Hamlet - Biblioteca

[Pages:389]Guillermo Shakespeare

Hamlet

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Guillermo Shakespeare

Hamlet Tragedia

Si non errasset, fecerat ille minus. Martialis epigrammat, lib. I.

Pr?logo La presente Tragedia es una de las mejores de Guillermo Shakespeare, y la que con m?s

frecuencia y aplauso p?blico se representa en los teatros de Inglaterra. Las bellezas admirables que en ella se advierten y los defectos que manchan y oscurecen sus perfecciones, forman un todo extraordinario y monstruoso compuesto de partes tan diferentes entre s?, por su calidad y su m?rito, que dif?cilmente se hallar?n reunidas en otra composici?n dram?tica de aquel autor ni de aquel teatro; y por consecuencia, ninguna otra hubiera sido m?s a prop?sito para dar entre nosotros una idea del m?rito po?tico de Shakespeare, y del gusto que reina todav?a en los espect?culos de aquella naci?n.

En esta obra se ver? una acci?n grande, interesante, tr?gica; que desde las primeras escenas se anuncia y prepara por medios maravillosos, capaces de acalorar la fantas?a y llenar el ?nimo de conmoci?n y de terror. Unas veces procede la f?bula con paso animado y r?pido, y otras se debilita por medio de accidentes inoportunos y episodios mal preparados e in?tiles, indignos de mezclarse entre los grandes intereses y afectos que en ella se presentan. Vuelve tal vez a levantarse, y adquiere toda la agitaci?n y movimiento tr?gico que la convienen, para caer despu?s y mudar repentinamente de car?cter; haciendo que aquellas pasiones terribles, dignas del coturno de S?focles, cesen y den lugar a los di?logos m?s groseros, capaces s?lo de excitar la risa de un populacho vinoso y soez. Llega el desenlace donde se complican sin necesidad los nudos, y el autor los rompe de una vez, no los desata, amontonando circunstancias inveros?miles que destruyen toda ilusi?n. Y ya desnudo el pu?al de Melp?mene, le ba?a en sangre inocente y culpada; divide el inter?s y hace dudosa la existencia de una providencia justa, al ver sacrificados a sus venganzas en horrenda cat?strofe, el amor incestuoso y el puro y filial, la amistad fiel, la tiran?a, la adulaci?n, la perfidia y la sinceridad generosa y noble. Todo es culpa; todo se confunde en igual destrozo.

Tal es en compendio la Tragedia de Hamlet, y tal era el car?cter dram?tico de Shakespeare. Si el traductor ha sabido desempe?ar la obligaci?n que se impuso de presentarle como es en s?, no a?adi?ndole defectos, ni disimulando los que hall? en su obra,

los inteligentes deber?n juzgarlo. Baste decir que, para traducirla bien, no es suficiente poseer el idioma en que se escribi?, ni conocer la alteraci?n que en ?l ha causado el espacio de dos siglos; sin identificarse con la ?ndole po?tica del autor, seguirle en sus raptos, precipitarse con ?l en sus ca?das, adivinar sus misterios, dar a las voces y frases arbitrariamente combinadas por ?l la misma fuerza y expresi?n que ?l quiso que tuvieran, y hacer hablar en castizo espa?ol a un extranjero, cuyo estilo, unas veces f?cil y suave, otras en?rgico y sublime, otras desali?ado y torpe, otras oscuro, ampuloso y redundante, no parece producci?n de una misma pluma; a un escritor, en fin, que ha fatigado el estudio de muchos literatos de su naci?n, empe?ados en ilustrar y explicar sus obras; lo cual, en opini?n de ellos mismos, no se ha logrado todav?a como era menester.

Si estas consideraciones deber?an haber contenido al traductor y hacerle desistir de una empresa tan superior a su talento, le anim? por otra parte el deseo de presentar al p?blico espa?ol una de las mejores piezas del m?s celebrado tr?gico ingl?s, viendo que entre nosotros no se tiene todav?a la menor idea de los espect?culos dram?ticos de aquella naci?n, ni del m?rito de sus autores. Otros, quiz?s, le seguir?n en esta empresa y f?cilmente podr?n oscurecer sus primeros ensayos; pero entretanto no desconf?a de que sus defectos hallar?n alguna indulgencia de parte de aquellos, en quienes se re?nan los conocimientos y el estudio necesarios para juzgarle.

Ni hall? tampoco en las traducciones que los extranjeros han hecho de esta Tragedia, el auxilio que debi? esperar. Mr. Laplace imprimi? en franc?s una traducci?n de las obras de Shakespeare, que a pesar de sus defectos, no dej? de merecer aceptaci?n; hasta que Mr. Letourneur public? la suya, que es sin duda muy superior a la primera. Este literato pose?a perfectamente el idioma ingl?s, y hall?ndose con toda la inteligencia que era menester para entender el original, pudiera haber hecho una traducci?n fiel y perfecta; pero no quiso hacerlo.

Hab?a en su tiempo en Francia dos partidos muy poderosos, que manten?an guerra literaria y divid?an las opiniones de la multitud. Voltaire apasionado del gran m?rito de Racine, profesaba su escuela, se esforz? cuanto pudo por imitarle, en las muchas obras que dio al teatro, y este ilustre ejemplo arrastr? a muchos Poetas, que se llamaron Racinistas. El partido opuesto, aunque no ten?a a su frente tan temible caudillo, se compon?a no obstante de literatos de mucho m?rito, que prefiriendo lo natural a lo conveniente, lo maravilloso a lo posible, la fortaleza a la hermosura, los raptos de la fantas?a a los movimientos del coraz?n, y el ingenio al arte, admirando los aciertos de Corneille, se desentend?an de sus errores e indicaban como segura y ?nica la senda por donde aquel insigne Poeta subi? a la inmortalidad. Pero todos sus esfuerzos fueron vanos. La multitud de papeles que diariamente se esparc?an por el p?blico, ridiculizando la secta Racinista y apurando para ello cuantas sutilezas sugiere el ingenio y cuantos medios buscan la desesperaci?n y la envidia; si por un momento excitaban la risa de los lectores, ca?an despu?s en oscuridad y desprecio, cuando aparec?a en la escena francesa la Fedra, la Ifigenia, el Bruto o el Mahomet. Entonces se public? la traducci?n de Letourneur; impresa por suscripci?n, dedicada al Rey de Francia y sostenida por el partido numeroso de aquellos a quienes la reputaci?n de Voltaire atropellaba y ofend?a. Tratose, pues, de exaltar el m?rito de Shakespeare y de presentarle a la Europa culta como el ?nico talento dram?tico digno de su admiraci?n, y capaz de disputar la corona a los Eur?pides y S?focles. As? pensaron abatir el

orgullo del moderno tr?gico franc?s, y vencerle con armas auxiliares y extranjeras, sin detenerse mucho a considerar cu?n poca satisfacci?n deb?a resultarles de una victoria adquirida por tales medios.

Con estos antecedentes, no ser? dif?cil adivinar lo que hizo Letourneur en su versi?n de Shakespeare. Reuni? en un discurso preliminar y en las notas y observaciones con que ilustr? aquellas obras, cuanto crey? ser favorable a su causa, repitiendo las opiniones de los m?s apasionados cr?ticos ingleses en elogio de su compatriota, neg?ndose voluntariamente a los buenos principios que dictaron la raz?n y el arte y estableciendo una nueva Po?tica, por la cual, no s?lo quedan disculpados los extrav?os de su idolatrado autor, sino que todos ellos se erigen en preceptos recomend?ndolos como dignos de imitaci?n y aplauso.

En aquellos pasajes en que Shakespeare, felizmente sostenido de su admirable ingenio, expresa con acierto las pasiones y defectos humanos, describe y pinta los objetos de la naturaleza o reflexiona melanc?lico con profunda y s?lida filosof?a, all? es fiel la traducci?n; pero en aquellos en que se olvida de la f?bula que finge, del fin que debi? en ella proponerse, de la situaci?n en que pone a sus personajes, del car?cter que les dio, de lo que dijeron antes, de lo que debe suceder despu?s; y acalorado por una especie de frenes?, no hay desacierto en que no tropiece y caiga; entonces el traductor franc?s le abandona y nada omite para disimular su deformidad, suponiendo, alterando, substituyendo ideas y palabras suyas a las que hall? en el original; resultando de aqu? una traducci?n p?rfida o por mejor decir, una obra compuesta de pedazos suyos y ajenos, que en muchas partes no merece el nombre de traducci?n.

Lejos, pues, de aprovecharse el traductor espa?ol de tales versiones, las ha mirado, con la desconfianza que deb?a, y prescindiendo de ellas y de las mal fundadas opiniones de los que han querido mejorar a Shakespeare con el pretexto de interpretarle, ha formado su traducci?n sobre el original mismo; coincidiendo por necesidad con los traductores franceses, cuando los hall? exactos, y apart?ndose de ellos cuando no lo son, como podr? conocerlo f?cilmente cualquiera que se tome la molestia de cotejarlos.

Esto es s?lo cuanto quiere advertir acerca de su traducci?n. La vida de Shakespeare y las notas que acompa?an a la Tragedia, son obra suya, y a excepci?n de una u otra especie que ha tomado de los comentadores ingleses (seg?n lo advierte en su lugar) todo lo dem?s, como cosa propia, lo abandona al examen de los cr?ticos inteligentes.

Si se ha equivocado en su modo de juzgar o por malos principios o por falta de sensibilidad, de buen gusto o de reflexi?n, no ser? in?til impugnarle; que harto es necesario agitar cuestiones literarias relativas a esta materia para dar a nuestros buenos ingenios ocupaci?n digna, si se atiende al estado lastimoso en que yace el estudio de las letras humanas, los pocos alumnos que hoy cuenta la buena poes?a y el merecido abandono y descr?dito en que van cayendo las producciones modernas del teatro.

Vida de Guillermo Shakespeare

Guillermo Shakespeare naci? en Stratford, pueblo de Inglaterra, en el Condado de Warwick, a?o de 1564, de familia distinguida y pobre. Era su padre comerciante de lanas; y deseando que Guillermo, el mayor de diez hijos que ten?a, llevase adelante el mismo tr?fico, le dio una educaci?n proporcionada a este fin, con exclusi?n absoluta de cualesquiera otros conocimientos, que pudieran haberle hecho mirar con disgusto la carrera a que le destin?. As? fue, que apenas hab?a adquirido algunos principios de Latinidad en la escuela p?blica de Stratford, cuando a?n no cumplidos los diecisiete a?os, le cas? con la hija de un rico labrador y comenz? a ocuparle en el gobierno de la casa y en las operaciones de su comercio. Obligado de la necesidad venci? Guillermo la repugnancia que ten?a a tal profesi?n; y hubiera continuado en ella si un accidente imprevisto no le hubiese hecho salir de la oscuridad en que estaba, abri?ndole el camino a la fortuna y a la gloria.

Acompa?ado Shakespeare con otros j?venes mal educados e inquietos, dio en molestar a un caballero del pa?s llamado Tom?s Lucy, entrando en sus bosques y rob?ndole algunos venados. Esta ofensa irrit? en extremo el ?nimo de aquel caballero, y por m?s que el joven Guillermo procur? templarle, arrepentido sinceramente de su exceso y ofreci?ndole cuantas satisfacciones pidiese, todo fue en vano; el Se?or Tom?s Lucy era uno de aquellos hombres duros que no conocen el placer de perdonar. Sentido Shakespeare de tal obstinaci?n, quiso vengarse en el modo que pod?a, escribiendo contra ?l algunos versos sat?ricos, los primeros que en su vida compuso; poniendo en rid?culo a un hombre iracundo y poderoso, que a este nuevo agravio redobl? sus esfuerzos, implor? todo el rigor de las leyes y le persigui? con tal empe?o que al fin hubo de ceder como m?s d?bil, y no hallando seguridad sino en la fuga, abandon? su patria, y su familia, y se fue a Londres, solo, sin dinero, ni recomendaciones en aquella ciudad, ni arrimo alguno.

En aquel tiempo no iban los caballeros encerrados en los coches entre cristales y cortinas como hoy sucede; iban a caballo, y a la entrada de los teatros, de las iglesias, de los tribunales, y en otros parajes p?blicos, hab?a muchos mozos que se encargaban de guardar las caballer?as a los que no llevaban consigo criados que se las cuidasen. Tal fue la ocupaci?n de Shakespeare en los primeros meses de su residencia en Londres; se pon?a a la puerta de un teatro y serv?a de mozo de caballos a cuantos le llamaban, para adquirir algunos cuartos con que poder cenar en un bodeg?n. ?Qui?n, al verle en aquel estado oscuro e infeliz, hubiera reconocido en ?l, el mejor Poeta Dram?tico de su naci?n, el que hab?a de excitar la admiraci?n de los sabios, el que hab?a de merecer estatuas y templos?

La circunstancia de hallarse diariamente a la entrada del teatro, le facilit? el conocimiento de algunos c?micos, que viendo en ?l mucha viveza y buena disposici?n, se le hicieron amigos y en breve le determinaron a salir a la escena para desempe?ar algunos papeles subalternos; pero no correspondieron los efectos a la esperanza que de ?l se hab?a concebido. Rara vez la naturaleza prodiga sus dones, y casi nunca permite que un hombre sobresalga en dos facultades distintas; que tal es la limitaci?n del talento humano. D?cese ?nicamente que Shakespeare desempe?aba muy bien el papel del muerto en la tragedia de Hamlet, elogio que puede considerarse como una prueba de su corta habilidad en la declamaci?n.

Como quiera que sea, su admisi?n en el teatro despert? en ?l una inclinaci?n decidida a la Poes?a Dram?tica; le dio a conocer la mayor parte de las piezas que entonces se

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