Capítulo 1 En el que somos testigos de un acontecimiento que ...

Cap?tulo 1

En el que somos testigos de un acontecimiento que pone los pelos de punta

A aquel pr?ncipe tan joven se le conoc?a aqu? y all? (y en casi todas las dem?s partes) como el pr?ncipe Malandr?n. Ni siquiera los gatos negros se cruzaban en su camino.

Una noche el rey daba una gran fiesta. Mientras se mov?a a hurtadillas tras damas y se?ores, el pr?n cipe Malandr?n at? sus pelucas empolvadas a las sillas de roble.

Luego se escondi? detr?s de un lacayo y se qued? esperando.

Cuando los invitados se levantaron para brindar por el rey, sus pelucas salieron disparadas.

Los se?ores se echaron las manos a la cabeza com o si les hubieran arrancado el cuero cabelludo. Las damas chillaron.

El pr?ncipe Malandr?n (nunca se lo hab?an dicho a la cara, claro) trat? de contener la risa. Se ta p? la boca con las dos manos. Pero la solt? igual: un cacareo de ja j?s, jo j?s y ji j?s.

El rey lo espiaba y parec?a lo suficientemente enfadado como para escupir tinta. Dio un grito furioso.

--?Que traigan al ni?o de los azotes! El pr?ncipe Malandr?n sab?a que no hab?a nada que temer. No le hab?an dado ni un azote en toda su vida. ?Por algo era el pr?ncipe! Y a un pr?ncipe esta ba prohibido pegarle, darle una bofetada o una cachetada y, por supuesto, azotarlo. Ten?an a un ni?o corriente en el castillo para que se le castigara en su lugar. --?Que traigan al ni?o de los azotes! La orden del rey pas? como un eco de guardia en guardia por la escalinata de piedra hasta una pe que?a estancia en la ventilada torre norte. Un ni?o hu?rfano llamado Jemmy, el hijo de un cazador de ratas, se despert? de su sue?o. Se la hab?a pasado muy bien so?ando con su harapienta pe ro despreocupada vida, antes de que lo recogieran de las calles y las alcantarillas de la ciudad para ser vir de ni?o de los azotes en la corte.

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Un guardia lo sacudi? hasta que se despert? del todo.

--De pie, muchachito. Los ojos de Jemmy se encendieron de repente. --Pues yo jurar?a que hoy ya me han azotado dos veces. ?Jo! ?Qu? ha hecho el pr?ncipe esta vez? --No hagamos esperar a la gente importante, chico. --?Veinte azotes! --dijo el rey en el sal?n principal. Mientras se tragaba cada queja y cada grito con gesto desafiante, el ni?o que pagaba el pato recibi? los veinte azotes. Entonces el rey se volvi? hacia el pr?ncipe. --?Espero que te sirva de lecci?n! --S?, pap?. El pr?ncipe baj? la cabeza para parecer humillado y arrepentido. Pero, mientras, iba sintiendo una irritaci?n creciente por el ni?o que pagaba el pato. En la estancia de la torre el pr?ncipe se qued? mir?ndolo fijamente con el ce?o fruncido. --?Eres el peor ni?o de los azotes que he tenido nunca! ?C?mo haces para no gritar jam?s? --Ni idea --dijo Jemmy encogi?ndose de hombros.

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--?Se supone que el ni?o de los azotes tiene que dar alaridos, como un cerdo cuando lo matan! Te vestimos lujosamente y te alimentamos como a un rey, ?no es verdad? ?Pues no tiene gracia si no gritas!

Jemmy volvi? a encogerse de hombros. Estaba decidido a no soltar ni una sola l?grima con la que el pr?ncipe se relamiese de gusto.

--Grita y chilla la pr?xima vez, ?me oyes? O le dir? a pap? que te devuelva tus harapos y te eche de nuevo a la calle de una patada.

Jemmy se reanim? de golpe. "?Muy agradecido, Su Real Horror!", pens?. "Recoger? mis harapos, y desaparecer? en menos de un abrir y cerrar de ojos".

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Cap?tulo 2

En el que el pr?ncipe no puede escribir su nombre

Por la ma?ana, Jemmy pod?a contar con unos cuan tos azotes para empezar. Eso s? que es seguro, pens? mientras tiraba de sus finos calzones de terciopelo y sus medias de seda. El pr?ncipe no se sabr?a la lecci?n, y el preceptor real era r?pido como una palmeta de cazar moscas con la vara de sauce. As? que Jemmy podr?a volver a vestir sus harapos.

--?chame el ?ltimo vistazo, padre; deja que tus huesos descansen --murmur? para s? mismo--. ?Pensaste alguna vez que me meter?an en un agujero en lo alto del castillo del mism?simo rey, todo emperifollado con unos trapos que le dar?an verg?enza hasta a un pavo real? Te juro que agarrar? un par de hurones con los dientes bien afilados y me ir? a cazar ratas, igual que t?. Igualito que t?, padre.

El maestro Peckwit, quien era un hombre de ca ra redonda con las mejillas gordas, apunt? al pr?ncipe con su vara.

--?T?, alumno de tres al cuarto! --bram?--. ?Un d?a ser?s rey! ?Y todav?a no distingues el alfabeto de las huellas de los cerdos!

El pr?ncipe chasque? los dedos. --Siempre puedo hacer que alguien me lo lea. --?Ni siquiera puedes escribir tu nombre! --?Qu? m?s da! Siempre puedo hacer que alguien lo escriba por m?. Las mejillas del maestro, al hincharse de rabia, casi consiguieron desmontar los anteojos que llevaba puestos sobre su nariz. --?Ser?a m?s f?cil educar a una col cocida! ?Prep?rese para el castigo, Su Se?or?a! --Diez azotes por lo menos --dijo el pr?ncipe--. Bien dados y bien fuertes, si no le importa. A Jemmy, que ten?a obligaci?n de estar a mano durante las lecciones diarias, le pareci? que lo que ?l ten?a ahora a mano era la libertad. El pr?ncipe le ech? una mirada de satisfacci?n mientras el maestro Peckwit levantaba la vara y azotaba al ni?o que pagaba el pato como a una alfombra.

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Jemmy no se quej?. No grit? ni chill?. Diez azotes, y no se escap? ni un sonido de su boca.

--?Maldito pillo testarudo! --estall? el pr?ncipe--. S? lo que tramas, Jemmy El Callejero. ?No a?llas por puro despecho! ?Te crees que puedes llevarme la contraria como si nada? ?Ja! ?De nin guna manera!

"?Jo!", pens? Jemmy. "?Se est? echando atr?s!". --Y no trates de escapar. ?Te seguir?a la pista has ta que la lengua te colgara como una bandera roja! Y as? siguieron las cosas durante m?s de un a?o. El pr?ncipe no aprendi? nada. El ni?o de los azotes aprendi? a leer, a escribir y a sumar.

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Cap?tulo 3

Los fugitivos

Una noche, cuando la luna miraba hacia abajo co mo un ojo malvado, el joven pr?ncipe se present? en el aposento de Jemmy.

--?Muchacho! ?Fuera de la cama! Necesito un criado.

Jemmy vio que el pr?ncipe llevaba una capa negra y una cesta de mimbre del tama?o de un cofre marino.

--?Y ahora qu? est?s tramando? ?Te dedicas a andar en sue?os?

--Me escapo. El ni?o que pagaba el pato se sent? muy derecho. Apenas pasaba un d?a en el que no hiciera un plan u otro para escapar, ?pero un pr?ncipe? ?Qu? nueva y terrible travesura era ?sta?

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