de un lado a la vista del derrumbamiento de las del otro lado. El Pacto de Varsovia a todos los efectos está tan muerto como la Sociedad de Naciones, y el COMECON quizá siga el ejemplo.* Por supuesto, la valoración de lo que es el resultado depende de lo que se mire: si la tensión militar entre ambos bloques es el único foco de atención, ha habido una reducción de la amenaza recíproca, aunque desigual; si el problema es la competencia socioeconómica y política, se puede considerar que un lado es el ganador. Thompson me reprende por desde?ar el papel del movimiento pacifista y, en cierto sentido, tiene razón: aunque me duela mucho decirlo, no creo que el movimiento pacifista jugara un papel importante en el fin de la guerra fría. Aquí sólo puedo citar la eficaz frase del final del ensayo sobre el exterminismo del mismo Thompson: ?El fin de la política es actuar, y actuar “efectivamente”? (comillas de EPT). La cuestión es qué significa efectivamente. En la conclusión de The Making of the Second Coid War, escrito a principios de 1983, yo sostenía que, a través de todas las movilizaciones y llamamientos de masas, de todas las líneas de partido implicadas, la meta del movimiento pacifista tenía que ser influir en el proceso político: esto significaba gobiernos elegidos o establecidos. Más allá de las afirmaciones genéricas de influencia, hay que mirar lo que en realidad sucedió en Europa occidental en este periodo. En ningún país dentro de la OTAN se eligió un gobierno que se opusiera al despliegue de los Cruise y los Pershing, y menos aún que se opusiera a la participación continua de la OTAN: lo más cercano se dio en las elecciones alemanas de marzo de 1983, pero Kohl resultó elegido, se retiró el PDS y los verdes perdieron su oportunidad posteriormente. Más tarde, en Holanda el movimiento pacifista casi consiguió una mayoría contra el despliegue de los Cruise, pero al final también fracasó. Estas fueron situaciones muy re?idas, pero la realidad es que la OTAN siguió adelante con su política de despliegue de INF, no hubo una oposición concertada al sistema de Defensa Estratégica y sólo unos pocos suscitaron seriamente la cuestión clave, la de salir de la OTAN. La interpretación de Thompson de las posibilidades británicas si no hubiera existido la guerra de las Malvinas puede o no puede ser válida; yo lo dudo. Lo más sorprendente durante el auge del movimiento pacifista era que muchos en Gran Breta?a expresaban dudas sobre el despliegue de los Cruise; sucedió lo siguiente: el gobierno de Thatcher que lo llevó a cabo fue reelegido, incluso consideró esta cuestión como aportadora de votos y nunca hubo más que una peque?a minoría a favor de salir de la OTAN; de ahí las equivocaciones del Comité para el Desarme Nuclear en este tema. El destino del movimiento de congelación y del SANE en los Estados Unidos fue algo similar. Se puede decir que el movimiento pacifista tuvo un papel en otro aspecto: en influir en la evolución del Este. Citando a Mary Kaldor, Thompson dice que los movimientos pacifistas del Oeste ?quizá? influyeran en los del Este. Thompson y Kaldor pueden evaluar esto mejor que yo: no hay duda de que los movimientos del Este estuvieron influidos por algunos aspectos de los movimientos del Oeste, en lo que se refiere a la democracia, a los derechos humanos y, al menos en la RDA, al feminismo. Pero si los movimientos pacifistas tuvieron influencia en el tema de la misma paz —es decir, del despliegue de armas— es más discutible: muchos en el Este, incluso los que más se oponían a sus propios regímenes, querían que el Oeste se mantuviera firme en el INF; dentro de Solidaridad existía esta opinión. El proceso de desarme, que comenzó en serio en 1987, llegó como resultado de las relaciones de estado a estado, no de la presión desde abajo en la URSS, o en ningún otro sitio; la democracia en el Este ha sido un gran logro, pero no ha supuesto un rechazo bilateral y recíproco de los dos sistemas, sino más bien la transición de uno a otro. Los que han propuesto una tercera vía, como en Alemania del Este, simplemente han sido eliminados por las presiones combinadas de sus propias poblaciones, el estado occidental y la intervención financiera. Un área en la que el pensamiento del movimiento pacifista occidental encontró eco fue en las teorías de la ?disuasión mínima? y de la ?defensa defensiva?; sin embargo, estas ideas, puesto que habían sido desarrolladas por la URSS, implicaron la retención de algunas armas nucleares y, mientras que su proclamación a principios de los a?os ochenta había que encontrarla en el Oeste, su formulación anterior la había hecho Jruschev en la URSS a principios de los a?os sesenta. Thompson puso las palabras ?farsa vacía? en mi boca para describir el movimiento pacifista; esto es confundir la cuestión, una de las valoraciones históricas más graves. Esto debe demostrar, según mi reacia opinión, que el movimiento pacifista, por todos sus grandes esfuerzos, fue, en los términos políticos en los que hay que evaluar su éxito, derrotado. Atrás queda el pasado. Thompson considera mi análisis pasivo y derrotista. Aquí, aparte de llamarme ?evasivo?, está quizás el mayor desacuerdo con su comentario. Permítanme volver a expresar mi argumento final, que no es derrotista, sino realista: el punto de partida para una futura política tiene que ser la crítica de la sociedad capitalista existente y la planificación de alternativas a ésta que sean deseables y plausibles. El mismo Thompson habla de una ?tercera vía?: sí, pero todavía no se ha producido en el mundo contemporáneo ninguna sociedad que se identifique con dicha tercera vía, a pesar de los muchos intentos de hacerlo, y mucho de lo que se hizo pasar por ?tercera? era en realidad una u otra de las dos primeras, disfrazada. El término ?neutral? que él usa no es tan sólido como podría parecer: lo que es sorprendente acerca del ?movimiento neutralista? es que sólo ha encontrado un apoyo marginal en Europa (Yugoslavia, Malta, Chipre) y la mayoría de los países neutrales prefirieron un acercamiento atomizado, de tono bajo, a las cuestiones internacionales, no la constitución de un tercer bloque.’ Además, todos estos países, en términos políticos y socioeconómicos, no eran ?terceros? en absoluto, sino miembros lejanos de un bloque u otro. Si hay que elaborar esta tercera alternativa, y si hay que ordenar el apoyo político que es necesario para implantarla, entonces se tiene que eludir gran parte del pensamiento confuso sobre los asuntos económicos, políticos y militares que tanto han caracterizado al análisis de la izquierda en el pasado. A los que hemos estado comprometidos con la NLR en los a?os sesenta y setenta se nos podría tachar de haber contribuido por lo menos tanto al voluntarismo como al fatalismo. Una evaluación seria pero combativa del final de la guerra fría quizás nos ayude a evitar a ambos en el futuro. ERIc HOBSBAWM ADI?S A TODO ESO ?cuál es el significado histórico de 1989, el a?o en que el comunismo se derrumbó en Europa occidental de repente, y presumible- mente de forma irrevocable, anticipando la caída del régimen existente en la URSS y su estructura multinacional? El diagnóstico instantáneo es un juego peligroso, casi tan peligroso como una profecía instantánea. Los únicos que se lanzan a ello sin dudar son los que esperan que sus diagnósticos y profecías se olviden instantáneamente (como los periodistas y los comentaristas) o que no se recuerden después de las siguientes elecciones (como los políticos). Sin embargo, hay veces que los acontecimientos que se concentran en un corto espacio de tiempo, hagamos lo que hagamos con ellos, son plenamente históricos y se les ve como tal inmediatamente. El a?o de la Revolución francesa y 1917 fueron momentos así, y 1989 fue otro momento histórico igualmente claro. Así pues, ?que hacemos con él? Es mucho más fácil ver 1989 como una conclusión que como un inicio. 1?ue el final de una era en la que la historia mundial trataba de la Revolución de Octubre. Durante más de setenta a?os todos los gobiernos occidentales y las clases gobernantes estuvieron perseguidos por el espectro de la revolución social y del comunismo, que eventualmente se transmutó en miedo al poder militar de la URSS y de sus posibles repercusiones europeas. Los gobiernos occidentales todavía están asimilando el fracaso de una política internacional dise?ada para hacer frente a la amenaza soviética, tanto política como militarmente. Sin la creencia en tal amenaza, la OTAN no tiene ningún sentido. El hecho de que no hubiera nada real en esta imagen occidental de una Unión Soviética dise?ada para destruir o atacar con armas nucleares el ?mundo libre? sin previo aviso, sólo demuestra lo profundo que era el miedo al comunismo. Durante setenta a?os, la política internacional ha estado concebida como una cruzada, una guerra fría de religión, COn una breve pausa para hacer frente a los peligros más reales del eje Berlín-Tokio. En el otro lado, durante mucho tiempo estuvo claro que no era tal cosa. Es verdad que Lenin y los bolcheviques vieron Octubre como la primera fase de la revolución fliundial que derribaría el capitalismo. Las primeras generaciones de comunistas (incluido el presente escritor) todavía se alistaban a lo que creíamos era un ejército disciplinado para luchar y ganar la revolución mundial. Nikita Jruschev, el único campesino que gobernó Rusia (o, para el caso, en cualquier estado importante), todavía Creía sinceramente que el comunismo enterraría al capitalismo, aunque no por medio de una revolución. Y la extensión, tanto de la revolución antiimperialista como de la comunista después de la segunda guerra mundial, parecía a primera vista confirmar la expectativa. Sin embargo, está claro que, desde comienzos de los a?os veinte en adelante, la política de la URSS ya no estaba proyectada para lograr la revolución mundial, aunque Moscó ciertamente la habría acogido. En la era de Stalin, quien impidió activamente las tentativas de lograr el poder por parte de cualquje partido comunista y que receló de los partidos comunistas que hicieron la revolución contra su consejo, la política soviética fue prudente y esencialmente defensiva, incluso después de las imponentes victorias del ejército rojo en la segunda guerra mundial. Jruschev, a diferencia de Stalin, asumió riesgos y por ello perdió su puesto de trabajo. Cuanto Brezhnev quisiera hacer —extender el comunismo por todo el mundo, por no hablar de invadir el Oeste— no estaba al alcance de su poder ni en su agenda. .4 Después de 1956, cuando el movimiento comunista internacional empezó a desintegrarse visiblemente, van05 grupos fuera de la órbita de Moscú reclamaron la herencia marxistalefljnjsta, o por lo menos la herencia revolucionaria mundial. A escala mundial, ni las cincuenta y siete variedades de trotskistas, maoístas, marxistas revolucionarios, neoanarquistas y otros, ni los estados nominalmente comprometidos en su apoyo, llegaron a nada Incluso dentro de países particulares, su impacto, excepto en breves momentos, fue normalmente marginal. El intento más sistemático de extender la revolución en este sentido, la campa?a revolucionaria cubana de exportación de los a?os sesenta, ni siquiera pareció llegar a algo. A diferencia de la primera ola revolucionaria de 1917-1919 y de la segunda ola, que siguió a la segunda guerra mundial, la tercera ola, que coincidió con la crisis mundial de los a?os setenta, carecía incluso de la tradición ideológica unificada o polo de atracción. La sublevación social más importante de este periodo con diferencia, la revolución iraní, tenía puestas las esperanzas en Mahoma y no en Marx. Los comunistas, aunque eran esenciales para acabar con los últimos restos de la era fascista europea, pronto fueron dejados de lado en el Portugal postsalazarista y en la Espa?a posfranquista por los que afirmaban ser socialdemócratas. Pero, aunque no había un movimiento significativo para derrocar al capitalismo a nivel mundial, los revolucionarios todavía esperaban que sus contradicciones y las de su sistema internacional lo hicieran vulnerable —quizá un día fatalmente vulnerable— y que los marxistas, o en su caso los socialistas, proporcionarían una alternativa al capitalismo. Aunque el poder comunista no parecía expandirse mucho excepto en países latinoamericanos peque?os, y, no significativamente, en estados africanos de poca importancia internacional, el mundo todavía seguía dividido en ?dos campos?, y cualquier país o movimiento que rompiera con el capitalismo y el imperialismo tendría que ser atraído o, idealmente, absorbido en la esfera socialista. Las ex colonias que no se declaraban ?socialistas? en algún sentido o que no aspiraban de alguna forma al modelo oriental de desarrollo económico, eran verdaderos bichos raros, una generación o dos después de 1945. En resumen, todavía se podría considerar que la política mundial, incluso en la izquierda, es el producto de las consecuencias de la Revolución de Octubre. Todo esto ya se ha terminado. El comunismo de Europa oriental se ha disuelto o se está disolviendo. Y también la URSS, tal como la conocíamos. Lo que China parezca cuando la última generación de la Larga Marcha haya muerto, no tendrá nada que ver con Lenin, y menos aún con Marx. Fuera de las antiguas regiones del ?socialismo real? probablemente no haya más de tres partidos comunistas con un apoyo auténtico de masas (Italia, * Suráfrica y los * La transformación del PCI en PDS, posterior a la redacción de este artículo, hace muy aleatoria la adscripción del nuevo partido al comunismo. (N. del e.) marxistas del partido comunista de la India), y uno de ellos quiere unirse a la democracia social internacional tan pronto como pueda. No estamos viendo la crisis de un tipo de movimiento, régimen y economía, sino su fin. A quienes creíamos que la Revolución de Octubre era la puerta del futuro de la historia mundial se nos ha demostrado que estábamos equivocados. Lo que estaba equivocado en la frase de Lincoln Steffens ?he visto el futuro, y funciona?, no era que no lograra funcionar. Funcionaba de forma estrepitosa, y tiene grandes logros, de alguna forma sorprendentes, en su haber. Pero resultó que no era el futuro. Y cuando le llegó el momento, por lo menos en Europa oriental, incluyendo sus gobernantes, lo sabía y se derrumbó como un castillo de naipes. ?Qué sucedió para que el miedo, la esperanza o el mero hecho de octubre de 1917, dominaran la historia mundial durante tanto tiempo y tan profundamente que ni siquiera el más frío de los ideólogos de la guerra fría esperara la desintegración repentina de 1989? Es imposible entender esto, toda la historia de nuestro siglo, a no ser que recordemos que el viejo mundo del capitalismo global y de la sociedad burguesa en su versión liberal se derrumbó en 1914, y durante los cuarenta a?os siguientes el capitalismo fue de catástrofe en catástrofe. Ni siquiera los conservadores inteligentes apostaban por su supervivencia. Una simple lista de los terremotos que sacudieron el mundo durante este periodo es suficiente para establecer este punto: dos guerras mundiales, seguidas por dos brotes de revolución global que llevaron al derrumbamiento general de los antiguos regímenes políticos y a la instalación del poder comunista, primero en una sexta parte de la superficie mundial y más tarde en una tercera parte de la población mundial; más la disolución de los inmensos imperios Coloniales construidos antes y durante la era imperialista. Una crisis economica mundial hizo arrodillarse incluso a las economías capitamás fuertes, mientras que la URSS parecía inmune a ello. Las lflStltucjones de la democracia liberal desaparecieron virtualmente de toda Europa, excepto en una franja, entre 1922 y 1942, mientras aumentaba el fascismo y sus movimientos y regímenes autoritarios satelites. A no ser por los sacrificios de la URSS y sus gentes, el Capitalismo liberal occidental probablemente habría sucumbido a esta amena y el mundo occidental contemporáneo (fuera de unos Estados Unidos aislados) consistiría ahora en una serie de variantes de los regímenes liberales. Sin el ejército rojo, las posibilidades de vencer a las potencias del Eje eran nulas. Quizá la historia, con su ironía, decidirá que el logro más duradero de la Revolución de Octubre fue hacer que el ?mundo desarrollado? fuera seguro otra vez para la ?democracia burguesa?. Pero, por supuesto, eso es asumir que seguirá siendo seguro... Durante cuarenta a?os el capitalismo sobrevivió a una era de catástrofes, vulnerabilidad e inestabilidad constantes, con un futuro que parecía totalmente incierto. Además, durante esa época hizo frente por primera vez a un sistema que pretendía proporcionar un futuro alternativo: el socialismo. En los a?os más traumáticos de esa época, a principios de los a?os treinta, cuando el mismo mecanismo de la economía capitalista, como entonces se la conocía, dejó aparentemente de funcionar y el triunfo de Hitler en Alemania asesté un duro golpe a las instituciones liberales, la URSS parecía hacer los progresos más espectaculares. Retrospectivamente, parece asombroso que los políticos liberales y conservadores (por no mencionar a los de la izquierda) fueran a Moscú a aprender lecciones (?plan? se convirtió en una palabra de moda para todo el espectro político occidental), o que incluso los socialistas pudieran sinceramente haber creído que sus economías producirían más que el sistema occidental. En los días de la Gran Depresión no parecía absurdo en absoluto. Por el contrario, lo que fue totalmente inesperado, no menos por los gobiernos que por los hombres de negocios, que estaban inquietos por la ruina de posguerra y por las posibles depresiones, era el extraordinario arranque de crecimiento económico global después de la segunda guerra mundial. Esto convirtió al tercer cuarto del siglo actual en la nunca vista edad de oro del desarrollo capitalista: ?Treinta a?os gloriosos?, dice la frase francesa. Fue tan inesperado que la existencia de este auge sólo fue reconocida lentamente, incluso por los que se beneficiaron de él —?Nunca se tuvo tanto? no se convirtió en un eslogan político británico hasta 1959— y sólo fue totalmente reconocido retrospectivamente, después de que el auge hubiera llegado a su fin, en los primeros a?os setenta. Al principio, no parecía que fuera un triunfo específicamente caP1tal ta, puesto que los ?dos campos? —por lo menos en Europa y en Asia— estaban ocupados en recuperarse de los estragos de la guerra y se consideraba que el índice de crecimiento de las ecOflOmlas S0 ADI?S A TODO ESO 129 cialistas durante este periodo era tan rápido, si no más, que el del resto. No obstante, a partir de un momento en los a?os sesenta, se hizo patente que el capitalismo había superado su época de crisis, aunque todavía no era tan evidente que las economías socialistas se estaban encontrando con problemas serios. Sin embargo, en términos materiales y tecnológicos, el campo socialista claramente ya no participaba en la carrera. De alguna manera se superó la herencia de la edad de la catástrofe, o por lo menos se la enterró. El fascismo y sus formas asociadas de autoritarismo se destruyeron y se liquidaron en Europa y las variantes de la democracia liberal se convirtieron una vez más en los regímenes políticos normales de los países metropolitanos. (Este no fue el caso de lo que ahora se ha venido en llamar el Tercer Mundo.) Los imperios coloniales de la era imperialista, notoriamente el tendón de Aquiles de sus metrópolis, estaban políticamente descolonizados. Los dos procesos, iniciados decisivamente en 1945- 1948, se completaron esencialmente en los a?os setenta. La guerra, que se había extendido por todo el mundo desarrollado dos veces, quedó eliminada de esta región, en parte al ser transferida al Tercer Mundo. Allí, los a?os que van de 1945 a 1990 probablemente hayan visto más derramamiento de sangre y destrucción que ningún otro periodo de la historia de longitud comparable. En el mundo desarrollado probablemente no se mantuvo la paz simplemente por miedo a la guerra nuclear y por impedimento mutuo, es decir, en la práctica, por el efecto disuasorio de las armas nucleares soviéticas en los Estados Unidos después del final del breve y extremadamente peligroso periodo del monopolio nuclear estadounidense.’ También se debió a tres factores: una política mundial reducida a un juego para dos jugadores; el acuerdo de Yalta, que en la práctica demarcó la zona de las dos superpotencias en Europa, de la que ninguna trató de salir; y, por último, la incuestionable prosperidad y estabilidad de los países capitalistas desarrollados, que ehnunó la posibilidad, y sobre todo la probabilidad, de la revolu 1 El periodo más peligroso desde la guerra fue sin duda 1946-1953, durante el que Attlee viajó especialmente a Washington para disuadir a Truman de que no Sara bombas nucleares en Corea. Probablemente la única vez que la URSS parece uer creído en serio que la guerra era inminente fue entre 1947 y 1950. ción social en esta región. Fuera de Europa, las grandes guerras (sin armas nucleares), Por supuesto, no se eliminaron. Lo más importante de todo es que el capitalismo aprendió las lecciones internas de su época de crisis, tanto en economía como en política. Abandonó el tipo de liberalismo del mercado libre que la Norteamérica de Reagan y la Gran Breta?a de Thatcher, solos entre todos los países occidentales desarrollados, habían intentado restaurar en los a?os ochenta. (Las dos, no es una casualidad, son economíaS capitalistas a la baja.) El estímulo original para este cambio era casi siempre político. El mismo Keynes no ocultó que su intención era salvar el capitalismo liberal. Después de 1945 la enorme expansión del ?campo? socialista y la posible amenaza que representaba ocupó las mentes de gobiernos occidentales, incluida la importancia de la seguridad Social. La intención de esta ruptura deliberada con el capitalismo de libre mercado no era sólo eliminar el desempleo (entonces se consideraba que automáticamente podía radicalizar a sus víctimas) sino también estimular la demanda. Desde mediados de los a?os cincuenta se vio claro que estos dos objetivos se estaban alcanzando. La expansión y la prosperidad hicieron que se pudiera financiar la asistencia social. Alcanzó su momento óptimo en los a?os sesenta, o incluso en los setenta, antes de que una nueva crisis mundial provocase una reacción fiscal. Por lo tanto, económicamente, el giro a una economía keynesiana mixta dio muy buenos resultados. Políticamente se apoyaba en la asociación deliberada entre el capital y el trabajo, organizada bajo los auspicios benévolos del gobierno, que ahora se conoce, con cierta ironía, como ?corporatismo?. Porque la época de la catástrofe había revelado tres cosas: en primer lugar, el sindicalismo organizado era una presencia indispensable en las sociedades liberales. De hecho, algunas Veces en Europa central después de la derrota de 1918, fue temporalmente la única fuerza de apoyo del estado que sucedió al derrumbamiento de los imperios; en segundo lugar, no era bolchevique (el exclusivismo de la Internacional Comunista forzó a la mayoría de los simpatizantes socialistas con la Revolución de Octubre a regresar al campo reformista, y mantuvo a los comunistas en minoría en los países de la antigua Segunda Internacional hasta el periodo de la resistencia antifascista); en tercer lugar, la única alternativa para comprar la lealtad de la clase trabajadora, con las (caras) Concesiones económicas, era poner la democracia en peligro. Por esta razón, hasta el neoliberalismo económico fanático, del tipo de Thatcher, hasta ahora no ha sido realmente capaz de desmantelar el estado del bienestar o de recortar sus gastos. Las consecuencias políticas de dejar indefensas a las poblaciones para que se valgan por sí mismas en las ventiscas del capitalismo neoliberal son demasiado imprevisibles para arriesgarse, excepto entre los licenciados de las facultades de Empresariales que asesoran a los países del Tercer Mundo y a los países que antes fueron socialistas, desde los hoteles Hilton locales. (Incluso el Fondo Monetario Internacional ha descubierto que hay límites a los sacrificios que se les puede imponer a los pueblos más remotos.) Sin embargo, el keynesianismo social, las políticas del New Deal y el ?corporatismo? llevaban visiblemente las marcas de nacimiento de la era de los problemas capitalistas. El mundo capitalista que surgió de los ?Treinta a?os gloriosos? y (en el mundo desarrollado) pasó fácil y rápidamente por los vendavales de los a?os setenta y ochenta, sorprendentemente con poca dificultad, ya no estaba en un aprieto. Había entrado en una nueva fase tecnológica. Había reestructurado el mundo en una economía sustancialmente transnacional con una nueva división internacional de la producción. Los dos pilares principales de la era social keynesiana, la dirección económica por parte de los estados-nación y una masiva clase trabajadora industrial, especialmente. la que estaba organizada en los movimientos tradicionales de trabajadores, no se desmoronaron, sino que más bien se reconvirtieron. Ninguno de los dos era ya capaz de soportar cargas tan pesadas como antes. Tanto las políticas keynesianas como los partidos (principalmente socialdemócratas) más firmemente identificados con ellas estaban claramente en apuros, a pesar de que la base esencial de cualquier capitalismo próspero seguía siendo la misma: una ?economía social de mercado? mixta pública-privada (es decir, beneficios más un estado del bienestar y derechos sociales), un entretejido de iniciativa privada, iniciativa pública y mucho control público. Hasta aquí, los últimos quince a?os han visto el desvanecimiento de otra parte de la herencia de la era que va desde 1914 hasta principios de los a?os cincuenta. Sin embargo, un síntoma y producto principal de esta era prevaleció: la tercera parte del mundo bajo el ?socialismo realmente existente?. No ?fracasó? en sentido absoluto, a pesar de la creciente sensación de que estas economías necesitaban reformas fundamen tales y del fracaso de va.j0 intentos de reformarlas. Probablemente la gente de la URSS y cte la mayor parte de Europa oriental estaban en mejores condiciones en los a?os setenta de lo que nunca antes habían estado. Pero tre5 cosas estaban cada vez más claras. En primer lugar, el 5ocialismo era incapaz de cambiar plenamente o, al menos generar, Una nueva economía de alta tecnología; por lo tanto, estaba destinad0 a rezagarse cada vez más. Haber construido la economía de Anctrew Carnegie no era bueno, a no ser que también se pudiera avaUzar más en la economía de IBM o incluso en la de Henry Ford, Porque el socialismo fue notablemente incapaz de lograr la producción en masa de bienes de consumo. En segundo lugar, la sociedad de las comunicaciones globales, los medios de comunicación, los viajes y la economía transnacional, ya no era posible aislar a las poblaciones socialistas de la información sobre el mundo no socialista, es decir, de conocer simplemente cuánto peor estaban en ter05 materiales y en libertad de elección. En tercer lugar, con la disminución de su tasa de crecimiento su atraso relativo en aurUento, la URSS se hizo cada vez más débil económicamente para mantener su papel de superpotencia, es decir, su control sobre Europa oriental. En resumen, el socialismo de tipo soviético se hizo cada Vez más incompetente y pagó el precio por ello. Lo que es peor, hasta ahora ha demostrado que es incapaz de adaptarse y reformarse. 3n esto se diferencia del socialismo chino, cuyas reformas económicas tuvieron un éxito espectacular —por lo menos en el sector rural pero a costa de empeorar seriamente las condiciones sociales, ya que hasta ahora ha detenido el desasosiego político en las ciudades lsorque todavía predomina el campo. Tampoco estas debilidades tienen que ver con las economías mixtas socialdemócratas. Los países escandina-v05 y Austria han continuado a la vanguardia del desarrollo econnico y tecnológico, y de la prosperidad, mientras mantienen el desempleo bajo y su ambicioso sistema de asistencia social en buen estado. ?Quién ha ganado?, ?quién ha perdido? y ?cuáles son las perspectivas? El ganador no es el capitalismo como tal, sino el viejo ?mundo desarrollado? de los países de la OCDE,2 que forman una 2. Si dejamos a un lado a Turquía, Grecia, Espa?a y Portugal, que fueron incluidos sólo por motivos POlíticos, la OCDE está formada por Austria, Bélgica, minoría menguante de la población mundial, digamos que hoy el 15 por 100, frente al 33 por 100 en 1900. (Los llamados Países Recién Industrializados, a pesar de los sorprendentes avances, todavía alcanzan un promedio que oscila entre la cuarta y la tercera parte del promedio per cápita de la OCDE.) El volumen de la población mundial cuyos gobiernos han aspirado al desarrollo económico desde 1917 si no antes, sin los regímenes comunistas, apenas alientan los gritos de triunfo del Instituto Adam Smith. A diferencia del ?campo socialista?, el mundo no socialista contiene regiones que en realidad han vuelto a la economía de subsistencia local y al hambre. Además, dentro del capitalismo ?desarrollado?, ciertamente no ha sido la utopía del mercado libre a lo Thatcher la que ha ganado. Incluso su atractivo intelectual ha estado limitado a los ultras del Oeste y a los intelectuales desesperados del Este, que esperan que el Polo Sur sea más caliente que el Polo Norte porque es su opuesto. Sin embargo, no se puede negar que el capitalismo, tan reformado y reestructurado durante sus décadas de crisis, ha demostrado una vez más que sigue siendo la fuerza más dinámica del desarrollo mundial. Sin duda seguirá desarrollándose, como Marx predijo que lo haría, al generar contradicciones internas que lleven a etapas periódicas de crisis y reestructuración. Quizás éstas le acerquen otra vez a la crisis, como sucedió a principios de este siglo. Sin embargo, el periodo actual de crisis y reestructuración ha llevado al desastre a regiones del Tercer Mundo y del Segundo Mundo, pero no al Primer Mundo. ?Quién o qué ha perdido, aparte de los regímenes del ?socialismo realmente existente?, que claramente no tienen ningún futuro? El efecto principal de 1989 es que por ahora el capitalismo y los ricos han dejado de tener miedo. Todo lo que hizo que la democracia occidental mereciera ser vivida por su gente —la seguridad social, el estado del bienestar, unos ingresos altos y en aumento para sus asalariados, y su consecuencia natural, la disminución de la desigualdad social y de oportunidades de vida— fue el resultado del miedo. Miedo de los pobres y del bloque de ciudadanos más grande Canadá, Dinamarca, Finlandia, Francia, Irlanda, Islandia, Italia, Japón, Luxemburgo, Países Bajos, Noruega, Suiza, Suecia, Reino Unido, Estados Unidos y Alemania Occidental. Australia y Nueva Zelanda están asociadas. y mejor organizado de los estados industrializados, los trabajadores; miedo de una alternativa que realmente existía y que realmente podía extenderse, sobre todo bajo la forma del comunismo soviético. Miedo de la propia inestabilidad del sistema. Esto se posó en las mentes de los capitalistas occidentales en los a?os treinta. El miedo del campo socialista, tan dramáticamente extendido después de 1945 y representado por una de las dos superpotencias, les mantuvo absortos después de la guerra. Hiciera Stalin lo que hiciera a los rusos, resultó positivo para la gente corriente del Oeste. No por accidente la forma de salvar el capitalismo de Keynes-Roosevelt se concentró en el bienestar y en la seguridad social, en dar dinero a los pobres para gastar, y en el principio central de las políticas occidentales, el ?pleno empleo?. Da la casualidad de que este prejuicio contra la desigualdad extrema le vino bien al desarrollo capitalista. Los países ejemplo del crecimiento económico de posguerra, Japón, Corea del Sur y Taiwan, han disfrutado de distribuciones de ingresos extraordinariamente igualitarias hasta hace poco, en parte garantizadas por las reformas de la tierra de la posguerra por parte de las potencias de ocupación, determinadas a contrarrestar la revolución. Hoy este miedo, que se ha reducido por la disminución de la clase trabajadora industrial, el declive de sus movimientos y la recuperación de la confianza en sí mismo por parte del capitalismo floreciente, ha desaparecido. Hasta ahora no hay ningún lugar del mundo que represente creíblemente un sistema alternativo al capitalismo, aunque debería estar claro que el capitalismo occidental no representa ninguna solución a los problemas de la mayor parte del antiguo Segundo Mundo, que probablemente en gran parte será asimilado a la condición de Tercer Mundo. ?Por qué deberían los ricos, especialmente en países como los nuestros, donde ahora se vanaglorian de justicia e igualdad, preocuparse por nadie, excepto por ellos mismos? ?De qué castigos políticos van a tener miedo, si ellos consienten que se desgaste la asistencia social y que se atrofie la protección de aquellos que la necesitan? Este es el principal efecto de la desaparición del globo de una región socialista, por muy mala que fuera. Es demasiado pronto para discutir los proyectos a largo plazo. Lo que un historiador húngaro ha llamado ?el corto siglo xx? (1914-1990) ha terminado, pero todo lo que podemos decir sobre el siglo xxi es que tendrá que enfrentarse por lo menos con tres problemas que están empeorando: la creciente ampliación de la brecha entre el mundo rico y el pobre (y probablemente, dentro del mundo rico, entre los ricos y los pobres); el aumento del racismo y la xenofobia; y la crisis ecológica del globo, que nos afectará a todos. Las formas en que se pueden abordar estos problemas no están claras, pero la privatización y el mercado libre no están entre ellas. Entre los problemas a corto plazo, destacan tres. En primer lugar, Europa ha vuelto a un estado de inestabilidad como el de entreguerras. El triunfo de Hitler produjo brevemente un ?orden alemán?. Yalta y la bipolarización de las superpotencias produjeron cuarenta y cinco a?os de estabilidad europea que ahora están a punto de acabar. Puesto que Rusia y los Estados Unidos ya no son capaces, conjuntamente, de imponer su orden como antes, la única fuerza hegemónica alternativa en nuestro continente, como en el periodo de entreguerras, es Alemania. Esto es lo que todo el mundo teme, no porque ?los alemanes sean alemanes? —seguro que no se producirá un regreso a Hitler—, sino porque el nacionalismo alemán tiene asuntos pendientes peligrosos: la recuperación de grandes territorios que perdió en 1945 y que pasaron a Polonia y la URSS. Y la nueva inestabilidad, como demuestra la crisis del Oriente Medio, no es sólo europea sino global. Como ya no la detiene el miedo de que una superpotencia o sus estados asociados den un paso imprevisto en la zona de influencia del otro que provoque un enfrentamiento directo entre el Este y el Oeste, el aventurerismo está de nuevo en la agenda. Lo que mantuvo el orden mundial existente desde 1945, incluyendo la mayor parte de los sesenta microestados soberanos con poblaciones de menos de 2 millones (el Golfo está lleno de tales construcciones políticas) fue en gran parte el miedo a una guerra global. Pero si el holocausto nuclear mundial ya no es un peligro inmediato, un mundo en el que los gángsters de poca monta no duden en hacerse cargo de los territorios vecinos no es más seguro que antes. Ni lo es un mundo en el que una superpotencia se apresura despreocupadamente a entrar en el almacén de explosivos de Oriente Medio listo para disparar, sabiendo que aquellos cuyos misiles podrían alcanzar Nueva York ya no harán lo mismo. ?Es un accidente que apenas a medio a?o del derrumbamiento del Pacto de Varsovia nos encontremos frente a una gran crisis bélica en el Golfo? El segundo efecto refuerza la inestabilidad de este mundo. Porque Europa central y oriental está reincidiendo en los conflictos y las rivalidades nacionalistas de después de la segunda guerra mundial. De hecho, todos los problemas candentes de este tipo se remontan a los a?os de entreguerras. No plantearon grandes problemas antes de 19l4. Lo que hace la situación más explosiva es que hoy el último de los imperios multinacionales de antes de 1914 está en proceso de desintegración. Porque fue la Revolución de Octubre la que salvó los dominios del zar del destino de los imperios Habsburgo y otomano y dio a aquéllos otros setenta y tantos a?os de vida como URSS. En esta situación, los peligros de guerra son serios. Los demagogos del gran nacionalismo ruso ya están hablando ligeramente de una posible ?guerra civil en la que la nuestra sería una situación nuclear?.4 Quizá un día próximo miremos con melancolía los días en que los botones nucleares estaban bajo el control de las dos superpotencias. Finalmente, está la inestabilidad de los sistemas políticos en los que se han apresurado a entrar los estados ex comunistas: la democracia liberal. Lo mismo hicieron los nuevos estados en 1918. Doce a?os más tarde sólo Checoslovaquia era todavía democrática. Las perspectivas para la democracia liberal en la región tienen que ser escasas, o por lo menos inciertas. Y la alternativa, dada la improbabilidad de un regreso al socialismo, lo más posible es que sea militar o derechista, o ambas. Así que deseemos que Europa oriental y el mundo tengan suerte al terminar una era y al entrar en el siglo xxi. Vamos a necesitar suerte. Y compadezcámonos del se?or Francis Fukuyama, quien proclamó que 1989 significaba ?el fin de la historia? y que en lo sucesivo todo ería un camino de rosas, liberal y con mercado libre. Pocas profecías parecen haber tenido una vida tan corta como ésta. Octubre de 1990 3. Entre los problemas que no existían o que tenían muy poca importancia política antes de 1914: croatas frente a serbios; serbios frente a albaneses; los eslovacos contra los checos; el embrollo de Transilvania; los tres nacionalismos bálticos; Bielorrusia; Moldavia; el nacionalismo azerbayano; además de los antiguos territorios alemanes al este de la línea Oder-Neisse. 4. Edward Mortimer, ?Bolchevism At The Mercy Of The Republics?, Financial Times, 31 de julio de 1990. ALEXANDER COCKBURN RADICAL COMO LA REALIDAD El martes dijeron que la cola que había delante de la tumba de Lenin era más grande de lo que jamás había sido, la gente del campo visitando Moscú para poder ver al viejo compa?ero antes de que vacíen el mausoleo, pendiente de su conversión en un centro comercial, Pizza Hut, o algún símbolo similar del nuevo amanecer. Cuando Lenin estaba en el exilio en Zurich durante la primera guerra mundial, antes de que el tren blindado lo trajera de regreso a Rusia, solía visitar un restaurante frecuentado por tipos bohemios, pintores dadaístas, poetas y plebeyos de un tipo u otro. Un joven poeta rumano llamado Marcu escribió más tarde un relato de la charla que tuvo allí con Lenin: —Usted ve —le dijo— por qué hago aquí mis comidas. Se llega a saber de lo que la gente habla realmente. Nadezhda Konstantinova (la esposa de Lenin, Krupskaya) está segura de que sólo el hampa de Zurich frecuenta este lugar, pero yo creo que está equivocada. Sin duda, María es una prostituta. Pero a ella no le gusta su trabajo. Tiene que mantener a una familia grande, y eso no es fácil. En cuanto a Frau Prellog, tiene toda la razón. ?Oyó lo que dijo? ?Disparar a todos los oficiales! Entonces Lenin me dijo: —Conoces el significado real de esta guerra? —Cuál es? —pregunté. —Es obvio —replicó—: Un propietario de esclavos, Alemania, que tiene cien esclavos, está luchando contra otro propietario de esclavos, Inglaterra, que tiene doscientos esclavos, por una distribución ?más justa? de los esclavos. —,Cómo puede usted albergar odio contra esta guerra —le pregunté entonces—, si en principio no está en contra de todas las guerras? Pensaba que como bolchevique usted era realmente un pensador radical y rehusaba hacer cualquier concesión a la idea de guerra. Pero al reconocer la validez de algunas guerras, abre las puertas de todas las oportunidades. Cada grupo puede encontrar alguna justificación de la guerra particular con la que está de acuerdo. Veo que los jóvenes sólo podemos contar con nosotros mismos Lenin escuchaba con atención, con la cabeza inclinada hacia mí. Acercó su silla a la mía. Debe haberse preguntado si seguir hablando con este muchacho o no. Yo, violento en cierto modo, permanecí callado. —Vuestra determinación de confiar en vosotros mismos —replicó finalmente Lenin— es muy importante. Todo hombre debe confiar en sí mismo. No sé lo radical que eres, o lo radical que soy yo. Seguro que no soy lo suficientemente radical; nunca se es lo suficientemente radical, es decir, siempre se debe intentar ser tan radical como la misma realidad. Esta última frase siempre ha sido una de mis favoritas, y espero 5eguir usándola durante mucho tiempo después de que el hombre que Reagan insistió en llamar Nikolai haya quedado reducido a polvos de talco. Los que dieron el golpe de estado, que están esperando el juicio o que se han suicidado (o les administraron involuntariamente el 5uicidio; mucha gente también ?se suicidó? durante las purgas), ciercantente habían dejado de ser tan radicales como la realidad. Y también Gorbachev había dejado de serlo. En algún momento durante estos últimos seis a?os, seguramente hubo una oportunidad para una tercera vía que no llevara al mundo perdido de los golpistas ni i orden del día neoliberal que se está conformando ahora. Pero, probablemente, Gorbachev nunca tuvo una oportunidad, porque después que se expulsara a Jruschev, la gran narcolepsia de jos a?os de Brezhnev arruinó irreparablemente las esperanzas de la unión Soviética de establecer la confluencia eficaz con una economía ociali5ta modernizada. En los a?os setenta y ochenta, cuando el capitalismo estaba aprendiendo a ser hiperfiexible —a costa de los abajad0reS y campesinos de todo el mundo—, la Unión Soviética e hizo más rígida e inflexible. Como una vez se?alé, para furia de íinichoS, los a?os de Brezhnev fueron una edad de oro para la clase abajad0ra soviética. De hecho, lo fueron en términos del progreso económico (justamente igual que los a?os cincuenta y sesenta lo fueron para su equivalente norteamericano blanco), pero no pudieron durar, y ahora los hijos y las hijas de esos trabajadores tendrán cada vez menos esperanzas, mientras que las normas del mercado neoliberal les aprietan el cuello. ?Y por qué la narcolepsia apagó la esperanza de esta forma? Porque desde hacía mucho tiempo el partido comunista se había convertido en la expresión de una elite corrupta, un sistema de distribución de prebendas. Igual que el sistema de distribución dirigido por Gosnab (disuelto por Yeltsin en la república rusa a comienzos de este a?o) se había hecho muy difícil de manejar y se atascó, también se atascaron la iniciativa reprimida y la creatividad. ?La herencia del gran Lenin se ha perdido?, gritó Stalin cuando se le informó de la invasión alemana de 1941. Veinte millones de vidas soviéticas posteriores a la herencia, que ya estaban mutiladas por los horrores de los a?os treinta, se habían salvado. Después de la segunda guerra mundial durante los a?os cincuenta, el crecimiento industrial soviético tenía un promedio de poco menos del 10 por 100 al a?o. En 1956 Jruschev decía a Occidente: ?os enterraremos?, y sus palabras no parecían disparatadas. Una década después, la economía soviética comenzó a reducir la marcha y el sepulturero empezó a apoyarse todavía con más fuerza en su pico, en la premonición de que el agotamiento llegaría con los a?os sesenta. Ahora llega la balcanización acelerada de lo que fue antes la Unión, el conflicto entre las repúblicas, el saqueo de los recursos por parte de las potencias extranjeras y la extensión de la influencia alemana hasta los Urales, donde toparán con los japoneses que avanzan por el otro lado. En Rusia la ucase presidencial ahogará los sindicatos y las instituciones representativas. Dentro de uno o ds a?os Boris Yeltsin quizá sea capaz de ponerse sobre el mausoleo reconvertido y observar el desfile de los nuevos tiempos: los le?adores soviéticos bajo el mando de la Georgia Pacific y los japoneses; los trabajadores de las perforaciones de petróleo llevando el estandarte de Conoco; grandes batallones de desempleados bajo la disciplina de la escuela de Chicago. El fin de semana en que Gorbachev renunció como dirigente del partido y columnas de humo empezaron a ascender desde los archivos por todo el país, yo estaba en una conferencia sobre estrategias autogestionarias del medio ambiente, que organizó la Labour/Community Watchdog en Los Angeles. Había gran cantidad de gente inteligente y radical allí. Se habló mucho y se analizó la victoria de Salinas de Gortari y del PRI en México, de la necesidad de un internacionalismo y de construir lazos en la nueva era de la maquiladora* y de la búsqueda colectiva sin fin de mano de obra más barata y de leyes más suaves. Apenas oí mencionar la Unión Soviética o el derrumbamiento del sistema comunista, hasta que yo mismo saqué el tema en el curso de unos comentarios sobre las últimas noticias. Un amigo que había ido ese fin de semana a una conferencia de la Unión de Economistas Políticos Radicales en el norte del estado de Nueva York dijo que allí sucedió lo mismo. La desintegración de la Unión Soviética, el fin de lo que conmovió al mundo y horrorizó al capital hace tres cuartos de siglo, no se apoderó de la imaginación de los asistentes a la conferencia (o quizá, para algunos del grupo de los más mayores, era una simple cuestión de preferir hablar de otra cosa, porque no había mucho que decir). Como cualquier otra persona de cincuenta y cinco a?os, nacido en una familia comunista, me sentí triste. La Unión Soviética venció a Hitler y al fascismo. Sin ella, la Revolución cubana no habría sobrevivido, ni la vietnamita. En los a?os de posguerra fue el contrapeso del imperialismo estadounidense y del salvajismo terminal de las viejas potencias coloniales europeas. Prestó ayuda a cualquier país que tratara de seguir una línea independiente. Sin ella, un país relativamente independiente como la India podría haber tomado un curso más derechista. A pesar de la sugerencia que Stalin hizo a Mao de que él y sus camaradas se establecieran por sólo medio siglo, la Revolución china probablemente tampoco habría sobrevivido. Fueron los comunistas los que encabezaron la lucha por los derechos civiles de los negros de Estados Unidos en los a?os treinta; y sin la amenaza del modelo soviético en la competencia por las lealtades del Tercer Mundo, Truman probablemente no se habria sentido presionado para eliminar la segregación racial del ejército cuando lo hizo, aunque por supuesto también le presionaban en casa. Sin la amenaza de la Unión Soviética no habría habido Plan * En espa?ol, en el original. Se trata de empresas estadounidenses radicadas en el norte de México, que trabajan con componentes importados, mano de obra nacional y que exportan el producto acabado. (N. del e.) Marshall. No habría habido... Bueno, escriban su propia lista. No habría habido Brigadas Internacionales, esos trabajadores que habían cruzado el Atlántico o viajado en trenes cruzando Europa, en Espa?a. Pero también pude ver por qué los jóvenes en la conferencia se sentían así. Medio siglo después de Espa?a y después del heroísmo de los movimientos de resistencia de la segunda guerra mundial encabezados por los comunistas, la Unión Soviética ofrecía cada vez menos dosis de imaginación, por muchos barriles de petróleo que diera a los cubanos o armas a los vietnamitas. Y además, la desin‘egración soviética pierde importancia frente a la secuencia de desastres que azotaron al Tercer Mundo en las dos últimas décadas. La gente en Los ?ngeles discutía el caos causado por el capitalismo hiperfiexible: fábricas clandestinas en la frontera mexicana en medio de charcas de residuos venenosos; el cólera del Perú, la desnulrición y la enfermedad en toda la franja meridional; las regulacio: fles sobre el medio ambiente a nivel local, estatal y federal de los Estados Unidos expuestas a la anulación por las claúsulas del acuerdo de mercado libre entre Estados Unidos y México. El futuro de la Unión Soviética será un capítulo familiar. Fuera de unos pocos enclaves de capital asistido por el estado *ededor del mundo, la tendencia es que disminuyan, mientras que ai.imentan las tensiones y la desesperación. Para el futuro de la hetencia de Lenin sólo hace falta que estudiemos lo que sucede en yugoslavia y temer los horrores a escala más inmensa y más salvaje. Un par de días después de haber empezado el poscomunismo un amigo me dijo que se sometía a hipnosis para dejar de fumar. Mientras estaba en ello pensó que también podría borrar toda la era del Comunismo. Sería tranquilizadora una transición directa desde Kerenski y la Duma a Yeltsin y el parlamento ruso, borrando todo lo del medio. ?Qué le sucedió al buen zar Nicolás? La colectivización, ?qué es eso? ?José qué? Los rusos, derribando las estatuas y vaciando el mausoleo, tienen muchas ganas de limpiar totalmente su historia otra vez, igual queh hecho tantas veces este siglo —muy al contrario de lo que Boris Kagarlitski me dijo en Moscú en 1987 mientras charlábamos v4Jo una estatua de un general zarista, un héroe de Pamyat: ?La gente esta loca por la historia, y ansiosa por llenar las partes vacías del pasado?—. Cuatro a?os más tarde, parece que está acabando por enviar al sótano más trozos de historia. Casi desde el momento en que los soldados de la guarnición de Petrogrado dirigidos por los bolcheviques, los marineros de Kronstadt y los guardias rojos de los trabajadores tomaron por asalto el palacio de Invierno durante las primeras nueve horas del 8 de noviembre de 1917, decenas de miles de libros —muchos de ellos subvencionados clandestinamente por el estado— se han escrito en el Oeste capitalista dedicados a Proclamar que todo era una idea muy SEGUNDA PARTE mala, un desvío del curso debido de la historia. Este es un juego tonto. Decir que la Revolución rusa fue una mala idea es como decir que la primera guerra mundial fue una mala idea. En el últi- LAS IMPLICACIONES PARA EL FUTURO mo caso lo fue, pero sucedió. La revolución trajo algunas cosas malas, pero también algunas cosas buenas. Mi padre a menudo me hablaba de la falacia del ?si...?. Al hablar sobre el pacto entre la Unión Soviética Y Alemania en 1939, escribió en su biografía Crossing the Line: ?Nadie puede juzgar si un acontecimiento histórico, una orden a un ejército, una maniobra diplomática, fue una catástrofe o no, a no ser que esté preparado para decir al mismo tiempo qu habría sucedido si eso no hubiera ocurrido. Y puesto que nadie está honradamente en posición de hacer tal afirmación sobre cuál habría sido la alternativa, la cuestión está entre las cosas inexplicables e inútiles?. Todo eso sucedió, y a estas alturas vuelvo a recordar lo que recientemente escribió el vietnamita doctor Vien: ?Si se está fundando un frente mundial del capital, SU contrapeso, el frente democrático popular, también se está formando?. Tenemos una historia que llevar adelante, siempre que recordemos lo que Lenin le dijo al joven poeta en Zurich hace setenta y cinco a?os. 24 de agosto de 1991 R0BIN BLACKBURN FIN DE SI?CLE: EL SOCIALISMO DESPU?S DE LA QUIEBRA Al inicio de la última década del siglo xx, el fracaso del comunismo marxista-leninista ha sido lo suficientemente amplio como para eliminarlo como alternativa al capitalismo y para poner en un compromiso la idea misma del socialismo. La caída del estalinismo concluyó en una reforma del comunismo, y no ha aportado ningún beneficio al trotskismo, ni a la socialdemocracia, ni a ninguna corriente socialista. Las momias de Lenin y Mao todavía se exhiben en mausoleos en Moscú y Pekín, como recuerdos de un viejo orden que espera un entierro decente. Pero el comunismo de hoy no es un espectro que acecha el planeta, sino un espíritu infeliz que suplica ser acostado para descansar. Sin embargo, un socialismo dispuesto a hacer frente a la historia y a ocuparse de las críticas más penetrantes al proyecto socialista permitiría elaborar un nuevo comienzo. Todavía existen movimientos anticapitalistas significativos, algunos influidos por la tradición comunista, pero les falta un programa que pueda llevarnos más allá del capitalismo. Sobreviven regímenes que se autodenominan comunistas o socialistas, pero tanto si pueden reivindicar logros concretos (como podría Cuba, digamos, en campos como la salud pública y la educación) como si no pueden, no queda la menor duda de que también ellos necesitan una renovación, incluso más esmerada, y una reorientación; y ésta no sólo dirigida a construir una cultura y un gobierno genuinamente democráticos, sino también dirigida al descubrimiento de un modelo de economía socialista nuevo y viable. 10. — BLACKBURN PROBLEMAS DEL CAPITALISMO Y DEL ANTICAPITALISMO Tal y como nos ocupamos de los espasmos agónicos del antiguo mundo comunista, no deberíamos olvidar los diferentes —pero muy serios— males del mundo capitalista. El mundo está ahora más firmemente dentro del dominio de los procesos de acumulación capitalista; deberíamos estar todos muy atentos al precio exigido por esos procesos, su cosecha de caos y miseria, de destrucción y negligencia, de división e irresponsabilidad. En la década de los ochenta, los manejos del capitalismo estaban asociados a un proceso indecente, por el cual enormes poblaciones en los países más pobres veían bloqueadas sus perspectivas de desarrollo a causa de su endeudamiento con los más ricos, y de la exclusión de sus productos por parte de estos últimos. La distribución del poder político y económico en gran parte del Tercer Mundo capitalista demostraba su compatibilidad con extensas hambrunas y epidemias de enfermedades curables. Los intentos de algunos movimientos basados en los pobres para enfrentarse a este estado de cosas se encontraron a menudo con una represión despiadada y con los escuadrones de la muerte. En realidad, no puede haber duda alguna de que la pérdida de vidas humanas y la extensión del sufrimiento físico en el Tercer Mundo capitalista durante los a?os ochenta excedió enormemente a las experimentadas en los países dirigidos por una burocracia comunista; una triste comparación que no intenta justificar en absoluto la tiranía sofocante ejercida por estos últimos, pero que ajusta la perspectiva. Al tiempo, los manejos del capitalismo en las regiones centrales estuvieron caracterizados por una inestabilidad fundamental, el desempleo masivo, el boyante comercio de armas, la crisis progresiva de las prestaciones sociales, y, lo más serio de todo, una vertiginosa crisis ecológica mundial. Aunque los estados comunistas tienen unos antecedentes ecológicos horribles, su propio fracaso económico ha fijado algunos límites al da?o que han hecho. El capitalismo, con su ímpetu incontrolado y su despreocupada rapacidad, ha llevado a la humanidad a un punto en el que sus poderes de intervención sobre la naturaleza ponen en riesgo de destrucción la habitabilidad del planeta. La dinámica destructiva y expoliadora del capitalismo y su implicación en un orden social y político no libre, contribuyen a provocar movimientos de protesta. Pero es difícil to E SOCIALISMO DESPU?S DE LA QUIEB 147 davía trazar el perfil de un modelo no capitalista. Los movimientos anticapitalistas pueden hacer un trabajo valioso limitando aspectos concretos de la lógica insoldaria o destructiva de la organización capitalista Pero Incluso Si consiguieran el apoyo suficiente, ,que podrian ofrecer en niveles de los gobiernos regionales o nacionales’ Y si estan insatisfechos del modelo de mundo presidido por el Grupo de los Siete, que habnan desarrollado ellos en su lugar? Res puestas a estas preguntas surgirán, si surgen, gracias a impulsos derivados de la experiencia y la reflexión de movimientos anticapitalistas en las zonas históricas de acumulación capitalista, tanto en el Primer como en el Tercer Mundo. Pero la izquierda anticapitalista no tendrá ninguna credibilidad a menos que pueda dar una explica ción a la calamitosa experiencia del comunismo desde 1917. De alguna manera, este es un homenaje al comunismo ya que, para bien o para mal, su impacto en la historia del siglo xx ha sido enorme. De hecho, los movimientos y sistemas políticos que reivindican su lealtad al marxismo-leninismo, aunque ahora se hunden por todas partes, han sido solo precedidos por el capitalismo liberal como pro tagonistas y conformadores de la era en que vivimos, lejos del fas cismo y del colonialismo, y son capaces de subsumir al menos algunos de los atractivos de la religión y del nacionalismo, de nuevo para bien o para mal. Aunque el comunismo fue capaz de atraer a intelectuales y organizadores impresionantes en el Primer Mundo, fue generalmente menos influyente que la variante socialdemócrata del socialismo. En el Tercer Mundo, el comunismo fue generalmente mucho más efectivo que la socialdemocracia, y lo mismo podría decirse sobre los respectivos historiales de estas dos corrientes en los movimientos de resistencia de Europa y Asia ocupadas durante la segunda guerra mundial. Alguien tan poco sospechoso de simpatizar con el comunismo o con cualquier tipo de socialismo como Ludwig von Mises llegó a describir la extensa tradición socialista como el ?movimiento reformista más poderoso que la historia haya conocido jamás, la primera tendencia ideológica no limitada a un sector de la humanidad, sino apoyada por gente de todas las razas, naciones, religiones y civi1izaciones?. Esto debe ser entendido como un homenaje, tanto al comunismo como a la gran tradición socialdemócrata centroeuropea. No es posible ni deseable pasar por la experiencia comunista como algo insignificante para aquellos que construirían una alternativa al capitalismo. Tampoco debería la reflexión crítica conformar- se con la simple denuncia de la negación de la democracia —incluyendo la democracia socialista— que es el sello del estalinismo. Si todo lo que faltaba en estos regímenes comunistas hubiera sido la democracia, entonces la introducción de ésta lo habría solucionado todo. Pero, por muy bien recibidos que sean o fueran los movimientos por la democracia en los estados comunistas, o antiguamente comunistas, está ya claro que éstos distan mucho de solucionar todos sus problemas y están tan lejos de producir un avance con respecto al estalinismo como al capitalismo. Siempre hubo socialistas y marxistas que denunciaron las acciones represoras del comunismo y que intentaron identificar los defectos básicos en la concepción del proyecto socialista. BOLCHEVISMO Y ATRASO Es interesante recordar la primera reacción de Kautsky ante la Revolución rusa. Así es como él mismo lo resumió más tarde: Si [los bolcheviques] consiguen hacer realidad sus expectativas y promesas, será un logro tremendo para ellos y para el pueblo ruso y, de hecho, para todo el proletariado internacional. Las ense?anzas de Marx, no obstante, no podrían mantenerse por más tiempo. Habría sido probada su falsedad, pero, por otra parte, el socialismo habría logrado un triunfo espléndido; el camino hacia la eliminación inmediata de toda la miseria e ignorancia de las masas, habría sido introducido en Rusia y dirigido al resto del mundo. Cuán gustosamente habría creído yo que eso fuera posible ... La teoría más poderosa, la mejor fundamentada, debería rendirse cuando los hechos la contradicen. Sin embargo, tendrían que ser hechos, no meros proyectos y promesas ... Mi benevolencia expectante no duró mucho. Para mi desazón, vi todavía con mayor claridad que los bolcheviques habían entendido totalmente mal su situación, que se enfrentaban a problemas para la solución de los cuales faltaban todas las condiciones. En sus intentos por conseguir lo imposible mediante la fuerza bruta, eligieron caminos para los que las masas trabajadoras no estaban pre parada ni económica, ni intelectual, ni moralmente Por el contrario, estaban deprimidas incluso más profundamente de lo que lo habían estado con el zarismo y la guerra mundial.2 Si Kautsky hubiera escrito esto en 193 , podría ciertamente haber discutido el alarde vacuo de Stalin de estar construyendo el ?socialismo en un solo país? en nombre del marxismo ortodoxo. En E! manifiesto comunista Y en otros escritos, Marx y Engels como todo el mundo sabe, insistieron en que un socialismo genuino sólo podía ser construido sobre las bases ya asentadas del Capitalismo; en La ideología alemana habían observado que el Socialismo exigiría giros sociales en varios de los países más desarrollados, por lo menos. De esta convicción marxista clásica, se concluía que era un enga?o total intentar ?construir el socialismo? en un país grande y atrasado o, como iba a ser intentado subsecuentemente en una serie de países atrasados. Con esto, Kautsky no quiso decir que no hubiera tenido que hacerse nada y que Rusia hubiera debido cederse a los blancos. Sus amigos mencheviques estaban lo suficientemente preparados para formar un gobierno en Georgia, donde tenían el apoyo de la mayoría, y para promover reformas sociales Eran los abusos específicos de la dictadura del partido y del llamado ?comunismo de guerra? —Y Su sistematización e intensificación bajo Stalin— lo que él atacó. Kautsky pisaba tierra firme arguyefl0 que Marx había insistido en la prioridad de la lucha por la democracia y había perfilado su noción de una ?dictadura del proletariado? en términos que eran irreconciliables con una estricta dictadura de partido. Kautsky es, a veces, tildado de ?economicista?, aunque su crítica de la estrategia bolchevique se centraba en sus amenazadoras implicaciones para el desarrollo político y cultural de los obreros. Advirtió que una organizací conspirativa, sigilosa Y jerárquica ?podía ser presentada como necesaria a una clase Oprimida en ausencia de democracia, pero no promovería el autogobier0 e independencia de las masas. Más bien aumentaría la conciencia mesiánica de los líderes y sus hábitos dictatoriales? 2. Karl Kautsky, Introducción a Bolshevism at a Deadlock Londres, 1932. 3. Karl Kautsky, Dictatorshjp of (he Proletarjat, Ann Arbor, 1964, p. 20 (hay trad. cast. La dictadura del proletariado, Ayuso, Madrid, 19762) La respuesta de Kautsky a la Revolución bolchevique queda muy clara en Massjmo Salvadori, Karl Kautsky and (he Socialist Revolution 1880-1938, Londres, 1979, pp. 218-225, 251-293. 150 DESPU?S DE LA CAlDA EL SOCIALISMO DESPU?S DE LA QUIEBRA 151 Todas las revoluciones supuestamente socialistas del siglo xx han tenido lugar sobre un trasfondo de destrucción a causa de guerras y del fracaso capitalista, y cada una de ellas ha tenido que luchar contra el peso muerto del atraso económico, así como contra cercos militares. En cada proceso revolucionario ha habido elementos rudimentarios de democracia, desde el momento en que las capas de la población excluidas y reprimidas defendían sus intereses básicos, pero, en todos los casos, un aparato político y militar centralizador, al tiempo que daba estabilidad y dirigía la revolución, impedía también el desarrollo democrático. La amenaza palpable de una contrarrevolución sangrienta ha sido utilizada a menudo para justificar la restricción de la democracia y la diversidad dentro del grupo revolucionario, como pasó en Rusia al comienzo de la guerra civil en 1918. Pero, de un modo bastante significativo, el bolchevismo dio un paso fatídico hacia el estalinismo sólo después de la victoria en la guerra civil. Asediados por el hambre, temerosos de la desmoralización y creyendo que la contrarrevolución podría fácilmente reaparecer en escena, los dirigentes del estado posrevolucionario respondieron proscribiendo partidos rivales y decretando la supresión formal de las facciones dentro del partido gobernante. No obstante, sólo con la grave crisis económica de finales de los veinte se generalizaron los principios monolíticos y totalitarios de organización del partido y de dirección de la sociedad. Las prácticas y principios del ?alto estalinismo? adquirieron un prestigio a?adido tanto dentro como fuera de las fronteras soviéticas después de la segunda guerra mundial. Stalingrado consagró el estalinismo, paradójicamente, ya que la victoria soviética fue enormemente favorecida por esa relajación propia del tiempo de guerra representada en Vida y destino, de Grossman. LA RESPONSABILIDAD DEL MARXISMO En estos tiempos, se nos dice a menudo que la Revolución rusa fue un ?experimento marxista? y que demuestra los peligros de cualquier política socialista. La reacción de Kautsky, y la de otros marxistas que serán considerados más adelante, pone de manifiesto que ese es un juicio parcial y unilateral. Sin embargo, el hecho de que los marxistas negaran cualquier responsabilidad tanto en la Revolu ció de Octubre como en el estado que surgió después, sería un error. Y sería un error porque los dirigentes del estado soviético, desde Lenin hasta Gorbachev, han apelado a Marx, han intentado organizar el soporte político del estado sobre la base de que eran marxistas y, de un modo subjetivo, han creído que, en situaciones difíciles e inesperadas, actuaban en apoyo de la causa socialista, tal como ellos la entendían. Hasta hace poco, las credenciales políticas de los dirigentes soviéticos eran aceptadas por un movimiento internacional poderoso. Eso es también un error, porque el sistema soviético parece haber puesto en práctica aspectos clave del programa socialista y marxista clásico, comprometiéndose, en algún grado, con cualquier política que optara por la propiedad pública como medio y por el bienestar popular como fin. El sistema económico de la Unión Soviética estaba basado fundamentalmente en la propiedad y planificación estatales, mientras una insistente ideología obrerista apuntaba —no siempre enga?osamente— hacia objetivos en las esferas de la sanidad y la educación y hacia la promoción social de los sectores de extracción proletaria. Que Stalin fue terriblemente cruel y un intérprete cínico del marxismo también es verdad. Pero debemos tomar las doctrinas políticas y los sistemas de pensamiento tal y como los encontramos, no sólo como se muestran literalmente; los materialistas históricos serían los últimos en objetar tal método. Por ejemplo, el cristianismo no puede ser sólo valorado por las acciones de los santos, sino que debería también aceptar alguna responsabilidad por las acciones de los gobiernos cristianos y, más generalmente, por el impacto de la Europa cristiana en el mundo. Decir que el tráfico de esclavos del Atlántico o el holocausto judío nos muestran la esencia del cristianismo sería grotesco; Pero, no obstante, se puede encontrar alguna conexión entre estos hechos y la doctrina cristiana o, de otro modo, los cristianos no habrían ayudado a que se produjeran. Una conexión así sería, simplemente, la representación tradicional de los paganos y los judíos en el cristianismo popular. Del mismo modo, el liberalismo occidental no puede ser juzgado sobre la base de las ideas e intenciones de Adam Smith, Immanuel Kant, Condorcet y Alexis de Tocqueville. La responsabilidad de los estados liberales en la guerra, el colonialismo o el hambre, debería aparecer en el cuadro como el lastre característico del pensamiento liberal. Por tanto, con el marxismo, los vacíos, errores o inadecuaciones en los que Marx tuvo algo que ver, por ejemplo el papel de la ley, los derechos de los individuos, la necesidad de cheques y balances en las estructuras políticas, o la abolición de la relación mercancía-dinero, aunque no constituyen la esencia del marxismo, como algunos quisieran proclamar, pueden tener alguna responsabilidad, directa o no, sobre las prácticas de lo que vino a llamarse ?el socialismo realmente existente?. Kautsky escribió La dictadura del proletariado y El bolchevismo en un punto muerto, en parte porque él sentía alguna responsabilidad, como maestro de Lenin, hacia lo que estaba pasando en Rusia. Su crítica no iba dirigida exclusivamente a la represión política, sino que más bien insistió en que esa represión era el resultado de rechazar el compromiso con otras fuerzas y de forzar el ritmo de la socialización económica, primero bajo el ?comunismo de guerra? y más tarde durante el periodo de colectivización y los planes quinquenales. Algunos podrían rechazar la crítica de Kautsky basándose en que los socialdemócratas austríacos, que se inclinaban más a seguir sus consejos, no fueron capaces de prevenir otro tipo de desastre: la victoria de la reacción clerical y el nazismo. Alternativamente, uno podría cuestionar los logros de los amigos mencheviques de Kautsky en Georgia o en la propia Rusia. Y las posturas que él adoptó en 1914 acerca de la guerra, ciertamente da?aron su reputación moral. Pero, el objetivo ahora no es aprobar retrospectivamente la postura de Kautsky (se analizará otro elemento de la misma más adelante), sino insistir en que sus ideas deben ser evaluadas a partir de sus méritos, y contradecir el mito creado por Stalin y aceptado por muchos anticomunistas de que el estado soviético era la única encarnación viva del programa marxista. Kautsky, en realidad, topó con el hecho de que el leninismo y el estalinismo, lejos de ser una realización de las ideas de Marx, representaron, hasta un punto significativo, un retorno atávico, dentro del socialismo, a las tensiones conspirativas, jacobinas y doctrinarias contra las cuales Marx estuvo luchando la mayor parte de su temprana vida política. De este modo, aunque el marxismo no puede eludir su implicación en el destino de la Revolución rusa, tampoco debería dejar de lado que muchos de los marxistas más notables del momento —no sólo Kautsky, por supuesto, sino también Rosa Luxemburgo— repudiaron la práctica de la dictadura del partido desde el primer momento. Si Luxemburgo hubiera vivido, por supuesto habría desarrolla- do las notables y presciéntes observaciones contenidas en sus últimos escritos sobre la Revolución rusa. Algunos partidarios del nuevo estado soviético reconocieron que la estrategia bolchevique implicaba la revisión del marxismo. Antonio Gramsci, que simpatizaba con el elemento voluntarista de la Revolución de Octubre, la describió como ?la revolución contra El capital?.4 La historia posterior de la Unión Soviética ha estado se?alada por críticas sucesivas de mencheviques, socialdemócratas, austromarxistas, comunistas consejistas, socialistas liberales, oposición de izquierdas, oposición de derechas, revisionistas del Este de Europa, marxistas occidentales, nuevos izquierdistas, eurocomunistas, y así sucesivamente hasta los escritos más recientes de gente como Rudolph Bahro y Boris Kagarlitski. Esta crítica y este rechazo se han relacionado de diferentes maneras, tanto con la línea estratégica básica del proceso, como con los crímenes particulares y los errores perpetrados por el camino. Muchos de estos críticos se han situado ellos mismos de lleno dentro de la tradición marxista. Apelaban a un Marx que atacó encarnizadamente la censura de prensa y el ejercicio arbitrario del poder del estado, que insistió en que la batalla por la democracia debía tener prioridad y que apoyó la responsabilidad de los representantes políticos. Los escritos de Marx sobre el jacobinismo y el bonapartismo estaban alentados por una profunda hostilidad hacia las formaciones políticas que pretendían usurpar el papel de las fuerzas sociales. Como los marxistas del siglo xx se han enfrentado con los horrores modernos de la guerra total y el totalitarismo, han tenido que desarrollar, por supuesto, nuevos conceptos, pero sin desechar el punto de vista del materialismo histórico. Dentro de esta literatura ha de encontrarse una autorreflexión crítica que extiende y desarrolla las ideas de Marx en áreas que habían permanecido incompletas, ambiguas y expuestas al abuso. Por referirme a ejemplos utilizados previamente, en los anales del cristianismo y el movimiento liberal, se incluye también, con mayor o menor alcance, una oposición valiente —en algunos casos profética— por parte de una minoría de cristianos y liberales contra el militarismo o la esclavitud, o la persecución racial o religiosa. La 4. Edición de David Forgacs de A Gramsci Reader, Londres, 1988, pp. 32-36. A diferencia de otros entusiastas de la revolución, Gramsci fue consciente desde el principio de que, en las condiciones rusas, ésta significaría un reparto de miseria y necesidad. Véase G. Fiore, Gramsci: a Lije, Londres, 1990. 156 DESPU?S DE LA CA?DA EL SOCIALISMO DESPU?S DE LA QUIEBRA 157 su isla.6 En La crítica del programa de Gotha perfiló los principios generales de la distribución individual y colectiva, pero dijo pocas cosas útiles acerca de la coordinación y la socialización de la producción. Su sugerencia de que podrían ser utilizados vales de trabajo en lugar de dinero en el estadio inicial del socialismo no fue en absoluto elaborada, sin duda porque era inherentemente irrealizable. En un análisis más minucioso, el argumento de Marx en dichos pasajes no es que el cálculo económico se convierta en innecesario tras la expropiación de los expropiadores, sino que la racionalidad de aplicar el trabajo a las necesidades sociales se hará evidente una vez se haya desvelado la planificación de las mercancías. Ya que Marx estaba a favor de una socialización generalizada de la producción en varios de los más avanzados estados capitalistas, resulta difícil pensar que él realmente concibiera una autoridad planificadora mundial que decidiera cuánto de cada cosa debería ser producido. Estaba satisfecho de ver referencias positivas a las cooperativas introducidas en las declaraciones programáticas de la Asociación Internacional de Trabajadores, mientras no se las identificara como el camino único o privilegiado hacia el socialismo. Otro hecho significativo es que La crítica del programa de Gotha no ofrecía el principio ?a cada cual según su trabajo? como el único principio de distribución en el estadio más bajo o inicial del socialismo, sino que también argumentaba a favor de la provisión pública de educación, sanidad y bienestar social. Entre los principales propósitos de este texto estaba un desafío a pretensiones propagandísticas pero enga?osas: al argumento de que el trabajo es la única fuente de toda riqueza opone con insistencia el de que la naturaleza es, al menos, igual de importante, y a la pretensión de que los trabajadores deberían recibir el fruto completo de su trabajo opone la especificación de los costes previos que deberían cubrirse con la inversión. Sin detenernos en esos puntos, 6. Karl Marx, Capital, vol. 1 (ed. en inglés, Londres, 1990, pp. 171-172). La referencia es, como mínimo, humorística, y en el contexto global del libro no justifica que se atribuya a Marx la falacia sinóptica de que la economía mundial pudiera ser dirigida por un planificador omnisciente. El ?socialismo? de Comte, que sí conducía a tal opinión, nunca atrajo a Marx, Precisamente fue El capital lo que persuadió a Louis Althusser a rechazar la idea de que las relaciones sociales pudieran ser una ?totalidad expresiva? que tuviera la coherencia y simplicidad de una idea, y de preferir lo que él vio en el concepto de Marx del modo de producción como una ?totalidad compleja ya dada?, que nunca podría ser dirigida por una toma de conciencia. Véase Louis Althusser y tienne Balibar, Reading Capital, Londres, 1970. debe concederse que Marx nunca esbozó con exactitud cómo funcionaría la economía socialista. Con toda probabilidad, la necesidad humana insatisfecha que él pudo ver a su alrededor, requería una valoración no muy compleja, dado que la mayoría de los procesos industriales todavía tenían un carácter bastante rudimentario. La excesiva moderación de Marx no fue, por supuesto, practicada por otros. El interés popular en las ideas de Eugen Dühring se derivó, probablemente, del hecho de que él especulara alegremente sobre la forma económica de un futuro en el que comunas económicamente autónomas estarían dirigidas por principios de justicia social y cohesión comunal. Muchas de las ideas de Dühring eran poco juiciosas, y algunas, detestables (por ejemplo, era antisemita); la resolución de Engels de combatir su influencia es comprensible. Pero, ?por qué sintió la necesidad de imitar la equivocada configuración del sistema de Dühring y su ?esquematismo del mundo? en lugar de concentrarse en los aspectos políticos centrales de los preceptos económicos y programáticos? Newton, Lavoisier y Darwin apenas necesitaban ser defendidos; lo que requería atención era el programa económico y social del movimiento obrero, sin embargo las frases grandilocuentes de Engels en esta área no hicieron avanzar el tema.7 7. Friedrich Engels, Anti-Dühring, Moscú, 1978. Aunque está oscurecida con disquisiciones sobre la dialéctica, esta obra sí contiene, faut de mieux, la discusión más extensa que puede encontrarse en las obras de Marx y Engels sobre el orden que ellos creyeron que podría desbancar al capitalismo (véase en particular pp. 343-379). Cualesquiera que sean los fallos de la obra de Engels, siempre insistió tanto en los límites fijados por las condiciones económicas objetivas como en la importancia del desarrollo democrático. Engels fue, por supuesto, responsable de una de las manifestaciones más memorables y proféticas del antiguo tema que habría de ser promulgado por los fundadores del materialismo histórico. En referencia a la situación de Münzer, el líder de la guerra del campesinado de principios del siglo xvi, escribió: ?La tendencia, no sólo de su tiempo, sino del siglo entero, no estaba madura para la realización de las ideas que él mismo había empezado tan sólo a buscar a tientas. La clase que representaba no estaba sólo insuficientemente desarrollada y era incapaz de dominar y transformar toda la sociedad, sino que estaba apenas empezando a existir. La transformación social que imaginó en su fantasía estaba tan poco fundamentada en las condiciones económicas entonces existentes, que estas últimas resultaron ser la preparación para un sistema social diametralmente opuesto al que él so?ó?. Friedrich Engels, ?The Peasant War in Germany?, en The German Revolutions, Leonard Krieger, ed., Chicago, 1967, p. 105. Los bolcheviques habrían tenido que conocer bien de cerca este párrafo, con su conclusión de que, a pesar de todo, Münzer tuvo razón al actuar como lo hizo. Desde la postura menchevique lo importante sería que, cualesquiera que fuesen sus sue?os, Münzer tuvo razón al compro- 158 DESPU?S DE LA CA?DA También debería hacerse mención del trabajo de August Bebe! La mujer en el pasado, el presente y el futuro (1879) por la importancia del autor en la fundación del partido socialdemócrata alemán y por la gran popularidad del libro en los inicios del movimiento socialista. El libro de Bebe! dibujaba un contraste vívido entre las miserias del capitalismo y las beldades del socialismo. La discusión del advenimiento del socialismo ilustra perfectamente su aproximación a la tradición ?simplificadora?, salpicada, como estaba, de comentarios en el sentido de que la demanda será establecida ?con facilidad?, la producción irá ?como un aparato de relojería? y ?todo será simplificado en un grado muy alto?. Pero el libro de Bebel queda redimido por algunos pasajes atractivos y relevantes, como las acusaciones al urbanismo sofocante y al capitalismo industrial por la destrucción de los bosques, el envenenamiento de los ríos y el despilfarro de los recursos naturales por parte del creciente capitalismo industrial, que le llevan a impulsar el aprovechamiento de la energía hidráulica para generar la electricidad, que él ve vital para la sociedad del futuro. 8 Con sus aciertos y sus debilidades, el libro de Bebel podría ser visto como un precursor de Magnitogorsk o de los verdes, según el gusto de cada cual. Aunque su autor pensaba en sí mismo como en un marxista, este libro recuerda la inocencia del socialismo temprano; John Stuart Mill y Fourier aparecen citados con no menos respeto que el autor de El capital. CR?TICA RETROSPECTIVA El destino contemporáneo del comunismo dota de un nuevo interés y actualidad a las críticas tempranas a Marx o al socialismo, como las de Bakunin o J. S. Mill. Bakunin rechazó lo que él vio meterse en una lucha que no pudo ir más allá del horizonte de un tipo de república burguesa temprana. Al respaldar la lucha de Münzer, Engels no estaba, de ninguna manera, recomendando un intento de saltar directamente al comunismo sin tener en cuenta las condiciones. Habría estado de acuerdo con su amigo Plejanov en que un intento de ese tipo en un país aislado y atrasado sólo podría dar resultado si la base fuera un ?despotismo patriarcal? como el de los incas. (Citado por Michael Ellman en Socialist Planning, Cambridge, 19902, p. 350.) 8. August Bebel, Woman in the Past, Present and Future, Londres, 1988, pp. 178-228. EL SOCIALISMO DESPU?S DE LA QUIEBRA 159 como socialismo de estado en Marx. Aunque admiraba El capital y citó aprobatoriamente la sentencia de Marx sobre el hecho de que la emancipación de los trabajadores sólo puede ser llevada a cabo por los trabajadores mismos, le preocupaba que Marx tuviera una idea tan estrecha de quién era un trabajador y le asustaba que la noción que tenía Marx de un estado revolucionario condujera simplemente al ?reino de la inteligencia científica, el más aristocrático, despótico, arrogante y desde?oso de todos los regímenes?. Apuntó: El estado es el gobierno, desde arriba hacia abajo, de un enorme número de hombres muy diferentes desde el punto de vista del nivel de su cultura, de la naturaleza de los países y las ciudades en los que habitan, del trabajo que desempe?an, de los intereses y aspiraciones que los mueven ...; el estado es el gobierno de todos ellos por una u otra minoría; esta minoría, incluso si fuera elegida mil veces por sufragio universal y controlada en sus actos por instituciones populares, a menos que estuviera dotada de la omnisciencia, omnipresencia y omnipotencia que los teólogos atribuyen a Dios, es imposible que pudiera saber y prever las necesidades, o satisfacer con una justicia uniforme los intereses más apremiantes del mundo.9 Sin embargo, una lectura más detenida de Bakunin nos revela que su objetivo real era Lassalle y su noción del Volksstaat; de hecho, las críticas de Bakunin incitaron a Marx a producir su propio rechazo del estatismo de los socialdemócratas alemanes en La crítica del programa de Gotha, como ha se?alado Daniel Guérin.1° Bakunin puede haber sido presciente en sus comentarios sobre el socialismo de estado, pero sus propios antídotos no eran apropiados y estaban, de hecho, cerca de aquellos a los que se adhería la tradición simplificadora mencionada anteriormente. Mientras que Bakunin no tenía un sistema económico propio, no podemos decir lo mismo de Proudhon, el cual fue más lejos que Marx en perfilar una organización alternativa de la producción. En lugar de proponer la estatificación de la sociedad, él argumentó a favor de una economía social establecida por contratos libres y equi 9 ?Marx, the Bismarck of Socialism?, en Patterns of Anarchy, Leonard Krimmerman y Louis Perry, eds., Nueva York, 1966, p. 86. 10. Daniel Gurin, ?Marxism and Anarchism?, David Goodway, ed., For Anarchism: History, Theory and Practice, Londres, 1989, pp. 109-126. DESPU?S DE LA CA?DA tativos entre asociaciones autónomas de productores, que deberían simplemente absorber y reemplazar las tareas de gobierno. Proudhon ha sido aclamado como precursor del socialismo de mercado, en el que pretendía aprovechar más que suprimir la competencia económica. También tuvo una sensibilidad mayor que Marx hacia la trascendencia de la producción e intercambio a peque?a escala. Como Gustav Landauer, uno de los líderes del Consejo Revolucionario de Munich de 1918, escribió en 1914: ?Karl Marx y sus sucesores pensaron que no podrían hacer una acusación peor al más grande de todos los socialistas, Proudhon, que la de llamarle peque?o burgués y peque?o campesino socialista, lo cual no era ni incorrecto ni insultante, puesto que Proudhon mostró espléndidamente a la gente de su nación y de su tiempo —predominantemente peque?os artesanos y granjeros— cómo podían alcanzar el socialismo sin esperar al progreso ordenado de los grandes capitalistas?.1 Aunque Landauer no estaba equivocado al identificar tendencias arrogantes en los marxistas hacia los peque?os productores, su propósito habría sido mucho más nítido si hubiera explorado las bases de la alianza de éstos con otras fuerzas sociales, incluyendo a los trabajadores, antes que promover la noción voluntarista de un socialismo de peque?os productores. Tanto el Marx tardío como el maduro Kautsky se esforzaron en desechar cualquier condescendencia con la supuesta ?necedad rural? y en identificar las formas en que el movimiento obrero pudiera asumir la causa de los campesinos.’2 Aunque la tradición marxista, a veces equivocadamente, menospreció a los peque?os productores, no estaba equivocada al suponer que éstos habrían sido incapaces de detener el proceso de acumulación capitalista. Las propias ideas económicas de Proudhon eran erróneas en varios sentidos. Como algunos marxistas, rechazó la necesidad del tipo de interés, aunque el banco central que proponía, falto de criterios sobre inversión, agotaría su caudal por la restricción de presupuestos. La 11. Robert Graham, Introducción a P. J. Proudhon, General Idea of the Revolution in the Nineteenth Century, Londres, 1989. 12. La Crítica del programa de Gotha había denunciado ya la idea de que las clases no proletarias eran, simplemente, ?una masa reaccionaria?. Sobre las ideas de Marx acerca del campesinado, véase en concreto Teodor Shanin, The Late Marx and the Russian Road, Londres, 1983 (hay trad. cast.: El Marx tardío y la vía rusa, Talasa, Madrid, 1988), y Robert Bideleux, Communism and Development, Nueva York, 1985. EL SOCIALISMO DESPU?S DE LA QUIEBRA noción de Proudhon de que la organización económica hacía innecesaria la democracia política provocó la crítica de Engels de que ello habría llevado a una irresponsable e intensificada centralización del estado, pese a las expresiones mutualistas o anarquistas del autor.’3 J. S. Mill expresó un entusiasmo cauto por un socialismo descentralizado, pero también mostró una cierta perspicacia cuando advirtió que no sería práctico, y no digamos deseable, para el estado hacerse cargo de la vida entera de la sociedad. Afirmó que ?la sola idea de dejar toda la industria de un país bajo la dirección de un centro único es tan obviamente quimérica que nadie se arriesga a proponer la forma en que debería Mill no se refería específicamente a las ideas de Marx o los marxistas, pero, a medida que los movimientos socialistas crecieron en influencia, atrajeron, naturalmente, la atención crítica de sociólogos y economistas. Hacia fines del siglo xix, empezó a parecer posible —mientras que antes lo parecía poco— que los socialistas o los socialdemócratas pudieran estar en situación de dirigir el gobierno en alguno de los principales estados europeos. Había un sentimiento generalizado, detectable en los escritos de Emile Durkheim, Pareto y el Max Weber anterior a la guerra, de que el socialismo podría hacerse más responsable y más preparado para aceptar las realidades y las disciplinas del poder.’5 Esta línea crítica tendió a alentar, 13. Hal Draper, Karl Marx’s Theory of Revolution, vol. IV, Critique of Other Socialisms, Nueva York, 1990, pp. 126-129. Alguien que intentara hacer un santo de escayola de Proudhon o Bakunin se sentiría desenga?ado por la relación informativa, aunque demasiado partidista, de este autor. Al mismo tiempo, los propios Marx y Engels fueron también falibles, como muestra Draper; sus ideas se desarrollaron a través de enfrentamientos con antagonistas y colaboradores tan escogidos como Proudhon y Bakunin. 14. John Stuart Mill, Qn Socialism, Nueva York, 1976, pp. 134-135. 15. Véase Wolfgang Mommsen, ?Max Weber and Social Democracy?, en Carl Levi, ed., Socialism and Intelligentsia, Londres, 1987, pp. 90-105. Mommsen resume la opinión de Weber esta vez con la siguiente fórmula: ?Aunque podría haber muchas variedades de socialismo, la única viable y compatible con la civilización moderna estaba destinada a ser un tipo de “economía planificada”, directamente centralizada? (p. 92). Sobre Durkheim, véase Stephen Yeo, ?Notes on Three Socialisms?, en Socialism and the Intelligentsia de Levi, pp. 2 19-270, 221. Sobre la idea de que los antagonismos sociales y las fluctuaciones económicas deberían ser contenidos desde arriba por una asamblea nacional de corporaciones profesionales, véase mile Durkheim, Social ism, Nueva York, 1962, pp. 245-247 (hay trad. cast.: El socialismo, 160 161 DESPU?S DE LA CA?DA más que a impugnar, los elementos estatistas del pensamiento socialista. Por otra parte, hubo críticos que cuestionaron la coherencia del análisis de Marx sobre el capitalismo; los más famosos de ellos fueron el austríaco Bóhm-Bawerk y marxistas legales rusos tales como Tugan-Baranovski. Pero las impugnaciones a la teoría del valor y la distribución de Marx no parecieron tener implicaciones pro- gramáticas y no cuestionaron directamente la racionalidad económica de la planificación o de la propiedad pública.6 El pensamiento político y económico de los socialdemócratas alemanes ocupó entonces un lugar especial en el pensamiento marxista y estuvo se?alado por el rechazo del socialismo de estado asociado a Voilmar. El programa adoptado en Erfurt en 1891 por los socialdemócratas alemanes vino a convertirse en un punto de referencia programático clásico. La primera parte, escrita por Kautsky, constituyó una enérgica acusación contra la explotación, inestabilidad e inhumanidad del sistema capitalista. Este último parecía mantenerse para preparar el terreno de su propio final, a causa de la polarización social que promovía y de su propia tendencia, fácilmente identificable, hacia una producción más socializada. La segunda parte del programa, escrita por Edward Bernstein y concentrada en aspectos inmediatos, se centró en una llamada a la democratización del estado alemán, que incluía el sufragio universal, la ampliación de las libertades cívicas y los derechos sindicales. Vale la pena mencionar que este programa tenía propuestas, tales como el voto para Editora Nacional, Madrid, 1982). El famoso cálculo de Pareto de la igualdad social también fue impulsado por un compromiso con el socialismo; nótese que él veía este último como una fuerza vigorosa, amenazadora, fundamentalmente sentimental e irracional que necesitaba ser duramente disciplinada, por medios fascistas si era realmente necesario. De cualquier manera, sus opiniones sobre el socialismo variaron mucho; véase Richard Bellamy, ?From Ethical to Economic Liberalism?, Economy and Society, vol. 19, n.° 4, noviembre de 1990. 16. Por supuesto, era posible apoyar una teoría del valor obrera mientras no cuestionara el capitalismo, como hizo Ricardo, del mismo modo que era posible ser un socialista y rechazar la teoría obrera, como hizo Alfred Marshall. BóhmBawerk separa específicamente su crítica de Marx de su valoración del socialismo; véase Eugene Bóhm-Bawerk, Karl Marx and (he Clase of his System, P. M. Sweezy, cd., Nueva York, 1948, pp. 117-118. No obstante, podría argumentarse que el uso del tiempo de trabajo como una unidad fundamental de cuenta en una economía de transición, como se sugería en la Crítica del programa de Gotha, podría llegar a ser muy problemático si no se mantenían los esquemas de valores de Marx. EL SOCIALISMO DESPU?S DE LA QUIEBRA las mujeres y una representación proporcional, que estaban en la vanguardia de la política democrática; aunque Engels estaba satisfecho con el primer ?programa marxista?, le habría gustado ver en él un compromiso mayor con el republicanismo y el federalismo. Los subsiguientes éxitos electorales de los socialdemócratas alemanes y el comienzo de la controversia sobre las ideas de Bernstein llevaron a una elaboración adicional de las ideas programáticas. Aunque Bernstein no cuestionó la viabilidad de la socialización —en realidad más bien argumentó que se estaba dando ya bajo el capitalismo— su simpatía hacia el reformismo contribuyó a que Kautsky alentara una discusión más atenta de los problemas de la producción socialista que las que se habían ofrecido hasta el momento por parte de algún pensador socialista, o en lo referente a ese asunto, antisocialista. En El día después de la revolución (1902) indicó los muy considerables problemas que afrontaría un gobierno obrero empe?ado en la socialización. Se?aló la dificultad de organización implicada si ?en Alemania el estado viene a ser el director de producción de dos millones de fábricas y a actuar como intermediario en la puesta en circulación de ese producto, en parte como medios de producción y en parte como artículos de consumo, para ser distribuidos entre sesenta millones de consumidores, cada uno de los cuales tiene una necesidad especial y cambiante?. Sin eliminar la posibilidad de que pudieran encontrarse los medios para lograr tal haza?a, rechazó cualquier proyecto para ?regular las necesidades de la humanidad desde arriba ... asignando a cada uno, como en un cuartel, su porción?. Una solución tan tosca devolvería a la civilización ?a un estadio inferior?. Bajo las condiciones del momento, no se podría prescindir del dinero, salarios y precios de mercado. La regulación socialista sería llevada a cabo, principalmente, por las empresas más grandes, de las que había unas dieciocho mil, y se haría más fácil porque los patrones de consumo y los ritmos de producción tenían una constancia definida o una regularidad estadística. No obstante, el problema de la coordinación sería ?el más difícil que tendría el régimen proletario y lo proveería de muchos huesos duros de roer?. Concluyó insistiendo en que no habría necesidad de hacerlo todo de una vez: ?Al igual que con el dinero y los precios, es necesario conectar con aquello de lo que se desciende históricamente y no construirlo todo desde la nada; recomenzar, pero sólo para ampliar algunos puntos y limitar otros?.’7 La tentativa de Kautsky y sus comentarios exploratorios podían haber alentado a los economistas marxistas a afrontar el problema de lo que debería hacerse cuando ?la necesidad de regular la producción por el intercambio de valores equitativos cesara?. Pero tuvo que ser un peque?o número de críticos económicos del socialismo los que se preocuparon, con espíritu favorable u hostil, de investigar los presupuestos prácticos de una sociedad y una economía socialistas. En estos trabajos, la atracción intelectual por establecer los requisitos de las diferentes formas de economía va unida a una intención, consciente o inconsciente, de demostrar que categorías tales como precio, renta, interés o ahorro tendrían su equivalente en cualquier sistema económico. Entre los que emitieron tales manifestaciones estaban Friedrich von Wieser, Enrico Barone y N. G. Pierson. Aunque había mucho de interesante y pertinente en estas críticas, a veces atribuyeron posturas demasiado simplistas a Marx —tanto Barone como Pierson atribuyeron a éste la noción de que los trabajadores recibirían todo el fruto de su trabajo, una visión que, como quedó se?alado más arriba, Marx y Engels habían rechazado con firmeza en La crítica del programa de Gotha—. Sin embargo, Barone fue la primera persona en tratar de identificar el esquema matemático necesario para calcular valores en una economía planificada. Intentó demostrar que esto implicaría muchas dificultades insospechadas por los que abogaban por el socialismo y que les obligaría a reinventar categorías ?burguesas?. No obstante, si se pudieran resolver unas setenta mil ecuaciones, el ?ministerio de producción socialista? podría realizar el trabajo necesario. Aunque el ensayo de Barone era técnicamente impresionante, no fue tan práctico y realista como lo habían sido las ideas de Kautsky sobre el tema.’8 Las críticas ofrecidas por Pierson y Wieser fueron menos formalistas y estáticas y más relevantes para el marxismo, el cual, después de todo, no se había definido nunca radicalmente en contra de todas las categorías económicas. Pierson fue alentado por la conferen 17 cia de Kautsky sobre ?El día después de la revolución? para presionar a favor de una mayor elaboración de cómo los socialdemócratas proponían dirigir una economía estatalizada; un rasgo destacable de esta crítica, que quedó sin respuesta a mi modo de entender, fue que planteó la cuestión de cómo se llegaría a establecer los precios para negociar entre diferentes estados socialistas. La crítica de Wieser fue tanto la más sugerente como, al parecer, la menos hostil en intenciones. Al tiempo que dio muestras de simpatía y de interés hacia el socialismo, Wieser cuestionó la conveniencia, o incluso la posibilidad, de la dirección por parte del estado central de la actividad económica: El deseo o mandato único, que es esencial para la guerra o la unidad legal e indispensable como vínculo de unión de la mayoría, queda desvirtuado, en una acción económica colectiva, para la eficacia de la gestión. En la economía, aunque se haya hecho social, el trabajo se realiza siempre fraccionadamente ... Realizaciones parciales de este tipo serán ejecutadas con mucha más efectividad por miles y millones de ojos, ejerciendo como muchas voluntades; ellos equilibrarán, uno contra el otro, con mucho más acierto que si todas estas acciones, como un mecanismo complejo, tuvieran que ser conducidas y dirigidas por cierto control superior. Un gestor central de este tipo, nunca podría estar informado de innumerables posibilidades con las que se encontraría en cada caso particular (en lo que se refiere a la mayor utilidad de encontrarse con una u otra en circunstancias determinadas), o el paso más adecuado que debería seguirse para un mayor avance y progreso.’9 La corriente principal de la economía marxista no aceptó el reto de estas críticas pragmáticas, sino que afirmó que el propio capitalismo financiero estaba perfeccionando técnicas de cálculo y de control económicos que podrían ser heredadas por un gobierno obrero cuando llegara el momento adecuado. En esta etapa, el estado- nación todavía no estaba establecido como el único o privilegiado lugar y agente de la propiedad pública y la planificación. La existencia de municipios socialistas influyentes, cooperativas y sindicatos, dio lugar a una más variada —aunque vaga— visión de la futura economía socialista. El movimiento socialista en desarrollo necesitó formas de imaginar el futuro y la más común fue la novela utópica (o, con Jack London, distópica), como A?o 2000 (1887), de Edward Bellamy, Noticias de ninguna parte (1890), de William Morris, y Tierra libre (1876, 1890), de Theodor Hertzka. El libro de Bellamy, que llegó a ser editado muchas veces, proyectaba una evolución pacífica hacia el colectivismo, sobre la base de tendencias ya presentes en el capitalismo de finales del siglo xix, que era vista como lo opuesto a los rasgos derrochadores y anárquicos de la competencia capitalista: la formación de trusts y sindicatos y las actividades de los reformistas municipales. No obstante, en opinión de Bellamy, el control estatal de toda la economía daría resultado de modo significativo (o en gran parte) por el hecho de que el sector público demostraría ser enormemente más efectivo como proveedor, y popular como patrón, que el sector privado residual. William Morris encontró repelente la opinión de Bellamy. El retrato de Bellamy de obreros felizmente organizados provocó el comentario siguiente de Morris: ?Si me reclutaran en un regimiento de obreros me limitaría a tumbarme a la bartola?. El orden socialista de Bellamy había de ser introducido por consenso popular cuando ?la opinión pública hubiera madurado completamente?, pero su expresión institucional central había de ser ?un sindicato único, representante de todo el pueblo?. Morris creyó que esto era contrario a la variedad y al autogobierno que deberían ser, por definición, características de una genuina sociedad socialista. Viendo una conexión entre la utopía de Bellamy y el trabajo de los fabianos, con su identificación de socialismo y estatismo, escribió: ?Por lo demás, no creo en el socialismo estatal como algo deseable en sí mismo, ni, en realidad, lo creo posible como un esquema completo. No obstante, un cierto acercamiento a él será, de seguro, intentado y, a mi entender, éste precederá a cualquier ilustración completa del nuevo orden de las cosas. El éxito del libro del se?or Bellamy, mortalmente aburrido como es, es un indicio para mostrar de qué lado sopla el viento?.20 20. Citado de Edward Thompson, William Morris, Londres, 1977, p. 575; véase también pp. 542-693 (hay trad. cast.: William Morris: de romántico a revolucionario, Alfons el Magnánim, Valencia, 1988). Las conferencias y los ensayos de Morris sobre el socialismo combinan la más elocuente acusación de la degradación del entorno humano y natural por la guerra comercial, con menciones ocasionales de la tesis ?simplificadora?. Pero esta última queda equilibrada y cualificada por tributos EL SOCIALISMO DESPU?S DE LA QUIEBRA La propia novela utópica de Morris Noticias de ninguna parte fue escrita, parcialmente, en oposición a Bellamy. Aunque el trabajo tiene un papel importante en la novela, los mecanismos económicos no están descritos específicamente más allá de una evocación generalizada de los mercadillos de artesanías. A ese respecto, Tierra libre, de Hertzka, —en muchos sentidos menos atractiva y menos socialista que Noticias de ninguna parte— sí intentó un retrato más detallado de cómo las asociaciones de productores podían regular sus asuntos. Por ejemplo, abordó el problema de cómo una total igualdad debía ser garantizada en un sistema competitivo de producción e intercambio. Había movimiento libre de obreros, los cuales podían exigir que colectivos más prósperos y que pagaran mejor los contrataran. Los miembros originales del colectivo próspero recibirían una modesta prima de antigüedad, pero tenían que compartir su prosperidad con los recién llegados. El aparato propuesto por Hertzka sí tenía una clara ingenuidad técnica, como demostró A. Chilosi. Deberíamos, no obstante, se?alar que la utopía de Hertz- ka tomó la forma de una fantasía colonialista, situada en ?frica, y culminada con intentos de reformar la moral de los nativos; en este y otros muchos sentidos, Tierra libre muestra una visión a la que los socialistas contemporáneos apenas desearían adherirse.2’ Hasta que los partidos de la Segunda Internacional elaboraron un proyecto de futuro, aquél permaneció perfilado por Engels, por Kautsky y por Bebel en su obra La mujer y el socialismo. Los economistas marxistas prefirieron estudiar y discutir los mecanismos del capitalismo. El revisionista Bernstein y el ortodoxo Hilferding arguyeron que el avance de la concentración capitalista y la cartelización financiera estaban creando inconscientemente los instrumentos de un futuro orden socialista. Kautsky habría de desarrollar una fuerte reserva acerca de las posibles implicaciones de este tipo de argumento: ?Este concepto cómodo de transición imperceptible hacia el estado del futuro, provocado por las diligentes actividades de los mismos capitalistas, lleva simplemente a esto: la principal tarea del proletariado sería entonces apoyar a los capitalistas, puesto que hacerlo sería fomentar la liberación del propio proletariado?.22 LENINIsM0 Y ESTALINISMO Con respecto a la corriente principal del marxismo, la corriente bolchevique de Lenin vino a representar una especie de voluntarismo político. El concepto de Lenin de partido revolucionario fue criticado, por su jacobinismo y su dirigismo, por Luxemburgo y Trotski, así como por los mencheviques.23 Pero en el contexto de una autocracia incoherente, el culto a la organización y a la disciplina de partido de Lenin tenía sentido para muchos militantes. Posteriormente, las matanzas masivas de la primera guerra mundial y su impacto devastador sobre las vidas de varios cientos de millones de personas, podrían justificar aparentemente no sólo la apropiación bolchevique del poder, sino también la crueldad con que lo defendieron. Los bolcheviques no estaban dispuestos a recibir lecciones de humanitarismo de aquellos que tenían la responsabilidad de las hecatombes de Ypres y el Somme, o usaban el hambre para intimidar a la Europa central en 1918-1919, o de hombres de estado que reprimían salvajemente las aspiraciones de independencia colonial. Por otra parte, los bolcheviques estaban impresionados —probablemente muy impresionados— por el funcionamiento de la economía de guerra alemana, que se veía como una demostración de la eficacia de la planificación concreta; sin embargo, ni Suiza ni el tren precintado* eran los lugares adecuados para hacer esta valoración. En El estado y la revolución, Lenin escribió sobre cómo la economía podría ser organizada como un sindicato único, reflejando las opiniones del socialismo tradicional sobre los logros de los trusts. El comienzo de la guerra civil en marzo de 1918 y la presión ejercida por el hambre dieron lugar a la implantación de lo que más tarde se llamó ?comunismo de guerra?, que intentaba sustituir todo intercambio por requisición. Aunque ello fue efectivo militarmente, arruinó la producción a peque?a escala en aquel país atrasado. También fue asociado a un sentido del destino bolchevique, intensificado y endurecido, que no permitiría oposición alguna.” La victoria no conllevó una relajación política. En 1921, el mesianismo bolchevique fue aumentado para justificar un monopolio del poder cada vez más generalizado y truculento. En espacio de pocos meses, se eliminaron los restos de pluralismo de los soviets, se adoptó la prohibición de facciones dentro del partido, la Georgia menchevique fue invadida, la revuelta de los marineros de Kronstadt reprimida militarmente y los partisanos ?verdes? de Majno fueron cazados. El escenario estaba preparado para Stalin. Lenin, por supuesto, no tiene una responsabilidad absoluta sobre el marxismo-leninismo, una doctrina desconocida para él. Le- fin, aunque no era un pensador sistemático, en algunos sentidos desarrolló mayor comprensión que Marx hacia la complejidad necesaria, tanto en política como en economía. Junto a otros marxistas rusos, especialmente Bogdánov, Lenin desarrolló un sentido de la necesaria, aunque parcialmente autónoma, trascendencia de una organización política. El voluntarismo de * El autor se refiere al vagón de ferrocarril que los alemanes facilitaron a Le- fin para llegar a Rusia. (N. del e.) 25. El texto clave en la introducción del ?comunismo de guerra? es probablemente el ?Report on Combating the Famine?, disponible en la edición de Meghnad Desai, Lenin ‘5 Economic Writings, Londres, 1989, pp. 268-286. Sobre la influencia del modelo económico de guerra alemán en el pensamiento de Lenin, véase la introducción del editor (p. 27) y también ?The Transition from Actually Existing Capitalism?, de Meghnad Desai et al., New Left Review, n.° 170, 1988. estos escritos tempranos no estaba, de este modo, desprovisto de una auténtica intuición. No fue hasta últimos a?os cuando se dio cuenta del descubrimiento de doble filo que había hecho ayudando a formar una fuerza política qUC podría ser utilizada para fines que él no aprobaba. Sus últimos escritos reflejan este doloroso descubrimiento. Pero, tal y como los j1istoriadores marxistas Isaac Deutscher y Moshe Lewin demostraron, justamente estaba empezando a manifestar una cierta conciencia de los auténticos peligros cuando fue aplastado por el contexto históric° i práctico, y abatido por la enfermedad? Esto no quiere decir que ni Lenin ni Trotski puedan eludir el cargo de haber preparado ellos mismos en algún grado el terreno a Stalin, con su a menudo despiadada práctica de una dictadura de partido. Uno de los peores textos de Leni sobre el periodo revolucionario, ?Cómo debe organizarse la emulación?? (1918) está cargado de formulaciones irreflexivas y eYtremas. Por alguna razón, Lenin decidió no publicarlo, pero estuv0 durmiendo en los archivos hasta que se preparó para ser publicado en Pravda en 1929, lo cual permitió a Stalin reivindicar credencialeS leninistas para sus despiadadas ferocidades.27 En una cuidadosa valoración del periodo, Before the Stalinism, Samuel Farber ha demost d0 recientemente lo profética que fue Luxemburgo en su acusación de la práctica bolchevique en 1918. Efectivamente, Farber muestra que los bolcheviques violaron incluso su supuesto apegO a la autoridad ‘ legalidad de los soviets. Al cabo de unos meses d la revolución, los órganos del partido usurparon los soviets, 5jflgieIon o suprimieron el pluralismo dentro del grupo revolucionariO’ manipularon elecciones, permitieron o alentaron la represión jgal impidieron el desarrollo de una prensa o un sistema judicial independientes Y reinstauraron la dirección unipersonal en la industria. El informe de Farber, detallado documentado, distingue entre el primer dominio bolchevique y el estalinismo, pero los hilos conductores están establecidos con claridad. Si esta obra tiene una debilidad es que casi no da el peso suficiente al horrible contexto nacional e internacional con las pre 26 Moshe Lewin, Lenin’s last struggle, LOndres, 1970 (hay trad. cast.: El último combate de Lenin, Lumen, Barcelona, 19T0) Isaac Deutscher, Stalin, Harmondsworth, 1966, pp. 238-270. 27. V. 1. Lenin, ?,Cómo debe organizarse la emulación??, en Obras escogidas, II, Akal, Madrid, 1977, pp. 550-558. EL SOCIALISMO DESPU?S DE LA QUIEBRA 171 de la guerra y el hambre, aunque Farber sí argumenta que la se complicó, por descuido, con el ?comunismo de guerra?.28 Jos mismos Lenin y Trotski llegaron a reconocer que la política ecom del ?comunismo de guerra?, aunque militarmente era raci0h1al había contribuido al angustioso trastorno de la economía. En como en el resto de Europa, la imposición de una econode guerra, lejos de preparar la antecámara para el socialismo, mi lo 13ian1tt1’0 a distancia, e incluso pudo haber agravado el hambre y las eP emias. Los errores de la política económica complicaron el blema político, preparando la escena para la protesta popular y pro para lo que Farber llama ?superávit de represión?. Bertrand Rus- después de una visita a Rusia en 1920, publicó una crítica a los seli, en la cual argumentaba que muchos de los rasgos más iame0tk5 y represivos del demonio bolchevique estaban relacionadO 5 con el fracaso económico. Aunque reconoció de buena gana el papel representado por el bloqueo exterior en este fracaso, insistió 0 que los bolcheviques debían compartir alguna responsabilidad 0 el colapso de la agricultura, a causa del efecto literalmente conf producente de su insistencia por hacerse con los productos agrícolas en lugar de sencillamente establecer un impuesto.29 pentro de la joven república soviética, Martov, el líder mencheviquC acabó por aceptar la Revolución de Octubre como un hecho y recomendó encarecidamente su defensa frente a sus Samuel Farber, Before Stalinism, Nueva York y Cambridge, 1990. Farber 2 discute el comunismo de guerra, pp. 43-50, y hace referencia a lo largo de todo el las numerosas voces disidentes que se resistieron a la política o a la práctica jque desde dentro del grupo revolucionario. Véase también Vladimir Brovkin, The fefl after October, Ithaca y Londres, 1990. Farber considera que la diso1uci 6’ e la Asamblea Constituyente puede estar justificada, pero no la posterior supresí6t’ de la democracia soviética, que empezó en la primavera y el verano de 1918 5í, el comité ejecutivo central de los soviets, que era supuestamente la expresión ern1a1u8te de la institución soberana del país, sólo se reunió en contadas en 1918 y nunca en 1919 (p. 29). El tipo de crítica de Farber no es nuevo, ocasio0 sesto, aunque sí completo y sistemático. Véase, por ejemplo, el último capípor suefeat in Victory?, del libro de Isaac Deustcher, The Prophet Armed, Oxford, tulo, ? Deutscher, como Victor Serge en sus Memoirs, Oxford, 1962, tiene mucho 1954. cuenta las presiones de la guerra. más en Bertrand Russell, The Practice and Theory of Bolshevism, Londres, 1948 29- enemigos. Pero atacó con energía el ?terrorismo político? y el ?utopismo económico? de la política bolchevique. Desde 1905, Martov había argumentado que los soviets y los sindicatos deberían contribuir independientemente a la vitalidad de la sociedad civil; su independencia dentro del proceso superior de la revolución democrática burguesa debería ser defendida por los marxistas. Consecuente con su postura, Martov se opuso a la disolución de la Asamblea Constituyente en 1918, y aprobó aún un papel independiente de los soviets y los sindicatos. Las elecciones demostraron que esta era una opinión popular dentro de la clase obrera rusa, y los mencheviques recuperaron gran parte del apoyo que habían perdido en favor de los bolcheviques en 1917. Martov, a diferencia de Kautsky, trató de establecer un modus vivendi con los bolcheviques durante la guerra civil, pero ambos estuvieron de acuerdo en que la guerra había provocado unas condiciones extremadamente adversas para cualquier proyecto socialista o democrático. Nombrado presidente de la Comisión de Socialización en 1919, Kautsky se horrorizó ante el estado de colapso económico y apuntó que debería darse prioridad al restablecimiento de la producción. Observó que un sistema de control por parte de obreros y consumidores alcanzaría ese fin mejor que una burocracia centralizada. Por su parte, Martov se opuso a la guerra europea con mucha mayor consistencia y radicalismo que Kautsky. Apuntó que la guerra imperialista había trastornado y dividido a la clase obrera, aumentando un lumpenproletariado irracional y desesperado, que era vulnerable a cualquier demagogia. Martov escribió de la nueva república soviética que ?aquí está floreciendo... “ejército de trincheras”, cuasi-socialismo, basado en la “simplificación” general de la vida entera?. Aunque tanto los bolcheviques como las Centurias Negras eran la expresión del extremismo en estas cuestiones, Martov de mala gana concedió preferencia a los primeros sobre las últimas. Pero él creía que los bolcheviques, con su política de requisas armadas, estaban cavando un abismo entre ellos mismos y los productores directos, tanto en la ciudad como en el campo.3° 30. Las opiniones de Kautsky sobre la socialización son discutidas en Salvadori, Karl Kautsky, pp. 233-234. Para Martov, véase Jane Burbank, Intelligentsia and Revolution: A Russian View of Bolshevism 191 7-1922, Oxford, 1986, PP. 16-35, especialmente pp. 19 y 32-34. También Julius Martov, The State and the Socialist Revolution, Nueva York, 1938, y Le boishevisme mondiale, París, 1934. Nótese que, EL SOCIALISMO DESPU?S DE LA QUIEBRA Justificando la Nueva Política Económica en octubre de 1921, el propio Lenin reconoció: ?Cometimos el error de intentar cambiar directamente a una producción y distribución comunistas?. Como es bien sabido, el posterior pensamiento económico de Lenin hizo grandes concesiones a la necesidad, no sólo de mercados internos y producción de mercancías menores, sino también a la inversión exterior.3’ EL MOMENTO DEL COMUNISMO Los intentos realizados por Lenin y Trotski de responder a Kautsky y a otros críticos del socialismo, incluyendo en el caso de Trotski la defensa de la invasión de la Georgia menchevique, pertenecen a sus más desafortunadas y poco convincentes polémicas, ya que insistieron en justificar medidas de represión que no eran necesidades militares y que, en realidad, debilitaron la legitimidad de la república soviética. Sin embargo, sus últimas justificaciones de la apropiación inicial del poder bolchevique sí contenían una poderosa moraleja. Argumentaron que la Revolución bolchevique fue sólo una operación de resistencia, alejando la terrible perspectiva de la victoria contrarrevolucionaria en Rusia y asegurando una base que podía ayudar al avance de movimientos que desafiaran a las clases dirigentes en los países desarrollados, ya fueran movimientos obreros o movimientos de liberación nacional. Hoy conocemos el espantoso precio del estalinismo y el a menudo negativo impacto del ?ejemplo? soviético. De todos modos, no sabemos qué consecuencias sangrientas se habrían derivado de una victoria de los blancos. Aunque las gentes de la Unión Soviética tienen buenas razones para lamentar el precio horrendo del estalinismo, la supervivencia de la Unión Soviética ha tenido unas enormes, y a menudo positivas, im com plicaciones para aquellos que estaban fuera de las fronteras Soviéticas. Más obviamente, la inmensa e insustituible contribución soviética a la derrota del nazismo, pero también la auténtica, aunque menos cuantificable, contribución para persuadir a las clases dirigentes occidentales de que cedieran terreno a los movimientos de liberación anticolonialistas y de que hicieran concesiones a sus propios movimientos obreros nacionales. Aunque otros factores, por supuesto, contribuyen a ello, es interesante observar que el bienestar social y la previsión social eran generosos al máximo en los países limítrofes con el antiguo bloque soviético, y fueron introducidos, a menudo en momentos en los que el prestigio de la Unión Soviética estaba en su punto álgido, en el periodo inmediato de posguerra. En la Europa occidental actual, todavía estamos disfrutando de los frutos de 1945 en forma de derechos democráticos ampliados y de una provisión más generosa para educación y bienestar social. De forma similar, la gran curva de la descolonización de posguerra le debe mucho al desafío y la rivalidad facilitados por el hecho de que Occidente tenía que luchar contra un enemigo mundial.32 Destacar factores de este tipo no es justificar la dureza y criminalidad de Stalin, ya que las grandes purgas y hambrunas de las que fue responsable debilitaron más que reforzaron a la Unión Soviética. En una carta a un corresponsal ruso, Marx escribió que él no tenía intención de imponer una marche générale en la historia según la cual cada pueblo tuviera que pasar por la sucesión del feudalismo, capitalismo y socialismo como se disponía en el Manifiesto comunista. Con el hundimiento de la alternativa comunista, puede parecer, no obstante, que el capitalismo sí ha impuesto una marche générale, aunque ya no termine en socialismo. Sin embargo, debería recordarse que la perspectiva del materialismo histórico de Marx se preocupó principalmente por el amplio desarrollo de la civilización en el mundo, y no necesariamente por evoluciones subordinadas dentro de uno u otro estado-nación, cualquiera que fuera su tama?o. Desde este punto de vista, tanto el advenimiento de un orden social no capitalista, la república soviética, como su posterior desintegración actual, no deberían ser vistos aisladamente, sino más bien como cambios fundamentales dentro del orden superior de la política y la economía mundiales. La victoria bolchevique de 1917-1920 o el papel soviético en la victoria de 1945 no pusieron el socialismo al orden del día ni en Rusia, pero, juntamente con antagonismos internos en las naciones e imperios capitalistas dirigentes, ayudaron a producir un nuevo orden mundial, tanto limitando como amenazando las formas predominantes de poder capitalista e imperialista. Los muy distorsionados y costosos logros de la Unión Soviética como poder no capitalista y la reproducción más o menos fiable de las características principales del sistema soviético en todo el mundo comunista dan un cierto apoyo a la idea de que representó un orden social y político completamente distinto y opuesto al capitalismo. Pero ahora está claro algo poco sospechado anteriormente: que este orden opuesto se quedó corto en su integración dinámica como sistema alternativo al capitalismo maduro. La economía soviética fue siempre un híbrido socioeconómico y a menudo fracasó en la forma de explotar las contradicciones del orden capitalista mundial dominante, deseando sólo socavar ese dominio y asegurar su propio y complejo desarrollo. Pero el estado soviético estaba estructurado con suficiente solidez como para tener un margen de maniobra considerable con respecto a la ascensión mundial del capitalismo. La colectivización y el programa de industrialización impuestos por Stalin fueron llevados a cabo mediante la movilización de cuadros paramilitares, los cuales, en un mundo hostil, vieron la ?línea general? de Stalin como esencial para la supervivencia de su partido y del estado que éste dirigía. El aparato del partido que ocupaba y dominaba el estado utilizó la combinación de una planificación de tipo militar desde arriba y una movilización de cuadros desde abajo para imponer la construcción de una economía dirigida. Pero las presiones del entorno capitalista mundial no pudieron ser eludidas por completo, como tampoco pudieron ser completamente eliminados los residuos de las relaciones sociales capitalistas. Tanto Victor Serge como Leon Trotski se?alaron la lógica ?totalitaria?, con la que el estalinismo intensificó la vigilancia, movilización y represión en la sociedad soviética, con la intención de enmascarar viejas y nue 174 vas formas de diferenciación y fragmentación sociales. En contraste evidente con el uso posterior de este concepto, Trotski vio los rasgos totalitarios del fascismo y del estalinismo como formas políticas extraordinarias e insostenibles que podrían tener un auge temporal a causa de la profundidad de la desorganización social y la crisis.3 El análisis de Trotskí implicaba que los dictadores totalitarios eran mucho menos poderosos de lo que parecían y que estaban condenados a ser aplastados, por un lado, por la fuerza superior de las naciones capitalistas principales, y, por el otro, por la resistencia popular que su dominio inevitablemente engendraba. El mismo Trotski llegó a anticipar una concepción más pluralista del partido en los a?os veinte y de los soviets en los treinta, aunque se mantuvo entusiasta en su defensa de Lenin y aún más en la de sus propias ideas anteriores. Pero, ?fue Lenin el autor intelectual del sistema totalitario? Muchos han respondido afirmativamente y es, desde luego, una respuesta válida. La famosa acusación de Luxemburgo contra la primera fase del dominio bolchevique describe una dictadura de partido, no un sistema totalitario plenamente maduro: Con la represión de la vida política en todo el país, la vida de los soviets deberá también llegar a ser más y más limitada. Sin elecciones generales, sin una libertad de prensa y reunión sin restricciones, sin una lucha de opiniones libre, la vida muere en cada institución pública, se convierte en una simple simulación de vida en la que sólo la burocracia permanece como elemento activo. La vida pública se adormece gradualmente, unas pocas docenas de líderes del partido, con una energía inagotable y una ilimitada experiencia, dirigen y go- 33. Martin Malia observa: ?... el término totalitario, acu?ado por Mussolini con una connotación positiva para designar su nuevo orden y aplicado por primera vez en sentido negativo a la Rusia de Stalin por Trotski, fue adoptado por Hannah Arendt para producir una teoría general de la modernidad perversa?, Z, ?The Stalin Mausoleum?, Daedalus, invierno de 1990, p. 300. Por supuesto, Trotski no habría respaldado el uso de este concepto hecho por su antigua seguidora. Para él, el totalitarismo era un proyecto ilusorio y peligroso. En 1940 escribió: ?Un régimen totalitario, sea de tipo fascista o estalinista, por su propia esencia puede sólo ser un régimen temporal de transición. Una dictadura desnuda, en la historia, ha sido generalmente el producto y el síntoma de una crisis social especialmente dura y, en absoluto, un régimen estable. Una crisis dura no puede ser una condición permanente de la sociedad. Un estado totalitario es capaz de eliminar las contradicciones sociales durante un cierto periodo, pero es incapaz de perpetuarse a sí mismo?. In Defence of Marxism, Nueva York, 1940, p. 13. biernan. De entre ellos, en realidad, sólo una docena de cabezas sobresalientes lleva la dirección y una elite de la clase obrera es invitada de vez en cuando a reuniones donde tienen que aplaudir los discursos de los líderes y aprobar resoluciones unánimemente; en definitiva, un asunto de camarillas, una dictadura, por supuesto, pero no del proletariado, sino de un pu?ado de políticos, lo cual es una dictadura en el sentido burgués, en el sentido de gobierno de los jacobinos.34 Aunque bastante amenazador, esto apenas afectó al totalitarísmo. Un sistema totalitario es aquel en el que los dirigentes imponen a la fuerza un único sistema indispensable para el conjunto de la sociedad y penaliza incluso la idea de una alternativa. Al miembro del partido y ciudadano no le es permitido mostrarse desmotivado, sino que debe mostrar signos de entusiasmo o arriesgarse a recibir un severo castigo. El ejercicio que hizo Lenin de la dictadura de partido no fue del todo totalitario, por numerosas razones. Hasta 1921 había diferentes facciones y tendencias dentro del partido bolchevique y había varios partidos legales. El mismo Lenin contribuyó al mantenimiento de un pluralismo de facto dentro del partido y el liderazgo, tanto para provocar desacuerdos, como para poder aliarse con antiguos oponentes. Aunque animó a los bolcheviques a ser autocríticos, nunca exigió retractaciones ni intentó imponer una unanimidad monolítica. La disciplina que se exigía estaba supuestamente justificada por la lucha contra el enemigo de clase y se permitía al miembro del partido desempe?ar un cierto papel formal en la elección de líderes y en la votación de políticas concretas. En tiempos de Lenin, el papel de los miembros del partido era peque?o pero, al menos, había unas opciones auténticas. La comisión extraordinaria se dedicó a acciones arbitrarias contra los opositores políticos al régimen, pero no fue utilizada para purgar las filas de los bolcheviques o para mantener la disciplina como trabajo rutinario. Las organizaciones externas al partido, como los sindicatos, estaban destinadas, al menos en teoría, a disfrutar de autonomía con respecto al partido. Los votos en los congresos del partido revelan muchos asuntos impugnados por poco y difieren radicalmente del modelo estalinista y postestalinista. Sólo en 1921 —paradójicamente, después del final de la guerra civil—, como se?alé más arriba, Lenin dio el fatídico paso de prohibir los partidos de oposición y las facciones dentro del partido bolchevique. Fue este régimen ?temporal? y de emergencia el que ayudó a concentrar el poder en las manos de Stalin.35 Aunque Luxemburgo se mostró a favor de las estructuras democráticas por cuestión de principios, también argumentó que eran esenciales a causa de la falta de preparación de los bolcheviques —y de otros marxistas— para enfrentarse a la tarea de la transición más allá del capitalismo: La asunción tácita subyacente a la teoría de Lenin y Trotski de la dictadura es esta: que la transformación socialista es algo que está en una fórmula magistral, en el bolsillo del partido revolucionario, la cual sólo necesita ser llevada a cabo con energía. Este no es, desafortunadamente —o quizá afortunadamente— el caso. Lejos de ser una suma de fórmulas magistrales que sólo tienen que ser aplicadas, la realización práctica del socialismo como sistema económico, social y jurídico es algo que permanece oculto en las brumas del futuro. Lo que poseemos en nuestro programa no son más que unos pocos indicadores principales ?36 Su difícil victoria en la guerra civil dio al cuadro bolchevique experiencia en la administración, mientras disminuía la clase obrera y se debilitaban los vínculos del partido con ella. La crítica de Luxemburgo a los métodos bolcheviques estaba justificada y ella fue, en muchos sentidos, un ejemplo de socialista revolucionaria más atractivo que Lenin, ya que carecía por completo del rasgo de crueldad e intolerancia del líder bolchevique. En su folleto sobre la Revolución rusa, Luxemburgo critica a Lenin por su política de confirmar el derecho del campesinado a poseer la tierra que cultivaba y por su disposición a conceder el derecho de autodeterminación a nacionalidades sometidas al imperio ruso. Las posturas de Lenin sobre estas cuestiones tenían implicaciones antitotalitarias. Victor Serge habría de escribir: Se dice a menudo que ?el germen del estalinismo estaba en el bolchevismo en su comienzo?. Bien, no tengo nada que objetar. Sólo que el bolchevismo contenía muchos otros gérmenes —un montón 35. Marcel Liebman, Leninism under Lenin, Londres, 1970. 36. Luxemburgo, The Russian Revolution, pp. 69-70. de otros gérmenes— y aquellos que vivieron el entusiasmo de los primeros a?os de la primera revolución victoriosa deberían no olvidarlo. Juzgar al hombre vivo por los gérmenes mortales que la autopsia revela en el cadáver (y que puede haber llevado con él desde su nacimiento) es tan sensato como eso.37 Serge llegó a ver esa estatificación de la economía conducente a tendencias totalitarias, pero durante algo así como una década ninguna tendencia había sido ni completada ni aceptada. En los primeros a?os de la república soviética había todavía residuos de la autogestión que había irrumpido en 1917. Las instituciones educativas y culturales, incluyendo periódicos y editoriales, disfrutaron de una cierta autonomía y, todavía en 1925, la libre competencia de diferentes escuelas fue declarada como una política cultural conveniente. Los soviets municipales y regionales ejercieron una cierta iniciativa económica y, en la industria textil, sobrevivió una especie de control obrero, quizá porque la mano de obra predominantemente femenina no fue trastornada ni dispersada por el reclutamiento militar, como ocurrió en otros sectores industriales. La política de ?la tierra para el que la trabaja? fue superada para crear un elemento de pluralismo económico; bajo el comunismo de guerra, esto fue restringido drásticamente por las requisiciones, pero el advenimiento de la Nueva Política Económica permitió en cierta medida el desarrollo del campesinado autónomo. La hostilidad de Lenin hacia el chauvinismo de la Gran Rusia y su insistencia en que a Finlandia y a los estados bálticos debería serles concedido el derecho a la autodeterminación son también políticas que fijan límites a la dictadura bolchevique. El totalitarismo del siglo xx se ha aliado a menudo al nacionalismo, puesto que este último le ayuda a hacer válida su promesa de suministrar una completa identidad personal que penetrará en el alma de cada ciudadano. La práctica de Lenin no estuvo siempre en consonancia con sus principios; pero, incluso en el caso de Georgia, está claro que vio en la conducta arrogante de mano dura de Stalin lo suficiente como para descalificarle para el puesto de secretario general. En los a?os 1927-1931 se vio la culminación de un sistema totalitario, con colectivización forzada, culto frenético al líder, ilegali 37 Citado en P. Sedgewick, Introducción a las Memoirs of a Revolutionary 1901-1 941, de Victor Serge, Oxford, 1962, pp. xv-xvi. zación de toda oposición, influencia penetrante de la policía secreta y la imposición de un marxismo-leninismo monolítico en todas las áreas de la vida. La dislocación económica y la crisis hicieron una poderosa contribución a la radicalización del régimen estalinista y su totalitaria fuite en avant. La colectivización impuesta fue en sí misma una respuesta a la negativa de los campesinos a entregar el grano en una escala y a un precio que satisficiera las necesidades urbanas. La obstinación del campesinado, por su parte, reflejaba los fracasos de la industria y los servicios urbanos. El juicio de ingenieros y especialistas reflejaba la frustración y la cólera de la burocracia gobernante y su débil capacidad para controlar la economía. El plan quinquenal estuvo pronto acompa?ado por un recurso al estajanovismo y una tosca mezcla de intimidación y soborno de los obreros urbanos. Este periodo fue una especie de retorno al comunismo de guerra y supuso una remilitarización enfática de todos los aspectos de las relaciones sociales. El régimen totalitario prosperó en la crisis y en un clima de asedio. Las grandes purgas completaron el proceso de someter a todas las instituciones y personas a un régimen monolítico y unificado. Mientras se ponía de manifiesto una paranoia irracional, también lo hacía una inexorable lógica totalitaria que hizo a?icos y remodeló cualquier institución con potencial para ser independiente, incluyendo la propia facción de Stalin, el cuerpo de oficiales y la policía política. Lenin había introducido principios autoritarios y centralistas en el partido y había recomendado a sus miembros que ejercieran el liderazgo en cada terreno. Sus métodos terroristas dirigidos principalmente hacia fuera, hacia un enemigo real, fueron adoptados para promover la solidaridad revolucionaria. El concepto leninista de táctica y estrategia estaba fundamentalmente dise?ado para vencer a grupos sociales enteros. El partido bolchevique se basaba en el concepto de que el individuo que se afiliara a él le debía absoluta lealtad a partir de entonces; pero el partido estaba definido por un programa y la afiliación era un acto voluntario. En la clandestinidad, el partido estaba organizado como una jerarquía rígida y en la guerra civil sus estructuras fueron militarizadas. Pero, en ambos casos, había oponentes políticos dignos de tener en consideración, lo cual obligaba a los dirigentes bolcheviques a competir para conseguir influencia y apoyo. Aplicando la prohibición de las facciones y la ilegalización de todos los oponentes políticos, el partido y las estructuras del estado adquirían una autonomía cualitativamente mayor. El estalinismo exigía de cada ciudadano el tipo de compromiso y disciplina políticos que Lenin habría esperado de un miembro del partido. El terror de Stalin disolvió grupos enteros, convirtiendo todas las relaciones sociales en series, hasta el punto de que cada individuo veía en el resto un representante potencial del poder dirigente. Una vez establecido el sistema, bastarían peque?as dosis de terror para mantenerlo en funcionamiento, aunque Stalin se sentía pocas veces satisfecho con peque?as dosis. Pese al extraordinario poder que ejerció, Stalin habría de mostrar signos de frustración hasta el último momento, hasta el punto de que la máquina política que manejó engendró continuamente nuevas formas de astucia e inercia burocrática. La definición de burocracia utilizada por muchos críticos marxistas en el análisis del estalinismo se refiere tanto a los procesos macrosociales de racionalización, de los cuales la burocracia era supuestamente portadora, como a la separación entre el trabajo intelectual y el manual, siendo el funcionario la expresión del dominio del primero sobre el último. Estas conexiones fueron examinadas en varios sentidos por escritores anarcosindicalistas y por Herbert Marcuse, T. W. Adorno y otros miembros de la escuela de Frankfurt. Alguien influido por ambas tradiciones y antiguo seguidor de Trotski, el revolucionario de Trinidad C. L. R. James dio una expresión aguda a esta línea de análisis cuando escribió: En Rusia, hacia 1928, exhaustos y desesperados tras una revolución y viendo que en el mundo que les rodeaba ni un solo destello de esperanza se alzaba con el mismo modelo soviético, el objetivo principal de administradores, organizadores, líderes obreros, intelectuales, no es la revolución mundial. Quieren construir fábricas y plantas eléctricas mayores que todas las que hayan sido construidas. Se proponen conectar ríos, eliminar monta?as, sembrar desde el aire, y para conseguir todo esto desgastarán recursos humanos y naturales a una escala sin precedentes. Su objetivo primordial no es la guerra. Es el plan. En su empe?o por lo que ellos llaman planificación de la economía, han despoblado Rusia de decenas de millones de obreros, campesinos y oficiales, hasta tal punto que parece como si una epidemia hubiese barrido la tierra.38 38. C. L. R. James, Mariners, Renegades and Castaways, Nueva York, 1953, En opinión de James, la tendencia burocrática hacia la planificación ponía de manifiesto una fe ciega en los poderes del intelecto y una lógica necesariamente totalitaria. Aunque James analizó certeramente el plan como expresión del poder burocrático, no explicó realmente lo que hizo funcionar a la economía soviética, o cómo los trabajadores intelectuales consiguieron un grado de sumisión cotidiana de aquellos que cumplían sus órdenes. Un sistema totalitario exige continuamente manifestaciones de compromiso y participación de las masas, lo cual es difícil de mantener, a menos que los cuadros estén, a un cierto nivel efectivo, convencidos y sean leales. A este respecto, los peligros militares externos y los éxitos sociales o económicos nacionales pudieron, por un tiempo, dar una cierta credibilidad al régimen. DIsToRsIos Y DEFECTOS La crítica de Kautsky del régimen bolchevique y del estalinismo no le llevó a inventar una nueva categoría política, aunque comparó el estado soviético de alrededor de 1930 a una especie de absolutismo proletario en el cual un cuadro de clase obrera urbana representaba el papel de una peque?a nobleza abatida, atada de pies y manos por el miedo y unos privilegios insignificantes a un orden político sobre el cual no tenía ningún control. Fracasó en elaborar un concepto que captara la modernidad del sistema soviético, pero sí identificó los límites de la modernización que se estaba intentando. Kautsky creía que la dictadura y la burocracia estalinistas, a pesar de su propaganda obrerista y productivista, cerraría el camino a un tipo de desarrollo económico que requería una mano de obra creativa y segura de sí misma. En su injustamente desatendida, aunque también partidista, crítica de las formas económicas soviéticas de los a?os veinte y treinta, Kautsky se?aló que carecían de las bases sociales necesarias y de capacidad para una verdadera socialización, y para un crecimiento económico constante y diversificado. 39 Habría de observar en el régimen soviético que ?todos sus 39. Kautsky escribió: ?Los líderes soviéticos se habrían creído muy inteligentes y ahorradores si hubieran encontrado los medios para triplicar el número de máquinas disponibles, mediante la adopción de métodos que redujeran la capacidad de éxitos se producen en esferas en las que los métodos militares pueden ser aplicados?.40 Kautsky argumentó que administrar una economía moderna compleja estaba simplemente por encima de la aptitud de la burocracia soviética, y que, en cambio, sólo promoverían aquel tipo de desarrollo que se correspondiera con sus limitados intereses y capacidades. El mismo Kautsky consideraba que el estado soviético tenía una relación esencialmente burocrático-capitalista con el campesinado y, de modo incipiente, con todos los productores directos. Se requerían derechos y controles democráticos para asegurar la calidad del avance industrial y para asegurar una colaboración armónica entre campesinos y proletarios, entre los que trabajaban con las manos y los que trabajaban con el cerebro. Abogó no sólo por una ?revolución democrática?, sino también por un camino de desarrollo económico que diera apoyo a los peque?os propietarios, al tiempo que alentaba formas voluntarias de cooperación y obligaba al sector público a demostrar su superioridad compitiendo con un sector privado residual. Pese a todas las reivindicaciones hechas de los primeros planes quinquenales, el mismo Stalin reconoció las limitaciones de su propio modelo administrativo, reteniendo elementos de la economía de mercado que estaban asociados al capitalismo. Efectivamente, ahora se puede ver que en la mayoría de los regímenes de corte soviético, tales instituciones mantuvieron un papel clave: el dinero ha sido el medio principal de intercambio, los salarios la recompensa fundamental del trabajo, una producción comunal insignificante en el sector agrícola, comercio exterior significativo en ramas importan- producción, inteligencia e independencia de los obreros industriales existentes a un mínimo. Han fracasado al no darse cuenta de que el problema vital es elevar la eficacia del trabajo, que los productos del trabajo darían entonces un excedente automáticamente y que una política de este tipo aumentaría al mismo tiempo la capacidad para producir medios de producción nuevos y perfeccionados. Los bolcheviques no sacarían provecho al reconocer esto, ya que este método para aumentar la capacidad productiva de los obreros presupone un alto grado de libertad y esto exige una democracia de largo alcance?, Bolshevi.sm at a Deadlock, Londres, 1932, pp. 14-15. (La edición alemana fue publicada originalmente en 1930 y, con una introducción nueva, en 1931.) Véase también Salvadori, Karl Kautsky, especialmente las pp. 301-312. Kautsky reconocía tanto el taylorismo soviético, como el hecho de que el papel de los dirigentes mencheviques era resistirse a él. 40. Kautsky, Bolshevism at a Deadlock, p. 81. 184 DESPU?S DE LA CA?DA EL SOCIALISMO DESPU?S DE LA QUIEBRA 185 tes, y así sucesivamente. De acuerdo con un tipo particular de ortodoxia marxista, ya sea simple utopía o voluntarismo burocrático, estos mecanismos económicos han sido identificados como elementos del capitalismo (aunque casi cada uno de ellos, de hecho, precedió con mucho al ascenso del capitalismo). Si bien los estados comunistas han sido tentados a menudo por estrategias de autarquía nacional, esto ha llevado generalmente a un estancamiento y un aumento de la represión; al final, generalmente rubricaban el abandono de tal autarquía con concesiones descaradas al capitalismo, como en China en los a?os setenta. Stalin, a veces parecía recomendar y poner en práctica modelos autárquicos de desarrollo de ese tipo, especialmente después de 1945, en el contexto del engrandecido, aunque aún atrasado, ?campo socialista?. Pero la investigación del desarrollo económico soviético muestra que éste alcanzó su mayor rapidez en los a?os treinta y cuarenta, cuando había importantes intercambios con Occidente. Es un hecho extraordinario que al principio de los a?os treinta, más de la mitad de las exportaciones de maquinaria del Reino Unido y Estados Unidos fueran destinadas a la Unión Soviética. En algunas ramas, las cifras estaban por encima del 90 por 100. Fue la importación masiva de tecnología occidental en los a?os treinta y cuarenta la que sentó las bases para el crecimiento soviético de finales de los cincuenta.41 No deberíamos olvidar que las políticas de guerra fría de Occidente —desde el COCOM hasta otras formas de bloqueo económico y militar— fueron ideadas con éxito para cortar el suministro de tecnología occidental a la Unión Soviética y también obligaron a los planificadores soviéticos a malgastar una enorme cantidad de recursos en gastos militares. En los a?os treinta y cuarenta, Stalin pudo explotar, de forma algo tosca, las contradicciones internas del sistema capitalista mundial porque éstas tomaron la forma de enfrentamiento entre los estados capitalistas más poderosos. En el periodo posterior a 1945, el mundo capitalista se fue unificando políticamente cada vez más, y así se permitieron pocas aperturas a la diplomacia soviética. Una aproximación alternativa habría sido buscar aliados potenciales dentro de los estados capitalistas principales, en forma de movimientos obreros y sociales. Pero el recurso de Stalin hacia la represión y el aislamiento político dentro de la Unión Soviética hizo imposible que siguiera esta línea con algún éxito. La insistencia soviética en que el Plan Marshall debía ser rechazado por las nuevas ?democracias populares? delató un exacerbado nerviosismo a causa de los peligros de una intrusión capitalista. A medida que estén disponibles datos soviéticos más fidedignos, será posible establecer la contribución realizada por las represiones de Stalin —tanto la colectivización obligatoria como el sistema gulag— a la ?acumulación primitiva? soviética. Es bastante posible que el resultado del balance global resulte deficitario en términos tanto puramente económicos como humanos. Aunque en determinados momentos se arrebató al campesinado una mayor cantidad de excedente, la producción agrícola fue permanentemente da?ada. Es cierto que los infelices prisioneros del gulag abrieron el lejano norte, construyeron centrales eléctricas y líneas ferroviarias en condiciones tan horribles que ningún trabajador las habría tolerado. Pero era típico de estos proyectos el estar mal planificados y ejecutados, de forma que resultaban extremadamente antieconómicos en cuanto a materiales y máquinas, así como en lo que a vidas se refiere. El aparato represivo tuvo un crecimiento costoso y parásito. Incluso en las minas de oro de Kolyma parece ser que el trabajo libre de hoy es más productivo que el trabajo forzado del pasado. Aparte de todo esto, la propensión en aumento de los trabajadores forzados a amotinarse, como ocurrió en Vorkuta en 1953, se convirtió en un trastorno. Cuando en los a?os cincuenta se liberaron millones de personas fue en parte por la presión social, pero quizá también en parte fue porque se estaba comprobando que el sistema de trabajo forzado era engorroso, caro e ineficaz.42 PLANIFICACI?N, MERCADO Y DEMOCRACIA Pero, ?había una alternativa? Como contrario al ?socialismo en un solo país?, Trotski intentó demostrar que sí la había. Algunas de sus mejores ideas en este terreno son también las menos cono- cidas. Así, en 1930, Trotski apareció con un plan audaz para conseguir un doble objetivo: en primer lugar, ayudar a la Unión Soviética a romper su aislamiento económico; en segundo lugar, promover la causa de los movimientos obreros en Europa occidental. Propuso que el gobierno soviético invitara a los socialdemócratas occidentales y centroeuropeos a que se unieran a él en la elaboración y complementación del plan quinquenal. Se?aló que la Unión Soviética necesitaba desesperadamente comprar maquinaria. También se?aló el creciente azote del desempleo en el resto de Europa. En una situación tal, el objetivo internacionalista —o ?cosmopolita?, como lo había denominado Marx— sería esbozar un programa conjunto de desarrollo económico y social entre el gobierno soviético y los gobiernos europeos que desearan unirse, como por ejemplo, Austria, Alemania y Gran Breta?a, donde los partidos obreros estaban en el gobierno o podían tener esperanzas de formar uno. Trotski vio esta propuesta como la contrapartida económica a la estrategia ideológica de proponer un frente obrero unido.43 ?l no temía que la colaboración económica en el plan entre el gobierno soviético y los gobiernos socialdemócratas ?contaminara? la racionalidad de la economía de transición por el contagio de elementos capitalistas, ya que la economía soviética tenía que incorporar, sin posibilidad de escapatoria, elementos capitalistas, siendo su única elección el que éstos se derivaran de formas avanzadas o atrasadas de capitalismo. Aunque Trotski se mostró a favor de la planificación, no la vio como un proceso social de conjunto o autosuficiente. En La revolución traicionada (1937) reconoció que la industria pesada estaba avanzando rápidamente, pero argumentó que muchos de los cacareados logros de los planes quinquenales eran ilusorios. Se?aló los estragos causados por la colectivización obligatoria e insistió en la mala calidad de mucho de lo que se producía en la industria. En algunos aspectos su crítica se hacía eco del análisis del oponente de izquierdas Christian Rakovski. Según Rakovski, el sistema económico soviético estaba caracterizado, de hecho, por un avance supremo en los objetivos elegidos, y no implicaba una coordinación compleja. También argumentó que se carecía de control de calidad casi por completo: ?no estamos tratando con defectos 43. Los artículos que esbozaban esta propuesta se encuentran en León Trotski, Writings 1930, Nueva York, 1975, pp. 123-129, 147. individuales, sino con la producción sistemática de productos defectuosos? . En La revolución traicionada, Trotski atacó lo que él describió como ilusiones ?totalitarias? de Stalin. Por la misma época escribió que la sociedad soviética no estaba —como no podía estarlo ninguna sociedad— estructurada como un gran cerebro, controlada por algún tipo de centro omnisciente. Argumentó esto en un artículo de 1932 en términos que merece la pena citar completos: Si existiera una mente universal tal que se proyectara a sí misma dentro de la fantasía científica de Laplace, una mente que pudiera registrar simultáneamente todos los procesos de la naturaleza y la sociedad, que pudiera medir las dinámicas de sus movimientos, que pudiera pronosticar los resultados de sus interacciones ... Una mente así, por supuesto, podría redactar a priori un plan económico exhaustivo, sin defectos, empezando por el número de hectáreas de trigo y llegando hasta el último botón de un chaleco. La burocracia imagina que tiene un tipo de mente así a su disposición; es por eso por lo que se libera fácilmente del control del mercado y de la democracia soviética. Pero, en realidad, la burocracia yerra terriblemente en el cálculo de sus recursos espirituales. En la realización concreta de sus proyectos está obligada necesariamente a contar con las proporciones (y, con igual justicia, uno puede decir las desproporciones) que ha heredado de la Rusia capitalista, los datos de la estructura económica de las naciones capitalistas contemporáneas y, por último, la experiencia de los éxitos y errores de la propia economía soviética. Pero incluso la combinación más acertada de todos estos elementos permitiría tan sólo crear un marco imperfecto para un plan y nada más. Los incontables participantes activos en la economía, individuales o colectivos, deberían dar cuenta de sus necesidades y de su fuerza relativa, no sólo mediante las resoluciones estadísticas de las comisiones elaboradoras del plan, sino por la presión directa de la oferta y la demanda. El plan se confronta y, en un grado considerable, se realiza a través del mercado. La regulación del propio mercado debe contar con las tendencias ocasionadas por sus mecanismos. Los anteproyectos elaborados por los departamentos deben demostrar su eficacia mediante el cálculo comercial. El sistema de la economía de transición es impensable sin un control del rublo.45 44. ?El plan quinquenal en crisis?, en Boletín de/a Oposición, n.°’ 25-26, 1931. La traducción al inglés de este artículo fue publicada en Critique, n.° 13, 1981. 45. León Trotski, ?La economía soviética en peligro?, en Boletín de la Oposición, n.° 31, noviembre de 1932; disponible en inglés en Writings of Leon Trotsky 188 DESPU?S DE LA CAlDA EL SOCIALISMO DESPU?S DE LA QUIEBRA 189 Así, aunque Trotski creía que la democracia soviética debería adherirse a ?la regulación activa por parte de las masas de la estructura de la economía?, también insistió en que una renacida democracia soviética utilizara el mercado para comprobar la ordenación y racionalidad de la planificación, ya que, como él explicaba, ?un informe económico es impensable sin las relaciones de mercado?. Es bien sabido que Bujarin abogó por el uso del mercado y por la necesidad de una alianza a largo plazo con los peque?os productores. Pero Trotski había sido el primer bolchevique que cuestionó el comunismo de guerra47 y, como se?aló Alee Nove, Trotski y la oposición de izquierdas se negaron a aceptar los enga?os de un sistema dirigido administrativamente. Ya en 1922, Trotski había se?alado en el IV Congreso del Komintern que ?en el transcurso de la etapa de transición, cada empresa y cada grupo de empresas debe, en mayor o menor grado, orientarse independientemente en el mercado y evaluarse a través de él. Es necesario que cada fábrica propiedad del estado, con su directof técnico, esté sujeta a un control no sólo desde arriba (desde los órganos del estado), sino también desde abajo, desde el mercado, que seguirá siendo el regulador de la economía estatal por mucho tiempo?.48 Hacia 1933 Trotski argumentaba que el papel del dinero y la circulación de mercancías crecería al compás que la economía soviética se hiciera más avanzada: ?Los métodos de cálculo económico y monetario desarrollados bajo el capitalismo no son rechazados, sino socializados?, escribió.49 Es 1932, Nueva York, 1973, pp. 258-284; el párrafo citado está en las pp. 273-274. Para una discusión interesante de este texto, véase Alec Nove, Socialism, Economics and Development, Londres, 1987, pp. 97-98. 46. Trotski, op. cii., Writings 1932, pp. 273, 276. 47. Isaac Deustcher, The Prophet Armed, 1970, pp. 496-497. Deustcher presenta un informe vívido de un incidente vital que incitó a Trotski a un replanteamiento. Mientras estaba elaborando un elocuente nuevo decreto, movilizando mano de obra a bordo de su tren militar, se produjo un choque repentino al ser parado el tren por un alud de nieve. A pesar de los controles que supuestamente controlaban el tráfico ferroviario y de la existencia de un pueblo cercano, el jefe del comité soviético militar y su grupo fueron abandonados durante dos días, lo cual llevó a considerar la deficiencia de la planificación y la motivación populares. 48. Citado por Nove, Socialism, Economics and Development, p. 89, donde se encontrará una discusión esclarecedora sobre las opiniones de Trotski acerca de estas cuestiones. 49. Citado por Nove, Socialism, Economics and Development, p. 98. verdad que en un futuro bastante remoto, más allá de la economía de transición, el dinero y los mercados dejarían de ser instrumentos necesarios de planificación social, o serían incluidos dentro de un nuevo mecanismo económico, pero Trotski no profundizó en cómo funcionaría entonces la racionalidad económica; sólo insistió en que tendría que operar a nivel mundial. La construcción de una economía socialista tenía que estar orientada continuamente en la dirección de las grandes líneas de la economía mundial, de ahí la apuesta de Trotski por la planificación conjunta con los gobiernos socialdemócratas de Europa central y occidental. Por un lado, la propuesta de Trotski permitiría el desarrollo soviético utilizando la tecnología superior de Occidente; por otro, permitiría a los movimientos obreros occidentales surgir con objetivos prácticos y de transición para ocuparse del problema del desempleo masivo. Aunque Stalin no adoptó la propuesta de Trotski, sí promovió una colaboración económica con los países desarrollados en los a?os treinta y en los a?os de la guerra. Los ?éxitos? crueles y costosos del periodo estalinista se derivaron en parte de este hecho, en parte de la simplificación de las tareas económicas durante las primeras fases de la industrialización y del tiempo de guerra, y en parte por los sacrificios que el PCUS todavía podía exigir de sus cuadros, miembros y seguidores. La necesidad de enfrentarse a las amenazas de intervención extranjera y de llevar a cabo la promesa de un futuro feliz fueron suficientes para persuadir incluso a un hombre como Andréi Sajárov a dar lo mejor de sí mismo y a llorar cuando murió Stalin.30 Pero las aportaciones de todos esos factores disminuyeron con el tiempo. La prolongada guerra fría impuso un riguroso y progresivo bloqueo tecnológico y contribuyó a un incipiente estancamiento. Las tareas de coordinación económica se hicieron más complejas a medida que la industrialización avanzaba y el ?campo socialista? crecía.5’ El acceso a la 50. Andréi Sajárov, Memoirs, Londres, 1990, p. 164. 51. Los últimos escritos de Stalin sobre el funcionamiento continuo de la ley del valor en una economía socialista pueden leerse como su propio reconocimiento, ambiguo y parcial, de que la planificación no podría arreglar los problemas económicos soviéticos. Con su propensión hacia los argumentos falsos, declaró que una razón para ello era que las granjas cooperativas, a diferencia de los sovkoz, eran una forma de propiedad independiente. J. y. Stalin, Los problemas económicos del socialismo en la URSS, Moscú, 1952. tecnología occidental cesó. El COCOM se hizo más duro que el COMECON. La motivación ideológica de cuadros y activistas se debilitó a causa de frustraciones y decepciones repetidas. Se extendieron el cinismo y la corrupción. La finalización del acceso a la tecnología occidental fue, así, sólo un rasgo de la ralentización del crecimiento soviético. Y además, tenemos que preguntarnos: ?por qué la Unión Soviética, una vez alcanzado un cierto umbral, no generó su propia tecnología? ?Y por qué ha hecho muy a menudo un mal uso de aquella tecnología que fue capaz de importar, como los avanzados ordenadores que recibieron muchas grandes empresas soviéticas a principios de los a?os setenta? Al responder a estas preguntas, valdría la pena considerar brevemente el problema básico del cálculo económico en una economía colectivista o planificada. EL DEBATE SOBRE EL C?LCULO Los a?os veinte, treinta y cuarenta fueron testigos de un debate sobre el ?cálculo socialista? entre los miembros principales de la escuela austriaca, tales como Ludwig von Mises y Friedrich von Hayek, y economistas socialistas como Oskar Lange y H. D. Dickinson, quienes plantearon claramente la cuestión de los criterios que podrían dirigir la asignación de recursos a una multiplicidad de fines, una vez que el mecanismo de mercado hubiera sido suprimido. De hecho, Mises reivindicaba en sus primeras aportaciones en 1920 y 1922 que el cálculo sería imposible porque no habría factores numéricos disponibles para evaluar los usos alternativos del trabajo y los recursos. ?l creía que el cálculo, en términos de tiempo de trabajo, incluso si pudiera hacerse y se encontrara algún modo de atribuir valores diferentes a diferentes tipos de destrezas, todavía no daría resultados racionales porque, a falta de un mercado, no habría forma de llegar al complejo modelo de la demanda de bienes finales e intermedios. Del mismo modo, fue indiferente a la pretensión de Otto von Neurath de que sería posible elaborar una economía ecológica basada en coordenadas físicas y naturales, tales como la cantidad de carbón necesaria para fundir el mineral de hierro. Otra vez, un método de este tipo no podría estimar la demanda final (en toda su complejidad), ni arbitrar usos opuestos de los ma- teriales brutos y los productos intermedios (en toda su complejidad) 52 Mientras que la crítica original de Mises parecía implicar que una economía planificada simplemente se iría deshaciendo, posteriormente desarrolló el argumento de que se podría llegar a soluciones de poca monta o a soluciones re?idas con los objetivos proclamados por los socialistas. Por ejemplo, los planificadores podrían usar los precios derivados del mundo capitalista o del pasado capitalista al hacer sus cálculos. Igualmente, la existencia de dinero, salarios y un mercado reducido para los consumidores de bienes daría lugar a una falsa apariencia de racionalidad económica. Si se permitiera a los trabajadores dirigir las empresas en las que trabajaban, podria desarrollarse una especie de ?capitalismo sindicalista? Mises también planteó la idea de que una economía planificada, careciendo de criterios generales, fomentaría necesariamente intereses especiales de caracter falsamente ?natural?, como los basados en cate gorias nacionales o etnicas Y, por supuesto, el gobierno podria simplemente usurpar las funciones de los consumidores y los empresarios, sólo si estaba preparado para imponer soluciones autoritarias Incluso los gobiernos elegidos se comportarian de esa forma, porque sus programas implicarian siempre un reducciomsmo y una simplifi cacion arbitrarios de las necesidades sociales, e incluso en el supuesto de que tuvieran sentido en algun momento, seria pronto superado por el flujo siempre cambiante de las circunstancias, la suerte y el gusto Mises argumento que el capitalismo permitia una participacion mucho mas amplia en la toma de decisiones que el tolerado por el culto a la nacionalizacion y la planificacion La marca distintiva del socialismo es la unicidad e indivisibilidad de la voluntad que dirige todas las actividades de la producción en todo el sistema social. Cuando los socialistas declaran que el ?orden? 52. El ensayo de Mises de 1920 puede encontrarse en Collectivist Economic Planning, F. von Hayek, cd., Londres, 1935, pp. 87-130. La mayor parte del mismo fue reimpresa en Socialist Economics, Alec Nove y Mario Nuti, eds., Harmondsworth, 1972. Los escritos de Neurath animaron a Max Weber a realizar una crítica similar por la misma época; véase Max Weber, The Theory of Social and Economic Organization, Nueva York, 1966 (edición original, 1921), pp. 202-218. Weber, y probablemente también Mises, fueron influidos por ios fracasos de la economía de guerra (véase la p. 209). DESPU?S DE LA CA?DA y la ?organización? han de ser sustituidos por la ?anarquía? de la producción, la acción consciente por la supuesta falta de planificación del capitalismo, la cooperación auténtica por la competencia, la producción para el uso por la producción para el beneficio, lo que tienen en mente es siempre la sustitución del poder exclusivo y monopolista de sólo una institución por el número infinito de planes de consumidores individuales y de aquellos que se ocupan de los deseos de los consumidores, los empresarios y los capitalistas. Mises rechazó la crítica de que el mercado era un mecanismo social que actuaba de espaldas a los agentes activos que había dentro de él, mientras que la planificación expresaba un control social: La verdad es que la alternativa no está entre un mecanismo muerto y un automatismo rígido por un lado y la planificación consciente por el otro. La cuestión es: ?planificación de quién? ?Debería cada miembro de la sociedad planificar para sí mismo o debería un solo gobierno, benevolente, planificar para todos ellos? La cuestión no es autonomismo contra acción consciente; es acción autónoma de cada individuo contra acción exclusiva del gobierno.33 La mayor parte de la izquierda prefirió desatender esta crítica, se?alando la evidencia palpable del fracaso capitalista y el éxito soviético aparente en la rehabilitación de la economía rusa y en el inicio del camino hacia la industrialización. No obstante, unos cuantos economistas socialistas sí vieron que allí había una causa significativa para ser respondida y fueron provocados por las seguras imputaciones de Mises para insistir en que él no había considerado las mejores soluciones socialistas. La crítica original de Mises había provocado una respuesta de Eduard Heimann, un socialdemócrata que había servido en la comisión de socialización de Kautsky, y tanto él como Karl Polanyi, el historiador social, desarrollaron modelos de mercado socialista en los a?os veinte.54 En los a?os treinta 53. Véase L. von Mises, Socialism, Londres, 1936, especialmente pp. 113-150 y 5 16-521, para su crítica a Karl Polanyi y Eduard Heimann. Los párrafos citados son de L. von Mises, Human Action, Chicago, 1947, pp. 60-71, 698 ss. (hay trad. cast.: La acción humana, Unión Editorial, Madrid, 1980), basado en una obra publicada por primera vez en Suiza en 1943. 54. Véase Karl Landauer, European Socialism, vol. II, Berkeley, 1959, pp. 1.641-1.650. Véanse también los artículos de Rosner y Mendell en K. Polanyi, ed., The Lije and Workof Karl Polanyi, Montreal, 1991. EL SOCIALISMO DESPU?S DE LA QUIEBRA se hicieron más esfuerzos por adaptar los mecanismos del mercado a propósitos socialistas, por parte del ?socialista liberal? inglés H. D. Dickinson, por parte de un grupo de socialistas polacos, incluyendo a Oskar Lange, y por parte de A. P. Lerner, quien hizo una contribución decisiva a la economía de bienestar social. Los modelos económicos propuestos por Heimann y los socialistas polacos previeron un sistema de consejos obreros, cada uno de los cuales sería responsable de una industria dada; el mercado habría de coordinar las relaciones entre esas industrias, cada una de las cuales habría de estar organizada de forma monopolista. La crítica socialista al capitalismo puso el acento en el despilfarro de la competencia; por tanto, parecía natural proponer grupos unificados en cada rama industrial importante: calzado, hierro y acero, carbón, y así sucesivamente. Con su forma sencilla, estos modelos no podían pretender responder a todos los problemas planteados por Mises. Pero Dickinson, Lange y Lerner elaboraron modelos matemáticos complejos, extrayéndolos de la teoría neoclásica del equilibrio, los cuales parecían ser más capaces de resistir el ataque austríaco. Así, Lange respondió al desafío de Mises reconociendo que la planificación, incluso llevada a cabo por el más democrático de los gobiernos, carecería de criterios económicos adecuados. Para prevenir la recaída en soluciones toscas y arbitrarias, él y Dickinson propusieron que las autoridades de planificación socialista desarrollaran un mercado simulado, con un sistema de precios fantasma que podrían utilizar- se para comparar diferentes caminos de desarrollo. Además, Lange y Dickinson apuntaron que los planificadores deberían ser capaces de partir de programas de precios pasados y utilizar entonces el ensayo y el error para pulirlos y mejorarlos, siendo este último proceso descrito como una especie de tanteo. Así, si no se vendía lo suficiente de un producto dado, entonces los precios se bajarían y si había escasez, se subirían. Los beneficios obtenidos por las empresas proporcionarían también un indicador. Las autoridades financieras usarían el tipo de interés como un regulador y pagarían un dividendo social regular a cada individuo Aunque estos modelos socialistas encarnaban nuevos conceptos e implicaban una exposicion virtuosa de economia matematica, eran institucionalmente cen trahstas en comparacion por ejemplo, con el informe de un orden economico socialista elaborado con anterioridad por Oskar Lange y Marek Breit, los cuales permitían un margen de autonomía mayor, tanto a los colectivos obreros como a los obreros individuales)5 El mismo Abba Lerner apuntó que modelos de este tipo eran demasiado estáticos y, en un mundo dinámico, Lange había quedado ?deslumbrado por la imagen del equilibrio?.56 Hayek se hizo responsable de responder a estos nuevos modelos socialistas y de desarrollar más la crítica austríaca. En ensayos publicados en 1940 y 1945, argumentó que Lange y Dickinson se equivocaban al indicar el papel indispensable del empresariado en el aprovechamiento de oportunidades y en la ?creación? de relaciones de precios que, simplemente, no se daban. Su noción de un banco central socialista que adelantaría fondos a las empresas era errónea al se?alar que las autoridades bancarias carecerían de directrices económicas para financiar un proyecto en lugar de otro; las empresas que hicieran ofertas para conseguir fondos podrían prometer devoluciones irreales sin temor a las consecuencias. Una de las ideas recurrentes de Hayek era que la propiedad colectivista diluiría la responsabilidad sobre decisiones relativas a inversión, la cual se distribuiría indistintamente entre la autoridad central y los gerentes de la empresa. 55. H. D. Dickinson publicó un ensayo en el que esbozaba su modelo en el Economic Journal, junio de 1933. El modelo de Lange y Breit fue publicado en 1935 en la Zeitscr(ft fur Nationalokonomie y se discute en A. Chilosi, ?The Right to Employment Principle and Self-Managed Market Socialism>, EUI, Florencia, 1986. El ensayo, más formalista, de Lange, ?On the Economic Theory of Socialism?, apareció en dos partes en la Review of Economic Studies, vol. IV, n.°’ 1 y 2, 1936-1937. Fue reimpreso, por último, en forma de libro, y una versión resumida aparece en Socialist Economics, Harmondsworth, 1972. En un apéndice a la segunda parte de su ensayo, Lange revisó un texto de Marx sobre la economía del socialismo, citando en su favor la obra de Kautsky y citando ampliamente el ensayo de Trotski de 1932 ?La economía soviética en peligro?. Esta última referencia la sacó, sin duda, de un ensayo anterior de Lerner, ?Economic Theory and Socialist Economy?, Review of Economic Studies, vol. II, n.° 1, 1934, quien había criticado las ideas de Dobb. La polémica más reciente de ?el debate sobre el cálculo?, con muchas referencias útiles, es Don Lavoie, Rivalry and Central Planning, Cambridge, 1985. No obstante, no reconoce por completo hasta qué punto Lerner anticipó puntos clave que los austríacos debían hacer. Lerner desarrolló más tarde su postura en The Economics of Control, Londres, 1944. 56. A. P. Lerner, ?A Note on Socialist Economys>, Review of Economic Studies, vol. IV, n.° 2, 1936, pp. 72-76. Lerner era uno de los editores de esta revista, junto con Paul Sweezy y J. R. Hicks. La decisión de si un plan situado en un determinado lugar se desarrollaría mejor que otro situado en otro lugar cualquiera dependería de la autoridad central, en un grado que se asemejaría al de quien dirigiera la empresa. Y aunque el empresario individualmente recibiría, con toda probabilidad, un mandato contractual definido para dirigir la planta que se le hubiera confiado, todas las nuevas inversiones serían dirigidas necesariamente desde el centro. Esta división daría como resultado que ni el empresario ni la autoridad central estarían en condiciones de planificar y sería imposible dirimir la responsabilidad de los errores. Asumir que es posible crear condiciones de plena competencia sin hacer que aquellos que son responsables de las decisiones paguen por sus errores parece ser una mera ilusión.31 Con su ensayo ?The Uses of Knowledge in Society? publicado en The American Economic Review (1945), Hayek llamó la atención sobre el carácter inevitablemente fragmentado y disperso del conocimiento económico. El potencial económico real de un recurso o una mercancía dependía de exactamente cuándo y cómo estaba disponible. Mientras que una multitud de empresarios podría ser capaz de observar nuevas posibilidades y relaciones y de respaldar sus presentimientos con sus propios medios, los planificadores no podrían, sencillamente, conocer esa masa de información dispersa y puntual, gran parte de la cual es estrictamente incomprensible o carente de significado fuera de su contexto dado.58 57. El primer ensayo de Hayek tomó la forma de una revisión de la edición del ensayo de Lange y del libro de Dickinson The Economics of Socialism; Hayek, ?Socialist Calculation: the Competitive Solution?, Economica, 1940, p. 145. Mises había razonado así en los a?os veinte, en respuesta a las teorías de ?mercado socialista? de Karl Polanyi y Eduard Heimann. Véase Don Lavoie, Rivalry and Central Planning, Cambridge, 1985, pp. 174-176. 58. Al llegar a este punto, Hayek puede haber sido influido por la obra de su maestro, Bóhm-Bawerk, quien había escrito, en el contexto de los tipos de conocimiento que eran operativos en el capitalismo: ?en el campo de la economía, tenemos que tratar ampliamente con la acción humana, consciente y calculadora; la primera de las dos fuentes de conocimiento, la fuente objetiva, puede como mucho ser considerada muy pobre y, especialmente cuando está aislada, una parte completamente insuficiente del conocimiento total asequible?. Karl Marx and the Close of His System, p. 115. Pero Bóhm-Bawerk continúa e inmediatamente reconoce que el conocimiento y los móviles de los actores económicos sí tienen un papel en el sistema de Marx (p. 116). En realidad, de entre diversas afinidades entre los marxistas y las escuelas austríacas, hay una tendencia a desconfiar de las globalidades, sobre puntos generales o concretos, donde las relaciones económicas estén representadas por ns- Si las críticas de Lange y Dickinson tuvieron éxito sembrando dudas reales sobre la efectividad de un mercado fingido, simulado, también reforzaron la causa contra la enérgica planificación desarrollada por Mises. Así, Hayek responde al argumento de que, si se pueden establecer las preferencias de los consumidores, se pueden determinar los bienes de producción con estas observaciones: ?Es evidente que los valores de los factores de producción no dependen únicamente de la valoración de los bienes de consumo, sino también de las condiciones de los suministros de los diferentes factores de producción. Sólo de una mente que conociera todos estos factores simultáneamente podrían surgir las respuestas a los hechos que se le dieran. Sin embargo, el problema práctico surge precisamente porque estos factores nunca son ofrecidos a una sola mente y porque, en consecuencia, es necesario que en la solución del problema deban utilizarse unos conocimientos dispersos entre mucha gente?.59 El argumento de Hayek es significativamente paralelo a algunos de los puntos anteriormente citados de Trotski. Ambos autores se?alan la falacia de una mente única dirigiendo una economía; es más, el propio Hayek cita el ensayo de Trotski de 1932 Los peligros a los que se enfrenta la economía soviética, en este mismo artículo.60 tras de ecuaciones matemáticas. Aunque Marx sí escribió un álgebra de la explotación, también razonó que el capitalismo y el mercado ocasionarían una reducción de la calidad en pro de la cantidad, una idea que puede dar luz sobre el carácter de doble filo de los procesos de apropiación empresarial. Con respecto al argumento de Hayek desde el conocimiento, téngase en cuenta también que Abba Lerner había elaborado una versión más débilmente formulada de este aspecto en 1935: ?Donde hay miles de factores que son combinados en miles de formas distintas en millones de diferentes unidades productivas, y donde una reorganización de factores puede llegar a ser de lo más complicado, al parecer no sería fácil encontrar un técnico experto que supiera todo lo que ocurre en todas partes?. A. P. Lerner, ?A Rejoinder to Mr Dobb?, Review of Economic Studies, 1935, p. 153. 59. American Economic Review, septiembre de 1945, p. 530. Diversas contribuciones de Hayek al ?debate sobre el cálculo? entre 1935 y 1945 fueron recogidas y publicadas en Individualism and Economic Order, Londres, 1948. 60. Op. cit., p. 529. Hayek había leído este artículo en el apéndice de Lange que aparece citado tanto aquí como en la extensa acotación que yo mismo he hecho antes (p. 187). La importancia de Trotski como uno de los líderes clave de la Revolución rusa, sin duda confiere un gran interés a su adopción cualificada de los meca- EL SOCIALISMO DESPU?S DE LA QUIEBRA 197 El ?debate sobre el cálculo? se agotó en los a?os cuarenta sin haber alcanzado su resolución. Pero muchos aspectos quedaron colgando, ya que las críticas negativas eran, por las dos partes, más fuertes que las propuestas positivas. Desde una perspectiva no marxista, simpatizando con la planificación, Joseph Schumpeter argumentó que Hayek y Mises habían fracasado en sostener su causa en su influyente obra Capitalismo, socialismo y democracia (1943). El ensayo de Hayek de 1945 iba tan dirigido a Schumpeter como a los marxistas. El lado socialista del debate argumentó que un mercado capitalista reflejaría la estructura desigual e irracional del poder económico. Dobb advirtió que recurrir a un mercado incontrolado conduciría al desempleo masivo. Se?aló que una planificación amplia del desarrollo económico significaba que se podrían emprender proyectos a gran escala que nunca habrían parecido justificados de acuerdo con los cálculos atomizados de los actores del mercado. Aunque Dobb no estaba de acuerdo con el argumento de Hayek referente a la ignorancia de los planificadores, el informe del último sobre el conocimiento empresarial muestra que había desarrollado su propia postura mediante sus enfrentamientos con los economistas socialistas 61 Por otra parte, ni Mises ni Hayek se ocuparon del socialismo de mercado sindicalista, originariamente propuesto por Lange y Breit, algo comprensible, ya que el propio Lange lo había abandonado nismos de mercado. Pero su forma de conceptualizar el problema de la economía dirigida aportó su propia contribución intelectual, y podría haber sido citado incluso si no hubiera sido el fundador del ejército rojo. Esto plantea la cuestión de cómo y por qué llegó a elaborar sus ideas sobre este tema. No es imposible que hubiera leído a Friedrich von Wieser, cuya obra abona el terreno para el argumento de la mente única. Su importancia en el gobierno soviético durante el periodo del comunismo de guerra le había dado, como subraya Deustcher, experiencia de primera mano. Podríamos a?adir a esto que la vida intelectual soviética durante los a?os veinte fue también testigo de un asunto fascinante, de estructura y diálogo complejos, entre Voloshinov/Bajtin. Finalmente, la propia revulsión de Trotski hacia los proyectos totalitaristas en su, de alguna manera retrasada, reivindicación del pluralismo político también habría respaldado su capacidad de penetrar hasta las raíces del problema económico. 61. El hecho de que Hayek desarrollara nuevas ideas en el debate con los socialistas, está argumentado por Israel Kirzner en la edición de Ellen Paul el al. de Capitalism, Nueva York, 1990. Dobb revisó Collectivist Economic Planning, de Hayek, en The Journal en 1935, pero no respondió directamente a sus últimos ensayos. (Breit murió en la guerra). La tensión sindicalista dentro del socialismo fue particularmente débil en los cuarenta y la fe en las grandes formaciones particularmente fuerte. Según tengo entendido, nadie se?aló que la discusión de Hayek sobre la naturaleza dispersa del conocimiento podría también desplegarse contra el estrecho empresarialismo capitalista por parte de los partidarios de la autogestión social y obrera. Por supuesto, la discusión del conocimiento disperso no justificaría un populismo indiscriminado e incoherente, ya que el desarrollo de expresiones democráticas de intersubjetividad es tan difícil de alcanzar como imprescindible en un mundo en el que las estructuras de la vida social son más profundamente colectivas y entretejidas que nunca. Aunque el respeto por la opción individual debe ser el punto de partida en política y economía, muchos servicios, en una economía moderna, son inevitablemente colectivos por definición. El que las decisiones colectivas no puedan alcanzar nunca la aparente lucidez y autosuficiencia de la elección de un individuo, es fuente de complejidad inevitable. Pero esto no implica que eliminemos la esperanza en que mejores acuerdos colectivos podrían proporcionar una mayor posibilidad real de autodeterminación. Los socialistas están comprometidos con la opinión de que una serie de medidas concertadas conscientemente son tan deseables como inevitables y que cada uno debería tener, en general, el mismo derecho a los recursos materiales de la sociedad. Los austríacos rechazaron la igualdad sobre la base de que no había forma, literalmente, de contrastar los deseos de un individuo con los de otro. Rechazaron toda intervención en el sistema de libre cambio (capitalista) o catallaxy, excepto la necesaria para garantizar y proteger el ?orden espontáneo? ocasionado por el choque de deseos y disposiciones individuales. El reformismo más suave estaba tan justificado como el revolucionarismo más arrasador. Aunque racionalmente negaron que la sociedad pudiera funcionar con la lógica sinóptica de una mente única, afirmaron irracionalmente que no había ningún área de la vida económica en la que las decisiones colectivas pudieran ser válidas fuera del propio mercado. Un socialismo ingenuo, o un socialismo adaptado a condiciones simples, ha imaginado que la lógica de la opción social puede ser tan inteligible y definitiva como la decisión de un individuo de saciar su sed bebiendo un vaso de agua. Pero, sin renunciar en absoluto al socialismo, es bastante posible reconocer que la necesidad social y el bien público tienen que ser satisfechos mediante formas complejas, flexibles y negociadas; en realidad, esto podría ser entendido como la misma esencia del socialismo genuino. Sin renunciar al ideal y a la piedra de toque de la autodeterminación individual, o a la falsa proyección de ella sobre el colectivo, los socialistas han afirmado que: 1) una amplia igualdad en las condiciones materiales sería la mejor manera de generalizar la autodeterminación; 2) las estructuras profundas de la individualidad están elaboradas por un tejido social que debería ser, en consecuencia, tan rico como fuera posible; 3) hay condiciones comunes de la existencia humana que requieren una atención y un apoyo colectivos; 4) para alcanzar esos resultados se requiere una variedad de procesos de autodeterminación democrática. La producción, el consumo y, por supuesto, la comunicación se apoyan en presupuestos sociales. El socialismo postula la necesidad de desarrollar formas de vida social que tengan en cuenta el control humano consciente de los procesos económicos, con el propósito de desterrar la necesidad, abasteciendo a cada individuo con recursos materiales para la autorrealización, previniendo la división en clases y asegurando una relación sostenible con el entorno natural. Lo que esto implica no es una mente única, sino instituciones que favorezcan la unión de las mentes. La postura austríaca niega la igualdad, restringe la dimensión social de la individualidad, argumenta que las condiciones generales con las que se enfrenta la humanidad pueden cuidarse a sí mismas y minimiza el ámbito de la deliberación y la determinación colectivas.62 Algunas de estas aportaciones fueron realizadas por los socialistas que contribuyeron al ?debate sobre el cálculo?. Polanyi argumentó en La gran transformación (1944) que el mercado no protegería al mundo vivo que lo hacía posible, Dickinson detalló los fracasos del mercado y Lerner identificó los criterios para el bienestar público y el coste social. Otto von Neurath también desarrolló argumentos que no habían sido propuestos por Mises o Hayek, quizá porque Neurath era filósofo más que economista. ?l había observado que el mercado reflejaba los intereses y necesidades de aquellos que vivían en el momento, pero no de las generaciones futuras; los recur 62 Para una crítica a los presupuestos austríacos, véase Geoffrey M. Hodgson, Economics and !nstitutions, Cambridge, 1988. sos económicos tenderían, así, a ser explotados de un modo improvisado y no renovable. Neurath también recalcó que no era asunto de los economistas el apropiarse del debate democrático; ellos deberían, por lo tanto, elaborar escenarios alternativos de posibles futuros. Neurath argumentó que ni el mercado ni el numerario eran apropiados para fijar las necesidades sociales y los bienes públicos, muchos de los cuales eran intuitivos e indivisibles. Argumentó que, así como los generales no trataban con ?unidades de guerra?, los gobiernos no deberían aspirar a alcanzar o maximizar ?unidades de instrucción? o ?unidades de salud? sino que, mejor, deberían proponerse suministrar los recursos que fueran necesarios para asegurar una población saludable y educada hasta los niveles que los ciudadanos consideraran necesarios. Así, Neurath sí argumentó que la sociedad podría desarrollar una ?mente común?, en el sentido de una opinión mayoritaria, en lo que respecta a la provisión deseable de bienestar social y servicios públicos; los médicos y los ambulatorios no necesitarían un mercado para informarse de las enfermedades de sus pacientes.63 En la elaboración posterior de la postura austríaca, se hizo notable tanto que había permanecido vulnerable a críticas desde la ecología, como que era consistentemente minimalista en su visión de los bienes públicos. Además, Hayek ha llegado a defender un estrechamiento drástico del ámbito del gobierno democrático. No obstante, aunque Neurath planteó cuestiones a las 63. Véase la interesante discusión de Neurath hecha por Juan Martínez Aher en Capitalism, Nature and Society, n.° 2, verano de 1989. Neurath había sido consejero económico del Soviet de Munich y, más tarde, un miembro importante del círculo de positivistas lógicos de Viena (que más tarde fueron filósofos analíticos). Véase también la crítica a Neurath en Ecological Economics, de Martínez Aher, Oxford, 1989, y en European Socialism, de Karl Landauer, Berkeley, 1959, vol. II, pp. 1.636-1.639. Las ideas de Polanyi y Neurath, con su rechazo hacia el reduccionismo del mercado y su preocupación por los límites de la naturaleza, pueden haber tenido alguna influencia sobre la Escuela de Frankfurt, a través de los escritos de Weil y Pollock. Karl Polanyi llegó a elaborar una acusación memorable contra Mises y la economía del laissez-faire en general en su obra The Great Transformation, Londres, 1944; véanse especialmente las pp. 68-76, 163-200. (Hay trad. cast.: La gran transformación, Endymion, Madrid, 1989.) 64. Sobre la incomodidad de Hayek ante los argumentos ecológicos y su intento de discutir los ?efectos de vecindad?, véase The Constitution of Liberty, pp. 367-375. El propio término ?efectos de vecindad? tiene un sonsonete cómodo y está indebidamente aplicado. En escritos posteriores, como los de la serie ?Law, Legislation and Liberty?, propone limitaciones estrictas sobre a quién debería serle permitido que los austríacos nunca respondieron satisfactoriamente, su propia creencia en que era posible suprimir por completo el mercado era bastante arriesgada, por algunas de las razones se?aladas por Mises. Dickinson y Lerner no abonaron esta fantasía y argumentaron en favor de la adaptación del mercado a propósitos socialistas. Pero, por su parte, los socialistas de mercado no establecieron que ellos habían expuesto un modelo completamente factible, más que mecanismos y conceptos particulares que pudieran ser utilizados para modificar las tareas de un mercado o una economía planificada. En particular, ellos no respondieron a los argumentos de Hayek y Mises de los a?os cuarenta, su justificación del empresariado, la asunción de riesgos, la innovación y la necesidad de hacer responsables a los agentes económicos del uso de los recursos. La crítica austríaca podría haber sido apropiada sólo para un sistema de autogestión socialista y una empresa pública que se basara en el carácter disperso del saber económico y rechazara la tentadora ilusión de los resultados totalmente planificados. En aquella época, los argumentos de los austríacos podían ser más fácilmente ignorados, ya que habían sido rechazados en bloque por la corriente principal de los economistas neoclásicos y keynesianos, así como por los socialistas. Las recomendaciones sobre políticas específicas de Hayek de principios de la década de los treinta, fueron desastrosamente erróneas.6> Hacia la mitad de los a?os cuarenta, Hayek argumentaba que los problemas de los a?os treinta no debían ser achacados al capitalismo, sino a la intervención y regulación de un go- votar y con qué frecuencia, así como los poderes circunscritos minuciosamente al gobierno del momento, todo ello con la intención de proteger el ?orden espontáneo? de la catalaxia (catallaxy) de las pasiones limitadas de los ciudadanos. Para una discusión de esto, véase Nick Bosanquet, After the New Right, Londres, 1983, pp. 26-42. Nosotros los socialistas deberíamos, en realidad, ser benévolos en nuestras críticas a la noción austríaca de la catalaxia, ya que es, muy obviamente, prima hermana de la noción de ?productores asociados libremente?, en un mundo en el que el estado se ha marchitado. 65. Véase Prices and Production, Londres, 1931, con su ataque a ?las propuestas bienintencionadas, aunque peligrosas, de luchar contra la depresión con una peque?a inflación?, ibid., 2.8 cd., p. 125; nótese, sin embargo, que uno de los más importantes pensadores de izquierdas de aquel tiempo, John Strachey, compartió la opinión de Hayek de que el keynesianismo generaría una inflación incontrolada; véase John Strachey, The Coming Strugglefor Power, en la que se apoya, al menos parcialmente, la crítica de Hayek a Keynes. bierno inepto. Los socialistas de hoy pueden consolarse con la creencia retadora de Hayek de que el capitalismo genuinamente liberal no existía aún y, por lo tanto, no había fracasado; eso mismo podríamos decir nosotros del socialismo genuino. El socialista puede también animarse con la opinión de Hayek de que la naturaleza humana, formada durante milenios de colectivismo primitivo, está predispuesta hacia el pensamiento socialista. Por otra parte, las ideas de Dickinson, Lange y Lerner desempe?aron un papel en la elaboración de la política económica y de bienestar social británica de los periodos de la guerra y la posguerra, donde parecieron populares y efectivos. Lord Beveridge y Evan Durbm se sintieron atraídos directamente por este trabajo, mientras que The Economics of Control (1944) de Abba Lerner llegó a convertir- se en un texto clásico en el campo de la economía del bienestar social. El ?socialismo de mercado? de este periodo, con sus conceptos importantes de coste social y equidad, podrían ser absorbidos de un modo reformista y tecnocrático. Dickinson imaginó una sociedad no capitalista, pero su modelo no incorporaba ningún elemento de representación obrera dentro de la empresa productiva. Tanto Lange como Dickinson se preocuparon en mostrar que una economía socialista era compatible con el funcionamiento de la democracia política, la salvaguarda de las libertades individuales y la satisfacción de las necesidades del consumidor; era incluso necesaria para que éstos se dieran. Estaban influidos por la crítica de Lerner a Dobb, especialmente a la adhesión de Dobb a un modelo autoritario y a su disposición para recortar los deseos del consumidor en favor de las autoridades planificadoras, supuestamente prudentes. Ni Dickinson ni Lange hicieron fiestas al consumismo. En realidad, Dickinson viró en dirección opuesta, tal como demuestra la siguiente recomendación, la cual también ilustra su inclinación tecnocrática: La poderosa máquina de la propaganda y la publicidad, empleada por organismos públicos de educación e ilustración en lugar de por los mercachifles y los alcahuetes de la industria lucrativa, podría desviar la demanda hacia direcciones socialmente deseables, al tiem 66 Véase el discurso de Hayek a la sociedad de Montpelerin, impreso en mdividualism and Economic Order, y su posterior Knowledge, Evolution ?md Society, Londres, 1985. po que mantendría la impresión subjetiva de la libre elección. Si las artes enga?osas pero efectivas del vendedor y del experto en publicidad se pusieran a disposición de cuerpos de expertos imparciales y desinteresados —dietistas, arquitectos, técnicos en calefacciones, especialistas textiles, ortopedistas, psicólogos— ?qué mejoras resultarían en la calidad de alimentos, casas, ropas, calzado y juguetes! 67 Este alegre paternalismo se vería pronto ampliado a escala nacional por los ministerios británicos de Alimentación, Información y Aviación durante la guerra. La economía británica estuvo pronto más colectivizada que la de la Alemania nazi, en la cual la producción privada de coches había de continuar hasta 1944. En Gran Breta?a, el Ministerio de Alimentación suprimió los productos de marca en diversos campos y proveyó a los consumidores de su debida ración de una dieta media controlada médicamente, reduciendo claramente la incidencia del raquitismo y otros signos de malnutrición. El libro de Hayek Camino de servidumbre (1944) fue escrito contra estos antecedentes. Aunque por supuesto hubo rasgos estatistas poco atractivos en las reformas sociales que se emprendieron durante estos a?os, no resultaron tener las implicaciones calamitosas sobre las que Hayek advirtió en su acusadora polémica.68 La economía de izquierdas de este periodo fue propensa a dejar- se impresionar mucho por el poder del gran negocio, así como por el del gran gobierno. La fe austríaca en el mercado parecía ciega ante las formas en las que el monopolio y el oligopolio distorsiona 67 H. D. Dickinson, The Economics of Social,sm, Londres, 1939, p. 32. Al tiempo que dedica una atención crítica al consumo, este libro argumenta que el socialismo debería impulsar la igualdad de la mujer. El tono respetuoso hacia la crítica de Hayek era un tributo tanto a su calidad como a la influencia del pensamiento de Wieser o Dickinson; sobre este último, véase la rese?a de H. D. Dickinson del Treatise on Marxist Economics, de Ernest Mandel, publicado en New Left Review, n.° 21, 1962. En aquellos tiempos, Dickinson formaba parte de un grupo de académicos que apoyaban a Tony Benn. 68. Sobre el compromiso de Dickinson, Lerner y otros ?socialistas de mercado? con el pensamiento laborista, véase Elizabeth Durbin, New Jerusalems: the Labour Party and the Economics of Democratic Socia!ism, Londres, 1985, pp. 169-171, 232-241. Vale la pena mencionar que el reformismo de esa época al menos produjo reformas reales, como el Servicio Nacional de la Salud. Otro participante periférico en el ?debate sobre el cálculo?, A. C. Pigou, fue el que más se aproximó a anticipar el acercamiento a la nacionalización del gobierno laborista en 1945, en su Socialism versus Capitalism, Londres, 1947. ron y determinaron al mercado. Los nuevos economistas de izquierdas favorables al mercado, no continuaron sosteniendo la supuesta racionalidad económica de los cárteles y los trusts como modelo para el socialismo, pero tendieron a exagerar el poder y durabilidad de las formas monopolísticas. Un informe más satisfactorio de la dinámica de la competitividad capitalista podría encontrarse, ciertamente, en la noción de Schumpeter de ?destrucción creativa?, que se suponía en las relaciones sociales capitalistas. Pero la noción de ?capital monopolista de Estado? propagandísticamente congenió más, y quizá hizo parecer más aceptable, el ?socialismo monopolista de Estado?. En la Europa oriental devastada por la guerra, las tareas de reconstrucción requirieron probablemente una iniciativa estatal a gran escala. A medida que la guerra fría se acercaba y el estalinismo se afirmaba en Polonia, el mismo Oskar Lange abandonó su esquemático sue?o de un socialismo democrático de mercado. Pero la noción de una iniciativa social dispersa y del potencial de los productores directos no desapareció por completo de los tratados marxistas, aunque entonces surgía en debates sobre el pasado. Así, Maurice Dobb, en Estudios sobre el desarrollo del capitalismo (1946) y en el subsiguiente ?debate sobre la transición?, se sintió atraído por el trabajo de Marx para aclarar las formas en que la organización productiva desde abajo, trabajando mediante el mecanismo de la competencia, no del monopolio mercantil, había sido el camino realmente revolucionario hacia el capitalismo industrial. Aunque Dobb insistió en los éxitos iniciales de la planificación soviética, vino a se?alar más tarde que tal planificación había sido enfocada de forma bastante estrecha en los a?os treinta, y que se había de enfrentar a problemas bastante distintos en el periodo de reconstrucción de posguerra. Se?aló que el segundo plan quinquenal mencionaba solamente alrededor de 300 productos específicos, mientras que el de 1960 tuvo que tratar con 15.000 productos diferentes, producidos por 200.000 empresas, y todos los indicios sugerían que la complejidad crecía a una velocidad exponencial.69 69. Maurice Dobb, Soviet Economic Planning Since 1917, Londres, 1966, p. 373. Sobre la base de una simple correlación, podría argumentarse que, al mismo tiempo que aumentaba la aptitud del GOSPLAN, con la elaboración de técnicas de control más sofisticadas y la aplicación de ordenadores, disminuían los índices de crecimiento económico soviéticos. Hacia los a?os setenta, estaban siendo introducidos en los ordenadores centrales datos sobre millones de productos y entre los ministe La críticas a la economía estalinista habían presentado unos argumentos casi demasiado devastadores. Si carecía totalmente de racionalidad, si la calidad y la coordinación eran tan malas, ?cómo se consiguió alimentar de hecho a la población de la Unión Soviética y cómo el volumen de producción soviético creció tan rápidamente? Los austríacos y los oponentes de izquierdas pudieron argumentar, cada uno a su manera, que los métodos políticos totalitarios podrían ser utilizados para movilizar a la sociedad por unos objetivos insignificantes. Y pudieron también cuestionar la validez de las estadísticas soviéticas, como Rakovsky y Trotski lo hicieron, se?alando el problema de la calidad y la conveniencia, y subrayando el coste terrible de los avances soviéticos. Escribiendo en esta línea, David Rousset publicó uno de los primeros estudios sobre el uso a gran escala de los trabajos forzados en la Unión Soviética en 1949. Pero la Unión Soviética de los tiempos de Jruschev, con su Sputnik y su desestalinización oficial, parecía ser más próspera y estar encaminada hacia un orden más humano. Hacia el final de los a?os cincuenta incluso Hayek parecía modificar, aunque no abandonar, su argumento: nos y las empresas se estaban deshaciendo de miles de millones de bits de papel. Sin embargo, siendo como fueron éxitos soviéticos desde el principio, podrían haber recogido un mayor fruto de la motivación de los cuadros en las fábricas. Este fue el énfasis característico de los economistas marxistas polacos. Así, W. Brus recordaba a sus lectores el veredicto de R. Luxemburgo sobre la Revolución rusa en su libro The Market in a Socialist Economy, Londres, 1972, pp. 97, 100. Dobb escribió una introducción a esta edición inglesa en la que dirigió su atención a este último aspecto y manifestó su apoyo a un socialismo de mercado. M. Kalecki escribió en 1942 que: ?ningún gobierno socialista puede tener esperanzas de éxito a menos que sus esfuerzos sean secundados por un sentimiento para aumentar el ritmo de desarrollo dentro de la sociedad y, sobre todo, por una confianza en sí mismos entre los obreros y los estratos más bajos de la sociedad. Una actitud así no puede crearse artificialmente; puede ser estimulada por la propaganda pero sólo si existe una base real para ello?; cit. de J. Osiatynkski, Michael Kalecki on Socialist Economics, Londres, 1988, p. 184. Por supuesto, una mezcla de ilusión, terror y propaganda, combinada con el miedo hacia la invasión alemana, pudo movilizar de forma efectiva durante un tiempo a los cuadros y ?peque?as piezas?, pero Kalecki tuvo razón al suponer que una movilización de este tipo no podría mantenerse más de una o dos décadas. El mismo Kalecki propuso no sólo una mayor participación obrera, sino también proyectos que dieran prioridad a la inversión en industrias de bienes de consumo, consejo que fue ignorado por los líderes rusos, aunque posteriormente reapareció una propuesta similar entre los economistas chinos. 206 DESPU?S DE LA CA?DA Los notables éxitos que los rusos han logrado en ciertos campos y que son la causa del renovado interés en la organización planificada del esfuerzo científico, no deberían habernos sorprendido y no deberían darnos razón alguna para alterar nuestra opinión sobre la importancia de la libertad. Que cualquier objetivo concreto, o cualquier número limitado de objetivos, que ya se saben alcanzables, serán conseguidos probablemente más pronto si se les da prioridad en el reparto central de todos los recursos, no puede ser cuestionado.7° Pese a la agudeza de la crítica teórica desarrollada por Mises y Hayek, ni la profundizaron con investigaciones empíricas sobre los logros de la economía soviética, ni la extendieron hasta tomar en consideración otros modelos económicos socialistas, más allá de la planificación y del mercado simulado. En los a?os sesenta y setenta, destacados economistas de la Unión Soviética, Europa del Este y Cuba llevaron a cabo su propio debate sobre la mejor manera de optimizar el funcionamiento de sus sistemas económicos. Aunque, por supuesto, estaban en juego asuntos importantes en estos debates, el modelo predominante de estado de partido único suministró un contexto restringido y el propio debate se resolvía con el dictado del partido, o incluso con tanques.7’ Las investigaciones y argumentos teóricos de Alec Nove han dado un nuevo giro al debate sobre la economía socialista en los a?os setenta y ochenta. Aunque se inspiró abundantemente en la experiencia y los debates del mundo comunista, se encontraba en una posición mejor para integrar el momento político, favoreciendo a la democracia sin verla, en sí misma, como la solución a todos o a la mayoría de los problemas económicos del socialismo. Nove aceptó la eficiencia relativa de los mecanismos de mercado en la asignación de inversiones rutinarias, pero discutió su lógica distributiva y ecológica en un mundo de escasez. Rechazó la opinión de que los mercados podrían funcionar sólo sobre la base de la propiedad privada. En su trabajo empírico, Nove dio muchos ejemplos, tanto de la ausencia de una medida efectiva del rendimiento económico del sistema soviético de planificación como de la entonces multimillonaria complejidad de las decisiones básicas que habían de tomarse para mantener la economía simplemente en marcha.72 Si se hubiera permitido florecer la Primavera de Praga, este tipo de pensamiento se habría desarrollado abiertamente en el propio Este; en lugar de ello, el debate sobre modelos opuestos de socialismo se suprimió. LAS LECCIONES DEL ESTANCAMIENTO SOVI?TICO En los a?os setenta y ochenta, el capitalismo, pese a sus propios problemas e injusticias, demostró ser productivamente superior a las economías de tipo soviético. ?Cuáles fueron los frenos y los bloqueos específicos desarrollados por estas economías? ?Qué comportamiento tenían éstos en los proyectos de la economía socialista? La negación violenta de la democracia socialista debe contar, por supuesto, como un factor que impidió la innovación y el desarrollo creativo de los colectivos obreros, especialmente en la era de la tecnología de la información. En el mejor de los casos, el estalinismo impidió ese libre intercambio entre obreros cualificados e investigadores científicos que suele caracterizar los límites del desarrollo técnico, mientras en el peor de los casos, condujo a la imposición por la fuerza de las fantasías técnicas de pseudocientíficos como Lysenko. Pero esta razón en sí misma no explica el grado del estancamiento soviético, ya que estados como Corea del Sur, Taiwan y Singapur habían obtenido ventajas productivas de la nueva 72. Nove estuvo, por supuesto, lejos de ser el único defensor del socialismo de mercado y se inspiró libremente en los trabajos de otros economistas de la Europa del Este, tales como Sik, Kornai y Brus. Sin embargo, por las razones expuestas anteriormente, la obra de Nove tiene un papel básico en la discusión de la economía socialista en el mundo angloparlante. Véase The Soviet Economic System, Londres, 1977; ?Market Socialism and its Critics?, en Soviet Studies, vol. XXIV, n.° 1, 1972; ?Problems and Prospects of the Soviet Economy? en New Left Review, n.° 119, enero-febrero 1980; TIte Econornics of Feasible Socialism, Londres, 1983. Sobre la reaparición de algunos temas del ?debate sobre el cálculo?, véase Milton Friedman, Plan and Market, con una réplica de Alee Nove, Comité para el Estudio de las Economías Comunistas, Londres, 1984. Para el debate sobre Nove, véase: W. Brus, ?Viable Socialism??, New Left Review, n.° 153, 1985; Ernest Mande!, ?The Case for Socialist Planning?, NLR, n.° 159, 1986; Alec Nove, ?Reply to Mandel?, NLR, n.° 161, 1987; Ernest Mande! ?The Perils of Marketization?, NLR, n.° 169, 1988; Meghnad Desai el al., ?The Transition from Actually Existing Capitalism?, NLR, n.° 170, 1988; Diane Elson, ?Socialization of the Market?, NLR, n.° 172, 1988. tecnología pese a haber una censura sistemática, y a la supresión de la disidencia política, etc. El rápido desarrollo económico del sureste de Asia ha sublevado a las fuerzas sociales, que exigen una mayor democracia. La prosperidad relativa permite a los dirigentes ensayar algunas concesiones democráticas. Los fracasos económicos de las economías de tipo soviético, por contra, han creado las condiciones menos propicias para la reforma política y la democratización. El defecto básico de las economías de tipo soviético parecería ser la falta de conexión entre las microdecisiones y las macrodecisiones. O, para expresarlo de otra manera, la ausencia de un sistema bien calibrado para determinar el tiempo de trabajo socialmente necesario. (No obstante, nótese que, en la naturaleza de las cosas, la necesidad social del trabajo consumido en la producción sólo se da por válida a posteriori, en el momento en que los consumidores confirman a través de sus compras que el producto en cuestión responde realmente a una necesidad social efectiva. Y como la técnica cambia la noción del tiempo de trabajo socialmente necesario, dicho tiempo no está ni fijado ni predeterminado, por lo que los problemas a los que se enfrentan los planificadores no son meramente mecánicos.) Las economías de tipo soviético eran más capaces de satisfacer la necesidad del ?consumidor? en aquellos sectores en los que había un único gran cliente que pudiera hacer pedidos específicos y rechazar el producto si no era de calidad aceptable. Así, la producción soviética de armas alcanzó a menudo una competitividad mundial, porque los ministerios de provisión de armas controlaban el proceso de producción y tenían el poder para rechazar equipamiento de calidad inferior a la media. El consumidor soviético corriente no estaba en esa situación, como sabemos, y no tenía una representación institucional efectiva. Los intentos de Gorbachev para remediar esas deficiencias a finales de los a?os ochenta, reforzando el control de calidad (gospriemka) efectivo fracasaron, al tropezar con la oposición, tanto de obreros como de directores.73 El problema, no obstante, tiene tanta relación con la minimización de los costes como con la satisfacción de la demanda. Incluso 73. Véase Anders Aslund, Gorbachev’s Struggle for Economic Reform, Londres, 1989, pp. 76-87. la producción militar soviética, o los éxitos en el desarrollo industrial, se alcanzaron con un coste excesivo. Cuando había sólo unos cuantos datos a tener en cuenta, y una peque?a posibilidad de sustitución, los problemas de planificación y cálculo eran manejables. Con la industria pesada tradicional, el número de datos a tener en cuenta era relativamente peque?o y la variable principal era el simple esfuerzo humano.74 En las economías de tipo soviético, las empresas no se enfrentaban a muchos problemas que exigieran cálculos delicados o alternativas. Las empresas soviéticas no encontraron utilidad en los ordenadores, porque se movían en un clima económico en el que no había regularidad. En principio, se les había dicho exactamente lo que debían producir y cuáles serían sus inputs; en la práctica, habría escasez y tendrían que utilizarse contactos informales para remediar las carencias. Las habilidades que se requerían no eran las propias de un empresario racional, que actúa como portador de una lógica económica, sino más bien las propias de un sobornador. Los que dirigían empresas negociaban favores, tejiendo una compleja red de obligaciones personales mutuas. A causa de que los directores de empresa estaban deseosos de que se les asignaran planes de fácil consecución, no daban al centro informes veraces de los costes y la capacidad; el resultado era un plan ?laxo? más que un plan ?tenso?. No había libertad de acción para encontrar al proveedor más barato, ni para controlar la respuesta del consumidor, ya que ambos venían dados en el plan. Ni la empresa ni la autoridad planificadora podían hacer los cálculos de costes comparativos y marginales, ni las estimaciones de la elasticidad de la demanda, producida en el mercado por la competencia. Tomemos la cuestión de los sub 74 En los a?os sesenta, trabajé para el Ministerio de Comercio Soviético de Cuba. El jefe de sección nos conté una historia sobre una conferencia económica convocada por el entonces presidente Oswaldo Dorticos, que ejercía una supervisión general de la economía en aquel entonces. Uno de los consejeros económicos argumenté que, al elaborar tal o cual plan para un sector dado, el objetivo debía ser producir el máximo con el mínimo esfuerzo y el mínimo gasto. Dorticos se mostró en desacuerdo enfáticamente: ?Este no es el camino revolucionario —insistió—; por contra, nos propondremos alcanzar el máximo de producción con el máximo de fuerzas.? Desafortunadamente la actitud manifestada por Dorticos, el método de carga de caballería de la movilización económica, llegó a convertirse en demasiado típico de la economía cubana, como muestra el intento de una cosecha de diez millones de toneladas en 1970. productos como ejemplo: un director occidental no sentiría aversión a encontrar un uso provechoso de ellos; el soviético trabajaba para un solo ministerio y era improbable que descubriera que sus subproductos industriales podían ser un input vital para otra rama. Por su parte, era también probable que el ministerio diera prioridad a sus intereses sectoriales. Este hecho, agravado por un control social negligente y el fetichismo hacia el valor a?adido —sin ninguna prueba de que ese valor tuviera efectivamente un valor social— fueron algunos de los factores que contribuyeron al pobre historial ecológico de las economías de tipo soviético. Tales consideraciones ayudan a explicar por qué los llamados ?productos residuales? de los campos petrolíferos siberianos envenenaron la atmósfera y el suelo en vez de servir como base de la industria de los plásticos. La experiencia soviética con los ordenadores de gestión puso de manifiesto la tosquedad de los cálculos exigidos por el sistema de gestión administrativo. En el caso de los ordenadores de gestión, que habían sido adquiridos por poco dinero en los a?os setenta, nunca fueron utilizados por la administración soviética más que para calcular los salarios de los empleados de las empresas. Si un director soviético tenía recursos excedentes, éstos serían invertidos de forma que promovieran la autosuficiencia de la empresa, formando stocks amortiguadores aún mayores, abriendo fábricas de componentes y abasteciendo las necesidades de una valiosa mano de obra. Así, un gran cártel soviético no sólo fabricaría la mayor parte de sus piezas, sino que también dirigiría granjas, explotaciones ganaderas y hornos de fabricación de ladrillos, de manera que pudiera satisfacer directamente las necesidades de su mano de obra sin recurrir a un mercado inseguro e ineficaz. Este método de organización tuvo una cierta lógica económica, pero no conducía a una racionalidad más amplia ni estaba regulada por ella. Aunque formalmente estaba más socializada que la producción capitalista, en la práctica lo estaba mucho menos.75 La empresa soviética podía ser ?bajo órdenes? o ?independiente?. En el primer caso, la socialización efectiva de la administración estaba limitada por la incapacidad de los planificadores para cono- 75. Sobre el fracaso de la administración soviética en hacer un uso efectivo de los ordenadores, véase Mark R. Beissinger, Scientific Management, Socialist Discipline, and Soviet Power, Londres, 1988, pp. 246-260. cer o controlar una economía grande, compleja, mientras que en el segundo caso, el autonomismo de la fábrica era imperturbable. Por contraste, los mecanismos elementales de la competencia de mercado comparan el uso de los recursos hecho por una empresa con el uso de similares recursos hecho por otras. Los empresarios y administradores capitalistas no conocen los costes de sus competidores con exactitud, pero saben lo que están vendiendo, a qué precio, y pueden elaborar conjeturas fiables sobre cambios de técnicas y de fuentes de suministros. Cuando compran los inputs, pueden comparar los precios ofrecidos por diferentes proveedores y pueden también considerar las ventajas de autoabastecerse. La mayor parte de la planificación soviética estuvo dirigida en términos físicos. Para una burocracia dirigente que carecía de criterios racionales, más allá de la defensa de su propio poder, esto parecía, al menos, prometer crecimiento. Pero podía, y de hecho así fue, dar como resultado manifiestos absurdos, con empresas produciendo innecesariamente equipamiento pesado, puesto que sus objetivos se especificaban en toneladas. De forma similar, las organizaciones de transporte verían medidos sus esfuerzos en toneladas-kilómetro, sin que se les diera ningún incentivo para asegurar el viaje más corto. En la raíz de este tipo de problemas estaba el fracaso para desarrollar un sistema racional de fijación de precios. Por supuesto podían asignarse precios a los productos, pero tenían un carácter inerte, sin alterarse por lo mucho o lo poco que se produjera de una mercancía y sin tener una clara relación ni con la productividad ni con los precios de otras mercancías. Como consecuencia, los cultivadores de flores del Cáucaso podían considerar que era lógico volar hasta Moscú con sus productos (agrícolas) porque el transporte aéreo es barato en relación con los productos (agrícolas) frescos, o los granjeros colectivos podían considerar que tenía sentido alimentar a sus cerdos con pan subvencionado.76 Rechazando o negando precios formados en el mercado y careciendo también de cualquier razón fundamental para partir de los 76. Para un informe exhaustivo de las irracionalidades del modelo soviético ?tradicional?, véase Michael Ellman, The Socialist Economies, Cambridge, 19892, pp. 17-52. Pero obsérvese que la economía china nunca asimiló por completo el modelo soviético. Varias campa?as de Mao tendieron a debilitar el poder de la administración central, aunque las reformas posteriores de Deng indicaron otra orientación. precios de mercado, las economías de tipo soviético tendieron a formar pools estancados, aislados de la corriente principal de la economía mundial. En los a?os cincuenta, esto no estaba tan claro, a causa del carácter excepcional de la reconstrucción de posguerra. Pero fue se?alado en un lúcido y en realidad presciente artículo de Che Guevara en febrero de 1964: El punto de partida está en calcular el trabajo socialmente necesario exigido para producir un artículo dado, pero lo que se ha pasado por alto es el hecho de que el trabajo socialmente necesario es un concepto económico e histórico. Por lo tanto, no sólo cambia en el ámbito local o nacional, sino también en términos mundiales. Los avances tecnológicos continuados, consecuencia de la competencia en el mundo capitalista, reducen el trabajo necesario y por tanto rebajan el valor del producto. Una sociedad cerrada puede ignorar estos cambios por un cierto tiempo, pero siempre tendrá que volver a estas relaciones internacionales para comparar los valores de los productos. Si una sociedad dada desde?a estos cambios durante un largo tiempo, sin desarrollar fórmulas nuevas y acertadas para reemplazar a las viejas, creará interrelaciones internas que configurarán su propia estructura de valor de un modo que podrá ser coherente internamente, pero que estará en contradicción con las tendencias de una tecnología más desarrollada (por ejemplo, en acero y plásticos). Esto puede dar lugar a dificultades relativas de cierta importancia y, en cualquier caso, producirá distorsiones en la ley del valor a escala internacional, haciendo imposible la comparación de las economías.77 De un modo sugerente, Guevara asume aquí que la planificación económica debería hacer uso de ?la ley del valor?, expresión en sí misma propia de las relaciones de mercado, y que puede haber una 77. ?Planning and Consciousness in the Transition to Socialism (On the Budgetary Finance System), Che Guevara and the Cuban Revolulion, escritos y discursos de Che Guevara, editados por David Deutschmann, Sidney, 1987, pp. 203-230, 220-221. Guevara, por supuesto, se mantuvo a favor de la planificación, pero se enfrentó claramente a los problemas derivados de ella. El razonamiento citado demuestra que los niveles absolutos de los precios del mercado mundial pueden ser sólo ignorados asumiendo riesgos. Pero, a causa de la segmentación de los mercados, y porque son precios relativos y no absolutos los que constituyen el factor operativo, podría funcionar una estrategia de desarrollo basada en ?fijar mal los precios?. Véase, por ejemplo, el informe de Alice Amsden sobre la práctica surcoreana en New Left Review, n.° 182, 1990. sucesión de mercados parcialmente segmentados. Esto implica la necesidad de una aceptación de la complejidad, si la regulación económica pretende ser efectiva, y tener buena voluntad para comparar sus resultados con lo que está ocurriendo en otras partes. MEDIDAS DE EFICIENCIA En El capital y en otros trabajos, Marx ofrece un informe asombrosamente intrincado de las operaciones de la ley del valor bajo el capitalismo. Pero, al mismo tiempo, deja claro que la bestia de la acumulación capitalista simplifica los problemas que él mismo establece ignorando ciertos costes humanos y ecológicos que no adquieren representación alguna en el mercado. Uno podría pensar que los resultados de una economía socialista serían inevitablemente tan complejos como los del capitalismo. Sin embargo, extra?amente, los economistas socialistas han estado a menudo tan preocupados haciendo propaganda de la causa que raramente se han detenido a reconocer o investigar este hecho; en lugar de ello, han vuelto a caer en la tesis simplificadora discutida anteriormente. Por supuesto, la complejidad de la economía moderna no tiene por qué implicar oscuridad, si existen mecanismos que permitan tomar decisiones, a la luz de información fiable, a quienes estén en mejor situación para hacerlo, y bajo la influencia de normas sociales, determinadas democráticamente, que sean efectivas. ?Estimula Marx la ceguera ante el papel del mercado en la transmisión de información? E, ?impide necesariamente el socialismo la iniciativa de muchos actores económicos? A veces se piensa que para Marx las relaciones de mercado eran meros fenómenos superficiales, que ocultan los resultados del modo de producción real y de las relaciones de apropiación. Sin embargo, en su propio informe, la competencia entre diferentes capitales da forma y estructura los procesos de producción y distribución al más elemental de los niveles. El argumento de Marx de que el ?trabajo específico? del obrero está regulado por el ?trabajo abstracto? socialmente necesario, nos lleva directamente a los resultados de la competencia y el mercado. De forma similar, el argumento de Marx puede ampliarse hasta mostrar que cada concentración específica de capital tiene que justificarse en función de las normas del ?capital abstracto?. De hecho, 214 DESPU?S DE LA CA?DA EL SOCIALISMO DESPU?S DE LA QUIEBRA 215 es difícil negar que en términos marxistas el mercado debe ser entendido como un aspecto de las fuerzas de producción más que como un simple epifenómeno de las relaciones de producción.78 La perspicacia de Marx dentro de la complejidad y el dinamismo del capitalismo debería infundirnos comprensión de lo que la planificación y la socialización pueden significar. Sería una concepción de planificación y socialización que construye y da una nueva dirección a las formas de coordinación económicas alcanzadas, por ejemplo, por las multinacionales, los bancos, las agencias de tarjetas de crédito y los organismos como la Comunidad Europea. Podría darse como respuesta la noción de que una economía socialista debería buscar la forma de emular el tipo de eficiencia que promueve la competencia en el mercado. En un modelo socialista de economía, la distribución global de la demanda sería muy diferente de la misma en una sociedad capitalista, como también lo serían el contexto y la capacidad de regulación pública. El automatismo del proceso de acumulación —desarrollado por su propio desarrollo— no se daría, ni tampoco se crearían los impulsos hacia un consumismo ávido. Los costes sociales y las ?externalidades? se harían más visibles. Pero tanto la eficiencia productiva como la de los intercambios seguirían siendo vitales. Cuanto más productivas y eficientes sean las empresas, más pueden contribuir, y más pueden obligarlas a contribuir la legislación y los impuestos, con resultados igualitarios y socialmente responsables. Aunque el mercado es ciertamente ciego ante algunos costes sociales y puede ocasionar gastos innecesarios de promoción y gestión, sí obliga a las empresas a minimizar los costes de producción. Del mismo modo, al mercado capitalista no se le da bien el indicar los beneficios sociales que pueden valer más que los costes identificados pero, una vez más, esto no significa que los costes de producción puedan ser dejados de lado. En un contexto capitalista, tales costes se referirán tanto a las materias primas como al trabajo y los 78. Esta idea pertenece a Jacques Bidet, Théorie de la Modernité, suivi de Marx el le Marché, París, 1990, pp. 161-167. Sobre la lógica competitiva del capitalismo, véase Robert Brenner, ?The Origins of Capitalism?, New Left Review, y la contribución del mismo autor a la edición de J. Elster, Analytic Marxism, Cambridge, 1987, e Israel Kirzner, Competition and Entrepreneurship, Nueva York, 1973, y la contribución del mismo autor a la edición de Ellen F. Paul el al., Capitalism, Nueva York, 1990, pp. 165-182. bienes de equipo. Desde una perspectiva socialista o ?verde? tendría sentido, en general, minimizar el uso de materias primas y apurar el equipamiento o el gasto de trabajo para un nivel dado de producción; sin embargo, puesto que el trabajo no será una mercancía cuyo precio venga determinado por el mercado, la tendencia a ahorrar trabajo nunca tomará la forma de reducción de salarios, como puede ocurrir en el capitalismo. Aunque la eficacia capitalista y la eficacia socialista son conceptos diferentes, hay algunas coincidencias entre ellas. SOCIALIZAR EL MERCADO Uno de los problemas institucionales clave que se debería resolver es el de desarrollar una microeconomía socialista: mecanismos que alienten a la empresa a tomar medidas, de forma adecuada y completa, sobre la necesidad social y el coste social, en lugar de perseguir simplemente su propia trayectoria de manera egoísta y ciega. Para el futuro previsible, esto debe incluir lo que Diane Elson llamó ?socializar el mercado?.79 Utilizando el mercado, una economía socialista podría tanto alentar como regular la actividad de millones de agentes económicos, incluyendo peque?as cooperativas y asociaciones, que cualquier economía moderna exige. Los impuestos y subvenciones pueden ser ajustados correctamente para cumplir con objetivos sociales y para promover la conservación de los recursos naturales. Una ley de empresas puede exigir la revelación de los datos comerciales subyacentes a las decisiones administrativas sobre precios, beneficios e inversión. Elson sugiere que las juntas de precios contribuirían a dar visibilidad y responsabilidad a los resultados del mercado, cuyas a menudo costosas o contraproducentes tendencias documenta.’° 79. Véase New Left Review, n.° 172, 1988. 80. La propuesta de Elson tiene cierta afinidad con la de Pat Devine en su Democracy and Economic Planning, Oxford, 1988, con su perfil de un esquema de una ?coordinación negociada? de la producción. Devine está dispuesto a aceptar que será necesario un mercado en una economía socialista, pero no ?las fuerzas del mercado?. No obstante, hay varios problemas cruciales que la propuesta de Devine no trata. Aunque la complejidad multimillonaria de una economía moderna puede ser dirigida, exigir que esta sea ?negociada? positivamente es pedir demasiado. Devine La necesidad de optimizar el control mediante el uso de indicadores de mercado es una lección de la experiencia soviética y china que no puede ser desde?ada, desde luego, por los socialistas que deseen eliminar los baluartes mundiales del capitalismo. La crítica contra el ?comunismo de guerra? soviético por parte de Trotski, Lenin y Bujarin y la posterior crítica a la planificación y a la industrialización estalinistas por parte de Trotski y Bujarin —por no mencionar las más recientes críticas a la hipercentralización por parte de Alec Nove o Su Shaozhi— cobran, de hecho, mayor fuerza cuanto más compleja es la economía. Una economía socialista avanzada tendría que abordar un problema de planificación y regulación de una complejidad formidable: institucionalizar el poder de los consumidores, permitir la consulta democrática a niveles locales, regionales, nacionales e internacionales, tomar en consideración los costes ecológicos así como los usos alternativos, armonizar la actividad cte millones de agentes económicos autónomos y así sucesivamente. Un sistema socialista cte economía que, verdaderamente, abrazara la democracia, la responsabilidad social y la autogestión, no poseería la reforzada, y a menudo ilusoria, simplicidad y predictibilidad de un sistema dirigido administrativamente. Así, en cualquier economía moderna cada empresa depende de multitud de suminiscontempla consejos de negociación interindustriales; pero, ?quién determina cuáles son los vínculos más apropiados y quién asegura que los productos sean compatibles entre sí si han sido negociados libremente y por separado? ?Cómo tratan las negociaciones cuestiones de precios donde hay diferencia de opiniones y, quizá, de intereses? En una estructura política democrática, una persona tiene un voto. En una estructura de mercado, la distribución de los recursos económicos ofrece poder, ya sea equitativamente o de otro modo, pero al menos puede alcanzarse una decisión. Pero, en un proceso de coordinación negociada, ?cómo se decide sobre las diferencias? Está claro que no serviría para que las empresas grandes prevalecieran sobre las más peque?as, o para que aquellas que están en una posición privilegiada hicieran siempre las cosas a su modo. Aunque las fuerzas del mercado pueden seguir siendo falibles, incluso donde hay grandes concentraciones de riqueza, al menos un ?mercado socializado? podría intentar, por un método de tanteos, promover resultados generalmente igualitarios y responsables, al tiempo que razonablemente eficaces. (La eficacia a la que me refiero aquí no debe, por supuesto, ser identificada con la eficacia capitalista, ya que tanto los costes como los beneficios serían establecidos de maneras diferentes.) A pesar de estos comentarios, el libro de Devine trata de forma útil cuestiones de democracia en una economía socialista, sus sugerencias en este área funcionarían problablemente a la perfección si la ?coordinación negociada? no estuviera sobrecargada con tareas que habrían de quedar fuera de su alcance. tradores y distribuidores. Cada grupo obrero necesita un espacio para experimentar y mejorar, pero al tiempo, si el conjunto entero debe mantener coherencia, tiene que haber un sistema provisional de restricciones lo suficientemente bueno, que recompense un trabajo más efectivo y responsable. Las técnicas del ?mercado interno? utilizadas por algunas multinacionales y organismos públicos para simular las funciones del mercado pueden ayudar a identificar los costes excesivos; sin embargo, no deberían ser utilizadas como sustitutos de la elección pública. Otra técnica empleada por la empresa moderna que parece estar hecha para un sistema de producción socialista es el celebrado can ban, sistema de flujo invertido para aprovisionamiento de componentes, del que son pioneras las compa?ías electrónicas japonesas. Por principio, un sistema así hace del consumidor el planificador, distribuyendo los pedidos hacia arriba, de proveedor a proveedor en cada estadio del proceso de producción. Nótese que este es un mecanismo de coordinación en un espacio económico dado que no exige que los diferentes agentes representen intereses de diferentes propietarios. Aunque está orientado al mercado, es en sí mismo un mecanismo de coordinación sin mercado.81 La experiencia comunista ofrece un poderoso apoyo a la opinión de que la innovación económica exige alguna forma de competencia. La economía soviética no fue tan negativa desde la óptica del crecimiento puramente cuantitativo. En efecto, hacia los a?os ochenta la Unión Soviética era el mayor productor mundial de carbón, acero, electricidad y cemento. Pero los fines humanos de un gasto tan gigantesco de energía y recursos se habían perdido. La productividad obrera era todavía muy baja, el desperdicio de todo tipo, alto, y se carecía casi por completo de la capacidad de utilizar esos productos de una forma socialmente útil. La ?planificación? soviética impuso simplemente un cuantitativismo desconsiderado, con cada fábrica o empresa buscando el aumento de su producción de mercancías o de servicios con respecto al periodo previo. En algunos casos, puede ser que los cálculos de un ecologista o un técnico revelen la necesidad de acabar con la producción de un artículo dado, sin recurrir a un cálculo específicamente económico. 81. Sobre el sistema can ban, véase Masahiko Aoki, Informatian, Incentives and Bargaining in Ihe Japanese Econorny, Cambridge, 1988, pp. 20-26. Pero los precios establecidos competitivamente, en tanto que reile- jan la escasez material, contribuirán a la posterior búsqueda de sustitutos y alternativas limpios. Los costes y beneficios reales de un proyecto no pueden establecerse siempre por adelantado, y algunos cálculos fundamentales se ocuparán de la mejor utilización de los recursos más que (o tanto como) por indicaciones absolutas. Así, el cálculo ecológico podría establecer un límite absoluto a la utilización de una técnica o una materia prima particulares, pero el cálculo económico debería ser aún necesario para indicar el mejor uso. Si se permite la competencia del auténtico mercado, se derivan varias conclusiones. Debería haber mecanismos para controlar y minimizar un fracaso de mercado del tipo detallado por Elson. Pero deberíamos ser conscientes de que algunos costes son inevitables y de que para eliminar todos los riesgos habría de pagarse un precio muy alto. Aunque la innovación permitida, e incluso estimulada, por la competencia puede llevar a mejoras de productividad fundamentales, sin duda ocasionará ganadores y perdedores. El contexto creado por un mercado socializado puede dirigir la innovación en una dirección mejor que en otra; por ejemplo, hacia un uso mejor de los materiales escasos más que hacia la maximización de la producción. Podría también establecer límites para los beneficios y las pérdidas, mediante suministros netos asegurados (seguros), con tal de que no eliminara la responsabilidad de los agentes económicos sobre las consecuencias de sus decisiones. Deberíamos tener en cuenta que la innovación económica no es lo mismo que la innovación técnica. Las economías comunistas se adaptaron a algunas innovaciones técnicas con bastante éxito, pero tuvieron unos resultados muy pobres en cuanto al cumplimiento de las necesidades sociales a través de la innovación económica. El empresario que observa que a la gente le gustaría un bollo o un croissant fresco y horneado durante su almuerzo puede estar haciendo un descubrimiento económico, aunque los hornos utilizados sean bastante convencionales, o incluso técnicamente inferiores a los de los grandes panaderos. La economía austríaca otorga una gran importancia a ese tipo de empresariado y argumenta correctamente que no podría encontrarse en una economía dirigida. Pero un sistema de mercado socializado que asuma riesgos podría alentar una innovación económica de este tipo. Habría, sin embargo, un problema, causado esta vez por el éxito y no por el fracaso. ?Cómo evitar que el empresario se convierta en un capitalista rico? En una economía capitalista, el desarrollo de las innovaciones está financiado por el banco del empresario o la idea es comprada por una gran empresa que puede, entonces, contratar al innovador. En una economía de mercado socializado habría un techo para la facturación de las empresas privadas, por encima del cual ellas estarían obligadas a encontrar una institución financiera pública o una empresa socializada para que respaldara un mayor desarrollo y, asumiendo la propiedad, recogiera los beneficios o pérdidas extraordinarios que esto pudiera suponer. El argumento austríaco de que una responsabilidad económica en la inversión, o un empresariado de éxito, exigen la propiedad privada se contradice con la actuación de algunas empresas incluso en economías capitalistas. Los logros del grupo Mondragón de cooperativas en el País Vasco sugieren que una propiedad no capitalista puede producir un resultado económico efectivo. En Emilia-Ro- magna (Italia), en Jutlandia (Dinamarca) y en Kerala (India) las autoridades locales han patrocinado un complejo económico mixto, combinando promociones colectivas con propiedades cooperativas y privadas a peque?a escala. Algunos fondos de inversión ?éticos?, como Friends’ Provident, y empresas estatales como Volkswagen, Renault, ENI, el consejo Lácteo de Nueva Zelanda, o los bancos estatales de Taiwan, muestran que la empresa privada no tiene el monopolio de la innovación social y de la eficiencia económica. Además, está el ejemplo de grandes empresas como Zeiss en Alemania y la Asociación John Lewis en el Reino Unido de las que son propietarios los empleados. Además, de nuevo, la radiodifusión pública ha identificado y cumplido con necesidades desde?adas por los medios de comunicación comerciales. Aquí hay diferentes modelos y combinaciones: por ejemplo, el de la BBC, que elabora la mayoría de sus programas, o el de Canal 4, de propiedad pública, que compra programas que provienen de multitud de productores independientes. A causa de la presión del contexto, todos estos ejempios proporcionan sólo una noción muy parcial de lo que un empresariado no capitalista podría parecer. En una economía socialista, una diversidad de instituciones financieras de propiedad social, bancos estatales y regionales, fondos de pensiones y filantrópicos, podrían ofrecer recursos en un contexto competitivo a empresas que tendrían que crecer o menguar de acuerdo a cómo los emplearan. Los impuestos, los seguros sociales, unos ingresos mínimos garantizados (y un máximo legal) podrían prevenir las desigualdades resultantes de tipo clasista. Aunque algunos elementos de una economía capitalista contemporánea pueden prefigurar algunos rasgos del ?empresarialismo socialista? la ausencia crítica en este último sería el ímpetu de acumulación capitalista y su propensión hacia el saqueo y la división. El argumento aquí no es, en absoluto, que cualquier tipo de reforma de mercado tenga que ser bienvenida, ni que el mercado más la propiedad estatal proporcionen la respuesta. Las reformas de mercado introducidas en algunos estados todavía comunistas, a menudo se las arreglaron para conseguir lo peor de cada uno de los dos mundos. Generaron desigualdad y desempleo sin renunciar a la productividad y a la preferencia (selectiva) del consumidor de un sistema capitalista avanzado. Estas fueron las experiencias yugoslava y soviética. Donde había un mercado formado por un gran número de empresas de tama?o modesto, las reformas tuvieron éxito, al menos en sus propias condiciones; por ejemplo, en China y en Hungría, tanto en la agricultura como en la industria ligera, pero no en la industria pesada. En China, el avance de la producción en el sector comercial durante los ochenta, fue bastante dramático, generando desigualdad económica, pero también cubriendo las necesidades de su población con mayor éxito que la mayoría de los estados capitalistas del Tercer Mundo. La liberalización de los campesinos a finales de los setenta bajo el denominado ?sistema de responsabilidad? llevó a grandes aumentos de la producción agrícola y contribuyó a crear un gran mercado interior para las manufacturas locales. Las industrias rurales, propiedad de colectivos obreros o del gobierno a niveles locales o regionales, desempe?aron entonces un papel clave en el despegue de la economía china.82 (Mientras que 82. Para un análisis excelente del modelo de desarrollo chino, véase Philip Huang, The Family and Rural Development in the Yantse Delta, Los ?ngeles, 1990. La inversión de China en educación iba a desempe?ar un papel en el mantenimiento de un índice de crecimiento de la producción de alrededor del 10 por 100 al a?o. Al final de los ochenta, la esperanza de vida en China era de 64 a?os, a diferencia de los 52 a?os en la India. Para un tratamiento más aclarador, véase Jean Dreze y Amartya Sen, Hunger and Publie Action, Oxford, 1989, pp. 204-225. Sobre el nuevo modelo económico, véase Peter Nolan, ?China’s Economic Reform?, J. Eatwell, cd., Proble,ns of the Planned Economy, Londres, 1990. la producción agrícola per capita creció en los a?os ochenta en China, disminuyó en muchas partes de ?frica.) No obstante, en aquellos estados comunistas comprometidos con la reforma del mercado, aparecieron límites inherentes al trabajo efectivo de la cacareada racionalidad del sistema de mercado. Un fallo básico desde el punto de vista de la racionalidad del mercado fue que el sistema de poder comunista actuó impidiendo el funcionamiento de la competencia en la fundamental esfera de la asignación de los recursos productivos. Las empresas deficitarias fueron protegidas por la famosa restricción de ?presupuesto blando? de Kornai.83 La influencia política aseguró que las grandes empresas no quedaran condenadas a la bancarrota. De esta manera, el mecanismo capitalista para asegurar la asignación de los recursos productivos quedaba ahogado. Muchos reformistas de mercado, incluyendo a Kornai, pensaron que sólo una privatización completa podría introducir una eficacia real en el destino de la inversión. La reestructuración capitalista de los a?os setenta y ochenta pareció dar sustancia a esta opinión. El crecimiento capitalista del periodo más reciente no se ha concentrado sólo, sin duda alguna, en las grandes empresas. Los mecanismos de la competencia favorecieron que una plétora de nuevas peque?as empresas se hicieran un hueco y forzaran transformaciones por encima de los grandes dinosaurios. Esta reestructuración capitalista no fue igualada por la economía soviética porque esta última no tenía ningún mecanismo para asegurar que los recursos fueran canalizados hacia las empresas más eficientes e innovadoras. Efectivamente, cuanto mayor era la empresa soviética, más influencia política ejercía y, por tanto, podía disponer de más subvenciones. Los partidos dirigentes en los estados comunistas no dieron representación a los obreros; pero, generalmente, los dirigentes estimaron prudente buscar la organización de los obreros en los lugares de trabajo; el aparato del partido y los cuadros en el sector industrial tenían su interés creado en la defensa del modelo industrial, con una predisposición hacia fábricas de gran escala. En Polonia, las fábricas grandes conservaron la influencia suficiente como para prevenir el cierre de las deficitarias, hasta el fracaso del dominio comunista y más allá del mismo. Una vez se?alado el papel de los mecanismos competitivos en la promoción de la productividad en el capitalismo, deberíamos a?adir que, hoy en día, pocas veces implican quiebras de grandes empresas. Las absorciones y las fusiones desempe?an un papel más importante en la reorganización de los activos, a pesar de que las bancarrotas siguen siendo significativas en el peque?o negocio. Las autorizaciones de absorción y bancarrota son infrecuentes en el sector de las grandes empresas en las dinámicas economías capitalistas del sureste asiático. Así, en Japón, los bancos desempe?an un activo papel controlando y protegiendo a sus clientes. El predominio de intercambios cruzados de acciones entre diferentes grandes compa?ías en distintos sectores constituye un mecanismo de defensa contra el invasor institucional. A causa de este keiretsu, encabalgamiento, entre varios sectores, éstos no son tan vulnerables a las bajas. Los bancos creen que si una administración particular está cumpliendo por debajo de sus posibilidades, ésta debería ser reorganizada y destituida, sin el trastorno generalizado de una bancarrota. Esto es, de hecho, más racional que la clásica propuesta del laissez-faire, que puede dispersar un complejo productivo entero a causa de los errores de administradores particulares, en lugar de limitar simplemente sus efectos a estos últimos. La propuesta japonesa o coreana contrasta también con la alta incidencia de las absorciones y las fusiones en los Estados Unidos y Gran Breta?a, a menudo motivadas por el. descenso de los activos o por un deseo de impresionar a las instituciones inversoras con compromisos a no largo plazo.84 Es presumible que una autoridad planificadora central socialista pudiera idear también sustitutos de la bancarrota y el desempleo efectivos y socialmente menos perjudiciales y penosos. La organización de grupos industriales y regionales de propiedad pública podría ayudar a asegurar que los costes y beneficios sociales de la reestructuración económica fueran compartidos por igual. Una readaptación, con sueldo completo, y una legislación que establezca una escala reducida entre ingresos máximos y mínimos también ayudaría. Existe el riesgo en el ?socialismo de autogestión?, o ?socialismo de mercado?, de que la noción de propiedad social se haga demasiado débil y difusa, que lleve tanto a la negligencia e ineficacia 84. Para una visión comparativa de los bancos japoneses y el keiretsu, véase M. Aoki, Information, Incentives and Bargaining in the Japanese Economy, Cambridge, 1988, pp. 119-122, 148-149, 232-233. como a la explotación egoísta de un puesto privilegiado o del acceso a recursos privilegiados. La privatización a gran escala, retrocediendo hacia el capitalismo, puede reducir la ineficacia, pero agravaría el problema de la desigualdad y la injusticia. Lo que se necesita son formas de propiedad social que hagan responsables a los productores directos del uso efectivo de los recursos que se les han confiado. En una economía capitalista, los propietarios privados —accionistas— tienen compa?ías profesionales de auditores para controlar la administración. También hay normas, aunque más bien laxas, sobre la publicación de información sobre negocios. Mientras que la autogestión pondría en juego la eficiencia y la rentabilidad de los colectivos obreros, una legislación acerca de la información (digamos, acerca de costes y precios) y la institución de una ?auditoría social? periódica podrían controlar las tendencias hacia privilegios excesivos y autorreproductores, y podrían controlar las infracciones de las normas ecológicas e igualitarias. NUEVOS MODELOS DE SOCIALISMO DE MERCADO En la línea del trabajo de Alec Nove, ha surgido una escuela británica de ?socialistas de mercado? dentro de la Sociedad Fabiana. Sus miembros se esfuerzan en insistir en que no son simplemente socialdemócratas jugueteando con el capitalismo, sino que defienden políticas que conducirían a una economía en la que predominaría la propiedad social y en la que habría una serie de leyes e instituciones que promoverían la democracia y la igualdad social. Por otra parte, consideran, sinceramente, al mercado como una institución no sólo compatible sino necesaria para esos objetivos. Sus esfuerzos están a la vez complementados y cuestionados en la obra de Wlodzimierz Brus y Kazimierz Laski, From Marx to the Market (1989). El apoyo altamente cualificado que ofrecen Brus y Laski al socialismo de mercado y la bulliciosa crítica de Anthony de Jasay nos recuerdan temas clave del ?debate sobre el cálculo?.85 85. Market Socialism, editado por Julian Le Grand y Saul Estrin, Oxford, 1989, que desarrolla un panfleto fabiano anterior, de 1986; Wlodzimierz Brus y Kazimierz Laski, From Marx to the Market, Cambridge, 1989, especialmente pp. 103-153; Anthony de Jasay, Market Socialism: a Scrutiny, Institute of Economic Affairs, 1990. Los nuevos modelos de ?socialismo de mercado? comparten con el concepto similar, aunque no idéntico, de ?mercado socializado? una noción no monista de las instituciones económicas. Por una parte, esto significa que no se espera que una única institución económica garantice todos los resultados socialmente deseables, y por otra parte, significa que habrá una diversidad de fondos públicos de inversión, holdings o bancos que emprendan inversiones en competencia los unos con los otros dentro de un marco compartido de legislación. Así, se alcanzará una amplia igualdad social, en parte suprimiendo la propiedad privada a gran escala, pero también mediante la introducción de suplementos e impuestos. El objetivo general sería asegurar las ventajas de asignación del mercado con respecto a la inversión al tiempo que se eliminan sus injusticias distributivas con respecto a los ingresos. Pero, ?pueden propuestas como esta coincidir con la objeción austríaca clásica de que sin propiedad capitalista y desigualdades los empresarios no estarán lo suficientemente motivados para innovar y no serán lo suficientemente responsables en el manejo de los fondos que se les confíen? Aunque los empresarios están efectivamente motivados en el capitalismo por consideraciones pecuniarias, no hay una relación cuantitativa unívoca entre innovación empresarial y compensación financiera. No todos los empresarios son propietarios. Y aunque ellos ganaran mucho con la exhibición de la pericia empresarial, los principales beneficiados serían, normalmente, los verdaderos propietarios. Incluso si el antiguo director ejecutivo de Guinness, Ernest Saunders, autor de una absorción enormemente lucrativa —para los due?os de la compa?ía— de la Distillers Company, no estuviera en prisión, él no habría sido el principal beneficiado. En realidad, el ejecutivo contratado, el banquero o el agente de bolsa son todos, en principio, agentes económicos que no comparten completamente los beneficios o las pérdidas de que son responsables. Los propietarios del activo se encuentran con que pueden contratar pericia empresarial en un mercado razonablemente competitivo. No está claro que el capitalismo tenga formas de resolver el problema del ?agente principal? que no estaría a disposición de un socialismo de mercado. ?Por qué no podrían los bancos de propiedad pública contratar especialistas en inversión o administradores tal y como lo hacen los bancos o los fondos de pensiones en el capitalismo actual? El em presari socialista con éxito, ya fuera un banquero inversor o un directivo, no podría, por supuesto, reclamar el hipotético ?fruto completo? de su pericia, pero tampoco lo hace el profesional hoy en día. Ellos podrían obtener satisfacciones intrínsecas de su trabajo y se les podría ofrecer fácilmente unos salarios muy por encima del promedio si ello fuera necesario para motivarlos. En una sociedad socialista generalmente igualitaria las diferencias en los salarios, aunque fueran bastante peque?as, serían sumamente valoradas por ciertos individuos. Y podría incluso descubrirse que existirían empresarios potenciales que habían sido disuadidos por las consecuencias moralmente detestables del éxito de su gestión bajo el capitalismo, como privar a otros de su sustento cerrando una fábrica. E incluso en un modelo de economía socialista que alentara la participación obrera y la democracia en la empresa habría ?bienes de categoría?; efectivamente, el director elegido puede obtener satisfacción en el desempe?o de sus responsabilidades de una forma bastante más legítima que el nombrado por el propietario. Si los motivos más aceptables para trabajar fracasaran, ?no se recrearía la división de clases a causa de recurrir a recompensas económicas diferenciales? Un realismo de principio podría permitir que si los ingresos variaran sólo modestamente, y se impidiera su inversión en propiedades productivas, se tolerara algún incentivo, sin permitir que la diferenciación social adquiriera dimensiones y formas autorreproductoras de tipo clasista.86 Se podría estimular a los bancos o a los holdings para que dis 86 Engels habría sonreído ante tal concesión. Se burló de la sugerencia de Dühring de que ?la sociedad se honra a sí misma al conceder una distinción a los niveles más altos de capacidad profesional mediante una asignación adicional moderada para el consumo?, respondiendo que ?Herr Dühring también se honra a sí mismo cuando, combinando la inocencia de la paloma con la sutileza de la serpiente, expone esta emotiva preocupación por el consumo adicional moderado de los Dührings del futuro?, Anti-Dühring, p. 365. En general, los comentarios críticos de Engels en este texto sobre las propuestas de Dühring tienen algo que ver con los proyectos socialistas de mercado y no deberían ser dejados de lado, incluso aunque su breve bosquejo de una alternativa completamente planificada no sea convincente. Sobre la cuestión del pago de diferenciales, un problema que se le presentaría a cualquier economía socialista (y no a todo el mundo) sería la necesidad de disuadir a los especialistas de emigrar; esta consideración práctica no dice nada acerca de la justicia social, la cual debería tener en cuenta el hecho de que los especialistas se benefician normalmente de ayudas durante su periodo de formación. pusieran una proporción de sus fondos para inversiones más arriesgadas o para inversiones socialmente deseables, mediante la baja de impuestos. Se les podría estimular para manifestar tanto responsabilidad como iniciativa, uniéndolos a entidades corporativas basadas en fondos de pensión o en consejos de desarrollo municipales. Lo social en la propiedad social no vendría derivado de un agente económico privilegiado —el estado-nación— sino de una plétora de organismos públicos, constituidos diferencialmente pero responsables. La naturaleza exacta de los organismos no dudará en reflejar la ruta hacia la socialización. Así, en Suecia, la versión original del plan Meiciner basaba la socialización en la importancia en aumento de los fondos de pensiones. Otorgó a estos fondos poderes económicos más concentrados en regiones concretas, haciéndolos due?os de empresas más que rentistas pasivos, el papel preferido por los inversores institucionales anglosajones. Podría objetarse que donde empresas como éstas fracasaran, sectores de la población perderían sus pensiones. Pero también hay dos respuestas a esto. En primer lugar, los individuos tendrían varias fuentes de ingresos (unos ingresos básicos y ocupacionales garantizados) y las propias pensiones podrían dividirse entre dos o tres fondos, como un mínimo legal. De ese modo, los beneficios y las pérdidas no quedarían eliminados, pero podrían compensarse los unos con los otros. En segundo lugar, parece que las economías capitalistas maduras se están moviendo en la dirección de crear un sector de inversión institucional aún mayor, caracterizado por una situación en la que los supuestos beneficiarios disfrutan sólo de un tipo de propiedad muy limitado. Este sector es presa, tanto de malos resultados como de escándalos, por lo que se hace obvio que los agentes no están ofreciendo un buen servicio a los directores nominales (los recientes sondeos estadounidenses sobre ahorro y préstamos son sólo el ejemplo más próximo). Haciendo frente a los problemas reales con los que tropezará en este área, el socialismo de mercado o el mercado socializado aumentarían mucho la transparencia y la responsabilidad. En una propuesta diferente, pero quizás complementaria, Ortu?o, Roemer y Silvestre han planteado un modelo más elaborado de ?socialismo de mercado?. En éste, una diversidad de empresas de propiedad social son reguladas por medio de un banco central o un grupo de instituciones financieras, que prestan dinero a las empresas, les cargan intereses y distribuyen los beneficios en forma de un dividendo social igual para cada ciudadano. Este modelo tiene en cuenta un grado mayor de planificación central que el de los ?socialistas de mercado? fabianos. Demuestran que el gobierno, en un nivel regional, nacional e internacional tendría una poderosa palanca para promover la igualdad, la eficacia y el bienestar social, ya que las autoridades financieras serían responsables de suministrar dinero para todas las inversiones y podrían dirigir la economía poniendo esos fondos a disposición de diferentes sectores con coeficientes de interés rebajados diferencialmente.87 No obstante, con tales restricciones, la decisión de invertir o no sería tomada por las empresas de forma independiente. Presumiblemente, las autoridades financieras tendrían cierta prudencia al decidir si ejecutar o no una hipoteca sobre empresas que no pudieran mantener los préstamos; pero incluso si la ejecutaran, los antiguos empleados tendrían un dividendo social al que recurrir, así como un seguro social. Los autores describen este dividendo social en términos de un ?excedente social? que sería compartido entre todos por igual, como muestra de los derechos cívicos igualitarios y también, quizás, del hecho de que el contexto social del trabajo combinado es el secreto de su productividad, y no debería ser atribuido a individuos tomados aisladamente. La política verde, con su frecuente insistencia en la peque?a escala y en la necesidad de descentralización, podría parecer tener poco o nada que aprender del derrumbamiento del comunismo. Sin embargo, algunas variantes del comunismo maoísta, por ejemplo, tuvieron también sus variantes en esas consignas, del mismo modo que la propia política verde ha producido corrientes minoritarias que manifiestan autoritarismo y misantropía. Hay ecologistas radicales o profundos que insisten en que la humanidad es una especie acosada y que sus cifras tienen que reducirse de algún modo de cinco mil millones a quinientos millones. Estas ideas van acompa?adas a menudo de planes demoledores para la simplificación radical de todos los procesos sociales y económicos. La experiencia del comunismo del siglo xx debería ser un ejemplo aleccionador a tener en cuenta cuando se valoran tales propuestas. 87. Ignacio Ortu?o Ortín, J. E. Roemer y J. Silvestre, ?Market Socialism?, Working Paper, n.° 355, Departamento de Económicas de la Universidad de California en Davis. Está claramente fuera del ámbito de este artículo una mayor explicación de este impresionante modelo. Por otra parte, muchos de los principales partidos verdes han adoptado una perspectiva generalmente compatible con el ?mercado socializado?. Son favorables a la construcción de economías locales integradas, combinando los servicios públicos con una plétora de cooperativas y sociedades de tama?o medio, financiadas por bancos con criterios selectivos de inversión. Apoyan, como demanda inmediata, el llamamiento a unos ingresos básicos garantizados para todos los ciudadanos. Esta última demanda ha sido también adoptada por un número de partidos de la ?nueva izquierda? europea, especialmente por la recién lanzada Nueva Alianza de Finlandia. Los partidarios de un ingreso básico garantizado argumentan que éste proveerá una ruta mucho más flexible y mucho menos burocrática hacia un sistema de bienestar social universal, prescindiendo de la necesidad de informes exhaustivos y de métodos que atentan contra la intimidad. Al tiempo que esta medida atajaría inmediatamente la pobreza básica de los indigentes y los desamparados, algunos de sus defensores creen que inauguraría un alivio progresivo de la dependencia de los obreros de sus patronos (implicando, en algún concepto, una ?desproletarización?). Está claro que para tener esos efectos, el ingreso básico garantizado debería situarse en un nivel generoso. Esta propuesta se acopla al concepto socialista clásico del mercado del ?dividendo social?, como se?aló Oskar Lange y afinaron recientemente Ortu?o, Roemer y Silvestre. Un rasgo atractivo de algunos de estos argumentos es que conectan fácilmente con movimientos y luchas de hoy en día con objetivos fundamentales. De forma similar hay un nuevo concepto de sindicalismo que une las luchas convencionales sobre sueldos y condiciones a campa?as por una semana laboral más corta y por objetivos ecológicos y feministas.88 En Brasil y Argentina, algunos sindicatos han empezado a respaldar estrategias para hacer frente a la hiperinflación, que también expresan elementos de la propuesta del mercado socializado, en el que exigen la revelación de información relativa a costes, precios y beneficios en sectores clave, como el de la producción de automóviles. En Gran Breta?a, se han establecido organismos de vigilancia para controlar el rendimiento de los monopolios de servicios públicos, como teléfonos, suministro de gas y 88. Véase, por ejemplo, André Gorz, ?Labour’s New Agenda?, NLR, n.° 184. electricidad; esos organismos están empezando a preparar al personal experto necesario para identificar la explotación y otras prácticas antisociales. Hay también adjuntos o variantes de la propiedad y el control sociales, que han surgido de la experiencia de municipios izquierdistas o ?rojiverdes?. Estos insisten en que cualquier empresa que se beneficie de un contrato público asuma un cierto empleo y unas normas ecológicas. Los municipios de ese tipo también han experimentado con formas de ?socialismo empresarial?, donde colectivos obreros presentan una oferta competitiva para arrendar servicios durante un periodo específico, al final del cual tienen que presentar un informe de sus actividades.89 Estas concepciones contribuyen a construir un puente entre las luchas de hoy en día y el objetivo de un mercado socializado. Puesto que este artículo se ha comprometido a defender la necesidad del mercado socializado, tal vez debería aclarar que dicho mercado debería incorporar e institucionalizar la justificada sospecha ante los procesos del mercado que han marcado la historia del capitalismo y que ha llevado a repetidos (pero sólo parcialmente exitosos) intentos de refrenar los procesos implacables de acumulación capitalista que la han dominado. Así, André Gorz ha argumentado en su crítica de la ?razón económica? que el culto austríaco por el mercado ?libre? amenaza la integridad del mundo vivo sobre el cual descansa la propia economía, promueve el consumismo voraL y ahoga la democracia empresarial. Apunta a la forma en que luchas sociales sucesivas (contra la esclavitud y el negocio de esclavos, por la jornada laboral de ocho horas, por los derechos sindicales, contra la degradación ecológica o el enorme abismo entre Norte y Sur) se derivan de la desconfianza general en el mercado.9° Las ideas de Gorz son consecuencia de la 89. Para este y muchos otros ejemplos, véase Robin Murray, ?Ownership, Control and the Market?, New Lef? Review, n.° 164, 1987. 90. Véase The Critique of the Economic Reason, Londres, 1989, pp. 127-133 para la opinión de Gorz sobre este aspecto. Yo mismo he intentado mostrar el papel crucial y progresivo del impulso antimercantil en la construcción del abolicionismo en The Overthrow of Colonial Slavery Londres, 1988, especialmente pp. 27-28, 59, 89, 93-95, 118-119, 223, 446, 499, 533-536. Fui inducido a tratar esta cuestión a causa de un intento reciente de dotar al mercado de cualidades morales insospechadas incluso por Mises y Hayek. Véase Thomas Haskell, ?Capitalism and the Origins of the Hurnanitarian Sensibility, Part 1?, American Historical Review, vol. 90, n.° 2, abril de 1985; ?Part 2?, AHR, vol. 90, n.° 3, junio de 1985, y la réplica del mismo autor a las críticas en AHR, vol. 92, n.° 4, 1987. propuesta de Karl Polanyi en La gran transformación, publicado en 1944. Aunque Polanyi se opone con fuerza al mercantilismo en el trabajo, la tierra y el dinero, ve un mercado subordinado y regulado como algo bastante aceptable.9 Una tradición socialista importante, que se extiende en Gran Breta?a desde William Morris hasta Raymond Williams, se ha opuesto a la lógica corrupta y destructiva de la comercialización penetrante y el consumismo pasivo. Sin embargo, el propio mercado, en sí mismo y a través de las reacciones contra él, también ensancha el ámbito potencial de la solidaridad humana. Por tanto, el mercado debería ser socializado no sólo ?desde arriba?, a través de la acción del estado, sino también ?desde abajo?, a través de las presiones de los colectivos y comunidades obreros. Así, en el mercado capitalista, la información sobre los productos y los servicios es suministrada por aquellos que los proporcionan o por medios que dependen de esa publicidad interesada. En un mercado socializado, los tipos de publicidad más antieconómicos podrían ser reducidos al mínimo y esos recursos ofrecidos a organismos y medios representantes de los consumidores. EL ?XITO ECON?MICO DEL CAPITALISMO IMPURO Pero, podría objetar el crítico hayekiano, todos esos intentos de revisión y mejora del mercado, ya fueran parciales o totales, habrían tenido al final efectos desastrosos. Agotando la eficacia, habrían ase 91 Polanyi, quien denunció elocuentemente el impacto destructivo del mercado en los recursos naturales y humanos, no obstante escribe: ?el final de una sociedad de mercado no significa en modo alguno la ausencia de mercado?, The Great Transformation, p. 252. Sin embargo, argumenta que es muy peligroso permitir que lo que él denomina ?productos ficticios? —tierra, trabajo y dinero— sean tratados como si fueran productos reales. Ya que ni los recursos naturales ni los humanos se producen por y para el mercado, éste es incapaz de fijar su verdadero valor. En las sociedades poscomunistas contemporáneas hay también muchas empresas productivas y culturales que no se crearon por y para el mercado. No tienen un valor corriente lo suficientemente fuerte como para permitirse el borrarlas de un manotazo, como está ocurriendo en algunas partes de la Europa del Este o de la antigua Unión Soviética, simplemente porque pueden sobrevivir en unas condiciones de mercado libre; es el colmo de la necedad. Esto ocurre especialmente porque los mecanismos de mercado en estas sociedades son, de cualquier modo, muy imperfectos. gurado al final que estúviéramos peor que nunca. Sin embargo, en el mundo capitalista, hoy en día no está nada claro que la sumisión al mercado sea el camino dorado hacia el éxito, incluso en términos capitalistas. El capitalismo del sureste de Asia se aparta mucho de la receta del mercado libre. Efectivamente, si comparamos Corea del Sur y Taiwan con los estados comunistas, nos encaramos con una paradoja. Los éxitos de estos estados se explican a menudo mediante factores como a) reforma agraria, eliminación de los viejos caciques y un ingreso garantizado para los granjeros mediante un subsidio gubernamental; b) planificación estatal y propiedad estatal de sectores industriales clave; c) manipulación gubernamental de la economía, incluso ?consiguiendo malos precios?; d) una ideología conformista, recalcando el trabajo duro y la gratificación diferida; e) intentos por asegurar la implicación del obrero en la empresa, vía círculos de calidad y similares; 1) un régimen duro, que reprime la oposición popular. La alusión resulta notablemente próxima, aunque los resultados económicos son muy diferentes. La paradoja se agudiza si tenemos en cuenta hasta qué punto los estados del sureste asiático han eliminado las diferencias entre riqueza y pobreza que se encuentran en cualquier otro lugar del mundo capitalista; aunque el igualitarismo económico es escasamente citado como un factor del éxito surasiático, se le cita a menudo como un factor del fracaso comunista. Así, The Economist se?aló recientemente: A diferencia de la mayoría de los países en desarrollo, Taiwan y Corea crecieron deprisa y redujeron drásticamente las desigualdades económicas al mismo tiempo. En 1970, cuando el PNB per capita de Corea era aún sólo de 1.300 dólares en moneda corriente, tenía, en cambio, una distribución de ingresos más igualitaria que Japón o los Estados Unidos. En 1952, los ingresos del 20 por 100 superior de las familias eran 15 veces los ingresos del 20 por 100 inferior; hacia 1980, el múltiplo era sólo 4,2. El equivalente en América aquel a?o era 7,5; en Suecia, un a?o después, 5,6; en Japón, un a?o antes, 4,4. Con mucho, durante los dos a?os pasados, Taiwan ha sido la sociedad más igualitaria del mundo, así como una de las seis con un crecimiento más rápido.92 ?Por qué este sucedáneo de ?estalinismo burgués? funciona mucho mejor que el auténtico? Es muy significativo que estos dos países reciban grandes y sustanciosos paquetes de ayuda de Estados Unidos, y aún más que puedan comerciar, con una libertad razonable, con los países más avanzados. (La actuación soviética de los a?os treinta y cuarenta fue, de hecho, un poco más parecida a los modelos del sureste asiático.) Consecuentemente, la estrategia del sureste asiático de ?gobernar el mercado? estuvo dirigida a las exportaciones, mientras que los estados comunistas, que dieron prioridad al desarrollo local, trataron el negocio como un extra opcional. Mientras los estados del este asiático tenían el mercado orientado en un nivel (exportaciones), en el otro estaban suficientemente preparados para usar la segmentación de mercados, en particular la disyunción entre el mercado interior y el exterior, para subvencionar y proteger su crecimiento económico. Su estrategia industrial se basaba en la inversión en industrias de bienes de consumo, en contraste con el énfasis soviético en los bienes de producción.93 Aunque Japón fue pionero en el modelo del sureste asiático, al tiempo que respetaba las normas de la democracia burguesa, no parece que la dictadura militar sea un ingrediente esencial en la mezcla que ha dado lugar al éxito económico. Sería más acertado probablemente explorar las condiciones históricas que abrieron Occidente, rompieron la resistencia de las elites tradicionales, pero que propiciaron la utilización de las fuentes tradicionales de cohesión social, disciplina y motivación. Pero, en todo caso, el mecanismo del mercado tiene sólo un papel secundario en la historia.94 El éxito económico relativo de Alemania y Suecia también resultaría difícil de explicar en términos de dedicación al laissez-faire. Por supuesto, los socialistas no estarían satisfechos con una igualdad de tipo taiwanés más de lo que se conformarían con un estilo de participación obrera coreano —o japonés—, o un mitbestimmung de tipo alemán o un bienestar social de tipo sueco. Pero estas sociedades están entre las más prósperas y exitosas del mundo y 93. Véase, en concreto, Alice Amsden, ?Late Industrialization: the South Korean Case?, NLR, n.° 183, 1990; véase también Robert Wade, Governing the Market: Economic Theory and Ihe Role of Government in East Asian Industrialization, Princeton, 1990. 94. Véase Karel van Wolferen, The Enigma of Japanese Power, Nueva York, 1989, pp. 375-408. EL SOCIALISMO DESPU?S DE LA QUIEBRA 233 quizá en parte porque en algún aspecto, peque?o pero no insignificante, no responden a una lógica o una forma de organización puramente capitalistas. Además de las características ya mencionadas, cada una de estas sociedades ofrece un enorme fondo público para la formación de ?capital social?, en forma de educación, investigación y formación. Aunque esta inversión ha recogido impresionantes compensaciones sociales, no ha sido subordinada a estrechos criterios comerciales. Estas experiencias sugieren que un capitalismo ?impuro? funciona mejor, en términos capitalistas, que la empresa privada indisoluble. Incluso si tomamos en consideración el corazón de la propiedad privada capitalista, los enigmas y contradicciones parecen ser esenciales. Por ejemplo, la amenaza de la absorción en la denominada ?economía de gestión? parecía devolver a los accionistas un sentido de la gestión que tenía en cuenta sus intereses. Jasay argumenta que: ?El director propietario que tiene una seguridad absoluta en el ejercicio de su gestión, es potencialmente más ineficaz que la empresa dirigida por profesionales, ya que el primero es mucho más libre para no buscar el máximo rendimiento, y puede satisfacer sus caprichos (como demuestra la historia de muchas empresas familiares y de aristócratas caprichosamente ladrones)?.95 Aunque este elogio de la economía de gestión puede parecer razonable, no capta la forma en que las grandes empresas funcionan de hecho en los Estados Unidos o Gran Breta?a, que es donde la gestión profesionalizada tiene mayor vigor. En estas economías, todos los indicios demuestran que los gestores directivos pueden elevar sus salarios y extras a niveles que aventajan con mucho el rendimiento de la compa?ía. Así, entre 1980 y 1989 los beneficios de las compa?ías en Estados Unidos en general se estancaron, la producción y los salarios crecieron alrededor del 50 por 100, pero la remuneración de los altos ejecutivos creció sobre un 160 por l00.> En ambos países, las instituciones son responsables de una gran parte de la formación de capital. Estas compa?ías, básicamente seguros y fondos de pensiones, compran o venden acciones con una visión del rendimiento financiero exclusivamente a corto plazo, dando lugar al fenómeno que The Economist denomina ?capitalismo de jugador? (punter capitalism). Los profesionales que dirigen estas compa?ías tienden a ser indulgentes con los ejecutivos, mientras que los asegurados, que son los que suministran el dinero, disfrutan de un tipo de propiedad de tercera categoría. Por el contrario, en Japón y Alemania, hasta hace poco, la deuda bancaria suministraba la fuente más importante de financiación para las grandes compa?ías industriales. Ya que esos bancos no podían simplemente ?vender? lo que se les debía, se veían obligados a adoptar un interés más estrecho y a largo plazo en el destino de las empresas que estaban financiando.97 La idea que se defiende aquí es, de alguna manera, hayekiana, ya que se centra en la responsabilidad con la que los agentes económicos toman decisiones, más que en la más estrecha noción de la motivación individual. Por otra parte, es antihayekiana en tanto que el grado de disciplina económica exigido no se ha producido por la propiedad sino por el crédito. Esto parecería justificar la propuesta del socialismo de mercado de utilizar el crédito como un mecanismo regulador para propiciar el uso eficaz de los recursos. ?Significa esto que los ?bancos socialistas? podrían tener el poder de denegar créditos o de destituir a los administradores elegidos? Y si un banco socialista rival o un holding estuviera dispuesto a apoyar a una empresa cuyo patrocinador original encontrara excesivamente arriesgada o mal dirigida, ?quién va a regular los bancos y los holdings? ?Quis custodiet ipsos custodes? Y, ?cómo debería distribuir- se el crédito en un contexto internacional y sujeto a qué principios reguladores internacionales? Aunque hay problemas, están lejos de ser irresolubles, en principio, para los socialistas; tampoco, como demuestra el ?problema del agente principal? en el Tercer Mundo, han sido todos resueltos por el capitalismo, ni siquiera aplicando sus propios estándares. EL RETO DE LA POBREZA MUNDIAL Y LA ECOLOG?A En un sistema de mercado mundial, algunas economías estarán destinadas a ser mejores que otras. Si esta tendencia a la desigualdad se abordara de forma excesivamente rígida —detrayendo la ma- 97. The Economist, ?Capitalism Survey?, de 5-11 de mayo de 1990, ofrece ejemplos de lo que se expone en este párrafo. EL SOCIALISMO DESPU?S DE LA QUIEBRA 235 yor parte del excedente de los más eficaces— todo empeoraría. Pero silos organismos financieros internacionales promovieran, o incluso ?crearan?, poder adquisitivo en los países más pobres y penalizaran el proteccionismo nacional, ello respondería a una lógica ascendente, en cuanto al desarrollo, en lugar de descendente. Hoy en día, el proteccionismo industrial y agrícola de los países avanzados es una barrera fundamental para el desarrollo del Tercer Mundo y el antiguo ?Segundo Mundo?. En consecuencia, el agotamiento casi completo de créditos, que se unen a la monta?a de deudas del Tercer Mundo, agrava el problema, dejando a los países pobres en manos de las tesorerías, de miras estrechas y mezquinas, de los países ricos. Los socialistas no pueden permitirse ignorar las pullas lanzadas por Hayek acerca de que sus esquemas se extenderían siempre sólo a unos pocos favorecidos: <q,Qué socialistas piensan seriamente en el reparto igualitario de los recursos de capital existentes entre las gentes del mundo? Todos consideran el capital como algo propio, no de la humanidad sino de la nación; aunque, incluso dentro de la nación, pocos se atreven a defender que las regiones más ricas deberían privarse de parte de su capital ... para ayudar a las regiones más pobres?.98 Las profundas desigualdades que hay en el mundo no pueden ser eliminadas de un solo golpe, ya que esto sería politicamente imposible y podría incluso empeorarlo todo. Pero esto no significa, como Hayek pudo dar a entender, dejar a los países pobres en manos de la tierna compasión del ?mercado libre?. (De cualquier manera, el liberalismo a lo Hayek no está entre los peores, puesto que la escuela económica austríaca no defiende el proteccionismo del Primer Mundo.) El objetivo global debería ser mejorar sostenidamente la situación de deterioro absoluto, con las miras puestas en una transición a un nuevo modelo de producción y consumo basado en un crecimiento sostenible. Los ingresos procedentes de tarifas e impuestos sobre el uso de recursos escasos podrían ser dedicados a crear fondos para el desarrollo, utilizando tecnologías favorables que no estuvieran sujetas a esos impuestos. Estos fondos podrían también beneficiarse de la explotación de los fondos maritimos, dirigida con garantías ecológicas rigurosas. Los socialistas de mercado arguyen 98. F. A. Hayek, The Road (o Serfdom, Londres, 1944, pp. 140-141 (hay trad. cast.: Camino de servidumbre, Alianza, Madrid, 1990). correctamente que la democracia política, que da a cada individuo un voto igual, es más igualitaria que el mercado, que otorga privilegios al poder adquisitivo. Así pues, tanto las instituciones democráticas nacionales como las internacionales deben ser utilizadas para analizar el rendimiento del mercado. La escalada masiva de la pobreza mundial y la amenaza ecológica mundial contribuyen a que aparezcan argumentos poderosos en favor de la empresa pública y de la planificación a nivel mundial. Pero el mismo hecho de que estos problemas se planteen con mayor gravedad en dicho nivel, debería recordarnos que la respuesta no puede ser una economía mundial dirigida. Como ya he se?alado, algunos tipos de planificación impiden, de hecho, el microcálculo, para abordar aspectos como el reciclaje. Por supuesto, la iniciativa de una autoridad planificadora podría dar un impulso decisivo a algunas áreas fundamentales, como el desarrollo de recursos energéticos alternativos a los combustibles fósiles. Pero la regulación del mercado también proporcionará medios de promover la responsabilidad ecológica que no pueden alcanzarse confiando en una simple autorización administrativa. De ese modo, un impuesto fuerte sobre los combustibles fósiles puede tanto impedir su uso como promover la búsqueda de fuentes de energía renovables y menos perjudiciales; lo cual no significa que la investigación y la inversión en estas últimas no pudiera también ser promovida por otros medios más directos. Deberíamos ser también plenamente conscientes de la observación realizada por Diane Elson de que hay tipos de mercados muy diferentes, que reflejan distintas organizaciones sociales y formas de regulación. El mercado capitalista estimula un modelo de consumo insaciable, es incompatible con restricciones emanadas de la escasez de recursos. Sería fundamental asegurar que el mercado socializado no lleva a los mismos resultados, y una razón 99. En los organismos internacionales, la adjudicación de representación de acuerdo con la población sería un tema complicado. Garantizar la representatividad en los organismos internacionales es problemático ya que la representación la hacen los gobiernos. La siguiente propuesta podría enfrentarse a ese problema, aunque su propósito podría verse frustrado por la intimidación (a los jurados elegidos al azar, según el modelo ateniense clásico, se les podría pedir tanto que aumentaran como que disminuyeran su propio cupo de votos de acuerdo con su valoración del éxito de su gobierno representándolos). Aunque esto podría probar que el principio de que sólo los gobiernos deberían estar representados en organismos internacionales es bastante inviable, no debería ser simplemente aceptado y asumido. para suponer que no sea así es que los excesos de la competencia estarían controlados y restringidos de distintas formas. La crítica de la planificación socialista es relevante para cualquier proyecto de economía no capitalista. Aquellos que evitan el término ?socialista?, pero todavía aspiran a eliminar la dinámica insaciable de la acumulación capitalista, tienen que enfrentarse a muchos de los obstáculos y objeciones que han sido observados más arriba. La crisis ecológica presta, por supuesto, un nuevo interés a la defensa de Otto von Neurath de las responsabilidades intergeneracionales, de una economía atenta a los límites naturales y de una planificación pluralista. Ello ofrece espacio a uno o varios organismos de planificación internacional, que siguieran la pista, tanto del uso de recursos escasos como de los posibles efectos en los sistemas ecológicos mundiales de las decisiones de producción y las tendencias del consumo. Tales organismos deberían disponer de poderes de recogida de información e incluso poderes de veto con carácter de emergencia. Aunque deberían disponer de recursos para llevar sus propias campa?as educativas, no sería apropiado que tuvieran el poder de prescribir modelos de producción ?hasta el último detalle?. Los socialistas que contribuyeron al ?debate sobre el cálculo? en los a?os treinta propusieron que las autoridades planificadoras utilizaran un ?mercado simulado? para orientar sus acciones. Sería más adecuado que los gobiernos y los electorados tuvieran a su disposición ?planes simulados? que podrían utilizarse para idear y modificar la regulación de los mercados socializados. El comercio internacional es ahora tan amplio e importante que las instituciones del ?mercado socializado? en un país o grupo de países podrían ayudar a extender sus principios a otros. Así, en un informe al grupo socialista del Parlamento Europeo sobre textiles, el grupo ?Mujeres Obreras del Mundo? propuso que debería haber una ?regulación social? del comercio textil tal que ninguna prenda, dondequiera que fuese producida, debería comercializarse en la Comunidad a menos que cumpliera ciertas normas de calidad con respecto a las condiciones de su producción. Explicaron que ?las normas absolutas sobre condiciones de producción deberían incluir la salud y la seguridad; el derecho de los trabajadores al cobro de las horas extraordinarias, el seguro de desempleo, subsidios por maternidad o enfermedad; el derecho y las facilidades de los trabajadores para organizars ...?. No obstante, para prevenir el proteccionismo encubierto, la Propuesta a?ade: Los diferentes niveles de desarrollo económico indican que no es factible establecer normas absolutas sobre jornadas laborales y sala- ríos. Las formas relativas a las horas de trabajo y las remuneraciones deberían, necesariamente, ser establecidas según las reglas de cada país. Deberían coincidir con el nivel de la empresa. No basta examinar qué legislj tiene cada país ... Podrían introducirse controles de etiqueta0 mucho más rigurosos, a fin de que los productos de consumo llevaran no sólo una marca, sino también el nombre de la empresa matriz y el país de origen, para saber si las condiciones de producción sólo cumplen o exceden las normas establecidas.’°° A fin de afrontar riesgos ya conocidos de fallos del mercado, la agricultura y la producción primaria están hoy en día protegidas por una extensa regulación nacional e internacional. A veces, dicha regulación encubre intereses privilegiados. Pero la respuesta no es una desregulació sistemática, sino un esfuerzo de identificación Y desarraigo de la defensa de privilegios. Se da a menudo el caso de que la producción primaria y agrícola afectan al sustento entero y a la integridad de una comunidad dada; por tanto, en tales casos, hay un terreno excelente para considerar con detalle los costes sociales antes de permitir que operen los factores de mercado. Un organis0 de planificación socialista internacional tendría mucho quehacer asegurando que las regulaciones e intervenciones fomentaran realmente la igualdad social, la responsabilidad ecológica y la satisfacci cívica, sin hacerse responsable de la totalidad de la producción mundial. Si parte de la retórica de Marx nos parece hoy excesivamente simple, esto no ocurre, y lo digo con énfasis, con el aforismo antes citado que resume el principio que debería gobernar la sociedad futura: la condición previa para el desarrollo libre de cada uno es el desarrollo libre de todos. La cuestión que he planteado es, en realidad, la de descubrir los mecanismos que expresan este Principio, de forma dispersa o concentrada, en un modelo global de econorflfa mundial. El contraste violento de riqueza y pobreza en el mund0 moderno y el fantasma de una catástrofe ecoló100. Adhesión al Convenio del Futuro de la Multifibra, Mujeres Obreras del Mundo, Proyecto Te,tii y del Vestido, Universidad de Manchester, 1990. gica exigen una planificación mundial y regional, pero también un marco de cooperación económica que estimule la iniciativa y la innovación responsables de una mirlada de ciudadanos. LA DIN?MICA DEL FRACASO COMUNISTA Mi defensa del ?mercado socializado? puede parecer poco juiciosa cuando los pueblos de los antiguos estados comunistas están descubriendo los espantosos costes sociales de su experimento con la terapia de choque del laissez-faire, los proyectos de privatización y el ultraliberalismo doctrinario. La creación de un mercado socializado exige formas enérgicas y variadas de propiedad social, no de privatización. También exige el establecimiento de instituciones locales, nacionales y regionales competentes y democráticas. Como los pueblos de la Europa del Este y de la antigua Unión Soviética están descubriendo ahora, una sociedad civil viva y un mercado coherente requieren un marco firme de autoridad y apoyo públicos. Las áreas de la comunicación, la cultura y la educación necesitan sin excepción subvenciones públicas. La imposición de limitados criterios comerciales amenaza la integridad de la sociedad civil y traspasa la iniciativa a rapaces intereses comerciales, como el imperio de medios de comunicación de Rupert Murdoch)°’ Por tanto, esta oposición al laissez-faire y a la privatización no debería entenderse como un apoyo a determinadas estructuras estatales, muchas de las cuales están bastante comprometidas y desacreditadas. En los estados poscomunistas existen tendencias hacia el control local, que podrían llevar tanto hacia un capitalismo de ?autogestión? como a un socialismo de ?autogestión?. Es un hecho notorio que la ?nueva izquierda? rusa se opone a la privatización, pero sin oponerse al ?mercado?.’°2 Tampoco lo hacen los políti101. Da la casualidad de que uno de los mejores informes resumidos del tema de la intervención estatal y la planificación social pertenece a Nove, sin duda inspirándose en su experiencia de la Gran Breta?a de Margaret Thatcher en esta ocasión. Véase Alee Nove, ?The Role of Central Planning under Capitalism and Market Socialism?, Jon Elster y Karl Ove Moene, eds., Alternatives to Capitalism, Cambridge, 1989, pp. 98-109. 102. El informe publicado por el Encuentro de Leningrado, en diciembre, del partido socialista soviético declaraba: ?Las relaciones de mercado son necesarias, camente más activos e izquierdistas obreros rusos; en un mitin de comités de fábrica en Togliatti, en septiembre de 1990, los reunidos exigieron el fin del control ministerial. Aunque no ofrecían una alternativa económica propia muy clara, está claro que consideraban que la reactivación económica se vería favorecida por la existencia de un estado y un sistema de propiedad cuya legitimidad fuese ampliamente aceptada. En lo que respecta al estado, ello significa una aceptación plena de la democracia. En cuanto al sistema económico, está por ver hasta qué punto el laissez-faire y el nuevo reparto de la propiedad resultan aceptables para el pueblo ruso, a medida que los costes sociales y sus consecuencias sean evidentes. Si, como parece demasiado probable, las propiedades verdaderamente valiosas acaban en manos de inversores extranjeros, la mafia local, los políticos bien situados y unos pocos obreros que estaban por casualidad en el lugar adecuado, el programa de privatización será muy vulnerable a las críticas. En la mayoría de estados poscomunistas hay fuerzas sociales que pueden presionar hacia formas de propiedad social, incluso evitando la palabra socialismo. stas podrían incluir la propiedad parcial por colectivos laborales, autoridades locales y fondos de inversión en los que las acciones pertenezcan a todos los individuos por igual. También habrá un papel fundamental para las industrias públicas rehabilitadas democráticamente en sectores clave, que incorporarán formas de participación obrera y de protección al consumidor)°3 Los socialistas, no sin razón, sospechan de las fuerzas ideológicas generadas por el mercado capitalista; he sugerido anteriormente algunas formas en las que un mercado socializado podría prevenir o desalentar tendencias derrochadoras o irresponsables al consumo. Pero debería reconocerse también que el modelo de propiedad ?nacionalizada? en los estados comunistas también segrega ideologías pero no deberían converrirse en el eje regulador de la vida política y social. El mercado debería desempe?ar el papel de mecanismo regulador, facilitando la capacidad de respuesta de la economía, pero su acción no debería extenderse a la esfera extra- económica y no debería determinar las prioridades del desarrollo?. Peter Uhi, entrevistado en la New Left Review, n.° 179, adoptó una postura similar, como lo hizo el revolucionario vietnamita N. K. Vien, cuya carta de oposición está publicada en International Viewpoínt, n.° 204, 15 de abril de 1991. 103. Algunos de los problemas clave de la autogestión están tratados por David Prychitko, Marxism and Workers Self-Management, Nueva York, 1991. desagradables, especialmente un nacionalismo intolerante y una actitud excesivamente tolerante hacia el paternalismo tradicional. Esto ocurre en parte porque la economía dirigida nacionalizada tendió hacia la autosuficiencia nacional y redujo la variedad de contactos entre quienes pertenecían a diferentes grupos nacionales. También, porque fomentó que los ciudadanos vieran la distribución económica en términos muy tangibles de falta de resultados. En la práctica, muchos bienes son adquiridos a través de una red de favores y obligaciones que, fácilmente, reflejan y refuerzan los lazos de parentesco y raza. Mientras que la impersonalidad del mercado capitalista esconde demasiado (incluyendo costes sociales y explotación humana), los aspectos que rodean al mercado en las economías comunistas fomentan un personalismo pernicioso y penetrante, de modo que la satisfacción de las necesidades personales más triviales implica compromisos tediosos y una conspiración informal contra otros ciudadanos. Por su parte, las autoridades del estado, carentes de otras fuentes de legitimidad y conscientes de sus fracasos económicos, a menudo buscan la manera de explotar el nacionalismo y el exclusivismo. El fracaso del comunismo ha legado a menudo una amarga herencia de nacionalismo demagógico y populismo autoritario, frecuentemente patrocinada por las nuevas autoridades anticomunistas. Es interesante que la antigua Unión Soviética se haya desintegrado no de una forma aleatoria, sino a lo largo de las líneas de falla definidas por las fronteras de las antiguas repúblicas de la Unión. La Unión Soviética era un matrimonio de conveniencia llevado a la categoría de nación. Dentro de cada república se permitían e incluso se potenciaban ciertas instituciones autónomas de tipo económico, social y cultural. Aunque no había intercambio de ideas liberales o socialistas, el nacionalismo recibió un cierto grado de apoyo estatal. Cada república luchó por una mayor porción de proyectos de inversión. No sería justo atribuir el ascenso del sentimiento nacionalista poscomunista sólo al viejo orden, puesto que las estructuras de mercado en sí mismas generan una competencia encarnizada, que fácilmente puede ser vinculada a identidades étnicas o raciales. En la disolución de Yugoslavia, el estalinismo serbio facilitó la provocación, mientras que la dirección burguesa en Croacia y Eslovenia respondieron buscando una salida rápida que dejara a sus antiguos conciudadanos de otras repúblicas en manos de la misericordia de Milosevic. 6. BLACKBURN En el informe que he ofrecido de la crisis del comunismo, he puesto el acento en sus fracasos en el plano económico. He hecho esto, no porque yo considere otros graves fracasos como de poca importancia. La negación de la democracia, de los derechos individuales y de los derechos de asociación se cruzan de forma compleja con lo económico, como Martov, Kautsky y Trotski pusieron de manifiesto. Se podría a?adir que el conformismo y el estupor de mucha de la cultura oficial de los estados comunistas ha contribuido también a su fracaso. La inercia cultural de los estados comunistas no es sólo un subproducto de su negación de la democracia, aunque también existe una conexión, por supuesto. El comunismo era capaz de despertar un fervor mesiánico, pero era también, como el cristianismo y el islam en su apogeo, capaz de inspirar un significativo éxito cultural. Lo mejor de la obra de los destinatarios de los premios distribuidos en tiempos de Stalin (Eisenstein, Pudovkin, Ehrenburg, Sholokov) o de los compa?eros de viaje de otras tierras (Brecht, Neruda, Hikmet, McDiarmid, Aragon, Picasso, Chaplin y otros) no fue exactamente estalinista, pero tampoco fue fuertemente antiestalinista. Sería una falacia suponer que las malas políticas siempre producen mal arte. Igualmente, el impacto del estalinismo en la formación del paisaje urbano fue generalmente monótono y opresivo. Pero el sistema del metro de Moscú no sólo es limpio y eficaz, sino que también es un ejemplo genuinamente impresionante y exhuberante del uso del espacio público, al que incluso contribuyen descarados elementos kitsch; el metro, a diferencia de otros proyectos de prestigio, fue de inmediata utilidad para la masa de la población, una circunstancia que puede haber facilitado su realización. La mejor obra del periodo inmediatamente posterior a Stalin fue, desde luego, antiestalinista, aunque muy a menudo, como se?aló Lukács en el caso de Solzhenitsin, podría ser interpretado como una especie de realismo crítico. En los a?os setenta y ochenta, la inercia cultural de los estados comunistas los hizo vulnerables a la vitalidad cultural del mundo no comunista. Las autoridades locales no pudieron aislar a sus pueblos de los productos culturales de Occidente y, de vez en cuando, los promovieron activamente; en la Alemania del Este, las autoridades retransmitieron de hecho televiSión occidental a partes del país, como Dresde, que tenía dificultades para recibir se?ales de la República Federal. Por supuesto, la vitalidad de la cultura popular en el oeste o en el sur no es capita lista sino que se inspira frecuentemente en una diversidad de impulsos, algunos de ellos utópicos o resistentes. Pero como han se?alado los teóricos de la ?sociedad del espectáculo? o del posmodernismo, la lógica cultural del capitalismo tardío ha sido capaz de aliarse con los medios electrónicos en formas que han demostrado estar más allá de las economías postestalinistas. Puesto que los públicos del Este carecían de poder adquisitivo, su apropiación de la cultura ?occidental? estuvo muy facilitada por la difusión y reproducción de música o imágenes, por medios que poco o nada debían a la forma de la mercancía. Emisiones de radio y cintas ?piratas? desempe?aron un papel fundamental en la disolución del monolitismo ideológico. Cantantes como Vygotski y Biermann contribuyeron a articular una alienación política profunda. La derrota del comunismo ha sido, por tanto, la derrota de un tipo de formación social que ofreció un espacio demasiado peque?o a la iniciativa popular y al pluralismo, o al reconocimiento y la actividad autónomos (colectiva o individualmente) tanto en la vida económica, como política o cultural. Esta derrota fue infligida al comunismo en parte por fuerzas internas, tales como Solidaridad en Polonia, o Carta 77 en Checoslovaquia, y en parte mediante la tremenda presión externa de una especie de capitalismo que se había comprometido de varias formas con los intereses y energías populares. El mismo método del materialismo histórico y cultural recomendaría que buscáramos la superioridad occidental en la esfera de la economía política, entendida en el sentido amplio indicado anteriormente. La economía política soviética y del Este europeo ha demostrado ser indefendible. La crisis de 1989-1990 puede distinguirse del alzamiento húngaro de 1956 o de la Primavera de Praga de 1968, por la mayor fuerza de una presión ?externa? al sistema; a pesar de que el punto central es que lo externo se había convertido en interno, puesto que, como dijo Gorbachev en las Naciones Unidas en 1988 haciendo eco consciente o inconsciente de la observación de Che Guevara en 1964, una ?sociedad cerrada? no es posible en el mundo moderno. Si tuviéramos que especificar esta transformación revolucionaria en términos de movimiento social, parecería que nos enfrentáramos a una nueva revolución burguesa. Los historiadores marxistas afirmaron que las revoluciones burguesas clásicas no eran puro o simplemente procapitalistas, íncluso si sus más o menos inmediatas consecuencias condujeron al desarrollo del capitalismo. Es un hecho notorio que las manifestaciones en las principales ciudades comunistas desempe?aron un papel fundamental en la crisis de 1989-1991 y que el viejo orden trató de atrincherarse con el apoyo del campo. Mientras que las fuerzas obreras fueron movilizadas en las ciudades, la aún no capitalista clase media de profesionales liberales y administradores pudo asegurarse la dirección del movimiento ofreciendo la perspectiva tentadora de unirse a un sistema con unos antecedentes probados, el capitalismo, mejor que explorar una tercera vía. Que esta transición al capitalismo no será fácil o sin oposición está ya claro. Los países del ?Segundo Mundo? no tienen un sistema viable, necesitan desarrollar intercambios más amplios con el mundo capitalista e importar algunas de las más avanzadas instituciones de este último. Pero es muy difícil ver a estos países unidos al ?Primer Mundo? pronto, mientras que sí podría haber una resistencia general si lo que se impone es el capitalismo del Tercer Mundo. La democratización está, hasta ahora, lejos de consolidarse en la Europa del Este y la antigua Unión Soviética, mientras que la privatización y la mercantilización se buscan con formas que están causando una gran miseria social. Un programa tan estrechamente concebido arriesga a provocar a las fuerzas sociales y de las autoridades comunistas, como las procedentes de Solidaridad en Polonia. En realidad, podría incluso —con el tiempo— empujarlas a aliarse con antiguos comunistas reformados. Los antiguos partidos dirigentes no han desaparecido simplemente, sino que se configuran como una oposición a la vez tradicional y ?reformada? (por ejemplo, los antiestalinistas). La verdadera talla de las economías rusa y china excluye cualquier conquista rápida de estas sociedades por el capitalismo. Paradójicamente, la China comunista está haciendo un uso mucho más convincente y efectivo de los mecanismos de mercado que la supuestamente capitalista Rusia. Mientras que Rusia se vuelve dependiente de los inputs occidentales, la exportación de China a los Estados Unidos es sólo superada por Japón. En realidad, el dinamismo de la economía mixta china puede mostrarnos, aunque de una forma distorsionada burocráticamente, algunos de los potenciales de un sistema de mercado socializado. El progreso económico de China no se limita a los enclaves del capitalismo puro, ni está sostenido por las industrias ineficaces controladas por Pekín. Más bien está dándose en un amplio frente e incluye de forma importante el sec to industrial rural, que emplea a cien millones de trabajadores en peque?as y medianas empresas propiedad de autoridades locales y colectivos obreros.°4 Esta boyante economía no puede sostenerse indefinidamente si el poder nacional continúa en manos de una burocracia codiciosa. Pero al menos, el ímpetu del avance económico proporciona un contexto más prometedor para la democratización futura. En una década (aproximadamente) en la que tales posibilidades han funcionado no es imposible que sea elaborado un nuevo híbrido, quizá en conjunción con otras formaciones anticapitalistas de otros lugares, en el que instituciones socialistas democráticas puedan hacer una tardía aparición. EL SOCIALISMO Y LAS FUERZAS SOCIALES La crisis del socialismo y el marxismo ha sido considerada aquí como una crisis de sus programas heredados. Estos programas no son, de ningún modo, completamente inútiles y algunos sobreviven precariamente mediante el apoyo popular incluso dentro del capitalismo actual Pero la crisis del socialismo tambien se refleja en la debilidad de las fuerzas sociales que podrian sostener esos programas. Los partidos tradicionales de izquierda se han debilitado por una combinacion de bajas electorales y, en un plano más fundamen tal, la disminución de la actividad, y el entusiasmo y el acomodamiento social de sus partidarios El viejo estilo de movimiento de liberación nacional de izquierdas está casi difunto.’°5 Pero, por otra parte, están los que podrían ser denominados nuevos movimientos proletarios y nuevos movimientos de izquierda. En el sur, podrían incluir el Partido de los Trabajadores (PT) brasile?o, el Partido de la Revolución Democrática (PRD) mexicano, la UDF/ANC surafricana o la oposición surcoreana, que tienen todos una fuerte relación con los sindicatos, sin ajustarse al viejo modelo laborista. En Europa, una renovación programática minuciosa de los partidos de izquierda ha producido nuevas formaciones de con104. Para información sobre los resultados económicos de China, véase The Economist, 1 de junio de 1991, pp. 17-20. siderable importancia en Finlandia, Noruega, Dinamarca, Espa?a, Turquía y los Países Bajos, mientras que las ideas verdes y feminístas tienen una influencia importante. En los estados poscomunistas ya se dan los primeros movimientos de resistencia social a la imposición del mercado ?antisocial? y a una forma de privatización que favorece a la vieja nomenklatura y a las mafias.’°6 En algunos casos, miembros residuales de los viejos partidos y sindicatos están intentando presentarse como defensores de los intereses obreros, y han ganado una décima parte o más del voto popular. Y también están apareciendo los antiguos opositores, que ahora encuentran sus esperanzas convertidas en los rasgos socialmente regresivos y antidemocráticos del nuevo orden. Estas nuevas fuerzas sociales están ya transformando los programas históricos de la izquierda. Casi nadie siente nostalgia de la economía dirigida. Aunque hay muchos elementos diferentes que podrían ayudar a constituir una alternativa —nuevos conceptos de sindicatos, de autogestión, de empresa cooperativa y municipal, de acuerdo contractual e ingresos básicos, de socialismo de mercado y de mercado socializado, de responsabilidad igualitaria y ecológica— es posible que aún no ofrezcan un programa global y coherente que pueda reemplazar la lógica del capitalismo. Pero hay una variedad de modelos, medidas y movimientos desde los que desarrollar un programaefectivo. Hay una conexión evidente con los valores de la izquierda tradicional, como hay asuntos que fueron escasamente tratados por los movimientos tradicionales. Kautsky, con todas sus virtudes, fue sin duda uno de los más imperturbables y menos imaginativos marxistas tradicionales. Sin embargo, no dudó en declarar que ?el socialismo como tal no es nuestra meta, que es más bien la abolición de cualquier tipo de explotación u opresión, sea de una clase, un partido, un sexo o una raza?.107 Aunque encomiable, tal declaración no incluye la crisis ecológica actual, que sin duda reclama un nuevo modelo de consumo y también de producción. El futuro sólo pertenece a un ?socialismo sin garantías? o incluso a un nuevo concepto que exprese más adecuadamente las metas de la 106. Véase Lewis Seigelbaum y Theodore Friedgut, ?The Soviet Miners Strike?, New Le!! Jeview, n.° 181, 1990. 107. Kautsky, The Dictatorship of the Proletaria!, p. 3. Kautsky se hizo eco, aquí, de una frase del Programa de Erfurt. izquierda y los impulsos creativos de los movimientos anticapitalistas. En relación a esto, la reflexión de Raymond Williams sobre el capitalismo industrial mantiene toda su fuerza: En su lugar queremos más, mucho más, que una interrupción caótica o un orden impuesto, o el mero nombre de una alternativa. El desafío es, por lo tanto, una complejidad necesaria. He sido arrastrado toda mi vida ... entre la simplicidad y la complejidad, y puedo sentir todavía el tirón en los dos sentidos. Pero cada argumento de la experiencia y de la historia hace ahora que mi decisión —y lo que espero será una decisión general— sea clara. Sólo por formas muy complejas y moviéndonos con seguridad hacia sociedades muy complejas, podemos derrotar al imperialismo y al capitalismo e iniciar esa construcción de muchos socialismos que liberará e incitará nuestras auténticas y ahora amenazadas í1° 108. Raymond WiLliams, Politics and Letters: Interviews with New Le!! Review, Londres, 1979, p. 437. EDUARDO GALEANO EL NI?O PERDIDO EN LA INTEMPERIE En Bucarest, una grúa se lleva la estatua de Lenin. En Moscú, una multitud ávida hace cola a las puertas de McDonald’s. El abominable muro de Berlín se vende en pedacitos, y Berlín Este confirma que está ubicado a la derecha de Berlín Oeste. En Varsovia y Budapest, los ministros de Economía hablan igualito que Margaret Thatcher. En Pekín también, mientras los tanques aplastan a los estudiantes. El Partido Comunista Italiano, el más numeroso de Occidente, anuncia su próximo suicidio. Se reduce la ayuda soviética a Etiopía y el coronel Mengistu descubre, súbitamente, que el capitalismo es bueno. Los sandinistas, protagonistas de la revolución más linda del mundo, pierden las elecciones: ?Cae la revolución en Nicaragua?, titulan los diarios. Parece que ya no hay sitio para las revoluciones, como no sea en las vitrinas del Museo Arqueológico, ni hay lugar para la izquierda, salvo para la izquierda arrepentida que acepta sentarse a la diestra de los banqueros. Estamos todos invitados al entierro mundial del socialismo. El cortejo fúnebre abarca, según dicen, a la humanidad entera. Yo confieso que no me lo creo. Estos funerales se han equivocado de muerto. EN NICARAGUA, PAGAN JUSTOS POR PECADORES La perestroika, y la pasión de libertad que la perestroika desató, han hecho saltar por todas partes las costuras de un asfixiante chaleco de fuerza. Todo estalla. A ritmo de vértigo, se multiplican los cambios, a partir de la certeza de que la justicia social no tiene por qué ser enemiga de la libertad ni de la eficiencia. Una urgencia, una necesidad colectiva: la gente ya no daba más, la gente estaba barta de una burocracia tan poderosa como inútil, que en nombre de Marx le prohibía decir lo que pensaba y vivir lo que sentía. Toda espontaneidad era culpable de traición o locura. ?Socialismo, comunismo? ?O todo esto era, más bien, una esta- fa histórica? Yo escribo desde un punto de vista latinoamericano, y me pregunto: si así fue, si así fuera, ?por qué vamos a pagar nosotros el precio de esa estafa? En ese espejo nunca estuvo nuestra cara. En las recientes elecciones de Nicaragua, la dignidad nacional ha perdido la batalla. Fue vencida por el hambre y la guerra; pero también fue vencida por los vientos internacionales, que están soplando contra la izquierda con más fuerza que nunca. Injustamente, pagaron justos por pecadores. Los sandinistas no son responsables de la guerra, ni del hambre; ni cabe atribuirles la menor cuota de culpa por cuanto ocurría en el Este. Paradoja de paradojas: esta revolución democrática, pluralista, independiente, que no copió a los soviéticos, ni a los chinos, ni a los cubanos, ni a nadie, ha pagado los platos rotos que otros rompieron, mientras el partido comunista local votaba por Violeta Chamorro. Los autores de la guerra y del hambre celebran, ahora, el resultado de las elecciones, que castiga a las víctimas. Al día siguiente, el gobierno de los Estados Unidos anunció el fin del embargo económico contra Nicaragua. Lo mismo había ocurrido, a?os atrás, cuando el golpe militar en Chile. Al día siguiente de la muerte del presidente Allende, el precio internacional del cobre subió por arte de magia. En realidad, la revolución que derribó a la dictadura de la familia Somoza no tuvo, en estos diez a?os largos, ni un minuto de tregua. Fue invadida todos los días por una potencia extranjera y sus criminales de alquiler, y fue sometida a un incesante estado de Sitio por los banqueros y los mercaderes due?os del mundo. Y así y todo se las arregló para ser una revolución más civilizada que la francesa, porque a nadie guillotinó ni fusiló, y más tolerante que la norteamericana, porque en plena guerra permitió, con algunas restricciones, la libre expresión de los voceros locales del amo colonial. ‘1 250 DESPU?S DE LA CA?DA Los sandinistas alfabetizaron Nicaragua, abatieron considerablemente la mortalidad infantil y dieron tierra a los campesinos. Pero la guerra desangró al país. Los da?os de guerra equivalen en una vez y media al Producto Interior Bruto, lo que significa que Nicaragua fue destruida una vez y media. Los jueces del Tribunal Internacional de La Haya dictaron sentencia contra la agresión norteamericana, y eso no sirvió para nada. Y tampoco sirvieron para nada las felicitaciones de los organismos de las Naciones Unidas especializados en educación, alimentación y salud. Los aplausos no se comen. Los invasores rara vez atacaron objetivos militares. Sus blancos preferidos fueron las cooperativas agrarias. ?Cuántos miles de nicaragüenses fueron muertos o heridos, en esta década, por orden del gobierno de los Estados Unidos? En proporción, equivaldrían a tres millones de nortea ericanos. Y sin embargo, en estos a?os, muchos miles de norteamericanos visitaron Nicaragua y fueron siempre bien recibidos, y a ninguno le pasó nada. Sólo uno murió. Lo mató la contra. (Era muy joven y era ingeniero y era payaso. Caminaba perseguido por un enjambre de ni?os. Organizó en Nicaragua la primera Escuela de Clowns. Lo mató la contra mientras medía el agua de un lago para hacer una represa. Se llamaba Ben Linder.) LA TR?GICA SOLEDAD DE CUBA Pero, ?y Cuba? ?No ocurre también allí, como ocurría en el Este, un divorcio entre el poder y la gente? ?No está la gente, también allí, harta del partido único y la prensa única y la verdad única? ?Si yo soy Stalin, mis muertos gozan de buena salud?, ha dicho Fidel Castro, y por cierto que no es esta la única diferencia. Cuba no importó desde Moscú un modelo prefabricado de poder vertical, sino que fue obligada a convertirse en una fortaleza para que su todopoderoso enemigo no se la almorzara con cuchillo y tenedor. Y fue en esas condiciones que este peque?o país subdesarrollado logró algunas haza?as asombrosas: hoy por hoy, Cuba tiene menos analfabetismo y menos mortalidad infantil que los Estados Unidos. Por lo demás, a diferencia de varios países del Este, el socialismo cubano no fue ortopédicamente impuesto desde arriba y desde afuera, sino que nació desde muy adentro y creció desde muy abajo. Los EL NI?O PERDIDO EN LA INTEMPERIE 251 muchos cubanos que han muerto en Angola o han dado lo mejor de sí por Nicaragua a cambio de nada, no han estado cumpliendo sumisamente, y a contracorazón, las órdenes de un estado policial. Si así hubiera sido, sería inexplicable: nunca hubo deserciones y siempre sobró fervor. Ahora Cuba está viviendo horas de trágica soledad. Horas peligrosas: la invasión de Panamá y la desintegración del llamado campo socialista influyen de la peor manera, me temo, sobre el proceso interno, favoreciendo la tendencia a la cerrazón burocrática, la rigidez ideológica y la militarización de la sociedad. CAI Y CRUZ DE LOS NUEVOS TIEMPOS Ante Panamá, Nicaragua o Cuba, el gobierno de los Estados Unidos invoca la democracia como los gobiernos del Este invocaban el socialismo: a modo de coartada. A lo largo de este siglo, América Latina ha sido invadida más de cien veces por los Estados Unidos. Siempre en nombre de la democracia, y siempre para imponer dictaduras militares o gobiernos títeres que han puesto a salvo al dinero amenazado. El sistema imperial de poder no quiere países democráticos. Quiere países humillados. La invasión de Panamá fue escandalosa, con sus siete mil víctimas entre los escombros de los barrios pobres arrasados por los bombardeos; pero más escandalosa que la invasión fue la impunidad con que se realizó. La impunidad, que induce a la repetición del delito, estimula al delincuente. Ante este crimen de soberanía, el presidente Mitterrand hizo sonar su discreto aplauso y el mundo entero se cruzó de brazos, después de pagar el impuestito de una que otra declaración. En este sentido, resulta elocuente el silencio, y hasta la mal disimulada complacencia, de algunos países del Este. ?La liberación del Este implica luz verde para la opresión del Oeste? Yo nunca compartí la actitud de quienes condenaban al imperialismo en el mar Caribe, pero aplaudían o se callaban la boca cuando la soberanía nacional era pisoteada en Hungría, Polonia, Checoslovaquia o Afganistán. Puedo decirlo, porque no tengo cola de paja: el derecho a la autodeterminación de los pueblos es sagrado, en todos los lugares y en todos los momentos. Bien dicen por ahí que las refor 252 DESPU?S DE LA CA?DA mas democráticas de Gorbachev han sido posibles porque la Unión Soviética no corría el riesgo de ser invadida por la Unión Soviética. Y simétricamente, bien dicen por ahí que los Estados Unidos están a salvo de cuartelazos y dictaduras militares, porque en los Estados Unidos no hay embajada de los Estados Unidos. Sin sombra de duda, la libertad es siempre una buena noticia. Para el Este, que la está protagonizando con justo júbilo, y para todo el mundo. Pero, en cambio, ?son una buena noticia los elogios al dinero y a las virtudes del mercado? ?La idolatría del american way of lije? ?Las cándidas ilusiones de ingreso al Club Internacional de los Ricos? La burocracia, que sólo es ágil para acomodarse, se está adaptando aceleradamente a la nueva situación, y los viejos burócratas empiezan a convertirse en nuevos burgueses. Hay que reconocer, desde el punto de vista latinoamericano y del llamado Tercer Mundo, que el difunto bloque soviético tenía, al menos, una virtud esencial: no se alimentaba de la pobreza de los pobres, no participaba del saqueo en el mercado internacional capitalista y, en cambio, ayudaba a financiar la justicia en Cuba, en Nicaragua y en muchos otros países. Yo sospecho que esto será, de aquí a poco, recordado con nostalgia. UNA PESADILLA REALIZADA Para nosotros, el capitalismo no es un sue?o a realizar, sino una pesadilla realizada. Nuestro desafío no consiste en privatizar al estado, sino en desprivatizarlo. Nuestros estados han sido comprados, a precio de ganga, por los due?os de la tierra y los bancos y todo lo demás. Y el mercado no es, para nosotros, más que una nave de piratas: cuanto más libre, peor. El mercado local, y el internacional. El mercado internacional nos roba con los dos brazos. El brazo comercial nos vende cada vez más caro y nos compra cada vez más barato. El brazo financiero, que nos presta nuestro propio dinero, nos paga cada vez menos y nos cobra cada vez más. Vivimos en una región de precios europeos y salarios africanos, donde el capitalismo actúa como aquel buen hombre que decía: ?Me gustan tanto los pobres, que siempre me parece que no hay suficiente cantidad?. Sólo en Brasil, pongamos por caso, el sistema mata mil ni?os por día de enfermedad o de hambre. En América Latina, el capitalismo es antidemocrático, con o sin elecciones: la mayoría de la gente está presa de la necesidad y está condenada a la soledad y a la violencia. El hambre miente, la violencia miente: dicen pertenecer a la naturaleza, simulan formar parte del orden natural de las cosas. Cuando ese ?orden natural? se desordena, los militares entran en escena, encapuchados o a cara descubierta. Como dicen en Colombia: ?El costo de la vida sube y sube, y el valor de la vida baja y baja?. Las elecciones de Nicaragua fueron un golpe muy duro. Un golpe como del odio de Dios, que decía el poeta. Cuando supe el resultado, yo fui, y todavía soy, un ni?o perdido en la intemperie. Un ni?o perdido, digo, pero no solo. Somos muchos. En todo el mundo, somos muchos. A veces siento que nos han robado hasta las palabras. La palabra socialismo se usa, en el Oeste, para maquillar a la injusticia; en el Este, evoca al purgatorio, o quizá al infierno. La palabra imperialismo está fuera de moda y ya no existe en el diccionario político dominante, aunque el imperialismo sí existe y despoja y mata. ?Y la palabra militancia? ?Y el hecho mismo de la pasión militante? Para los teóricos del desencanto, es una antigualla ridícula. Para los arrepentidos, un estorbo de la memoria. En pocos meses, hemos asistido al naufragio estrepitoso de un sistema usurpador del socialismo, que trataba al pueblo como a un eterno menor de edad y lo llevaba de la oreja. Pero hace tres o cuatro siglos, los inquisidores calumniaban a Dios cuando decían que cumplían sus órdenes; y yo creo que el cristianismo no es la Santa Inquísición. En nuestro tiempo, los burócratas han desprestigiado la esperanza y han ensuciado la más bella de las aventuras humanas; pero yo también creo que el socialismo no es el estalinismo. Ahora, hay que volver a empezar. Pasito a paso, sin más escudos que los nacidos de nuestros propios cuerpos. Hay que descubrir, crear, imaginar. En el discurso que Jesse Jackson pronunció poco después de su derrora, en los Estados Unidos, él reivindicó el derecho de so?ar: ?Vamos a defender ese derecho —dijo-—. No vamos 254 DESPU?S DE LA CA?DA a permitir que nadie nos arrebate ese derecho?. Y hoy, más que nunca, es preciso so?ar. So?ar, juntos, sue?os que se desensue?en y en materia mortal encarnen, como decía, como quería, otro poeta. Peleando por ese derecho, viven mis mejores amigos; y por él algunos han dado la vida. Este es mi testimonio. ?Confesión de un dinosaurio? Quizá. En todo caso, es el testimonio de alguien que cree que la condición humana no está condenada al egoísmo y a la obscena cacería del dinero, y que el socialismo no murió, porque todavía no era: que hoy es el primer día de la larga vida que tiene por vivir. Mayo de 1990 FREDRIC JAMESON CONVERSACIONES SOBRE EL NUEVO ORDEN MUNDIAL La historia mundial es una casa que posee más escaleras que habitaciones. B?RNE El colapso del estado-partido en la Europa del Este (aunque no en China) tiene consecuencias sustancialmente diferentes a las implícitas en los tres temas más importantes del pasado inmediato: el fracaso del socialismo, el colapso del comunismo y la ruina del marxismo. Según se desarrollan los acontecimientos, los periodistas pueden haber evocado el retorno, como una venganza, del imperialismo clásico; aquellos de nosotros que insistíamos en la existencia de ?tres? mundos más que en la dualidad Norte-Sur contemplamos ahora, pesarosos, la emergencia de este dualismo, en la tradición del superestado norteamericano de probar su tecnología posmoderna imponiendo su nuevo orden mundial en el antiguo Tercer Mundo. Supongo que esto es noticia; pero no parece tener mucho sentido hablar de la ruina del marxismo, cuando el marxismo es precisamente la ciencia y el estudio de ese capitalismo cuyo triunfo global se afirma en términos de defunción del marxismo. El marxismo fue capaz de predecir la carrera para gastar los ?dividendos de la paz? en el cielo de Bagdad, y la transustanciación de la abortada investigación de la ?guerra de las galaxias? en presupuestos para armas ya existentes destinadas a un futuro impredecible. Así, según Marx, la naturaleza de la bestia es la expansión y eso significa nuevas misiones imperiales en el exterior y una dilación indefinida de las inversiones sociales: Das wahre Tier, das wilde schóne Tier, Das —meine Damen!— sehen Sie nur bei mir! En cuanto al fracaso del socialismo, se puede muy bien pensar en dónde se le dio la posibilidad de fracasar. Pero, también aquí, el interés de la proposición es desplazado, pues lo que en realidad se ha revelado es la profunda ambivalencia de la Unión Soviética, como objeto (ahora bien, como podrían decir los lacanianos, un objeto perdido, un objet petit c). Pocos se podían encontrar en estos últimos a?os que admiraran el modelo soviético; pero, con la excepción de la Europa del Este y, quizá, Afganistán, su política exterior era diferente y generalmente defendía las causas justas. ?Quién las defenderá ahora? (o, en una verdadera moda postestructural, ?estaban las causas mismas ocasionadas por su defensa más que por lo contrario?) Mientras tanto, incluso los socialistas y socialdemócratas anticomunistas o no comunistas parecen aturdidos y de luto. Habiendo denunciado sin descanso el totalitarismo soviético como ?sin ninguna relación con el socialismo genuino?, han descubierto de forma rotunda, dentro de ellos mismos, la existencia insospechada de una creencia inconsciente más profunda: que, después de todo, el sistema soviético podía, de alguna manera, transformarse en socialismo genuino con sólo una liberalización como la que hemos presenciado. Pero estos izquierdistas eran, en realidad, liberales (en el sentido estadounidense) después de todo; todavía creen en algún tipo de progreso..., mientras que, desde un punto de vista más dialéctico de la historia, el progreso sólo existe cuando procede de la catástrofe y de la derrota. En efecto, los sucesos del Este de Europa parecen justificar plenamente el punto de vista propuesto sin descanso por Immanuel Wallerstein de que el sistema soviético no se puede considerar un ?sistema? de ninguna forma; que hoy, igual que ayer, sólo existe todavía un sistema y que incluso los setenta a?os de poder soviético sólo pueden ser considerados como la ocupación provisional de un enclave ?antisistémico?. Ese enclave ha sido ahora colonizado —o recolonizado— a su vez. En la pérdida de su autonomía y en el colapso de sus estructuras independientes no parece sino uno de esos pueblos mineros del lejano oeste de los Estados Unidos: desfigurados por la minería salvaje, y, más sangrantemente, agujereados con túneles por todo su interior, bajo una superficie que aquí y allá —virtualmente sin ningún sonido— va desmoronándose, absorbiendo la madera de las casas hacia el interior de la tierra como el vórtice de un termitero. ?Bien agujereado, viejo topo! Pero este topo, en particular, es una ausencia; y el vacío abandonado, polvoriento y aún mortal, se?ala la falta de apariencia del proyecto colectivo; la mengua y, más tarde, el eclipse de los compromisos de masas y de revolución; la creencia ingenua del estado-partido en la capacidad de las ?instituciones socialistas? —incluyendo la policía y el ejército— para generar ?incentivos morales?. Se suponía que el socialismo incluía la superioridad de lo político y constituiría el verdadero ?equivalente moral de la guerra?; asimismo, evitaría las formas de reproducción social mecánicas y no políticas, económicas e institucionales, presentes en otras formaciones sociales y en otras formas de producción. Y así, si bien no podemos decir que el socialismo haya fracasado, también podemos decir que el capitalismo no ha triunfado, basándonos en cualquier lectura inteligente del sistema de mercado como tal. Los auténticos ideólogos reaccionarios lo afirman, al quejarse de que todavía no exista un genuino mercado libre bajo el estado intervencionista del capitalismo tardío; Galbraith se?aló hace tiempo que, en cierta manera, el oligopolio ha sido para nosotros un sustituto de la planificación (en el sentido ?socialista?). Seguramente todavía es justo suponer que cualquiera que sea la suerte de los tres grandes centros emergentes del capitalismo tardío (Japón, la Europa comunitaria y el superestado de Norteamérica), el capitalismo todavía no tiene futuro en el Tercer Mundo, ni tampoco en el Segundo, si uno cree a esos pocos economistas capaces de opinar a contracorriente. La ?etapa de despegue? rostowiana continúa siendo una quimera para la mayoría de los países subdesarrollados de la periferia y de la semiperiferia (los países de la deuda) tanto como lo era antes de la también legendaria ?caída del socialismo?. La única diferencia es que ahora a esos países se les puede ofrecer con más seguridad un futuro como estados clientes y dependientes, fuente de mano de obra barata y de materias primas. Es un futuro calculado para templar los corazones de una supuesta burguesía compradora, las masas desempleadas y acosadas por la superpoblación todavía esperarán impacientemente la invención de algún sistema alternativo (para el cual 17. — BLACKI3URN es preferible que se encuentre otro nombre, sí ya no se le quiere llamar socialismo). En cuanto al propio comunismo, lo que se necesita afirmar es que los sucesos más recientes son debidos no a su fracaso, sino a su éxito. No fueron los economistas de izquierda los que alabaron el marxismo-leninismo y el estado de un solo partido como el vehículo para la industrialización acelerada de sociedades subdesarrolladas (ya fuera en el Segundo o en el Tercer Mundos). Es extra?o escuchar ahora a los historiadores de derecha asegurarnos que Rusia habría alcanzado mayores cotas de productividad si hubieran continuado los liberales. El hecho es que el estalinismo fue un éxito, llevando a cabo su misión modernizadora, desarrollando programas políticos y sociales de nuevo cu?o. No soy el único en se?alar —dejando a un lado, en primer lugar, la transformación industrial de una Polonia campesina en su mayoría— que Solidaridad no habría sido posible sin la concentración de fuerzas de trabajo frente a un solo patrón, bajo la forma del estado comunista. Pero, de una manera más general y con un acento más específico en la Unión Soviética, la negación de que el comunismo industrial se haya derrumbado será una paradoja sólo para aquellos que, como dijo Marx, ?creen que una vez existió la historia, pero que ya no existe?. Desde un punto de vista dialéctico, afirmar que algo es un éxito es también postular la emergencia de nuevas contradicciones, inherentes al mismo éxito. Esto es diferente, seguramente, al desorden que comporta un fracaso precoz. Es justamente tal emergencia la que tiene que ser afirmada con ocasión de los recientes sucesos, acerca de los cuales estoy de acuerdo ciertamente en que algo ha ocurrido, pero no exactamente lo que se nos ha dicho. Lo que ocurrió es que, repentinamente, todo el nuevo sistema mundial del capitalismo tardío (una repentina ruptura y expansión sin precedentes del antiguo sistema a escala mundial) se formó (o, mejor todavía, se anunció que se había formado) en términos tales que todas las partes constituyentes y los elementos salieron radicalmente reevaluados y modificados estructuralmente. Permítaseme a este respecto hablar de tres fenómenos o categorías económicas: la deuda nacional, la eficacia y la productividad. Una de las más misteriosas evoluciones ocurridas durante mi propia vida es el inexplicable tránsito de la riqueza a la pobreza de grandes naciones, las cuales esencialmente permanecen iguales en apariencia. En los sesen ta todo era posible, desde nuevas escuelas y proyectos de bienestar hasta nuevas guerras y armas; en los ochenta, los mismos países ya no pueden costear por más tiempo esas cosas y todo el mundo empieza a vocear nimiedades piadosas sobre la necesidad de equilibrar el presupuesto (unanimidad en los medios de comunicación, que precedió y formuló la quejumbrosa unanimidad sobre los temas actuales). Pero, como Heilbroner y otros han mostrado, no solamente sería desastroso pagar la deuda pública totalmente, sino que son principalmente otros países quienes nos obligan a equilibrar nuestro presupuesto, empezando por desconfiar de nuestro valor esencial y de nuestra solvencia. Un régimen fuerte, que disfrute de la confianza de su población, puede perfectamente emitir bonos y cubrir sus gastos, suponiendo que no esté obligado a preocuparse por su posición ante sus vecinos; pero esa preocupación es precisamente lo que está en juego cuando un antiguo estado-nación autónomo se encuentra en un sistema mundial en la forma actual. Lo mismo se puede decir de la eficacia (y fue dicho hace tiempo por Paul Sweezy y Harry Magdoff con ocasión de la Revolución china): incluso en situaciones de modernizacion, la eficacia en la produccion no es un valor absoluto e indispensable; uno puede, igualmente, imaginarse otras prioridades, por ejemplo, la educación o reeducación de los campesinos, o incluso, la educación politica de los mismos trabaja dores industriales, y su preparación para el cooperativismo Pero en un sistema mundial, las practicas industriales no competitivas —y las empresas concretas— se vuelven desastrosas, y hunden a un co lectivo revolucionario en un sordido status de Tercer o incluso Cuar to Mundo La productividad es, igualmente, el resultado de un mer cado unificado, como hace tiempo mostro Marx en El capital, no es un intemporal absoluto tampoco lo que es perfectamente produc tivo en una aldea o en una provincia aislada, manifiesta repentinamente un bajo indice de productividad cuando sus productos se comparan con los de una metropoli de un sistema mas unificado Esto es justamente lo que le sucedio a la Umon Sovietica y a sus estados satelites cuando llevaron a cabo el proyecto de unirse al mercado mundial capitalista, de unir su estrella o, mas bien, su carro, al reciente sistema mundial del capitalismo tardio, que se ha formado en los ultimos veinte a?os Tales eran las reflexiones en que se ocupaba mi mente cuando tuve ocasion de debatir con intelectuales de unos cuantos paises del ?Este?, en uno de ellos, relativamente neutral. El mismo día de lo que solía denominarse ?reunificación?, pero que en la actualidad, curiosamente, es meramente designado como la ?unificación? de Alemania, me detuve en el antes dividido Berlín. Me sorprendió la ansiedad de la gente, su falta de todo, fuera del entusiasmo más formal y oficial (la fiesta durante toda la noche y a lo largo de la ciudad se parecía mucho al Oktoberfest o a un largo y etílico fin de a?o norteamericano). También me sorprendió la consternación de los intelectuales de ambos lados: el disgusto de los berlineses del Oeste, a punto de convertirse en algo distinto de lo que ellos pensaban ser, es decir, sólo alemanes (es como si los neoyorkinos, de repente, se encontraran siendo parte de Ohio). El temor de los berlineses del Este, la mayoría de los cuales se encontraban ahora sin trabajo, cualquiera que hubiera sido su anterior empleo. En el antiguo Este, todos los institutos científicos habían cerrado; habían desaparecido las editoriales; repentinamente surgieron de la nada cafeterías de lujo, tras la reunificación monetaria; la gente con casas se preparaba para ser expulsada por los occidentales con reclamaciones de propiedad de hacía cuarenta y cinco a?os; los que vivían en pisos se preparaban para pagar alquileres triplicados o cuadruplicados. Los del Oeste se están enfrentando también a un prodigioso incremento de los alquileres y de otros gastos, ahora que los subsidios federales están a punto de desaparecer. Se proyecta que Berlín recupere la capitalidad, pero también será una ciudad azotada por el desempleo, cerca de la frontera oriental de la nueva Europa; una vez más, la ciudad de refugiados del Este, como en los días de Weimar: polacos, rusos, judíos rusos..., pero sin el reluciente y sospechoso brillo del Berlín de Weimar. Nadie parece querer pensar demasiado sobre Weimar en la actualidad. La más prestigiosa exposición de la ciudad, en la época de la unificación, era una enorme ?vida y época? de Bismarck. Mientras tanto, no parece irrelevante hacer una pausa en este cambio de sistema, del cual los alemanes del Este piensan que es una forma de colonización, y del que seguramente existen pocos antecedentes históricos, aunque sólo sea por el hecho obvio de que la propiedad social o socialista no ha existido con anterioridad a este siglo. Claramente, hay algo más en juego que el mero poder, el desplazamiento del personal del partido desaparecido por el del victorioso. Yo, incluso, sólo puedo pensar en una lejana analogía: a saber, la reconstrucción del sur de Estados Unidos tras la guerra de Secesión, en la que un cambio revolucionario de las relaciones políticas y de propiedad fue llevado a cabo por un victorioso régimen militar de ocupación. Lo que ocurre en la cultura y en la política tras este particular Termidor es contradictorio. Por ejemplo, se ha dicho’ de los actuales pintores ?neoexpresionistas? de Alemania Occidental que tuvieron suerte de tener a Hitler como una fuente inextinguible de materia prima. Si la guerra ha terminado definitivamente, el material está claramente desgastado, igual que el tan publicitado Muro. Los intelectuales de la antigua Alemania Occidental son gente sin vocación, vacilan en una búsqueda de estas o aquellas causas constantes y nimias; los intelectuales de Alemania Oriental, mientras tanto, están aturdidos (tienen que ponerse al día en sus lecturas de la Ale mafi Occidental), mientras que unas pocas almas valientes, como Heiner Müller o Christa Wolf, continúan defendiendo la plausibilidad de una idea ya derrotada, la posible autonomía cultural y polí tic de Alemania Oriental. El negocio, como siempre, significa la especulación de tierras y el desempleo; mientras que para los inte lectuale significa la búsqueda de nuevos temas e inspiración, y tam bié nuevas formas del perenne tercer partido. De los países de más al este sólo hablaré ahora de Yugoslavia, Bulgaria y la Unión Soviética; tres lugares muy diferentes, con preocupaciones relativamente distintas entre ellos, y también de lo que, de forma abusiva y por mor de las conveniencias, llamaré ?nosotros?, es decir, los norteamericanos. Que los tres están desigualmente obE sesionados con Stalin, su sistema o nomenklatura, no es tan natural ni evidente como pudiera parecer. Que están profundamente cong vencidos de que nosotros, en Occidente, no podemos entender nada, ? que no podemos, en el sentido más profundo de la palabra, ni siquiera comenzar a imaginarlo, es probablemente menos incomprensible, ya que en cualquier intercambio internacional serio es una táctica de apertura asentar la originalidad de las propias cartas. Sería contraproducente reconocer que el otro contrincante ya sabe por adelantado todo sobre ti. Desafortunadamente, el anticomunismo 1. Por Christo; lo que piensa de la deuda con Stalin de la pintura reciente soviética no está recogido, pero una postura similar se convierte en un verdadero manifiesto en el libro de Boris Groys, Gesamtkunstwerk Stalin. de la guerra fría ha suplido todos los estereotipos posibles e imaginables sobre esos modelos a lo largo de los últimos cuarenta y cinco a?os, más especialmente en los a?os cuarenta y cincuenta; así que la verdad experimentada en el Este parece ahora indistinguible, no solamente de los lugares comunes y falsificaciones de los medios de comunicación, sino de los modelos más viejos de la guerra fría. Aquí también, pues, el lenguaje y la representación intervienen para complicar las formas más simples de comunicación: cuanto más adaptan sus verdades al lenguaje orwelliano, más aburridas nos parecen; cuanto más queramos expresar nuestras verdades, incluso en las formas más débiles del lenguaje marxista, como el de la simple socialdemocracia o incluso del estado del bienestar, la justicia social o la igualdad, más rápidamente se desconectan los audífonos de los del Este. Pues es el lenguaje mismo, y no sólo las palabras sueltas o el mensaje, lo específico de cada situación. En Occidente, el marxismo como código todavía despierta un cierto número de oposiciones específicas: todavía se mantiene el escepticismo hacia cualquier apología liberal de la prosperidad universal, de la igualdad social y de la democracia política; la falta de fe hacia las ventajas para la colectividad de la producción por el beneficio y, específicamente, de las posibilidades de formación de las ?minorías? ya sean internas o externas; una aversión por el nuevo estilo empresarial (o, por la cultura empresarial, que a veces puede fascinar de forma ambivalente) o, para decirlo de forma positiva, una convicción profunda en que el sistema mismo, como estructura, no puede ser transformado, ni en el sentido piadoso tradicional y liberal ni en su variante posmoderna cínicamente optimista. En Occidente, pues, el código marxista es todavía la referencia última de un lúcido y rebelde pesimismo sobre el mismo sistema; un sistema que produce miseria social como subproducto necesario y que va a la guerra guiado por un impulso irresistible del que no es ni siquiera consciente. Pero en el Este, este mismo código significa autoridad, estado y policía; intentar cambiarlo significa entrar en una discusión, en primer lugar sobre por qué necesitamos utilizarlo; los occidentales empiezan a comprender el hecho de que, como una cuestión de higiene básica, la gente en el Este todavía piensa en términos marxistas sin necesidad de decirlo. Están más interesados en desarrollar una variedad de leyendas y personajes (como la imagen de paralización bajo el socialismo, un estereotipo de la literatura más reciente), que hacen referencia, en su mayoría, al mismo Stalin. Parece vital para la gente afirmar que él encarnaba todo un sistema, lo cual equivale a decir, ante todo, que las explicaciones históricas del estalinismo mediante la contingencia y la dialéctica son absolutamente indeseables (el embrión estaba ya formado en Lenin, si no en Marx) y, por lo tanto, que lo que existe en el capitalismo, bautizado popularmente como ?sociedad civil?, no es un sistema, sino simplemente la vida misma, la vida natural, en sus dos principales subvariedades: privada y pública. La moderna concepción occidental de que la sociedad civil, en este sentido, puede estar llegando a su fin en el Occidente mercantilizado, que ya no poseemos una esfera pública en el sentido clásico, ni tampoco una privada, no podría ser dada a entender, ni siquiera con las etiquetas teóricas más de moda ni con sus florituras. Pero en la actualidad es más interesante lo que Stalin significa. Ya no es especialmente el terror o la violencia, sino otras tres cosas, cada una de las cuales nos puede sorprender por su singularidad: colectividad, utopía y modernidad. Una de las se?ales de la omnipotencia de los medios de comunicación, incluso en sus manifestaciones más rudimentarias, es la forma en la que, para los intelectuales del Este, la palabra ?utopía? ha tomado el sentido que las pala bra ?totalidad? y ?totalización? tienen para nosotros, aunque, sin duda, en círculos más limitados y por razones distintas. La idea grotesca de que Stalin representó el proyecto más ilustrativo del impulso utópico; que sus razones, motivos y proyectos más profundos eran utópicos en el sentido más puro (aparte de ser ocasional y aberrantemente comparado con Hitler a quien, con toda seguridad, no podía iluminar una idea de utopismo), es ahora un principio dogmático incuestionable. No se obtiene ningún provecho se?alando que la utopía, o el ?derecho a la pereza? de Lafargue, no es compatible con el trabajo forzado y la acumulación primitiva en la temprana modernización e industrialización; el fondo de la cuestión no tiene nada que ver con los hechos, sino con el deseo de los intelectuales e ideólogos de elaborar un modelo sin fisuras de valores y posiciones ideales, en el cual cada uno lleva automáticamente al resto, clásica moda idealista o incluso religiosa. La historia y los hechos deben, una vez más, ser excluidos de esos tipos ideales de moralidad, ?sistemas totalitarios? éticos que desde las religiones éticas son el método preferido por los intelectuales para reflexionar sobre los hechos. Es decir, sistemas idealistas que convierten los acontecimientos, primero, en ideas antes de producir lo que parecen explicaciones inexpugnables, pero que son, de hecho, elaborados refritos de nuestros viejos amigos, el Bien y el Mal. Parece que el viejo materialismo todavía tiene tarea para romper —a pesar de sus contingencias, discontinuidades, peripecias y lapsus dialécticos— con tales visiones moralizantes de los ?sistemas totalitarios? históricos que funcionan en nuestro aparentemente postidealista y posmoderno filosofar y teorizar; en gran parte, lo mismo que con las nuevas religiones antiutópicas del Este. En una época en la que en Occidente la filosofía hegemónica ha proclamado el fin, si no la muerte, del sujeto, o del sujeto centrado; el antiguo individuo interior, la personalidad única, ya que no el genio individual —cuando grupos marginales o sometidos de Occidente están hablando de la recuperación de las identidades locales colectivas, la cual parece ofrecer los múltiples matices del mismo ?sujeto? supuestamente desaparecido a un nivel individual—, lo interesante es el sentido, en el antiguo Este soviético, del fracaso del sujeto individual para constituirse en primer lugar (me recuerda a un colega japonés quien se?aló que ?nosotros —los japoneses— nunca tuvimos necesidad de la deconstrucción, porque nunca tuvimos sujetos centrales para empezar?). La ausencia de un periodo de individualismo, escenificado con toda la pérdida y el patetismo de un proyecto habermasiano inconcluso, es reforzada con la visión tenebrosa del cuerpo colectivo estalinista, bajo la hegemonía del cual, como dice un teórico: ?los cuerpos no pueden existir separados?; o, como expresa el gran escritor utópico soviético Andréi Platonov, donde las miserias de la hambruna y la guerra civil llevan a los cuerpos individuales a api?arse para calentarse. El estalinismo es, por lo tanto, la maquinación o estrategia deliberada con la que se somete a ese cuerpo colectivo mediante la fuerza y el terror; la razón, es, por supuesto, difícil de decir sin una cierta dosis de paranoia, incluso si uno mismo no suscribe la tontería de Orwell: ?el poder es lujuria?. Gran parte del presente antiutopismo me parece, como ya he dicho, derivado del más banal anticomunismo occidental, consolidado como retórica en los a?os dorados de la década de los cincuenta; de cualquier manera, el aspecto del cuerpo colectivo me parece CONVERSACIONES SOBRE EL NUEVO ORDEN MUNDIAL 265 parcialmente original, o por lo menos, no ha sido nunca acentuado o resaltado de esa forma por los ideólogos de la guerra fría. Si se equivocaron al hacerlo fue, probablemente, porque en Occidente una visión de ese tipo ha tendido a poseer tonos utópicos, pero utópicos en el buen sentido, no en el malo, estalinista y del Este. Dejemos aparte la psicología social o la naturaleza humana y bajemos el tono a una forma más banal de sentido común psicológico: no me parece sensato que la gente que sufre de un exceso de individualismo y anonimato se sobresalte únicamente ante tales visiones de vida colectiva compensatoria; mientras que otros, que han sido api?ados para darse calor durante un largo periodo, sin una habitación propia, como alguien dijo en una situación análoga, podrían naturalmente desarrollar terror en situaciones cotidianas, y podrían suspirar por una pizca de privacidad tanto como por la propiedad privada del ego individual o individualista. Es más, los participantes rusos en nuestros debates se mostraban muy abiertos sobre esta motivación experimental tras el ostentoso concepto o valor llamado antiutópico. Esas connotaciones, y las más profundas e inconscientes representaciones familiares e infantiles que las acompa?an en forma de afecto, no son todavía, en mi opinión, posturas políticas o sociales, sino defensas libidinales movilizadas en cualquier lucha política o de clases (por cualquiera de las partes, debería a?adir). Pero para nosotros, en Occidente, tal vez sea más interesante contar esa historia de otra forma, una que anticipe más oposiciones fundamentales entre el Este y el Oeste, de las cuales hablaré a continuación. Pues la versión estadounidense del hacinamiento, la gran crisis colectiva de los a?os treinta en Norteamérica, que ofrece un equivalente al hambre, a la guerra civil y a la colectivización forzada de la Unión Soviética, fue por supuesto la Gran Depresión. De forma simbólica, la Depresión significó para nosotros, no sólo el hacinamiento, sino también el empobrecimiento y la pérdida de objetos. Por lo tanto, resulta ?natural?, una cuestión de ?sentido común?, que, cuando los a?os treinta terminaron y tras la gran experiencia de la segunda guerra mundial (único momento verdaderamente utópico en la historia norteamericana) y el periodo del boom de 1947-1948, cuando acabaron los racionamientos y todos los productos de la posguerra empezaban a ser comercializados, se produjera una violenta reacción contra el trauma de la década anterior. Ahora el horror de la vida colectiva es compensado psicológicamente por la individualidad del consumismo, por una red de seguridad compuesta por comodidades y nuevos objetos de todo tipo. El consumismo en este sentido, no está en la naturaleza humana, como tal; la pasión por el consumismo es una experiencia histórica, norteamericana, que ha sido materializada y después proyectada al resto del mundo como un valor, despojada de su significado simbólico y transformada en algo que parece atributo de una naturaleza humana eterna. Por lo tanto, parece igualmente ?natural? el que una generación de los a?os sesenta pos-Eisenhower se enfrentara a esta posición contra la colectividad, so?ando y generando nuevas formas de solidaridad, frente a las cuales la presente generación de yuppies aparece como su plena reacción histórica. Esta manera históricamente simbólica de alternancias generacionales es, por supuesto, también la forma en que deben entenderse el sentimiento antiutópico y el horror a la colectividad de los del Este. La otra característica del presente sentimiento antiutópico soviético o del Este que me sorprende como realmente original tiene que ver con la estética y con el modernismo; es una postura que ha sido desarrollada programáticamente por Boris Groys, en su excelente libro Gesamtkunstwerk Stalin.2 La idea (es una revisión chocante y perversa, históricamente audaz, una fresca narración histórica y escandalosa, que debería ocupar el lugar de algunas más viejas y aburridas, según las cuales se ha relatado el auge del modernismo estético) consiste en equiparar dos cosas y periodos considerados antitéticos: las grandes vanguardias de la revolución cultural soviética y la sombría hegemonía de un realismo socialista normalizado y estereotipado en el periodo de Stalin. Estos dos periodos pueden, para nosotros los occidentales, corresponderse con el reemplazo de las grandes vanguardias estéticas de las artes visuales por la primacía de Hollywood y la cultura de masas; y, en efecto, una revisión previa y muy interesante de la historia del arte Soviético ha sido ya ofrecida por Katarina Clark en su versión de que, en la URSS, el realismo socialista es cultura de masas como tal. Pero para Groys y su generación (y no pretendo atribuirle a él personalmente una postura que ahora parece normal entre la intelligentsia soviética en general) estos dos periodos no deben verse como ruptura, sino como continuidad. Para ellos, el realismo socialista, el estalinismo y Sta- lin mismo, como una obra de arte total wagneriana, son la continuación de los más avanzados vanguardistas por otras razones. Stalin es el verdadero sucesor de Malevich; lo que el último fue incapaz de llevar a cabo mediante la autoridad y la dictadura en el místico terreno del espíritu, el primero lo llevó a cabo en el terreno de los cuerpos en el mundo real. Ya se ha dicho de Hitler (por Syberberg) que es el más grande productor de cine del siglo xx; de todas formas, ahora se ve el sistema estalinista como la realización de todo lo dictatorial y utópico del proyecto más avanzado de los modernistas. El Gulag se convierte en el verdadero Livre, o Libro del Mundo de Mallarmé, y la vida cotidiana sufre bajo el peso de una fusión definitiva de la estética y de la política que los futuristas y surrealistas sólo podían imaginar en la guerra o en los sue?os. Sea posmoderna o no esta postura, implica el más completo rechazo de los valores del modernismo más vanguardista que jamás haya sido articulado en la era posmoderna. Una vez más, es la vieja idea de Edmund Burke sobre los males de la intencionalidad, el da?o hecho por los planes y la planificación, la sumisión de todo lo existente y contingente al único globalizador Deseo del genio individual, que es el pecado original de Joyce y Zhdánov; de Mallarmé, Picasso o Schoenberg; de Yezov y Vishinski; de Ulbricht y de Gottwald y, en efecto, del mismo Lenin. Este parecería un tema propicio, en pleno posmodernismo occidental, para un diálogo Este-Oeste, si se sobreentiende que el argumento occidental acerca de tales asuntos debería comenzar con la observación de Galbraith de que el equivalente capitalista de la planificación se llama oligopolio, y que el Occidente capitalista no es menos una obra de arte, no está menos sujeto a la decisión empresarial que el deseo arbitrario, plano, aislado y no democrático del Este estalinista; salvo que para nosotros lo que funciona no es el Politburó, sino la decisión de las grandes empresas y de los negociantes modernistas o posmodernistas. Si usted siente, por ejemplo, que la libertad tiene algo que ver con la inmunización contra las decisiones arbitrarias de otras personas, casi siempre invisibles y desconocidas, qué hace con ese idioma estúpido, el inglés norteamericano, que incorpora decisiones de despacho transcritas a taquigrafía y lemas publicitarios, políticos y cotidianos, tales como el ?estilo de vida?, ?no fumadores?, ?preferencia sexual?, o conceptos verbales mucho más cargados filosóficamente como ?antiesencialista? o ?to 2 Hanservelag, Munich, 1988. 268 DESPU?S DE LA CA?DA talización?. Que tales decisiones lingüísticas sean tomadas por una cultura corporativa hegemónica, esencialmente con una orientación liberal, no las redime más de lo que redimió a Stalin el sabor cultural a Marx. (La explicación, de todas formas, podría tener algo que ver con la disponibilidad, para los conservadores y reaccionarios, de un lenguaje o código más antiguo, ya existente para tales asuntos; pero en la posmodernidad, son conducidos, a pesar de ellos mismos, a un aprendizaje del neologismo corporativo.) Pero incluso argumentos de esta clase —no digamos ya diálogos— son difíciles de mantener ante nuestros colegas del Este; la dificultad no está siquiera relacionada con dudas elementales de información en ninguna de las partes; como cuando nuestros amigos del Este rechazan creer que los norteamericanos organizaron el derrocamiento de Allende o dudan (quizá con razón) que podamos llegar a entender completamente lo que era vivir con Stalin o Brezhnev. El problema principal, más bien, se encuentra en la total disparidad o inconmensurabilidad de los términos explicativos en los cuales cada bando busca encasillar su discurso. Para decirlo brevemente, el Este desea hablar en términos de poder y opresión, y Occidente en términos de cultura y adaptación. En realidad, no existen denominadores comunes en esta contienda inicial de reglas discursivas y terminamos con la inevitable comedia de cada bando murmurando respuestas irrelevantes en su propio lenguaje favorito. Pero esto resultaría también angustioso sólo si se imaginara que una comunicación sin interferencias entre varias situaciones nacionales y colectivas fuera, en primer lugar, posible. Pero con lo que es llamado, eufemísticamente, ?nuevo orden mundial?, podemos observar el retorno de todos los estereotipos nacionales (los nacionalismos y nuevas revitalizaciones étnicas están incluidos en este proceso) y también una inversión casi lacaniana de fantasía en tales imágenes del Otro colectivo, acerca del cual es esencial entender algo: que nunca podemos estar sin ellos; y que nunca pueden ser precisos, ni siquiera ?corregidos? (signifique lo que signifique); como las lecturas y las interpretaciones erróneas, son necesaria y estructuralmente distorsionadas. El diálogo mundial siempre es, en ese sentido, una fascinación de cada uno con lo que el otro no quiere ser. En todo caso, nuestro propio rechazo (occidental) sonaría a algo CONVERSACiONES SOBRE EL NUEVO ORDEN MUNDIAL 269 así: el superestado, esa fuerza enormemente poderosa e inconsciente, inocente en la tragedia o en la historia, profundamente hipócrita en su herencia moralizante protestante, y tan peligroso para otros como un equipo de rugby o un cerco de maleantes combinados, estos Estados Unidos son ahora, tras la repentina desaparición del contrapeso soviético, tan amenazantes para el mundo exterior como un ca?ón descontrolado. Aunque las diferencias de principios con el sistema soviético ofrecían una seguridad que la afinidad sistemática con otros poderes apenas puede alcanzar, uno puede, a pesar de todo, haber sentido que la emergencia inminente de los otros dos nuevos superpoderes (la Europa post-1992 y Japón) crearía algún tipo de equilibrio de poder en el que la irresponsabilidad norteamericana podría ser contenida, con garantías. El reciente conflicto del Golfo, de cualquier manera, no confirma esta idea optimista; mucho menos favorable todavía es la unión cultural misma. Solíamos hablar, ahora hace ya tanto tiempo que parece otra época, acerca de algo llamado ?imperialismo cultural?; era aparentemente concomitante con imperialismo real, parecido a un cargamento de latas de películas de Hollywood y cajas llenas de éxitos en cintas de cassette cargadas en las lanchas ca?oneras. Pero es una característica peculiar de tal lenguaje —que confirma de muchas maneras la propia dialéctica— que cuando su contenido se satisface a sí mismo y cada vez crece más verdadera y completamente realizado, su forma se deshace, como si las palabras en las que fue originariamente formulado hubieran sido una mentira todo el tiempo i sin que nos diéramos cuenta de ello. Así sucedió con ese medio de modernización llamado hace a?os americanización: a medida que el proceso se desarrollaba con mayor fidelidad cada vez, el término parecía más erróneo e insatisfactorio, siendo, a la larga, reemplazado por la palabra ?posmodernismo?, la cual todavía lo dice todo, pero también parece anular el primer intento de nombrar al sistema. Algo así me parece que ha sucedido con la idea del imperalismo cultural. No es falso, de hecho es más verdadero que nunca, ha abierto violentamente el capullo muerto de su antiguo nombre y ha extendido sus glamorosas alas en un nuevo cielo, al cual oscurece con toda la ansiedad devoradora de una plaga de langostas. Pues en la era de las posmodernas estrategias del marketing mundial y del tan cacareado ?posfordismo?,3 la tiranía del producto más antiguo, la violenta estandarización e imposición de la mercadería norteamericana (ya sea leche en polvo, champú, programación televisiva de los a?os cincuenta o sistemas armamentísticos) parece llegar a un fin, y una nueva flexibilidad, difícil de reconciliar con la dominación o la hegemonía está a la orden del día. De la misma forma, el propio ?pluralismo?, ya sea un eslogan social o político o un hecho de vida teórica y filosófica, parecería ser un reflejo fiel y superestructural del posfordismo; de cualquier manera, une los fenómenos imperialistas y de dominación mucho más intrincadamente con las estructuras del mercado, convirtiendo lo que era una especie de violencia bastante abierta y evidente en complejidades sutiles y metafísicas. La antigua pregunta marcuseano-platónica sobre la falsa felicidad, pues, retorna, como si —en la forma que adoptó en los a?os sesenta— hubiera sido una mera anticipación de nuestros propios y aparentemente nuevos y originales problemas culturales y políticos. El hilo conductor ha de ser el papel del poder corporativo en Estados Unidos de América (llamado algunas veces, de forma vaga e inexacta, multinacional). Algo me recordó vívidamente un viaje anterior a un nuevo proyecto en la costa de Rotterdam, del que los planificadores de la ciudad se sienten muy orgullosos, para sustituir las ahora decadentes instalaciones de los muelles y del puerto (modernos más que posmodernos) por un nuevo complejo de viviendas, 3. Retratado con maestría por Robin Murray como sigue: ((Al contrario que los comercios de precio reducido, que están limitados a unos cuantos productos de venta rápida, Sainsbury, como las nuevas tiendas de las calles importantes, puede manejar una gran variedad de productos dirigidos a segmentos del mercado. La compartimentación se ha convertido en el lema de las calles principales. Los investigadores de mercado desglosan el mercado por edad (adolescentes, jóvenes adultos, ?poder gris?), por estilos del hogar (parejas sin hijos, parejas del mismo sexo, familias monoparentales), por ingresos, trabajo, tipo de vivienda y, cada vez más, por higa- res. Analizan los modos de vida correlacionando los modelos de consumo de la mercadería, desde la comida hasta la ropa, desde la salud hasta las vacaciones... Las regiones manufactureras de más éxito han sido las que han conjugado sistemas de fabricación flexibles con una organización innovadora y un gran énfasis en el dise?o y en la calidad media. Parte de la flexibilidad se ha obtenido mediante nuevas tecnologias y la implantación de máquinas programables que pueden variar de producto a producto con un mínimo esfuerzo y casi sin tiempos muertos. La planta automática de tinte de Benetton, por ejemplo, permite cambiar los colores en consonancia con la demanda?. ?Fordism and Post-Fordism?, en New Times, Stuart Hall y Martin Jacques, eds., Lawrence & Wishart, Londres, 1989, pp. 43-44. oficinas y edificios recreativos. Se sacará dinero de esa nueva ?colonización interna? urbana, seguro, pero la planificación controlada centralmente está, de hecho, dirigida a evitar el desastre de los muelles de Londres (un ejemplo verdaderamente horrible de ?desregulación? y de profanación del espacio urbano por los especuladores) y es, asimismo, mostrado por y para los estudiantes de arquitectura como otro ejemplo de la forma en que el edificio ?único? ha sido reemplazado en nuestra época por una estética de conjunto de un estilo no visto desde la época de Haussmann. De ese modo, con la sorpresa más desagradable, el observador norteamericano descubre el papel de la corporación Rouse en todo esto; los consejeros norteamericanos cumplen ahora la misma tarea en el desarrollo pos- moderno cultural del mundo que sus expertos colegas han cumplido en las técnicas contrarrevolucionarias y en el entrenamiento de fuerzas policiales locales. Que este grupo, cuyas credenciales se exhiben en el puerto de Baltimore y que, supuestamente, tiene relaciones extrechas con el imperio Disney, sea el motor de un proyecto en el Viejo Mundo en vísperas de la Europa unida, sería seguramente chocante para cualquiera que todavía se aferre a una noción rudimentaria de autonomía cultural. Sin mencionar el hecho de que los rusos y sus amigos, incapaces de dise?ar una habitación correcta de hotel, se vieron obligados a acudir a los Hilton para consejos elementales —teso sólo probaba la bancarrota del socialismo! Pero aquí, la más antigua cultura burguesa de Europa, presumiblemente todavía un prototipo digno para todo lo que supone ser característicamente europeo en estilo y Weltanschauung, en la vida cotidiana, en actitudes sociales y en prioridades, se destapa declarándose tan en bancarrota cultural en la edad posmoderna, como para estar obligada a acudir a los hombres de negocios y dise?adores de marketing de un nuevo mundo ya más viejo que ellos, para completar a Rembrandt con Walt Disney, y los grandes proyectos de viviendas sociales de los a?os veinte con Epcot y Horton Plaza. ?Puede mantenerse una esperanza de autonomía política y económica en la nueva Europa cuando (a pesar de las orgullosas exposiciones itinerantes nacionalistas de mega-arte de las distintos estados-nación europeos) la autonomía cultural ha demostrado ser un estrepitoso fracaso? Esa última esperanza, que en arquitectura se denominaba ?regionalismo crítico? y que prometía por lo menos un intento de resistencia de los estilos locales y nacionales a la nueva 272 DESPU?S DE LA CA?DA americanización mundial, ?está todavía vigente en una época en que cualquier norteamericano posfordista transnacional que se precie comprende la importancia de empaquetar el producto en el adecuado color local y estilo nacional? En la actualidad, el imperialismo cultural se centra en la exportación de expertos; ni siquiera la tradición nacional se encuentra a salvo de ellos si ganan, pero ?podemos pensar todavía en su derrota? Para aquellos que puedan pensar que todo esto es pesimista, puedo recordar sutilmente que no necesitamos abandonar a Nietzsche al enemigo, sino, más bien, encontrar nuestro propio consuelo en su profunda convicción de que sólo el pesimismo más profundo es el origen de la fuerza genuina. Debemos ser profunda, incansablemente pesimistas con este sistema, igual que mis amigos del Este lo fueron con el otro; sólo para aquellos que no oponen ninguna objeción a ser usados y manipulados está recomendado el optimismo, incluso en su forma más débil. Marzo de 1991 LYNNE SEGAL ?LA IZQUIERDA DE QUI?N? EL SOCIALISMO, EL FEMINISMO Y EL FUTURO* Las generaciones políticas aparecen y desaparecen a una velocidad sorprendente. Hace treinta a?os, como anarquista en ciernes y estudiante radical de los a?os sesenta, compartí con otras personas de mi generación y clase una política de antiautoritarismo y amor libre generalizados. En aquel momento, en Australia, recién salidos del conformismo rígido de la guerra fría, ese tipo de política no parecía tan mojigata como hoy. El partido comunista estaba totalmente prohibido, como lo estaban James Joyce, James Baldwin y cualquier intento de llamar al sexo por su nombre. A la gente de J color no se le permitía la entrada en Australia; a los negros austra liano se les negaban derechos legales, incluso el derecho al voto, y la devoción hacia la monarquía; el matrimonio y la hipocresía máxima se mantenían como un sacrosanto derecho adquirido al nacer. Leímos a Reich, Nomad y Bakunin, manteniéndonos al margen —extra?amente— de cualquier tradición socialista más sólida. Diez a?os después, el anarquismo estudiantil se transformó rápidamente en el socialismo libertario, con más conciencia de clase y antiimperialismo, de los setenta. Ya en Gran Breta?a, me uní a aque lbs intentos de ganar ?poder para el pueblo? en las calles de Lon dres, en las luchas locales del momento. Y como madre soltera y * Este artículo es una versión ampliada de un discurso ofrecido en el Congreso de Filosofía Radical, ?Valores, Resistencia y Cambio Social?, en la Politécnica de la Central de Londres, en noviembre de 1990. 18. — BLACKBURN cómica reliquia colonial descubrí justo a tiempo el movimiento de liberación de la mujer, entonces estrechamente unido al socialismo alternativo o libertario. Han pasado dos décadas más y es duro, en efecto, para los socialistas y los activistas de los sesenta y los setenta contemplar la muerte de nuestro propio y único apogeo (y el de la izquierda, aunque esperemos que en el caso de ésta sea más cíclico). Actualmente, la depresión, el cinismo o los giros políticos son difíciles de evitar, incluso sabiendo que no somos los primeros —y no seremos los últimos— en enfrentarnos a la derrota y el retroceso caótico de los ideales, actividades y estilos de vida, que transformaron y dieron sentido a nuestras vidas. La depresión golpea con mayor dureza cuando la debilitación de las antiguas luchas y aspiraciones empieza a sentirse como una derrota personal, acabando, a menudo, con las amistades, las actividades compartidas y la apertura de espacios públicos, tan necesaria para la supervivencia de cualquier tipo de optimismo en el futuro. La emoción de creer en la posibilidad de una acción colectiva para el cambio ha sido sustituida por el pesimismo de contemplar que tales luchas han desaparecido de la historia; una desaparición que no sólo se deriva de los medios de comunicación principales, sino también de sectores de la izquierda, ocupada en cambiar nuevas ideas por viejas, o renegando, desmemoriada, sobre el cadáver del socialismo soviético. SOCIALISMO LIBERTARIO No obstante, durante más de tres décadas y media, la mayoría de los socialistas occidentales han batallado no sólo contra las consecuencías destructivas del desarrollo capitalista, sino también contra el estalinismo, los regímenes sofocantes y autoritarios de tipo soviético, o el socialismo burocrático. Y ahora, justamente cuando en Gran Breta?a hay más gente que parece ser consciente de algunos de los problemas que comportan las desigualdades toleradas —en realidad promovidas— por el mercado libre e irrestricto del thatcherismo —aunque sólo sea para aceptar un cambio mínimo hacia Major— y justamente cuando en el Este el estalinismo está finalmente en retirada irreversible, aquellos que trabajaron con más fuerza y por más tiempo por un socialismo más democrático parecen más silenciados que nunca. Diez a?os de derrotas en casi todos los esfuerzos igualitarios y colectivistas han provocado que muchos de nosotros, los izquierdistas, caigamos bajo nuestras propias espadas, o caigamos —algunos para no levantarse más— en el diván del psicoanalista. La resonante victoria de la alianza conservadora en la Alemania del Este, único país del bloque soviético que parecía tener una oposición de izquierdas en Nuevo Forum, ha sido considerada por muchos, de un extremo al otro del espectro político, como la prueba de que ningún tipo de socialismo tendrá nunca atractivo popular. De hecho, Nuevo Forum, una alianza heterogénea de activistas por la paz, el medio ambiente y los derechos humanos, a la sombra de la Iglesia, nunca se organizó como una oposición política y, mucho menos, socialista. Su reciente y espectacular vaivén nos dice mucho acerca del aislamiento extremo de los disidentes intelectuales en la Alemania del Este, así como de la eficacia de cuatro décadas de gobierno estalinista en el descrédito y el empobrecimiento generalizados de los valores e ideales socialistas y democráticos. Lo que inspiró el aumento del radicalismo occidental en los sesenta, el cual engendró a su vez, uno tras otro, el feminismo y otros movimientos de los setenta, nunca fue ?el socialismo realmente existente?. Todo tipo de anarquista, so?ador, utópico, sindicalista, trotskista, pacifista, revolucionario, reformista y partidario de la tercera vía, aparecieron en la escena radical metropolitana de aquel momento, pero raramente se encontraba un estalinista, un ?socialista? partidario de la economía dirigida, la criatura cuyas aspiraciones y creencias tipifican hoy, al parecer, el ?socialismo? mismo, a pesar de que todos eramos conscientes de su existencia El antiestahnismo era nuestro lugar común, el punto de partida para todos, el aire que respirabamos El miembro del ?partido? tenia, y sigue teniendo para mí, algo de rompecabezas: crítico de las sociedades soviéticas, comprometido con una transición democrática, pero, hasta hace poco ? (antes de que algunos, como Gorbachev, se descolgaran como aliados incondicionales del mercado), todavía preparado para defender los obviamente poco prometedores y autoritarios regimenes sovieticos antidemocráticos. La izquierda leninista y la socialdemócrata compartian la creencia de que a sus propios partidos (a pesar de reflejar las jerarquias de raza, sexo, y sobre todo de clase existen tes) se les podria confiar la administracion de un estado centrahza do en interés de todo el pueblo trabajador y sus dependientes; los primeros, tras la revolución, los segundos, mediante una elección. Fueron precisamente esas ideas vanguardistas y burocráticas, precisamente esas estructuras jerárquicas y centralizadas, las que fueron rechazadas por escritores de la New Left, como E. P. Thompson, Raymond Williams y Stuart Hall, a finales de los cincuenta, así como por los nacientes movimientos sociales de finales de los sesenta, siendo el mayor y más influyente, por supuesto, el de la liberación de la mujer. En lugar de eso, buscaron estructuras más comprometidas y participativas de organización y de práctica, que dotaran de poder al pueblo en sus comunídades y en sus puestos de trabajo. Para un sector de proporciones considerables de la izquierda independiente o no alineada que floreció en Gran Breta?a en los a?os setenta, influido y a veces solapado por el movimiento de la mujer y otras luchas de liberación, ?la democracia? (actualmente una palabra de moda) fue un fetiche: los comités de gestión tenían que rotar regularmente, las especializaciones tenían que ser compartidas para evitar el crecimiento de la burocracia, los comités buscaban igual representación de hombres y mujeres, y se daba una discusión interminable sobre el problema de la poca representación de los negros, la clase trabajadora y otros grupos subordinados. En realidad, si lo hubo, el problema de esta parte de la izquierda fue la falta de compromiso para elaborar tipos de planificación económica centralizada viable (expresión en boga hoy en día) y con capacidad de respuesta, o para construir estructuras nacionales capaces de proveer apoyo a largo plazo a iniciativas de base popular. La causa socialista se mantiene tan fuerte como siempre para algunas formas de propiedad pública, aunque sólo sea porque, a pesar de los errores del pasado, sólo ella ofrece las mayores posibilidades para utilizar los recursos y el trabajo de maneras que son más igualitarias, innovadoras y tolerantes. Los ideales de participación democrática de la izquierda libertaria nunca tuvieron un atractivo para las masas, pero desempe?aron un papel crítico en la agitación de la base popular sobre una serie de lo más variado de necesidades e intereses populares a lo largo de los a?os setenta. Ya fuera haciendo campa?a sobre temas concretos, encabezando manifestaciones para establecer centros de información y de recursos locales, creando asociaciones de vecinos o cooperativas de trabajadores, intentando cambiar políticas locales o na E SOCIALISMO, EL FEMINISMO Y EL FUTURO cionales o apoyando luchas internacionales, los problemas de aquella izquierda fueron muchos. Pero nunca fue un problema la adopción de ideas o prácticas coactivas, burocráticas o economicistas. Y, a pesar de que a menudo los objetivos tuvieron escasa relación con los logros, no lo fueron tampoco la ignorancia o la despreocupación acerca del dominio masculino, los privilegios de clase, el racismo, la homofobia u otras formas de invalidación y exclusión largamente asociadas con un movimiento obrero y una política de partido de izquierdas más tradicionales. Hacia el final de los a?os sesenta, esta izquierda, que había ensanchado sus propias agendas socialistas para incluir relaciones personales e identidades sociales, se enfrentaba a problemas crecientes, fomentando el apoyo y manteniendo el optimismo frente a la combinación de obstáculos que la aplastaban: la recesión económica y la derecha en el poder. Fueron las crecientes dificultades de encontrar estrategias para superar la fragmentación y para formar nuevas alianzas las que iban a conducir a muchos a un compromiso más cercano con los engranajes del gobierno local y otras instituciones durante los ochenta, eliminando la desmoralización ante la decadencia de las bases de trabajo autónomas u otras formas de contacto dentro de las estructuras del estado o, tal vez, de los sindicatos. Estas debilidades internas en el socialismo libertario, que contribuyen a su incapacidad para oponerse a Thatcher tienen que ser estudiadas. Pero lo que hemos visto, en lugar de ello, por ejemplo, en la ?nueva política? de Marxism Today es meramente la eliminación de sus innovaciones e influencias (reconocimiento total de grupos autónomos, escenarios múltiples de opresión, rechazo del vanguardismo y el autoritarismo), desde el sucio terreno del compromiso político hasta las aguas más tranquilas y los espacios más agradables de los estudios culturales. UN OLVIDO INTENCIONADO Y DELIBERADO ?Con el ataque de la recesión económica, la izquierda libertaria murió a principios de los ochenta?, declara Jonathan Rutherford en su introducción a la última colección de ensayos de Lawrence y Wishart, Identity) Pero el entierro que hace Rutherford de esta particular tradición socialista es prematuro y en realidad orientativo del mismo problema al que se enfrenta. De principios a mediados de los ochenta, se vio un resurgimiento de ideas alternativas de izquierdas comprometidas con la creación de estructuras y recursos para la democracia de las bases populares y el reconocimiento de la diversidad de los grupos subordinados, finalmente empezando a influir en la corriente central de la izquierda del Partido Laborista y el movimiento obrero. Sería absurdo ignorar los problemas o exagerar la importancia de la explosión de creatividad y de esperanzas democráticas e igualitarias que se levantó cuando, por ejemplo, la izquierda laborista tomó el control del GLC (Greater London Council) en 1981 y abrió sus puertas a la discusión directa con grupos de negros y de mujeres, sindicalistas o asociaciones de vecinos, buscando la canalización del poder y los recursos institucionales hacia sectores marginados y desfavorecidos, organizándolos en su propia defensa. Pero es aún más absurdo ?olvidar?, en unos pocos a?os, que se hicieron esos intentos. Un olvido intencionado, deliberado. La unidad político-económica del GLC bajo Robin Murray fue, paradójicamente, la primera en teorizar sobre el posfordismo en Gran Breta?a, cuando se organizó ambiciosamente para encontrar maneras de respaldar formas de producción industrial alternativa viables que pudiesen, mediante la adopción de prácticas de empleo más humanas, creativas e igualitarias, por lo menos sobrevivir a los rigores de la competencia multinacional. No podemos evaluar el destino final de estas iniciativas, ya que en unos pocos a?os el GLC y sus unidades políticas fueron cerrados. A mediados de los ochenta, los lugartenientes de Thatcher, tras haber provocado y derrotado todas las luchas sindicales desde su elección, sabían justamente a dónde dirigir después su fuego. Ignorando la oposición aplastante y la amplitud de la popularidad personal de Ken Livingstone, Thatcher lanzó un ataque tras otro contra la capacidad del gobierno local de proporcionar cualquier orientación o esperanza a la resistencia popular. EL SOCIALISMO, EL FEMINISMO Y EL FUTURO 279 Sin embargo, durante la mayor parte de los a?os ochenta, al menos hasta la tercera victoria de Thatcher en 1987 (y todavía en la actualidad) continúan surgiendo ideas más libertarias y menos burocráticas en el nuevo terreno de los gobiernos locales y de las secciones femeninas (y otras) de los sindicatos, los cuales, significativamente, hicieron reconocimiento oficial de temas de racismo, sexismo, acoso, abuso y otras formas de discriminación específica que, aunque puntuales, al menos ofrecieron alguna orientación para la interacción creativa —si bien portadora de conflictos— con activistas políticos, ya fueran negros, feministas o defensores del colectivo de consumidores. Pero estos avances iban también a subrayar algunas de las debilidades que pueden derivarse del compromiso con nociones como la autonomía absoluta de cada grupo oprimido para organizarse y defender sus propias necesidades e identidad. Aparecen rápidamente cismas y hostilidades que a menudo desmoralizan y hasta paralizan la consecución de los fines políticos, ya que un grupo compite contra otro, proclamándose protector de los más oprimidos. Problemas incesantes cobran vida cuando intentamos replantear nuestros conceptos de democracia en la práctica, e intentamos movernos más allá de las limitaciones de una democracia representativa tanto como de comprensiones de derechos puramente individuales, hacia el desmantelamiento de las desigualdades. Pero, más que evaluar estos problemas en la práctica, esta política de autonomía ha sido adaptada a los ?nuevos tiempos?, esbozados en Marxism Today, y replanteada como si fuera nueva para convertirse en la política de la ?identidad? o —mostrando confusamente su profunda ambivalencia— de la ?diferencia?. Pero se trata del mismo perro con distinto collar, y ahora, más liberados de escenarios de compromiso político, no superarán las crecientes desavenencias cuando la autonomía se convierta en fragmentación y la simple afirmación de la diferencia devuelva a su sitio al pensamiento estratégico, aunque sea la atracción esperanzada hacia el pensamiento de Laclau y Mouffe, quienes sugieren que podemos invocar una ?cadena de equivalencias? conceptual entre diferentes identidades.2 POL?TICA DE LA IDENTIDAD, FEMINISMO Y TEOR?A DE LA ?DIFERENCIA? El problema está en que las identidades sociales no son necesariamente, ni siquiera apeteciblemente, identidades políticas.3 Nada ilustra mejor esta afirmación que los sufrimientos y peligros del feminismo contemporáneo. Podemos desear enorgullecemos de nuestras vidas como mujeres, pero intentando desesperadamente dejar a un lado l fascinante cuento femenino de la virtud y la conexión con lo maternal: la identidad de la mujer como la hemos conocido e intentado vivir, tan arriesgadamente. Ninguna estrategia política clara 5ge ni de nuestra aceptación ni de nuestro rechazo de una identidad tal basada en el género. Las mujeres han luchado progresivamente por la paz y el bienestar social, en nombre de sus propias necesidades e intereses específicos. Pero también, a veces, han tratado de ?cobardes? a los objetores de conciencia y se han opuesto a las persPecti’’a5 profesionales, creativas y de empleo de las mujeres. En sombre de los derechos humanos compartidos, las mujeres han luchado tenazmente contra su exclusión de las ciudadelas económicas, políticas y culturales dominadas por los hombres. Pero esto puedes también, invalidar el significado de la interdependencia y la comUnd, una realidad que puede caer muy pesadamente sobre las espaldas de las mujeres. Seíialambo lo inevitable que resulta la oscilación de las mujeres entre u identidad de género y la necesidad de aceptar más que rechazar, o intentar trascender sus múltiples contradicciones, la feminista estadounidense Ann Snitow se?ala: ?La enorme contradicción que experimentan constantemente las mujeres entre la presión de ser mujer Y la presión de no serlo sólo cambiará mediante un proceso histórico; no puede eliminarse sólo mediante el pensamiento?.4 Con todO’ el feminismo se ha desmembrado en las repetidas divisio3, para una exposición y una crítica útiles de la ideología de Laclau y Mouffe a lo largo de estas líneas, véase Peter Osborne, ?Radicalism Without Limit?: Discourse, p0cracy and the Politics of Identity?, en P. Osborne, ed., Socialism and the Limi(S of Liberalism, Verso, Londres, 1991. 4. ln Snitow, ?A Gender Diary?, M. Hirsch Y E. Fox Keller, eds., Conflicts in Femifli’ Nueva York, 1990, p. 19. nes entre aquellas que ponen él acento en las semejanzas y aquellas, en número e influencia crecientes desde finales de los a?os setenta, que acentúan las diferencias entre mujeres y hombres.5 Como integrantes del feminismo contemporáneo, las primeras han tendido a plantearse estrategias hacia la igualdad y para compartir el poder; las últimas, a defender la importancia de las formas ?maternales? de celebrar los placeres ?femeninos? y a denunciar y buscar protección ante la violencia y los abusos ?masculinos?. Pero, fuera de la ideología feminista, las mujeres han acentuado su parecido o su diferencia con otros objetivos en mente: quizá para defender el parecido y así construir una superioridad compartida sobre ?clases inferiores?, o quizá para acentuar la diferencia de género por respeto a la palabra de Dios padre, o al servicio de führers más mortales. La cuestión es que las identidades no surgen directamente del género, la clase, la raza o postura étnica, ni de orientaciones sexuales, religiosas o de cualquier otra índole, sino más bien del sentido de pertenecer a unos ambientes sociales e históricos específicos. La fuerza y reafirmación que ese contexto puede ofrecer y la consideración de su orientación en la división izquierda/derecha (por lo general, pasada de moda), determinarán si la proliferación occidental de identidades contemporáneas ofrece nuevas formas de resistencia o un atrincheramiento conservador ante los cambios. Dentro del feminismo, estos conflictos y su extensión, qué similitudes o diferencias de género han sido el núcleo del debate, no están del todo desconectados del declive de las relaciones del feminismo con el socialismo desde finales de los setenta, el cual a su vez no está desconectado del declive del propio socialismo. Hace poco más de una década muchas feministas que eran también socialistas, todavía creían (a pesar de las dificultades de trabajar con la izquierda tradicional y el movimiento obrero) que lo importante y distintivo de nuestra política era su capacidad de cambiar y enriquecer las agendas y teorías socialistas centradas en el hombre, para que éstas incluyeran la experiencia de las mujeres, la vida personal y la política cultural al lado de los intereses de todos los grupos oprimidos. 5. Para un análisis más completo del desarrollo de estos conflictos en el feminismo británico y en el norteamericano durante las dos últimas décadas, véase Lynne Segal, Is the Future Female?: Troub!ed Thoughts on Contemporary Feminism, Londres, 1987. Hoy, con la propia izquierda batallando para sobrevivir a un frío clima destructivo, atarían más de acuerdo con la feminista norteamericana Zillah Eenstein1, una dirigente teórica del socialismo feminista de los Estac° Unidos en los setenta, quien declaró recientemente _adaptánccse a lo que ella ve como nuevas realidades más que expresando cólCIa o un sentimiento sectario— que ?la especificación del feminis?1° como socialista tiene poco contexto político actualmente? ?6 Eli1. cree que el socialismo parece mantener pocas promesas para la y que el sector radical del feminismo debe centrarSe ahora en dirección a ?las particularidades de la vida de las mujeres?. De acuerdbo con los llamados ?teóricos de la diferencia?, Eisenstein ahora defiende que es en su identidad específica como mujeres donde las feministas deberían buscar una política que uniera a todas las mujes, a través de la reivindicación y revaloración de nuestra experieficia de la ?diferencia?. gjemplificandO su argumento, Eisenstein cita la lucha feminista por los derechos de reproducción: ?el punto de partida para la teoría y la política 1jí es tanto el individuo (su especificidad) como su derecho a la libert de reproducción (que es universal)?.7 Pero, a pesar de la importa1’ del tema del aborto, esta es una estrategia menos que para una lucha polftica común que uniera a todas las mujeres’ De hecho, nada polariza tanto a las mujeres, incluyendo al peV0 número de mujeres que se autodenominan feministas, como el tema del aborto: las principales y feroces oponentes al aborto de la mujer en Occidente son otras mujeres. Ellas llevan a cabo su batalla, haciendo saltar clínicas y aterrorizando a las mujeres emba actas, en defensa expresa de la especificidad y la diferencia de la mujeres (respaldadas, por supuesto, por la Iglesia católica y otras fuerzas de la derecha moral). Son precísatte los aspectos que surgen de lo que es más distintivamente fen1”° los que hoy dividen más dramáticamente, en lugar de unir, i luchas feministas por los intereses de las mujeres. Las feministas que acentúan la ?diferencia? lógicamente ponen el énfasis en el cuCTP° femenino, la sexualidad y la reproducción humanas (o, en las versiones más sofisticadas del ?feminismo francés?, 6. ZilIah ?Specifying US Feminism in the 1990s: The Problem of Naming?, Social jst fleview, vol. 90, n.° 2, 1990, p. 48 (cursivas en el original). 7. Ibid., p. 53 EL SOCIALISMO, EL FEMINISMO Y EL FUTURO en las intenciones inconscientes y psíquicas que son inherentes al cuerpo femenino y a la experiencia maternal). Todavía es más fácil para las mujeres unirse para luchar en el frente económico que ha- cerio acerca de la sexualidad y el significado del cuerpo femenino. Aunque muchas feministas hoy en día dedican la mayor parte de su tiempo y su energía a combatir las representaciones ?pornográficas? de la sexualidad y del cuerpo femenino como la raíz de la opresión de las mujeres, otras luchan contra lo que ellas ven como posturas que niegan la sexualidad en la pornografía (o el erotismo), las cuales amenazan con encerrar a las mujeres nuevamente en ficciones represivas, patriarcales, de virtud No es sorprendente que exista este desacuerdo acérrimo en lo que muchos ven como el fundamento del feminismo. Al menos no resulta sorprendente una vez que reconocemos las complejidades en el núcleo de cualquier discurso sobre ?identidades?. Me parece que nunca podremos recalcar lo suficiente que tanto la ?feminidad? como la ?masculinidad? son siempre más complejas y matizadas de lo que cualquier simbolismo cultural puede expresar.9 Aquello que en un momento dado deseamos aceptar, como desafío a una opresión compartida, podemos desear abandonarlo acto seguido, porque nos atrapa dentro de discursos, instituciones y prácticas culturales tradicionales. La celebración de la especificidad femenina hace uso de las estructuras de significado existentes que establecen la diferencia sexual, que, nosotras como feministas, también debemos atacar, incluso cuando intentamos invertir el sistema de valores androcéntrico existente que acompafla a tal diferencia. Las mujeres como mujeres, aunque estén oprimidas, no adoptan necesariamente identidades de oposición. En realidad, es más probable lo contrario. 8. Véase Ann Ferguson, ?Sex War: The Debate between Radical and Libertarian Feminists?, Signs, 10, 1984; Estelle Freedman y Barrie Thorne, ?Introduction to the Feminjst Sexuality Debates?, Signs, 10, 1984; Carol Vanee, cd., Pleasure and Danger: Exploring Female Sexuality, Londres, 1984; Catherine MacKinnon, Feminism Unmodjfied: Discaurses on Lfe and Law, Cambridge, Mass., 1987; J. Dickey, cd., Feminism and Censorship, Bridport, 1988. 9. Este es el tema de mi último libro, Slow Motion: Changing Masculinities, Changing Men, Londres, 1990. Snitow ha preguntado, pertinentemente, refiriéndose al miedo de algunas feministas de si buscar la igualdad entre los sexos sólo llevaría a que las mujeres fueran como los hombres, ?testamos ya lo bastante cerca de los hombres, desde el momento en que tenemos miedo a ser absorbidas por ellos?)>, Snitow, ?A Gender Diary?, p. 27. Esta paradoja de la teoría de la diferencia para las feministas es compartida, en mi opinión, por cualquier política de la identidad, ya que las divisiones proliferan inevitablemente tanto dentro como alrededor de la reivindicación de cualquier identidad específica. ?NECESITA EL FEMINISMO AL SOCIALISMO? Verdaderamente es cierto que veinte a?os de feminismo no han logrado mejorar la posición económica y social de todas las mujeres, aunque han conseguido muchas mejoras para algunas. Esto es verdad en Gran Breta?a y en la mayor parte de los países occidentales. Pero en ningún lugar son tan marcados los contrastes entre las vidas de las mujeres después de veinte a?os de feminismo, o los conflictos dentro del feminismo y el declive de sus relaciones con el socialismo tan espectaculares, como en los Estados Unidos. Los Estados Unidos ilustran mejor que nadie los problemas que rodean al feminismo, la política de la identidad y la izquierda. Pese a contar con la existencia del mayor, del más influyente y vociferante movimiento feminista del mundo, la mujer estadounidense es la que ha visto menos cambios en conjunto en las desventajas relativas a su sexo, silo comparamos con otras democracias occidentales. Como ejemplifica Barbara Ehrenreich, dentro de la clase media profesional las mujeres han conseguido mejoras enormes, aumentando su representación entre las profesiones más prestigiosas y lucrativas del 300 al 400 por 100 en una década.’° También han irrumpido en el mundo de las empresas, en el cual el 30 por 100 de los empleados administrativos son ahora mujeres; del mismo modo, el número de tituladas en másters en las escuelas empresariales, saltó del 4,9 por 100 en 1973 al 40 por 100 en 1986.” Pero, fuera de la clase media profesional, la situación de muchas mujeres ha sido de frustración, derrota y, para un número significativo, de creciente miseria. La primera gran derrota del movimiento feminista en los Estados Unidos se produjo en 1977, cuando se aprobó la inicial enmienda Hyde y el aborto fue excluido de la atención médica gratuita EL SOCIALISMO, EL FEMINISMO Y EL FUTURO 285 (Medicaid), sólo cuatro a?os después de que se hubiese ganado el derecho al aborto asequible para todas las mujeres. La siguiente derrota, profundamente simbólica —que aseguró la frustración y el atrincheramiento de las organizadoras y activistas feministas en todo los Estados Unidos—, llegó con el desmantelamiento de la ERA (Equal Rights Amendment) o enmienda para la igualdad de derechos, exactamente diez a?os después del sonado éxito de su aprobación en 1972. Mientras tanto, y en conexión con la derrota de la ERA (las mujeres de la New Right, como Phyllis Schlafly, se movilizaron bajo el lema ?STOP ERA?), la década Reagan de los ochenta había introducido recortes masivos en el bienestar social, y un aumento exorbitante de la pobreza, especialmente entre las mujeres y los hombres negros y las minorías étnicas. Un mayor número de mujeres, en particular las que criaban hijos solas, no sólo eran más pobres que las madres de su misma clase y raza veinte a?os atrás, sino que su pobreza, con nuevos recortes en los gastos públicos, se hizo más incapacitadora. (Hoy luchan por sobrevivir en un ambiente en el que, según se ha dicho, han muerto más personas asesinadas en las calles de Nueva York en los últimos quince a?os que norteamericanos murieron en la guerra del Vietnam).’2 En estos momentos de victoria triunfal de la derecha, algunas de las que se habían autodeclarado feministas, como Sylvia Ann Hewlett, han llamado la atención en los medios de comunicación, culpando al feminismo de las condiciones actuales de tantas mujeres en los Estados Unidos. Acusa al feminismo de haber fracasado en la protección de las mujeres que son madres y proclama, falsamente, que éste nunca reivindicó nada sobre la atención al ni?o y la asistencia social.3 Hewlett se opone ahora a toda legislación sobre la igualdad de derechos, en favor de una orientación exclusiva hacia el apoyo a las mujeres en la atención al ni?o. Pero su argumento de que son las mujeres y sólo las mujeres las que, en definitiva, realizan todo ese trabajo de cuidado es, en sí mismo, una capitulación ante la misma piedra angular de la ideología conservadora: la ideología que ha pasado por alto el deterioro de las vidas de los pobres, que ha recompensado a los ricos y que —con su retórica tradicional sobre la familia y la eliminación judicial de subvencio.. nes relevantes— ha luchado hasta casi destruir la visión feminista de los a?os setenta de ir más allá de las concepciones sexistas existentes de ?público? y ?privado?, hacia un mundo en el que las tareas instrumentales y de nutrición pudieran ser compartidas mutuamente por mujeres y hombres. La miseria creciente de los pobres de los Estados Unidos no fue un fracaso de los programas feministas por la igualdad de derechos y las medidas en favor de las minorías para las mujeres; en realidad, muchos tuvieron éxito. Fue el resultado de la debilidad, ahora histórica, del movimiento obrero estadounidense a la hora de proteger los derechos de los trabajadores, fueran éstos hombres o mujeres, o a la de lograr un sistema de bienestar social amplio.’ De su ya maltrecho y mermado estado a principios de los a?os cincuenta (sobre el 30 por 100), después de ataques directos desde el capital industrial y el estado, la afiliación sindical decayó calamitosamente en los Estados Unidos hasta su actual 17 por 100. Y, tal como indican las investigaciones de Pippa Norris y otras, los partidos políticos y el nivel de afiliación sindical sí parecen ser importantes a la hora de valorar las desventajas relativas de las mujeres en comparación con los hombres. En países en los que ha habido períodos más largos de gobierno socialdemócrata y sindicatos más fuertes, hay muchas menos diferencias de salarios y segregación ocupacional (tanto vertical como horizontal) entre hombres y mujeres, y mucha más expansión de los servicios de bienestar social. En Suecia, ese ejemplo tan familiar y en muchos sentidos parecido a otros países escandinavos, donde el partido socialdemócrata ha estado en el gobierno desde 1920 y la afiliación sindical, tanto en el sector público como en el privado, ronda el 90 por 100, encontramos los niveles más altos de gastos en bienestar social y la menor diferencia entre los sueldos de mujeres y hombres (los sueldos de las mujeres están sobre el 87 por 100 con respecto a los de los hombres).’s Dado que los Estados Unidos es la única democracia occidental 14. Véase, por ejemplo, David Plotke, ?What’s So New About New Social Movements? Socialjst Review, vol. 90, n.° 1, 1990. 15. Pippa Norris, Polit les and Sexual Equality: The Comparative Pos it ion of Wo,nen iii Western Democrue les Hrighton, 1987. EL SOCIALISMO, EL FEMINISMO Y EL FUTURO fuerte en la que las mujeres no han logrado mejorar sus salarios en absoluto en relación a los de los hombres en las últimas dos décadas (se mantienen en el 59 por 100 con respecto al de los hombres, por hora, a diferencia del 69 por 100 en Gran Breta?a), dados los contrastes favorables entre los países escandinavos y los Estados Unidos en relación a la atención a los ni?os y otros beneficios de bienestar social (de nuevo Gran Breta?a se sitúa en algún punto intermedio), así como la representación mucho mayor proporcionalmente de las mujeres en el Parlamento, parece extra?o que las feministas ignoren los objetivos tradicionales de los partidos socialistas o socialdemócratas, no importa cuales sean sus limitaciones y debilidades, ni en qué medida sus éxitos hayan dependido del trabajo duro y difícil de las mujeres dentro de ellos. En un momento en el que los avances realizados por algunas mujeres están claramente ensombrecidos por la pobreza creciente experimentada tan agudamente por otras (junto con el desempleo de los hombres pertenecientes a su clase y grupo), parece inmoral situar los intereses específicos de las mujeres en contra y no aliado de otros objetivos socialistas más tradicionales.’6 La cuestión está en si, como muchos ahora sienten y Eisenstein expresa, ?el socialismo parece sostener pocas promesas teóricas o políticas para el feminismo?.’7 Yo sugiero que la respuesta depende de hacia dónde se mire, de si permitimos que se olvide lo que ha sido el más creativo y dinámico replanteamiento de la izquierda, o que resucite, en nuevas modas endebles y ávidas de esgrimir sus diferencias, con respecto a lo que queda de las fuerzas teóricas y organizativas de la ?vieja? (Nueva) izquierda y del movimiento obre- ? ro. Los críticos actuales, que dirían adiós al socialismo por una política que reconociera ?la centralidad de la diferencia?, normalmente rechazan, por ser inevitablemente opresivas, las ?totalizaciones? en cualquier proyecto socialista en nombre de la ?irreductible pluralidad e indeterminación? del factor social. Sin embargo, la fuerza de su argumento (al margen de confusiones filosóficas esotéricas) 16. Aquí, como Kate Soper en su excelente colección de ensayos Troubled Pleasures (véase la nota 12), considero objetivos ?socialistas? a aquellos que ?entran en conflicto con la lógica del mercado sin trabas?, que implica formas de planificación y redistribución de la riqueza que están re?idas con la lógica de la viene de las críticas, que ya deberían resultarnos familiares, a las formas leninistas o laboristas de la política socialista. Se pasa por alto que el marxismo (y no digamos, la izquierda) pocas veces no acabó reduciéndose, o se reduce ahora, o bien al leninismo, o bien al laborismo, junto con las propias obras de Marx y Engels, sin mencionar a los críticos libertarios de Lenin. Hay muchas debilidades en el marxismo que ha inspirado a la mayor parte de la izquierda durante más de cien a?os: su economicismo, su homogeneización de los intereses de clase, y su incapacidad para teorizar adecuadamente sobre la situación de la mujer y sobre otras opresiones que no eran de clase. Pero, aquella tradición nunca fue sinónimo del elitismo y el autoritarismo que han caracterizado a las concepciones leninistas del partido de vanguardia y que sustituyeron al apoyo de las masas, más que sinónimo del paternalismo que ha caracterizado a los conceptos fabianos del estado democrático que reforma desde arriba, y se muestra hostil hacia la cultura, los movimientos y las luchas extraparlamentarios. Hoy en día, nos enfrentamos a un clima cultural en el que gran parte de la izquierda, como los asociados a ?Carta 88?, se ha desplazado tanto hacia la derecha, que el liberalismo decimonónico se ha convertido en su centro. Poca gente, dentro del espectro político, pondría objeciones a un proyecto que buscara ?una constitución que protegiera los derechos individuales y las instituciones de una democracia moderna y pluralista?. Estados Unidos tiene exactamente esa constitución, como la tiene Colombia. En un momento en el que Thatcher atacaba tan agresivamente los derechos democráticos existentes, ?Carta 88? proporcionó un punto de unión para una amplia alianza democrática de oposición. También subrayó las muchas estructuras anacrónicas del estado británico del momento, desde la Cámara de los Lores hasta la naturaleza de la administración de justicia. Sea como fuere, quedó abierto al debate el tema crucial de si las necesidades sociales, salud, vivienda, educación y asistencia social adecuada, que deben conseguirse antes de que la gente pueda hacer un buen uso de sus derechos como ciudadanos, deberían estar también garantizadas. Ante los auténticos factores económicos y culturales que limitan la participación de muchas personas en la ciudadanía activa (y no menos de muchas mujeres cuya relación primaria con el estado es de dependencia más que de autonomía), la Carta expone una vez más los muy reales límites del u- beralismo que, aunque progresistas, se articularon hace más de cien a?os en las contradicciones de John Stuart Mill)8 Desesperado por adaptarse a este nuevo clima cultural, el partido laborista, en la revisión más reciente de su política, presentó pocos rasgos perceptibles de estrategias socialistas. Por otro lado, gran parte de la izquierda trotskista, que se ocupa ahora de parte de la retórica de los nuevos movimientos sociales acerca de la mujer, los negros, los gays y las lesbianas, lo ha hecho sólo, o ante todo, como parte de una política de confrontación con lo que queda de las estructuras reformistas de la socialdemocracia en el gobierno local y los sindicatos. Pero, antes de decir adiós al socialismo, ?no deberíamos tomarnos un tiempo para aprender de los errores del pasado y rechazar, como lo hicieron los movimientos sociales de los a?os setenta, las prácticas centralistas, autoritarias y absolutistas de la socialdemocracia y el leninismo? ?No deberíamos también pararnos un momento a reconocer las debilidades de los nuevos movimientos sociales en sí mismos? Sin acceso a los recursos de las estructuras reformistas socialdemócratas reforzadas, tan descentralizadas y responsables como pueden serlo, y sin sindicatos fuertes, los movimientos sociales (particularmente, porque están concebidos por los teóricos de la diferencia) pueden ofrecer poco más que el placer de un juego de autoexploración sin fin, llevado a cabo en el gran tablero de la Identidad. Enero de 1991 18. La primera de las todavía pocas críticas desde la izquierda a ?Carta 88?, que se?ala la política complicada y confusa que hay detrás y las omisiones cruciales para los socialistas dentro de él, es el artículo breve aunque lúcido de Peter Osborne, ?Extensions of Liberty: What Charter 88 Leaves Out?, Interlink, febrero-marzo de 1989, pp. 22-23. 19. BLACKBURN EL NUEVO ORDEN DEL D?A EL NUEVO ORDEN DEL DIA En las sociedades capitalistas desarrolladas actuales, la realidad de la clase social como poder organizado queda destruida sobre el terreno de la sociedad de clases. DETLEV CLAUSSEN’ La solidaridad cotidiana se basa en la búsqueda de la comunicación abierta, sin coacciones. Es por lo tanto, desde el principio, más extensa que la solidaridad obrera; no cuenta con las limitaciones de resurgir constantemente; en realidad, incluso tiene tendencias universalistas. RAINER ZOLL2 Los movimientos socialistas y, más tarde, los partidos socialistas se desarrollaron a partir de la lucha contra la opresión y la explotación de las masas asalariadas, pero también contra los objetivos sociales y las ideas de los estratos burgueses dirigentes. El proyecto socialista de una sociedad nueva, al principio, contenía dos elementos. Por un lado, había una demanda de liderazgo por parte de una clase de obreros cualificados, los cuales demostraban su capacidad para dirigir todo el proceso de producción en la práctica 1. Detlev Claussen, ?Postmoderne Zeiten?, H. L. Krámer y C. Leggewie, eds., Wege ms Reich der Freiheil, Berlín, 1989, p. 51. 2. Rainer Zoli, ?Neuer Individualismus und Alltagsso1idaritt?, ibid., p. 185. diaria; simultáneamente, estaban determinados a arrebatar el poder de las manos de la clase de los propietarios, que eran considerados como parásitos y explotadores, con el fin de situar el desarrollo de las fuerzas productivas al servicio de la emancipación y las necesidades humanas. Y, por otro lado, estaba la resistencia de un proletariado, oprimido y sin derecho al voto, de mujeres, hombres y ni?os, que trabajaban duramente en talleres y fábricas, con salarios miserables y que tenían que luchar por sus derechos políticos y económicos. Estas masas de obreros no cualificados sólo podrían alean za las perspectivas culturales y sociales con las que superar la opresión mediante una alianza con los obreros cualificados. Del mismo modo, la clase dirigente en potencia de obreros cualificados extrajo, en parte, la legitimación de su demanda de liderazgo de la miseria insoportable de las masas proletarias, para las que la eliminación de la dominación capitalista era una cuestión de vida o muerte; no obstante, la legitimación también provenía del dominio del hombre sobre las fuerzas de la naturaleza, encarnado en el obrero, sobre todo en el versátil obrero de oficio. El sujeto real de esta dominación era el propio obrero, no como ?obrero mundial?, sino también como portador individual de capacidades humanas y especialidades humanas insustituibles. Más allá de la historicidad del conflicto central entre trabajo y capital, no obstante, el socialismo significó más que su manifiesto político y su contenido social; más que la emancipación de los no privilegiados, oprimidos y explotados; más que tan sólo la demanda ( de poder de los due?os directos de la naturaleza. La resistencia y la demanda de poder de la clase trabajadora contenía una crítica fundamental, no sólo de las relaciones de producción capitalistas, sino también de la racionalidad capitalista misma, tal como se manifestaba en el consumismo, el mercado y las relaciones competitivas. Las acciones son racionales económicamente en tanto que apuntan a la maximización de la productividad. Pero esto sólo es posible bajo dos condiciones: 1) la productividad debe separarse de la singularidad individual del trabajador y debe ser expresada a modo de cantidad calculable y mesurable; y 2) el objetivo económico de la maximización de la productividad no puede subordinarse a ningún objetivo social, cultural o religioso no económico; tiene que ser posible perseguirlo sin piedad. Sólo la competencia ilimitada en un mercado libre hace posible, e incluso obligada, esa falta de piedad. 292 DESPU?S DE LA CA?DA EL NUEVO ORDEN DEL D?A 293 Sólo la ?economía de libre mercado? permite que la racionalidad económica se haga independiente de las demandas de la socialidad, a las que está atada en todas las sociedades no capitalistas, y apartarse del control de la sociedad; de hecho, incluso poner a la sociedad a su servicio. El movimiento obrero socialista apareció como la negación definitiva del desarrollo capitalista. Contra el principio de la maximización de la producción, estableció la autolimitación necesaria de la cantidad de trabajo realizado por los obreros; contra el principio de la lucha competitiva entre individuos aislados, estableció el principio de la solidaridad y el apoyo mutuo, sin el cual la autolimitación sería prácticamente imposible. El movimiento obrero socialista se propuso, por tanto, marcar los límites a la racionalidad económica y, finalmente, ponerla al servicio de la sociedad humana. EL CONFLICTO CENTRAL El conflicto central desde el cual se ha desarrollado el movimiento socialista gira, pues, en torno a la expansión o la limitación de las áreas en las que la racionalidad económica puede desarrollarse sin estorbos en las relaciones de mercado y consumo. Es característico de una sociedad capitalista que las relaciones que conducen a la obtención de capital predominen en conceptos de valor, en la vida cotidiana y en la política. El movimiento socialista se opone a esto con la lucha por una sociedad en la que la racionalidad de la maximización de la producción y el beneficio se encierre en un marco social total, de tal modo que esté subordinada a valores y objetivos no cuantificables, y que el trabajo racional económicamente ya no desempe?e el papel principal en la vida de la sociedad o de los individuos. El socialismo, comprendido como la abolición de la racionalidad económica, da por sentado, en consecuencia, que ésta ya ha evolucionado completamente. Donde, en ausencia de relaciones de mercado y de consumo, aquella todavía no se haya establecido, el ?socialismo? no puede poner la racionalidad económica al servicio de un proyecto social que tenga intención de disolverla. Donde se entiende el socialísmo como el desarrollo planificado de estructuras económicas todavía inexistentes, éste se convierte necesariamente en su opuesto: reconstruye una sociedad tal que se dedique al desarrollo económico de la acumulación de capital. Ese tipo de sociedad no puede afirmar su independencia de la racionalidad económica. Acaba ?economizada? de cabo a rabo. El conflicto central sobre la extensión y los límites de la racionalidad económica no ha perdido nada de su intensidad y de su trascendencia histórica. Si uno entiende el socialismo como una forma de sociedad en la que las demandas que se derivan de esta racio nalida estan subordinadas a objetivos sociales y culturales, entonces el socialismo sigue siendo más pertinente que nunca. Sin embargo, los contenidos históricos concretos, así como los actores del con? ficto central, han cambiado. ?ste solía dirigirse, cultural y políticamente, al nivel de las luchas en el lugar de trabajo; gradualmente, - se ha extendido a otras áreas de la vida social. Otros tipos de antagonismos se han superpuesto a la contradicción entre trabajo y capital, y la han relativizado. La lucha por la emancipación, por el libre autodesarrollo y por determinar la propia vida no puede afirmarse sin las luchas de los sindicatos por las reformas del trabajo y las condiciones de trabajo, pero también exige acciones a otros niveles y en otros frentes, que pueden ser igualmente importantes y, a veces, incluso más. La cuestión respecto al ?tema? que decidirá el conflicto central, y llevará a cabo a la práctica la transformación socialista, no puede, en consecuencia, ser contestada por medio del tradicional análisis de clases. En el análisis marxista, la clase de los obreros cualificados estaba destinada a dirigir la totalidad de las fuerzas productivas, de manera que cada obrero desarrollaría la totalidad de las capacidades humanas. El individuo desarrollado por completo sería capaz, en consecuencia, de hacer de sí mismo el sujeto de lo que ya era, es decir, se opondría a toda determinación externa, tomaría el mando del proceso de producción y se fijaría el objetivo del ?libre desarrollo de la individualidad? dentro y fuera de la cooperación productiva. Hoy día, desafortunadamente, los desarrollos reales no han confirmado esas predicciones. Si bien en algunas partes de la industria se hace posible, e incluso necesaria, una ?adaptación integral de tareas? (Kern/Schumann) no puede plantearse el asunto —incluso en el caso de los nuevos y versátiles obreros de producción especializada— de una totalidad de especialidades dirigiendo a una totalidad de las fuerzas productivas. La tarea adaptada integralmente siempre afecta sólo a la manufactura de partes de un producto final 294 DESPU?S DE LA CA?DA (por ejemplo, de cigüe?ales, juntas de culata, cajas de cambios, etc.) o a su ensamblaje y control. Como consecuencia de su complejidad siempre mayor, el proceso de producción total de la sociedad exige una especialización funcional de tareas en todas las áreas. Max Weber habló, en este contexto, de Fachmenschentum (género humano especializado). Pero la especialización siempre entra en contradicción con el desarrollo de las capacidades individuales, incluso si exige iniciativa, responsabilidad y compromiso personal con el trabajo. Un especialista en ordenadores, un obrero de mantenimiento, un obrero químico o un cartero, no pueden experimentar y realizar- se en su trabajo como seres humanos creativos, configurar materialmente, con las manos y el pensamiento, el mundo que experimentan a través de sus sentidos. Sólo pueden tener éxito en hacerlo fuera de su trabajo profesional. La especialización, o lo que es lo mismo, la total división social del trabajo más allá del nivel de la maquinaria individual, hace opaco el proceso de producción. En el curso de su trabajo, los operarios apenas pueden influir en las decisiones relacionadas con el carácter, determinación, valor de uso y utilidad social de los productos finales. Un obrero de montaje no es en absoluto diferente, de acuerdo con Oskar Negt, del funcionario de un organismo público, que a su vez es responsable solamente de secciones del ciclo de trabajo y de la ejecución precisa de tareas que se le ponen por delante. Contribuye al funcionamiento de áreas sobre las cuales, por norma, no sabe nada.3 La idea, que aparece en Hegel y es retomada por Marx, según la cual el trabajo es la conformación material del mundo experimentado por los sentidos, mediante el cual el hombre se convierte en productor de sí mismo, era todavía válida hace setenta a?os a causa de la aplastante mayoría de la clase obrera: se empleaba en actividades no formalizadas en las que los conocimientos individuales, la fuerza física, la planificación y la autoorganización de la secuencia de tareas desempe?aban un papel decisivo. Hoy día, la mayoría de obreros asalariados trabajan en la administración, bancos, tiendas, transportes, correos, servicios de asistencia y educación, donde el rendimiento individual normalmente no es mesurable y el trabajo ha perdido su materialidad. Los ?trabajadores y trabajadoras modernos?, que ahora susti E NUEVO ORDEN DEL D?A 295 tuyen al antiguo obrero cualificado, no están en situación, sobre la base de su experiencia directa del trabajo, de cuestionar el significado y propósito social de la producción simplemente identificándose con su trabajo. Con los ?trabajadores y trabajadoras modernos?, la ?transformación del poder sobre el proceso laboral? en demanda política del poder no puede desarrollarse por más tiempo, si alguna vez lo hizo, mediante una identificación con su situación dentro del proceso de producción. Más bien, partiendo de todas las relaciones sociales de la sociedad, exige un distanciamiento del trabajo experimentado. Dicha capacidad está fundamentada en la socialización de los trabajadores y trabajadoras, porque esa socialización no se da, en primer lugar, mediante el aprendizaje de un rol social. Además, la formación profesional desarrolla capacidades que nunca serán utilizadas por completo dentro del trabajo. Esto puede exigir un sentido de responsabilidad e independencia, pero siempre sólo para cumplir con funciones predeterminadas: exige ?autonomía dentro de la heteronomía?. No obstante, la capacidad de poner en cuestión las bases de las relaciones de producción capitalistas no incorpora automática y simultáneamente posibilidades prácticas que nos lleven en esa dirección. Dichas posibilidades no pueden alcanzarse por parte de los trabajadores y trabajadoras, en puestos de trabajo de ese tipo (estoy pensando en especialistas de mantenimiento, en empleados de centrales nucleares o en la industria química), sino sólo en calidad de ciudadanos, consumidores, inquilinos o usuarios de servicios públicos y privados; en ellos, participan en relaciones sociales fuera del puesto de trabajo y tienen una experiencia de sí mismos como integrantes de una comunidad mucho mayor. NUEVAS CULTURAS DE RESISTENCIA Podría o debería ser función de la actividad sindical el estimular este sentimiento de pertenencia ampliada, de responsabilidad y de solidaridad, y el consecuente distanciamiento de un rol profesional predeterminado. No obstante, sería necesario que el concepto que de sí mismo tiene el movimiento sindical cambiara. Su función no consistiría exclusivamente en representar y defender los intereses de los obreros modernos como tales, sino también en ofrecerles la posibi 3 idad de ver su actividad profesional en relación con un desarrollo económico y político determinados por la lógica de la producción capitalista. Esto puede darse de muchas formas: mediante grupos de trabajo, mediante debates públicos e investigaciones críticas, cuyo contenido verse sobre las implicaciones sociales y políticas de las innovaciones tecnológicas y su efecto sobre el medio ambiente. Lo que puede ser ventajoso para los empleados de una compa?ía —escribe Hinrich ?tjen— pueden implicar, bajo ciertas circunstancias, desventajas, o reducir las oportunidades futuras de otros; y continúa diciendo: Si los sindicatos quieren seguir teniendo relevancia, como mínimo debería organizarse un debate público sobre tales conflictos de intereses, en el acto, porque, de otro modo, nuevos movimientos, en los que los trabajadores puedan hacer uso de sus diversos intereses, tendrán más relevancia para ellos que los sindicatos. Hasta ahora, la inmovilidad de los sindicatos ha dado motivo a los trabajadores para organizar iniciativas ciudadanas; se rinden ante las dificultades de los sindicatos para organizar este tipo de diálogo internamente.4 Queda claro en este aspecto que, para el obrero moderno, la conciencia socialista y la crítica al capitalismo no suelen tener relación directa (ni indirecta) alguna con la experiencia real del trabajo. 131 ?tema? de un proyecto socialista de sociedad, por lo tanto, no se desarrolla ya en la relación de producción capitalista, a modo de conciencia de clase del obrero como tal, sino más bien en un obrero que, como ciudadano, por ejemplo en su barrio, se ve privado de su entorno natural por las consecuencias del desarrollo capitalista, tan- te como lo está el resto de sus congéneres. Horst Kern escribe, en este sentido, que ?la actitud reacia natural hacia la experiencia ante Ls limitaciones hegemónicas? no existe. La causa es, más bien, que s reflexiones críticas del obrero moderno quedan liberadas por el echo de que ?se enfrentan a la imperfección de la versión capitalisa de la vida moderna, no dentro sino fuera de sus roles profesionaes reales?.5 La tesis de Alan Touraine puede ser también válida aquí. Según él, el conflicto central ha dejado de ser el antagonismo 4. Hinrich ?tjen, Krise der Gewekschaften, MS, Hattingen, 1989. 5. Horst Kern, ?Zur Aktualitat des Kampfs um die Arbeit?, en la edición de rámer y Leggewie, p. 217. entre la mano de obra y el capital, para ser el que se da entre el gran aparato científico-técnico-burocrático,6 al que yo (siguiendo a Max Weber y Lewis Mumford) he denominado ?megamáquina burocrático-industrial?, y una población que siente que ha sido despojada de la posibilidad de dar forma a su nueva vida por una cultura de expertos, por la determinación externa de sus intereses, por los conocimientos profesionales y por la apropiación tecnológica del medio ambiente. Sin embargo, nada impediría el conocimiento de la megamáquina burocrático-industrial y de sus estratos principales, así como la expresión de una racionalidad económica característica del capitalismo, que toma la forma de crecimiento industrial, de producción de cantidades de capital aún mayores, de monetarización y de profesionalización de las relaciones sociales e interpersonales. La inadecuación de un análisis que confía principalmente en la resistencia cultural a la ?colonización del entorno natural? que los ?nuevos movimientos sociales? contienen consiste en que estos movimientos no atacan consciente y concretamente la racionalidad económica encarnada en el capitalismo. Estos movimientos son, desde luego, antitecnocráticos, es decir, están dirigidos contra la hegemonía cultural de los estratos principales de la clase dirigente, pero sólo atacan a los presupuestos culturales y a las consecuencias sociales de la relación de dominación y no, sin embargo, a su núcleo económico-material. Los nuevos movimientos sociales se convertirán en los portadores de la transformación socialista cuando se alíen no sólo con el ?obrero moderno?, sino también con el equivalente contemporáneo del proletariado no representado, oprimido y miserable, es decir, con el proletariado postindustrial de los desempleados, los empleados ocasionalmente, los que trabajan en periodos cortos o a tiempo parcial, los que ni pueden ni quieren identificarse con sus empleos o sus puestos en el proceso de producción. Los cálculos según los cuales este grupo alcanzaría probablemente el 50 por 100 en los a?os noventa ya están demostrando ser realistas: en Alemania occidental, así como en Francia, más de la mitad de los trabajadores incorporados en los últimos a?os están empleados en trabajos precarios o a tiempo parcial. Los trabajadores empleados de este modo constituyen ya, en total, más de un tercio de la pobla 6 Alain Touraine, Le retour de l’acteur, París, 1984. 298 DESPU?S DE LA CA?DA ción asalariada. Junto con los desempleados, forma un ?proletariado postindustrial? del 40-45 por 100 en Gran Breta?a, y en los Estados Unidos llega al 45-50 por 100. Los dos tercios de la sociedad ya han sido dejados atrás.7 Actualmente sería un error ver en el 40 por 100 excluido de una relación laboral normal de tiempo completo sólo a gente que anhela ese tipo de relación. En su investigación más reciente sobre el tema de la semana de 35 horas,8 el sindicato italiano del metal FIOM-CGIL, llega a la misma conclusión que estudios similares en Francia y Alemania occidental. Según esto, estamos frente a una transformación social que nos lleva a una situación en la que el trabajo ocupa sólo una parte modesta en las vidas de la gente. EL empleo, como trabajo asalariado, está dejando de ser el centro, aunque es más una cuestión de decadencia de la función socializadora del trabajo que un rechazo del mismo. Sólo se desea el trabajo si posee el carácter de actividad autónoma y creátiva. De otro modo, sólo se le considera con respecto a los ingresos que se derivan de él, y para las mujeres, también como una forma de alcanzar la independencia de la familia. Rainer Zoll también llegó a conclusiones similares como resultado de una investigación exhaustiva referida sobre todo a la gente joven. Concluye que ?la ruptura de las viejas estructuras de identidad? hace que la gente joven se encierre en sí misma ?en su búsqueda de una identidad propia?. Nunca podrían alcanzar la identidad total, fija, que resulta de la familia tradicional y de los roles corporativos profesionales, sino, en el mejor de los casos, una identidad abierta, basada en la ?autorrealización?, legitimada por los intercambios comunicativos, pero nunca definitiva. La oferta de profesiones potencialmente disponibles para una persona joven era mayor que nunca, pero las oportunidades de encontrar en realidad lo que él o ella estaban buscando —a saber, un trabajo con aspectos útiles creativa y socialmente en el que él o ella pudieran realizarse— eran extremadamente limitadas. El número de ese tipo de puestos de trabajo se calcula que es de un 5 por 100. Resultaba, por tanto, comprensible que muchos hubieran abandonado ya la carrera, incluso antes de que hubiera empezado. La consecuencia evidente de esta situación era que los individuos trasladaran la búsqueda de la autorrealización a otros terrenos.9 Por lo tanto, no debería sorprendernos que, según un estudio italiano ya un poco antiguo, la gente joven prefiere frecuentemente aceptar trabajos a tiempo parcial, entrar en situaciones laborales precarias o de periodos cortos, y realizar si es posible, por turnos, una variedad de actividades; incluso entre los estudiantes universitarios de medios limitados, las actividades profesionales preferidas con más frecuencia eran aquellas que dejaban más tiempo libre para las actividades culturales propias de cada uno.1° La imposibilidad de crear empleos estables a tiempo completo, socialmente útiles, y racionales económicamente para casi la mitad de la población asalariada se corresponde, por lo tanto, con el deseo de una proporción significativa de jóvenes asalariados de no estar atados, ni a tiempo completo ni de por vida, a una carrera o empleo profesional que sólo muy raramente hace uso de todas las capacidades personales y no puede contemplarse como autorrealización. LIMITANDO LA ESFERA DE LA RACIONALIDAD ECON?MICA ?Qué conecta actualmente a ese proletariado postindustrial de asalariados, que no pueden identificarse a sí mismos con su situación dentro del proceso de producción, con el ?obrero moderno?? Ambos estratos experimentan la fragilidad de una relación laboral basada en la realización de trabajo mensurable. Tanto para los que no trabajan a tiempo completo o durante todo el a?o, o están empleados de manera precaria, como para el núcleo de las fuerzas de trabajo de los ?obreros modernos?, el tema es que su trabajo efectivo no se requiere constantemente. El primer grupo es necesario para unidades de tiempo limitadas, normalmente a corto plazo y previsibles; el segundo es necesario para situaciones que frecuentemente son bastante impredecibles, que pueden darse varias veces al 9. Rainer Zoil, Nicht so wie unsere Eltern? - Em neues Kulturelles Modeil?, Opladen y Wiesbaden, 1988. 10. S. Benvenuto y R. Scartenazzi, Verso la fine del Giovanilism. Inchiesta, Bari, 1981, p. 72. día o sólo rara vez, relativamente. Los ?obreros de cadena?, especialistas de mantenimiento, como también los bomberos o el personal de sanidad, deben estar constantemente disponibles, y en una emergencia, también, trabajar veinte horas sin descanso. Se les paga por su disponibilidad y no sólo por su cualificación. Están de servicio incluso cuando no están activos. En el caso de los empleados en condiciones precarias, por contra, sólo se les paga el tiempo en que están realizando trabajos efectivos, aun cuando es de la mayor importancia para la industria y los servicios disponer de mano de obra complaciente y capacitada con poca anticipación. Es exactamente por esta razón que la demanda de los empleados en condiciones precarias —generalmente menos de seis meses al a?o— de ser remunerados también por su disponibilidad durante las interrupciones de la relación salarial, que no es culpa de ellos sino una ventaja para los negocios, resulta bastante legítima. Es, por tanto, una cuestión de inadaptación entre los ingresos y el tiempo de trabajo, y no entre los ingresos y el trabajo en sí mismo. Esta demanda es completamente racional, ya que, como consecuencia de los aumentos de la productividad mediante la innovación técnica, el proceso de producción económica total requiere cada vez menos trabajo. En estas circunstancias es absurdo hacer que los salarios sean pagados por la economía en conjunto dependiendo del volumen de trabajo realizado, y los ingresos individuales dependiendo del tiempo de trabajo realizado. El tiempo de trabajo, como base de la distribución de la riqueza producida socialmente, persiste únicamente por razones de ideología y dominación política. Para el proletariado postindustrial, que no está empleado a tiempo completo o durante todo el a?o, la relación salarial se convierte en una expresión manifiesta de la relación de dominio cuya legitimidad previa derivaba de la ahora insostenible realidad de la ética productiva. El objetivo común del ?obrero moderno? y del proletariado post- industrial es liberarse a sí mismos de esta relación de dominio. No obstante, persiguen ese objetivo de muy diferentes maneras. Para el proletariado postindustrial de trabajadores y trabajadoras marginales, es principalmente una cuestión de ser capaces de transformar las frecuentes interrupciones de su relación laboral asalariada en nuevas áreas de libertad, es decir, en tener derecho al desempleo periódico, en lugar de estar condenados a él. Para este propósito necesitan el derecho a unos ingresos básicos suficientes, que les permitan estilos de vida y formas de actividades personales nuevas. Para el núcleo de la mano de obra de los ?trabajadores y trabajadoras modernos?, como para otros con trabajos a tiempo completo, parecen más atractivas las formas de control sobre el tiempo de trabajo, tales como la flexibilidad determinada por ellos mismos de las horas de trabajo, o incluso reducciones lineales de la semana laboral. Esto puede parecer una nueva forma de estratificación social temprana, con la distinción entre obreros cualificados en un lado y proletariado en el otro. Como en los primeros tiempos, el proletariado contemporáneo se está rebelando principalmente contra la arbitrariedad de las relaciones de dominio que se expresan en la coacción absurda de vivir de un trabajo asalariado del cual no hay disponible lo suficiente; mientras que la autonomía dentro y fuera de la vida profesional se convierte en el mayor deseo de los ?trabajadores y trabajadoras modernos?. Las divisiones entre los dos estratos son, en consecuencia, mucho más fluidas de lo que parecerían ser en principio, y podrían ser eliminadas en gran parte. Las reducciones generales progresivas de las horas de trabajo llevarían lógicamente a una redistribución del trabajo, por medio de la cual los trabajos especializados estarían disponibles para un número mucho mayor de asalariados; y, al mismo tiempo, el derecho y la posibilidad de interrupciones de la relación laboral asalariada podría aplicarse a todo el mundo. En realidad, sí parece factible una alianza entre ambos estratos, especialmente en la cuestión de la demanda de reducción de horas de trabajo, siempre que tal demanda no se convierta en una camisa de fuerza sino que intensifique la autonomía dentro y fuera del trabajo. La reducción en el promedio anual del tiempo de trabajo, o incluso la cantidad de trabajo realizado en el transcurso de cuatro o seis a?os, dando derecho al asalariado a unos ingresos continuos, ofrece el mayor alcance y posibilidad de elección a este respecto. La semana de 30 horas, por ejemplo, cuya consecución se han impuesto como objetivo los sindicatos y los partidos de izquierda en la mayoría de países europeos, corresponde a un tiempo de trabajo anual de aproximadamente 1.380 horas y, combinado con el derecho al a?o sabático, un promedio de 1.150 horas al a?o. Una sociedad que no necesita por más tiempo su fuerza de trabajo a tiempo completo o durante todo el a?o puede también sufragar fácilmente los gastos de la reducción en las horas de trabajo, sin pérdida de ingresos, en forma de derecho a descansos del trabajo más largos. Hasta el principio del siglo xx, los jornaleros y obreros cualificados siempre dispusieron de este derecho. La variedad, el vagabundeo, la experiencia eran para ellos parte de la dignidad humana. En consecuencia, una reducción del tiempo de trabajo debería contemplarse ?flO sólo como un medio tecnocrático para una distribución más justa del trabajo?, que permita a todo el mundo adquirir un derecho incuestionable a compartir la riqueza social, ?sino como el objetivo transformador de la sociedad de procurar más “tiempo disponible” para los seres humanos?. ? Ese tiempo puede ser utilizado como uno guste, dependiendo de su situación en la vida, para experimentar con otros estilos de vida o una segunda vida fuera del trabajo. En cualquier caso, limita la esfera de la racionalidad económica. Tiene un significado socialista en tanto que está en combinación con un proyecto social, que pone los objetivos económicos al servicio de la autonomía individual y social. Jacques Delors ha se?alado que hace cuarenta a?os un trabajador de veinte tenía que ser preparado para pasar un tercio de su tiempo de vigilia en el trabajo. Hoy en día, su tiempo de trabajo sólo alcanza una quinta parte de su tiempo de vigilia, y llegará a ser menos. Desde la edad de quince a?os, uno pasa más tiempo delante del televisor que trabajando.’2 Si un movimiento socialista no se centra en la vida cultural e interpersonal de la comunidad tan intensamente como lo hace en la vida laboral, no será capaz de triunfar sobre el ocio productor de capital y la industria de la cultura. Sólo tiene una oportunidad si insiste conscientemente en la creación de los espacios libres en expansión para el desarrollo de una cultura cotidiana, multilateral y comunicativa, y una solidaridad cotidiana liberada de las relaciones consumistas de comprar y vender. La expansión de áreas liberadas del cálculo económico y las necesidades económicas inmanentes no puede ser entendida como que una economía socialista o una economía alternativa estén tomando el lugar de la capitalista. Hasta ahora no existe otra ciencia de gestión que no sea la capitalista. La cuestión es únicamente hasta qué punto el criterio de racionalidad económica debería ser subordinado a otros tipos de racionalidad dentro de las empresas y entre ellas. La racionalidad económica capitalista busca la mayor eficacia posible, la cual se mide por el ?excedente? obtenido por cada unidad fijada de capital en circulación. El socialismo debería ser concebido como la traba de la racionalidad capitalista dentro de un marco planificado democráticamente, que debería servir para lograr objetivos determinados democráticamente y también, por supuesto, reflejarse en la limitación de la racionalidad económica dentro de las empresas. En consecuencia, no puede cuestionarse el que se dicten a las empresas públicas o privadas las condiciones que hagan imposible el cálculo de los costes reales y de la producción, o que sean incompatibles con iniciativas que tengan como objetivo la eficacia económica, y en consecuencia eviten una gestión de la empresa económicamente racional. La reducción del tiempo de trabajo no puede, si va a tener una validez general —lo debería ser en aras de la justicia—, darse solamente en un nivel de empresa individual ni depender de los aumentos en la productividad de una empresa en particular. La equiparación de los ingresos, junto con una reducción general del tiempo de trabajo garantizada para todos, tampoco pueden financiarse con una imposición de impuestos general sobre los aumentos de la productividad de la empresa (impuesto máquina), pero puede ser garantizada por impuestos indirectos, aplicables a todos los países de la Comunidad Europea, que tienen un coste neutral para los negocios. Pero eso es ya otro capítulo. Enero de 1990 G?RAN THERBORN VORSPR UNG DURCH RETHINK Son suficientes tres conceptos para resumir un proyecto socialista o, si se prefiere, humanista radical, a largo plazo: la realización de la vida humana, la universalidad y la historia. La realización universal de la vida humana es, en pocas palabras, de lo que trata el socialismo, que además tiene un lugar y una extensión en el tiempo histórico. No es un momento, ni siquiera una vida, solamente de felicidad, sino un periodo arraigado en el pasado y que se conecta con el futuro. Una visión de ello podría ser el exterior de una esfera con horizontes abiertos en todas las direcciones, algunos espacios de tonos variables de luz, con gente que está emprendiendo innumerables actividades pacífica y autónomamente, difíciles de distinguir entre el trabajo y el juego, y menos entre actividades útiles y las que depara la pura subsistencia. Alguna gente actúa sola, otros en grupos más peque?os o más grandes, los dirigentes y los dirigidos pueden existir, pero es imposible distinguirlos desde lejos. Los lugares aparentemente cambian infinitamente, pero los barrios bajos, los focos de miseria rurales o los campos de concentración no se ven por ningún lugar. Una cierta frescura limpia se suspende en el aire y brilla en el agua. Otros espacios están en la oscuridad pero son penetrables para el visionario, quien ve gente bien alimentada en un sue?o seguro y bien protegido, gente entregada a la pasión de hacer el amor, personas despiertas con los ojos en blanco luchando con los demonios de la creación, u otros que están naciendo, enfermos o moribundos, con compa?eros que los cuidan al lado de su lecho. El visionario está mirando a la tierra desde el espacio interior y ve una vida mul tifacética sin violencia sistemática, coacción, miseria ni degradación, sin mecanismos clasistas que condenan a categorías de seres humanos a que un gran número de sus hijos se mueran cuando son bebés, caigan presa del hambre, de las enfermedades evitables, la pobreza, la humillación, la explotación, la falta de cuidados y de una muerte cruel e innecesaria. Como tengo la intención de que esta visión sea parte de un discurso político racional, está abierta a muchas objeciones. En otras palabras, al exponer una visión planetaria de la humanidad a la luz del día y de la noche, acepto la obligación de que un razonador racional proporcione las razones para que los escépticos lo vean como un posible futuro, y como un futuro por el que merezca la pena luchar. De hecho, estoy intentando desarrollar un argumento de diálogo con los críticos. UN DEBATE CON UN LIBERAL ESC?PTICO Y UN SOCIALISTA MODERNO Primera ronda: sobre el mal y la emancipación Escéptico liberal: Su llamada visión socialista es poco más que un sue?o de un mundo sin mal. Eso quizá sea un sue?o noble, pero no nos indica cómo llegar allí. Y, después de todo, ?es digno de un científico social racional (político, escritor, activista, ciudadano; táchese lo que no proceda) prometer un mundo sin mal? Socialista moderno: En este tema, ojalá sólo en este, estoy completamente de acuerdo con mi enemigo liberal, pero a?adiría... Respuesta: Espere un minuto, detengámonos aquí por un momento. Mi visión es algo significativamente diferente de, o menos que, un deseo de un mundo sin mal. El mundo del que hablo es un mundo sin sistemas del mal, sin mecanismos sistemáticos para asignar la fortuna o la miseria, sin, imitando a un actor de Hollywood medio olvidado, ?imperios del mal?. No doy por sentado ningún cambio en la mezcla cotidiana del bien y del mal del se?or Smith y la se?ora iones. Y creo que soy poco común entre los utópicos que han concebido, en un resumen del paraíso de un párrafo, a la gente que guarda cama por enfermedad, y a los moribundos. Socialista moderno: De acuerdo, pero todavía es muy abstracto y vaporoso. Lo que es más, incluso a nivel de los principios su- 20. — B1ACKBURN DESPU?S DE LA CAlDA premos, parece que usted está jodiendo las cosas. El proyecto comunista y socialista siempre ha tenido una meta clara, la emancipación humana universal. ?Por qué excluye la meta de la emancipación? ?Se ha convertido en demasiado revolucionaria, incluso ?fundamentalista?, quizá? Respuesta: Esta es la diferencia crucial entre el modernismo y la posmodernidad, en la que caí en la cuenta sólo últimamente. Honestamente, no creo que el proyecto socialista se pueda resumir ya en términos de emancipación. La emancipación es una clave de la política de la modernidad, una política de liberación de los grilletes del Antiguo Régimen, de la sociedad tradicional, del mandato monárquico, supuestamente por la gracia de Dios, de la explotación de las clases, de la intolerancia, del prejuicio, del patriarcado y del racismo. La emancipación sigue siendo uno de los planes de la mayor parte de los lugares del mundo, sobre todo la emancipación de las mujeres, pero también de la etnicidad/nacionalidad y de la clase. Sin embargo, el concepto de emancipación presupone el de opresión/explotación como un claro punto de partida desde el que mo- verse. En las democracias capitalistas modernas es difícil, y poco convincente, concebir a las mujeres y a los trabajadores generalmente e indiscriminadamente oprimidos y explotados (excepto en el sentido del contable de un análisis académico de clases). Tales sociedades sí que contienen características de opresión y de explotación, y por lo tanto tareas de emancipación, pero las primeras no se mantienen como características de vida en esas sociedades. La realización de la vida humana tiene la ventaja de que no está ligada a un movimiento lineal, desde la opresión a la libertad, sino de connotar, al mismo tiempo, una pluralidad de vida infinita —proyectos y un patrón universal, la duración de la vida humana universalmente posible a un determinado nivel de los recursos mundiales y del conocimiento médico. Escéptico liberal: Su visión parece implicar una biologización de la política y de la vida social. ?Significa eso que usted acepta la economía capitalista actual como la más eficaz? Respuesta: Nadie sino un loco diría que el presente es el mejor ?VORSPRUNG DURCH RETHINK? de los mundos posibles. Sólo los utópicos pueden so?ar con que el capitalismo dure para siempre. Pero es verdad que yo he reformulado el proyecto socialista, de estar expresado en términos de pobreza, mercados y del estado, a las preocupaciones de la vida humana. Escéptico liberal: Pero eso implica un reconocimiento de los mercados y del capitalismo, ?verdad? Respuesta: De los mercados, sí, del capitalismo, no. La concepción marxista del socialismo estaba basada en un análisis del capitalismo que afirmaba su contradicción intrínseca. El desarrollo del capitalismo provocaría una disfuncionalidad cada vez mayor entre las relaciones privadas de producción y las cada vez más (publicamente dependientes) fuerzas de producción. Eso sucedió hasta aproximadamente 1950, expresado en la socialización de las comunicaciones de masas y del transporte de masas, incluso de los recursos naturales reservados para constituir las ?cumbres dominantes? de la economía. Durante otros quince a?os se produjo el establecimiento de una dirección pública de la economía, de su tasa de crecimiento y de su ciclo comercial. El proceso de cartelización internacional, que culminó en los a?os treinta, era parte de la misma tendencia. Sin embargo, desde entonces, el mundo del mercado y de las multinacionales se ha reafirmado tanto contra los cárteles como contra los estados, aunque la economía dirigida permanece —y seguirá permaneciendo. Escéptico liberal: Pero ?por qué no acepta la superioridad del mercado capitalista? ?No es eso lo que está implícito tanto en las reformas de Deng Xiaoping como en la perestroika de Gorbachev? Respuesta: El funcionamiento del mercado depende de la distribución inicial de los bienes, y la actual distribución de los recursos del mundo niega la posibilidad de una vida humana decente a cientos de millones de personas. Se tiene que cambiar esa distribución. Parece que no hay evidencia empírica de que los mercados financieros especulativos tengan una función positiva en lo que los economistas liberales serios a veces llaman ?la economía real?, y a menudo los primeros tienen efectos claramente negativos en la producción y el trabajo. El poder en aumento del capital financiero tiene que invertirse. El mercado es además un mecanismo pobre para encargarse de cuestiones humanas fundamentales —para las que no hay intercambios compensatorios— con opciones de rara frecuencia y/o de necesidad de información especial. El mercado puede funcionar bastante bien con respecto a la elección de bienes de consumo, pero bastante mal, por ejemplo, con respecto al cuidado de la vejez que usted, como adulto con recursos en la plenitud de su vida, pueda necesitar en el futuro lejano como persona anciana. Intelectualmente, es interesante que probablemente la metáfora más popular de la teoría de acción racional contemporánea sea la de ?el dilema del prisionero?, que es una triste historia de dos o más personas que no pueden comunicarse y cooperar entre ellos y quienes, por lo tanto, como egoístas racionales, terminan mucho peor de lo que hubieran terminado si les hubiera sido posible cooperar. Este ejemplo nos da una lección exactamente opuesta a la de la ?mano invisible? del mercado. Tercera ronda: sobre el socialismo y el liberalismo Socialista moderno: Pero si usted defiende esas opiniones, ?por qué no presenta una imagen clara de una economía socialista? En su lugar, usted está presentando una visión desprovista de todas las instituciones concretas. ?No sería más honesto decir, en su caso, que usted está abandonando la idea del socialismo por otra visión o utopía de un tipo humanístico más general? Respuesta: Mi visión presupone una completa reparación general de la distribución de los bienes, de la propiedad y de la falta de propiedad, y un cambio completo de las relaciones entre las instituciones financieras y productivas. Esos cambios implicarían una igualación universal de las oportunidades de vida y un papel decisivo destinado a la creatividad productiva, en contraste con la simple creatividad apropiativa. Por lo tanto, mi visión implica una serie de cambios institucionales cruciales, que están contenidos dentro de las tradiciones del socialismo. Sin embargo, a diferencia de los socialistas clásicos, no estoy seguro de a qué se parecerían exactamente las nuevas instituciones que se necesitan. Escéptico liberal: Bien, ?pero eso no sería el equivalente al liberalismo civilizado? Respuesta: En caso de que usted reconociera a su liberalismo en mi visión, o a la democracia social del otro, a la democracia cristiana, al ecologismo, o al x-, y- o z-ismo, yo estaría contento, ?VORSPRUNG DURCFI RETHINK? 309 porque eso significaría un apoyo mayor de ello. La preocupación sectaria con líneas de demarcación trazadas me es ajena. Escéptico liberal: Gracias, ?pero eso no viene a ser lo mismo que el abandono del socialismo como tendencia política específica? Respuesta: Hay una continuidad básica con el socialismo moderno, en universalismo, en historicidad y en concentrarse en escudri?ar y en cambiar el contenido de las formas sociales y políticas, los contenidos humanos y sociales de las constituciones políticas y de las series de derechos jurídicos, y la estructuración de situaciones de selección con resultados sistemáticos de abundancia, por un lado, y de miseria, por el otro. Cuarta ronda: sobre la historia y las tendencias históricas Socialista moderno: ?Por qué pone tanto énfasis en la historia en su resumen de los tres conceptos? ?No será un encubrimiento, por el hecho de que usted ha sustituido una visión utópica por la teoría marxista de la historia? Respuesta: No. La razón es una ambición de retener un vínculo con el ?socialismo científico?, es decir, con el lugar del socialismo en la historia que realmente existe. Pero también tenía algo en mente, más directamente relacionado con mi concepción de la política de la vida. Una visión de un mundo mejor debe contener un sentido de unión con, y por lo tanto de responsabilidad para, el futuro, para las generaciones venideras. Ninguna generación tiene el derecho de destruir las oportunidades de vida de la(s) siguiente(s). Esa es una limitación de la realización de la vida universal. Socialista moderno: ?Hablar de la ?historia? no es suficiente! La cientificidad de la concepción socialista del materialismo histórico era que analizaba cómo el primero se desarrollé a partir de las contradicciones y de los conflictos sociales del capitalismo. Pero su llamada visión no se deriva de ningún análisis de las tendencias históricas de la contradicción y del conflicto. Sólo está sosteniendo una imagen, esperando que alguien la encuentre atractiva. ?Ve usted algunas fuerzas sociales con un interés o tendencia a realizarlas? Respuesta: La respuesta más concreta a su primera pregunta es que mi visión implica una universalización y una profundización de las instituciones de los estados del bienestar más avanzados. En segundo lugar, incorpora a la agenda histórica las cuestiones vitales aportadas por los movimientos progresistas de las mujeres, es decir, las relaciones sexuales, los modos de reproducción humana y la calidad de las relaciones personales en los sistemas de formas institucionales. En tercer lugar, mi visión expresa la actualización de las cuestiones básicas del medio ambiente humano promovida por el movimiento ecologista. Lo que yo veo son todas las tendencias de los nuevos tiempos. Socialista moderno: ?Se abstiene usted deliberadamente de referirse a alguna tendencia económica del capitalismo contemporáneo? Respuesta: El estado del bienestar, la insurrección de las mujeres y los intereses ambientales, han surgido del capitalismo desarrollado, de las fuerzas y flujos que se generaron dentro de él, aunque los procesos han sido muy complejos y no se pueden reducir a una dialéctica puramente económica. Entre estas tendencias y el capitalismo hay conflictos fundamentales que, sin embargo, no suponen incompatibilidad o imposibilidad de coexistencia. Después de todo, la vida no es incompatible con la violencia, la crueldad y el fraude, por ejemplo. Pero, ?no admitiría que la vida es más agradable sin ellos? Escéptico liberal: ?Por qué no se refiere al auge de la economía del conocimiento postindustrial con su substitución de la información por el trabajo y el capital, de las redes por la jerarquía, de la flexibilidad por las leyes rígidas, de la descentralización por la centralización? Respuesta: Las tendencias del capitalismo contemporáneo son ambiguas en sus implicaciones sociales. Mientras que las burocracias tayloristas de tipo militar están claramente a punto de desaparecer, la producción industrial tiene cada vez menos peso económico, y la computerización de la información y del uso de la información tienen una importancia económica que está creciendo rápidamente, sin que surja ningún modelo clarificador, a pesar de las ideologías más vendidas. La centralización global del poder corporativo está creciendo simultáneamente a la descentralización dentro de las organizaciones corporativas. La ruptura de los sindicatos y la idiosincrática dirección del personal están aumentando, junto con el compromiso cada vez mayor del personal autónomo. La venta de la propiedad natural, atractiva y cada vez más escasa, y de los bienes ?VORSPRUNG DURCH RETHINK? 311 raíces urbanos está rápidamente creciendo en importancia en el capitalismo contemporáneo. La manipulación, o privilegiado de acceso exclusivo, de la información se está convirtiendo en un medio cada vez más importante de acumulación de capital. Y así sucesivamente. Muy significativo en estas tendencias económicas ambiguamente contradictorias es, pienso yo, el creciente papel de una gran categoría de empleados cualificados, por encima de las divisiones manuales/no manuales, el compromiso y las sofisticadas exigencias de vida de quienes se están haciendo crucialmente dependientes del capital productivo. La gente de este tipo ya está proporcionando mucho apoyo a estos nuevos movimientos humanistas, y si se les diera una oportunidad institucional, también podrían dar un nuevo ímpetu al movimiento del trabajo. Sin embargo, la contraestrategia del capital y del conservadurismo es intentar segmentar a estos empleados en lealtades corporativas y locales, y aislarlos del resto de la población, de la masa de los trabajadores del sector de servicios, de los trabajadores tradicionales de la producción, de los parados y de los jubilados. Las dos instituciones básicas de los estados del bienestar son los derechos (de participación) y la asistencia. Como miembro de una categoría relevante, como ciudadano, o como miembro de algún Otro grupo, usted como persona tiene derecho a ciertos servicios y formas de ayuda, sin tener en cuenta el status de sus propiedades y su capacidad para pagar los precios actuales del mercado. En segundo lugar, lo que más hacen los actuales estados del bienestar es proporcionar asistencia a la gente, asistencia a los enfermos, a los débiles, a los ancianos, asistencia a los ni?os para que crezcan y aprendan. Los derechos de las personas y la asistencia social tienen una relación tensa y conflictiva con el principio de exclusión inherente a las nociones de propiedad y adquisición, y al de producción y circulación de mercancías. El movimiento feminista desafió los particularismos masculinos en las concepciones vigentes de libertad e igualdad, de solidaridad y socialismo. En ese sentido, el movimiento ha seguido la tendencia al universalismo. También es pertinente en este contexto otra característica de la insurrección feminista: su preocupación por la calidad de las relaciones personales humanas —sobre todo entre los hombres y las mujeres, pero también entre las mujeres, entre los hombres, y entre los adultos y los ni?os. La autonomía, la dignidad, la autenticidad 312 DESPUES DE LA CA?DA y el interés en las relaciones humanas son valores morales o reivindicaciones que surgieron en contra del instrumentalismo y de la mercantilización. Un tercer aspecto del movimiento feminista, que yo encuentro particularmente atractivo, es la combinación de un individualismo radical con la acción colectiva y la solidaridad. El feminismo desafió a la colectividad desproblematizada de la familia —el armario oculto de la mayor parte del individualismo burgués, un armario lleno de víctimas del poder patriarcal y del despotismo. Lo hizo apuntando hacia un individualismo más auténtico, que al mismo tiempo suponía un interés universal por, y una ayuda a, otros seres humanos. El movimiento ecologista ha puesto al medio ambiente en el centro de atención. Como todos los movimientos radicales, incluyendo al socialista clásico, también contiene elementos dudosos, frágiles profecías de muerte inminente, moralismos puritanos y la desatención por parte de la clase media alta del trabajo y de la condición de las viviendas de la gente corriente. Sin embargo, los ecologistas han hecho contribuciones inestimables a una polftica de la nueva vida, demostrando las innecesarias amenazas letales o seriamente destructivas de la polución, del envenenamiento y de la destrucción de la naturaleza. Quinta ronda: El estado del bienestar y el ?estadismo? Escéptico liberal: ?Pero no es el estado del bienestar un dinosaurio burocrático que ahora está siendo cuestionado tanto por la izquierda como por la derecha como algo que tiene que ser reemplazado, o al menos recortado, por una ?sociedad del bienestar? de un tipo u otro? Respuesta: Usted está confundiendo las formas institucionales actuales con los principios básicos del estado del bienestar y el hálito ideológico actual alrededor de esas formas. La esencia del estado del bienestar es que la reproducción de la población de una entidad política dada es una responsabilidad política pública. Ni Thatcher ni Reagan y sus acólitos han sido capaces de cuestionar el derecho de la gente necesitada a la ayuda y la asistencia. Ninguno ha sido capaz de eliminar las instituciones de ayuda e interés humano. El desarrollo de las fuerzas productivas, de la ciencia y la tecnología, ?VORSPRUNG DURCH RETHtNK? requerirá más educación en vez de menos. El crecimiento del conocimiento médico y de la tecnología aumentará la demanda y el suministro de asistencia en el futuro. Las poblaciones que envejecen necesitarán mucha más asistencia. Ciertamente no es inconcebible que las tendencias actuales de la derecha de reducir al mínimo los servicios y la asistencia dada al ser humano corriente, sin propiedad o sin una póliza de seguros, continuarán e incluso se agravarán. Pero los temas de la política de la vida sobre la reproducción humana, sobre la educación, la curación, la asistencia y el mantenimiento de la salud de la población no desaparecerán. Ni se enterrarán en las familias y redes fuera de la responsabilidad y organización política común. La izquierda socialista tradicional ha perdido de vista el significado del estado del bienestar por una miopía del funcionalismo económico y una preocupación machista por la ?alta política?. Escéptico liberal: Pero seguramente cualquier intento serio del nuevo pensamiento tendrá que romper con el estadismo de la izquierda tradicional. Respuesta: Es verdad que la empresa pública y el comisariado de planificación, incluso algunas de las principales autoridades de asistencia sanitaria pública, ya no inspiran la confianza y el entusiasmo que inspiraban. Pero el estadismo o el antiestadismo no es el problema real. Lo que hace falta es enfocar los problemas sociales más importantes y después hablar de las formas institucionales apropiadas. Para que todo el mundo en la tierra tenga una oportunidad de vivir una vida decente, en vista de los recursos y del conocimiento de que dispone el género humano hoy, será absolutamente necesaria mucha regulación e intervención política pública. Pero ciertamente se exigirán nuevas formas de intervención y organización pública. No soy un defensor formal de las formas del estado del bienestar que existen en la actualidad, pero nunca me harán caer en un debate sobre estadismo/antiestadismo. Sexta ronda: fuerzas sociales Socialista moderno: Nunca contestó directamente a mi pregunta sobre las posibles fuerzas sociales que podrían ser movilizadas para su utopía. También me pregunto, por lo que usted dijo, si quiere cleclr que hay una contradicción creciente entre el capitalismo y lo que usted llama la realización universal de la vida. Respuesta: Las contradicciones del capitalismo en la antigua etorica socialista han aumentado tanto que, por un tiempo, parece tener precaución. No estoy diciendo que las contradiccioes internas del capitalismo contemporáneo estén aumentando o sea rohable que aumenten en un futuro inmediato. Lo que estoy di- es que los conflictos entre el capitalismo, incluso el próspero Pltalismo moderno, y la posibilidad universal de llevar a cabo una válida, digna y razonablemente decente y saludable, no muesla mínima tendencia a desaparecer. Y, por lo menos en algunas la distancia entre la capacidad y la realidad de la vida humaestá definitivamente creciendo. Vemos esto en la extensión de la 3b.eza en los Estados Unidos, en el permanente desempleo en masa, uctor de guetos al estilo norteamericano en la mayor parte de d 1pa occidental, en la creciente contaminación de muchas ciuday aguas, en la creciente destrucción de los ni?os y de los jóvenes er en la adicción, la violencia, la delincuencia y la prostitución), asistencia a todas luces inapropiada para los ancianos también 1os países más ricos, en el aumento de la miseria en grandes e del Tercer Mundo, y en las amenazas persistentes de desastre 15gico. ce a política de la vida no tiene un sólo tema, ni siquiera un tema p1tral. Ese es el obstáculo de la política del poder a corto plazo. r otro lado, puede, o podría, recurrir a una amplia gama de fuer- le: sociales y culturales que, en términos de transformaciones socia largo y medio plazo, es una fuente de fuerza. se l movimiento obrero, en cuanto que es un movimiento de davez de un conjunto de grupos de intereses locales, y los movie itos de las clases populares o de los pobres del Tercer Mundo, sir1mt0 que son movimientos de necesidades populares en vez de fU1es olas de frustración u objetos de demagogia, son ciertamente necesarias. Sin ellos, la política de la vida tendería a preorse solamente por la calidad de vida de los ricos y los prósperos. m tas mujeres, y no sólo el movimiento feminista, son y probable- las kte se convertirán en otra fuerza mayor. Cualesquiera que sean azones, las mujeres están, y parece probable que sigan estando du lo que podemos ver), muy representadas en el trabajo reprot ivo (remunerado y no remunerado) y tienden a interesarse cada ?VORSPRUNG DIJRCH RETHINK? 315 vez más por la calidad de la condición humana. En el pasado, la reclusión en la familia y la confinación a una interpretación estrechamente religiosa de los temas existenciales, tendían a hacer a las mujeres políticamente más conservadoras que los hombres. Eso está cambiando ahora y se están invirtiendo los papeles. Por supuesto, las mujeres no constituyen una única tendencia, y continuarán extendiéndose por el espectro político. Pero parece probable que tendrán una tendencia fuerte —más fuerte que los hombres— a apoyar la política radical para la realización universal de la vida humana. Varios grupos de gente preocupada de la clase media, en su mayor parte profesionales de un tipo u otro, ya se han comprometido con varios aspectos de lo que yo he llamado aquí la política de la vida. Grupos ecologistas, grupos para la defensa de los derechos humanos, gente interesada en ayudar a las víctimas del hambre, el desastre y la persecución. Mientras que aquí ha habido una erosión y una desmoralización de la izquierda tradicional, la política de la derecha en boga en varios países no parece haber agotado, o incluso disminuido, los compromisos con temas específicos de interés humanístico, y no parece haber disminuido las perspectivas de las clases medias de los intereses políticos por las tasas de impuestos, los intereses hipotecarios y las trayectorias de la cartera solamente. Escéptico liberal: Pero si hay tanta gente y movimientos de buena voluntad, entonces ?por qué el mundo se muestra de la forma que usted dice? ?O quiere usted decir que el paraíso es inminente? Respuesta: Mi respuesta a su segunda pregunta es no, y a la primera sería demasiado larga para publicarla aquí. Pero, en general, la gente de este mundo está atrapada en un mar de situaciones conflictivas, obligada por la competencia económica y la rivalidad por el poder, y afectada por consecuencias de acción involuntarias e imprevistas, así como conflictivas. Las fuerzas progresivas a las que me refería antes también están enredadas en esta tela de ara?a. Lo que se necesita es abrir un camino en el que la política de la vida pueda mantenerse alta, pueda ver su propia panorámica y pueda caminar hacia adelante. La tarea de limpieza es primero una tarea de reorientación del debate político, tal como estamos haciendo aquí. Cómo debería tomar forma tal orientación en las formaciones de poder para el cambio es una cuestión posterior. Y cambiar los términos de la discusión actual originará en sí mismo algunos cambios en las instituciones y configuraciones de poder existentes. Séptima ronda: un resumen de los temas Socialista moderno: ?Podría, por favor, reformular la reorientación de la que habla en un lenguaje político corriente y comprensible? ?Qué quiere que hagamos? Respuesta: No voy a presentar una plataforma electoral de partido o un anteproyecto de la próxima revolución socialista. Pero resumiré mi argumento en unos pocos puntos. Lo que sugiero es, en primer lugar, ir a la zaga de las instituciones económicas y políticas y empezar a formular las tareas de la política radical (socialista, progresista, humanista, democrática) en términos de calidad de vida de la gente y de sus oportunidades de vida, de la posibilidad de todo el mundo de realizar la plena potencialidad de la vida humana, con la reserva de que esta posibilidad debería de mantenerse para los futuros miembros del género humano. Esta perspectiva pone ciertas cuestiones y tareas políticas en primer término. 1. El desarme (no necesariamente unilateral), el control de armas y las tentativas de prevenir o apaciguar los conflictos armados. 2. La solidaridad humana universal, que luche contra el racismo, el sexismo y la opresión étnica y que supere los nacionalismos exclusivistas. 3. Sanidad y una atención sanitaria adecuada para todo el mundo, lo que significa un ataque frontal a las diferencias nacionales, étnicas y de clase en cuanto a la mortalidad, el pesimismo y el bienestar; la provisión de una atención decente a los enfermos y a los ancianos. 4. La educación que posibilite una participación total en una sociedad que está desarrollándose continuamente, con un medio de crecimiento seguro para los ni?os y los jóvenes, y con posibilidades de educación postescolar para los adultos. 5. Una distribución de los recursos y remuneraciones lo suficientemente igualitaria como para hacer que una vida humana decente sea una posibilidad para todos, lo que significa esfuerzos masivos para reestructurar las oportunidades materiales de vida de la gente en la mayoría de los países (y no ?VORSPRUNG DURCH RETHINK? 317 menos en Gran Breta?a), y la construcción de nuevas formas de ayuda entre naciones y cooperación en el desarrollo. 6. Una reestructuración de las relaciones personales y sociales para hacer posible la autonomía personal tanto para todas las mujeres como para todos los hombres. 7. Trabajo, con una seguridad sanitaria básica, y capacidad de crecimiento humano para todo el que quiera tomar parte en la economía. Una organización del tiempo social que le haga posible y fácil a la gente organizar el tiempo de su vida según el trabajo remunerado que hayan elegido, el cuidado de los ni?os, parientes y amigos, la educación y la reeducación profesional, y el tiempo libre y el recreo. 8. La descontaminación del aire y del agua, el crecimiento económico y la realización de la vida, obligados sólo por la conservación de la naturaleza. La naturaleza tiene que ser reorganizada política y económicamente para lo que la mayoría de nosotros ya conocemos en secreto, que la naturaleza no debería ser un objeto de conquista humana, puesto que es un aspecto básico de la calidad de la vida humana. Se tienen que hacer grandes esfuerzos para averiguar y hacer algo acerca de las consecuencias perjudiciales para la vida de las substancias fabricadas y de los productos de deshecho, y de varias prácticas humanas. 9. Una reorganización de la vida urbana y de las diferentes oportunidades en las ciudades y en el campo con el propósito de eliminar los barrios bajos y la congestión metropolitana y de dirigir el intercambio entre la libertad anónima y, por otro lado, el vandalismo, la violencia, la criminalidad y la desesperación desenfrenada, a direcciones más positivas. Escéptico liberal: ?Precioso! ?Y quién va a correr con los gastos? Respuesta: Todos nosotros. Esto no pueden pagarlo los ricos solamente. Pero casi todos nosotros nos beneficiaremos de ello en mayor o menor grado. Socialista moderno: ?Usted no dijo ni una palabra sobre el capitalismo o, si vamos a eso, sobre el socialismo! Respuesta: Lo esencial de mi argumento es que las cuestiones relativas al medio y a las oportunidades de vida deberían ponerse en primer lugar, y que las instituciones económicas más adecuadasa lo primero se tendrán que buscar más tarde. Las cuestiones a las que yo doy prioridad son ciertamente diferentes a la de maximizar la acumulación del capital. Mejor dicho, requieren una restricción drástica del poder de la propiedad capitalista y de la acumulación del capital. En ese sentido siguen una línea socialista clásica. Por otro lado, soy bastante consciente del dinamismo de una economía de mercado y de la necesidad de una capacidad directiva económica y administrativa. Para dar a todo el mundo en esta tierra un medio de vida decente y unas oportunidades de vida decentes, necesitamos una economía muy eficaz y formas de organización muy eficaces en todas las esferas. Los mercados y la dirección profesional sin duda serán necesarios. Pero, en cuanto al resto, no estoy seguro de a qué formas organizativas y sistemas deberíamos dirigirnos. Lo crucial es, en mi opinión, que los últimos formarán parte de la intención de dar a todo el mundo la posibilidad de realizar todo el potencial de la vida humana en un ambiente nuevo. Octava ronda... El editor: Usted no ha permitido a sus oponentes darse por vencidos o quedar fuera de combate, por lo que esto podría continuar para siempre. Pero en caso de que quisiera publicar estos garabatos ?será mejor que pare ahora! Respuesta: Sí se?or. LA ECONOM?A DE UN MERCADO SOCIALIZADO La tradición socialista siempre ha insistido en la dirección social ?onsciente de la economía para satisfacer las necesidades más que ,a obtener beneficios. Es importante aferrarse a ese objetivo en ii momento en el que el fracaso de la planificación central en Euroa oriental y en la Unión Soviética ha llevado a su rechazo general. Jecesitamos volver a pensar lo que significa este objetivo y los méOcios para alcanzarlo. Aquí se ofrecen algunas sugerencias para esmular el debate.’ Necesitamos pensar en la dirección social en términos de capaen vez de en términos de control. La economía no es una - es la suma de millones de acciones y decisiones individuay colectivas. No es posible controlar todas ellas para lograr un ,resultado predeterminado Los intentos de hacerlo conducen a las iflstituciones económicas no democráticas y sobrecentralizadas, junto con la corrupción, los mercados negros, la ineficacia y las colas. Necesitamos crear instituciones que permitan a la gente producir para satisfacer las necesidades; que dirijan a la gente en cuanto a - mostrarles el camino, creando rutas, creando canales de comunica Ció entre los distintos productores y entre los productores y los USUariOS. Esto requiere algunas medidas preventivas, de la misma forma que un sistema vial requiere medidas para impedir que la gente viaje contra direccion Pero no requiere una autoridad central que le diga a la gente lo que todos deberían estar produciendo y cómo. Se requieren estas medidas para prevenir que la gente use los recursos sin que sean socialmente responsables de ellos; y para prevenir que la gente trate a los demás como simples recursos para satisfacer sus necesidades en vez de como conciudadanos. El error en el pasado ha sido ver esto principalmente en términos de control y propiedad del estado, invalidando y desplazando los derechos de propiedad privada. Ciertamente son necesarios fuertes límites en el ejercicio individual de los derechos de propiedad, pero esto se debe unir con la creación de nuevos derechos de ciudadanía: derechos a los servicios y bienes básicos, y derechos de participación y responsabilidad en las decisiones sobre qué y cómo producir. Estos derechos individuales necesitan instituciones colectivas para su ejercicio efectivo, pero estas instituciones deben operar de forma que mantengan cierta conexión con los individuos. Las cooperativas de trabajadores son un medio importante para conseguirlo. Sin embargo, las cooperativas son probablemente más aptas para unos tipos de producción que para otros; también serán necesarias la propiedad municipal y la propiedad por cuerpos regionales y nacionales. También tenemos que prestar mucha más atención a la forma en que tales unidades de producción se vinculan a la comunidad más amplia. La democracia interna es ciertamente necesaria, pero esto no es suficiente. Los derechos de participación y de responsabilidad se tienen que extender más allá de aquellos que trabajan en estas unidades, para proporcionar una responsabilidad social mayor. ?Cómo se puede conseguir esto? La respuesta que dan algunos socialistas es que los mercados son la mejor forma de hacer esto, siempre que la distribución de los ingresos y la riqueza sea relativamente igualitaria. Mi opinión es que, mientras haya naturalmente un papel importante e indispensable para comprar y vender en la economía socialista, el nexo del dinero por sí mismo no conlieva adecuadamente información sobre las necesidades. Además, tiende a tomar vida propia y a fometi tar una estrecha búsqueda de los intereses individuales y de grupo, en vez de apreciar los intereses de los demás y de intentar llegar a las decisiones que son verdaderamente sociales. De hecho, la bus- queda de los propios intereses individuales y de grupo, sin consideración de lo que hacen los demás, es fundamentalmente autodeS jctiva, como está revelando ahora la creciente crisis del medio amnte. (Esta es también la causa primordial del desempleo, la inflan y otras manifestaciones del desorden económico.) Una economía cialista tiene que estar organizada de forma que estimule y posibili, la gente a apreciar su interdependencia con los demás y a ser más ricos en sus decisiones. Esta no es la meta utópica del desinterés; es ‘s bien la meta práctica de posibilitar que la gente vea y tenga en nta las interconexiones, que quizá no sean demasiado aparentes, ,j que, sin embargo, son reales. Los nuevos movimientos sociales l movimiento ecologista, el movimiento feminista, el movimiento la paz— han sido mucho más avanzados que los movimientos stas tradicionales en trabajar en estos ámbitos. Se pueden prever una variedad de formas de permitir a la gente F más social y menos egoísta al tomar decisiones. Una forma es ante las negociaciones (como sugiere Pat Devine): todas las deones importantes sobre la inversión estarían sujetas a negociacioentre la empresa inversora y aquellos que pudieran estar afectapor la inversión (grupos comunitarios, grupos de consumidores, ).2 Esto probablemente funcionaría de la forma más eficaz don- los efectos están relativamente localizados, o en el caso de proCtos realmente grandes, como por ejemplo en las centrales eléctri. Otra forma es mediante el arrendamiento (como sugiere Robin nrray): las empresas se arrendarían a grupos de operadores por periodo determinado y los alquileres se renovarían solamente a s grupos que satisficieran ciertos criterios de rendimiento social ncluida la eiicacia).3 Los propietarios definitivos, que hacen el con*to de arrendamiento, serían una especie de monopolio de invern social. Pero éste, a su vez, tendría que ser responsable de su dministración ante la comunidad (una posibilidad sería que fueran presentantes elegidos en el consejo de administración). En muchos Sos la representación directa de los intereses de los usuarios sería .a buena idea; quizá los antiguos comités de usuarios o un direcOr de consumidores en el consejo de administración. Una nueva forma sería mediante el requisito de que todas las empresas por de ciertas dimensiones tengan directores de comunidad en sus consejos de administración, una extensión democrática de la función actual del director no ejecutivo. Claramente, la responsabilidad social en el uso de los recursos va a exigir a los particulares que sirvan de directores de comunidad, de miembros de las comunidades de usuarios, de miembros de grupos de negociación, etc. (La función de los directores de escuela es un buen ejemplo de lo que se requerirá.) Este tipo de responsabilidad tiene que estar distribuida de forma uniforme y se podría considerar una obligación ciudadana, en vez de un servicio de jurado, que se emprende a cambio de los beneficios de ciudadanía, tales como unos ingresos básicos garantizados.4 También va a hacer falta que se hagan bastantes campa?as y que los grupos activistas den información y mantengan la presión para que la gente tenga puntos de vista amplios en vez de restrictivos. La responsabilidad social no puede ser eficaz si se deja en manos de las instituciones estatales; éstas son necesarias, pero necesitan completarse con una amplia gama de iniciativas independientes. Las campa?as y los grupos activistas necesitan subscripciones, donaciones y subvenciones. Un estado socialista debe facilitar el acceso a estos recursos mientras les permite seguir siendo independientes. La clave de la dirección social democrática de la actividad económica está en la interacción continua entre instituciones estatales (reguladas electoralmente), unidades de producción (democratizadas internamente), ciudadanos que ejercen la supervisión social a través de los comités de usuarios, de las direcciones de comunidad, etc., y una amplia gama de campa?as y grupos activistas, que expresan una variedad de necesidades e intereses de la comunidad. Esta interacción implicará procesos de planificación, en los que se explicarán detalladamente las metas previstas para el futuro y se especificarán los medios para conseguirlas. También implicará decisiones sobre la compra y venta y el establecimiento de los precios, y sobre el uso de criterios financieros. Pero la organización tanto de la planificación como de los procesos de mercado estará estructurada por redes de mutualidad del tipo de las que se han descrito arriba, que servirán para someterlas a la dirección social. Para que esto funcione con éxito tendrá que haber un acceso fácil y abierto a una amplia variedad de información. Un papel fundamental del es- tado sería usar su poder tributario único para proporcionar como bienes públicos la infraestructura de comunicaciones y la preparación necesarias para que los ciudadanos puedan descifrar la información. Es absolutamente esencial, para una economía socialista dirigida democráticamente, tanta transparencia como sea posible en todas las formas de toma de decisión. Tal economía no se verá libre de errores y problemas, pero es una ilusión pensar en la ?planificación? como en la varita mágica que podría conseguir siempre una perfecta distribución de los recursos, según las necesidades de todos. Lo que se evitará, sin embargo, es el atrincheramiento de los procesos que perpetúan e intensifican el dominio del poder adquisitivo sobre la satisfacción de la necesidad. Entonces, ?por dónde empezamos? Las exigencias de que el estado haga esto o aquello independientemente de la autoactividad de los propios ciudadanos no es el punto de partida apropiado. Tenemos que empezar por las actuales exigencias de mayor responsabilidad social y por los intentos de desarrollar una visión más amplia entre la gente mientras deciden qué comprar o cómo negociar en el lugar de trabajo. El hecho de que los consumidores quieren buscar más allá de las características inmediatas, en cuanto al precio y la calidad, de lo que compran, lo demuestran las exitosas campa?as antiapartheid para boicotear los productos surafricanos; y las campa?as verdes de los consumidores para crear presión por la disponibilidad de productos de limpieza del hogar que no contaminen. Menos conocidas son las campa?as holandesa y británica para la ropa limpia —es decir, ropa fabricada bajo unas condiciones de trabajo decentes— que tratan de movilizar a los consumidores para que presionen a las grandes cadenas de venta al por menor para que no se abastezcan de las fábricas donde se explota a los obreros, ya sea en Europa o en el Sur. Tales campa?as han atraído el apoyo y la participación de los sindicatos en varias ocasiones. También ha habido ejemplos de campa?as conjuntas por parte de grupos de consumidores, comunidades locales y sindicatos de trabajadores, en defensa de los puestos de trabajo. Por ejemplo, cuando la General Motors amenazó con cerrar la última planta que quedaba en California, se organizó una coalición comunidad-sindicato que organizó un boicot a los coches de la GM en el área de Los ?ngeles. Esto consiguió llegar a un compromiso para mantener la planta abierta. 324 DESPU?S DE LA CA?DA Si vamos más allá de las acciones puramente defensivas, los trabaj adores han demostrado su buena voluntad de tener en cuenta las necesidades de los consumidores en la organización del trabajo. Esto incluye otros ejemplos, además del bien conocido caso de los enlaces sindicales de Lucas Aerospace; por ejemplo, los sindicatos del gobierno local británico que preparan ofertas para que grupos de trabajadores proporcionen servicios locales como la recogida de basura o la limpieza de las calles. Podríamos pensar en fomentar estos tipos de acciones para institucionalizar redes regulares que vinculen a los trabajadores con los consumidores y con otras organizaciones de activistas; en compartir la información; en dar educación a un público mayor; en desarrollar técnicas de auditoría que eventualmente podrían sustituir a la auditoría puramente financiera, formulando estrategias para la innovación tecnológica y la reestructuración económica. Entonces podríamos pedir al gobierno los recursos para facilitar tales redes; y la integración de estas redes en un proceso regulatorio a través del cual se formularan y se aplicaran las leyes. Los procesos regulatonos podrían entonces extenderse para exigir más responsabilidad social a los terratenientes. En la medida en que el proceso regulatorio esté democratizado, con la gente adquiriendo la experiencia de ejercer las funciones reguladoras y viendo la limitación de los derechos de propiedad privada como algo en lo que ellos toman parte en vez de como algo impuesto por un estado ajeno, se puede fomentar el apoyo para un momento decisivo, en el que la responsabilidad social tiene precedencia sobre la rentabilidad privada. El establecimiento y mantenimiento de la responsabilidad social democrática está en el centro de lo que será el socialismo. ERIc HOBSBAWM 17. FUERA DE LAS CENIZAS ?Cuál es el futuro del socialismo? Como historiador, mi primer instinto, se podría decir mi deformación profesional, es preguntar cuál es su pasado y cómo afecta a la situación actual y a las posibi lidade futuras. Este es un enfoque verosímil, porque la palabra, el concepto, el programa, las realizaciones del socialismo y de la polí tic socialista no son datos objetivos simples, como por ejemplo la f situacion de Londres sobre el Tamesis frente a los Paises Bajos, sino construcciones mentales Son nombres, modelos, etiquetas que usamos para entender una situacion en la que la humanidad se ha encontrado a si misma desde la epoca de la revolucion de finales del siglo xviii y principios del siglo xix, y a la que adscribimos ciertos intentos por mejorar y/o transformar la sociedad Inicialmente, la palabra ?socialismo? no era politica ni implicaba ninguna forma especafica de sociedad organizada, a diferencia de la palabra mas antigua ?comunismo?, que desde el principio sig nifico claramente una sociedad basada en la propiedad comun, en lugar de la privada, gestionada colectivamente, a partir de Babeuf, tambaen fue un movimiento politico para construirla ?Socialismo? y ?socialista? simplemente se derivaron de la palabra ?social? ysignificaban poco más que el ser humano es por naturaleza un ser social y sociable. No empezó a tener el sentido que tiene hoy hasta la década de 1830, cuando entró a formar parte del vocabulario social y político, a partir de Gran Breta?a y Francia. Por supuesto la cosa ya había existido antes con otros nombres, aunque no por mucho tiempo: se le llamó ?cooperación? y ?cooperativo? en Gran Breta?a, y ?colectivo? y ?colectismo? en Francia —más tarde se conoció como ?colectivismo?, y otros nombres como ?mutualismo?. Tenemos que destacar dos cosas sobre ello. En primer lugar, lo contrario de ?socialismo? todavía no era ?capitalismo? sino ?individualismo?. Lo que hizo al ?socialismo? anticapitalista fue simplemente que parecía bastante lógico, a comienzos del siglo xix, decir que lo esencial de una sociedad individualista era la competencia, es decir, el mercado, y consecuentemente la base de la sociedad social(ista) tenía que ser la cooperación o solidaridad. Eso abrió una amplia gama de posibilidades. Cualquier cosa, desde una ligera modificación del laissez-faire en los intereses de la seguridad social, hasta las colonias comunistas sin propiedad privada ni dinero, podía llamarse ?socialismo?. En Gran Breta?a este sentido original de1socialismo continuó siendo la unidad central hasta el final del siglo xix y el surgimiento de los fovimieiits obreros socialistas. Por eso los fabianos pensaban que podían convertir el Partido Liberal al socialismo sin que nadie se diera cuenta. En segundo lugar, el socialismo originalmente no tenía implicaciones políticas (otra vez aquí se diferenciaba del comunismo). Podía ser instituido por el estado o por otro tipo de autoridad efectiva, pero principalmente podía ser establecido por comunidades voluntarias; por eso Bernard Shaw habló de ?socialismo por la empresa privada?. Ese es el motivo de que hubiera más socialismo —es decir, más colonias socialistas— en los Estados Unidos en la década de 1840 que en cualquier otro lugar del mundo. De hecho, hasta la década de 1880, cuando la gente pensaba en el socialismo, pensaba en él a través de las asociaciones voluntarias, las cooperativas y otras formas de acción voluntaria, mutua y colectiva. Hasta que los movimientos obreros, siguiendo tanto a la tradición jacobina de la democracia como a los marxistas, emprendieron la acción política colectiva, el socialismo no se lanzó a la conquista del poder. Naturalmente, el estado se convirtió entonces en el elemento central de la construcción del socialismo. Pero recuerden una cosa. El objeto buscado no era principalmente una forma particular de organizar la producción, la distribución y el intercambio. Era, citando a un antisocialista inteligente de la década de 1880, John Rae, ?en el fondo una petición de justicia social?. Por eso, a diferencia de los constructores de utopías para las colonias voluntarias, los nuevos partidos socialistas de la clase obrera y sus pensadores y escritores prestaron poca atención a lo FUERA DE LAS CENIZAS 327 que iban a hacer cuando asumieran el poder, antes de que realmente lo hicieran, al final de la primera guerra mundial. Los marxistas en realidad hicieron una virtud de negarse a pensar sobre el futuro. ?El Partido Socialista —dijo Kautsky al hablar para el más grande de ellos— puede hacer proposiciones positivas solamente para el orden social existente. Las sugerencias que van más allá de eso no pueden hacer frente a los hechos, sino que la mayoría proceden de suposiciones; son, por lo tanto, fantasías y sue?os.?1 El contenido real del socialismo hasta 1917-1918 era el capitalismo al revés: lo que era malo entonces sería bueno ahora. Los detalles no importaban. Incluso la gente que se preocupaba por los detalles, como los fabianos británicos, no consideraban seriamente cómo funcionaría una economía socializada. Era evidente que tenía que funcionar mejor que el capitalismo. Dio la casualidad de que, durante la mayor parte de la primera mitad del siglo xx, el propio capitalismo parecía demostrar que los socialistas tenían razón. Entre 1914 y 1950 más o menos, todo lo que podía imaginarse que le iba a salir mal, le salió mal. Sufrió dos guerras mundiales y dos episodios de revolución nacional y social que exterminaron, o en cualquier caso firmaron la sentencia de muerte, a los grandes imperios coloniales y trasladaron a una tercera parte de la humanidad fuera del sistema capitalista. Los regímenes políticos típicos de la sociedad burguesa, las democracias liberales, fueron derrotados en todo el mundo. En 1940-1941 apenas sobrevivían, fuera de los Estados Unidos, una franja de Europa y de América y en Australasia. Sobre todo, la propia economía capitalista estaba enferma y casi se derrumbó en la peor depresión que jamás hubiera sufrido, la única en la que realmente parecía que podría fracasar totalmente. Cualquier tipo de socialismo tenía que ser mejor que esto. Nada nos es más obvio hoy que la ineficacia económica de la primitiva economía centralizada y controlada por el estado, que puso en pie la Unión Soviética. Sin embargo, hace setenta a?os los políticos e intelectuales no soviéticos hacían cola para comprar pasajes a Moscú, para conseguir los secretos de la ?planificación? que hizo a los soviéticos inmunes a la depresión que estaba asolando sus propios países. Los socialistas, por supuesto, habían sido forzados a considerar seriamente lo que el socialismo significaba en concreto, más que como un simple eslogan; porque en 1917 los bolcheviques tomaron el poder, y desde 1918 en adelante los partidos socialdemócratas importantes se convirtieron en, o se unieron a, los gobiernos, y por lo tanto tenían que crear políticas reales. Pero, como no habían pensado sistemáticamente en lo que querían, cuanto menos en lo que la sociedad socialista debería ser, tenían que elaborar sus políticas a corto plazo, o elaborarlas bajo las presiones de los problemas más inmediatos. En una palabra, reaccionaban a situaciones particulares. La mayoría de los problemas actuales del socialismo de hoy día provienen del hecho de que las políticas socialistas que se idearon para combatir la crisis y el fracaso capitalista —aproximadamente desde 1914 hasta 1950— ya no se ajustan a las situaciones de finales del siglo xx. O, más bien, que no hemos decidido lo que es válido y obsoleto en ellas, y lo que no lo es. Yo dije ?socialismo? en singular. Pero después de 1917 debemos hablar de por lo menos dos ramas diferentes del socialismo, de las que una se está derrumbando actualmente o se ha derrumbado: la socialdemocracia y los sistemas comunistas soviéticos o inspirados en el soviético. Los sistemas soviéticos son los únicos que en realidad afirmaron haber establecido economías y sociedades totalmente socialistas. Según mi mejor entender, ningún gobierno o partido socialdemócrata, por muy radical o duradero, ha hecho jamás tal afirmación, y merece la pena recordar que incluso la URSS, en realidad, no afirmó que hubiera logrado el socialismo hasta 1936. Quizá deberían de haber esperado un poco más... El socialismo de tipo soviético estaba esencialmente dominado por las condiciones bajo las que se encontraron los soviéticos después de la Revolución de Octubre: un país muy pobre y espectacularmente atrasado, cuya única tradición política era la autocracia, al que le faltaban todas las condiciones conocidas para el socialismo, totalmente aislado y bajo constante amenaza. El rápido desarrollo económico y tecnológico, es decir, la industrialización acelerada, era la máxima prioridad obvia. El bolchevismo se convirtió en una ideología para conseguir el rápido desarrollo económico de los países en los que no existían condiciones para el desarrollo capitalista, y durante un tiempo tuvo tanto éxito que proporcionó un modelo económico para muchos países del Tercer Mundo, como la India, incluso los que no tenían simpatías por su dictadura implacable. Ope rab esencialmente como una economía de guerra en la que ciertas prioridades se aceptaban como aparecían —como la necesidad de ganar una guerra— y los costes no afectaban o, más bien, todos los demás objetivos estaban supeditados al principal. Si bien la economía centralizada, en su mejor momento, era un instrumento bastante provisional y enormemente antieconómico, consiguió algunos logros notables. Como el capitalismo estaba pasando por un mal momento, estos logros todavía parecían más impresionantes de lo que eran. Lo que no pudo hacer la economía soviética al final fue avanzar al mismo paso que el capitalismo una vez que, después de la década de los cincuenta, el sistema se puso en marcha otra vez. En cuanto a las vidas de la gente corriente, podía proporcionar las necesidades básicas de la vida, comida, vivienda, vestido y tiempo libre, a un nivel muy bajo, pero nada más. Por otro lado, era mejor que el capitalismo en proporcionar educación y (hasta que la economía comenzó a contraerse en los a?os setenta y ochenta) era mucho mejor que los países del Tercer Mundo en proporcionar sanidad y asistencia social. La comparación con una economía de guerra no es accidental. Porque el único modelo real de política que tenían los socialistas, que nunca antes habían pensado en qué hacer en el poder o en el cargo, era la economía de guerra, comenzando por la de la primera guerra mundial Esto es aplicable no solo a los bolcheviques, sino tambien a los socialdemocratas occidentales, en todo caso, en los países beligerantes. Pórque una economía de guerra requería planificación, dirección pública o administración de grandes sectores de la economía, y, también, movilización del trabajo, preferentemente con la ayuda de las organizaciones obreras y algunos elementos de la asistencia social. Una consecuencia de esta influencia del modelo de guerra —la idea de planificación de Lenin estaba específicamente inspirada por la economía de guerra alemana— era intensificar la predisposición socialista en favor de la acción del estado centralizado. Cuando los bolcheviques y los socialdemócratas pensaban en el socialismo, ambos pensaban casi exclusivamente en el conflicto entre la planificación del estado y las prioridades del mercado. Si la idea comunista de socialismo estaba determinada por el imperativo de los países atrasados por conseguir el crecimiento económico tan pronto como fuera posible, sin importar el coste, las políticas socialdemócratas iban a estar dominadas por otra situación histórica especial, la gran depresión de entreguerras, la crisis del capitalismo; para ser más preciso, por el desempleo en masa. Por supuesto, estaban influidas por otras consideraciones. Además de la experiencia de las economías de guerra, no hicieron caso de las políticas de la democracia electoral porque eran las que les habían posibilitado convertirse en movimientos de masas; y, lo que es más, a veces habían sido los arquitectos principales de la democracia que habían ganado mediante grandes campa?as y huelgas generales en Suecia, Bélgica y Austria. Bastante curiosamente, aunque la social- democracia abordó con entusiasmo lo que llegó a llamarse el ?estado del bienestar? después de 1945, no lo originó ella, y el estado del bienestar no ha formado mucha parte de su pensamiento. En Gran Breta?a fue elaborado principalmente por los liberales, en Francia por los socialcatólicos y en Alemania por burócratas concienciados socialmente. La inversión socialista (o, lo que es lo mismo, el comunismo occidental) en su desarrollo llegó principalmente a través de los gobiernos locales, cuyas autoridades de izquierda la controlaban a menudo, incluso bajo gobiernos nacionales antiizquierdistas. De ahí la importancia de la vivienda pública que iniciaron ayuntamientos socialistas en Viena y en Londres. Y también debemos decir que la experiencia no socialista proporcionó modelos de organización económica socialista (como también a los bolcheviques). La propia palabra ?trust? se usó en la Rusia soviética para los órganos que coordinaban todas las fábricas que producían artículos similares. Esto indica la inspiración: la iniciativa del monopolio capitalista. Y no hay duda de que en Gran Breta?a el modelo de las nacionalizaciones del Partido Laborista después de 1945 no fue el ministerio del gobierno, al que el capitalismo victoriano había usado para cualquier aspecto de la economía que necesitaba ser dirigida públicamente —notablemente los servicios postales—, sino una cooperación pública y en cierto sentido autónoma. Sin embargo, el desempleo en masa fue la clave de la política socialdemócrata de posguerra, así como de la política del capitalismo keynesiano y del New Deal que surgió con ella: su imperativo político clave fue el pleno empleo. De hecho, esta política tuvo un éxito brillante, si no desde ui’ punto de vista socialista, sí desde el punto de vista de restablecer la dinámica de un capitalismo de seguridad social reformado, basado en el consumo en masa; tuvo tanto éxito que el pleno empleo tropezó con sus propias dificultades en los a?os setenta y ochenta por razones que no nos conciernen aquí. Y cuando lo hizo, fracasó el consenso del capitalismo reformista y la socialdemocracia. El neoliberalismo del mercado libre y la crítica del estado del bienestar ganaron terreno, aunque sólo triunfaron en uno o dos países desdichados, sobre todo en los Estados Unidos de Reagan y en la Gran Breta?a de Thatcher. Se comprobó que era políticamente imposible, incluso bajo el ultraliberalismo, liquidar, o incluso reducir significativamente, los gastos de la seguridad social. Por otro lado, los socialdemócratas se encontraron con que tenían que cargar con una serie de políticas que sin duda no funcionaban tan bien como habían funcionado en los a?os dorados que van de 1945 a 1973. Y no tenían nada más a que recurrir, excepto a Keynes y a la nacionalización. La experiencia de Mitterrand a principios de los a?os ochenta fue amarga pero concluyente. Así que tanto los comunistas como los socialdemócratas comprobaron, en los a?os setenta y ochenta, que simplemente ya no podían avanzar sin esfuerzo con las políticas que más o menos habían improvisado o adaptado después de la primera guerra mundial, sin antes haberlas reconsiderado verdaderamente. La historia les ha dado un impresionante periodo de éxito, o por lo menos de éxito relativo o aparente, por un tiempo. El éxito se ha terminado ahora. Por primera vez los socialistas tuvieron que idear el socialismo. ?Qué nos ha ense?ado la segunda mitad del siglo xx, el periodo más revolucionario de la historia humana? En 1950 la gente que vivía de la agricultura era la mayoría de la población, incluso en algunos de los países más industrializados de hoy día: Japón, Italia, Espa?a. Hoy son una minoría, a veces una minoría muy peque?a, casi en toda Europa, en el mundo islámico occidental y en el hemisferio occidental. Una era de cambios tan bruscos y sin precedentes en la sociedad inevitablemente debe conducir a los socialistas a reconsiderar sus presunciones y sus expectativas. Y está claro que algunas de ellas ya no se pueden mantener. En primer lugar, ha quedado claro que el capitalismo ha producido una abundancia de bienes y servicios que superan las expectativas de nuestros padres; y que la mayoría de la gente corriente de Occidente disfruta de un nivel de vida muy superior a nada imaginable hace cincuenta a?os. Y, gracias al estado del bienestar, la gente pobre tiene más protección contra los vientos de la desgracia. El argumento de que se necesita el socialismo para erradicar el hambre y la pobreza ya no es convincente. Incluso el argumento, que sonaba tan convincente en la época de mi juventud, de que sólo el socialismo podría poner fin al desempleo masivo ya no es persuasivo. Occidente ha vivido una generación de pleno empleo bajo el capitalismo y, aunque estamos otra vez en una época de desempleo masivo, de hecho ni se siente que sea tan intolerable como lo fue en los a?os treinta, ni mucha gente cree que se pueda eliminar con un sistema económico totalmente diferente. En resumen, el argumento material del socialismo se ha debilitado. En segundo lugar, mucho de lo que antes se consideraba que era típico de una economía socialista ha sido, desde los a?os treinta, cooptado y asimilado por sistemas no socialistas, en particular una economía planificada, y por la propiedad estatal y pública de industrias y servicios. Esto puede sorprenderles, puesto que en los últimos diez a?os todos hablaban del triunfo del mercado libre y el desmantelamiento del estado y de la victoria ideológica del neoliberalismo económico, pero el hecho de que los ideólogos de Thatcher y sus colegas estaban convencidos de que había que retrasar el reloj, en realidad demuestra lo mucho que se había adelantado en la mayoría de los estados capitalistas después de la guerra. Y, en términos estructurales, no ha sido posible volver a retrasarlo tanto. El Banco Mundial estimó que desde 1980 a 1987 había, en todo el mundo, justamente más de 400 privatizaciones, y la mitad de éstas en cinco países: Brasil, la Gran Breta?a de Thatcher, Chile, Italia y Espa?a. Si se suman todas las privatizaciones de las tres economías más grandes, los Estados Unidos, Japón y Alemania, ascienden a un imponente total de catorce casos. En resumen, las economías capitalistas que surgieron de la segunda guerra mundial y presidieron el mayor estallido económico de crecimiento de la historia no eran economías de mercado puras, sino economías mixtas con sectores públicos muy sustanciales y planificación pública muy considerable. Eso no las hacía economías socialistas, pero hizo considerablemente difícil decir exactamente qué eran las economías socialistas y cómo se diferenciaban estructuralmente de las economías no socialistas. Supongan, por ejemplo, que miramos a dos países vecinos, uno de los cuales afirma ser socialista y el otro no, por ejemplo, Hun FUER DE LAS CENIZAS 333 gría y Austria en la década de los a?os setenta (es decir, antes de la crisis del Este). Los dos, por cierto, tenían muchísimo éxito según los estándares de sus sistemas. En la Austria capitalista, por razones históricas, todos los grandes bancos estaban nacionalizados, junto con prácticamente toda la industria pesada y la producción de energía, así como una gran parte de la ingeniería eléctrica y electrónica y los armamentos: en resumen, lo que solía llamarse las ?alturas dominantes? de la economía. En la Hungría socialista, como sabemos, la economía se había liberalizado sustancialmente con campo considerable para la empresa (peque?a) no estatal. ?Dónde exactamente, en estos dos casos, debería trazarse la línea divisoria entre los sistemas capitalista y socialista? En una palabra, el criterio estructural del socialismo se ha debilitado. Excepto —y este es mi tercer punto— en las economías cien por cien al estilo soviético, planificadas centralmente y dirigidas por el gobierno. Pero desde los a?os sesenta en adelante se hizo cada vez más claro, incluso a sus gobiernos, que este tipo de economía fu? cionaba mal y tropezaba cada vez con más prob1eiiiásorqieno tenía ningún criterio de racionalidad económica, es decir, de costes comparativos; además, no había ninguna forma de que los consumidores pudieran indicar lo que querían. En resumen, le faltaba el elemento del mercado. Todos los intentos de reformar estos sistemas pretendían introducir este elemento. Así pues, mientras las economías capitalistas, desde la guerra, introdujeron elementos que se habían considerado típicamente socialistas antes de ella, las economías socialistas intentaban introducir elementos considerados típicamente capitalistas. El Oeste tuvo más éxito que el Este, pero las simples distinciones uno/otro entre los sistemas se estaban haciendo más borrosas. Sin embargo, una cosa no ha cambiado. Es, de hecho, más obvio que nunca. Este es mi cuarto punto. El mercado como guía de la eficacia económica y de la efectividad es una cosa. El mercado como único mecanismo de distribución de los recursos de una econ mfa, de la forma que lo ven los fanáticos del reaganismo y del thatcherismo o el Instituto de Asuntos Económicos y otros grupos de expertos ultracapitalistas, es otra muy diferente. Produce desigualdad tan naturalmente como los combustibles fósiles producen contaminación del aire. Y, como Adam Smith se?aló hace mucho tiempo, hay algunas cosas —fundamentalmente bienes públicos— que no producen ep CAlDA de ellas; o no tanto ij1t0, o formas. Ningún siste0 co rq0 nadie Puede obtener dinero puede estar adecuada 0d0 CI que se Podría obtener de otras beneficios, incluso annq0 fj00 transporte nacional o urbano En las ?economías Sociales l f01’°bO por empresas que busquen mana) o en las econo e realidad no pierdan dinero. ciadas por la socialcle01 ideadO? (por Usar la expresión ale- hasta cierto punto Por I Cia, keynesjanas y en las influenpodemos ver lo que tas tendencias están contenidas la Gran Breta?a de Thatehcti0d a administración Públicas. Pero mente al mercado. Las ‘1a e0 la América de Reagan o en pueden pagarlas, y h0 el 5,°ój0 strUci?fl de casas se deja total- techo sobre sus cabez e00er0 e construyen para aqueli05 que más, en tales condiciones loeva Personas que no tienen un diferencia entre ellos i 105 O °rk es de 70.000. Lo que es también ha sucedido Ob0 se hacen mucho más ricos y la en Gran Breta?a. En io e0t ta0ecienta continuamente Esto consuela a sí misma c0 lOrefI° rj000 e los Estados Unidos como tubo de salida de la socie e55% Y desarrollados, la gente se ría de a lo sumo una tercer0 d5Ue a los que se echa por el television ‘ en realidad Se e d0 S de todo, solo una mino- partes les va bien. La horribi er0 Población E incluso tienen los a?os ochenta para cl POIab de hambre A dos terceras bajo las tablas del suelo l 1a .<desc1asado? ha surgi0 en buscar debajo de ellas Para verlS01da0tjmas del mercado. Viven como en Nueva York, a n respetable, v tenemos que de personas sin hogar reht5 ay 0 °er que Salgan al aire libre oler el olor característico leo 0 e0 01a de no ver los ejércitos del globo, el olor de la ono0 00 1ad cubos de basura, O de no excepto la calle, a e lo grande más espléndida Se puede decir que tod0 no tienen donde Vivir lismo, sino para una ecooom ? tl mercado social (que es el h. iento no para el socia social cristiana) a los estadO5 0I0 o00 anizada, que va desde el vos y Austria, que es el Pi150 i1ia peque aportación socialista. No diré que no, mo ta5 como los escandina braith en que ?en un sentido e °eti ‘5tante más aportación Oeste nuestro deber es el C John Kenneth Gal- en el Este como en el e0100ntrar el sistema que FUERA DE LAS CENIZAS 335 combine lo mejor de la acción motivada por el mercado y de la acción motivada socialmenten.>. Y también estoy de acuerdo con él en que el que una determinada industria o servicio lo proporcione la empresa pública o la privada no es necesariamente una cuestión de principio básico. Actualmente, por ejemplo, hay una seria demanda entre las grandes empresas norteamericanas de algo como el Servicio Nacional de Sanidad británico, simplemente porque el sistema de seguro médico privado ha resultado estar increíblemente burocratizado y es disparatadamente caro. Pero en otros países europeos, por ejemplo en Francia, el seguro de enfermedad patrocinado por el gobierno parece funcionar bastante bien. La cuestión decisiva no radica en los detalles técnicos, sino sobre si un país acepta la obligación de proporcionar una asistencia médica y sanitaria adecuada para todos sus ciudadanos y se asegura que tengan acceso a ella. Pero no olvidemos nunca que, mientras que los malos resultados del mercado pueden estar y han estado controlados hasta cierto punto —cada vez con más éxito en países como Austria y los países escandinavos, donde los partidos obreros y socialdemócratas han - — estado en el gobierno—, hay por lo menos tres consecuencias del desarrollo capitalista mundial que se han escapado del control. Estas nos ayudan a definir la agenda socialista del siglo xxi. La primera es la ecología. La humanidad ha llegado al punto en el que realmente puede destruir la biosfera —la habitación del globo de las plantas, los animales y los humanos— o por lo menos cambiarla para peor de formas impredecibles y dramáticas. El ?efecto invernadero? es algo que todos nosotros tenemos que aprender a soportar. Ahora bien, este es el resultado del crecimiento económico libre a velocidad acelerada. Es verdad que la teoría socialista también solía favorecer esto, y la práctica socialista, especialmente en Europa oriental, creó la contaminación masiva. Pero el capitalismo se ha comprometido por su naturaleza al crecimiento ilimitado, mientras que el socialismo no lo ha hecho. Y el crecimiento, de ahora en adelante, debe de ser controlado de alguna forma. El ?desarrollo sostenible? no puede operar a través del mercado, sino que debe operar en contra del mercado. No puede operar por la libre elección del consumidor, sino por la planificación y, donde sea necesario, la oposición a la libre elección. En este momento la CE ha decidido prohibir a todos los pescadores que vayan al mar del Norte una semana al mes; de lo contrario éste se quedaría sin peces. 336 DESPU?S DE LA CA?DA F?ERA DE LAS CENIZAS 337 La segunda es la forma espantosa en que crece la diferencia entre los habitantes de los países ricos y desarrollados y los de los países pobres, a despecho de uno o dos de los (<países de reciente industrialización? ydeun pu?ado de estados billonarios de la OPEP. El ?mundo desarrollado?, que representaba una tercera parte de la humanidad en. 1900, hoy representa entre el 15 y el 20 por 100, aproximadamente lo mismo que en 1750. Y mientras que en 1900 el mundo desarrollado tenía aproximadamente tres veces más del Producto Nacional Bruto per cápita de la población que el resto de la humanidad, en 1950 tenía cinco veces más, en 1970 siete veces y —según la UNCTAD (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo)— a mediados de los a?os ochenta doce veces y media más. En cuanto a la décima parte más rica de los países del mundo, su Producto Nacional Bruto es cincuenta y ocho veces mayor que el de la décima parte más pobre. No hay ningún ?efecto gota a gota? mientras el mundo se hace más rico. Por el contrario, sin una acción sistemática, esta situación explosiva se hará más explosiva. La tercera es que, al subordinar la humanidad a la economía, el capitalismo arruina y corrompe las relaciones entre los seres humanos que constituyen las sociedades y crea un vacío moral en el que no cuenta nada, excepto lo que la persona quiere aquí y ahora. En lo más alto, los hombres sacrifican ciudades enteras a la rentabilidad, como en la película Roger and Me, que muestra lo que sucedió a la ciudad de Flint cuando la General Motors cerró sus fábricas. En lo más bajo, los quincea?eros matan a otros muchachos por sus chaquetas de piel de borrego o por sus zapatillas de deporte de moda, como sucede todos los días en Nueva York. Porque se ve que los seres humanos no encajan en el capitalismo. El capitalismo necesita un aumento interminable de la productividad A diferencia de las máquinas y de sus productos, que llegaron a ser muchísimo más eficaces y baratos, los seres humanos siguen siendo obstinadamente humanos. Lo mejor es que se prescinda de ellos y que se los sustituya por robots, como en la industria del automóvil. Donde no se les puede sustituir por máquinas, como en los hospitales y en los servicios sociales en general, todavía tienen que ser despedidos porque, a diferencia de las máquinas, sus salarios suben como los de los demás y todos sabemos por los economistas financieros que los salarios no deben subir más deprisa que la productividad. Sería más simple para todos si pudiéramos prescindir de ellos. Bueno, la economía puede prescindir de ellos hasta un punto excepcional, pero no desaparecen. Todavía están ahí. Pero ?qué les sucede? Permítanme que les ponga un ejemplo de lo que les sucede: la industria estadounidense del automóvil. Hubo un tiempo en que proporcionaba trabajo. Trabajar en la cadena de montaje de la planta Willow Run o River Rouge de Henry Ford no era muy divertido, pero estaba bien pagado y proporcionaba trabajo sin fin a los negros y los blancos pobres del sur norteamericano. No estaban especializados, ni tenían estudios, a menudo quizá no eran muy inteligentes, pero estaban dispuestos a trabajar, y la cadena de montaje les dio la oportunidad de sacar adelante a una familia decentemente, con algo de amor propio y un poquito de dignidad, como ciudadanos y miembros del Sindicato Unitario de Trabajadores del Automóvil. Hoy la industria del automóvil ya no los necesita. El único órgano que ofrece a los negros norteamericanos pobres un trabajo digno de este tipo hoy es el ejército, razón por la que una tercera parte de las tropas en el Golfo eran negros. ?Y qué les sucedió a las comunidades a las que dejaron plantadas por la decisión de que ya no se necesitaba su trabajo? Se han convertido en guetos resentidos y anárquicos acechados por el miedo, las drogas y las pistolas, donde los hombres y las mujeres viven o de la asistencia social o de la delincuencia. Los socialistas están ahí para recordar al mundo que la gente, y no la producción, es lo primero. La gente no debe de ser sacrificada. No una clase especial de gente —los inteligentes, los fuertes, los ambiciosos, los guapos, los que un día pueden hacer grandes cosas, o incluso los que sienten que sus intereses personales no son tenidos en cuenta en esta sociedad—, sino todos. Especialmente los que son simplemente gente sencilla, no muy interesante, ?simplemente ahí, para reunir las cifras?, como solía decir la madre de un amigo mío. Como dice un personaje en el pasaje más conmovedor de La muerte de un viajante, de Arthur Miller, que es sobre una persona exactamente igual de mediocre y bastante inútil: ?Se debe prestar atención. Se debe prestar atención a ese hombre?. Para ellos es y de ellos trata el socialismo. El futuro del socialismo reside en el hecho de que la necesidad del socialismo sigue siendo tan grande como siempre, aunque la razón de ello no es la misma que era en ciertos aspectos. Reside en el hecho de que el capitalismo todavía genera contradicciones y problemas que no puede resolver, y eso crea tanto la desigualdad (que se puede mitigar con reformas moderadas) como la inhumanidad, que no se puede mitigar. Si el fracaso miserable y merecido de los sistemas socialistas de tipo sóviético no hubiera llenado los titulares en 1989 y 1990, habría menos anuncios comerciales sobre lo maravillosamente bien que le va al capitalismo en estos días. No le va bien. Ha regresado a un mundo de hambre y guerra. E incluso donde no está ocasionando la ruina visible, como en zonas de Latinoamérica y ?frica, no es tan bueno como la gente dice. Como dijo J. K. Galbraith cuando Europa oriental era todavía nominalmente socialista: ?Es un hecho inexorable pero totalmente inquebrantable que nadie en busca de una vida mejor se vaya de Berlín Oriental al sur del Bronx?. Los problemas del mundo no los pueden resolver ni la socialdemocracia —o por lo menos la socialdemocracia existente en Suecia y quizá en Austria, que todavía corresponde a su nombre— ni la ?economía social de mercado? —el tipo de empresa moralizada y socialmente consciente que, si puedo atreverme a imaginar, la Iglesia Católica apoyará en la próxima encíclica papal este a?o [1991]. Porque, si ustedes lo han olvidado, el Santo Padre no ha olvidado que 1991 es el centenario de la primera encíclica social de la Iglesia, Rerum Novarum. Estas cosas son mejores que el reaganismo y el thatcherismo, y en el caso de la socialdemocracia, mucho mejores, y probablemente en la práctica sean los mejores caballos a los que puede apostar el jugador socialista actualmente. Es decir, que son los mejores tipos de gobierno disponibles actualmente. Pero los problemas de un mundo que hoy puede hacerse inhabitable por el total crecimiento exponencial de la producción y de la contaminación, además de la capacidad tecnológica para destruir que demostró la guerra del Golfo; los problemas de un mundo dividido en una inmensa mayoría de pueblos hambrientos y una minoría de estados extraordinariamente ricos, no se pueden resolver de este modo. Más pronto o más tarde necesitarán una acción sistemática y planificada de los estados e internacionalmente, y un ataque a las fortalezas principales de la economía de mercado del consumidor. Necesitarán no simplemente una sociedad mejor que la del pasado, sino, como siempre han mantenido los socialistas, un tipo distinto de sociedad. Una sociedad que no solamente sea capaz de salvar a la humanidad de un sistema productivo que ha perdido el control, sino en la que la gente pueda vivir vidas dignas de los seres humanos: no solamente en comodidad, sino juntos y con dignidad. Por eso es por lo que el socialismo todavía tiene una agenda ciento cincuenta a?os después del manifiesto de Marx y Engels. Por eso es por lo que todavía está en la agenda. ................
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