En el panteón de los dioses y los cultos, el credo niceno ...



El Dios-hombre de Nicea, un banderín al viento

Un fragmento de Alfredo Fierro

En el panteón de los dioses y los cultos, el credo niceno arroja el más arriscado desafío jamás imaginable: la instalación de lo Absoluto en medio del mundo en la persona de un hombre, Jesús, en quien el Dios único se hizo carne; y la apropiación de ese Absoluto por la Iglesia, que lo monopoliza.

Ha carecido siempre el cristianismo del don de la medida. Si todo monoteísmo propende a desorbitar las creencias, el monoteísmo cristiano, el cristológico, llega al delirio en ellas. Puesto que Cristo es Dios, y puesto que salva la simple fe en él, todo crimen puede ser perdonado; más aún y, a fin de cuentas, todo está permitido, como algunos heterodoxos postularon.

Por otra parte, la doctrina de Nicea amarra de tal manera la suerte de Dios a la de Jesús, que al exterior del cristianismo, en Occidente, será improbable la creencia en Dios. De hecho, una creencia teísta, pero no cristiana, sólo conocerá alguna vigencia durante poco más de una centuria entre los siglos XVII y XVIII.

El posterior concilio de Calcedonia, en 451, intentó la cuadratura de otro círculo: combinar en Cristo la unidad de la persona y la dualidad en cuanto a las naturalezas humana y divina. Es este un dogma simétrico, en espejo, al de la Trinidad, que imagina en el Dios único tres personas y una sola naturaleza.

Si complicado ya era el dogma niceno, el calcedonense dobla la complicación. Por muchos distingos teológicos que se arbitren para distinguir tanto en Dios como en el Cristo la “naturaleza” (o substancia) y la “persona”, en ambos dogmas se formula una contradicción intrínseca. No hay mente racional que entienda lo de Dios uno y trino, ni lo de Cristo Dios-hombre. Es igual que decir “círculo-cuadrado”.

El dogma niceno y calcedonense significa no ya solo despedirse de las ideas claras, anegarse en el caos mental; es también decirle adiós a la razón en nombre de una pseudosabiduría superior. Pese a ello, el catecismo ha decidido celebrar las contradicciones como misterios suprarracionales: por encima de la inteligencia humana, propios de la divinidad inescrutable.

Son, sin embargo, contradicciones lógicas; y refugiarse en el presunto misterio carece de significado; es espejismo nominalista, aéreo. Decir “Dios y hombre” a la vez es tanto como no decir nada; no incluye imagen o idea alguna. Cabe decir, pensar o imaginar: cabeza de hombre, cuerpo de macho cabrío, o cabeza y torso de mujer, cola de pez; pero no Dios-hombre, que es una pseudoidea. Decir “misterio” pudo significar algo en otro tiempo; actualmente equivale a idea confusa y abstrusa. Tampoco se gana mucho si se cambia el lenguaje y en vez de “misterio” se habla de “paradoja” en el dogma del Dios encarnado en Jesús. No es una insondable paradoja, sino un galimatías, un lenguaje carente de sentido.

La idea o pseudoidea de Dios-hombre da mucho juego para la especulación, todo el juego que uno quiera. Justo como idea no inteligible, al propio tiempo, es proteica[1], capaz de adquirir todas las variaciones e irisaciones imaginables. Hasta Nicea había tres cristologías diferentes: las de Pablo, de Juan, de los sinópticos; hubo asimismo un enjambre de doctrinas gnósticas. En apariencia, Nicea creó unidad doctrinal, al reducirlo todo a una sola fórmula: Cristo es Dios. Pero esa fórmula unitaria incluye potencialmente cualquier otra, toda clase de fantasías compatibles con ella, con su vaciedad, y discordantes entre sí.

Nicea sienta las bases para que cualquiera se haga de Cristo la imagen que desee. Al combinarse la fórmula de Cristo-Dios con la de “coincidencia de los opuestos” (coincidentia oppositorum) como cualidad divina, conforme a suposición luego recogida por Nicolás de Cusa (1401 – 1464), cada cual puede forjarse de él la imagen que prefiera. Puesto que es Dios y un Dios puede ser y es todas las cosas, a Cristo se le corona con todos los significados imaginables. Quien es dios puede ser todo lo que él quiera, lo que le dé la gana: o sea, y en realidad, todo lo que a sus fieles les apetezca. Decir “Jesús es Dios” vale por decir que lo es todo y que de él puede predicarse lo que uno desee, también lo opuesto y contradictorio. En consecuencia, y aunque del Jesús histórico no se sabe casi nada, del Jesús mítico, del Cristo Dios, cabe decir lo que más guste o haga falta en la ocasión, en el momento histórico o personal de cada uno.

No ya cada religión, sino cada creyente se forja un Dios a su medida. Y desde que Jesús es Dios, cada confesión eclesiástica, cada teólogo, cada simple fiel -bajo un prisma de fe personalista- se siente autorizado a forjarse un Cristo a su medida. Mil y dos mil años después de Jesús de Nazaret, el Cristo es un producto de la imaginación colectiva, una leyenda -o más de una: una vasta constelación legendaria- retocada y reconstruida sin cesar por millones de creyentes. Ha dado pie a esa transformación la circunstancia de que el Nuevo Testamento contiene cristologías varias y, aún más, la fantasía de que, en cuanto Dios, lo es todo; y todo es posible tratándose de un Dios.

Así que con lucidez propia de un postmoderno, el medieval Godofredo de Estrasburgo[2], fabulador de una difundida versión de la leyenda de Tristán e Isola, acertó a comienzos del siglo XIII a clavar en un análisis perfecto la leyenda de Jesús en la multiplicidad de sus variantes: “El venerado Cristo gira como banderín al viento, se pliega como vulgar paño. Consiente que hagan con él cuanto quieran y a todo se doblega según el corazón de cada uno. Él es siempre lo que tú quieras que sea”[3]. Las leyendas, los mitos son muy maleables.

La metáfora de la bandera agitada al viento vale asimismo para los evangelios que hablan de Jesús. En ellos hay de todo y de ellos puede extraerse lo que uno busque y quiera. Lo mismo se pliegan al pacifista a ultranza, que pone otra mejilla para las bofetadas, que al justiciero revolucionario; lo mismo al eremita célibe que al inquisidor fanático, al místico quietista que al caballero templario, al asceta de octogenaria vida virtuosa que al donjuán arrepentido -hijo pródigo- a última hora.

Jesús, el Cristo, el Dios-hombre que de los evangelios se ha extractado y ha anidado en la memoria occidental cristianizada se alza como el colmo de lo humano, dechado de toda perfección. Pero es dechado de contradictorias cualidades y flexible: cortado a medida y desmesurado enseguida en esta o en la otra dimensión según el corazón de cada cual. Construcción polivalente en el Nuevo Testamento y monolítica pero infinita -mil caras potenciales- en Nicea, Jesús puede ser reconstruido, cual cera moldeable, según la preferencia personal de cada adicto suyo.

Y tanto se ha dejado moldear que hoy no se sabe ya si de verdad los cristianos y los teólogos sostienen todavía el credo de Nicea. De palabra suelen mantenerlo; en el contenido es a veces dudoso. Tantas vueltas se le ha dado al Dios-hombre, que, sin renegar de ello formalmente, siguen considerándose cristianos -mejor sería llamarlos jesuádicos- teólogos que, en teología autodenominada radical, asumen la muerte de Dios y el ateismo. Hasta esto cabe en un Cristo veleta o banderín al viento que sopla en cada alma o época. Al fin y al cabo, un Cristo o un Dios que todo lo puede, podría, si quiere, dejar de ser Dios. Esto es ya otra historia, claro está; para decirlo mejor: es -será- la misma historia del prólogo de Jn y del credo de Nicea, pero dos mil años después.

Alfredo Fierro

Después de Cristo.

Pág. 112-114

Apostilla 1

Los textos de los concilios cristológicos:

Nicea (325), Efeso (431), Calcedonia (451), Constantinopla II (553)

Apostilla 2

De los Catecismos a los Concilios

El rompecabezas numérico trinitario (este “un, dos, tres”) ya nos venía en las preguntas y respuestas del catecismo:

¿Cuáles son los principales misterios de la Religión Cristiana?

Los principales misterios de la Religión Cristiana son Unidad y Trinidad de Dios, Encarnación y Redención

¿Qué quiere decir “Unidad de Dios”?

“Unidad de Dios” quiere decir que hay un solo Dios.

¿Qué significa “Misterio de la Santísima Trinidad”?

“Misterio de la Santísima Trinidad” significa que en Dios hay tres Personas iguales, realmente distintas

¿Cuántas naturalezas hay en Jesucristo?

En Jesucristo hay dos naturalezas: una divina y otra humana

¿Cuántas personas hay en Jesucristo?

En Jesucristo hay una sola Persona, que es divina: la Persona del Hijo de Dios.

Roger Haight, que con su libro Jesus, Symbol of God, ya nos ayudó en el tema de “El error del Dios encarnado”, vuelve hoy a ser nuestro principal ayudante. Aprovecho la lectura del último capítulo (La Trinidad) del mismo libro.



El también hace referencia a este “problema matemático”:

Aunque la historia de la doctrina haya estado obsesionada con el problema matemático de la tríada junto con la unidad, y que la obsesión siga hoy, en realidad la doctrina no tiene nada que ver con esta cuestión. Es a menudo muy difícil no verse arrastrado a pensar que la cuestión en juego en la doctrina trinitaria es conciliar el tres con el uno al afirmar que tres hacen un Dios, o que un Dios se diferencia en tres “personas” distintas.

Roger Haight (pág. 507)

Si nos pusiésemos a exigir explicaciones al “Catecismo”, éste se defendería diciendo que la culpa no era suya, que los auténticos responsables de este “rompecabezas” (algunos lo llaman misterio) eran los primeros Concilios Ecuménicos, ya que en ellos encontraríamos este maravillos juego del “uno” (un Dios / e[na qeo.n), del “dos” (dos naturalezas / evn du,o fu,sesin) y del “tres” (en tres hipóstasis / evn trisi.n uvposta,sesin h;goun prosw,poij) Y para complicar las cosas, a veces hablaban de “una naturaleza” (mi,an fu,sin), o de una persona (eivj e[n pro,swpon kai. mi,an uvpo,stasin). El “Catecismo” nos diría que ya comprendía que, de la misma manera que no se pueden sumar peras con manzanas, lo de sumar la divinidad (qeo,thj) y la humanidad (avnqrwpo,thj) era un poco así… Pero así estaba en los Concilios, aunque ya nos avisaban que era una cosa algo rara: inexplicablemente e incomprensiblemente (avfra,stwj te kai. avperinoh,twj)

Apostilla 3

Los Concilios se defienden a su vez...

Ahora bien, si pidiésemos responsabilidades a los “Concilios”, estos -como niños en el patio de la escuela- dirían que la culpa tampoco no era de ellos y señalarían con el dedo a los auténticos responsables. Y añadirían que ellos, los “Concilios” no habían hecho otras cosa que querer explicar, para la gente de su tiempo y con las palabras de su tiempo, un hecho real. ¡Que fuéramos a pedir cuentas de este “rompecabezas” a los auténticos responsables!

Y seguirían añadiendo:

¡Y qué manía que nos tenéis desde hace un cierto tiempo! ¿No os iría mejor que, en vez de criticarnos, os pusierais a hacer lo que nosotros hicimos? Nosotros encontramos un “consenso” para nuestro tiempo, utilizando los paradigmas culturales y las palabras de nuestro tiempo… La verdad es que fueron los emperadores los que nos exigieron este “consenso”, pues pensaban que la unidad política del imperio necesitaba sustentarse sobre una unidad religiosa… Si este “consenso” nuestro -que tuvo una cierta utilidad en aquel tiempo a pesar de que comportaría muchas “muertes en la hoguera” durante unos cuantos siglos- ha durado demasiado tiempo… no es un problema nuestro… Poneos, pues, a la faena y buscad otro “consenso” para vuestro tiempo, pero quizás sería mejor dar de nuevo paso a la rica pluralidad de interpretaciones sobre Jesús que existió en los primeros años.

El emperador Constantino y el Concilio de Nicea

(Extractado de la Vida de Constantino de Eusebio)

Comentario de Juan Luis Segundo

¿Quiénes son los auténticos responsables? ¿Cuál es este hecho que los “Concilios” querían explicar?

¿Quién fue aquel hombre o aquella mujer, que en una de aquellas comunidades entusiastas llenas de dones del Espíritu, hizo una plegaria al Señor Jesús el Mesías (ku,rioj VIhsou/j Cristo.j) olvidándose de “a gloria de Dios Padre” (eivj do,xan qeou/ patro,j)?

¿Cómo adorar a Jesús y no ser politeísta?

Para ampliar este tema:

La Trinidad cristiana

¿Misterio o ignorancia? ¿O una simple “doctrina"?

Apostilla 4

Dos tesis de John Hick (de las catorce con las que yo resumía su libro The Metaphor of God incarnate)..

La cuarta: El lenguaje de la filiación divina poseía un uso difundido en el mundo antiguo: el concepto de divinidad era definido de manera mucho menos clara que ahora, y las condiciones para su uso eran marcadas por exigencias mucho menores.

Puede presumirse con seguridad, que si el medio en el cual la teología cristiana se desarrolló hubiese sido hebraico y no griego, ella no habría producido una doctrina de la encarnación tal como ésta es tradicionalmente comprendida.

La novena: Cuestionar la idea de Jesús como encarnación literal de Dios implica también cuestionar la idea de Dios como la de literalmente tres personas en una (la doctrina de la Trinidad se deriva de la doctrina de la encarnación).

Si Jesús fue Dios en la tierra, también tiene que haber sido Dios en el cielo, de manera que la teología cristiana requería por lo menos en este sentido una doble divinidad. Cuando el Espíritu Santo, no diferenciado en un principio del espíritu de Jesús, fue añadido como una hypostasis distinta, la doble divinidad se convirtió en trinidad.

Podéis recordar:

Las catorce tesis de John Hick

Y tenéis a vuestra disposición mi

Catequesis sobre el error del dios encarnado

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[1] Proteico: Que cambia de formas o de ideas (Diccionario RAEL)

[2] Godofredo de Estrasburgo (en alemán Gottfried von Straßburg) (muerto ca. 1215) fue uno de los poetas alemanes más importantes de la Edad Media. Vivió a finales del siglo XII y principios del siglo XIII. Fue contemporáneo de Hartmann von Aue, Wolfram von Eschenbach y Walther von der Vogelweide. Una de sus más afamadas obras fue Tristán, uno de los caballeros de la mesa redonda en la narración arturiana. No se sabe mucho sobre la vida de Gottfried von Straßburg, ni de su clase social. Tenía una educación buena. (Extractado de Wikipedia: )

[3] Comentario en L. Kolakowski, Vigencia y caducidad de las tradiciones cristians. Amorrortu, Buenos Aires, 1971, p. 95.

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